The Reader

“Each of the guards would choose a certain number of women.
Hanna Schmitz chose differently”

A la vergüenza se la considera corrientemente, un sentimiento de timidez, o una emoción pasajera ligada al ridículo.
Sin embargo, en una visión más profunda, se la puede entender como algo intolerable a la propia conciencia:
Pensar que otro descubra mi propia limitación.
Se extiende el temor, sobre las propias deficiencias, al rechazo personal.
El analfabetismo es una incapacidad de leer y escritura, lingüística, que se debe generalmente, a la falta de aprendizaje.
Es frecuente y característico en países en el que hay mucha falta de escolarización y pobreza.
Sin embargo, en algunos países, la comprensión lectora puede ser deficiente a pesar de que su tasa de analfabetismo sea pequeña, iletrismo, ya que leer no es sólo descodificar las letras, sino entender mensajes por escrito.
De ahí que la comprensión lectora es un proceso de elaboración mental del significado por la vía de aprender las ideas relevantes de un texto, para relacionarlas con los conceptos ya dotados de significación para el lector.
Mediante este proceso, el lector “interactúa” con el texto, sin importar la longitud o la brevedad del párrafo.
La lectura es un proceso de interacción, entre el pensamiento y el lenguaje.
El lector necesita reconocer las letras, palabras, frases, oraciones, etcétera.
Sin embargo, cuando se lee, no siempre se logra comprender el mensaje que encierra el texto.
Es posible incluso, que se comprenda de manera equivocada.
Como habilidad intelectual, comprender implica captar los significados que otros han transmitido mediante sonidos, imágenes, colores y movimientos.
La comprensión lectora, entonces, es un proceso más complejo, que identificar palabras y significados.
Tal es la diferencia entre lectura y comprensión.
¿Qué causa el analfabetismo?
1.-Falta de educación.
2.-Malos niveles de calidad.
3.-Altos niveles de deserción escolar.
4.-La falta de educación puede ser explicada por la falta de cupos en instituciones oficiales.
5.-La necesidad de trabajar a temprana edad.
6.-la carencia de escuelas y colegios en ciertos sectores rurales.
7.-Los malos niveles de calidad se evidencian en la falta de contenidos.
8.-La deficiencia en las metodologías de enseñanza.
9.-La problemática social externa, favorecen la alta deserción escolar particularmente en sectores rurales.
Las consecuencias del analfabetismo pueden ser:
1.-En el ámbito social, al ser un factor de exclusión.
2.-La marginación de la sociedad civil.
3.-Los problemas económicos debido al retraso regional y por ende, nacional.
4.-Consecuencias políticas, ya que el analfabeta no comprende sus derechos ni deberes civiles, y es incapaz de actuar como un factor de cambio dentro de su comunidad, etc.
“She was making these women read aloud to her.
They were reading to her”
El día 30 de enero de 1933, a las 11.30, Paul von Hindenburg, presidente de la República Alemana, nombró canciller, Jefe del Gobierno, a Adolf Hitler.
En apenas unos meses, Hitler y su partido, el NSDAP, comúnmente conocido como los nazis, tomaron el control del Estado y de la sociedad, a través de una combinación de cambios en las leyes, y de violencia política contra sus oponentes.
Las libertades democráticas, y los derechos civiles fueron eliminados, y la República parlamentaria de Weimar, destruida.
A mediados del año 1933, Alemania era ya una dictadura con un único partido…
11 años después, hacia el final de La Segunda Guerra Mundial, en 1944, mientras el Reino Unido y los Estados Unidos se aproximaban a los campos de concentración por el oeste, la Unión Soviética avanzaba por el este; atrapada en medio del avance aliado, la SS decidió abandonar los campos para evitar que el mundo supiera sobre el Holocausto.
Para ello, movieron o destruyeron la evidencia de varias atrocidades que habían cometido en esos campos.
Miles de prisioneros fueron asesinados en los campos, antes de que comenzaran las marchas, en actos que fueron juzgados en los Juicios de Nürnberg como crímenes contra la humanidad.
Aunque los prisioneros ya estaban débiles o enfermos, por haber sido sometidos a una violencia rutinaria y perenne, trabajo excesivo, e inanición, marcharon por decenas de millares por la nieve hacia las estaciones de tren.
Luego, fueron transportados durante días, sin comida, agua, o cobijo, en vagones diseñados originalmente para ganado.
A la llegada a su destino, eran forzados a caminar nuevamente, hacia el nuevo campo.
Cualquier prisionero que fuera incapaz de seguir, debido a la fatiga, o enfermedad, era inmediatamente asesinado en el lugar.
La primera evacuación de los prisioneros de Majdanek, comenzó en abril de 1944.
Los prisioneros de Kaiserwald fueron transportados a Stutthof, o asesinados en agosto.
Mittelbau-Dora fue evacuado en abril de 1945, mientras que en Dachau, los prisioneros fueron trasladados en esas fechas.
El término “marcha de la muerte” ha sido utilizado extensamente, en el contexto de la historia de La Segunda Guerra Mundial, por víctimas e historiadores, para referirse al traslado forzoso de miles de prisioneros por parte de Alemania nazi, en su mayoría judíos, de los campos de concentración nazis, cerca del frente de batalla, hacia el interior de Alemania; cuando 80,000 prisioneros de guerra aliados occidentales fueron forzados a marchar a través de Polonia, Checoslovaquia, y Alemania durante el invierno, durante 4 meses, desde enero hasta abril de 1945.
La más conocida de “las marchas de la muerte” tuvo lugar en enero de 1945, cuando el ejército soviético avanzó hacia el interior de Polonia.
9 días antes de que los soviéticos llegaran al campo de la muerte en Auschwitz, la SS ordenó marchar a 60,000 prisioneros fuera del campo, hacia Wodzisław Śląski, en alemán: “Loslau”, a 55 kilómetros de distancia, donde fueron puestos en trenes de mercancías hacia otros campos.
Aproximadamente, 15,000 prisioneros murieron en el trayecto.
Las SS mataron grandes cantidades de prisioneros en las cámaras de gas, y por inanición antes de las marchas, y dispararon para matar a muchos otros, durante y después de las marchas de la muerte.
700 prisioneros fueron asesinados durante una marcha de 10 días de 8,000 judíos, incluyendo 6,000 mujeres que estaban siendo trasladados de los campos en la región de Gdansk, que está rodeada al norte por el mar Báltico.
Aquellos que todavía estaban con vida, cuando llegaron a la costa, fueron forzados a ingresar al mar, para luego dispararles.
Elie Wiesel, un superviviente del Holocausto, y ganador del Premio Nobel de la Paz, fue forzado a una marcha de la muerte junto con su padre, Shlomo, desde Buna hasta Buchenwald, marcha que describe en su libro de 1958, “La Noche”
“Societies think they operate by something called morality, but they don't.
They operate by something called law”
¿Existe realmente la reinserción?
¿Existe el perdón público?
Y sobre todo:
¿Existe el propio perdón?
Desde la perspectiva de nuestros días, a pesar de conocidos genocidios posteriores como los de Camboya, a nuestra conciencia le cuesta aceptar que haya podido haberse producido, algo tan brutalmente demencial, como el holocausto judío, en una sociedad, además, que en aquellos años, estaba en la vanguardia de la cultura y la educación europeas; y hay quienes dudan aún, del holocausto judío; y no solo judío, sino mundial, fue real y hay testimonios irrefutables de todo orden.
Pero también antes, durante, y después de La Segunda Guerra Mundial, hubo genocidios en la Unión Soviética, ordenados por Stalin, que no han logrado salir a la luz pública.
Muchos judíos y no judíos, también fueron víctimas en la URSS, pero la maquinaria sigue en marcha para ocultar esa parte de la historia.
Justamente, de ayer se celebró el 73º aniversario del pogromo, o devastación nazi, que pavimentó el camino del Holocausto; pero 5 años antes, Israel vivió, concretamente, el día 18 de marzo de 2008, un día histórico; salpicado de controversia y sentimientos encontrados.
Poco más de 6 décadas después del genocidio de 6 millones de judíos a cargo del régimen nazi de Adolf Hitler, uno de sus sucesores al frente del Gobierno alemán, el canciller Angela Merkel, habló por primera vez, en la sede del Parlamento israelí.
Tras un breve saludo en hebreo, sólo recurrió de nuevo a esta lengua para referirse al Holocausto.
“La Shoá o el Holocausto, ejecutada en nombre de Alemania, llena de vergüenza a los alemanes.
Me inclino ante las víctimas.
Me inclino ante los sobrevivientes, y ante todos aquellos que los ayudaron a sobrevivir”, proclamó Merkel.
Con gesto solemne y contrito, Merkel expresó ante los diputados “la vergüenza” que embarga a los alemanes, al recordar el Holocausto, y reafirmó el compromiso de su país con la seguridad del Estado judío.
“Alemania nunca abandonará a Israel”, dijo en un discurso en alemán, abierto y cerrado con frases en hebreo.
Varios diputados lo boicotearon, ausentándose del hemiciclo.
A decir verdad, no era la primera vez, que la lengua de Goethe y Goebbels resonaba en la Kneset.
En los últimos 5 años, 2 ex presidentes alemanes, subieron al púlpito del Parlamento, pero sí, esta fue la primera ocasión en que se autorizó, en contra del protocolo, el discurso de un jefe de Gobierno extranjero.
Una diferencia, tratándose de Alemania, difícil de digerir para muchos de los descendientes de las víctimas del Holocausto.
“Las últimas palabras en alemán, que escuchó mi familia, fueron las órdenes de su fusilamiento”, manifestó en la víspera, el diputado Arye Eldad.
“No puedo soportar la idea de escuchar alemán en la Knesset.
Es la lengua en la que fueron ejecutados mis abuelos”
La diputada laborista Shelly Yachimovich, también consideró una falta de sensibilidad el uso de ese idioma.
Después de 65 años del final de la guerra, y de la liberación de los campos de concentración y exterminio, que acaban de celebrarse en Buchenwald, ahora que quedan ya pocos testigos vivos de la masacre, no está de más, recordar la ignominia que supuso para todo un pueblo, la locura de un régimen político.
Sin embargo, esta postura quedó en clara minoría, no sólo dentro de la propia Knesset, sino en la opinión pública en general.
Noaj Flug, director del Centro de Organizaciones de Sobrevivientes de Israel, que durante el Holocausto perdió a toda su familia, opinó que esa polémica es “una tontería”
“Lo que importa no es en qué idioma habla Merkel, sino qué es lo que dice”, estimó.
La polémica sobre el idioma no empañó el clima general en la sesión especial de la Knesset, cuyos integrantes ovacionaron de pie a Merkel, cuando finalizó su discurso con un saludo en hebreo, por el aniversario de la fundación de Israel, y con la palabra “Shalom”
Al resumir el significado profundo de la visita, El Brigadier General (R) David Shoval, que entre 1998 y 2003 fue el Jefe de la Delegación de Seguridad del Ministerio de Defensa de Israel, en la embajada de Berlín, dijo que “Alemania es el país más cercano a Israel, después de Estados Unidos”
Shoval, afirmó que la responsabilidad por el Holocausto, es sólo un catalizador y no el elemento determinante, y opinó que “la amistad de Alemania está basada ante todo, en intereses comunes”
Shoval contó que, en 1998, en momentos en los que se temía una nueva amenaza a Israel por la posibilidad de otra guerra en el Golfo Pérsico, Alemania envió sin costo alguno, y de forma muy acelerada, cientos de miles de máscaras antigás, para proteger a la población civil de Israel de un eventual ataque químico.
Los alemanes se enorgullecen de su país, pero lógicamente, los alemanes no se sienten bien cuando les hablan del Holocausto, La Segunda Guerra Mundial daño seriamente, la imagen de Alemania a nivel mundial, por que destruyeron su propio continente, y sin la ayuda de USA, UK, URSS, y Francia, no se hubiera hecho realidad la reconstrucción de Europa.
Desde que Alemania e Israel establecieron relaciones en 1965, Alemania ha pagado 39,400 millones de dólares, a sobrevivientes del genocidio nazi que viven en Israel.
Anteayer, Alemania e Israel firmaron un acuerdo bilateral, para estrechar la cooperación militar, cultural, política, y económica.
“The question is never:
Was it wrong.
But:
Was it legal.
And not by our laws, no.
By the laws at the time”
El cine continúa exprimiendo el filón de La Segunda Guerra Mundial, y sus consecuencias en el pueblo, o los dirigentes germanos, en una espiral creativa que parece no tener freno, pero que al menos, está buscando nuevos enfoques temáticos, que en la mayoría de los casos, se alejan un tanto de los campos de batalla, visitados hasta la saciedad por el público.
Ahora, una vez más, hemos de referirnos a los desmanes de tamaña beligerancia, desde un prisma mucho más íntimo, aunque igualmente demoledor.
¿Dónde empieza, y dónde termina la culpa de las personas?
¿Y la de los colectivos?
¿Cómo es posible establecer la responsabilidad cuando hablamos de hechos terribles que, para ser llevados a cabo, necesitaron de la colaboración de miles de individuos?
Y desde el plano personal:
¿Cuál puede ser la actitud, el sentimiento, cuando descubrimos que alguien que ha sido importantísimo para nosotros, ha sido partícipe de un crimen horrible?
¿Muere inmediatamente cualquier afecto, cualquier cariño, o la persona se ve atrapada entre fuerzas opuestas que, literalmente, la dejan inmóvil y anulada?
“The notion of secrecy is central to western literature.
You may say, the whole idea of character is defined by people holding specific information which for various reasons, sometimes perverse, sometimes noble, they are determined not to disclose”
The Reader es una película dramática dirigida por Stephen Daldry en 2008.
Protagonizada por Kate Winslet, David Kross, Ralph Fiennes, Bruno Ganz, Lena Olin, Alexandra Maria Lara, Linda Bassett, Susanne Lothar, Matthias Habich, Ludwig Blochberger, Volker Bruch, Hannah Herzsprung, Jeanette Hain, Jonas Jägermeyr, entre otros.
The Reader obtuvo un Oscar como Mejor Actriz Principal para Kate Winslet y 4 nominaciones:
Mejor película, director, guión adaptado y cinematografía.
The Reader fue la última película producida por Anthony Minghella y Sydney Pollack, que fallecieron antes de que se estrenara, siendo una adaptación de David Hare, de la novela homónima “Der Vorleser” parcialmente autobiográfica, escrita por el profesor de leyes y juez alemán, Bernhard Schlink.
El libro fue publicado en Alemania en 1995, y en los Estados Unidos, traducida al inglés, por Carol Brown Janeway, en 1997; siendo traducido a 39 idiomas.
El tema es el Holocausto, y la forma en la que han de ser juzgados los culpables, y plantea por ello, un dilema moral.
Al mismo tiempo, trata del conflicto generacional de posguerra, sobre todo, en la descripción de la relación del personaje principal, un adolescente, con su padre.
La historia está contada por el personaje principal, Michael Berg, dividida en 3 partes; situado en Alemania, estando las 3 partes en el pasado.
Primera parte: en 1958.
Segunda parte: 7 años más tarde.
Tercera parte: tiempo de edad madura de los personajes.
La novela recibió críticas en su mayoría favorables, tanto en el mundo de habla alemana, como en sus versiones traducidas.
Sobre todo, se alabó el estilo preciso de Schlink, la narración tan directa, y la manera tan particular de confrontar al pasado.
Por otro lado, el autor también recibió varias críticas negativas, respecto de su descripción de los crímenes nazis, que, según críticos como Jeremy Adler, del Süddeutsche Zeitung, se ven simplificados en la novela.
De esta manera, Schlink estaría incurriendo en la falsificación histórica, según aduce.
“The defendant herself is determined to keep this information secret”
El rodaje de The Reader tuvo lugar en Berlín y Görlitz, y terminó en Colonia, los productores recibieron subvenciones por valor de 4,1 millones de dólares del Gobierno alemán, y de organismos federales alemanes.
La vergüenza y el dolor de la Alemania del último siglo, es el puño y letra de este lector que nos presenta Stephen Daldry, consciente de su densidad, y que decide no posicionarse en sus conflictos, dejando al espectador que pensar y reflexionar, sobre todo, ante las difíciles decisiones de sus protagonistas.
De la culpa y el perdón, de la crueldad humana y la incomprensión, de la inclemencia y la piedad…
Sólo un realizador de caligrafía impecable, e inteligencia narrativa como las de Stephen Daldry, podía llevar a cabo semejante discurso, sin incurrir en lo maniqueo, en las condenas inherentes que asoman en tantas miradas al banquillo de acusados del holocausto.
The Reader es una nueva película sobre el Holocausto, y sus secuelas entre los supervivientes, donde vemos algunas vidas aniquiladas por el convencimiento de algunos, al aplicar la legalidad, y otras destrozadas, por la costumbre de no dar cauce a los sentimientos.
Son grandes temas, enormemente complejos, y el guión de David Hare los toca e insinúa, los propone sin ofrecer respuestas concluyentes, y ahí es donde radica el principal interés, impecablemente dirigida, elegantemente narrada, y eficazmente interpretada, especialmente en los casos de David Kross y, cómo no, ENORME Kate Winslet.
Habrá quien pueda reprochar, que la manera en la que se abordan, es necesariamente esquemática, pero en realidad, el libreto ofrece una estupenda pista de despegue para viajar hacia dentro, un punto de partida para la reflexión y el debate.
The Reader tiene ambiciones de expandir, de forma épica, las sensibilidades que derivan de la relación íntima que centra un film narrado con diversos saltos temporales.
Para ello, utiliza un tono nostálgico y melancólico de memoria, con relación erótica de despertar sexual, y edad dispar, un vínculo histórico sobre una época de indudable interés sociológico-histórico, que arrastra emocionalmente a sus protagonistas, y una ligazón entre los personajes principales que significa el valor de la lectura.
Estos aspectos, con interpretaciones muy correctas de sus protagonistas, se fusionan con el enfoque de crear una atmósfera abatida, cosa que consigue, intentado configurar un escenario triste sobre la culpa, la contrición, y la vergüenza.
The Reader toca directamente al espectador, con un ritmo tranquilo y vital, que oculta una profundidad abismal en lo humano pero que sabe diseminar despacio, con una calma, que puede incluso resultar excesiva, las claves de una historia espantosamente creíble, un drama tremendo, que va mucho más allá de la inocencia, o la culpabilidad del personaje, que desglosa una estupenda Winslet, confirmada cada vez más, como una intérprete imprescindible en el panorama cinematográfico actual y futuro.
Y con la odiosa comparación que nace entre la novela y el filme, se puede decir que es una buena adaptación de los hechos, más no del alma de los mismos, la cual no ha encontrado un equivalente cinematográfico adecuado; The Reader adolece de extrema frialdad en algunos tramos, así como de ignorar la constante vergüenza de la nueva generación alemana ante el Holocausto.
El autor de la novela original, Schlink, insistió en que The Reader debía filmarse en inglés, en vez de alemán, ya que versaba sobre la vida en una sociedad post genocidio, suscitando cuestiones que trascendían la Alemania de mitad de siglo.
Daldry y Hare recorrieron los escenarios de la novela con Schlink, vieron documentales sobre el periodo de la historia alemana en la que esta se desarrolla, y leyeron libros y artículos sobre mujeres que habían sido guardias de las SS en los campos de exterminio.
Hare, que rechazó utilizar la voz de un narrador para recrear los largos monólogos internos de la novela, también cambió el final, de manera que Michael cuenta la historia de Hanna a su hija Julia, alegando que The Reader habla de la literatura, como un poderoso medio de comunicar, y en ocasiones, como un sustituto de la propia comunicación.
La referencia al ámbito intangible y en general, oculto de los hechos que se narran, mueve al autor a apoyarse en sugerencias, sutilezas, indicaciones, y observaciones orientadas a movilizar la capacidad de percepción emocional.
En coherencia con ello, los diálogos se abrevian, las expresiones verbales se reducen, el discurso selecciona las palabras justas, e indispensables.
Se dejan señales que invitan a comparar el desarrollo de la acción con “La Odisea” de Homero, entendida como la historia azarosa de un viaje, una peregrinación, o la experiencia de una vida.
Se tratan temas serios e importantes, que poco o nada tienen que ver con lo intrascendente y lo efímero.
Habla de justicia y legalidad, ley y moral, inocencia y culpabilidad, pena y expiación, perdón y olvido.
Habla, también, del paso del tiempo, los prejuicios, el deseo, la crueldad humana, la incomunicación, el aislamiento, el amor, el desengaño, el Holocausto, etc.
Sencilla en sus formas pero compleja en su fondo, brillante en su puesta en escena y sabiamente sostenida por una esplendorosa Kate Winslet, y por un esforzado David Kross, no es pequeña su responsabilidad ni su dedicación a la hora de dar verosimilitud a su rol, a pesar de que su interpretación resulta forzada en ocasiones, The Reader invita una vez más, a expulsar los demonios de la nación alemana, y lo hace con delicadeza, fragmentando la narración en 2 segmentos claramente diferenciados, que llevan al palco de un lado a otro, sin abandonar ese halo a caballo entre lo conmovedor y lo inquietante, que impregna un devenir que perdura en el recuerdo al terminar el visionado.
Y en su honestidad está la clave, una claridad artística que subsana con creces, algunas carencias rítmicas que en otras circunstancias, podrían desequilibrar el resultado final; no es este el caso, y aunque estemos ante un título redondo, podemos quedarnos con la valiosa lección humana que nos enseña, nos recuerda, más bien, lo endebles que podemos llegar a ser en esencia y, por ende, lo frágiles que somos, de cara a los demás, si no tenemos a nadie que nos arrope con su cariño cuando volvemos a casa.
La historia de The Reader se convierte por esta vía, en una metáfora o alegoría de las relaciones actuales del pueblo alemán, con el pasado nazi, más vivo todavía de lo que se advierte comúnmente.
“Only one thing can make a soul complete and that thing is love”
La acción dramática tiene lugar en Alemania, Neustadt, Heidelberg, Berlín... y en EEUU, concretamente en New York City, a lo largo de 37 años, de 1958 a 1995.
Michael Berg (David Kross/Ralph Fiennes) quien durante la Alemania de fines de los 50, en plena adolescencia, tuvo un apasionado romance con una misteriosa mujer mayor llamada Hanna Schmitz (Kate Winslet), de la cual, el joven Michael se enamoró profundamente.
Esta mujer de pocas palabras, vivirá un romance apasionado con el joven e inexperto Michael, pero ella no sabe leer, y él le devuelve su amor leyéndole cuentos.
Hanna fue su primera mujer, y con la cual compartió gratos momentos.
Algo que se hizo muy recurrente en la aventura de ambos, fue que Hanna pedía a Michael que le leyera todo tipo de cuentos, libros e historias, sobre todo, las que él estudiaba en ese momento, debido a que a ella le fascinaban los libros, pero su mayor sufrimiento, vergüenza y frustración era ser analfabeta.
Michael lee cuentos a su amada, con ellos, la evade de su pasado, que él desconoce, y la transporta a otro universo, el de las historias.
Ella soportará su existencia insignificante, gracias a los relatos del joven Michael, dándole un valor descomunal a esas historias.
Un día, Hanna fue ascendida en su trabajo de inspectora de transporte, por lo que fue trasladada de ciudad, haciendo evidente su analfabetismo, y desapareció repentinamente de la vida de Michael.
7 años después, Michael Berg, ya siendo un estudiante de derecho en una prestigiosa Universidad, le toca ir con su curso y profesor, a presenciar el juicio contra un grupo de mujeres, ex oficiales de la SS, acusadas de dejar morir a un centenar de mujeres judías, en un incendio, a fines de La Segunda Guerra Mundial.
El joven Berg se encontrará con una enorme sorpresa, que evocará todo su romance con aquella mujer, que nunca olvidó, y un sinfín de cuestionamientos morales, al descubrir que Hanna es una de las acusadas, en tan polémico juicio.
¿Por qué se declara culpable siendo inocente?
Por la vergüenza que le provocaba que se enteraran que era analfabeta.
Es condenada a prisión perpetua, Michael no se anima a ir a visitarla, posiblemente también por vergüenza, se limita a enviarle grabados los libros que él le había leído durante esas cortas vacaciones juntos.
La vida sigue, Michael se casa, tiene una hija Julia, y al poco tiempo se divorcia.
Es un brillante abogado, pero bloqueado afectivamente, posiblemente reprimiendo este mal juvenil que no se anima a asumir, por la vergüenza que implicaba.
Cuando Hanna sale 20 años después, a los 70 años de edad, no tiene a nadie más que a él, para recibirla estando desamparada.
Ella nota cierta reticencia de él, y decide suicidarse.
No tolera la vergüenza de volver a la vida con esta condena.
Al final, hay un epílogo en 2 partes, que sirven de catarsis para el personaje masculino.
Una notable escena con una mujer (Lena Olin), que estuvo en el campo de concentración, bajo la guarda de Hanna cuando era niña, y que cierra de algún modo, siempre incompleto, las heridas derivadas de ese episodio de la vida de Hanna.
La otra es la escena final, en la que Michael comienza a contar la historia a su hija, lo cual debemos entender, como una acción de confesión liberadora.
El tema de la vergüenza deambula por todo el metraje, como si la condición humana tan limitada, no es tolerada en su profundidad, pero que aquí y ahora es más compleja.
Vergüenza cuando es sostenida por la culpa se hace intolerable.
Hanna se aprovecha de un menor, además se esfuerza por alcanzar metas superadoras, colaborar aunque sea, por obediencia con los nazis.
Lo mismo Michael, deja su familia por este encuentro “prohibido” con Hanna, el abandono durante años de su pequeña hija Julia, como abogado no ayudar a Hanna que le bajan la pena, ya que su analfabetismo la exime de haber escrito aquel documento tan condenable.
Y aquí me asalta una curiosidad:
¿Cómo el abogado que la defendía, desconocía que Hanna es analfabeta, The Reader no nos dice nada en este aspecto, tan crucial en una defensa?
Sin embargo, lo verdaderamente humano es perdonar, y perdonarse.
“I was fifteen.
I was coming home from school.
I was feeling ill.
And a woman helped me”
The Reader es valiente, y aborda temáticas controvertidas:
La relación sexual entre un menor y una mujer adulta, el Holocausto, la omisión de una prueba que puede salvar de la prisión a una persona de turbio pasado, lo que no quiere decir que salga airosa de todas ellas.
Personalmente, lo que más me sedujo de The Reader, es el conflicto existente entre un joven que aprecia, e incluso todavía, ama a alguien que sin embargo, fue partícipe de auténticas atrocidades, un “monstruo”
The Reader es de esas películas intensas, que te agarra y no te suelta más, desgarrándote de a poco, su primera hora de metraje, te sumerge en un romance lleno de sensualidad y erotismo, que hace vibrar con el despertar sexual del protagonista, y la fascinación por esta mujer mayor llamada Hanna interpretada de manera monstruosa por Kate Winslet, que en momentos se ve exquisita en todos los sentidos.
En el primer apartado, su formalismo y elegancia para marcar los tiempos, resultan sencillamente irreprochables.
Daldry deja intuir las diferentes épocas en las que se ubica la historia, más allá de los acostumbrados rótulos, ya sea a través de una colección de sellos, o los juicios que marcaron una Alemania estigmatizada por el horror y la vergüenza.
El director recoge varios momentos, de una Alemania que evoluciona a través del dolor, el rencor, el castigo, y la imposibilidad de olvidar.
Una casualidad vital, vuelve a unir a los 2 protagonistas en un escenario totalmente distinto muchos años más tarde:
Un juicio sobre el holocausto judío.
La focalización puesta sobre el personaje del joven, ayuda a que el espectador conozca a Hanna en el mismo momento que el protagonista, aunque también es verdad que existen pequeños pasajes, donde al espectador se le muestra cierta información relevante, para dibujar más profundamente, el secreto de Hanna que Michael tarda en averiguar.
La segunda parte es sufrida, y cuando entramos con la escena del juicio, vienen una gran cantidad de debates y cuestionamientos, que hacen tomar el famoso dolor de cabeza, si uno se involucra con la trama sufre, se angustia, y el pecho se va desgarrando de a poco.
Asistimos a las clases de Derecho, y al juicio, donde se cuestiona la obligatoriedad de obedecer a una ley injusta, en alusión a Hanna y al resto de colaboradores del régimen nazi que se ampararon en que “cumplían órdenes”, donde se dejan ver las limitaciones del derecho, del positivismo jurídico, y la necesidad de la conciencia para actuar libre y debidamente.
Ahí el profesor Rohl (Bruno Ganz) arroja luz sobre las relaciones entre ley y moral, a la vez que respeta la voluntad y libertad de su discípulo, y la imputada, para no defenderse con la verdad.
Por otra parte, en la única visita que un maduro Michael realiza a Hanna en la cárcel, cuando ella está a punto de salir, el ya abogado la recrimina con que aún no ha aprendido a dejarse guiar por los sentimientos, y liberado de la rígida disciplina de su educación nazi… pero él mismo retira su mano, cuando la anciana Hanna trata de acariciarle en señal de agradecimiento.
Parece claro que Michael necesita también superar su propio trauma adolescente, aprender a abrir un corazón frío y críptico desde aquella experiencia, de la que su divorcio, el trato distante con su hija, o su vida con amantes de una noche son algunas de las secuelas.
Así, 2 juicios en paralelo se recogen en The Reader:
Aquel respectivo a los crímenes contra la humanidad, y el que tiene lugar en el interior de Berg.
La juzgada, en ambos casos, es Hanna Schmitz, indeciblemente compleja, que chocantemente justifica sus actos con una lógica tremenda, a la que le sigue la incomprensión por aquello que sucede a su alrededor, y que tiene por centro a su persona.
Por otra parte, la manipulación de masas durante la época nazi; excusa del comportamiento individual por obedecer órdenes de la autoridad, y la jerarquía de valores por parte de cada uno de los protagonistas:
Hanna prefiere entrar en prisión de por vida, antes de descubrir su orgullo y su secreto humilde.
Y el joven, entre mirar desde la perspectiva fría y profesional, o inmiscuirse dentro de lo personal, termina siendo el aspecto más interesante de esta segunda mitad y, en definitiva, de todo el metraje.
Dos pasiones, una oculta por el rostro enigmático de Hanna, y otra manifiesta en el errático comportamiento adolescente de Michael:
Estamos en el territorio del placer artístico-literario, es gráfica la escena en la que Hanna escucha al coro de niños, y del placer sexual, ambos mantenidos en secreto y sometidos a la disciplina, o la moral, por sus protagonistas.
La relación prohibida de Hanna y Michael, construye un juego sadomasoquista de intercambio de culpas, su amor es la parábola de un pueblo avergonzado por no ver e interpretar, cuando pudo haberlo hecho.
Dos seres que han vivido encerrados en un trauma, sin dejar que el aire fresco penetrara en su alma, sin permitir que los sentimientos jugaran su papel, o la conciencia encontrara el camino en medio de una legalidad inhumana.
A ella no le quedó mucho margen para reparar el error de su vida, aunque lo intentó a través de los libros.
Él, aún tendrá su oportunidad gracias al sacrificio de la mujer que le marcó y hundió en su adolescencia, y que ahora, de alguna manera, le ha rescatado para la vida.
Ley y moral, conciencia y comportamiento, pasión y sentimiento… elementos de la vida de Hanna, de Michael, y de todos los individuos, que claman por una armonía conciliadora.
La pasión provoca una inevitable ceguera sentimental en un joven que madura demasiado pronto, y llega a la adultez con excesiva rapidez, chocando frontalmente, con sus compañeros de generación, desconocedores de primera mano de los trágicos acontecimientos de los que sus compatriotas han sido responsables, tan sólo unos lustros atrás; al colisionar frontalmente con la verdad, y con el acto, extrañamente pueril, más derivado de la vergüenza que de la culpabilidad, que hará virar para siempre, el curso de la existencia de su antigua idolatrada.
Michael se agarrota de manera definitiva, en un bombardeo de emociones contradictorias, entre la repulsa y la fidelidad, a quien le abrió las puertas de la vida y cambió su percepción del mundo.
El pesar general de la sociedad germana, envuelve el abatimiento eterno de la pareja protagonista, y distintos serán los caminos elegidos para purgar el dolor de unos y otros.
Ninguno funcionará:
Las heridas del horror nazi siguen supurando aún en la actualidad, y aún habrán de pasar largas décadas, para que su sombra quede sepultada en las arenas del tiempo, que no del olvido; pero el daño, la ira, el sufrimiento de la dupla central del relato, jamás abandonará sus almas.
El otro tema, que desde mi punto de vista es más importante que la relación amorosa, es el miedo, la vergüenza, y la cobardía que asalta a los 2 protagonistas en el punto central de la historia, en el que ambos dejan de hacer algo, y como consecuencia, una vida queda totalmente arruinada, y la otra queda marcada y atormentada.
Un cuaderno en blanco con un lapicero encima, representa ese momento para la mujer.
Una fría tarde de invierno en el patio de una cárcel alemana, es el momento para el joven.
Ambos tienen una oportunidad para que se haga justicia… ninguno actúa.
Secundariamente, The Reader incluye un emocionante canto de amor hacia la literatura, por más que extienda dudas sobre la tan repetida capacidad del arte literario para crear belleza y espantar la barbarie.
Pero es que es en este punto, cuando el personaje de Winslet se transforma en todo un símbolo de una nación culta y civilizada que, sin embargo, incubó el huevo de la serpiente.
Pero poco importa cuando las referencias a Chéjov, Homero, y otros tantos autores que el joven Michael le lee a Hanna, en sus furtivos encuentros amorosos, se revelan también como poderosas válvulas de escape de cualquier prisión, incluida la moral.
Y es que tras un sensual acto introductorio, The Reader acusa una serie de desalentadoras contradicciones...
Se muestra la desnudez sexual de Hannah cuando, realmente, necesitamos pruebas de su desnudez moral.
Dicho de otro modo:
Lo que se nos cuenta, altera radicalmente el significado de lo que vemos.
Y es cierto que se muestra la desnudez moral de Hannah, pero también se muestra su virtud e ingenuidad conservadas, ya que la interpretación de Kate Winslet es magnífica a la hora de mostrar la fascinación estética de este alma atrapada en su determinación social, escenas como la de la iglesia, o las primeras lecturas, muestran esas ansias de verdad que residen en ella, por otra parte, sus respuestas ante el juzgado, denotan la anotación del profesor:
“Tenemos que juzgar no la moralidad del acto, sino la legalidad de su época”
Ya que el deber de ella, fue el de mantener el orden, de una manera incuestionable, ya que la alienación de una persona analfabeta en la primera mitad del siglo XX, podía resultar inocente.
Desde otro punto de vista, el aprendiz de abogado, se convierte en juez, a la hora de ocultar la verdad que podría haber salvado a Hannah, sin embargo, su visita al campo de concentración, y la contradicción de no humillar a su amada que sentía vergüenza de mostrar la verdad, lo llevan a amarla en silencio, sin afrontar la cuestión planteada por su compañero, que critica el uso de las 6 mujeres como chivos expiatorios.
Finalmente, quiero destacar lo dicho por Hannah:
“He aprendido a leer” que me recuerda:
“Tú me haces ser mejor persona”, frase del film “As Good As It Gets” (1997) que podría reducir el significado de The Reader, ya que la historia de Hannah es una historia de salvación, de perdón hacia su pasado, aunque para ella supusiera un compromiso determinado por su trabajo, ella sabía que lo hecho está mal, de ahí su introversión e incapacidad para ser amada.
Destaca también, la crítica que se hace hacia el victimismo de los supervivientes, que, en la figura de Rose Mather (Lena Olin) en 1995, que no puede perdonar a una Hannah, usada como cebo de la justicia, absolución que no puede dar, ya que ha basado su vida en una reposición de su infancia perdida, dado el hecho de que no acepta el dinero, pero si la lata, que a cierto modo, viene a reponer esa pérdida que tuvo, hecho que no se le aplicó a Hannah, ya que nadie consigue atravesar su caparazón creado por la robustez de su vida.
“I'm not frightened.
I'm not frightened of anything.
The more I suffer, the more I love.
Danger will only increase my love”
Los actores principales, todos alemanes, exceptuando a Fiennes, Winslet y Olin, decidieron emular el acento alemán de Kross, que aprendió inglés expresamente para The Reader.
Como curiosidad, las escenas de sexo se rodaron después de que Kross cumpliera los 18 años.
En The Reader vemos a una Kate Winslet asombrosa, inquietante en su capacidad de inspirar, tanto desprecio como piedad, en un papel que se presume como el mejor de su carrera.
Un personaje brillantemente construido, y una actriz que lo entiende e incorpora a la perfección, sólo así haciendo posible la construcción de sólidos discursos en torno a la culpa y el abandono.
Hanna carga con su culpa y, por ende, con la de un sistema perverso, sostenido por prácticamente todos los alemanes.
Su condena descarga conciencias.
Ella también, intenta ir descargando la suya, poco a poco.
El personaje de Hanna contiene matices indescifrables, que se esconden entre el amor y el interés; la portentosa imagen de Kate Winslet es llevada a la pantalla por distintas etapas, que van develando la personalidad de su personaje, aquel que no terminamos de comprender.
Dicha ignorancia, puede ser frustrante u obsesiva, quizá más bien ilegible, absorbente, una gama de sensaciones que pueden desagradar al espectador que se topa con la incertidumbre y la frialdad de la ignorancia.
De ahí vienen algunas de las escenas más emocionantes de The Reader, con un Michael maduro, magníficamente interpretado por el gran Ralph Fiennes, grabando clásicos de la literatura para enviarlos a su antigua amante.
El reencuentro entre los 2, ya en los años 80, será bastante patético y sus consecuencias finales, trágicas.
Michael también se ve salpicado por la culpa, siente que podía haber hecho más por Hanna, y por su propia conciencia, marcada por el amor que ha seguido sintiendo por ella.
Después de todo, es un privilegiado:
Nació después de la guerra, y no tuvo que someterse al régimen imperante, como tantos alemanes hicieron por mera comodidad, o por inercia.
Por otra parte, la debilidad masculina del protagonista, anclado en la ya demasiado sobada temática de la melancolía del hombre, tras la relación sexual que lo ha empapado, sobre todo, la novela contemporánea, en carnes de un Ralph Fiennes afectado por las emociones y con lágrimas en los ojos en más de una ocasión, hacen que la dureza, la compostura, y los principios estrictos de Hanna ganen todavía más en fascinación por puro contraste.
Y es que, Kate Winslet vuelve a bordar un personaje que no solo tiene el perfil comentado, sino que añade el del descubrimiento tardío, hacia la palabra escrita y el afán por volar mentalmente, en la cultura de los libros.
A la par, me parece una cuestión meramente representativa, pues con la falta de certidumbre, logramos convertirnos en el joven lector, que poco a poco irá confundiéndose hasta comprender menos lo que ya tenía establecido, así The Reader no es una relumbrante esclarecimiento sobre la zozobra humana, es más una tortuosa imagen que se niega a ser develada.
“What we feel isn't important.
It's utterly unimportant.
The only question is what we do.
If people like you don't learn from what happened to people like me, then what the hell is the point of anything?”
El Nazismo será una sombra difícil de olvidar y desasociar al Fanatismo del Orden Germánico, sea como sea, este tipo de locuras termina pagándolas todo un pueblo, no solo una persona que reconoce su culpa, cuando “patria e inmoralidad” se rozan por encima de “patria y justicia”
¿Qué priorizamos?
¿Moralidad o amor?
¿Expiación o condena?
¿Reinserción según qué o quién?
¿O cadena perpetua para todo crimen... Sin condiciones?
A pesar de lo que sostengan los moralistas de siempre, el contexto histórico y político, es apenas poco más que un recurso dramático, tan válido como el absurdo inglés con acento alemán que hablan los personajes.
Al no haber pretensiones fuertes de “veracidad histórica”, el resultado final puede resultar un poco desconcertante en un buen sentido de la palabra, teniendo en cuenta también, una última tragedia que cierra la historia, y deja abiertas varias cuestiones para sacar conclusiones propias.
The Reader es controversial porque muestra escenas sexuales explícitas entre una mujer adulta y un adolescente, y para colmo, su relación es muy fría, sin sentimientos de por medio, puede resultar un poco chocante.
Lo complicado de The Reader, continúa cuando Michael descubre quién era realmente Hannah, y queda notablemente herido y, si bien por lo que se muestra se ve que no era “pro nazi”, nunca se olvida de ella y sigue, digamos, “enamorado” hasta cuando tiene 40 años.
Sinceramente, a mí más que cualquier escena sexual que pueda haber, lo que más me chocó fue eso:
Que Michael no haya dicho nunca “esta mujer mató a 300 personas, y seleccionaba a las mejores y peores para asesinarlas, vomitaría del asco que me da y no quiero verla nunca más”
The Reader, si bien nunca se manifiesta a favor del nazismo, ni justifica a personas como Hanna Schmitz, muestra que esos criminales son personas también, a pesar de todo, y eso puede haber sido lo que me resultó un tanto extraño.
“I have a piece of information, concerning one of the defendants.
Something they do not admitting”
En la vida real, Adolf Eichmann fue el hombre encargado de planificar la muerte de millones de personas, por el gobierno Nazi durante La Segunda Guerra Mundial en campos de exterminios.
En especial de personas de origen judío, aunque no los únicos.
Y curiosamente, se afirma que Eichmann nunca fue antisemita, tampoco una persona llena de odio.
Simplemente era un buen burócrata.
Tras la guerra, huyó a Argentina donde fue capturado por un comando israelí, y tras un breve juicio, ahorcado en 1962 en Tel Aviv.
En el juicio, todos esperaban a ver un monstruo, pero vieron a una persona normal.
El hombre que condenó a tantas personas, al dolor y la muerte, era una “persona normal”
Amigo de sus amigos, cariñoso, simpático, incapaz de infligir dolor físico por su cuenta, siempre pendiente de no decir una palabra de más que pudiera ser hiriente, con millones de muertos a sus espaldas.
No, algo no puede andar bien.
Años más tarde, la filósofa Hannah Arendt, periodista presente en el juicio, publicó un libro, que se conoce como “La Banalidad del Mal”, donde explica que Eichmann, no fue más que uno de tantos alemanes, que en un principio no se posicionaban ni en contra, ni a favor del régimen Nazi, que no albergaban odio ni resentimiento, ni siquiera, en muchos casos, deseos de grandeza, tan solo eran personas que hacían su trabajo.
Gente que en una democracia hubieran rendido igual de bien, que en una dictadura.
De hecho, en una democracia habrían terminado por ser grandes figuras públicas por los servicios prestados.
Eichmann nunca pensó en el bien y mal, tan solo en cumplir con su trabajo de la manera más eficaz posible.
La dignidad, o “cualidad de digno” por su parte, deriva del adjetivo latino “digno” y se traduce por “valioso” y hace referencia al valor inherente al ser humano, en cuanto ser racional, dotado de libertad y poder creador, pues las personas pueden modelar y mejorar sus vidas, mediante la toma de decisiones y el ejercicio de su libertad.
La educación juega aquí un papel importante, puesto que el auténtico ejercicio de la libertad, más allá de la arbitrariedad del comportamiento extremo, exige la formación de la inteligencia y de la voluntad, facultades específicas del espíritu humano.
Lógicamente, el presupuesto es el de la existencia de cierto grado de libertad posible en el ser humano, y la negación de un determinismo radical.
La universalización o globalización de la dignidad, es un presupuesto para la consecución de una verdadera emancipación y pacificación moral de la humanidad:
El ser humano, varón o mujer, niño o anciano, enfermo o sano, religioso o ateo, malvado o benevolente, blanco o negro... es “siempre digno”, porque puede decidir qué ser, porque no es sólo lo que es, sino también sus aspiraciones y proyectos personales.
Incluso, al ser más abyecto, hay que reconocerle la posibilidad de ser otra cosa que lo que es.
Así, la vida humana es respetable siempre, porque puede ser algo más que vida, vida con sentido, o sea, biografía.
La dignidad se basa en el reconocimiento de la persona de ser merecedora de respeto, es decir, que todos merecemos respeto sin importar cómo seamos.
Al reconocer y tolerar las diferencias de cada persona, para que ésta se sienta digna y libre, se afirma la virtud y la propia dignidad del individuo, fundamentado en el respeto a cualquier otro ser.
La dignidad es el resultado del buen equilibrio emocional, a su vez, una persona digna puede sentirse orgullosa de las consecuencias de sus actos, y de quienes se han visto afectados por ellos, o culpable, si ha causado daños inmerecidos a otros.
La misma dignidad que nos pone por encima de la naturaleza, pues podemos transformarla también en nosotros mismos, contenerla, regularla, nos hace responsables.
Un exceso de dignidad puede fomentar el orgullo propio, pudiendo crear la sensación al individuo de tener derechos exclusivos, como los privilegios.
La dignidad refuerza la personalidad, fomenta la sensación de plenitud y satisfacción.
Para justificar la esclavitud, se decía que el esclavo no era persona humana, sino un objeto, al igual que judíos, gitanos y homosexuales durante el nazismo.
Es constante en la historia de la humanidad, negar la dignidad humana para justificar y justificarse en los atentados contra ella.
La referencia a la dignidad está siempre presente en los instrumentos fundacionales del derecho internacional de los derechos humanos, nacido luego de concluida La Segunda Guerra Mundial.
En tal sentido, se destaca ante todo, la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, que invoca en su Preámbulo:
“La dignidad intrínseca... de todos los miembros de la familia humana”, para luego afirmar:
“todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”, en su artículo 1°
Con posterioridad, el concepto de dignidad humana fue retomado por los 2 Pactos internacionales de derechos humanos de 1966, y por la mayoría de los instrumentos condenatorios de una serie de prácticas directamente contrarias al valor esencial de la persona, tales como la tortura, la esclavitud, las penas degradantes, las condiciones inhumanas de trabajo, las discriminaciones de todo tipo, etc.
En la actualidad, la noción de dignidad humana tiene particular relevancia en las cuestiones de bioética.
Asimismo, un gran número de Constituciones nacionales, sobre todo las adoptadas en la segunda mitad del siglo XX, hacen referencia explícita al respeto de la dignidad humana como fundamento último de los derechos enumerados, y como la finalidad esencial del Estado de Derecho.
En tal sentido, se destaca la Constitución alemana de 1949, que como reacción a las atrocidades cometidas durante el régimen nazi, establece en su artículo 1° que:
“La dignidad humana es intangible.
Los poderes públicos tienen el deber de respetarla y protegerla”
La dignidad humana, contiene elementos subjetivos, que corresponden al convencimiento de que las condiciones particulares de vida, permiten alcanzar la felicidad y de elementos objetivos, vinculados con las condiciones de vida que tiene la persona, para obtenerla.
Así las cosas, se determinó a la Dignidad Humana, como un derecho fundamental.
La ponderación de estos elementos, constituye una parte importante de la evolución del derecho Constitucional de la mayoría de los países, así como una de sus mayores discusiones, sobre todo a la hora de sopesar la Dignidad Humana con otros derechos fundamentales.
Si bien, The Reader hace una ligera referencia al silencio cómplice, la hipocresía y las culpas repartidas en la sociedad alemana, respecto de las atrocidades del pasado, la historia de sus protagonistas bien podría haberse desarrollado en cualquier sociedad, cuyo pasado reciente esté marcado a sangre y fuego por la violencia de algún régimen totalitario.

“It doesn't matter what I feel. 
It doesn't matter what I think.
The dead are still dead”



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