Last Tango In Paris

“Go, get the butter”

Mantequilla.
Esa es la primera palabra que nos viene a la cabeza cuando pensamos en Last Tango In Paris y no precisamente por cuestiones gastronómicas.
Me contaron que cientos de españoles cruzaron la frontera francesa en 1972 para ver cómo Marlon Brando desvirgaba a Maria Schneider por el agujero prohibido.
Muchos tomaron trenes y autobuses para San Juan de Luz, Biarritz y otras poblaciones francesas adyacentes, con la rijosa y oscura intención de ver a la Schneider desnuda, rebelde y objeto de perversiones; pero hoy se pondrían colorados cuando todos aquellos masturbadores, si han madurado, revisasen esta estupenda obra (entendiendo ahora los diálogos) sobre la cruel soledad, el hiriente frío del desafecto, la incapacidad de muchos mortales de amar y ser amados en la misma fracción de segundo, el insufrible dolor de la existencia estéril... y ya habrán concluido en que fueron víctimas de un espejismo lúbrico, hijo directo de la ignorancia y la represión; y convendrán conmigo en que la auténtica aventura hubiera sido ponerse en marcha para aplaudir a un joven y desinhibido italiano, llamado Bernardo Bertolucci, capaz de profundizar tan hondo, intentando llegar al lugar exacto en el que brota la tristeza, esa que convierte a la vida en una hemorragia de imposible taponamiento y que desemboca en el inmenso océano del sueño eterno.
Por eso, con el paso del tiempo, Last Tango In Paris ha adquirido el rango de película de culto y ha extendido su leyenda urbana.
¿Sabía la joven Maria, de 20 añitos, que Bertolucci y Brando habían planeado la famosa escena a sus espaldas?
El caso es que, desde entonces, al abrir la nevera miramos la mantequilla con otros ojos.
Las pinturas que acompañan a los créditos de Last Tango In Paris marcan con claridad un planteamiento que nos vuelve a enfrentar a las preocupaciones de la Escuela de Frankfurt, con las acotaciones existencialistas de rigor: la relación entre la sexualidad y la muerte, la identidad, la angustia, la náusea, los convencionalismos sociales, la hipocresía, etc.
Todo ello nos lleva cerca del Boulevard de Belleville, en un apartamento desvencijado de la Rue Jules Verne, en donde coinciden un hombre y una mujer.
“It's better not knowing anything”
Last Tango In Paris es una película franco-italiana de 1972, dirigida por Bernardo Bertolucci.
Protagonizada por un ENORME Marlon Brando, Maria Schneider, Jean-Pierre Léaud, Massimo Girotti, Maria Michi, Catherine Allegret y Giovanna Galletti.
Last Tango In Paris obtuvo 2 nominaciones al Oscar como mejor director y mejor actor para Marlon Brando.
Naturalmente, Last Tango In Paris debe entenderse en el ambiente pesimista de aquellos años, dominados por las corrientes de pensamiento de la postguerra y por un conjunto de personalidades de gran influencia en los ambientes occidentales: Europa y USA.
El gris de París en esos días va unido a la oscura vida de nuestros personajes, y a sus sentimientos, además de la relación fría que les une.
Para reforzar esta idea, los interiores también son oscuros y tenebrosos, tanto el hotel, como el apartamento como la casa de ella.
En algunas escenas no vemos prácticamente nada.
Last Tango In Paris es una cinta carnal, salvaje, grotesca, y bestial donde se exponen las frustraciones más hondas de dos seres humanos que canalizan sus angustias y decepciones mediante el sexo duro.
No hay que confundirse, si bien se deja entrever que Last Tango In Paris despliega lo más instintivo en materia sexual, la misma no es explícita y hasta me animo a decir que ni siquiera es una cinta efectiva desde su sensualidad ni desde la sugerencia que debería transmitir que dos desconocidos se olviden de sus vidas para reunirse a copular como animales en un departamento sin decirse siquiera cómo se llaman.
Last Tango In Paris se caracterizó por su fuerte erotismo, pasando a la historia del cine una escena particular en la que el personaje masculino sodomiza a la mujer, valiéndose de un poco de mantequilla a modo de lubricante.
Estas escenas, y en general el tratamiento de la temática erótica desde una óptica inusual: numerosas escenas de desnudos frontales de la mujer, causarían un gran impacto en la sociedad de la época.
Años después, la actriz declararía que la escena de sodomía se realizó fuera de lo establecido en el guion original, por sugerencia del propio Brando.
Y que sus lágrimas en la escena, que por cierto no se ensayó más que una vez, fueron reales.
Sobre Maria, años después, decidió abandonar la filmación de Calígula, sería reemplazada por Teresa Ann Savoy, para ingresar voluntariamente, junto una mujer de quien ella misma declaró era su pareja, a un hospital psiquiátrico. También abandonaría el mundo del cine, se dice que se volvió adicta a la heroína, al que regresaría años después, para actuar únicamente en películas, más de 30, y sobre todo europeas, de otro género sin contenido sexual.
Sin embargo, a pesar de ser ampliamente recordada por estos detalles, suele destacarse la interpretación de un Brando ya maduro, y la calidad del trabajo fotográfico del filme por Vittorio Storaro, que contribuye en buena medida a otorgar un contrapunto de lirismo a una cruda trama argumental.
Una mañana de invierno, en los convulsos comienzos de los setentas, Paul (Marlon Brando en uno de sus papeles más arriesgados y brillantes), un hombre de 45 años, que recién ha enviudado, y Jeanne, una chica francesa común y silvestre amante de las utopías de moda, de 20 años (la emblemática Maria Schneider, símbolo de esa época de destapes) y actriz amateur, se encuentran casualmente mientras visitan un departamento de alquiler que ambos desean rentar, en París.
La atracción entre ellos es muy fuerte, y mediando tan sólo unas cuantas palabras, hacen el amor apasionadamente en el piso vacío.
Cuando abandonan el edificio, establecen el pacto de volver a encontrarse allí, en soledad, sin preguntarse sus nombres.
Paul consigue alquilar el departamento, donde comienzan a tener furtivos encuentros, relación que se caracterizará por una fuerte violencia verbal y sexual ejercida por él hacia Jeanne, en un afán de dominar también su mente.
Ella, prometida para casarse con otro, un joven director de cine (Jean Pierre Léaud) que la convoca a la filmación de una película por las calles de París, parece no darse cuenta de la violencia de que es objeto.
Bertolucci hace una especie de deconstrucción de Paul.
A medida que pasan los minutos, nos enteramos de quién era y por qué tiene esos impulsos animales.
Además de la chica sin nombre, el director le enfrenta a otras dos mujeres.
La primera es su suegra (Maria Michi), a la que odia con toda su alma, así como a esa institución a menudo sobrevalorada: la familia, me remito a las palabras de Brando cuando da buena cuenta de la mantequilla.
La segunda es su propia esposa (Veronica Lazar), a la que visita en una escena que pone los pelos de punta y que es la mejor y la más sobrecogedora de Last Tango In Paris.
Si tuviera que definir con una palabra la personalidad de Paul, diría oscura.
Paul es un personaje con una trayectoria interesante, evoluciona mucho a lo largo del filme.
La muerte de su esposa, y sus experiencias son lo que marcan su fría personalidad.
Se muestra huraño y agresivo con el mundo.
Para Jeanne es todo un misterio, pues desde el principio él se empeña en la idea de que no se digan los nombres ni se cuenten nada de su vida pasada, ni presente.
Por su criada, descubriremos que llevaba ocho años casado y viviendo en el hotel de la familia de su esposa.
Después por la relación con la madre y el amante de su esposa, Marcel, iremos conociendo más sobre él.
Ambos, madre y amante, esclarecen mucho del porqué del comportamiento de Paul.
Tras su fachada y sus malas formas con las mujeres, Paul realmente es un solitario en busca del amor verdadero, del cariño y de la felicidad que nunca encontró en su propia familia, ni tampoco en su matrimonio; nunca dice nada en vano, sino que mide mucho sus palabras.
Hay un momento clave del personaje en Last Tango In Paris.
Cuando Jeanne se declara, él responde a ella:
“Nunca encontrarás el verdadero amor hasta que te atrevas a hablarle a la muerte de cara”
Es justo lo que hace él después.
En la siguiente escena presenciamos su monólogo ante la tumba de su esposa.
Se descarga y se libera de sus miedos.
Esta escena, junto con la de la sodomía, es de las más recordadas de Last Tango In Paris; tanto por la importancia para el desarrollo del personaje de Paul y por su excelente actuación, como por la riqueza en la construcción del monólogo.
Tras este episodio vemos a un hombre renovado, liberado.
Va en busca de Jeanne y le cuenta la verdad sobre él, sobre su pasado, su presente.
El problema es que para Jeanne es demasiado tarde, tanto misterio la ha trastornado hasta tal punto que no sabe ya quien es verdaderamente Paul, un psicópata o un enamorado del amor.
Magnífica manera de retratar a un personaje hundido por su pasado y con ninguna esperanza de recordar nada, ni intentar avanzar en su pequeña enfermedad. Simplemente, y su único objetivo es la fijación y olvidar el estado racional, y vivir impulsado por los impulsos y los sentidos.
Hablando ahora de Jeanne, representa el polo opuesto.
Ella es joven, loca y confiada.
Le gusta vivir la vida al máximo, es una romántica y no lo esconde.
Su juventud la hace rebelde.
Su personalidad viene muy influida también por su familia.
Hija de un coronel, siempre ha vivido acomodada, pero con su muerte la familia entró en crisis económica.
Es insegura y variable, en un momento puede cambiar de parecer; manipulable y a la vez lista, se deja llevar por los hombres y el amor.
Jeanne es también contradictoria; por momentos nos resulta enamoradísima de su novio y por momentos parece que sólo está con él porque necesita cariño, igual que Paul.
Inmadura es su adjetivo.
Al conocer a Paul, ve en él esa figura de padre que tanto añora.
Se sienta atraída por su sabiduría y su misterio, y cuando él empieza a jugar con ella y forzarla no encuentra manera de pararle.
Se le presenta entonces un dilema moral.
Por un lado, le atrae porque es diferente, inteligente y divertido; pero por otro, le repugna sentirse tratada como un pedazo de carne y por eso se plantea en más de una ocasión no volver por el apartamento y centrarse en la relación con su novio.
Pero la tentación de volver con Paul es fuerte.
La relación con John tampoco la llena lo suficiente.
John es demasiado serio y correcto para ella, muy interesado en su profesión, descuidando el romanticismo.
El personaje de Jeanne es igual de interesante que el de Paul aunque se mantenga en la misma línea todo el filme, sin apenas evolución.
Ese cruce de trenes vitales y generacionales que ambos representan durante ese tiempo, es un cruce lleno de sugerencias, de incertidumbres, de esperanzas y de miedos.
Pero de una plenitud inigualable y magnífica.
Para ellos el tiempo se detiene, y en esa habitación con muchos balcones pero sin vistas que comparten casualmente en el centro de París, no importa el pasado, ni el futuro: es el presente, el rabioso presente el que se manifiesta y reina por encima de todos los otros reyes posibles.
Como si de un tango se tratara, los dos protagonistas se retuercen el uno al otro y experimentan con el dolor que pueden causar las heridas del corazón; cada vez un poquito más cerca del límite, rayando la locura en el aburrido concurso de bailarines que da sentido al título Last Tango In Paris.
Por otro lado, Bertolucci utiliza la famosa escena de la mantequilla para explicar la frustración de Paul, el director de un hotel de París cuya esposa acaba de suicidarse cortándose las venas en la bañera.
Da la impresión de que Paul, de casado, vivió a la sombra de su mujer, que lideraba el negocio, y de una familia política que no le tragaba.
Ni siquiera reaccionó cuando se enteró de que le ponían los cuernos.
Lo único que desea es usarla para liberar todos los sentimientos que reprimió con anterioridad.
Para reflexionar:
Simetrías, paralelismos, recuerdos, alusiones a todas las instituciones sociales, transgresión, incomunicación, soledad, violencia, egoísmo, mezquindad... son los ingredientes de un guión acaso demasiado denso pero, a efectos de ritmo narrativo, bien aligerado con las secuencias de contenido erótico, recordar que estamos en los años setenta.
El desenlace no puede ser más freudiano...
Y si la música es el alimento del amor pues que siga sonando!
La música de Last Tango In Paris, compuesta por el argentino Gato Barbieri lo lanzó a la popularidad, y quedó como un sello característico de Last Tango In Paris.
Una de sus principales virtudes en los agridulces y nostálgicos acordes jazzísticos del argentino, presentes en la obra de principio a fin, sirviendo como un perfecto leit-motiv del estado y la evolución anímica del personaje protagonista.
Una melodía que enseguida nos recordarán a aquellas escenas tórridas de Brando y Schneider, y a una versión algo diferente de esa sempiterna evocación de París como meca del romanticismo.
Unas notas tan míticas no pueden evitar, de ninguna manera, ser continuamente homenajeadas y versionadas, y más cuando se trata de una expresión musical fronteriza entre géneros y estilos tan heterogéneos, entre blues y tango, entre la escuela mediterránea y la porteña.
“That's your happiness and my hap-penis”
¿Last Tango In Paris: arte o pornografía?
Por aquel entonces, a consecuencia del atrevimiento como parte fundamental de sus últimas películas, Bertolucci era considerado ya, y lo siguió siendo durante tres décadas, un “icono cultural progresista”
Aunque probar ideas nuevas con la cámara y arriesgar mucho en los puntos de vista y los temas a tratar, ha sido habitual en él, es cierto que quizás sea Last Tango In Paris su película más provocadora.
Bertolucci siempre ha sabido atraer al público, y de ahí toda la polémica.
Bernardo ha sido un hombre de su tiempo que ha entendido perfectamente las necesidades de las personas en cada época y ha sabido trasladarlo todo a sus películas, convirtiendo los temas y las formas en un buen reclamo.
Por eso no le importaba arriesgar e innovar, sabía lo que la gente demandaba en cada momento, y en Last Tango In Paris es la libertad.
Fue en su momento para muchos una especie de ventana abierta a una especie de libertad imposible.
Pero, la mujer sale mal parada, llegando Last Tango In Paris a un tono machista.
Mientras que a él no se le ve nada, ella aparece íntegramente desnuda en varias ocasiones.
Él es quien domina la situación y ya no sólo por la edad y la madurez, sino que se intuye que también es por ser hombre.
La insulta y arrastra por el suelo a su conveniencia.
Pero hay otra explicación, la encuentro en el afán de Bertolucci en dar un estilo naturalista.
Muchas personas sufren maltratos por parte de su pareja, este problema ha existido siempre.
Pero pasa como con todo, que hasta que no nos lo ponen delante, no parece que seamos conscientes de que el problema existe.
Bertolucci, queriendo reflejar un problema social en Last Tango In Paris, eligió la forma más real posible: un tono naturalista, en todos los aspectos, planos, luz, movimiento de cámara… incluso en la idea que tiene John de grabar su película a la vez que suceden las cosas.
En Last Tango In Paris se muestra la verdad al público y en la película de John también, solo que las ambientaciones son diferentes pero unidas por la misma realidad.
Tanto realismo resultó de mal gusto para muchos.
No se podía permitir que una película tratara sobre lo miserables que podemos llegar a ser las personas.
Fueron los sectores más conservadores y religiosos los que peores comentarios hicieron.
Ya no hace falta citar el gigantesco escándalo que suscitó, puesto que mas que novedoso el desnudo, era el comportamiento en la intimidad lo que en su soltura todavía provoca alguna que otra sensación.
Pero con envidiable maestría Bertolucci desarrolla Last Tango In Paris como caja de resonancia de su particular visión de esa época: la juventud ávida de ideas y actitudes libertarias ya sea por convicción propia o por pura moda, en contra de sus padres, como niños contestones.
Last Tango In Paris toca un tema muy en boga en ese momento: las brechas generacionales, el cada vez más acentuado distanciamiento o incapacidad de entendimiento entre los jóvenes y los mayores, que en Last Tango In Paris alcanza una curiosa unción en medio de las trincheras.
La chica vive con el recuerdo del amor a su padre militar, es decir conservador y él vive atormentado por el recuerdo de su esposa que se suicidó.
Bertolucci no rehúye mostrárnoslos en su soledad, su acercamiento puede ser un tierno pedido de amor y comunicación entre dos generaciones más allá de intransigencias y poses.
Los matices incestuosos no son rehuidos, forman parte de ese todo, esa atracción que supera lo físico y que por ello desviará todo hasta un punto insoportable quiéranlo o no.
De ahí que Vittorio Storaro es fundamental, con esos atardeceres anaranjados o rosados son expresión de esa nostalgia, es un pequeño oasis donde por un momento ambos se alejan de las presiones exteriores como niños desnudos en el jardín del Edén.
Pero no hay concesiones, los tiempos cambian, corren rápidamente, ni el pequeño santuario los podrá alejar de la realidad.
Acaso el último tango será su estrafalaria despedida en un vetusto salón de baile, acaso prueba de otro tiempo todavía anterior que el de ellos.
Ahí al ritmo de los sensuales acordes del argentino Barbieri culminará su pequeña travesura, hay que despertar, son nuevos tiempos, somos distintos.
Last Tango In Paris: utopía sentimental.
Creer que puedes amar a alguien hasta el punto de dejar a lo que uno está acostumbrado a hacer solo por esa razón que te motiva a cada instante.
Detrás de esta inmensa historia de amor hay una crítica social profunda de unos valores que, a pesar del Mayo francés, consiguieron imponerse en parte de una generación, hasta llegar a nuestros días tal como hemos llegado: casados con hijos, con hipotecas, conociendo nuestros nombres y nuestros apellidos, y finalmente divorciados.
Ese final no hubiera sino necesario sin la esperanza ilusoria del sueño pequeño-burgués, que se refleja en esa futura boda en la cual cuajarán los deseos acomodaticios de una muchacha "anticuada, que quiere parecer que no lo es", ya anticipado en la famosa escena del coito anal y que tanta broma ha generado a lo largo de dos generaciones de espectadores, donde la penetración no es ya penetración, sino profanación de unos valores que han muerto en el corazón de Brando, porque ya ha visto mucho, y porque si es capaz de amar, es capaz de hacerlo con la monstruosa humanidad y la brutal honestidad de un hombre en estado puro, despojado de sus máscaras sociales.
Y sobre, todo, sin nombre.
Es tal el abanico de temas que no sería de extrañar que si dejamos pasar el tiempo y hacemos un segundo visionando, encontremos en Last Tango In Paris nuevas perspectivas y mensajes que no habíamos captado la primera vez, y eso es el arte:
La habilidad de que una obra puede decirnos algo diferente dependiendo del momento en que la visualicemos.
Last Tango In Paris "cine crepuscular", un género de cine centrado en la decadencia de las personas y su deseo de volver a encontrar un lugar bajo el sol pese a tener todo en su contra.

“Even if a husband lives 200 hundred fucking years, he'll never discover his wife's true nature.
I may be able to understand the secrets of the universe, but... I'll never understand the truth about you.
Never”


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