Un tranquillo posto di campagna

“Nymphomania, necrofilia, feticismo, sadomasochismo”

Según dice una antigua y ubicua tradición, cuando el dolor, el sufrimiento, el miedo y la humillación se concentran en un lugar determinado y el imaginario local, así como sus crónicas y testimonios, pueden dar cuenta de todo ello, lo más probable es que esa comunidad lo termine convirtiendo y etiquetando como un “lugar encantado” o “embrujado”
En la tradición de la literatura fantástica, las casas encantadas han sido un argumento recurrente para todos aquellos autores que se han acercado a dicho género.
La novela gótica, por ejemplo, inició esta tradición de historias, que se desarrollan en casas embrujadas, donde los espíritus a menudo se preservan como indeseables residentes a causa de algún hecho trágico:
Muerte violenta, muerte prematura, o suicidio.
Estas son las causas para que las personas fallecidas dentro de una casa, continúen habitándola después de la muerte.
George Oliver Onions, fue un novelista y cuentista de nacionalidad británica, que escribió varias colecciones de historias de fantasmas, de las cuales, la más conocida es “Widdershins” (1911), que incluye la novela corta:
“The Beckoning Fair One”, ampliamente considerada como obra de envergadura en el género de la ficción de terror, concretamente del terror psicológico; y se trata de una historia de casa embrujada convencional:
Paul Oleron, es un escritor sin inspiración, que se traslada a vivir a las habitaciones de una casa vacía, con la esperanza de que el aislamiento fomentará a su creatividad.
Su sensibilidad e imaginación, se ven reforzadas por su aislamiento, pero tanto su arte como su único amigo, y finalmente su cordura, acaban sucumbiendo en el proceso.
Escrito con la elegancia, habitualmente presente en las mejores muestras del género, sobre todo del siglo XIX y principios del XX, “La Bella que Saluda”, título traducido al español, que remite al de una antigua canción que Oleron comienza a silbar, sin haberla oído nunca; es un extenso y desasosegante relato, en el que la aparición fantasmal, cede el protagonismo a los efectos que causa en el protagonista y en su relación con los demás, y cuya extraordinaria ambigüedad, nos permite diferentes interpretaciones que lo enriquecen definitivamente.
La historia se puede leer como la narración del adueñamiento gradual del protagonista, por un espíritu femenino, misterioso y posesivo; o como una descripción realista de un brote psicótico, que culmina en la catatonia y asesinato, contada desde el punto de vista del sujeto psicótico.
De hecho, la mayoría de la ficción sobrenatural de este autor, cumple estándares muy altos, y se destaca por su originalidad, sutileza, y por sus afinadas caracterizaciones que la elevan muy por encima de la media.
La descripción precisa de la lenta desintegración de la mente del protagonista, es aterradora de cualquier modo.
El tema de la conexión entre la creatividad y la locura, aparece en otras obras de Onions, quien viene a sugerir que el artista corre ciertos peligros al retirarse del mundo, y perderse a sí mismo en su creación.
“Dove la realtà e la fantasia sono troppo vicini”
Un tranquillo posto di campagna es una película de suspense y terror italiano, del año 1969, dirigida por Elio Petri.
Protagonizada por Franco Nero, Vanessa Redgrave, Georges Géret, Gabriella Grimaldi, Madeleine Damien, Rita Calderoni, John Francis Lane, Renato Menegotto, David Maunsell, entre otros.
El guión es de Tonino Guerra, Elio Petri y Luciano Vincenzoni; basados en la historia, “The Beckoning Fair One” (1911) de George Oliver Onions; que es un clarísimo antecedente de “The Shining”, el libro de Stephen King, y el film de terror dirigido por Stanley Kubrick en 1980.
La acción sigue a un prestigioso pintor italiano, Leonardo Ferri (Franco Nero) en plena crisis creativa, plagada de pesadillas perturbadoras, en que él es víctima de su propia amante y gestor, Flavia (Vanessa Redgrave), por lo que decide alejarse del mundanal ruido, e ir a pasar unos días en una encantadora y apacible casa de campo veneciana; guiado por sí mismo en sus sueños y visiones.
Sin embargo, la esperada tranquilidad, se convierte en un laberinto de misterio y horror, debido a las apariciones del fantasma de Wanda (Gabriella Grimaldi), una condesa que murió en la casa, en extrañas circunstancias.
Ferri, obsesionado, se convence de la presencia de su fantasma en la casa, y de la hostilidad hacia Flavia; pues extraños incidentes se suceden, cada vez que ella se presenta en la villa.
Al final, mientras que el cuidador y jardinero, Attilio (Georges Géret), uno de los muchos hombres con el que Wanda tuvo una relación sexual en la villa, confesó que la había matado después de encontrarla en compañía de un soldado alemán.
Así, Leonardo pierde la cabeza, imaginando matar a Flavia, y será encerrado en el manicomio, donde trabajará en sus pinturas como nunca antes, con la plena satisfacción de Flavia, y del coleccionistas de arte.
Lo que el artista protagonista va imaginando, alucinando, o soñando, es visto por el espectador, de manera que la historia nos introduce en una realidad subjetiva, en la que no sabemos bien, cuál es el grado de realidad que hay en ella.
La subjetividad de un artista progresivamente perturbado, se va mezclando así, con una historia de fantasmas, que lo mismo pueden ser “reales” o imaginados; es decir, son fantasmas interiores o exteriores.
Al espectador le corresponde decidir, si la soledad afectó la mente del hombre, o si fue víctima de un espíritu posesivo.
El surrealismo que emana de la psique del protagonista, y sus coqueteos con el terror gótico, e incluso con el gore, convierten a Un tranquillo posto di campagna, en una extrañeza a descubrir por los más inquietos espectadores del cine fantástico; pues estamos sin duda, ante una obra profundamente perturbadora, que no perturbada, en el que se entremezclan el “giallo”, el terror parapsicológico, la historia de fantasmas de fondo, más o menos romántico, y hasta un erotismo más o menos sofisticado.
Hay además, una sesión de espiritismo realmente escalofriante.
“In un luogo tranquillo si strappa via la struttura della sua mente e del corpo... pezzo per pezzo”
La vida y la obra del director italiano, Elio Petri, se narran a través de colaboraciones fieles.
Al tándem Tonino Guerra-Elio Petri en el guión, tomaría el relevo el dueto literario Petri-Ugo Pirro, no con menor éxito.
El nivel que exigía a todos los elementos de sus películas, le haría deambular, sin comprometerse con nadie, en el aspecto musical, hasta que la banda sonora que Ennio Morricone realizaría para Un tranquillo posto di campagna, lo convirtiese, con el director de fotografía Luigi Kuveiller, y el montador Ruggero Mastroianni, en su equipo técnico de por vida.
Y es que Petri entiende de una forma extraña, desconcertante, pero también sorprendente y sugestiva, el tipo de cine intelectual que en los años 60 encumbró.
La locura, o la neurosis, son temas que Petri trata aquí, y que volverán a aparecer en nuevos films, inmediatamente posteriores, de este cineasta italiano, que actualmente está siendo objeto de una justa revalorización crítica.
Desde lo técnico, con la fotografía en color de Luigi Kuveiller, realza la belleza paradisíaca de un entorno natural solitario y tranquilo, que contrasta con la obsesión, la agitación y el trastorno de un protagonista al que vemos a menudo en movimiento.
Con cámara en mano, el uso simbólico del color, el rojo especialmente, el encuadre y el punto de vista subjetivo, elevan la propuesta, de manera incómoda, desconcertante y hasta llena de suspense y terror, muy probablemente nunca antes vista en el cine italiano.
Definida por Petri, como “el retrato de un artista, de un intelectual burgués, y de su escisión”, Un tranquillo posto di campagna, es una película que transita entre el “giallo”, el filme erótico, lo fantasmagórico y experimental, en línea con la alienación de las películas de Michelangelo Antonioni del momento.
Con la ayuda del artista pop americano, Jim Dine, quien preparó al actor protagonista, y cedió sus propios lienzos, Un tranquillo posto di campagna parte de la crisis creativa y existencial del pintor Leonardo Ferri, que le llevará a retirarse a una mansión en medio del campo, en busca de inspiración.
En la primera parte del metraje, el espectador cree que está viviendo una realidad, pero… no, el mundo de las pesadillas, aparece y desaparece de forma que nunca encontramos un asidero firme en el que sustentarnos, o al menos esperar que pase la marea…
Cuando se concreta la presencia de un ser ectoplasmático, Un tranquillo posto di campagna gana coherencia, y los motivos del pintor, se hacen meridianos:
El único cubazo que importa, es el de tinta roja, porque ese es el color de Wanda, un fantasma de buen ver.
Leonardo pinta hasta los árboles de rojo por ella, que es una forma de sorber los vientos.
Así las cosas, Flavia anda mosqueada, porque el trabajo de verdad, el que da billetes y comisiones, y la mantiene con lujos extravagantes, no avanza, así que, tal parece, y no lo digo muy convencido, urde un plan junto a los accionistas del negocio de exposiciones de cuadros, y los asistentes de la casa, para que la acechante locura alcance su clímax final, y deje a Leonardo revoloteando perdido,  sobre el nido del cuco de un sanatorio mental, y cambiando cuadros por chocolatinas y revistas porno.
Y es que entre las locuras de Leonardo, atención al nombre de todos los personajes; es un afamado pintor de la escuela pictórica del cubazo al óleo; y las ambiciones y dobles juegos de su manager y amante, Flavia, y los motivos inconfesables de una colectividad de respetables miembros de la comunidad, que tal parece que todos se beneficiaron a una ninfómana de 17 años que, muerta en “trágico accidente de guerra”, parece reencarnarse a sus anchas, y tirar los tejos al pintor y las tejas a la amante; con el beneficio de “ayudarle” en la crisis creativa, que no es otra que un abuso hacia un hombre débil, sexual y mentalmente perturbado; nótese también la simbología en el uso de las pinturas, y en el color, que ayudan a darle carácter interior al protagonista.
En definitiva, Un tranquillo posto di campagna, es una estupenda película de terror, que comienzan con atisbos de cine “de arte y ensayo”, pero que pronto encuentra su camino hacia el corazón mismo del horror sin titubeos.
La dirección de Petri es llamativa y notable, el director pone el ojo en los lugares más insospechados, como si espiara al protagonista, y nos hiciera partícipe de su demencia.
Lo fantástico, lo fantasmagórico, se presenta al espectador bajo una luz nueva, o al menos, poco habitual, ya que se aleja de la atmósfera del gótico italiano, en caída libre al final de la década, y de los relatos de fantasmas tradicionales.
Como dato, del reparto, Franco Nero, que había interpretado un personaje tocado por la locura con ciertas similitudes 2 años antes, en la estupenda “Il Terzo Occhio” (1966), que como curiosidad, apuntaré que anticipa no pocas cosas de filmes posteriores; hace un trabajo excepcional, en darle personalidad a un artista en plena crisis creativa, que llega hasta la psicosis; con una “femme fatale” a la altura, la señora Nero, Vanessa Redgrave.
Por último, la banda sonora de Ennio Morricone, es bastante extraña.
Para la película, Morricone trabajó con el Gruppo di Improvvisazione Nuova Consonanza; y la música que escuchamos, parece ser utilizada en función de la lucha contra el silencio.
Aunque en realidad, aquí los sonidos son bastante molestos; destacando las imágenes en movimiento arrítmicos, y activan al espectador delante del paso rápido de algunas tramas.
El sonido emerge de un efecto desorientador cacofónico, casi una obertura de ruidos, pues se sienten notas aisladas en el piano, sonidos de viento, campanillas, reverberaciones; junto con un susurro constante, se oyen ruidos amplificados, mientras que en el fondo, se puede escuchar un silbato, un silbido, como un sonido distorsionado electrónicamente, que eriza la piel.
Es en sí, una experimentación musical que se libera en un lugar tranquilo en el campo, no es un fin en sí mismo, y está en consonancia con el contenido de la película.
Morricone y Petri, decidieron la música como improvisación:
Música y efectos de sonido, que renuncian a la idea de la pérdida progresiva de la realidad por parte del héroe.
“Non vuole te!”
¿En qué ciudad no existe una casa encantada, o maldita?
Pues en el caso de Venecia, sería Ca’ Dario; cuyo nombre le viene dado por el senador y comerciante veneciano, Giovanni Dario; que en 1487, encargó el proyecto al arquitecto Pietro Lombardo, en un antiguo cementerio de Templarios.
Los más supersticiosos, achacan a este hecho, el largo historial de desgracias del bellísimo edificio veneciano.
Se trata de un Palacio precioso de 3 plantas, con muchas chimeneas, y con un jardín inmenso.
A partir de este punto, todo fue un auténtico río de desgracias:
Los Dario se arruinaron, y Marieta y el resto de la familia, se acabaron suicidando.
Todos los propietarios que ha comprado la vivienda, durante más de 500 años, han fallecido en “extrañas circunstancias”
Disparos, accidentes de coche, caídas por escaleras, asesinatos, suicidios… en la casa maldita, ha sucedido de todo tras comprarla.
Incluso los venecianos llaman a Ca’ Dario, “la casa que mata” por su trágica historia.
La casa está ubicada en El Gran Canal, y pese a su ubicación privilegiada, hoy en día sigue sin dueño.
Los cuentos y leyendas sobre casas encantadas nacen, en gran medida, de la noche, del aislamiento, de lo antiguo, y del abandono, de los miedos ancestrales, y del inquietante misterio que produce todo lo sobrenatural, todo aquello que rompe con las leyes de la “normalidad”
Son también signos estéticos, que muchos escritores supieron pintar con maestría, como Oliver Onions, persiguiendo esa sensación de horror, de miedo visceral, a todo aquello que está más allá de las explicaciones lógicas.
Pero también, detrás de las leyendas de las casas encantadas, se esconden datos que, a la postre, terminan revelando un determinado orden social, una identidad y toda una escala de valores.
Sus historias, truculentas, morbosas, siempre dicen más de lo que aparentan.
Expresan conflictos, y sirven para ordenar el caos afectivo y emocional de muchas personas, como una especie de catarsis; al tiempo que aseguran aspectos de la memoria colectiva.
De hecho, son el imaginario de una comunidad convertido en ladrillos, en tejas, en senderos tenebrosos, y pasillos alfombrados.
Una radiografía de sus fobias, aspiraciones, pulsiones, miedos y sueños personales; y patrimonio cultural intangible, rico y sugerente, que creemos, nos seguirá acompañando por mucho tiempo.

“Non ha mai funzionato così bene prima”



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