Blind Date

“Sex... as frank as life itself!
Murder... as baffling as a nightmare!”

Sobre la controvertida figura del cineasta estadounidense, Joseph Losey, han llovido ríos de tinta que convierten en un acto repetitivo sin apenas interés, cualquier intento de acercarse ligeramente a su enigmática mitología.
Como todo buen aficionado conoce, Losey fue una de las víctimas propiciatorias de la miserable Caza de Brujas llevada a cabo por el senador McCarthy, a principios de los años 50.
Comunista convencido, al de Wisconsin no le quedó más remedio que emigrar a tierras británicas para seguir desempeñando su carrera como autor, no solo cinematográfico, sino igualmente teatral.
De sobra es conocida la fascinación que sentía el director por las tablas escénicas, siendo el teatro, el primer y casi único amor que conquistó a Losey a lo largo de su trayectoria profesional, quizás por encima del propio universo cinematográfico.
Ello se advierte en sus mejores y más emblemáticas obras para el cine, las cuales conservan ese tono teatral asfixiante que tan buenos resultados conllevaron a la hora de traducir al Séptimo Arte.
“I don’t lie on any floor for anybody”
Blind Date es una película de suspense, del año 1959, dirigida por Joseph Losey.
Protagonizada por Hardy Krüger, Stanley Baker, Micheline Presle, John Van Eyssen, Gordon Jackson, Robert Flemyng, Jack MacGowran, Redmond Phillips, George Roubicek, Lee Montague, entre otros.
El guión es de Ben Barzman y Millard Lampell, basados en la novela homónima de Leigh Howard, seudónimo usado por Leon Alexander Lee Howard, y publicada en 1955.
Sirviéndose en versión libre de la novela, Losey contrasta las clases sociales para mostrar cómo, en muchos casos, las apariencias engañan, y de repente la gente resulta ser muy contraria a lo que parece.
Pero su alegato lo hace con altura, sin emitir juicios, y dando a cada quien, las mejores razones para explicar sus actuaciones.
En todas ellas, se aprecia el personal humanismo de este realizador; como bien había manifestado:
“Todo ser humano aspira, al menos una vez, a la plenitud de la vida, pero si ella no la alcanza en la pareja, no se alcanzará en ninguna parte.
Uno puede ser filósofo, moralista, o tener éxitos, pero si no tiene amor ni deseo, si su vida es sólo una larga y confusa batalla íntima, jamás encontrará la plenitud”
El estilo de Joseph Losey, de herencia brechtiana y expresionista, es riguroso y depurado.
Es un prodigio de creación artística, por su preocupación por la perfección técnica de la narrativa, que se manifiesta en el dominio del ritmo y el decorado, del empleo de la luz y la música y, a la vez, de los objetos y el diálogo.
Blind Date, promocionada en EEUU como “Chance Meeting”, forma parte de su etapa británica; pues Losey fue uno de los afectados por La Caza de Brujas, y que optó por el exilio para seguir rodando tras la cámara.
Así crea una intriga con todos los ingredientes necesarios:
Asesinato, falso culpable, investigación policial, mujer fatal… para en realidad, contarnos otra cosa que le interesa más:
La lucha de clases.
Ilusionado y trayendo en su mano una violeta que seguramente usará para expresar el afecto que siente, el pintor y galerista holandés, Jan Van Rooyer (Hardy Krüger), ingresa en el apartamento en el que, la francesa Jacqueline Cousteau/Lady Fenton (Micheline Presle) le ha citado.
Al no verla en casa, el joven piensa que quizás dejó la puerta abierta para que pudiese entrar, mientras ella hace alguna rápida diligencia…
Pero quien entra luego, es la policía, y seguidamente, El Inspector David I. Morgan (Stanley Baker), con lo que Van Rooyer va a resultar implicado en un asesinato…
¡El de Jacqueline Cousteau!
Entonces, vamos a conocer la particular historia de amor que se produce entre una muy bella mujer, cuya personalidad se confunde entre la prostituta camuflada y la mujer sofisticada de clase alta; y un escéptico y desconfiado pintor, cuyo temperamento arisco, también se entremezcla con el de un hombre bueno dedicado al arte.
Entre este par de contradictorias personalidades, hubo una gran atracción, y el inspector deberá dilucidar, si fue Van Rooyer o alguien más, quien acabó con la vida de la linda Jacqueline.
El resto de la historia, es predominantemente contada en “flashback”, de cómo Rooyer y Cousteau se juntaron, y la relación eventual con la mujer fatal y madura, que envolvió a un pintor desafortunado alrededor de su dedo; al tiempo que el director examina temas candentes, como la conciencia de clase, el erotismo, la ebullición política, la corrupción, la misoginia, y en el quid de la historia, hay un misterio muy complicado que resolver.
Blind Date es una pequeña película hecha con un presupuesto modesto, pero tiene ambiciones claras, sin descuidar en contar una buena historia.
“Men like you, or come to the top or never come to anything
Esta interesante película de Joseph Losey, es una historia de intriga, de cine negro, que aparentemente abunda en los tópicos del género, pero que alberga un trasfondo crítico, concerniente a las clases sociales, y a la imagen que proyectan de sí mismas.
Sin embargo, bajo esta apariencia de “noir” clásico, esconde algo en su exoesqueleto, todas las obsesiones de este fantástico cineasta, alcanzando desde la persecución paranoica de un inocente por parte de poderes invisibles ligados a las altas esferas sociales, como La Caza de Brujas, siempre presente en la atormentada mente de Losey; la puesta en escena más perteneciente al cosmos del teatro que al del cine; la asfixia que el encierro existencial y la soledad propicia en los seres humanos; o por poner otro ejemplo, las consecuencias que los pérfidos juegos de seducción, y falsos artificios pueden incitar en la lánguida persona de un ingenuo sin maldad ni ambiciones dinerarias.
Lo primero que llama poderosamente la atención, es su estructura descansada estrictamente en los paradigmas del teatro.
Así, Losey construyó su obra, como una especie de entremés dividido en actos, cada uno de los cuales, situado en un entorno exclusivo que sirve de escenario para desarrollar cada una de las maniobras dramáticas que tejen la trama.
En este sentido, ciertamente cautivador, resulta el hecho de que la historia fluya con el ínfimo apoyo escénico que ostenta, pues la trama fija su devenir en lugares de los que no son capaces de escapar los actores, gracias a la afilada cámara de Losey, que continuamente seguirá los pasos de los mismos a lo largo de las habitaciones y estrechos pasillos que atosigan la vestidura vital de los protagonistas; sin que ello repercuta al resultado final de la obra, la cual pasa en un abrir y cerrar de ojos, a pesar de la aparente rigidez que la ausencia de escenas exteriores y transiciones melodramáticas.
La trama parte de la típica historia policial de investigación de un asesinato, a la que se une la presunción de culpabilidad de un inocente, que por los avatares del destino, se encuentra en el lugar equivocado, en el momento más inadecuado.
Esta argucia muy explotada en la literatura y el cine clásico, es transformada por Losey, en una especie de “macguffin”, que es empleado para pintar una fábula social, que arroja su bilis en contra de los convencionalismos y las malas artes propias en las clases adineradas que ostentan el poder con mano de hierro, para fustigar con él, la insípida felicidad de los pobres diablos, inmersos en los perversos juegos políticos y sociales, llevado a cabo por los poderosos.
La historia empieza mostrando un tono que nada tiene que ver con lo que luego se irá desarrollando ante nuestros ojos.
Los créditos transcurren con una música alegre, siguiendo a Jan Van Rooyer que se baja de un autobús, y pasea feliz y alegre por las calles.
Va sin duda, al encuentro de alguien que le hace feliz:
Compra un pequeño ramo de flores, parece sin duda un hombre enamorado.
Hasta que llega a una casa donde la puerta está abierta.
Entra y llama a una mujer “Jacqueline”
No está... y le seguimos en su recorrido por toda la casa.
Deja el abrigo en un sillón, y va por todos los aposentos.
Toca ilusionado los objetos de la mujer amada... y de pronto ve un sobre a su nombre, con una importante cantidad de dinero dentro, que en un principio deja donde lo ha encontrado.
Pone música a todo volumen, hasta que de pronto irrumpe una pareja de policías…
Y entonces empieza la intriga y la pesadilla de Van Rooyer, que se verá a partir de ese momento, encerrado primero en la casa de la víctima, y después en la comisaría, como principal sospechoso de un asesinato.
En un principio, el que toma el mando de la investigación, es un rudo inspector de policía, que primero se muestra bastante contundente con el sospechoso, pues le considera culpable, hasta que poco a poco va dejando paso a la certeza de la duda.
Por una parte, siente la presión de sus superiores y compañeros, de buenas familias, y con otros modales, que tratan de proteger a un tercer implicado en el caso, un poderoso, y que tienen prisa en que se declare culpable el pintor, y que no trascienda demasiado lo ocurrido; y por otro, quiere realizar correctamente bien su oficio, con un acusado sentido de la justicia, aunque sepa que puede suponer una traba para su carrera profesional.
En definitiva, El Inspector Morgan quiere llegar al final del caso, e indagar en todas las dudas que se le presentan.
Así se va estableciendo una interesante relación entre el pintor y el inspector, porque ambos además, actúan bajo presión… y terminan colaborando juntos para la resolución del caso.
Entre medias, está la dama en cuestión...
La víctima.
Para el pintor holandés, es una dama importante, casada y con clase, que inicia una tormentosa relación con él.
Pero para el inspector, al indagar en su casa, y al oír a algunos testigos, no es más que una mujer vulgar de mala vida.
Por ahí viene su primera duda y certeza:
No calza lo que va descubriendo de la víctima, con la descripción que realiza el pintor de su amante.
Y esa ambigüedad, enriquece cada vez más la trama.
A la víctima, la vamos conociendo además por los “flashback” del pintor holandés, que nos cuenta su pasional, erótica, y compleja relación, que no sólo les afecta el factor diferencial de edad; pues el pintor es bastante más joven que ella, sino también los distintos orígenes y maneras de comportarse en ciertos aspectos cotidianos.
La autenticidad brutal del hombre, su naturalidad y su fisicidad, ante la sofisticación, apariencia y distancia de la mujer.
Así tenemos a un trío:
El primero, es el inspector de policía inglés de origen obrero, Morgan.
El segundo es el pintor holandés, sospechoso de asesinato.
Y la tercera, es la víctima en cuestión…
De los 3, el personaje más complejo y con más matices, es el realizado por el inspector Morgan.
Pero las relaciones que se establecen entre los 3 personajes, son apasionantes.
El centro, siempre será el atractivo pintor holandés, también de origen obrero.
Él es el nexo de unión; que es continuamente interrogado por el inspector, y por otra parte, describe y cuenta a través de “flashback”, la relación que mantenía con la víctima.
En este caso, el clasismo se manifiesta a través de los 2 personajes protagonistas, ambos de orígenes obreros, que son el principal sospechoso, un joven pintor; y el inspector encargado del caso.
Ambos nos son presentados bajo la presión que ejercen sobre ellos, diversos representantes de las clases acomodadas, ya sean estos, una mujer acaudalada con una posición social a mantener; o la cúpula policial, interesada en apuntalar la respetabilidad y las apariencias por encima incluso de la verdad.
Son muy reveladoras a tal efecto, las conversaciones que surgen entre Jan y su respetable amante, en las que las diferencias de clase resultan constantemente subrayadas, así como las que paralelamente sostienen el inspector y su superior, igualmente explícitas, quedando al descubierto, la hipocresía del segundo, cuyo principal afán es proteger a uno de los suyos, advirtiendo sibilinamente al inspector de las consecuencias que para él se seguirían en caso de no abordar el asunto de la manera adecuada.
El argumento, parece bastante común:
Un crimen misterioso, un aparente culpable, un romance narrado en “flashback”, y la investigación a cargo de un enérgico inspector parecen, en conjunto, aspectos poco originales; pero en realidad, Losey aprovecha tal argumento, para proponer su habitual reflexión acerca de las diferencias sociales, y de cómo estas propician un mundo de apariencias y presunciones, en el que “los de arriba” se imponen, o tratan de imponerse a “los de abajo”, en los cuales, el clasismo burgués ocupa un lugar central en lo que al argumento se refiere; todo ello con unas impecables interpretaciones, que hasta el final mantiene la tensión, sobre todo porque no se nos dan los datos más importantes, hecho que tal vez no nos deje “jugar” e intentar adivinar si el protagonista es el verdadero asesino o no, y si no lo es, quién, y porqué.
Blind Date es una maravilla desde el punto de vista narrativo, siendo un perfecto ejemplo, de cómo una simple rutina de suspense, termina mutando en algo más que una típica historia de asesinatos pendientes de resolver, dejando que la trama recorra sin prisa, pero sin pausa, las complicadas aristas que la componen, hecho este que sustentará el armatoste melodramático, el cual se sigue con sumo interés, gracias a ese ritmo “in crescendo” con el que el director esculpió su obra.
Así pues, el rompecabezas que propone Losey, lejos de resultar enrevesado y artificial, evolucionará hacia una dimensión más propia del cine social británico de los 60, el “Free Cinema”, sin que ello repercuta negativamente en la concepción de puro suspense, en la que se engloba la línea principal de la película, saliendo Losey por tanto, victorioso del atrevimiento sumamente arriesgado que planteó a nivel melodramático.
Un elemento interesante en el cine de Losey, es el empleo de los espacios cerrados como cárceles para los protagonistas, y el uso de los espejos en las distintas escenas, donde se refleja el estado de ánimo del personaje o las relaciones complejas entre ellos.
La realización es correcta, muy centrada en espacios interiores, más bien pequeños, en los que se encuadra eficientemente a los personajes, nunca demasiados al mismo tiempo.
Otro rasgo estilístico deliberado, es la diferente iluminación, según se aborde el pasado, predominan los colores claros; o el presente, preponderancia del contraste.
A destacar la secuencia en la que Jan entra en la casa de su amante, recorriéndola con detalle y despreocupación, hasta la súbita aparición de la policía, toda ella magníficamente narrada y planificada.
Y llama la atención la circularidad de la película, cuya secuencia inicial, tiene su respuesta inversa en la final.
Porque Blind Date contiene bajo su dinámica superficie, que conjuga con habilidad el género de intriga con una perspicaz concepción teatral, con escasos escenarios y personajes pero sobre todo, una implícita reflexión sobre las apariencias y la representación; una mordaz corriente interna que rehúye la explicitación.
O cómo el descubrimiento de un cadáver, en las primeras secuencias, lleva a destapar el “cadáver” de ciertos quistes sociales, la oposición entre la entrega emocional y la sujeción al fingimiento como mantenimiento de una posición; las tensiones consecuencia de las diferentes extracciones sociales, y sus estigmas correspondientes.
Todo esto, Losey lo conjuga con agudeza, integrada en la acción dramática, narrada con fluidez y precisión, a reseñar su buen trabajo, sin forzar composiciones, en la relación de los personajes dentro del encuadre, sin incurrir en lo que lastraría su cine a partir de la segunda mitad de los 60, una tendencia a la explicitación del discurso, y a lo estetizante.
Una vez más, véase cómo se sirve en la primera secuencia para presentar el espacio donde va a tener la mayor parte de la acción, con las evoluciones de Jan por las diversas estancias del piso, hasta que irrumpen en el encuadre, y la falta de golpe de efecto hace que sea más eficaz; con 2 policías de uniforme, a los que al poco tiempo se une el inspector encargado del caso, Morgan.
La narración brilla más en las secuencias de diálogo, que es más pulso entre Jan y Morgan, que en los “flashbacks” que explican su relación con Jaqueline, rica mujer de la que se prendó, convirtiéndose, a su pesar, en amante ocasional.
Claro que desde la perspectiva de Morgan, Jan se le aparece con otra imagen o concepción.
Y este es uno de los aspectos más atractivos, y que inciden en las resonancias de su título original, “Blind Date” o “Cita a Ciegas”
Dando a entender el sórdido mundo “underground” de la prostitución…
¿Pero de quién?
En Jan, pese a que su dedicación, se sostiene sobre la mirada, la observación, pues es pintor, su discernimiento está ofuscado por sus sentimientos; aunque no esté de acuerdo en cómo está tramada la relación con Jacqueline, esa clandestinidad, esa invisibilidad, escanciada en encuentros muy separados en el tiempo.
Anhela la proximidad, pero la relación se rige por la distancia, la temporal; la que ella interpone.
En cuanto a Morgan, pesa su condición de anomalía, casi de intrusión, por su origen humilde, es hijo de obrero, a diferencia de sus compañeros de mismo rango o superiores, todos de extracción de clase alta.
Esto propicia su ofuscación a la hora de enjuiciar, o discernir a Jan, porque ve en él, cierto reflejo, o cómo podrían verle a él, alguien que se aprovecha de los ricos para disfrutar de los lujos, de la posición privilegiada, un mero gigolo sin escrúpulos.
De la misma manera… Morgan ve en Jan, una representación de lo que abomina, y aunque tenga otras sospechas, por ello se muestra inclemente con él:
Es cómo revolverse contra la imagen que otros, sus compañeros, ven en él.
Aquello en lo que no quiere verse, el estigma contra el cuál no puede rebelarse en su entorno y que le persigue.
Con lo cual, y por eso hace de Morgan un personaje tan atractivo, lidia entre su agudeza de policía, su afán de justicia, que no se arredra a replicar a su superior, con la ofuscación que, en el fondo proviene de la necesidad de sentirse reconocido, aceptado, no estigmatizado por su raíz social.
Como en Jan, pesará esa combinación de bohemia artística con precariedad material que le convierte inevitablemente en figura sospechosa, además, es extranjero, holandés.
También en este aspecto, puede rastrearse la experiencia que vivió el mismo Losey, cuando fue acusado por El Comité de Actividades Norteamericanas, viéndose impelido a abandonar el país, y recalar en Gran Bretaña donde realizó gran parte de su carrera.
A pesar de lo expresado, en su obra se capta cierta postura moralizante, bañada de un pesimismo crónico acerca de la condición humana.
Es un moralismo al revés, que bebe en su anarquía interior, en ese desacuerdo con todo orden establecido:
Político, social, religioso…
Por ello, Joseph Losey pretende incidir en el ánimo del público, a través de la miseria de los personajes, habitualmente marginados, incomprendidos, presos de un determinado status; de sus víctimas o en los antihéroes.
De las interpretaciones, presentan un buen nivel en general, destacando el trabajo de Micheline Presle como Jacqueline/Lady Fenton, y el de Stanley Baker como inspector Morgan, francamente notable.
Y sobre todos ellos, Hardy Krüger, el joven insumiso, al que hay que conocer para poder entenderlo; pues nos identificamos realmente con su frustración al encontrarse en una situación que está más allá de su comprensión y control.
Por último, la banda sonora de Richard Rodney Bennett, agradable para impulsar el suspense y la ambigüedad.
“I understood the London police were famous for being polite, decent people”
Con el estreno de Blind Date, se rompía el mito que alrededor del director, Joseph Losey habían creado las revistas especializadas.
Con un poco de confianza en quienes escribían sobre él, por haber visto en el extranjero sus cintas, y un mucho de fe y esperanza en la creencia de que algún día vendrían, el espectador se vio satisfecho en principio con este título que confirmaba, cuánto había oído y leído.
Y es que Joseph Losey es un auténtico creador; sabe usar el cine, ceñirse a sus limitaciones sacando partido de cuantas posibilidades pone a su alcance, encontrando algo muy personal y característico que le da un estilo inconfundible.
En este estilo, se nota la influencia de sus antiguas ocupaciones de periodista, crítico literario y teatral, radiofonista y ayudante de dirección de Bertolt Brecht.
En su obra en general, se nota una preocupación por el mundo y sus personajes.
Como consecuencia de ello, sus películas son densas, y cada una nos comunica con una inquietud, algo de lo que lleva dentro, y que nos transmite a modo de confesión.
Lo que hubiera sido un simple “thriller” policíaco, queda transformado, utilizando la anécdota como mero pretexto y sencillo lazo de unión, para presentarnos un detenido estudio de personajes y caracteres, así como de la sociedad en la que se desenvuelven, reflejándonos clara y fielmente la realidad, criticándola, y ofreciéndonos su postura ante la misma, atacándola solapada y hábilmente en sus puntos débiles e injustos.
Por eso, su cámara es como el hábil reportero, que sorprende el instante, y toma una actitud ante éste, unas veces, y en otras es la observadora pasividad que nos da un ambiente en cada fotografía, que tiene fuerza expresiva y descriptiva por sí misma.
Cine de realidad, totalmente independiente.

“Violence is not the heritage of the poor”



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