Picnic at Hanging Rock

“On St. Valentine's Day in 1900 a party of schoolgirls set out to picnic at Hanging Rock.
...Some were never to return”

Hay pocos lugares más inquietantes sobre la tierra que Australia.
Ese enorme continente, pródigo en espacios vacíos, cuya densidad de población no llega a los 3 habitantes por km2, es un espacio que no ha conseguido superar el conflicto entre atavismo y civilización propio de un país tan “nuevo”, y en cuyas inmensas planicies se esconde, siempre, el fantasma de la regresión.
Inquietud que nace, por ejemplo de la mirada imperturbable, casi alienígena, de esos aborígenes a quienes los intrusos ingleses casi borraron de la faz de La Tierra, o de esos inacabables desiertos interiores, donde de pronto emergen misteriosas formaciones rocosas que parecen esconder indecibles secretos.
“Hanging Rock” es una formación rocosa perteneciente al Monte Diógenes, dentro del estado australiano de Victoria.
Tiene unos 6 millones de años de antigüedad, y se alza a 718m sobre el nivel del mar, en el llano entre los 2 municipios pequeños de Newham y Hesket, a unos 70km al noroeste de Melbourne, y a pocos kilómetros al norte de Mount Macedon, un antiguo volcán.
El área se encuentra dentro del territorio de la nación Wurundjeri; que era un sitio de iniciación masculina, y la entrada estaba prohibida a todos, menos a los varones partícipes de la ceremonia.
Después del asentamiento colonial, los pueblos aborígenes de la zona fueron desalojados rápidamente, y forzados a abandonar el lugar en 1844.
Como reserva natural, destaca su peculiar topografía formada por rocas colgantes de gran tamaño, y formas caprichosas, debido a su procedencia de una erupción volcánica, siempre resultó muy atractiva para los visitantes.
En oposición a la belleza natural del paraje, podemos encontrar diversos peligros a tener en cuenta durante su exploración, como pueden ser las altas temperaturas y la ausencia de agua en sus cotas altas, pero sobre todo, las múltiples cavidades de gran profundidad creadas alrededor de las enormes rocas colgantes.
Seguramente, éste sea el motivo principal para que a lo largo de su historia, se hayan producido algunas desapariciones en su entorno…
Cuando los ingleses llegaron a Australia, el país estaba habitado por tribus indígenas con creencias y leyes propias, y con una conexión con la naturaleza y el mundo de “lo mágico”, totalmente alejada a la idiosincrasia conservadora de la sociedad victoriana.
En el transcurso de la colonización, el hombre blanco, no solo no respetó estas tradiciones aborígenes, sino que intentó occidentalizar a las tribus, alejándolos del contacto con la naturaleza, y su “mundo de los sueños”
“A surprising number of human beings are without purpose, though it is probable that they are performing some function unknown to themselves”
Picnic at Hanging Rock es un drama de suspense australiano, del año 1975, dirigido por Peter Weir.
Protagonizado por Rachel Roberts, Vivean Gray, Helen Morse, Kirsty Child, Tony Llewellyn-Jones, Jacki Weaver, Dominic Guard, John Jarratt, Frank Gunnell, Anne-Louise Lambert, Karen Robson, Jane Vallis, Christine Schuler, Margaret Nelson, Ingrid Mason, Jenny Lovell, Janet Murray, entre otros
El guión es de Cliff Green, basado en la novela homónima de Joan Lindsay, publicada en 1967.
Lady Lindsay, nunca confirmó o negó que su historia estuviera basada en, o inspirada en hechos verdaderos; o que la novela “simbolizaba” la realidad.
Aunque la fobia que tenía la novelista a los relojes, que puede explicar en cierto modo los juegos con el tiempo que hay a lo largo del film, y que Weir supo trasladar a la perfección; y la elección de sus fechas, se intuye como un tipo de mística entre supersticiosa y mágica.
Cuando se editó originalmente el libro en 1967, Lindsay prefirió no añadir el capítulo final, donde se resolvía, parcialmente, el misterio de las rocas, aunque después de su muerte, en 1989, fue editada en Australia, una edición donde aparecía este mítico “Capítulo 18”, donde se descubría la intriga en torno a la desaparición de las chicas, y de sus corsés; muy acorde con el transcurso de la historia.
Sin embargo, Weir prefirió utilizar el misterio para jugar con sus propios temas, dejando un poco de lado la trama sobrenatural, para utilizarla dentro de sus propias obsesiones de forma ejemplar.
Un subyugante y extraño filme, de fascinante pulso narrativo, que narra la misteriosa desaparición de un grupo de colegialas australianas durante una excursión; adjuntando al tiempo, la inmensa relevancia que el entorno de la acción irá adquiriendo en el cine del australiano, lo fundamental que resultará para entender su obra, la economía narrativa de la que siempre ha hecho gala y, por supuesto, la capacidad de creación de atmósferas sensoriales, de las que este filme es, probablemente, el mejor exponente.
Picnic at Hanging Rock, no solo fue un éxito, sino que se la consideró la mejor película de la historia de Australia; tanto que se exhibió durante 1 año entero, e impulsó a una nueva generación de jóvenes directores.
El rodaje se llevó a cabo en diversas localidades del Estado de Victoria, en Australia Meridional, donde está ambientada la acción, incluyendo obviamente Hanging Rock, y filmándose las escenas de interiores, que principalmente transcurren en el Colegio Appleyard, en estudios de esa misma provincia, como los de la South Australian Film Corporation, en Norwood.
La acción transcurre en 1900, en Australia Meridional.
Un grupo de estudiantes de La Escuela Appleyard, un colegio victoriano regentado por Mrs. Appleyard (Rachel Roberts), va a hacer una excursión El Día de San Valentín, a un lugar llamado Hanging Rock, una formación rocosa de origen volcánica.
El calor agobia, pero el código de vestimenta de las estudiantes, sigue la costumbre de la época victoriana.
La profesora guía, Miss Greta McCraw (Vivean Gray), describe la zona desde su saber científico:
Su origen se remonta a La Era Geológica, cuando 350 millones de años atrás, hubo una gran erupción de lava de silicio, que de a poco fue enfriándose hasta llegar a ser una mole de 170 metros de alto, rodeada por hormigas venenosas y serpientes.
Tras el picnic, las chicas se acercan al lugar desde un lugar menos académico y más entusiasta.
Una vez allí, 3 de ellas:
Miranda St. Clair (Anne-Louise Lambert), Irma Leopold (Karen Robson) y Marion Quade (Jane Vallis), deciden ir un poco más allá, y separarse del grupo para explorar las cercanías.
A último momento se les suma una cuarta, Edith Horton (Christine Schuler)
Antes de partir, Miranda gira la cabeza, saluda a su maestra, Miss McCraw, y se adentra en la naturaleza.
A lo largo del día, se producen una serie de fenómenos sobrenaturales:
El tiempo se detiene, estudiantes y maestras pierden el conocimiento, y 3 chicas y una profesora, desaparecen…
Solo Edith regresa, perturbada por la ¿huida? de sus compañeras; pero pasada 1 semana, sólo una de ellas volverá a ser vista, aunque no recordará nada.
Los sucesos de Hanging Rock, se han convertido en una maldición que ha destruido las vidas de muchos de los implicados, especialmente de la señora Appleyard, que ha visto como todo su mundo se ha venido abajo.
¿Secuestro, asesinato, suicidio, suceso paranormal?
Picnic at Hanging Rock se adentra en el plano más íntimo del alma, leyendo mentes, e interpretando sueños.
Sí hay que definirla con una palabra es onírica; es una fiesta para los sentidos, donde la naturaleza se convierte en un personaje esencial.
Un exuberante paisaje australiano, que evoca tiempos pasados, la melancolía y el romanticismo, antiguos símbolos; y esa música atemorizante que contrasta con las dulces notas de flauta.
Esta historia clásica, basada en una supuesta historia real australiana, se podía haber afrontado de varias maneras; desde la criminalística a la dramática, pasando por la interpretación sobrenatural; un inmenso océano de lecturas, metáforas y significados, que un simple visionado sólo es capaz de empezar a arañar, donde los detalles que se muestran son puertas para las respuestas a una sola pregunta:
¿Qué pasó en Hanging Rock?
“Waiting a million years, just for us”
Picnic at Hanging Rock, de luminoso lirismo artístico, se convirtió en el primer gran éxito del director, Peter Weir, y el símbolo del renacimiento del cine australiano; convertida hoy en objeto de culto por buena parte de la comunidad cinéfila, juega en todo momento con la ambigüedad de los hechos.
Técnicamente, el director muy inteligentemente utiliza el recurso de cámara lenta para los movimientos de las muchachas en su ascensión a la roca, en su mayoría, alternando planos picados y contrapicados.
El resultado, es una elegante película, muy bien realizada y ambientada con un gran diseño de escenarios y vestuarios, pero que sin llegar a ser fantástica o de terror, contiene momentos muy perturbadores.
La influencia del pintor impresionista australiano, Frederick McCubbin, reconocida por Peter Weir, se deja notar en todo el film, así como todo el imaginario victoriano de misterio; en general, un camino muy original y poco explotado por el cine fantástico.
El director trata la rotura de las convenciones, la apología de los sueños, la irrealidad de lo utópico, y lo ilusionante; y lo hace en una atmósfera premeditadamente adormecida y adormecedora, ensoñadora, mágica y lograda con una soberbia utilización de la música y el tempo cinematográfico.
Un cuento de hadas sibilino, bello, irresoluble, y magnífico, como perturbador e inquietante.
El marco histórico nos dice, que el inicio del siglo XX, fue el ocaso dorado del Imperio Británico, teniendo todavía el control de Australia, que se independizaría unos cuantos años después; la India, y buena parte de África ganada a lo largo del plan “Del Cabo al Cairo” de Cecil Rhodes, ferviente adepto del colonialismo.
Debajo de la visible sobriedad de toda esa sociedad de señoritas, educadas para reprimir cualquier tipo de muestra excesiva de sentimiento, van latiendo cada vez más fuertes, todas y cada una de las pasiones humanas.
Todo comenzaba una cálida mañana del 14 de febrero de 1900, cuando un grupo de colegialas, planean una excursión campestre con su cuidadora, cerca del monte Macedon, en la provincia de Victoria, al sur de Australia.
El alba despunta, y las jóvenes colegialas se aprestan en cuidar sus largas y brillantes cabelleras, antes de ayudarse entre todas a fijar sus corsés.
En este montaje, conocemos al grupo de amigas de Miranda; entre ellas:
Irma, a simple vista despectiva y arrogante, pero con un alto grado de sensibilidad y aprecio por sus compañeras.
Marion, la introvertida coleccionista que, a pesar de parecer la más inteligente del grupo, no parece pensar 2 veces lo que hace, el personaje menos desarrollado de todo el filme, si lo hay.
Y Edith, la gordita bienintencionada que, debido a su falta de voluntad, es arrastrada a situaciones de las que termina arrepintiéndose.
Ya en Hanging Rock, se rozan, por cuestión de metros, a Los Fitzhubert, (Peter Collingwood y Olga Dickie) una familia de aristócratas locales, que van acompañados de su hijo Michael (Dominic Guard), y el mozo de cuadras, Albert “Bertie” Crundall (John Jarratt)
Ya en las faldas de la montaña, Irma, con el apoyo de Marion y Miranda, pide consentimiento para ausentarse durante unas horas, y salir a explorar los lindes de tan peculiar accidente geológico.
Edith, a regañadientes, les sigue la pista, mientras las demás siguen en sus labores, ignorando por completo lo que sucede a su alrededor; mientras Miss McCraw, apunta por tercera y manida vez, la existencia de serpientes y hormigas venenosas…
Aquella aciaga tarde, cargada de presagios ominosos, y después de que los relojes se parasen en seco a las 12 medio día, varias adolescentes y Miss McCraw, profesora de matemáticas, desaparecían misteriosamente, sin dejar rastro, entre los recovecos del fantasmagórico conjunto rocoso de naturaleza volcánica.
En este juego constante, entre el idilio y la pesadilla, antes de perderse por los recovecos y los picos de Hanging Rock, las chicas son vistas por 2 hombres jóvenes, Michael y Albert, que observan cómo cruzan un arroyo...
¿Acaso ellos tuvieron algo que ver con su desaparición?
Picnic at Hanging Rock, da señales más bien de lo contrario:
Las mujeres permanecen con las mujeres, y los hombres con los hombres; pero sus caminos apenas se cruzan, porque todos son adolescentes en plena maduración sexual.
Edith, recuerda haber visto a Miss McGraw, caminando “desnuda” antes de desaparecer, y que no se atrevió a seguir su camino.
Luego de varios días, cuando Irma reaparece, amnésica, lo hace vestida de rojo, del mismo modo que Miss McGraw.
El contraste entre el color de su vestido, que alude directamente a la sexualidad, y el blanco impoluto de sus excompañeras, es notorio.
Esta discrepancia entre “las vírgenes” y “la iniciada”, desata el frenesí histérico en un momento de la historia.
Más que ahondar en la investigación del misterio, Weir se centra en las graves consecuencias que esta desgracia tiene para otros 2 personajes:
Por un lado, Mrs. Appleyard, la directora del internado, que pierde la confianza de los padres de las otras chicas, y ve cómo la institución se aproxima a la bancarrota; mientras que para la huérfana Sara Waybourne (Margaret Nelson), supone despedirse de Miranda, de la que estaba profundamente enamorada, y por la escena inicial, parece que había sido correspondida hasta esa misma mañana.
Además, Sara será víctima también de la frustración de Mrs. Appleyard, decidida a:
Hacerle cambiar de parecer ante su sexualidad, o bien, tratar de ver cómo saca provecho para sí misma, sexualmente.
Pero nadie tiene una explicación, ni siquiera una sospecha bien fundada de lo que pasó.
El cochero le dice a la directora del colegio, que las niñas y McCraw, “se perdieron” en La Roca.
“Perderse” es una solución provisional… mientras en la imaginación de las criadas y el populacho, apunta al sensacionalismo:
Rapto, violación, y asesinato.
La ausencia de pruebas, hace que pueda mantenerse la esperanza durante algunos días; pero la esperanza de que sigan con vida, va decreciendo, pero el misterio sigue vivo.
¿Qué les ha sucedido?
Pero no podemos creer en el accidente; podemos creer en el cuento fantástico; en el misterio.
En la tradición anglosajona de la novela gótica victoriana, como reacción al racionalismo, en Henry James y en Emily Brontë; tenemos un internado femenino, donde reina el orden, las jerarquías sociales, y la tensión erótica; proliferan los pasteles en forma de corazón, y las tarjetas El Día de San Valentín.
Mrs. Appleyard, dominada por las apariencias, diseccionada con fina ironía por la autora; en el ambiente hay tópicos renacentistas y reminiscencias platónicas.
Así tenemos el picnic, como excepcional incursión en lo agreste y en lo desconocido.
Lo primero que llama la atención, tanto en la novela como en la película, es el brusco giro que se produce a partir del primer acto:
El comienzo de la historia, no deja de ser una sucesión de imágenes deliberadamente difusas, que van desde el amor por la naturaleza, el arte clásico, el ideal adolescente de amor y de belleza, el ritual esotérico, el cromo… y que Weir en su adaptación, se encarga de remarcar con una música de flauta, ralentíes e imágenes oníricas.
Sin embargo, y de manera sutil, ya aparecen pinceladas de lo que luego será el eje principal:
La tensión entre la libertad y la represión.
Así, mientras las chicas intentan transgredir continuamente las normas del internado, las profesoras y en especial Mrs. Appleyard, propietaria del colegio, se ocupan de reprimir continuamente las actitudes de las chicas.
Evidentemente, para éstas, la comida en el campo no tiene el mismo significado que para las profesoras, que piensan que es un aprendizaje sobre la naturaleza “in situ”; muy al contrario, ellas consideran que es un momento ideal para escaparse de los ojos que continuamente las vigilan, y de ahí que Weir incida en ese gesto de despedida de una de ellas, antes de desaparecer, ya que es una forma de decir adiós, a esa forma asfixiante de entender la vida, y se adentra en un mundo desconocido, tan fascinante como lleno de peligros, el mundo más allá de las fronteras invisibles, que los adultos imponen a los adolescentes.
Pero también hay rastros de culpabilidad, la justificación del orden y la represión; la ambigüedad moral y los deseos reprimidos, que aflorarán en este pequeño microcosmos, enormemente influenciado por el puritanismo victoriano.
La árida silueta de Hanging Rock, una formación volcánica con millones de años de antigüedad, se yergue de forma severa, y ejerce una inquietante fascinación sobre los visitantes que se acercan a ella.
Gran parte del mérito, hay que atribuírselo al director de fotografía, Russell Boyd, quien se ayudó de un velo nupcial para que las imágenes tuvieran esa apariencia onírica; pero también en su perspectiva, pues en ocasiones vemos en la formación, representaciones de caras y cuerpos humanos.
De hecho, a la llegada al lugar, Miranda desciende del carruaje para abrir la verja que delimita el paraje, e inmediatamente, las fuerzas de la naturaleza parecen explosionar a través del vuelo de una bandada de aves, y el nervioso relincho de los caballos; ya desde ese primer plano, con esa ominosa formación montañosa envuelta en brumas, acompañada de un ruido ambiental amenazante, podemos apreciar la clara intención de Weir, de trasladar al espectador, su interés por dar relevancia a los sonidos y las sutilezas como en los detalles, como el modo en que cae el cabello sobre los hombros.
Una voluntad no vacía de contenido, y que se traduce en una factura visual impecable.
Podemos ver en el primer acto, una narrativa totalmente heredera de Stanley Kubrick, y su “Barry Lyndon” (1975); de hecho, se cuenta que Picnic at Hanging Rock fue elogiado por el mismísimo Kubrick, del que parece evidente que recogió algunos elementos para sus propias películas, sobre todo en lo que se refiere a la creación de una atmósfera que deje sobreimpresionado al espectador, tal y como haría en “The Shinning” (1980), 5 años después; con el uso del laberinto y el minotauro/Michael.
Desde lo pictórico, Weir usa referentes muy clásicos, porque basculan entre el renacimiento, el prerrafaelismo y el impresionismo, alejándose por completo de la pintura británica ensalzada por John Alcott.
Así, el principal referente visual de la secuencia donde Michael Fitzhubert decide ir a rescatarlas, es el impresionista Renoir, y su obra “El Almuerzo de Los Remeros”
Russell Boyd, ilumina y perfila a Miranda, como toda una Venus surgida de la paleta de Botticelli.
Hasta tal punto llega el parecido, que es imposible no referirse a obras como “Venus” o “La Primavera”, a la hora de analizar la descripción de la relación entre las 2 jóvenes estudiantes, Miranda y Sara, que se convierten en una suerte de burguesas vírgenes vestales; y ni hablar de la figura del cisne, muy “botticelliana”
El espectador, durante este acto, podrá apreciar, cómo se insinúan las relaciones amorosas no correspondidas entre ambas jóvenes, dotando a la historia de una gran carga lésbica; inclusive, inicialmente entre Michael y Albert, con una atracción homoerótica.
Es aquí donde los acordes de la flauta de pan de Gheorghe Zamfir, que interpreta el tema “Doina Sus Pe Culmea Dealului”, se convierten en el motor de esa atmósfera sensorial, dominada por los cánones de la belleza clásica, para hacer entrar en el trance de lo onírico, de lo que nada es lo que parece.
El halo mágico y onírico, que la labor de Boyd aporta a secuencias como el picnic que da nombre al filme, o aquellas que tienen lugar en la roca, contrasta poderosamente con el tenebrismo que envuelve a todo aquello que sucede en el internado.
Incidiendo el cineasta en la lucha entre opuestos, materializados aquí en naturaleza y cultura, en un discurso que abunda en el conflicto con un preciso uso de la música, que también juega a contrastar la pretendida naturalidad de la flauta de pan, con la inclusión de piezas de Beethoven; donde Weir carga realmente las tintas, es en la gran metáfora acerca de la madurez y la sexualidad que resulta ser todo el filme.
Una lectura mágica, como corresponde a la entidad de la propuesta, podría hacer creer que, en su despertar a la adolescencia, en el reconocimiento admirado de su sensualidad, las muchachas se han atomizado, incorporándose a la armonía del paisaje, para incrementar su belleza y crear, con ello, esa indefectible inquietud que se experimenta, cuando la actitud contemplativa, comienza a descubrir sustancias antes imperceptibles, a percibir la existencia de abismos invisibles en otro estado de ánimo.
Pocas veces se ha estado tan cerca de filmar lo inexistente, y de enfrentar a un mismo nivel la pureza y lo sagrado.
No obstante, también hay un punto de vista más positivo del modo inglés de vida, en la figura del joven y noble Michael Fitzhubert, quien coincide con Miranda el día de su desaparición y, fascinado por su imagen, decide ir a buscarla a donde quiera que haya desaparecido.
Mientras que la policía fracasa en su intento de encontrar una sola pista de las jóvenes y la maestra, Michael logra entrar en ese portal, pues es El Minotauro, conocedor del Laberinto, que parece fusionar la carne con la piedra, y traer de vuelta a Irma, una de las chicas que entró en la roca de Hanging Rock.
El romance que se iniciará entre ambos, se truncará cuando Irma revele a Michael, detalles sobre lo sucedido en el interior de la roca, detalles que el espectador ignora por completo, pero que serán incapaces de aceptar por un modo de vida basada en la razón, y que la autora reveló en el famoso “Capítulo 18”
La reflexión sobre ese halo de indefinición en torno a la veracidad de la historia de partida, que alimenta la difusa relación entre lo real y lo imaginario, lo material y lo espiritual…
Porque, no olvidemos, que los frágiles límites entre el sueño y la vigilia, lo consciente y lo inconsciente, se confunden tal como sugieren las palabras recitadas al inicio por la dulce voz del personaje de Miranda, conectadas con el poema:
“A Dream Within a Dream” de Edgar Allan Poe, antes de que la veamos despertar sonriente en el día que vivirá su singular rito de paso, durante una jornada que nos llevará a comprobar, cómo el sexo y la muerte se alían en Hanging Rock.
Así, Picnic at Hanging Rock nos seduce y nos repele, deja que sigamos a las ninfas protagonistas que se alejan sumidas en un sombrío trance hacia el abismo de lo insondable, pero nos paraliza bruscamente bajo el signo del tabú en algún punto del agreste paraje.
Cuando todo esto ocurre, se intuye entre líneas, la conspiración del mal.
Tal vez, incluso, la imaginación vislumbra una mirada torva y una sonrisa torcida; mientras que en otro nivel de comprensión, se multiplican las interpretaciones freudianas sobre el despertar sexual femenino, reprimido por rígidos corsés victorianos en el selecto colegio para señoritas, que es descrito como todo un anacronismo arquitectónico en medio de la abrupta maleza australiana, un lugar incongruente, sin esperanza, propio de otra época, y de otro continente.
¿Es casual que la trama se desarrolle el mismo año en que ve la luz “La interpretación de los sueños” de Freud?
Asimismo, las 3 jóvenes desaparecidas, son retratadas como criaturas celestiales, “ángeles de Botticelli”, como dice Mrs. McGraw.
Son hermosas y delicadas, y ni siquiera sudan, aunque estén a 40°, y lleven puestas las enaguas, el corsé, el vestido largo, las botas, y el resto de complementos típicos de La Era Victoriana.
A medida que ascienden a Hanging Rock, Irma, Marion y Miranda, entran en un estado de trance, de comunión con la naturaleza, como si estuvieran poseídas por algún espíritu.
Y Weir intercala su ascenso con planos fijos que presagian una fatalidad:
Reptiles que se deslizan junto a sus cuerpos, moscas que devoran trozos de pastel con forma de corazón, el rumor de los árboles mecidos por el viento...
Así como otros elementos del decorado:
Pirámides, jeroglíficos egipcios, y elementos orientales y chinos…
A lo largo del mismo, el cineasta va haciendo descansar su relato en una carga temática de la que encontramos múltiples muestras que se mueven entre lo más o menos evidente de la dualidad fálico/vaginal de Hanging Rock, hasta la sutileza de las varias referencias mitológicas, que subyacen tanto el uso de la citada flauta de pan, en alusión al dios de la fertilidad o El Minotauro, como en la comparación que surge entre Mrs. Appleyard, y la vengativa diosa Artemisa y su grupo de ninfas; o el momento en que la única alumna desaparecida que regresa viva, aparece ante sus compañeras, ataviada de rojo, símbolo de la madurez sexual.
La más atractiva de las excursionistas, Miranda, se nos ha presentado hablando con una condiscípula.
Sara, en unos términos que no hacen dudar de que ésta se halla enamorada de aquélla; misteriosamente, Miranda la reconviene:
“No debes amarme tanto; pronto no estaré”
No tardaremos en advertir, que si Miranda, por su belleza y pureza, es el centro de admiración de profesoras y condiscípulas; Sara en cambio, es algo así como “el patito feo”, no es baladí que Miranda sea transformada en cisne… y es la única alumna castigada a permanecer en la escuela, obligada a memorizar unos poemas que considera absurdos, y que se niega a declamar ante Mrs. Appleyard, pues prefiere recitar los suyos propios…
Es Miranda, quien decide ir a explorar La Roca, es Miranda quien deja su reloj en casa, como sabiendo que el tiempo se vuelve intrascendente en La Roca.
Es Miranda quien, antes de partir, le dice a Sara, su mejor amiga, que pronto se marchará como si presintiera que no regresará  del picnic...
Y es Miranda, quien dice la frase más importante del libro y película:
“Todo principio y final, ocurre en el lugar y momento indicados”
Miranda es un ser etéreo, y no solo por su hermosura, excelentemente representada por Anne-Louise Lambert.
La maestra la compara con “un ángel de Botticelli”, y Miranda se comporta como un ángel bienhechor, protegiendo a las más desvalidas de su escuela:
Edith, y la huérfana Sara.
Miranda no es de este mundo, y debe partir de regreso al suyo, dejando atrás muchas interrogantes y obsesiones.
Como toda figura mesiánica que se conozca, un Jesucristo femenino.
Su belleza mística, domina al joven Michael quien, junto a su sirviente Albert, será el último en ver a las chicas en su subida.
Mientras Albert comenta la apariencia física de las chicas, Michael las imagina…
Y con Miranda, la compara con un cisne.
Días después de la desaparición, Michael continua ofuscado...
Miranda invade sus sueños, hasta obligarlo a emprender la subida a La Roca, y encontrar a Irma.
Miranda es un hada que hechiza a los hombres con un poder, que va más allá del erotismo.
Por eso suena raro que sea Miss McGraw, quien guíe a las colegialas hacia el otro mundo; pero tiene sentido al recordar quién es la maestra de matemáticas:
Ella es pragmática, intelectual, confía plenamente en las ciencias, en lo tangible, su cabeza está llena de números, fechas y cifras.
Es una mujer que mide la vida por lo que ve, y enfoca el tiempo de una manera lineal.
Cuando el tiempo cesa, de existir, al pararse su reloj, se convierte en una persona a la deriva, vulnerable al hechizo de La Roca, por eso ella va más allá que las colegialas.
Se despoja de faldas y enaguas, símbolos de respetabilidad, y es ella quien busca ansiosa la entrada a un posible reino de fábula.
Entonces, si Miranda regresa a su mundo perdido, si Marion busca un propósito en otro espacio, y Miss McGraw intenta encontrar algo que reemplace a su sentido del orden regido por el tiempo, se entiende la desaparición de las mujeres...
¿Pero qué pasa con Irma?
Ella no tiene cabida en ese otro espacio.
En términos esotéricos, no ha alcanzado un estado de conciencia más elevado.
Se apega al mundo, es la más terrena, la más cómoda con el “status quo”
Está ligada al mundo físico, representado por una sexualidad incipiente, que ya se manifiesta en su bien formado cuerpo, que Albert compara un reloj de arena cuando la vio pasando el arroyo.
Irma es la encarnación de un mundo que sigue los dictados del reloj...
Mientras Mrs. Appleyard, la directora, es quien actúa como símbolo de la opresión, desde su aspecto, severa vestimenta, severo peinado, parece una encarnación de La Reina Roja tal como aparece en las ilustraciones canónicas de John Tenniel para la Alicia de Lewis Carroll, inclusive con sus severos gestos; a su comportamiento, que parece complacerse en la humillación, en el trato despectivo tanto sobre las alumnas, como sobre sus empleados.
Un hecho curioso, es su físico, una señora sin orejas, y peinada con un moño suflé que le otorga más apariencia de ser marciana.
Poco a poco, todas y cada una de las personas que se ven involucradas en el trágico incidente, van desatando su comportamiento hacia direcciones mucho más impulsivas e instintivas, dejando latentes sus deseos y sus pensamientos, sin pararse a pensar en el moralismo imperante en la época.
La directora del centro, va cayendo cada vez más en la cuenta de lo vacío de su vida, de su soledad, de sus efímeros y ya lejanos veranos; y la enamoradiza y melancólica Sara, va sumiéndose en un estado catatónico, en el que acusa de manera cada vez más grave, la ausencia de su amada Miranda, esa etérea reencarnación de “La Venus” de Botticelli…
Picnic at Hanging Rock, una vez más, no escatima en multitud de simbolismos mitológicos y artísticos.
Al final, en la novela, Mrs. Appleyard se dirige a La Roca para morir allí ella también… mientras en la película, cuando el jardinero, tras descubrir el cuerpo de la niña, acude a avisar a la directora, y la descubre sentada en su mesa de mando, embutida por completo en un traje de luto, con la mirada ya perdida…
Por otro lado, la cargada sexualidad, nunca explícita, parece ser otro de los puntos clave del film.
Es el deseo no consumado, lo que parece mover las acciones de varios de los personajes:
El anhelo de Michael y Sara por Miranda; el de Mrs. Appleyard por Mrs. McGraw, la maestra desaparecida… en un mundo en el que el sexo parece no ser aceptado, Michael por Albert… quedando patente en el momento en el que Irma vuelve a la escuela, con un vestido rojo, y acompañada por Michael, siendo rechazada por sus compañeras vestidas de blanco impoluto.
Pictóricamente, Picnic at Hanging Rock es como un campestre cuadro de Manet, Renoir o Monet, con un fondo psicológico de tempestad “turneriana”, y unos singulares toques de tentación simbólica y sensual crudeza, así como de Henri Rousseau, elementos que hacen del film, una peculiar obra de culto, un sutil film alegórico con alcance nacionalista, social, generacional, y muy feminista, adelantado a su tiempo, la liberación frente a una sociedad puritana y represora.
Como Artemisa, Mrs. Appleyard, directora del internado, es derrotada por Dionisio y Pan.
Como no podía ser de otra forma, los planos que cierran, parecen extraídos de una ensoñación, y la música, Segundo Movimiento del Concierto N° 5 para Piano de Beethoven, que puntea las imágenes, sirve de elegía a la inocencia infantil abandonada en La Roca; culminando con el rostro congelado de la protagonista, un ángel de Botticelli, al fin, convertida en un icono inmortal, atrapado en una temporalidad eternamente suspendida.
Con la desaparición, Weir en ese instante cambia totalmente de referente narrativo, y se adentra de lleno en las claves “hitchcocknianas”
De ahí que la desaparición de los personajes, sea el gran “mcguffin” de Picnic at Hanging Rock, usando este hecho para atrapar toda la atención del espectador, sin tener la menor intención de resolver el enigma.
Es más, al igual que hiciera la novelista, Weir contribuye en todo momento a fomentar el halo de misterio.
Ahí juegan un papel importante los 2 personajes masculinos:
El criado Albert, y Michael Fitzhubert.
Ambos, cuando la policía abandone la búsqueda, continuarán con ella en solitario.
Inclusive, el joven Michael, embriagado por la belleza de La Venus, llegará a poner su vida en peligro, al establecer una conexión espiritual con Miranda.
Llegados a este punto, se hace inevitable hacer una lectura clásica de la trama planteada por Weir, de tal forma que Miranda es Perséfone, que acude al hito natural de Hanging Rock, donde será raptada por Hades, para convertirse en La Reina del Inframundo, por ese motivo, cuando está a punto de morir, ese joven efebo que es Michael, volverá a encontrarse con Miranda.
Weir, sabe plantear con suma elegancia las bazas sobrenaturales de la historia, sin caer en el ridículo.
Para ello aprovecha las dobles lecturas y las oportunidades que le brinda la historia.
Picnic at Hanging Rock, arranca con una predicción por parte de Miranda, que una vez hecha, será la causa de que se haga realidad.
Esta tiene lugar, cuando está a solas en la habitación con Sara.
En ese momento le dice:
“Debes aprender a querer a otras personas a parte de mí, Sara.
No estaré aquí mucho tiempo más”
Puede que realmente en ese momento le esté manifestando que su amor es imposible, más allá de la esfera platónica, y que deben mirar adelante.
Puede que le esté diciendo, que el curso finaliza, y tiene que regresar a su casa, donde le espera su novio…
Es en el terreno de la ambigüedad, donde mejor funcionan las dobles lecturas y el misterio planteado.
Y podemos apreciar un tema que será recurrente en la obra de este cineasta australiano:
El poder de la naturaleza.
Las jóvenes, en cuanto entran en comunión con esta, verán cómo se desmoronan las barreras culturales que les impone el estricto corsé social de la institución Appleyard, a través de la figura de su directora, interpretada magistralmente por la veterana actriz Rachel Roberts.
Así es como estas venus griegas, se dejan embriagar por la todopoderosa diosa naturaleza, entrando en un mortal éxtasis que las llevará a contravenir las reglas sociales, y acabar desapareciendo.
Weir refuerza esta dicotomía naturaleza/reglas sociales durante la secuencia del almuerzo, al contraponer en la banda sonora a la flauta de pan, el segundo movimiento del concierto de Beethoven.
Entonces Picnic at Hanging Rock:
¿Es una alusión al choque entre cultura y naturaleza?
¿Retrata las dificultades para abandonar la libido homosexual, y el conflicto que trae aparejada la diferencia de los sexos?
¿Hanging Rock es el lugar del descenso a lo primitivo del deseo carnal, o más bien de un ascenso a otro estado de conciencia?
¿Será que La Roca es capaz de devorar a quienes la exploran, como dicen los aborígenes del lugar?
¿Es una aventura que acabó en accidente?
¿Es la búsqueda voluntaria de una muerte aceptada?
¿El morbo de caminar al borde del peligro, de adentrarse en territorios de los que no es posible regresar?
¿Alguna otra causa que escapa al razonamiento humano?
¿Qué ocurrió realmente?
Nunca se podrá saber…
Muy curiosamente se habla del agujero de gusano, del eterno retorno, y es curioso ver el edificio del internado, en contraposición a la silueta de Hanging Rock.
Unas teorías de lo que ocurrió, sostienen que fueron raptadas, violadas y asesinadas.
Otras afirman, que murieron al precipitarse por alguna de las grietas, aunque éstas fueron exploradas con minuciosidad, y nunca se encontró ningún rastro de las infortunadas muchachas, y de su profesora.
Los más imaginativos, se aventuran a pensar que entraron en una dimensión espacio/temporal diferente, como si se tratase de un agujero de gusano.
El misterio de Hanging Rock, ha suscitado infinitas especulaciones.
Para quienes no estén dispuestos a aceptar una explicación paranormal, existen 2 posibilidades:
Las chicas pudieron haberse perdido y muerto en La Roca, debido a las condiciones climatológicas.
Sus cuerpos pudieron permanecer escondidos en la maleza, al pie de un risco, o en una cueva, donde pudieron haber caído, hasta ser devorados por los animales, insectos y bacterias, lo cual sucede bastante a menudo en el bosque australiano.
La amnesia de Edith, podría deberse a la histeria o a una caída; mientras la de Irma, a la traumática experiencia de quedar separada de las demás, y sobrevivir sola una semana en el descampado.
El corsé, se lo debió de quitar para moverse más libremente, ésta pudo ser también la razón por la que Miss McCraw se desprendió de su falda…
La segunda posibilidad, es que las muchachas fuesen víctimas de algún crimen.
Se ha sugerido la teoría de que Mike Fitzhubert y Albert Crundall, pudieron haber raptado a las muchachas, después de asesinar a Miss McCraw, y mantenerlas escondidas en las tierras del Coronel Fitzhubert, para satisfacer sus deseos sexuales.
Marion y Miranda, o bien murieron a causa de las lesiones sufridas, o fueron asesinadas.
Irma, debió de salvarse por azar...
Desarrollando esta hipótesis, Mike pudo haber sido un pervertido sexual, al que su familia hubiera enviado a las colonias para deshacerse de él; pero toda esta teoría se viene abajo, por el hecho de que Irma siguiese siendo virgen…
Otra teoría es que las chicas fueron capturadas por un OVNI, para lo cual, La Roca debió de haber actuado como base intergaláctica, al igual que La Torre del Diablo de Wyoming en la película de Steven Spielberg de 1977.
La presencia de un OVNI, podría explicar el hecho de que los relojes se parasen…
Cuando Edith contaba que había visto a Miss McCraw, dijo que había percibido una misteriosa nube rosa hacia aquella hora.
¿Es esto una prueba de que pudiese haber extraños objetos volantes en el espacio?
La nube rosa, sería en este caso, el cuerpo de Miss McCraw, viajando a través del tiempo a una enorme velocidad…
Se podría llegar a pensar, que esa mañana de San Valentín, la naturaleza les permitió salirse de sus rutinarias y estrictas vidas en el colegio, para liberarlas de la presión mental y física a la que estaban sometidas.
En este sentido, el mensaje sería, que la naturaleza es superior a cualquier norma establecida por el ser humano, siempre está disponible para cambiar bruscamente, y dejarnos sin respuestas, ya que muchas veces no existe la necesidad de conocer esas respuestas, basta con deleitarse en su misterio.
Por su parte, a Peter Weir no le interesó mucho profundizar en todo esto, intentar revelar al espectador lo que realmente pudo suceder aquella tarde de febrero de hace más de un siglo, si es que realmente algo ocurrió.
¿Acaso Bertie sabía que su hermana Sara estudiaba en ese colegio?
Cinematográficamente, podemos ver a Picnic at Hanging Rock, como una antelación femenina de “Dead Poets Society” (1989), contraponiendo el rígido y cerrado sistema educativo con la liberación que emana Hanging Rock.
Otros datos interesantes, nos dice que la novela fue creada en El Día de San Valentín, 14 de febrero 1900, en un sábado.
El día en la vida real, era un miércoles.
Este puede ser el primer indicio de que la historia no era del todo cierta.
Los personajes de la historia, nunca existieron:
No hay registros de sus nacimientos, muertes, o existencia en cualquier lugar dentro de Australia o en el extranjero.
Cualquier similitud con personas reales, es mera coincidencia.
No hay registros policiales de los eventos en Hanging Rock.
Sin embargo, había una historia que la estación de policía en Woodend había ardido, la destrucción de todos los registros.
Esto nunca ocurrió, pero era conveniente para la historia; otro indicio de que la historia no es real.
Hay un registro de un joven de caer y morir de Hanging Rock en el 1900; pero esto fue grabado y resuelto por la policía, y no tenía ninguna conexión con el Hanging Rock Story.
Appleyard como universidad, no existe, pero se basó en la escuela de la infancia de Lindsay en Melbourne.
Durante el rodaje del film en Hanging Rock, Peter Weir dice que el efecto de la luz transmitida a través de los árboles en Hanging Rock, sólo era visible durante una hora del día, cuando el sol estaba en el punto exacto; por lo que tuvo que rodar rápidamente una hora todos los días.
Las 12 colegialas, fueron interpretadas por australianas del sur.
El director quería que las chicas que estuvieran menos influenciadas por el mundo moderno, para que sean más realistas y poco conocidas, buscando las caras inocentes adecuadas; y encontró la mayoría de ellas en el estado australiano más australiano de Australia del Sur; eso significaba que aparte de Anne-Louise Lambert, ninguna de las otras chicas tenía ninguna experiencia de actuación, y sus actuaciones amatorias, significaron que Weir tuvo que recortar gran parte del diálogo.
Como dato, la productora ejecutiva, Patricia Lovell, admitió sentir mucho miedo durante la filmación, y volvió a Hanging Rock solo una sola vez, luego el rodaje.
La actriz, Christine Schuler, se accidentó, emulando lo que le ocurre a un personaje, y Anne-Louise Lambert, se desorientó durante el rodaje, topándose con Joan Lindsay, quien la abrazó con fuerza, y la llamó “Miranda”, su nombre en la ficción.
Por último, el complemento perfecto, fue la espléndida banda sonora de Bruce Smeaton, y la música de pan y órgano de George Zamfir, que lograban el efecto sonoro de diferenciar los 2 tipos de mundos que cohabitan el universo del largometraje; junto a las inolvidables incorporaciones de fragmentos de Bach, Tchaikovsky, Mozart y Beethoven, así como diversos efectos realizados con sintetizador, en aquellos momentos en que parece que es la propia Roca la que impone su sonoridad preternatural a la atmósfera.
“Everything begins and ends at the exactly right time and place”
Basta echar un rápido vistazo a Internet, para encontrar curiosas teorías de lecto-res aficionados al enigma de Picnic at Hanging Rock.
Éstas oscilan entre la tragedia por accidente fortuito o crimen sexual, y las más excéntricas elucubraciones de signo paranormal, relacionadas con universos parale-los, viajes en el tiempo, abducciones extraterrestres, y un aberrante panteísmo.
Pero para la autora, todo tuvo una explicación, en “The Secret of Hanging Rock” el capítulo inédito de Joan Lindsay, del libro de 1967, “Picnic at Hanging Rock”, el cual contiene “la solución” al misterio en ese libro.
Según el editor de Lindsay, que fue escrito originalmente como “el capítulo final”, a pesar de que se retiró antes de su publicación, no fue publicado hasta 1987, 3 años después de la muerte de Lindsay.
Este capítulo, también provocó la especulación en cuanto a si o no el cuento de Picnic en Hanging Rock, era verdad.
El capítulo consta de cerca de 12 páginas; y el resto de la publicación, contiene la discusión por otros autores, incluyendo a John Taylor, y Yvonne Rousseau.
El capítulo se inicia con Edith siguiendo a Miranda, Irma, y Marion.
Irma mira hacia abajo, y compara a las personas en la llanura, con hormigas.
Cuando las chicas caminan más allá del monolito , se sienten como si estuvieran siendo arrastradas desde adentro hacia afuera, y se marean.
Después de salir por detrás, se acuestan, y se duermen.
Una mujer aparece de repente gritando, y luego se desmaya.
Esta mujer, no está referenciada por su nombre, y es al parecer, una extraña para las niñas, sin embargo, la narración sugiere que ella es Mrs. McCraw.
Miranda le afloja el corsé para ayudarla a revivir.
Posteriormente, las chicas se quitan sus propios corsés, y los echan al precipicio.
La mujer se recuperó, y señala que los corsés parecen flotar en el aire, como si se clava en el tiempo, y que no tienen sombra…
Ella y las niñas, siguen juntas.
Después de la experiencia de los mareos, el grupo encuentra un extraño fenómeno descrito como “un agujero en el espacio” que influye en su estado de ánimo.
Ellas ven una serpiente arrastrándose hacia abajo de una grieta en la roca…
La mujer sugiere, que sigan a la serpiente, y ella toma la delantera.
Ella se transforma en una pequeña criatura, como lagarto, y desaparece dentro de la grieta.
Marion la sigue, a continuación, Miranda, pero cuando llega el turno de Irma, una roca colgante, cae y bloquea el camino.
El capítulo termina con Irma rasgando la roca, con la cara golpeada por la roca.
Los críticos han sostenido, que gran parte de la potencia del libro original, se deriva de la idea de que se trataba de una “historia real”, y el hecho de que el misterio en el libro, nunca fue resuelto.
¿Pero por qué cree la gente en esta historia?
La naturaleza humana es así, y gusta de repetir historias extrañas acerca de los lugares que conocemos.
Estas historias, son parte de nuestras costumbres, y las condimenta para contarlas a los demás, ganando ese sentido de la satisfacción de contar una historia espeluznante, y ver la reacción sorprendida y un poco nerviosa de nuestros amigos o familiares.
Picnic at Hanging Rock, obtuvo la condición de “Urban Legend”, a pesar de que está basado en una novela; y hoy en día es un sitio que cualquier persona puede visitar, y subir por sí mismos.
¿Qué podría ser más divertido, para visitar el antiguo monolito, y contar la historia espeluznante, de cómo las niñas desaparecieron en la parte superior, y nunca fueron encontradas?

“What we see and what we seem are but a dream, a dream within a dream”



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