Scarlet Street

“Paint me, Chris!
They'll be masterpieces”

El estreno de “Citizen Kane” en septiembre de 1941, y la entrada en guerra de los Estados Unidos, en diciembre del mismo año, tuvieron consecuencias:
La participación de Hollywood en el esfuerzo de la guerra, fue inmediato y masivo; y los géneros se resentirían de ello inevitablemente; pues prácticamente sólo había espacio para las películas de guerra, que se agrupaban geográficamente en 2 categorías:
El Pacífico o en Europa/África del Norte.
Por otra parte, el término “cine negro” fue inventado por los críticos franceses, “film noir”, hacia finales de los años 40, para designar un nuevo tipo de cine criminal, aparecido en el cine de Hollywood durante ese periodo de guerra.
El pesimismo y el cinismo del cine negro, han sido explicados como un reflejo del desencanto de los Estados Unidos durante la posguerra entre 1944 y 1945; pero existen algunas películas precursoras, entre las más importantes están:
“The Maltese Falcon” (1941) de John Huston y “Shadow of a doubt” (1943) de Alfred Hitchcock.
Cabe destacar, que todas las obras notables de lo que se puede llamar una primera ola del cine negro, de entre 1944 y 1945, fueron realizadas por directores de origen europeo, inmigrados recientemente, o desde hacía tiempo, como:
Billy Wilder, Fritz Lang, Otto Preminger o Robert Sdiomak.
“I never saw a woman without any clothes”
Scarlet Street es una película de suspense, del año 1945, dirigida por Fritz Lang.
Protagonizada por Edward G. Robinson, Joan Bennett, Dan Duryea, Jess Baker, Margaret Lindsay, Rosalind Ivan, Samuel S. Hinds, Vladimir Sokoloff, entre otros.
El guión es de Dudley Nichols, basado en la novela de Georges de La Fouchardière y André Mouézy-Éon.
Scarlet Street, fue la primera película de Diana Productions, una compañía de producción compuesta por Walter Wagner, Joan Bennett y Fritz Lang; y una de las visiones de Hollywood más tortuosas y sórdidas, sobre el engañoso poder de la imaginación, siendo el estudio más desgarrador sobre la culpa y la condena, realizada por Fritz Lang; que además, es el primero de 2 remakes de películas de Jean Renoir:
Mientras “La Chienne” (1931) inspiró Scarlet Street en 1945, “La Bête Humaine” (1938) inspiró “Human Desire” (1954); y se decía que a Renoir le habían disgustado ambas películas de Lang.
Sin embargo, Scarlet Street es un ejemplo muy representativo de adaptación, de cómo un director insigne del expresionismo alemán, puede mimetizarse con la industria cinematográfica hollywoodiense, y aun así, dejar claves o pistas de su inconfundible autoría.
Sin embargo, el 4 de enero de 1946, La Junta de Censura del Estado de New York, prohibió Scarlet Street en su totalidad, basándose en el estatuto que le dio el poder de censurar las películas que eran “obscena, indecente, inmoral, inhumano, sacrílega”, o cuya exposición “tendería a corromper la moral o incitar a la delincuencia”
Como si de una reacción en cadena se tratase, una semana después, Milwaukee también prohibió la película, como parte de una nueva política alentada por la policía por “una regulación más estricta de las películas indeseables”
El 3 de febrero, Christina Smith, el censor de la ciudad de Atlanta, argumentó que debido a “la vida sórdida que retrata, el tratamiento del amor ilícito, el fracaso de los personajes para recibir el castigo de la policía, y porque la imagen tiende a debilitar el respeto a la ley, Scarlet Street era licenciosa, profana, oscura, y contraria al buen orden de la comunidad”
Universal Pictures se desanimó a impugnar la constitucionalidad de los censores por las protestas de los grupos religiosos nacionales que surgieron en su caso, mientras Atlanta llegó a los tribunales.
Como fuera el caso, Fritz Lang nos lleva a un mundo donde las mentiras llenan los rincones, y las carcajadas ensordecen las verdades; donde una alegría cosmética y de coloretes llega para quedarse; en una película donde se perfecciona el sentido de la intriga, pero sobretodo de la posesión y de la ingenuidad.
Se rueda durante los 3 meses del verano de 1945, en los Universal Studios, en Universal City, California.
La acción dramática tiene lugar en New York City, Greenwich Village, Brooklyn, Central Park… a partir de la primavera de 1945.
Christopher “Chris” Cross (Edward G. Robinson), es empleado de la firma J. J. Hogarth & Co., durante los últimos 25 años, por lo que es galardonado con una cena de homenaje y compañerismo, presidida por el mismo Hogarth (Russell Hicks), con asistencia de los principales ejecutivos de la casa.
Cross, cajero de la empresa, es leal, serio, cumplidor, tímido, algo apocado, pausado, inocente, rutinario, y sombrío.
Adele (Rosalind Ivan), su mujer, con la que lleva 5 años de matrimonio, es autoritaria, antipática, chismosa, huraña, impertinente, y egoísta.
Cross conoce a Katharine “Kitty” March (Joan Bennett), de la cual se enamora.
Kitty es joven, agraciada, perezosa, mentirosa y cruel.
Desea ser actriz, y ejerce la restitución.
Asume con cara de ángel el papel de una de las mujeres fatales más perversas del cine; y por este amor, Chris roba en la oficina bancaria donde trabaja; además, el amante de Kitty, Johnny Prince (Dan Duryea), es el chulo de Kitty, carece de escrúpulos, haría cualquier cosa por dinero y es manipulador, tramposo, violento, inseguro y maltratador; tanto que le roba sus cuadros a Chris, y los pone a la venta, atribuyendo la autoría a Kitty.
Aquí no faltan abusos, violencia de género, violencia emocional, humillaciones, manipulaciones turbias, y actos de sumisión.
En la mayoría de los casos, estas incidencias se presentan desde la distancia o desde posiciones que dificultan la visión directa y clara.
Las elipsis y los sobreentendidos, dejan en manos de la imaginación cruel del espectador, la definición de sugerencias cortadas antes de tiempo, en fundidos que equivalen a puntos suspensivos.
Scarlet Street es uno de los trabajos más personales de Lang; donde se contrapone la perversidad que anticipa el tal vez desafortunado título español, “Perversidad”, aunque tampoco es excesivamente revelador, dado que la naturaleza perversa que acecha al protagonista, es rápidamente develada; a la inocencia a priori impensable en un tipo como Edward G. Robinson, que sin embargo, poco a poco irá descubriéndose, efectivamente, como un personaje inocente y desvalido, ante la crueldad sin límites de la mujer fatal que se cruza en su camino.
El castigo del crimen, es un valor que hasta el estreno de Scarlet Street parecía inherente en las producciones hollywoodienses; pues si una película no tenía final feliz, al menos debía contar con un desenlace moralmente justo; por lo que posiblemente sea Scarlet Street, una de las primeras películas en las que el cometer un crimen, no tiene ninguna consecuencia aparente, al menos si se entiende el término “castigo aparente” como sinónimo de “prisión”
El final, es apoteósico y delirante, una explosión de pesimismo, en la que la imagen oscura inunda la pantalla.
Y en la que el castigo a los personajes, trasciende la mera encarcelación.
Esto dota de un ácido tenebrismo a la película, que conecta de forma directa con la etapa alemana, puramente expresionista de Fritz Lang.
No es casualidad, que Lang pasara a convertirse en uno de los claros representantes del “film noir” en su aventura cinematográfica estadounidense; y Scarlet Street es una de las películas que, de forma más perversa y patética, retrata las miserias de la condición humana.
Es una magistral cinta de cine negro, basada en la fuerza pasional de la dominación amorosa, vorágine vehemente que termina arrastrando en su esencia confabuladora, a todos los elementos de la pérfida maquinación:
Dominadores y dominados.
Y Lang vuelve a azotarnos con su moralismo “noir”, con la diferencia que aquí, el final es real y contundente y, quizás uno de los más crueles visto.
“If he were mean or vicious or if he'd bawl me out or something, I'd like him better”
En el ámbito de la creación, la inspiración y la frustración son valores que se antojan contradictorios.
Sin embargo, son muchas las ocasiones en que los obstáculos, barreras, incomodidades y dificultades, posibilitan un inconformismo que es canalizado mediante el arte.
Fritz Lang, rodó Scarlet Street, inmediatamente después de “The Woman In The Window” (1944), con prácticamente el mismo equipo y con el mismo trío protagonista:
Edward G. Robinson, Joan Bennett, y Dan Duryea.
Pero acá, Lang dirige magistralmente este intenso drama, a una de las mujeres fatales más logradas del cine de todos los tiempos, Joan Bennett; y el perfecto trabajo de Robinson, para un melodrama clásico e imprescindible.
Aunque Scarlet Street no fue especialmente alabada en su estreno, se trata de una película anómala por varios aspectos:
Uno de ellos, es que la perversa “femme fatale”, arquetipo de mujer manipuladora que derrocha elegancia e inteligencia, aquí consigue llevar a cabo sus tretas con la vulgaridad por bandera.
Christopher Cross, es el fiel cajero de un banco neoyorquino.
Su vida insulsa e infeliz, lo hace sentirse insignificante.
Sólo su pasión por la pintura, mantiene vivo su espíritu.
Coincidiendo con una cena homenaje que recibe por llevar 25 años al servicio del banco, en el camino de vuelta a casa, defiende a una preciosa joven llamada Kitty, de recibir una paliza por un borracho...
Totalmente encandilado por la belleza de la joven, sólo es capaz de hablar de su arte.
A partir de ahí, comienza el malentendido, y será tomado por un rico y famoso pintor, del que la joven sin escrúpulos, y su violento novio/chulo, intentarán aprovecharse de muy diferentes maneras.
Se inicia así una compleja y enrevesada trama, por donde circulan varios personajes en torno a nuestro protagonista:
Un hombre honesto, dotado de una especial sensibilidad que nadie ha sido capaz de descubrir.
La bella joven cumple con todos los requisitos de “femme fatale”, es cruel, ambiciosa, manipuladora y sin escrúpulos.
Ella será capaz de aprovechar la confianza que un hombre completamente enamorado, ciego frente a los caprichos de una idealizada joven.
Así, Scarlet Street nos conduce por la peligrosa pendiente que lleva a la pérdida de la dignidad, los principios y la ética, en pro de satisfacer los deseos propios, y los de su idílica y deseada mujer.
Tanto que Chris llegará a ser capaz de robar, desfalcar en su banco, y tramar la propia muerte de su esposa, para conseguir el beneplácito de la bella joven.
Es loable el sutil juego de dobles y superposiciones identitarias que Lang orquesta a lo largo de todo el metraje, así como el sarcasmo y sentido paradójico, crudelísimo en ocasiones, inherente a algunas escenas.
Scarlet Street, goza de una narrativa excelente, ya que partiendo de una situación ambigua, y apoyándose en los perfiles del triángulo protagonista, va encadenando a la perfección una espiral por acumulación de matices perversos de la condición humana.
Todos los personajes, parten de una mentira:
Chris dice ser un pintor, Kitty dice estar soltera, y su amante Johnny, dice ser la pareja de su compañera de piso.
Al final, todos reciben su dosis de verdad, incontestable e indiscutible, que cae irremediablemente como una losa sobre sus cabezas.
La historia no es relevante, ya que es una historia “modelo”, donde hay muchas historias semejantes.
Lo que la transforma en una obra de raro poder hipnótico, reside en su ejecución, y en la forma en que ésta ejecución es iniciada.
En la primera escena, el director de un banco preside una cena en honor a su empleado más leal, al que obsequia con un valioso reloj de oro.
Acto seguido, abandona la mesa para salvar a su futura joven “amante” en la calle.
La cámara retorna al rostro de Christopher Cross, ese empleado ejemplar.
Y entonces, se advierte que se ha abierto una grieta en donde antes parecía haber un terreno llano.
¿Y qué supura a través de la grieta?
Añoranza, deseo, envidia, tristeza, y conformismo… Patetismo del más puro y duro.
A partir de este instante, no hay retorno.
La historia se acaba de iniciar.
El director de origen austríaco, confronta a la perfección 2 mundos:
Los dominantes y los dominados, en un relato sometido por atmósferas sombrías, depresivas, en las que conviven personajes impulsivos, dibujados con el pincel de un trágico destino.
Un relato en el que la mentira, el daño y el remordimiento, campan a sus anchas, para después desembocar en una espiral de locura que envuelve al personaje de Cross, y lo arrastra hacia la vida más mísera que un ser humano culpable puede vivir, en la que su existencia no vale nada.
Una historia sobre la mentira y el engaño, sobre la ambición, sobre la manipulación de sentimientos, sobre la mala intención, sobre la obsesión amorosa, sobre el miedo a la soledad, sobre el trauma que provoca la autoestima baja por no ser agraciado físicamente, sobre el desprecio hacia la persona humana, y hacia su sensibilidad.
Un filme donde participan la perversidad, el enamoramiento, el tormento psicológico, y la humillación, como personajes abstractos que surgen de las variantes del entramado narrativo.
A la vez, un drama opresivo, salpicado con visos de cine negro, donde las maquinaciones y los viles y desmesurados apetitos de dinero, merodean constantemente en el relato.
Pero también es un filme sobre gente ingenua, que se entremezcla con vividores con solapadas intenciones, es una cinta donde un mal lleva a otro, donde un error provoca una cadena de fatales acontecimientos.
El director, nos sumerge así en una auténtica pesadilla sin salida, liderada por los elementos o piezas claves del “cine negro”
Sin embargo, es más que un estilo.
“Negro” se aplica al aspecto visual de estas películas, predominio de secuencias nocturnas, fotografía que privilegia el claroscuro, las sombras y la penumbra, etc., pero también a su contenido:
Una visión pesimista de la naturaleza humana, cinismo, fatalismo, etc.
Aquí, Fritz Lang busca que el encuadre y el montaje sean lo más preciso posible para comunicar la mayor violencia, frustración o ansiedad; y esta película no sólo presenta una trama de “cine negro” en la que una joven pareja engaña y manipula a un hombre que ya está a punto de comenzar el tercer acto de su vida; sino que este personaje, Christopher Cross, es el vehículo que habla de la vejación hacia el mundo del arte.
Cross, está inmerso en un matrimonio de 5 años, en el que es absolutamente ninguneado, y que sólo es apreciado en su trabajo, el cuál no le trae la felicidad.
Además, en su empleo, gestiona los billetes, y el éxito monetario de los demás.
Tan sólo encuentra la capacidad de sonreír honestamente, cuando postra el caballete y el lienzo en el baño de su casa, y comienza a pintar.
Y digamos que sus creaciones artísticas no pertenecerían precisamente al modo de representación institucional que se lleva en el momento.
Se percibe en ellos, toques surrealistas o metafóricos, retorcidos de la realidad, lejanos de la lógica de la coherencia.
Es muy significativo el diálogo entre Charles Pringle (Samuel S. Hinds) y Christopher, cuando el primero contempla uno de los cuadros que ha pintado su compañero, en este caso, “La Flor que Kitty”, que la manipuladora y manipulada “femme fatale”, le ha regalado.
Mientras Charles fuma un puro con cara de escepticismo, y se coloca las gafas para mirar fijamente el lienzo, y pregunta:
“¿Dónde encontraste una flor como esa?”
Christopher señala con la mano, la margarita que tiene sobre el lavabo.
“¿Quieres decir que ves esto, cuando miras esto?”
El artista titubea:
“Sí, es… es lo que siento.
Verás, cuando miro esa flor, veo a alguien…”
Ese alguien se refiere indudablemente a Kitty, sin embargo, no puede seguir verbalizando sus emociones, porque Adele, su placadora esposa, entra al baño, y debido al sobresalto de encontrarse a 2 hombres mirando un cuadro, emite un agudo quejido.
Una escena sencilla, pero clave que demuestra la miserable e incomprendida vida de Christopher Cross; y la forma en que ve a Kitty a través de un simple cuadro, que para otros ojos es la realidad bella versus la realidad deformada.
Del reparto, Edward G. Robinson, encarna con magnífico aplomo a este tipo pusilánime.
Su físico consigue moldearlo poco a poco con el devenir del metraje, siendo el claro reflejo del descenso a los infiernos, a que es arrastrado por amor de una mujer fatal.
Tanto que lo vemos ir encorvándose con el paso del tiempo, achicarse, llegando en el tramo final a ser el “Nosferatu” de Max Schreck, acercándose a su víctima, sublime, la viva estampa de un “calzonazos” con el delantal puesto en casa, sabe emitir un arco de desarrollo fabuloso, empieza a nivel tierra, sube al conocer a la “femme fatale”, cae en sus garras, y se ilusiona mientras sube su autoestima, y cuando todo se destapa; cae en picado, bajando al Averno más profundo, sin retorno, tremendo...
Joan Bennett, resulta una belleza turbadora, muy sugerente, con malicia sutil, sibilina, arpía, aguanta de modo flemático el maltrato de su Johnny, pícara en su lenguaje gestual, sublime en su química perversa con su chulo, una “femme fatale” Icónica.
Y Dan Duryea, un extraordinario rol de villano, un macarra sublime, con encanto, con simpatía, un mezquino amoral, que no duda en abofetear y patear a su pareja, si esta no le ha conseguido, prostituyéndose, la plata que necesita; encanto retorcido en su reptil sonrisa, soberbio en un papel para el que parece nacido.
Aunque Scarlet Street es considerada como una de las más representativas del estilo “Noir” por su estética, y por su contenido, está dotada de algunas originalidades, como el arquetipo de la mujer fatal que interpreta Joan Bennett, y que se distancia bastante de la “femme fatale” que popularizó un año antes Barbara Stanwyck, fundamentalmente porque en esencia, la “femme fatale” aquí no es tan maliciosa en sí misma, como sí la era el personaje de la Stanwyck, en el film de Billy Wilder.
Aquí, Kitty tiene un punto ingenuo, es un personaje más pasivo y menos sibilino, dependiente de otra figura masculina, Johnny, es quien la domina y la anima, casi la fuerza a que se aproveche de la bondad de Cross.
Siendo una paradoja, donde cada uno va recibiendo su merecido, pero no por los motivos que debieran ser, y esto Lang lo utiliza como sólo él sabe.
La trama empieza con la vida de un pobre hombre, que tiene una vida sin esperanza, con una mujer que además de ser fea, es insoportable, y algo explotadora.
Y es que el marido, después de trabajar todo el día, tiene hasta que lavar los platos para que la mujer pueda ver la radio novela…
No se sabe nada de la vida laboral de ella…
Y por si fuera poco, soportar los quejidos de ella todo el tiempo.
Era de esperar que si trata así al marido, el hombre no tarde mucho tiempo en encontrar a otra mujer, que sea más bella, joven, y atenta, al menos en apariencia, y ahí es donde entran las queridas chupasangre.
En este caso, Kitty  se transforma en su amante, y comienza una historia de engaños y trampas, solo para poder aprovecharse del pobre infeliz enamorado.
Aunque amante no en lo práctico, si lo es en teoría; por tanto, podríamos también decir que la mujer fatal no existe, sino la presencia de hombres terriblemente fatalizados.
Como curiosidad, mencionar que en 1951, Joan Bennett participó en uno de los escándalos cinematográficos más grandes de la década.
Ella y su agente, Jennings Lang, estaban en un parking “hablando de negocios”, cuando el marido de Joan, el productor, Walter Wanger, los descubrió, y disparó 2 balas a Lang.
Una de las balas, impactó a Lang en “la ingle”, como The Angeles Press acuñó.
Al parecer, Wanger estaba tratando de disparar al más impresionante atributo de Lang, su pene.
El escándalo que estalló, fue enorme:
Wanger fue acusado, y fue a la cárcel.
Joan negó que hubiera habido algún romance, pero estaba prácticamente en la lista negra de Hollywood.
Más tarde, su amigo Humphrey Bogart, insistió en que tomará el papel de protagonista en “We’re No Angels” (1955), pero su carrera en el cine había terminado.
Por otro lado, un error quizás, es que la historia de Scarlet Street, se lleva a cabo en 1934, pero todas las prendas, zapatos y peinados de Margaret Lindsay y Joan Bennett, son estrictamente de la moda de 1945, que había cambiado considerablemente durante los 11 años siguientes.
Scarlet Street es una película de amores no correspondidos, de necios, de aprovechados, de infelices; y de las pocas veces que ha dolido ver tanto sufrimiento, como el aprovechamiento de un hombre inocente de corazón y enamorado, en una de las películas más pesimistas y desgarradoras del cine negro de Hollywood.
En este aspecto, se aborda a la perfección el hundimiento de Chris, fruto del penoso trato que recibe por parte de las 2 únicas mujeres del film:
Por un lado, su esposa; y por el otro, Kitty.
Sorprende la digresión entre los 2 personajes masculinos:
Mientras que Chris se somete fácilmente al poder femenino; Johnny ejerce una completa dictadura sobre su novia, llegando incluso al maltrato físico y psicológico.
Mención especial merece el plano donde Cross le pinta las uñas a su “actriz”, y ella asegura, con ironía no disimulada, que el resultado “será toda una obra maestra”
Por cierto, está el mcguffin de la historia, los cuadros pintados por Chris, en realidad son obra del pintor de origen berlinés, John Decker, pintor, escenógrafo y caricaturista en Hollywood; y llama la atención que lo destacable de los cuadros, sea la perspectiva cuando son pinturas planas, sin profundidad alguna, parecidos al estilo de Diego Rivera.
Las 12 pinturas hechas para la película por John Decker, fueron enviados al Museo de Arte Moderno de la ciudad de New York, para su exhibición en marzo de 1946.
El final de Scarlet Street, es atípico para el estándar de Hollywood.
La secuencia final, delirante, es la máxima caída de la víctima, su degradación y decadencia, llegaron al clímax, la descomposición se ha consumado, el artista frustrado, es ahora un lunático, un harapiento vagabundo que divaga sin sentido por las calles, clamando ser el asesino de Kitty, en la última miseria, y con el simbolismo de ser confrontado a su máxima obra, el retrato de ella, que se vende a altísimas cifras, $10 mil; mientras ya es tarde, pues él, y su vida, han sido arruinados.
Y cierra brillantemente, de forma irónica desde el comienzo aquel, que aporta como música añadida, un largo fragmento coral de:
“Es un muchacho, excelente”, mientras todos lo vitorean...
Lo rápido que cambian las cosas, en la representación de ese reloj carísimo, regalo del banco donde Cross trabaja.
En varias ocasiones, era manifiesta, en el cine de Lang, la crítica social y siempre estaban presentes sus dudas sobre la justicia, así como sus reflexiones sobre el individuo contemporáneo, y su desamparo.
A finales de los años 50, en parte por el clima creado por las investigaciones del Comité sobre Actividades Antiamericanas, en parte por su rechazo de criterios comerciales, y también por la oferta de un productor europeo, Lang viajó a La República Federal Alemana a terminar su carrera cinematográfica.
De manera soterrada, Scarlet Street es un alegato contra la pena de muerte, al mostrar cómo se cometen errores judiciales, y se condena a inocentes sin mayores tropiezos, esto le costaría la prohibición en algunos estados de EEUU, y los siempre apresurados reproches del vergonzoso Will H. Hays, y su Código de Producción.
Y moralmente, deja bien expuesto un hecho inaceptable por la sociedad, pero demostrado de sobra por la psicología:
Una conciencia marcada por un crimen cometido, suele sentirse asediada por un tormento mayor, cuando no recibe el castigo social que considera merecido.
La cárcel, en numerosos casos, resulta tranquilizadora, porque la persona siente que ya está purgando su pena.
Pero, el que pasa “impune”, verá repetirse en su mente, hoy, mañana y siempre, aquella escena abominable del delito que cometió en un momento de ira, de ligereza o desespero.
Y es ésta, la prueba contundente de que la impunidad no existe, pues la conciencia es para todos, la peor cárcel del mundo.
Y en un gran número de casos, el alcoholismo y la drogadicción, como el tener que dormir con un radio o un televisor encendido, son maneras desesperadas de huir de los reclamos de la conciencia.
Entroncando con esto, queda el hecho de ruptura de que Scarlet Street fue la primera película hollywoodiense, en que un crimen quedaba sin castigo legal.
Pero en cambio, la historia ahonda en otro tipo de castigo, el que se auto inflige el que comete un gran delito, hecho estudiado en la psicología, de cómo alguien que lo comete, y no es condenado por ello, se puede sentir atosigado por la angustia de no haber purgado su crimen legalmente, como un acto de purificación, algo así como en el cristianismo cuando confesamos, y tienen que rezar para saldar cuentas, pues en este caso, al no haber recibido el castigo, puede haber personas que se torturen por su conciencia, sobre todo, las que alguna vez tuvieron una brújula moral, que en Scarlet Street quieren demostrar que esta auto pena, puede ser peor, incluso que el castigo capital, pues reflejan a Chris en el tramo final, como un muerto en vida, un zombi perseguido por los fantasmas del pasado.
Hoy en día, Scarlet Street sería imposible de filmar, por su apología al maltrato de género.
Pero eran otros tiempos, y estaba censurado un ahorcamiento, o una pareja en la cama, pero no se consideraba grave lo otro.
La banda sonora, corre a cargo del maestro compositor, Hans J. Salter, que compuso más de 185 obras en su larga carrera, y obtuvo 6 nominaciones a los Oscar.
“It's like falling in love I guess.
You know... first you see someone, then it keeps growing, until you can't think of anyone else”
Scarlet Street es una película que reflexiona sobre la pasión, esas pasiones delirantes, tanto la de ella, que por su amor a un hombre que dudosamente la ama, la lleva a engañar de manera perversa y cruel a Robinson; y la de él, que le llevara a cometer una locura, y a quedar él mismo así de inestable mentalmente.
Y es que al tratarse del amor, todo resulta inverosímil, de cómo una mujer que es joven y guapa, puede perder la cabeza tan locamente por un sinvergüenza como Johnny.
Pero esas cosas ocurren desgraciadamente en la vida real.
Hay muchos Chris Cross, que lo dan todo por amor, y acaban revolcados.
Pero hay algo que es aún más importante, que resuena una y otra vez, y es esta inquietante historia, que a casi todo el mundo le suena de algo, de haber vivido algo parecido; porque cuando te topas en tu vida con alguien que te engatusa, y te dejas seducir por unos ojos, unos labios, un cuerpo, o una sonrisa, y confundes lo que sucede con lo que te gustaría que sucediera…
Comienzas a cambiar tu forma de ser, te vas quedando cada vez más solo, por tener a esa persona, lo vas dando todo, y cuando prácticamente no queda nada más de ti, se mofa, se ríe en tu cara de ti mismo, sufres el mayor de los desprecios; y te das cuenta de que has sido un ser absurdo, que has perdido la felicidad que tenías, y que quizás no sepas recuperar.
Cuando llegas a eso, a odiarte por ser tan estúpido, el arrebato es tal, que te sientes un monstruo, y quizás ya no puedes escapar de tu paranoia, pues ya es demasiado tarde, y puedes llegar al homicidio.
Cine que copia realidades, la más reciente:
La historia de Margaret Keane y sus personajes “Big Eyes”; o todo aquel hombre que fue arrastrado por la fatalidad, es locamente autor de un homicidio por una mujer.

“Jeepers, I love you Johnny”



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