El Rey de La Habana

“A golpe de ron, música y sexo, no deja títere con cabeza”

Cuando uno desembarca en Cuba, puede esquivar la realidad de la isla cobijándose en un resort europeo de Varadero.
Pero si el visitante desea conocer “La Habana Profunda”, debe armarse de valor para, callejeando por zonas ruinosas, sumergirse en la miseria apabullante de sus barrios.
De allí se sale cambiado; pues lo que uno ve, escucha y respira, queda muy lejos de las idílicas fotografías de los catálogos que te ofrecen las agencias turísticas.
El “Período Especial en Tiempos de Paz” en Cuba, fue un largo período de crisis económica, que comenzó como resultado del colapso de La Unión Soviética en 1991 y, por extensión, del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), así como por el recrudecimiento del embargo de EEUU desde 1992.
El CAME, fue una organización de cooperación económica formada en torno a La URSS por diversos países socialistas, cuyos objetivos eran el fomento de las relaciones comerciales entre los estados miembros, en un intento de contrarrestar a los organismos económicos internacionales de economía capitalista, así como presentar una alternativa al denominado Plan Marshall, desarrollado por los Estados Unidos para la reorganización de la economía europea tras La Segunda Guerra Mundial, y equivalente también a La Comunidad Económica Europea, aunque en un ámbito geográfico mayor.
La depresión económica que supuso El Período Especial, fue especialmente severa a comienzos y mediados de la década de los 90; y se definió en principio por severas restricciones en hidrocarburos en forma de gasolina, diésel y otros combustibles derivados, que hasta la fecha, Cuba obtenía de sus relaciones económicas con La Unión Soviética.
Este período, transformó la sociedad cubana y su economía, lo que llevó a que Cuba hiciera urgentes reformas en la agricultura, produjo una disminución en el uso de automóviles, y obligó a reacondicionamientos en la industria, la salud y el racionamiento.
Aunque este título, “Período Especial”, parece indicar un momento celebrado en la historia cubana, la verdad es que es un eufemismo para una economía difícil, aislada del resto del mundo.
Fidel Castro decidió que la población cubana tenía que enfrentar este desafío con una voluntad de hierro, creando una campaña política para subrayar la importancia de apoyar los ideales revolucionarios, y su responsabilidad como compañeros cubanos.
De esta manera, Castro intentó justificar las medidas de austeridad ya implementadas, como el racionamiento de comida y petróleo.
Los cubanos sufrieron mucho durante esta década, sobre todo en los campos de la agricultura, el transporte y la energía, algo que forzó la apertura de sus puertas al turismo internacional, de los países europeos y latinoamericanos por la mayor parte, para traer el lucro necesario al país.
Oficialmente, nunca se ha anunciado el fin del Período Especial, y en el verano del 2016, con La Crisis en Venezuela, el fantasma de ese proceso, volvía a la mente de los cubanos.
“Hay que buscar algo que comer urgentemente para tranquilizar al tigre”
El Rey de La Habana es una comedia de aventuras, del año 2015, escrita y dirigida por Agustí Villaronga.
Protagonizada por Maykol David Tortoló, Yordanka Ariosa, Héctor Medina, Ileana Wilson, Chanel Terrero, Jazz Vila, entre otros.
El guión se basa en la novela “El Rey de La Habana” (1999) del escritor y periodista cubano, Pedro Juan Gutiérrez, considerado uno de los escritores más singulares y anticonformistas de América Latina.
Su obra intenta ser una denuncia social, que incluye las miserias de su ciudad y su país, que acompaña con una gran dosis de imágenes escatológicas que permiten clasificar su obra dentro del llamado “realismo sucio”; y aquí describe la miseria de Cuba, cuando La Unión Soviética dejó de existir.
Tal vez las cosas no son mejores hoy, pero la censura comunista impidió que el mundo vea lo que estaba ocurriendo en el país:
Infierno en la Cuba comunista, donde la prostitución y el crimen son esenciales para la supervivencia.
Aunque en este caso, y a diferencia del turbio y siniestro carácter en el que se enmarca la totalidad de su obra, y el propio libro, el tono cómico se anteponga, sobre la superficie, al contexto melodramático del que se rodea.
La película es una coproducción entre España y República Dominicana, cuyo rodaje tuvo lugar en República Dominicana, ante la negativa del gobierno cubano para rodar en ese país.
El cine de Agustí Villaronga, es represión, sexo, tortura física y psicológica, hambre, coquetear con el lado oscuro de la existencia, y monta una cruda y procaz historia, marcada por una fragilísima ternura, que se abre entre lo grotesco y tragicómico, con diálogos soeces, ambientes turbios a la par que sugerentes, coqueteo con sexualidades heterodoxas, etc.
Estamos en La Habana de los años 90, en pleno “Período Especial”, que agravó la crisis del pueblo cubano.
Tras fugarse de un correccional, Reinaldo (Maykol David Tortoló), trata de sobrevivir en las calles de La Habana.
Esperanzas, desencantos, ron, buen humor, y sobre todo hambre, la acompañan en su deambular, hasta que conoce a Magda (Yordanka Ariosa) y Yunisleidi (Héctor Medina), que son supervivientes como él.
Inicialmente, allá en su barriada, será acogido por una antigua vecina, que es la encargada de iniciar al chico en los ardores carnales, y bautizarlo con el título de “El Rey de La Habana”
La hija de esta, Magda, ya no vive con ella; pues ella fue siempre el oscuro objeto del deseo de Rey, y el destino se encargará de poner a la morena de nuevo en su camino.
La chica malvive vendiendo cucuruchos de maní, y acostándose con ancianos incautos, y se refugia en un edificio casi en ruinas en el centro de la ciudad.
En el cuarto de al lado, vive Yunisleidi, una mujer transexual, que es la otra cara de Magda, literalmente, y se enamorará del pícaro Reinaldo.
Y así, el chico se desaparecerá, y compartirá lecho con una y otra, jugando al escondite, sobre todo a los ojos de Magda, una mujer posesiva, celosa y hechicera.
Entre los brazos de una y otra, Rey intentará evadirse de la miseria material y moral que lo rodea, viviendo hasta el límite del amor, la pasión, la ternura y el sexo más desvergonzado.
A pesar de los intentos y el afán de voluntad por parte de Reinaldo para formar una familia normal, el contexto por el que pasa ese momento Cuba, no hará más que frenarles.
El Rey de La Habana, se centra en lo que podríamos llamar “hijos de la calle”, esos desafortunados seres sin oficio ni beneficio, que sólo aspiran a sobrevivir como pueden.
La novedad es que la acción está ubicada en un país comunista que sufre un bloqueo económico impuesto por los Estados Unidos.
Un país que en nuestros lares se ha mitificado en exceso.
Tiene sus virtudes y sus defectos, como cualquier otro país de este mundo.
La Cuba Castrista, no es un país del primer mundo; y vemos aquí una realidad dura y triste.
Los personajes que centran esta historia, luchan por sobrevivir en situaciones adversas; por lo que el relato es poco complaciente; tanto que se puede decir que esta es la vida que nadie quiere:
El ascenso y la caída de los anhelos e ilusiones adolescentes por comerse el mundo.
El Rey de La Habana, se inscribe en los códigos de la picaresca, la intrahistoria de esa “gente sin historia”, los anhelos y desencantos, la laxa moralidad de unos personajes en un mundo amoral de realismo embarrado.
Estamos ante un filme erigido en verdadero “realismo sucio”, para aterrizar desde los minutos iniciales en la más absoluta “porno miseria”, y donde el peor efectismo, sustituye cualquier intento mínimo de aplicar una lógica dramatúrgica al relato.
Se le puede achacar de pletórico en escenas sin ilación, siempre enfocadas en conseguir el shock del público, sin que para ello importe sacrificar las más elementales reglas de la narrativa fílmica, pero lo que vemos es fácilmente aplicable a la realidad más mísera.
“Soy El Rey de La Habana y debes respetarme”
El cine de Agustí Villaronga, se ha vertebrado en torno a una serie de características que han configurado buena parte de la esencia de su perturbador universo:
La dicotomía entre bien y mal, inocencia y perversión, el odio como elemento generador de violencia, y la creación de monstruos en el seno de sociedades represivas.
Todas estas marcas de identidad, junto con su capacidad para crear atmósferas insalubres y malsanas, vuelven a aparecer en El Rey de La Habana, pero desde una perspectiva inédita en su carrera, a través de un humor negro, que entronca con la idiosincrasia cubana.
El Rey de La Habana está hecho de sexo y mugre; de picaresca y pobreza moral, tiene tripas y una fuerza interna devastadora que incomoda al mismo tiempo que conmueve.
Es el regreso visceral y escurridizo de un director, que vuelve a desplegar con mano maestra, toda su poética del horror.
Villaronga comentó que el rodaje fue muy duro, que todo es tal y como se muestra, que rodaron en un vertedero, con todo lo que ello conlleva:
“Todo era verdad, la suciedad, la lluvia, los edificios...
No hubo atrezo ni efectos especiales”, dijo.
El director mallorquín, trata pues de plasmar en imágenes la suciedad y visceralidad del texto del que parte, y la conjuga con la sordidez despreocupada de la vida en la isla.
Así, el filme está hecho desde los extremos:
Por un lado, muestra y se enfanga en la miseria de la cuba de los años 90, rozando la pornografía de la pobreza; por otro, se esmera en retratar el talante juguetón y socarrón de la forma de vida de sus protagonistas.
Aquí, el cineasta ajusta el campo semántico de lo que Fidel Castro llamaba “el lumpen”, en los usos dados por el líder, el término incluso integraba a algún que otro disidente, para hablar del grado cero de la supervivencia durante “El Periodo Especial”
Porque El Rey de La Habana es un personaje universal, un habitante de la sociedad lumpérica, a la que ha arrastrado con violencia el capitalismo.
La desterritorialización y su resemantización en función del desfogue sexual y violento, es una condición universal que trasciende los límites de La Habana en ruinas, para convertirse en un espacio prototípico de los contrastes de la urbe, cualquier urbe.
En ese contexto, el carácter de animalidad con el que se caracteriza Rey, es un claro indicador de que el ser marginal es alienado mediante un auto-exilio que lo convierte en un “no-ciudadano”
Los personajes son miserables, los perpetuamente olvidados, movidos por un imperativo de supervivencia en las ruinas de una revolución que evocan un territorio apocalíptico.
Allí, Villaronga se desplaza geográficamente hasta Cuba, para narrar las desventuras de un “chico joven, normal, pero con tremenda pinga” que una vez sin lazos familiares, y recién escapado del correccional, tratará de sobrevivir.
En el marco histórico, con el colapso de La Unión Soviética y el recrudecimiento del embargo de EEUU, Cuba está inmersa en una terrible crisis económica, una etapa del que Cuba tardaría unos cuantos años en salir.
Es en este contexto, en el que Agustí Villaronga nos presenta a Reinaldo, que tras un tragicómico accidente, se encuentra sin familia, e ingresado en un correccional.
Ya de adolescente, y tras fugarse del centro, volverá a La Habana para ganarse la vida.
El azar lleva a esta especie de “Oliver Twist cubano” a enamoriscarse, por decirlo de alguna manera, más pasional que otra cosa, de 2 vecinas:
Por un lado, Magda, el amor platónico infantil de Reinaldo, pobre y promiscua; y por otro, Yunisleidi, una transexual, dulce y cariñosa.
La historia se abre con unos títulos de crédito animados, muy buenos, que nos preparan para algo cercano a la alegría de vivir y la risa, pero las primeras escenas ya nos desconciertan, pues muestran muertes violentas con una ligereza tal, que parece llevarnos por un relato picaresco, donde el humor tendrá tanto peso como la tragedia.
Esa indefinición, será constante a lo largo del metraje, y la consiguiente sucesión de agresividad y podredumbre, borrará de nuestro rostro, todo posible intento de sonreír, o de hacerlo con “gracia” sino con amargura.
Además, sus protagonistas no logran caernos bien, aunque entendamos sus desesperadas acciones por sobrevivir en un mundo tan hostil.
La historia, desde la infancia nada prometedora de Rey, el vertiginoso instante en que pierde de un golpe a toda su familia, su reclusión a los 13 años en un correccional de menores, sus aventuras allí, donde el mayor triunfo consiste en no ser sodomizado, cueste lo que cueste, y en jugarle cabeza al instructor a fin de pasar en la oscuridad del calabozo, en la amable compañía de las cucarachas, el menor tiempo posible, y su posterior fuga a los 16, hasta su horrible muerte a los 17, pasando por toda clase de peripecias en las calles de esta ciudad devastada, oscura, sucia, rota y peligrosa, que es La Habana de los 90, transcurre de modo lineal, continuo, sin división en capítulos, como un relato de largo aliento.
A Rey, tránsfuga, sin hogar, sin apoyo de nadie, indocumentado o provisto de una falsa identificación, con 3 varas de hambre: sin desayuno, almuerzo y cena; casi analfabeto, harapiento, apestoso a grajo, y a cualquier cosa, con ladillas, buzo y no de las profundidades marinas, sino de los latones de basura; mendigo, pícaro, ladrón, alguna vez estibador en un agromercado, o ayudante de sepulturero o chofer de un bicitaxi, u obrero en una fábrica de cervezas, que no dura mucho en ningún empleo; masturbador exhibicionista profesional, chulito de séptima categoría, traficante de drogas, también de séptima categoría, homicida y necrófilo, un desastre, en fin, en toda la extensión del término, también lo encontraremos ilegal en Varadero, y de paso por la ciudad de Matanzas, pero su escenario predilecto, su ambiente natural, su reino, es La Habana, donde goza por tener tremenda pinga.
Y es que si hay un principio por el que se rige la vida en Cuba, ese es el de:
“A mal tiempo buena cara”, es decir, ante la tragedia que día sí, y día también, golpea a diestro y siniestro; se responde con una sonrisa, y de oreja a oreja.
Y ese es precisamente el “leitmotiv” por el que se rige la odisea, el grotesco vodevil, las incontables y delirantes, en muchos casos incluso, surrealistas vicisitudes que vive el joven Reinaldo durante los duros años 90, del “Periodo Especial” cubano.
Un adolescente que a pesar de, ni tan siquiera saber leer, de no tener un hogar familiar donde poder refugiarse de la pobreza y el hambre, posee una insondable virtud, que en una ciudad como la capital cubana, donde el sexo es su principal vehículo para encontrar evasión y alegría, bien le puede llevar a coronarse.
Porque si es “El Rey de La Habana”, es principalmente gracias a que tiene tremenda pinga, lo que le lleva a despertar pasiones entre sus 2 particularísimos amores:
Una mujer tan excéntrica y desequilibrada como apasionada; y un travesti singularmente galán y elegante, que al igual que el propio Reinaldo, subsisten como pueden, desde lo más profundo de los bajos fondos.
Y es precisamente alrededor de este estrambótico triángulo amoroso, donde emana un humor afectuoso y tierno, que brilla por su ausencia en el resto de la imprescindible obra del director, dando pie así, a otra genial mirada que pese a seguir la misma senda perversa en muchos desmesurados momentos, también innova.
Una historia que, a priori, no lo aleja de las coordenadas temáticas de su obra:
El machismo enfermizo que va apoderándose del protagonista, entronca con esa cierta idea de la perpetuación del mal como enfermedad hereditaria que vertebra gran parte de la filmografía del mallorquín; los derrengados edificios traducen el espacio escénico en el reflejo de la descomposición de sus personajes, y la podredumbre de la sociedad que la genera; en el triángulo pasional, vuelve a ser clave la represión fruto de las convenciones sociales.
En definitiva, personajes nuevamente sentenciados por una cruel carga determinista que debería abocarlos a un duelo de Eros-Tánatos, que dominará de principio a fin el brutal relato.
Los pequeños brotes de calor humano a la intemperie, logran que el contundente y desesperado desenlace, tenga un efecto, directamente aniquilador.
Así las cosas, tras un inicio arrollador, de animación incluida; lo que sigue es un retrato de una Cuba sucia, ladrona y hundida.
Con los títulos de crédito, ya suponen la primera ruptura con el universo del autor, con actitud de cuento “underground”, marcan el tono para una narración que, efectivamente, basculará entre el retrato social a la picaresca, y un triángulo sexual casi de historieta, a ratos divertido y convincente, hasta dulce, pero habitualmente demasiado histérico.
Registros inéditos en la obra de Villaronga, y que éste transita con cierta indefinición, salvo leves fogonazos, sugerente y original la subtrama del cementerio; El Rey de La Habana es un correcto y crudo retrato de la miseria cubana, en uno de sus períodos más duros, y un triángulo pasional con interés, pero siempre con un pie en el tópico chillón.
No es hasta su último tercio, cuando nos llega la más grata sorpresa:
En sus últimos latidos, Villaronga emerge con la fuerza de un ciclón para noquearnos con imágenes de impacto que abren, al fin, espacio a su poesía de lo terrible.
Y capta nuestra atención a base de mucho sexo y miseria.
Sin embargo, el tono es en muchas ocasiones, más cercano a la comedia que al drama; y consigue incluso arrancarnos alguna sonrisa a partir de situaciones trágicas, que no tienen ninguna gracia; y que bien pueden herir susceptibilidades.
Hasta aquí, nada que reprochar, pues siempre podremos alegar eso de “la mejor manera de afrontar un problema es con humor”
Lo que no entiendo, y no me gusta por incoherente y por tramposo, es que Agustí Villaronga nos empuje a reír en dichas situaciones, para a continuación, trate descaradamente de agarrarnos la garganta, zarandearnos y asfixiarnos emocionalmente.
Porque este es un retrato real de la sociedad cubana, crudo, y descarnado, pero con ese plus de fascinación que tiene el cine de Villaronga, esa especie de hechizo funciona gracias a una combinación perfecta:
Una atmósfera mágica, que atrapa y seduce desde las primeras escenas, y la riqueza que ofrece el cine social despolitizado, que habla por sí mismo a través del instinto de supervivencia de los propios personajes.
Aquí se nos presentan alegres, salvajes, ignorantes, en una sociedad maltratada.
Pero siempre con ese carácter tan cubano de vivir en los límites de la propia inercia, de nunca darle la espalda a la vida.
Todo sirve, todo cuenta.
Cualquier cosa puede convertirse en crucial:
Robar un pollo, beberte el último culo de una botella de ron, o zingarte lo que se mueva.
Uno de los temas principales, casi por encima de la pobreza y la misma Habana, es el sexo; el único aspecto de la realidad que no tiene límites, y que actúa como centro de poder y de liberación.
Tiene un papel central, y es casi un hilo conductor de la historia.
Según los protagonistas, el sexo es lo único que tienen “los pobres que viven en un país pobre”
Las mujeres no pueden resistirse a la gran pinga de Reinaldo.
El sexo está omnipresente, y sirve para todo:
Como modo de supervivencia, relajo, comunicación, juego, fiesta, refugio, intercambio, trabajo...
Cuando te lo han quitado todo, quizás solo te queda tu cuerpo.
Por otro lado, no deja de ser una oda al poder falocrático; y el poder falocrático nunca fue tan literal como aquí.
Si uno se queda en la superficialidad de este film de Agustí Villaronga pudiera reducir esta película a pajas, sexo crudo, poca sensualidad y muchos instintos primarios... queda en nada más lejos de la realidad; porque estamos ante un film desgarrador, que muestra el triángulo amoroso de personas que carecen de afecto, y que no se sienten completas en sus vidas.
Cada uno, por diferentes razones, que la película desgrana, busca en el fornicar, un paréntesis de placer, ya que la vida ha sido muy ingrata con ellos.
Buscan amar, sentirse queridos... pero nadie les enseñó en su vida a hacerlo, y creen que el sexo es la panacea a sus problemas.
El director, consigue que el sexo que envuelve a los personajes, se convierta en ocasiones en pura decadencia, y otras te permita sentir ternura por esos personajes.
Las relaciones interdependientes entre los personajes, el machismo cubano del que no se han podido desprender los hombres y las mujeres, y la incapacidad de quererse a uno mismo, posibilitan el querer a la otra persona como un mero y simple objeto de placer.
Todo se instrumentaliza, y todo vale, pero por otro lado entiendes que con las vidas que les ha tocado vivir, busquen en el sexo placentero, dicho refugio.
Más que cuestionar esas vidas, uno puede llegar en ocasiones a comprenderlas.
En un ambiente tan sórdido y penoso como este, sale lo peor del hombre y, efectivamente, hay un machismo manifiesto en la manera en que Reinaldo trata a las mujeres, y en la manera que espera ser tratado por ellas, que llega a su punto álgido en el final de la película.
Un final que, además es desconcertante, y supone un cambio de tono muy drástico con el resto de la película.
Como cine social, no llega a alcanzar gran profundidad, aunque de primeras tiene todos los ingredientes para serlo.
Aunque la mayoría de los actores salvan bien sus papeles, la empatía es difícil con cualquiera de sus personajes.
No se sabe por qué hacen las cosas que hacen; muchas veces ni siquiera es el instinto de supervivencia lo que los mueve, sino una especie de impulsos aleatorios.
No se plantean cuestiones morales, éticas o trascendentales.
Viven el minuto; quizás no son más que producto del tiempo que les ha tocado vivir.
Por ello, Villaronga dibuja un antihéroe que es víctima y verdugo, que sucumbe a las taras de su naturaleza, y a las bajezas de su entorno.
Todo resulta gris, descorazonador, sucio y asfixiante, en una película entre festiva y desagradable, por tanto, no apta para todos los estómagos.
En cuanto a los actores, son excelentes y convincentes.
Un triángulo amoroso conformado por el joven actor debutante y no profesional, como Maykol David Tortolo, quien se corona como “El Rey de La Habana” con una actuación eminentemente visceral, demostrando un absoluto garbo y desparpajo junto a sus mujeres:
La excéntrica Yordanka Ariosa, y el entrañable Héctor Medina; actriz y actor que tan solo contaban con una película cubana también, protagonizada en su haber.
Las relaciones personales entre el protagonista y Magda, son lo mejor, sobre todo porque hay mucha ironía, y porque la actriz hace una gran actuación dramática y cómica.
La actriz cubana, es la que nos hace sonreír, y la que mejor está en las escenas dramáticas.
Para Yordanka:
“Fue un trabajo difícil.
Por un lado reconocía algunos rasgos del personaje en mí, en cambio había muchos otros que no.
Es un ser humano con condiciones difíciles, y ella reacciona como un animal.
Los personajes, en vez de evolucionar, se degradan.
Sobre “pasar el muerto”, tuve que investigar y conocer gente.
Al final, ella hace cosas duras y difíciles de aceptar”
Para Maykol:
“Yo nunca actué, soy bailarín.
Lo que más me costó, fue desenvolverme delante de la cámara, aunque no me costó mucho reconocer la zona marginal”
Y para Héctor:
“La primera vez que leí el guión, sentí vergüenza, que vengan desde España para contar esta historia.
Pero al ver los personajes tan bien construidos allí mismo, vi la película.
Me enamoré de Rey, me enamoré de este hombre”
Héctor Medina, que en la piel y las miradas de Yunisleidi, se apodera de los mejores momentos de la película, por su mirada franca y esperanzadora, que al final es cegada, literalmente.
El triángulo amoroso, tiene un 4º personaje, que es esa Habana triste y gris que no está llena de colores y de cánticos.
Apenas se ve el sol en este film, porque los personajes no tienen luz en sus vidas, y viven como ratas de alcantarilla en sus casas despedazadas.
Villaronga nos muestra una Habana vestida de ron barato, casas destrozadas, y de un jineterismo muy fuerte.
Y también podríamos darle protagonismo a esa gran pinga, la gorda pinga que a Rey lo que es, y que es la que lo mueve en una vida donde el único placer es regarse.
Sobre las escenas, las de sexo están tratadas muy bien, sin nada de porno explícito, en donde hay bastante erotismo, y mucha ironía en las conversaciones.
También hay varias escenas de gran dureza, y otras donde los espectadores sufrirán por Reinaldo, que tiene que estar huyendo todo el rato.
Pero El Rey de La Habana funciona mejor como comedia, que en los momentos más dramáticos, o en la historia de amor y relaciones personales, y hay una falta de ideas a la hora de buscar unas situaciones impactantes.
El guión no tiene defectos, aunque desconozco el tratamiento de la historia en la novela, con un espíritu aventurero con algo de drama forzoso.
Los personajes están bien presentados, y es fácil empatizar con ellos, pero luego se van difuminando, y no sufres tanto por lo que les está pasando... y eso es lamentable, tal vez solo con el transexual; además, nunca pensé que tal pobreza haga lo que la gente hace acá; y algunas escenas son muy impactantes, como la cagada de Magda en su habitación, tirando el papel con mierda por la ventada que da a la calle; y algunas escenas parecen tan reales, como atractivas e interesantes.
Pero sobre todo, pretende ser un retrato fiel de una época dura.
La muerte de Rey, al final, puede verse como un retorno de lo descompuesto a sus elementos; la profunda intrascendencia de su muerte, sirve para resaltar su inexistencia, y su invisibilidad.
Pues Rey es el epítome de la destrucción física y moral de la sociedad, y es invisible, porque la sociedad que lo ha creado, está construida sobre la ruina tanto exterior, la ciudad misma; como interior, el fracaso de La Revolución.
En todo caso, si bien La Habana es un ejemplo extremo, por su generalización, de la destrucción y la pobreza, personajes y espacios como los descritos en El Rey de La Habana, pueden recrearse en cualquier ciudad del mundo, y eso querido lector, pone el dedo en la llaga, de donde el análisis sobre la pobreza y su cultura, parece recuperar vigencia a la luz de los eventos catastróficos a los que ha llevado la economía neoliberal, y que tienen en La Habana, la mejor representación palpable, tal y como finaliza la novela misma:
“Tuvo una muerte terrible.
Su agonía duró 6 días con sus noches.
Hasta que perdió el conocimiento.
Al fin murió.
Su cuerpo ya se podría por las ulceraciones producidas por las ratas.
El cadáver se corrompió en pocas horas.
Llegaron las auras tiñosas.
Y lo devoraron poco a poco.
El festín duró 4 días.
Lo devoraron lentamente.
Cuanto más se podría, más les gustaba aquella carroña.
Y nadie supo nada jamás”
Técnicamente, El Rey de La Habana es incontestable:
Con la exquisita fotografía de Josep M. Civit, y la cuidada producción, dan buena cuenta de ello.
Una Cuba de una época concreta, que en el fondo tiene muchos gags que funcionan, tiene ritmo, y siempre es bonito ver, La aquí falsa Habana y sus rincones.
Y el acento cubano que es tan divertido, vivo, cachondo, inventivo, vulgar y sustancioso.
Una jerga del pueblo, saturada de alusiones sexuales, “pinga va, pinga viene”, y de insultos amistosos, a lo “comemierda siempre en las mientes”
Una recreación riquísima del castellano normativo, tan caribeña y excesiva, que resulta un regocijo escucharlo.
En cierto modo, el cineasta logra intuir que todos los personajes se empeñar por decir, y creer que luchan por La Revolución, pero al final, la verdadera revolución, es lograr sobrevivir.
El resultado dista mucho de ser una película accesible y comprensible, pues esa sucesión de episodios miserables, rodados con excesiva brusquedad y suciedad, acaban saturando y provocando el efecto contrario al deseado:
Sólo sentimos cansancio ante la contemplación ininterrumpida de degradación, hambre y picardía, sin un respiro para el humor, como en un principio se nos prometía.
Eso sí, hemos conocido la realidad profunda de Cuba, aunque rodada en una isla vecina.
“¿Quién coño se me va a acercar?
Si yo lo que tengo es ganas de morirme”
Muy curiosamente, Rey es un símbolo de una época y un país.
Un animal acorralado, un joven inocente, sin moral y sin maldad, con un pasado atroz, y un futuro muerto.
Puro presente, el hueso del tiempo desangrándose, pudriéndose, pero fuerte como su pinga.
Con esos tópicos, la marginalidad, por increíble que parezca, se vuelve centro o, cuando menos, obligada referencia para el cine.
Páginas y más páginas sobre jineteras y pingueros, proxenetas, vividores, pícaros, traficantes de todo lo traficable, borrachos, drogadictos, balseros, tipos agresivos y feroces con el cuchillo entre los dientes, veteranos de La Guerra en África que perdieron la chaveta, locos arrebatados, ex presidiarios, y también otros que quizás en otras sociedades no serían marginales, o al menos no tanto, como los travestis, las lesbianas, los enfermos de SIDA y los santeros; o la fama de que los cubanos se manejan pingas enormes; en Cuba, tal fenómeno obedece a 3 causas fundamentales y relacionadas entre sí:
La primera, obvia, es la situación objetiva del país.
Nadie ignora que tras el derrumbe del comunismo soviético, a Cuba, en su condición de satélite o cliente, o como se le quiera llamar, se le cortó el agua y la luz, no es metáfora; y el petróleo, y cualquier ilusión de prosperidad que muchos corazones incautos albergaban hasta entonces; con la crisis económica, profunda, aplastante, visceral, vino la crisis social, el desempleo, las carencias de todo tipo, el hambre y, como es de suponer, un enorme incremento de la desesperación, el afán de emigrar, el alcoholismo, la locura, los suicidios, la mentalidad de tiempo de guerra, y el delito común en todas sus variantes.
La segunda causa, tiene que ver con el empecinamiento del gobierno en negar todo eso, con la falta de transparencia casi absoluta en los medios de comunicación masiva, con el hecho de que la televisión, la radio y los periódicos reflejan un país que en nada se parece al verdadero; nos muestran la mejor de las patrias posibles, la más segura, culta y democrática, algo semejante a un paraíso donde todo marcha a pedir de boca, pura ciencia ficción; la postal para vender.
La vociferante histeria nacionalista, sirve lo mismo para aturdir y desinformar, en tanto propaganda política burda pero tenaz, que para subvertir o “sobrecompensar” diría Freud, el lacerante complejo de inferioridad nacional.
Nada más lógico, entonces, que en un país sin espacios alternativos para la sátira política, sin crónica roja, sin pornografía, etc., los contenidos propios de esos digamos géneros no demasiado artísticos, nada de “subgéneros”, que también tienen su importancia y su función social, se transfieran a la literatura.
La mente humana, ya se sabe, está diseñada de tal modo que todo aquello que se pretenda ocultar o prohibir, por desagradable o intrascendente que sea, automáticamente se vuelve atractivo.
Y la tercera causa, aunque no la de menor peso, reside en ese dios tan seductor, huidizo, impredecible y caprichoso, más fuerte que el Dios cristiano y todos los santos juntos, que adoramos bajo la advocación de Mercado.
En términos generales, puesto que hay sus excepciones, podría decirse que en lo referido a Cuba, se cotizan sobre todo el sensacionalismo, la denuncia política, el sexo explícito, y el “lenguaje caribeño”, pero sobre todo, las pingas grandes.

“Y nadie supo nada jamás”



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