Il Gattopardo

“Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi”

El aparente conservadurismo que destila tan lapidario enunciado, se caracteriza porque pone en tela de juicio el principio mismo de revolución, que se define como:
“Un cambio violento en las instituciones políticas, económicas o sociales de una nación”
Expresa, implícitamente, el deseo de la elite por mantenerse en el poder, aun a costa de destruir formalmente las vigentes superestructuras.
Atrincherada en el estadio más elevado de la jerarquía social, esta selecta minoría, señala el destino al que debe dirigirse la sociedad.
No sabe de normas o leyes, tan sólo, de las suyas.
Adapta a su conveniencia, cualquier convención, por arraigada que esté entre los mortales; dirige el mundo a su antojo, y es el blanco de toda suerte de teorías conspirativas.
Es omnímoda e inmune a cualquier cambio.
Omnímoda, porque se infiltra en todos los ámbitos de la vida cotidiana; e inmune, porque se resiste a sacrificar sus privilegios de clase, por mucho que haya quienes crean haberla apeado del poder.
Crea y difunde estados de opinión, y sienta doctrina sobre las más diversas materias, sólo por el hecho de que posee la capacidad de transformarse.
Tan es así, que ni tan siquiera el lenguaje escapa a su influjo.
En resumen, para los más poderosos, cualquier revolución no es más que una operación de maquillaje, una pantomima.
En su historia, la edificación de una Italia unida, se adhirió un sector de la sociedad decididamente opuesto a la ocupación extranjera:
Primero, a la napoleónica; y más adelante, a la consagrada por El Congreso de Viena de 1815.
Así y todo, no hubo una única idea rectora de la unificación:
“Fueron muchas las teorías, y muy variadas también las posibilidades de realizarlas.
De hecho, El Risorgimento, de “risorgere”, que es “resurgir”, fue un movimiento plural; en él, tuvieron cabida desde las ideas republicanas de Giuseppe Mazzini, apodado “El Alma de Italia” a las moderadas de la burguesía piamontesa, partidaria de una monarquía constitucional al estilo europeo; desde las teorías de un reino “neogüelfo”, Confederación de Estados Italianos, presididos por El Papa, inspiradas por el abad liberal, Vicenzo Globerti, hasta la república federal propugnada por el radical Carlo Cattaneo.
De todas, la que más acogida obtuvo, fue la última de ellas, pues sacralizar la unificación de Italia, habría significado glorificar un presente sobre el que se asentaría un incipiente patriotismo a la medida de las aspiraciones de cada señorío.
Sin embargo, el fracaso al que estuvo abocada La Revolución de 1848, sellado tras la derrota militar de Novara un año después ante el ocupante austríaco, frustró esas esperanzas, pues la voluntad popular habría de subsumirse a la restauración monárquica en gran parte del territorio.
Una vez, Vittorio Emanuele II, se hizo con el trono del Piamonte, designa a Massimo D’Azeglio como Primer Ministro, quien no duda en emprender un programa de reformas encaminado a extender a toda la península itálica, una monarquía constitucional.
Muerto prematuramente, D’Azeglio es sustituido por Camillo Benso, Conde de Cavour, el cual expropia bienes eclesiásticos, crea un Banco Nacional para sanear las finanzas, y moderniza El Ejército.
Consciente de la debilidad militar del Piamonte ante Austria, sella una alianza con Napoleón III, con quien vence al enemigo en La Batalla de Magenta, en julio de 1859, y se anexiona la Lombardía, a cambio de la cesión a Francia de Niza y Saboya.
El reino sardo-piamontés promueve, pues, la constitución de un parlamento italiano con capital en Roma.
La conquista del Sur, no sería una tarea fácil.
Tal hazaña, habría de acometerla la expedición militar formada Giuseppe Garibaldi.
Decidido a hacer realidad el sueño piamontés, Garibaldi desembarca con sus tropas en Marsala, Sicilia, el 11 de mayo de 1860.
También en Sicilia, se habían producido insurrecciones debidas a las miserables condiciones de vida del campesinado.
De hecho, Garibaldi desembarcó en la isla, en ayuda de los liberales nativos, y desde el primer momento consigue su apoyo humano y material, conviene recordar que fue, justamente, un sobrino del Barón de Mistretta, gran propietario rural que se denominaba Antonino Fortes, el primero que auxilió con avituallamiento a las tropas garibaldinas, y derrotó a los realistas de Catalafimi, entró en Palermo… y liberó toda la isla.
Garibaldi, un militar republicano que se puso al servicio de Vittorio Emanuele II, después de una agitada vida de lucha por sus ideales liberales, prosiguió su avance hacia el norte, después de cruzar el canal de Mesina, venció a los ejércitos realistas, y entró en Nápoles en septiembre de 1860, a la vez que el ejército regular piamontés, reforzado por italianos de todas las procedencias, presionaba a los realistas hasta conseguir la abdicación de Francisco II, el último rey Borbón italiano, en Gaeta, en febrero de 1861.
La instauración de una monarquía constitucional, vertebraría las aspiraciones de la burguesía y de la nobleza, que sólo entendían de acuerdos políticos, mientras era el pueblo el que iba a la guerra.
Sobre estos hechos se enmarca la novela “Il Gattopardo”, escrita por Giuseppe Tomasi di Lampedusa, Príncipe de Lampedusa, a partir de recuerdos de su bisabuelo, Giulio IV di Lampedusa; entre finales de 1954 y 1957, ambientada en La Unificación italiana; y rechazada en un principio por las editoriales Einaudi y Mondadori, fue publicada póstumamente por la editorial de Giangiacomo Feltrinelli, con prólogo de Giorgio Bassani.
Giuseppe Tomasi di Lampedusa, la escribe ambientada en un período histórico preciso, destacado por las fechas escritas en la parte inferior de cada una de las 8 partes que la compone; y resalta  los acontecimientos que se produjeron entre 1860, el año del desembarco de Garibaldi en Sicilia, y el inicio del proceso de unificación nacional; y 1910, el quincuagésimo aniversario de la llegada.
Aunque 1860, es el centro del relato; las primeras 4 partes de la obra, transcurren en 1860; la quinta y la sexta en 1861 y 1862 que, por lo que vemos, se consideran el centro de atención de la historia.
La séptima y la octava, saltan a 1883, con la muerte de Don Fabrizio, el personaje principal, en 1910, donde no sólo pretende decirle al lector lo que sucede después de la muerte del Príncipe, y mostrar “El Fin de La Totalidad”, sino también demuestra cómo se enfrenta el autor al devenir de la humanidad, al margen de lo que ocurra a las personas individualmente.
Algunos pasajes de la novela, se convierten en un gran tratado filosófico.
Con todo, “Il Gattopardo” gira en torno al periodo garibaldino, pero resalta que lo ocurrido en el pasado, volvería a pasar, también en el futuro, de acuerdo a las vivencias y punto de vista del autor.
La historia se sitúa y desarrolla fundamentalmente en La Época del Risorgimento italiano; durante unos meses del año 1860, cuando Garibaldi invade Sicilia por Marsala.
Contiene el tiempo de los convulsos años de la unificación de Italia, en los que se describe el final de lo que fue la nobleza siciliana personificada por Don Fabrizio Corbera, Príncipe de Salina y su familia, que Tomasi de Lampedusa escribe en recuerdo de Giulio IV di Lampedusa, bisabuelo del autor; aunque no se trate, stricto sensu, de una novela histórica.
La historia contenida, narra el ocaso de una aristocracia, a la que pertenecía el propio Lampedusa, ante el empuje incontenible de la burguesía.
El relato gira, además, en torno al día a día de la numerosa familia de Don Fabrizio, patricio cuyo escudo está representado por un leopardo.
Aunque los protagonistas de la novela, sean El Príncipe siciliano Don Fabrizio de Salina y sus familiares, el verdadero personaje central de la obra es, justamente, “Il Gattopardo”, o leopardo jaspeado, que como emblema, figura en el escudo del Príncipe, y se hace centro de las virtudes y defectos de su linaje.
Unas y otros son, en todo momento, “gatopardianos”, palabra con la que se definen muchas cosas, y que responden, a una actitud ante la vida y la muerte, ante los hombres y las cosas.
El nombre de la novela, se refiere al leopardo jaspeado, específicamente al llamado en italiano “gattopardo africano”, conocido en español como serval.
Y el “gatopardismo”, o el adjetivo lampedusiano, ha pasado a definir el cinismo con el que los partidarios del Antiguo Régimen se amoldaron al triunfo inevitable de la revolución, usándolo en su propio beneficio; posición acuñada en una frase lapidaria:
“Hay que cambiarlo todo para que todo siga igual”
Gran parte del relato, se establece en Donnafugata, un feudo evocado entre la ficción y la realidad, donde Los Salina pasan los veranos desde tiempo inmemorial.
Don Fabrizio es El Señor; es respetado por los habitantes del lugar y del entorno.
Se le considera el máximo responsable de su numerosa saga, y se le concede la capacidad de decidir sobre la vida y actuación de cuántos le rodean, a los que juzga y menosprecia por su bajo perfil y mojigatería.
Se salva del desprecio, su sobrino, su querido Tancredi Falconeri, huérfano, y del que es tutor, al que admira por su ingenio, vivacidad y exuberancia de carácter.
Fabrizio ve en el joven, un rugido del leopardo jaspeado, que representa la saga, tal y como él lo había sido en el pasado.
Desde el comienzo de La Revolución, Tancredi da muestras de sagacidad y capacidad de reacción ante los acontecimientos al alistarse a Los Camisas Rojas, las tropas de Giuseppe Garibaldi, con poca motivación, pero en una oportuna actuación, y con la suerte de ser herido sin importancia en una pelea, por lo que su vida en la guerra le dura poco, pero su acción será reconocida por todos, y pronto puede volver a casa rodeado de gloria.
Así, todo discurre con monotonía y desconsuelo, hasta la muerte de Don Fabrizio, que le llega en una anónima habitación de hotel en 1883, cuando regresaba de Nápoles, adonde había acudido para unas visitas médicas.
Pasados los años, las 3 hijas de Fabrizio permanecen solteras.
Concetta, la mayor, estaba enamorada de Tancredi, y era correspondida, pero un sentido práctico de la vida sin atender a los sentimientos, y la aceptación por parte del páter familia del matrimonio del joven con Angelica, torció sus amores con el primo, y quedó desencantada del amor para siempre.
Amargadas por sus vidas solitarias y carentes de sentido, y reprimidas por el entorno en el que viven, se dedican a coleccionar falsas reliquias de santos, lideradas por Concetta.
En el relato novelado, la acción llega hasta el año 1910.
La ya anciana Concetta, recibe la visita de Angelica.
Tancredi ha muerto después de una agitada carrera política, y la envejecida Angelica, tiene problemas de salud.
El repaso del tiempo pasado, y de los hechos ocurridos, les lleva a ver que todo ha cambiado mucho.
Ya no tienen aquella alegría y ni la fuerza juvenil.
Sienten el peso del tiempo pasado, y cada una ha tenido su propia responsabilidad en el desarrollo de los acontecimientos.
El autor, experimentó los sufrimientos de La Primera y La Segunda Guerra Mundial, y ve cómo los cambios no han llegado nunca a su tierra.
Eso le hace resaltar críticamente los cambios prometidos y nunca vistos de los años que relata.
Aunque no todos los personajes de la obra actúan y piensan de la misma manera porque, por ejemplo, está claro que para Tancredi, “todo ha de cambiar, para que todo permanezca igual”
Tancredi lo sabe, y no se inmuta cuando, con toda frivolidad, se cambia la chaqueta roja por la azul, para seguir flotando en el proceloso magma en el que se mueve.
Es una afirmación que repite El Príncipe en varias ocasiones.
Pero los cambios sí que se producen entre las clases sociales.
Ahora no sólo la nobleza tiene poder, la gente humilde, como El Alcalde, si sabe manejar los conflictos a su favor, puede alcanzar poder económico y político, y eso le permitirá ascender en la escalera social.  
Tomasi presenta a su bisabuelo Giulio, como un hombre cuidadoso con sus telescopios, y derrochando genio y figura como la de Don Fabrizio:
“Nosotros fuimos los gatopardos, los leones:
Quienes nos sustituirán, serán los pequeños chacales, las hienas; y todos, gatopardos, chacales y hienas, seguiremos creyéndonos la sal de la tierra”
Rara vez, se había contado con tanto detalle y verosimilitud la historia de La Unificación Italiana, y la transición de un modelo social en el que la aristocracia vivía en la pretensión de una pureza de sangre hacia otro, en el que la burguesía ascendía definitivamente al mezclarse con ella, para ocupar su lugar.
“Il Gattopardo” no es una novela histórica, pero permite hacer una reflexión sobre El Risorgimento, porque expresa una posición polémica respecto a los resultados del proceso de unificación nacional.
Desde el nacimiento de una Italia unida, en el  Sur; y en particular en Sicilia, diversos autores como Federico De Roberto, Giovanni Verga o Luigi Pirandello, denunciaron los límites del proceso de unificación, expresando su decepción frente a la incapacidad del nuevo estado para resolver los problemas del Sur, y demuestran que fue un proceso político sólo aparente.
La novela, por tanto, no estuvo exenta de polémicas al momento de publicarse.
De hecho, Tomasi di Lampedusa, fue acusado de “reaccionario” por mostrar cómo arribistas deshonestos a los políticos que habían apoyado la unificación italiana, lo cual fue tomado como una grave ofensa por la historiografía oficial italiana.
Así, los sectores conservadores y derechistas, condenaron la obra, por presentar a la aristocracia y burguesía sicilianas, como interesadas solamente en obtener, o mantener privilegios sociales.
Inclusive, hubo críticas de intelectuales de izquierda, en tanto el autor mostraba al campesinado siciliano como “carente de conciencia de clase”, al ser nostálgico del Reino de Las Dos Sicilias, y opuesto a la modernidad.
Giuseppe Tomasi di Lampedusa, falleció a la edad de 60 años, mientras dormía en Roma, el 26 de julio de 1957, en donde estaba recibiendo tratamiento.
Se celebró por él un Réquiem, y su cuerpo fue depositado en una sencilla tumba de mármol, rodeada por una verja de hierro, en El Cementerio de Los Capuchinos de Palermo, donde casualmente había hecho reposar también a su Príncipe Fabrizio di Salina de “Il Gattopardo”, y sería inhumada su esposa Alessandra, un cuarto de siglo después.
Pasado 6 años, el realizador italiano, Luchino Visconti, le haría homenaje.
“Il sonno, caro Chevalley, il sonno eterno, che è ciò che i siciliani vogliono”
Il Gattopardo  es un drama italiano, del año 1963, dirigido por Luchino Visconti.
Protagonizado por Burt Lancaster, Claudia Cardinale, Alain Delon, Paolo Stoppa, Rina Morelli, Romolo Valli, Terence Hill, Pierre Clémenti, Lucilla Morlacchi, Giuliano Gemma, Ida Galli, Ottavia Piccolo, Serge Reggiani, entre otros.
El guión es de Suso Cecchi d'Amico, Pasquale Festa Campanile, Massimo Franciosa, Enrico Medioli y Luchino Visconti; basados en la novela del mismo nombre, del autor Giuseppe Tomasi di Lampedusa, que por una parte, constituye un memorable espectáculo histórico; y por otra, se erige en profunda reflexión política, social y moral.
La coherencia y rigor con que se enlazan ambas dimensiones, la convierte en la obra maestra de su director, y en uno de los títulos claves en el cine de las últimas décadas.
El libro, por su parte, trata fundamentalmente del cambio de los tiempos, el fin de un mundo, y la llegada de otra realidad, lo viejo y lo nuevo, y la decadencia, todo ello con La Reunificación Italiana como trasfondo, y en Sicilia en particular, que Lampedusa como siciliano, aprovecha para reflexionar sobre la isla, su carácter, su idiosincrasia, su pasado y su futuro.
Por su parte, Visconti se centra en el triunfo y la tragedia, y en el paso del tiempo, deteniéndose en las emociones de los personajes principales.
Para muchos, Il Gattopardo es la mejor adaptación para la pantalla, jamás hecha; un film que suma drama, historia, romance y guerra; siendo el 8º largometraje de Visconti, sobre un total de 14; su trabajo de mayor presupuesto, y una obra clave dentro de su filmografía; tanto que está considerada, una de las obras esenciales del cine europeo de los años 60, y de las más destacadas de su director.
Un dato a tomar en cuenta, es que Los Visconti pertenecen a uno de los linajes aristocráticos más antiguos de Italia.
Sus antepasados, fueron literalmente los dueños y señores de Milán, antes de que les sucedieran los Sforza durante El Renacimiento.
Así que nadie mejor que Luchino podía entender Il Gattopardo.
Otro dato curioso, es que Visconti, además de aristócrata, era comunista.
Cómo resultaban compatibles ambas circunstancias, es un misterio a la altura del de La Santísima Trinidad.
Il Gattopardo, obtuvo diversos galardones, entre los que destacan La Palme d’Or del Festival Internacional de Cine de Cannes, y una nominación al Oscar, al mejor vestuario/Color.
Otro dato de interés, es que este largometraje ha sido distribuido en diversas versiones:
La primera versión de Visconti, tenía una duración de 205 minutos, pero fue considerada como excesivamente larga, y Visconti redujo el metraje a 185 minutos.
Esta versión, es la que suele tomarse como referencia.
De todas maneras, la versión mostrada en inglés, tiene una duración de 161 minutos, siendo editada por 20th Century Fox.
Mientras existe otra versión de 151 minutos de duración.
Los distribuidores, decidieron publicitar Il Gattopardo, como una respuesta italiana a “Gone With The Wind” (1939), con la que poco comparte, aparte de ser una superproducción que transcurría a mitad del siglo XIX.
Sin embargo, el éxito de taquilla fue abrumador en todo el mundo.
Il Gattopardo se rueda en escenarios reales de Sicilia y Roma; y la historia se desarrolla en La Época del Risorgimento, el cual es la época de La Unificación de Italia, en torno al Piamonte, cuyo artífice fue Cavour.
La acción, se desarrolla en Palermo; y en el caso de Il Gattopardo, este contexto histórico en transición, era el de la sustitución del absolutismo de Los Borbones por El Constitucionalismo Liberal de Los Saboya, que concluyó con La Unificación Nacional, Sicilia fue anexionada al reino de Cerdeña, pero marginando radicalmente todas las aspiraciones populares…
Focaliza la atención en la ocupación de Sicilia por Garibaldi en 1860, la celebración del plebiscito de incorporación al Reino de Piamonte-Cerdeña, y la etapa de transición hasta la victoria del Coronel Pallavicino (Ivo Garrani) sobre Garibaldi en 1862, que afianza la monarquía de Vittorio Emanuele II.
La acción dramática tiene lugar en Sicilia, en la residencia familiar de Palermo, y en la residencia de verano de Los Salina en Donnafugatta, entre mayo de 1860, con el desembarco de Garibaldi en Marsala; y septiembre de 1862, tras la victoria en Aspromonte, de las tropas realistas del Coronel Pallavicino, sobre las revolucionarias de Garibaldi.
Allí, El Príncipe siciliano, Don Fabrizio Corbera (Burt Lancaster), consciente de los cambios que se imponen, acepta colaborar con la nueva burguesía, renunciar a algunos privilegios, y hacer concesiones.
Apoya la participación de su sobrino preferido, Tancredi Falconeri (Alain Delon), en la lucha armada liderada por Garibaldi, su boda con la hija, Angelica (Claudia Cardinale), de un alcalde garibaldino enriquecido, y sus aspiraciones políticas dentro del nuevo estado.
Fabrizio, de 45 años, es orgulloso, pragmático y conciliador.
Tancredi, de unos 23 años, es impulsivo, apasionado y ambicioso.
Fabrizio Salina, encarna en su persona y en la representación que ostenta de la aristocracia, el crepúsculo de una Era, el inicio de unos nuevos tiempos, la nostalgia del pasado, y la incertidumbre sobre un futuro liberado del absolutismo y asentado sobre los principios del Estado Constitucional.
La frase de Tancredi, repetida varias veces por Fabrizio:
“Todo ha de cambiar para que todo siga igual”, se revela como una expresión engañosa.
Los propósitos de pacto con la burguesía sobre repartos de influencias y poder, no evitarán la marginación de la aristocracia, que se verá desplazada cada vez más del poder real.
Il Gattopardo, además de los acontecimientos políticos, se centra en las transformaciones sociales que van a conducir a la emergencia de la clase media, y la progresiva marginación de la aristocracia, personalizada en El Príncipe de Salina, pese a que sigan conservando su prestigio social.
Pero el cambio, tiene un sentido muy distinto en uno y otro caso:
El primero conduce a la supervivencia; mientras que el segundo conduce a la decrepitud y la muerte.
El cambio de la sociedad, con la desaparición de una clase social, no deja de ser un fenómeno sociológico, que acaba en la irrupción de un nuevo orden, y un nuevo poder.
El cambio del individuo, es el que tiene el sentido trágico que Il Gattopardo expone.
El Príncipe de Salina, se adapta al cambio social, aunque le duela, pero el cambio personal que supone la decadencia y el envejecimiento, es lo que realmente le quiebra y golpea.
Realmente no puede hablarse de vejez a los 45 años que se le atribuyen.
Pero hay síntomas que la anuncian.
No es el menor la abdicación de principios antes defendidos, la resignación al cambio, la rendición a las circunstancias.
Él acepta la relación familiar con la burguesía adinerada, y renuncia a intervenir en la política como Senador.
Luchino Visconti fue el mejor retratista de aquella época, en Il Gattopardo, amplia y opulenta; un cineasta de noble estirpe como sus protagonistas, pero consciente de los grandes cambios y hasta adepto a ellos.
Con maestría, se adueña de un género definido como melodrama, para hacer de él, la apoteosis de un determinado momento histórico, en el cual sus criaturas funcionan como cajas de resonancia.
“Non hanno mai vogliono migliorare.
Pensano se stessi perfetto.
La loro vanità è più grande di loro miseria”
Il Gattopardo es una de las películas más conocidas y personales de Luchino Visconti; que de no haber sido porque el azar quiso que en 1958, el escritor Giorgio Bassani, leyera la novela de Giuseppe Tomasi, Duque de Palma y Príncipe de Lampedusa, Visconti tampoco habría sabido de su existencia.
Con todo, la súbita lealtad que Visconti cultivaría por el texto escrito, se define por su respeto hacia la heráldica de una estirpe de adusta raigambre.
Por si eso no fuera suficiente, tanto Tomasi di Lampedusa como Luchino Visconti, son esclavos de la idolatría.
Ninguno de ellos presenta a Don Fabrizio como el oportunista que sacrifica sus principios morales, en pro de sus intereses de clase, sino como un digno perdedor, al que la derrota le empuja a hipotecar su pasado, aun a costa de mezclarse con quienes, en tiempos pretéritos, nunca habría confraternizado.
Giuseppe Tomasi di Lampedusa, fallece en 1957, pero la huella de su genealogía permanece indeleble en el tiempo, a través de su álter ego literario que, años después, Visconti adapta a su conveniencia.
De hecho, la película es toda una obra de ingeniería técnico/artística, caracterizada por una impecable escenografía que cuida del más mínimo detalle.
Toda esa sinfonía de abigarrados colores, de objetos de culto, de aristócratas caducos y de burgueses pletóricos, la reconstrucción, en suma, de una época, así como las dimensiones del relato, obligaban a una abultada superproducción.
De tal hazaña, se ocuparían la productora Titanus, y la distribuidora estadounidense, 20th Century Fox; y gracias a su amistad con la aristocracia, Visconti rodó su película en suntuosos palacios como los de Ponteleone, Donnafugata y Gangi.
Fue en este último, donde se rodó la célebre secuencia del baile, durante 8 semanas, con ayuda de centenares de técnicos y extras, entre los que figuraban auténticos aristócratas, amigos del Duque de Palma, quienes, por cierto, se brindaron a prestar sus vajillas de oro y plata, para disponerse a degustar humeantes platos de carne asada, al calor de verdaderas cocinas de carbón, de genuinas velas de adustas lámparas de araña, y de focos de un plató al que se añadía el bochorno de un sofocante verano palermitano.
Il Gattopardo describe así, el ocaso de una clase social, la nobleza, formada por el conjunto de las familias privilegiadas, que durante siglos habían mantenido el poder en sus manos, y su relevo por otra, más pujante y dinámica, la de los comerciantes y empresarios de la poderosa pequeña burguesía, harta de ser ninguneada por la casta de los nobles.
El desprecio de la aristocracia por los nuevos ricos, va parejo a la humillación de tener que aceptar la mezcla de sangre, para conservar sus bienes y prebendas.
De efecto espeso en tramos de meditación lírica o psicológica, Il Gattopardo contiene un exagerado sentido del detalle y apunte ornamental.
Eso nos lleva a un resultado aparentemente superficial, entendiendo “superficie” como película pendiente de la dirección artística y la reconstrucción de una época, y no tanto en intenciones de melodrama.
Es por esa razón, que Il Gattopardo suele recibir los injustos calificativos de película pomposa, o grandilocuente; pero no hay ninguna muestra de artificio, o mejor dicho, no hay ninguna muestra de artificio gratuito.
La obra fue concebida para ver más allá de la aristocracia y de sus vestidos de época, Las Princesas radiantes, Los Príncipes apuestos, los fastuosos Palacios; también para ir más allá de la política, o de la lucha social.
Quien sea capaz de ver que sobre todos los personajes y escenarios de la cinta se extiende una capa de polvo, estará cerca de entender el auténtico sentido del filme:
Un mensaje tan sencillo, algunos lo tacharán de simple, como la decadencia, el paso del tiempo, la inevitable continuidad que subyace bajo los aparentes cambios.
La artificiosidad, no es más que un medio necesario para un fin, porque toda aristocracia que se precie de serlo, será artificiosa.
Pero la majestuosidad desmedida de los palacios, no sólo no es gratuita, sino que aparece compensada con la tosquedad y brutalidad de los paisajes y pueblos de Sicilia, gracias a la excelente fotografía con la que cuenta.
Convertido en Fabricio Falconeri, “el gatopardo” del título, quien protegerá a su Casa de Salina aún a costa de morir en su ley.
El inevitable contacto, habrá de suscitarse así en su propio palacio ante griteríos que distraen y superan en volumen a sus plegarias diarias.
Los primeros minutos del metraje, nos introduce en los ritos y costumbres religiosas de la familia:
Rezo del rosario guiado por El Padre Pirrone (Romolo Valli), el sacerdote de la casa de Los Salina, y coprotagonista de una digresión importante, por ser testigo ocular de todo lo que se produce.
Al sacerdote, se le presenta como a un hombre sencillo y fiel a los principios cristianos; sucio, descuidado y monótono, está al servicio de la familia; les acompaña permanentemente en viajes, paseos, visites, fiestas, rezos.
Es el testigo de conversaciones y situaciones íntimas.
Es un personaje con poca autoridad para disentir de Don Fabrizio; de manera que hasta es capaz de acompañarle y absolverle, también, de sus escapadas sexuales nocturnas.
En conversaciones con El Príncipe, la ética del sacerdote siempre es mucho más frágil que la de Don Fabrizio, y sus argumentos menos contundentes.
El Príncipe, vive en medio de las contradicciones sociales, pero a la vez dentro de las suyas propias.
Intenta que su estirpe y dignidad no sufran el golpe, pero en su mismo hogar se ve atado por esas tradiciones a la insatisfacción matrimonial, y al letargo de su clase social.
Por ello, la presencia de su vivaz sobrino, Tancredi, le hace envidiar y desear en muchos sentidos, el espíritu y oportunidades por abrirse ante él en el nuevo orden.
Oportunidades que surgen también para los otros, los burgueses, los arribistas, para quienes el ascenso significa valerse de cualquier método, a los que es ajeno El Príncipe, quien aunque los entiende, es incapaz de adaptarse a ellos.
Es así que con toda elegancia, ejecuta sus movimientos.
Apoya la unificación y sus ceremonias democráticas, recibe a los antiguos plebeyos convertidos en poderosos terratenientes, para convertirlos en amigos, antes de que tarde o temprano se conviertan en los destructores de su linaje, y siguiendo casi la línea de un oculto revolucionario, apoya el rápido ascenso de su sobrino en el escalafón establecido, para dar próximo inicio a la era contemporánea, el conservador noble, tendrá que conceder aún, el desplante a su familia.
La era donde, como en la más cruenta guerra, lo vale todo.
La especial idiosincrasia de los sicilianos, y su lúcida melancolía, encontrarán una extraña forma para seguir conviviendo.
Pero a pesar de ello, el olor a decadencia ya se les sale por todos lados, magistral también el plano de la misa con los empolvados miembros de su familia convertidos en casi reliquias.
Así las cosas, hay quizá 2 observaciones que realizar:
La primera, es que la película se centra en el personaje principal, prestando escasa atención a los hechos históricos que la enmarcan.
En este sentido, no aparecen diferenciadas la etapa borbónica, la oleada roja de los garibaldistas, y la llegada de la política burguesa y liberal de Cavour.
Estos vaivenes políticos, es lo que reflejan las posiciones cambiantes de los personajes.
La segunda, que la película únicamente cubre una parte de la novela, precisamente es la que marca el inicio de la decadencia del Príncipe de Salina; por lo que la novela es mucho más amplia, ya que cubre por una parte la continuada decadencia del Príncipe hasta su muerte en un hotel.
Pero además, continúa su narración, describiendo la triste vida de los restantes personajes de la novela, y en definitiva, la desaparición de La Familia Corbera, que encabezaba El Príncipe de Salina, y en cuyo escudo nobiliario figuraba “el gatopardo” o leopardo que da título a la novela y a la película.
El film, desarrolla entonces 2 discursos paralelos:
El explícito, que discurre a la vista de todos, edulcorado y plagado de disimulos; y el interior, callado, oculto, silencioso y descarnado.
No se expresa con palabras, sólo con gestos casi imperceptibles y referencias ambientales.
El baile de despedida, antes del regreso a Palermo, tiene el valor de última gran celebración social de una era que muere, y no volverá.
El esplendor de la fiesta, destila aires de despedida de los que se van, y de bienvenida de los que llegan.
La alegría aparente, está trucada de melancolía, añoranza y desgarro; por lo que Fabrizio constata que su tiempo ha pasado.
El deseo que siente por Angelica, topa con la barrera de 25 años de separación, y con el muro, infranqueable para él, de las diferencias de clase.
Visconti consigue envolver en un estremecedor aura de nostalgia el film, gracias a su destreza para exponernos con un evocador lirismo visual, situaciones muchas de ellas manadas de su maestría en engarzar con tono operístico solemne, muchos momentos que rozan lo epicúreo.
La compleja mirada de Visconti, se concentra en esta despedida nostálgica a una forma de vida por la necesaria entrada de otra, como dice El Príncipe en un momento:
“Sin el viento, el aire olería a agua podrida”
Viaje contemplativo a través del paisaje violento de la madre patria de mafias y vendettas, conseguido por el genio y detallismo extremo de su creador, acompañado por unos acordes expresivos y desgarrados de Nino Rota, que deben haber sido los que convencieron a Francis Ford Coppola para convocarlo para “The Godfather” (1972)
Al final del camino, la extraordinaria hora final en el baile de gala, será la claudicación ante esta generación de recambio adaptada a otras técnicas y mañas para sobrevivir y ascender.
Esta secuencia además, nos pone en evidencia la esencia coreográfica de su cine, llena de detalles, pequeñas intrigas y rituales a las que el cansado protagonista pone atención casi al mismo tiempo.
Los líderes de la gran nación, son ahora los rebeldes a los que hay que castigar, los libertarios y luchadores por la causa social, son prometedores candidatos a los poderes del estado, para hacer enriquecer a sus respectivas castas.
“El gatopardo” de antaño, será reemplazado como el mismo dice, “por chacales y hienas”
Los pobres siguen siendo pobres, antes durante y después de toda esta pugna y cambio de clases.
A ello, el incluso despótico Príncipe, le deberá el permanecer aún en la posición que heredó, así que no le queda otra que guardar silencio.
Su sentida despedida, tendrá al menos la dignidad de un baile final, concedido a la embajadora de esta nueva dinastía, la bella Angelica.
En la ambigüedad de su personaje, se encuentra gran parte de la riqueza de esta monumental revisión a un momento crucial de la historia italiana, concebida casi como una reclama a haber sido la cuna de la posterior Era Fascista de varias décadas después.
Finalmente, como se dice en un momento, la motivación de todas sus acciones, fue la necesidad de que “las cosas deban cambiar para que puedan permanecer como son”
La fotografía de Giuseppe Rotunno, en color/tecnicolor y Scope, muestra con complacencia la suntuosidad de los decorados y del vestuario, la magnificencia de las fiestas, y el esplendor del baile.
Ofrece composiciones inspiradas en pinturas de Eugène Delacroix, y William Hogarth.
Uno de los salones, en El Palazzo Ponteleone, luce “La Muerte del Justo”, cuadro original de Jean-Baptiste Greuze.
Como dato de producción, Il Gattopardo fue rodado durante 11 de las semanas más calientes del año; y los cientos de velas en varias escenas, tuvieron que ser reemplazadas con frecuencia; pues eran la fuente de luz ostensible, pero las velocidades de película Tecnicolor, y lentes de cámara de cine de principios de los años 60, eran demasiado lentas para interiores, para ser adecuadamente iluminadas sin luces adicionales.
Así que una plataforma de iluminación, tenía que ser puesta por encima de los candelabros.
La película cubre en el uso de la iluminación natural en interiores, era “Barry Lyndon” (1975) de Stanley Kubrick, que utilizó una lente muy rápida de Carl Zeiss, desarrollada para la fotografía satellite del espacio.
El calor de las luces, pues, derritió rápidamente las velas, por lo que la filmación tuvo que ser interrumpida varias veces, mientras eran reemplazadas.
Además, los guantes blancos usados por todos los invitados, se mancharon de sudor, y Visconti insistió en que también deberían ser reemplazados; por lo que se montó un lavadero cerca para este propósito.
Y por supuesto, el baile en sí, fue coreografiado suntuosamente por Alberto Testa, experto en ópera, además de trabajar para Franco Zeffirelli.
Otro dato es que el tema del temor a la muerte, será tratado por Visconti en films posteriores; y no volverá sobre el tema de la decadencia, el ocaso, el declive.
En Il Gattopardo, tampoco se habla de los trabajadores, sólo se les ve en planos rápidos trabajando la tierra.
La revolución burguesa del XIX en general, e Il Risorgimento italiano, no cuentan con ellos, los excluyen del poder, y de toda consideración relevante.
Otro dato, la famosa frase de Tancredi:
“Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie”
Simboliza la capacidad de los sicilianos para adaptarse a lo largo de la historia a los distintos gobernantes de la isla, pero también la intención de la aristocracia de aceptar la revolución unificadora para poder conservar su influencia y poder.
El “gatopardismo” o lo “lampedusiano”, es en ciencias políticas, “el cambiar todo para que nada cambie”, paradoja expuesta por Giuseppe Tomasi di Lampedusa.
La cita original, expresa la siguiente contradicción aparente:
“Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”
“¿Y ahora qué sucederá?
¡Bah!
Tratativas pespunteadas de tiroteos inocuos, y, después, todo será igual pese a que todo habrá cambiado”
“…una de esas batallas que se libran para que todo siga como está”
Se basa en la cita de Alphonse Karr “plus ça change, plus c’est la même chose” o “cuanto más cambie, es más de lo mismo”, publicado en enero de 1849, en la revista “Les Guêpes”
Desde entonces, en ciencias políticas se suele llamar “gatopardista” o “lampedusiano”, al político que inicia una transformación política revolucionaria, pero que en la práctica, sólo altera la parte superficial de las estructuras de poder, conservando intencionadamente el elemento esencial de estas estructuras.
Así, la novela “Il Gattopardo”, muestra cómo la aristocracia absolutista del Reino de Las Dos Sicilias, es expulsada del poder político, para instaurar la monarquía parlamentaria y liberal del Reino de Italia, pero ello no implica transformar las estructuras de poder:
La burguesía leal a La Casa de Saboya, simplemente sustituye a los aristócratas como nueva élite que acapara para sí todo el poder político, recurriendo incluso al fraude electoral, bajo una apariencia democrática.
En otra frase, el protagonista expresa su insatisfacción por los cambios sociales ocurrido en Sicilia, comparando el destino de la aristocracia nativa, con el de los campesinos, totalmente distinto al de la nueva burguesía:
“Nosotros somos leopardos y leones, quienes tomarán nuestro lugar, serán hienas y chacales.
Pero los leones, leopardos y ovejas, seguiremos considerándonos como la sal de la tierra”
Del reparto, el director Luchino Visconti, estaba decepcionado porque los productores de la película, insistieron en lanzar a Burt Lancaster en el papel principal, porque sentía que no estaba bien para el papel.
Esto causó tensión entre los 2 durante las primeras semanas de filmación.
El duro tratamiento de Visconti hacia Lancaster, finalmente llevó al actor a confrontarlo públicamente en el set.
Y es que Visconti quería a Nikolay Cherkasov como El Príncipe Salina, al parecer, vio al actor ruso en las películas de Sergio M. Eisenstein.
Sin embargo, Cherkasov se negó por razones desconocidas…
Por su parte, Burt Lancaster dijo más tarde al crítico de cine Roger Ebert:
“Ellos querían un ruso, pero él era demasiado viejo; querían Laurence Olivier, pero estaba demasiado ocupado”
Cuando me sugirieron, Visconti dijo:
“¡Oh, no, un vaquero!”
“Pero acababa de terminar “Judgement Of Nuremberg” (1961), que él veía, y necesitaba $3 millones que 20th Century-Fox les daría si usaban una estrella de Hollywood, y así ocurrió lo inevitable.
Un matrimonio maravilloso”, dijo Lancaster.
Pero Visconti estaba tan impresionado con la pasión y la sinceridad que Lancaster mostró durante su diatriba, que los 2 desarrollaron una relación cercana y amistosa para el resto del proceso de filmación.
Y nadie mejor que Burt Lancaster, para interpretar al Príncipe de Salina, la cara visible de la decadencia, incapaz de defender los principios de sus ancestros ante las circunstancias cambiantes, pero incapaz también de sumarse a los nuevos tiempos.
El protagonista, inmerso en un drama que comprende, pero que no puede evitar, cae en un estado de desazón e inquietud, dominado por las obsesiones de la muerte, el envejecimiento, la pérdida de la juventud, y el deterioro del vigor físico y la salud.
Su visión pesimista y desesperanzada de Sicilia, los sicilianos, los nuevos burgueses, y los antiguos aristócratas, los leopardos y leones/aristócratas; y las hienas y chacales/burgueses, se da acompañada de inseguridades crecientes que ponen en tela de juicio sus opiniones iniciales.
De ahí que su estado de ánimo, sometido a tensión e incertidumbre, cada vez más se asemeje al de un gigante que se derrumba.
En la versión italiana, Burt Lancaster, que grababa sus intervenciones en inglés, fue doblado por el actor Corrado Gaipa.
Mientras en la versión en idioma inglés, que fue producida al mismo tiempo, se mantiene la voz original de Lancaster.
Mientras el resto del reparto:
Rina Morelli, Paolo Stoppa, Serge Reggiani, Pierre Clémenti o Romolo Valli; todos hablaban en sus respectivos idiomas durante el rodaje, y fueron en su caso, doblados al italiano por otros actores para la versión original, lo que entonces era bastante habitual en el cine de aquel país.
Claudia Cardinale, por ejemplo, hablaba en inglés con Burt Lancaster; en francés, su idioma materno, con Alain Delon; y en italiano con otros actores.
Los políglotas pueden entretenerse con el ejercicio de leer sus labios, para descifrar qué lengua emplea en cada momento.
Gracias a Il Gattopardo, Delon y Cardinale, se convirtieron en grandes estrellas internacionales.
El galán del momento, el francés Alain Delon como Tancredi, lo encarna con ambigüedad, sibilino primero con Garibaldi, y luego con los monárquicos, ejemplo de los volubles nuevos tiempos; es la juventud anhelada y envidia por Don Fabrizio.
Delon es simpatía y encanto, en un rol que rascando, es incómodo, tiene el premio de decir la frase más famosa del film, y de las más recordadas de La Historia del Cine:
“Si queremos que las cosas se queden como están, se necesita que todo cambie”, alegoría oral de la condición camaleónica de los sicilianos.
Y la actriz de origen tunecino, Claudia Cardinale como Angelica Sedara, hija del Alcalde del pueblo, representa la pujanza de una burguesía de orígenes oscuros y brillante porvenir.
Angelica, cuya inocencia y juventud la hacen colindar por momentos la vulgaridad, pero eso se debe a lo impulsiva que es, a su espontaneidad y naturalidad, a veces no acorde con la pompa de la aristocracia.
Y en todas las secuencias, es una Princesa, ella es realeza, la italiana se luce en unos elegantes vestidos muy propios de la época, y en la secuencia final del baile, es sencillamente etérea.
Ambos, Delon y Cardinale, habían trabajado ya con Visconti, y eran sencillamente las personas más bellas que había en Europa en aquel momento.
Según Fulco della Verdura, amigo íntimo de Luchino Visconti, el afecto de Visconti por Alain Delon causó inicialmente cierto favoritismo.
Era el único actor que tenía un camerino, por lo que el pobre Burt Lancaster permaneció horas esperando...
Otro de los actores es el famoso Terence Hill, compañero de correrías en filmes con Bud Spencer; pero acá es acreditado con su verdadero nombre:
Mario Girotti,  interpretando al Conde Cavriaghi, pretendiente norteño de la hija del Príncipe Salina.
Su coqueto acento milanés, es por supuesto obra del doblaje.
También, Visconti respeta lo influyente de la religión en la época, lo indivisible en le vida de entonces, y el preponderante papel que tenía en esa sociedad.
La Iglesia como institución, está destinada a ser eterna, y por tanto, va a estar dispuesta siempre a enfrentarse a cualquier grupo social que se interponga en su objetivo de dominio y control social.
En este sentido, el rol socio-político y económico de La Iglesia, como institución dominante, viene siendo disputado por el industrialismo, conducido por las nuevas clases pudientes de naturaleza capitalista, desde mediados del siglo XIX, pero de modo más claro, desde la consolidación del capitalismo como modelo generalizado de producción, y la imposición social de la moral capitalista desde mediados del siglo XX.
En comparación con la novela, el baile es solo un bloque más, no es el final, el libro se alarga más allá de 1862, pasando por la muerte del Príncipe en 1883, y llegando a la vejez de Concetta, tras la llegada del siglo XX, restando de este modo importancia al baile.
Al contrario que Visconti, que la pone como punto álgido conclusivo.
El baile final, simboliza además de la estabilidad tras la guerra y la consolidación del nuevo sistema político, la confirmación de que, “tras el cambio, todo sigue igual en realidad”
Después del baile con Angelica, El Príncipe,  poco a poco, se retira aturdido de la fiesta; en medio del ruido producido por platos, copas y saludos con bocas llenas y el desconsuelo por todo lo que, con el paso de los años, se ha perdido.
Ya en la calle, ante el paso de un sacerdote que va con el viático para algún enfermo, expresa su deseo de morir, y alejarse de todo aquello que no entiende, del mundo nuevo.
La película nos deja con ese final.
De hecho, una película puede ofrecer otras perspectivas diferentes a la novela.
¿Por qué no?
Si entendemos el cine, como la literatura, como una trabajo autoral, es obligado que el creador deje su sello.
Es él el que debe decidir, qué puntos resalta más, o qué aspectos potencia.
Lo que está claro, es que son 2 lenguajes diferentes, y cada uno tiene que aprovechar sus armas.
Por ejemplo, en la película hay una escena al final, en la que Fabrizio observa un cuadro en la biblioteca donde se desarrolla el baile.
En la novela, ese momento no tiene tanta importancia.
Pero Visconti aprovecha el poder de las imágenes y el silencio para contarnos lo mismo.
Es la muerte que se acerca, el personaje que reflexiona con melancolía, ironía y terror, sobre el final de camino, sobre la última parada del ser humano.
Eso es cine, y un libro no puede jugar con esas armas.
Para achacarle algo, que no es exactamente algo malo, Il Gattopardo no es una película para todos los públicos, en el sentido que es lenta, pausada, y como no cuenta demasiado a primera vista, la historia puede carecer de gancho para muchos.
Encima, es Visconti, característico por sus largometrajes aún más lánguidos y selectos, aunque esta es tal vez su obra más redonda.
Por último decir que Nino Rota realizó un trabajo de auténtica arqueología musical, al rescatar piezas de la época, que reinterpretó y complementó con nuevas composiciones.
El mismo año que terminó “8½” (1963), Nino Rota sacó una vieja sinfonía de su propia composición, la propuso a Luchino Visconti para Il Gattopardo, al director le encantaba, y se convirtió en la partitura de este fresco de lo social y político.
Por otra parte, el editor, Mario Serandrei, había regalado a Visconti, la partitura de un vals inédito de Giuseppe Verdi, que había encontrado en un cajón de un viejo cofre, que había comprado en un mercado de pulgas.
Niño Rota, añadió esta composición a la secuencia de baile final.
La música de Rota, adapta pues una vieja composición original, realizada durante La Segunda Guerra Mundial, titulada “Sinfonia sopra una canzone d’amore”, que gustó mucho a Visconti.
De carácter sinfónico, contiene cortes adaptados a la acción, retratos personales, y composiciones singulares.
También ofrece valses, polcas, mazurcas, y un “galop”, creados por Rota.
Adapta el vals inédito de Verdi, y añade varios fragmentos de las óperas:
“La Traviata” de Giuseppe Verdi; y uno de “La Sonámbula” de Vincenzo Bellini.
Sobre los fragmentos de “La Traviata”, Visconti parodia varias escenas, tal como se cita en la novela de Tomasi de Lampedusa:
Una modesta banda de pueblo, recibe la llegada de la familia del Príncipe de Salina, con un arreglo para banda del Coro de Gitanas, “Noi siamo zingarelle…”, y en el oficio religioso que sigue, el viejo órgano interpreta un arreglo del “Amami Alfredo…”
“Si vuole semplicemente prendere il nostro posto... e molto delicatamente”
Qué mundo es mejor:
El mundo estático de una aristocracia con unos valores inmanentes; o el dinamismo social que la clase media viene a imponer, tal vez con torpeza, pero con decidida voluntad de cambio.
El profundo mensaje político de Il Gattopardo, es que Visconti recrea desde Sicilia, la turbulenta Europa de mediados de siglo XIX, donde una serie de conflictos bélicos:
La Guerra Franco-Prusiana, la misma guerra por La Unificación Italiana y, porque no, al otro lado del Atlántico, La Guerra Civil de EEUU; todos éstos conflictos, venían precedidos y acompañados de procesos revolucionarios burgueses desde La Revolución Francesa, Revoluciones de 1830, 1848, etc., y que La Restauración no pudo parar por mucho tiempo.
El mundo de la aristocracia, descendiente de los señores feudales, estaba llegando inevitablemente a su fin, ante el ascenso de la burguesía.
Sin embargo, en estos procesos bélicos y revolucionarios, comenzaron a verse los primeros atisbos de levantamientos del pueblo, obreros y campesinos, que tenían ya cierto olor a socialismo.
Es allí donde los ricos, la aristocracia y la alta burguesía, reaccionaron y silenciosamente pactaron la paz, y mediante una hábil estrategia de matrimonios por conveniencias, los ricos se aseguraron el poder, y pusieron las bases de las sociedades capitalistas; pero sutilmente da a entender la corrupción espiritual que se esconde; de cómo las clases altas triunfaron nuevamente, y “todo seguirá igual” y los pobres seguirán siendo pobres, porque algunos, varios millones en realidad, tienen que ser pobres para que unos pocos tengan los privilegios.
Creo que a pesar de ciertos logros sociales en las sociedades capitalistas, el panorama no ha cambiado mucho a nivel mundial.
Muchos tuvieron la ilusión, de que La Revolución Rusa y el resto de las revoluciones de tipo socialista, serían la reivindicación de las clases obreras y campesinas; pero a pesar de algunos logros sociales, todo se tradujo al final en crueles dictaduras, que hicieron pensar que el modelo capitalista era “el paraíso”
En definitiva, la dinámica de confrontación que alimenta las relaciones entre norte y sur desde La Unificación Italiana, causada por el modo en que se impuso tal unidad, mediante la guerra, y los distintos factores que conformaban la naturaleza social, política, cultural y económica del norte y el sur de La Península Itálica, supuso un lastre que estuvo y está presente todavía en ellas.
Nacida fundamentalmente desde el norte de Italia, los principios que guiaban el espíritu nacionalista italiano, eran liberales y centralistas; mientras que en el sur, la cultura política era de súbdito y tradicionalista.
Esta dinámica de confrontación entre 2 mundos tan distintos, es principalmente lo que explica la existencia de la mafia, como modelo de resistencia frente a la imposición del modelo centralista, recordemos que El Fascismo perseguía a la mafia como fenómeno que se oponía a su poder.
Hoy día, existe una situación compleja en la que, por un lado, las organizaciones mafiosas, herederas de aquellas guerrillas de oposición frente a la unificación de signo liberal, imponen un modelo de cultura política; y por otro lado, cierto capitalismo industrial, simbolizado por el eje Turín-Milán adopta una actitud hipócrita, en la cual apela a la lucha antimafia, pero simultáneamente se sirve de los servicios que le ofrecen las organizaciones mafiosas.
¿Algún día cambiará esto?
Difícil, primero debe cambiar nuestra visión de mundo, y no aceptar como “algo natural” que algunos tengan para derrochar, y otros mueran de hambre.
Definitivamente, el camino para los cambios, ya no es la violencia de las revoluciones, históricamente se ha demostrado que poco se gana.
Y todo se ha mantenido igual, de hecho, hasta repetible.

“Siamo stati i leopardi, i leoni, quelli che prendono il nostro posto sarà sciacalli e pecore, e l'intero lotto di noi, leopardi, leoni, sciacalli e pecore, continueranno a pensare a noi stessi il sale della terra”



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