The Age Of Innocence

“In a world of tradition.
In an age of innocence.
They dare to break the rules”

Nueva York, 1870.
La alta sociedad se constituye como un bloque de hormigón inexpugnable.
Son los reyezuelos en su palacio de cristal, donde priman las leyes de lo tácito, de lo que todos piensan pero nadie dice de frente.
Son maestros en el arte del disimulo.
Chispazos de corriente eléctrica imperceptible, circula entre los hilos telegráficos, cual las conexiones sinápticas entre las neuronas, de la red de espionaje secreto, tendida entre las familias de abolengo.
Poseen un olfato infalible para detectar la irregularidad, la diferencia, y el escándalo.
Por debajo de sus modales impecablemente corteses, asoma el artero filo de una navaja que no concede cuartel.
Las lenguas cercenan sin emitir una sola palabra fuera de tono.
El solapado método para condenar al ostracismo a cualquier imprudente que rompe las normas, es mil veces peor que una animadversión abierta.
La alta sociedad se cierra en su bloque de hormigón como centinelas apostados junto a la entrada con lanzas en cruz.
A estas alturas, y de esto tiene mucha culpa el gusto de nuestro tiempo por lo ecléctico, por un incoherente neo romanticismo, y todos los “neo-ismos”, se han rodado innumerables películas sobre amores imposibles y pasiones frustradas, y el recurso a esos reiterados esquemas, ha resurgido a menudo en el panorama cinematográfico de las últimas décadas, por ser muy del gusto de un sector del público.
A lo largo y ancho de los años 90, el cine mundial se vio asolado por una oleada de melodramas de época, habitualmente adaptando célebres clásicos decimonónicos o de principios de siglo, de desigual calidad artística, cuyas bases habrían sido asentadas por obras celebradas y galardonadas.
Una moda estaba consolidándose.
Se sabe de sobra, que las historias de amor nunca tuvieron lugar entre las grandes obras durante las últimas décadas, considerando últimas décadas por últimos 50 años, y salvo contadas excepciones, a lo largo de la historia, son pocas las que se recuerdan.
Por ser un tanto bastante pesadas, aburridas, lógicas, pretenciosas, fáciles, irreales y fundamentalmente tontas, nunca contagiaron al espectador, lejos de creer en las estupideces que suelen comentar estas historias.
“I think we should look at reality, not dreams”
The Age Of Innocence es una película dramática estadounidense del año 1993, dirigida por Martin Scorsese.
Protagonizada por Michelle Pfeiffer, Daniel Day-Lewis, Winona Ryder, Richard E. Grant, Alec McCowen, Geraldine Chaplin, Mary Beth Hurt, Robert Sean Leonard, Stuart Wilson, Alexis Smith, Michael Gough, Miriam Margolyes, Siân Phillips, Jonathan Pryce, Joanne Woodward, entre otros.
El guión es de Jay Cocks y Martin Scorsese, adaptado de la novela homónima escrita en 1920 por Edith Wharton.
La banda sonora está compuesta y dirigida por Elmer Bernstein, con orquestaciones de Emilie A. Bernstein.
The Age Of Innocence fue ganadora de un premio Oscar al Mejor Vestuario; y recibió 4 nominaciones:
Mejor actriz de reparto (Ryder), guión adaptado, banda sonora, y dirección artística.
La escritora y modista, Edith Wharton, fue una gran observadora de su época y supo retratarla de modo perfecto en cada una de sus novelas.
Ésta en particular hace foco en lo que se siente y no se dice, lo que se piensa y jamás se aclara, lo que se quiere hacer y nunca se hace.
Lo que se espera de uno, el deber ser, por un lado.
Lo que se quiere hacer, eso que es imposible de contener, por otro.
¿Y cuál es el lado vencedor?
Ella que sabe que él la ama, y él que jamás se va a animar a romper con el esquema.
¿No nos ha pasado a todos alguna vez?
Cuánta tristeza...
Edith Newbold Jones, Wharton por matrimonio, nació como hija única en el seno de una muy rica familia de Nueva York, el 24 de enero de 1862, lo que le permitió una educación culta y muy leída, gracias a la biblioteca familiar, y diversos viajes al extranjero.
Su espíritu independiente, le llevó a romper su primer compromiso matrimonial por “la alegada preponderancia intelectual de la novia”, según el “Daily News” de Rhode Island.
Finalmente, en 1885 se casó con Edward “Teddy” Wharton, miembro del círculo de amistades maternas, y mucho mayor que ella.
En 1881, Edith había publicado su primer relato, dedicándose paralelamente al interiorismo, siendo coautora junto a Ogden Codman de un texto clave:
“The Decoration Of Houses” (1897)
Sin dejar la literatura en ningún momento, en 1902 publicó “The Valley Of Decision”, una reconstrucción del siglo XVIII italiano, pero pronto pasó a escribir sobre lo que conocía bien, la sociedad en la que había nacido, con una creciente penetración y una devastadora ironía.
Sus novelas sobre Nueva York presentan a una sociedad cambiante, significativamente moralista; un fuerte sentido de la dignidad y la integridad humana, apoya las normas esenciales tras las convenciones y formas sociales.
Ella presenta como contexto de sus historias, un conflicto corriente entre 2 exponentes de la clase alta, las viejas familias “patricias” americanas, como la suya propia, y los nuevos ricos, para quienes los ideales culturales, morales y de costumbres, están perdiendo su santidad, a pesar de las sevicias que frecuentemente deben pagar a aquéllos.
Siempre elegante, ella va desarrollando progresivamente unas claras, ricamente concretas y agudamente irónicas maneras que da a sus libros su distintiva y acertada moral.
Por fin, en 1920 publicó “The Age Of Innocence”, que remitía al contexto de los años de su infancia, y por la que fue la primera mujer en obtener el premio Pulitzer en 1921, 3 años después del premio a “The Magnificent Ambersons” de Booth Tarkington.
Salvando distancia en el tiempo y espacio, al director Martin Scorsese siempre le ha gustado analizar y diseccionar los códigos internos de conducta, que rigen a los subgrupos humanos; y si alguna vez hubo un grupo en el que esos códigos alcanzaban una rigidez y relevancia singular, fue precisamente la alta sociedad neoyorquina de finales del siglo XIX, y principios del XX.
A pesar de las numerosas muestras de versatilidad que ya había ofrecido en su filmografía, en 1993 nadie podía sospechar que, Martin Scorsese fuera a decantarse por el cine de época para su próximo proyecto.
The Age Of Innocence que Scorsese dedica a su padre, no es sólo elegancia y belleza visual, sino que esconde una historia potente, y un triángulo amoroso rico, muy rico, en matices.
El propio Scorsese ha explicado el modo en que rodó las escenas en las que la sociedad rige los destinos de sus miem­bros:
“Puede que vistan ropas elegantes y sean muy educados, pero su conducta no es muy diferente de la de los mafiosos”
Es también, The Age Of Innocence, una película profundamente triste, hecha de renuncias, de amores imposibles, y oportunidades perdidas para siempre, que dejan una irresistible sensación de melancólica belleza.
The Age Of Innocence es aparentemente, una película alejada por completo de la estética de Martin Scorsese, ya que plantea una violencia sutil, la violencia que provoca la doble moral, la fuerza de las apariencias, de las tradiciones “intocables”, el daño de los rumores y chismorreos, la jaula que crea unas relaciones sociales cerradas y duras… una violencia tan sutil, que siega la libertad del individuo, que corta la posibilidad de vivir un amor con pasión, y el cumplimiento de un sueño de una vida más liberal y rebelde, sin atarse a convenciones sociales que adormecen… y matan en vida.
Scorsese para contarnos su historia, de manera absolutamente exquisita, cuida hasta la obsesión, distintos aspectos de ambientación, época, y documentación histórica.
Se podría ver varias veces The Age Of Innocence, tan sólo analizando alguno de los aspectos que el director desarrolla:
La presentación e importancia de las comidas y cenas, el cuidado en la decoración de las distintas casas donde se desarrolla la trama, la importancia como lugar de encuentro, y de apariencias de sitios como la ópera, el teatro, o el salón de baile, la banda sonora empleada con sumo cuidado, de Elmer Bernstein, y con buenas piezas de música clásica, el vestuario de cada uno de los personajes, etc.
Hay que reconocer que The Age Of Innocence es extremadamente minucioso, no sólo en cuanto a comportamientos sociales, vestuario, etc., sino que se demuestra una gran preocupación en los elementos más puramente ornamentales, quizás para demostrar tanto la opulencia, como la superficialidad e hipocresía de una sociedad excesivamente rígida, atada a unos convencionalismos que hacen a sus miembros, prisioneros de estas mismas formalidades.
Martin Scorsese analiza una historia de amor, destinada a convertirse en imposible por las convenciones sociales de las clases altas neoyorquinas, que conforman un mundo cerrado por unas normas férreas.
El director casi lo plantea como un estudio antropológico del comportamiento humano, por eso The Age Of Innocence emplea una muy bien empleada voz en off, que normalmente molesta cuando este recurso es mal empleado, sobre todo cuando tienes la sensación de que sobra totalmente, que va informando de las relaciones sociales, y su funcionamiento en esa comunidad que el director presenta.
La voz en “off”, con un tono totalmente adecuado, te arrastra e introduce más en la historia, y en la psicología de cada uno de los protagonistas y personajes secundarios.
Esa voz corresponde a la actriz Joanne Woodward, y logra ese arte difícil que es contar bien.
The Age Of Innocence rezume sensibilidad en cada plano, y en cada mirada de sus protagonistas; derrocha sarcasmo, inteligencia, y una enorme capacidad de análisis social en cada diálogo, y cada comentario emitido por la voz en off que guía todo su metraje; demuestra la gran capacidad del director para componer planos sublimes, que perfectamente podrían haber salido de las pinceladas maestras del mejor pintor de finales del Siglo XIX.
Con The Age Of Innocence, Scorsese no sólo plasmó su visión de mundo, sino que cumplió un viejo sueño:
Contar una historia romántica, de amor imposible, sin sexo, donde toda la intensidad recae en una mirada, y en unas manos que se rozan.
Los planos son reposados, de una cuidada puesta en escena, con insospechados “travellings” y ralentizaciones de imagen, y una fotografía cuidadísima, y por supuesto, ese montaje que ya es marca de la casa realizado por la mano derecha del director, Thelma Schoonmaker.
La ambientación, en su primera colaboración con Scorsese, la firma Dante Ferreti; todo para hacer de The Age Of Innocence una película inolvidable.
El relato, está conducido por la voz en “off” de un narrador externo, la autora de la novela.
La acción dramática principal, tiene lugar en New York City, entre 1870 y 1879, y en los primeros años del nuevo siglo, 26 años después.
Newland Archer (Daniel Day-Lewis) es un cultivado, circunspecto, y comedido aristócrata, reconocido por toda la alta sociedad neoyorquina, y felizmente comprometido con May Welland (Winona Ryder), joven dulce, y de trato agradable, aunque ciertamente anodina.
Este universo de armónica apariencia, se tambaleará con la aparición de la condesa Olenska (Michelle Pfeiffer), prima de May, abiertamente progresista y cercana, a ojos de sus congéneres, a un inaceptable feminismo “avant la lettre”
Newland defenderá en sociedad, la posición de la acorralada mujer, que ha sido capaz de abandonar a un despótico esposo, y proclama una libertad en las relaciones amorosas socialmente intolerable.
Poco a poco, comenzará a tener lugar, entre ambos personajes, un callado romance, tejido largamente a través de miradas sostenidas, significativos silencios, y roces casi invisibles.
Incapaz de manifestar públicamente su amor, inútil y escondido, Newland se condenará a una vida rutinaria, mediocre, es decir:
A vivir la vida de otro que no es él.
Pese al “tempo suave”, Scorsese desata toda su potencia visual, al construir la historia de estos personajes, prestando especial atención a la estéril relación de los mismos, con los numerosos objetos que saturan los espacios habitados por ellos.
En este sentido, un enfoque marxiano, haría de The Age Of Innocence, una película sobre el fetichismo de la mercancía, uno de los males que el teórico prusiano diagnosticaba al capitalismo naciente; frente al artefacto acumulativo, e inútil, mientras el romance se desarrolla, comienza a emerger un nuevo tipo de objeto, estrechamente ligado al mundo emocional de los personajes.
La brillante puesta en escena, otorga a la obra, una notable sensibilidad a la hora de captar en imágenes, el universo sensitivo que late en los detalles.
La cortesía y el juego de miradas que se establece entre ellos, dará paso a una intensa pasión en el marco de una sociedad puritana y conservadora.
Los 3 personajes principales, urden su triángulo con un abanico de miradas, contenciones, silencios, diálogos con doble significado… porque The Age Of Innocence cuenta 2 historias, la que vemos en la superficie, y la que está en el fondo, la que se calla…
Por un lado, Newland Archer (Day Lewis) atrapado entre cómo debe comportarse y cómo quiere comportarse, y su amor imposible, la condesa Ellen Olenska (Pfeiffer), una mujer sin doble cara, sin careta, de costumbres libres, y sin prejuicios que trata sólo de ser una mujer feliz y libre.
Ellen Olenska es el demonio vestido de hembra tentadora, según el crítico fallo de los jueces supremos de la rancia aristocracia.
Su entrada en la reaccionaria y parapetada ciudad, no es precisamente bienvenida.
Ellen es un espíritu libre y rebelde, pero frágil e inseguro.
Siente fascinación por lo nuevo, lo moderno y lo europeo.
La alta sociedad neoyorquina, indolente, cerrada y mediocre, vive pendiente de códigos sociales presididos por la hipocresía y la envidia, el culto a las apariencias, la murmuración, y la práctica de la marginación, y la exclusión social.
Es notable la interpretación de Day-Lewis como Archer; su personaje es contrario al estilo de vida de los de su clase, pero igual, sigue el juego y acepta un matrimonio casi arreglado entre familias.
Y por otro lado, el personaje más complejo y por ello magnífico, la joven prometida de Archer, May (Ryder), que es prima de la condesa; una joven que se comporta tal y como la han educado, en un mundo de relaciones sociales que conoce perfectamente, y que bajo un halo de inocencia, urde todo un plan de manipulación, sin perder nunca las formas, para conseguir la vida que quiere y desea, y quitarse de un plumazo, con elegancia y sonrisa angelical, a su rival; quién con su fragilidad, aparente inocencia, y con acciones mínimas, logra manipular tanto a su marido, como a la condesa Olenska.
May es sensible, ingenua, adorable, y convencional.
Las imágenes identifican a May con los ideales de belleza clásica:
Sobria, rotunda, y equilibrada.
Y a Ellen con los de belleza romántica:
Frágil, caprichosa, y exuberante.
Así los 3 actores protagonistas, se empapan de sus personajes dando muestras de lo que es un amor imposible, condenado a ser ideal, y cómo el personaje más inocente, es el que se sale con la suya, atrapando a Archer y a Ellen, en unas redes indestructibles, y cambiando el rumbo de sus historias.
La pasión, el amor, y el deseo, se ven claramente restringidos por las normas sociales, por el que dirán, y por la enorme falsedad de la sociedad en la que viven.
Ambos (Archer y Olenska) están atrapados, y no serán capaces de salir de esas resbaladizas paredes que no les dejan ser plenamente felices.
Lo peor, o quizás lo mejor, es que al final se nos revela la cara más manipuladora o dulce de May, quien sabiendo durante todos los años que duró su matrimonio, que lo que más quiso Archer era a Olenska, siempre estuvo a su lado.
Y es que, sin necesidad de hurgar tanto, ni de profundizar demasiado, es fácil observar que tras los refinamientos, y los finos modales en ese mundo de la alta sociedad neoyorquina de 1870, se vivía bajo unos estrictos y represivos códigos de comportamiento, y se ejercía una violencia sutil e implacable, contra cualquiera de sus miembros que osara rebelarse.
Aquí las familias no derraman sangre, pero matan igual, psicológicamente, para expulsar el cuerpo extraño, para salvar su pellejo.
Y bien, Newland Archer es el héroe típico de Scorsese, un hombre que vive en el infierno, y es incapaz de encontrar la redención en esta vida, es un perdedor.
Scorsese logra también, por otra parte, plasmar imágenes bellísimas que muestran la sensualidad y el amor nunca consumado, entre Archer y Ellen:
Archer quitando un guante, “desnudando”, a Ellen en un coche de caballos.
Archer soñando que los brazos de Ellen le rodean el cuello.
Archer deseando que una Ellen que mira el mar, se dé la vuelta, para él así correr a su encuentro…
Y hasta el final, vemos a Archer, envejecido, y muerto en vida, como él sabe que es, resignado a no darse una segunda oportunidad.
Los planes de May han funcionado, incluso después de su muerte.
Archer se resigna a ese amor imposible, y sucumbe al “debo ser”, sonríe al hijo, y le dice que sólo diga a Ellen “que es un hombre anticuado”
The Age Of Innocence no sólo plantea un buen melodrama, sino que es una orgía de imágenes bellas e intimistas.
De rostros y miradas.
De unas manos modeladas, de una sombrilla exquisita, de una dama que practica tiro al arco, de un baile que no acaba… de un amor que nunca se consuma, porque se encuentra atrapado en unas rígidas costumbres sociales, que priman el buen nombre de las familias y la decencia mal entendida, antes que un amor real y pasional.
Al fondo, Archer y Ellen sólo pueden mirarse e imaginar que se aman, siempre en secreto.
Cuando hablamos de la “significatividad” del entorno visual en The Age Of Innocence, no nos estamos refiriendo exclusivamente, a la exactitud reconstructiva del medio en que se desenvuelven los personajes, sino a su capacidad de darnos información, de definirlos visualmente.
Fijémonos como ejemplo en un aspecto:
Los elementos pictóricos insertos en The Age Of Innocence.
Demasiadas veces, Scorsese fija su mirada sobre un cuadro, bien para hacerlo observar, o bien parte de una pintura para abrir el encuadre o, al contrario, es hacia un cuadro donde dirige la dirección del movimiento.
Y ello porque la misión de las pinturas, es reforzar una decoración autentificadora y, sobre todo, enriquecer visualmente el retrato de los personajes, y hasta hablar en paralelo incluso, de las situaciones y de la historia que se cuenta en la pantalla, o también, suministrar una valiosa información sobre los personajes y sobre sus relaciones, sobre la época, y sobre la trama.
Por ejemplo, la señora Archer, la madre, recoge sobre todo, muestras de la pintura de género campesino, con imágenes de granjas y sus animales.
En cambio, su hijo Newland, muestra otros gustos pictóricos, cuando podemos contemplar las paredes de su estudio, con sorprendentes vistas de pirámides, ruinas clásicas, o incluso un paisaje helado con iceberg, junto a un retrato de la escuela de Gilbert Stuart, el famoso retratista de George Washington, y una marina de estilo aproximado al de Turner.
Pasando revista a esas obras, a las que habría que añadir, el libro de estampas japonesas que hojea en su casa, en un momento, podríamos deducir un cierto carácter fantasioso, soñador con lejanos exóticos paisajes, una voluntad de huida imaginaria, un recoleto espíritu romántico.
Los cuadros que cuelgan de las paredes, justamente seleccionados, evocan los sentimientos íntimos de las personas que conviven con ellos.
Las pinturas con motivos de paisajes, los candelabros, la vajilla de Sèvres, la ponchera romana en medio de la mesa, los arreglos florales, los bordados:
Todo tal y como fue en el siglo XIX.
Una minuciosa investigación supervisada por Dante Ferreti, el ex director artístico de Federico Fellini.
La acostumbrada cámara vertiginosa de Scorsese, no se aquieta, pero hace aquí lentos “travellings” y suaves movimientos de grúa, para resaltar la enorme riqueza plástica de ese ambiente, y para que el retrato de época sea convincente.
Y no deja de sorprender con el repentino cambio de un primer plano de una lámpara, o un rostro a un plano general de un baile, o de una cena vista desde arriba.
Michael Ballhaus, el director de fotografía, hace su aporte con la utilización de una “luz de gas” que resalta los objetos y los rostros.
Es, así mismo, un férreo retrato de una época, y una clase social al borde de su propio declive; y una contraposición entre maneras de ver el mundo, cuando parecía que la única manera de hacerlo, era la preestablecida por un sistema de valores, basado en la corrección y las apariencias.
El decoro refleja y oprime a los personajes; las posturas, los gestos, y las miradas, al igual que la ocurrente e irónica narrativa, transmiten no solo la psicología individual, sino también los ideales de toda una élite obsesionada con el modo de comportarse.
Todo aquí sirve para expresar una pasión erótica, aprisionada por inflexibles rituales sociales, diseñados para preservar el “status quo” a favor de una autoproclamada aristocracia.
Se trataba, pues, no sólo de comprender lo que se nos dice de ese mundo, y sus habitantes, sino de restituirlo, en la medida de lo posible, y a través de las estrategias narrativas y de la puesta en escena fílmica, ante el espectador.
Por eso, los objetos y decorados han de tener consistencia, las flores, como las del genérico del comienzo, obra de Saul Bass, deben oler, los sonidos del pasado deben oírse como tales, y los manjares de los distinguidos ágapes a los que asistimos, deben casi degustarse.
Por esta vez, la desmesura de Scorsese se aparenta como contención, pero en realidad, ésta sólo disimula una desmesura mayor:
Reconstruir totalmente la imagen de un mundo clausurado, abierto a todas las dimensiones de nuestro conocimiento y sentimiento.
Y en el fondo, ese objetivo se corresponde con la mayor fidelidad, a un procedimiento que Wharton desarrolla exhaustivamente, cuando trabaja sobre la persistencia en el recuerdo de las imágenes, captadas o deseadas, de escenas de la propia vida; no de otra manera hay que entender la rememoración del fallido encuentro en el faro de Lime Rock.
Los temas principales que The Age Of Innocence somete a la consideración del espectador, se refieren al análisis de la sociedad americana acomodada, de finales del XIX, y su apego a códigos de conducta, opresivos y anacrónicos, que rechazan, entre otras cosas, el divorcio legal en el país, y la libre manifestación de sentimientos y opiniones.
Habla del paso del tiempo, y de los sentimientos de pérdida de lo que pudo ser y nunca fue.
Habla del deseo y de pasiones reprimidas.
Habla de sentimientos de culpa.
Exalta la fascinación por la innovación, la sustitución de los viejos valores por los nuevos, la libertad, la sinceridad, la verdad, la necesaria superación de los prejuicios del pasado, la conveniencia de los cambios, etc.
Destaco las secuencias iniciales en la ópera, y el posterior baile de salón.
Son escenas de gran espectacularidad y bellamente filmadas.
Cuando el personaje de Archer mira a su esposa May, con desprecio, deseando interiormente su muerte, para ser libre; para luego acariciarle el rostro casi con lástima.
La cena en la cual, será la última vez que Archer verá a la condesa.
Es en ésta escena, donde comprende que todos sus cercanos, incluyendo a su esposa, saben de su infidelidad; pero nadie dirá algo, para así mantener las buenas maneras.
La escena donde el personaje de Winona Ryder, le dice a su marido que espera un hijo; y por tanto, con una sonrisa hipócrita, le da a entender que no podrá abandonarla, y seguir tras los pasos de la condesa.
La historia de amor que narra The Age Of Innocence, no pasa de moda, y ha sido, es y será, un problema emocional del ser humano.
“Just say I'm old-fashioned.
That will be enough.
Go on, now”
El director Martin Scorsese, tuvo la suerte de contar con Elmer Bernstein, quien emplea un lenguaje musical enraizado en la música decimonónica europea, pero no se lanza a los terrenos de un romanticismo tortuoso y atormentado:
La contención es la clave sobre la que se basa su estilo, creando un curioso efecto de distan­ciamiento/alejamiento, con respecto a la posición del espectador.
Su música no es fría ni aséptica, pero tampoco se implica directa­mente en la historia:
Como la cámara de Scorsese observa, detalla, y realiza su propio comentario, muestra cierto punto de vista.
La música del amor, del deseo, sólo puede expre­sarse en breves retazos, en ligeros destellos, como el resplandor final en la ventana de Ellen, que lleva a Newland al final, a recapitular su historia de amor perdido en unos segundos con una exposición más “libre” de su tema de amor:
Es la música de lo que pudo haber sido y no fue, de la inocencia perdida en una vida fútil.
Bernstein emplea un ominoso, amenazante motivo, para acompañar escenas como aquella, en la que los hombres discuten la “integración” de filien en su círculo, mostrando el lado oscuro, la violencia soterrada de esa sociedad, expresada a través de rígidos sistemas de valores y formas de etiqueta.
Lo mismo sucede en uno de los momentos más escalofriantes de The Age Of Innocence, cuando May le confiesa a Newland su emba­razo, y éste comprende que ya nunca podrá escapar de ese mundo que le ahoga:
Una sombría entrada de los violonchelos con precisas intervenciones del arpa, coincide con un picado de Newland con May en su regazo, como si ella lo atrapara y le impidiera levantarse y huir de ese mundo; acto seguido un “travelling” circular realiza una elipsis temporal, a los acordes del tema de Newland y Ellen, como una elegíaca lamentación por los años perdidos.
En definitiva, una de las bandas sonoras más excepcionales de la década de los 90, tan profunda e inteligente, como el propio filme, y en perfecta cohesión con él.
Bernstein añade también, fragmentos de la ópera “Faust”, de Gounod, un corte de la Marcha Radetzky, varios valses de Strauss, un quinteto del compositor más emblemático de la época romántica, Mendelshonn, y de la canción “Marble Hells” a cargo de la joven vocalista Enya.
“How can we be happy behind the backs of people who trust us?”
The Age Of Innocence es una obra cumbre del cine contemporáneo, un drama romántico, e histórico, que radiografía con precisión de cirujano, a la sociedad victoriana del Siglo XIX, para hablarnos de como se fundamentaba en la hipocresía para esclavizar bajo el manto de las apariencias, y de las buenas costumbres, a cualquier persona disidente, que quisiera buscar un camino propio, o tuviera una forma de pensar diferente sobre la vida.
The Age Of Innocence nos habla también de pasiones prohibidas, de las convenciones sociales que nos marcan el camino a seguir, y de aprovechar las oportunidades en busca de la felicidad.
Desperdiciar la vida con la persona equivocada por ceder a las convenciones sociales, y a la propia cobardía, es una asunto que todavía nos conmueve.
En una de las escenas emblemáticas, Newland observa a Ellen, de espaldas a él, mirando el mar.
Un velero atraviesa el horizonte dorado, y está a punto de pasar el faro de Newport.
Si ella se da la vuelta antes de que esto ocurra, piensa Newland, me acerco.
Ellen no lo hace.
Sólo al final, en un flash-back mental, ella da la vuelta y sonríe.
Cuando todo está perdido, y lo ha derrotado la prosaica realidad, acude a consolarlo una imagen probable.
Beatriz Portinari, que tampoco le sonrío a Dante en la vida real, esboza una sonrisa eterna en las páginas de “La Comedia”, antes de entrar al Paraíso.
Son los pequeños triunfos del arte.

“You couldn't be happy if it meant being cruel.
If we act any other way, I'll be making you act against what I love in you most.
And I can't go back to that way of thinking.
Don't you see!
I can't love you unless I give you up”



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