Lost In Translation
“Can you keep a secret?
I'm trying to organize a prison break.
I'm looking for, like, an accomplice.
We have to first get out of this bar, then the hotel, then the city, and then the country.
Are you in or you out?”
Todo el mundo necesita ser encontrado, y a veces, cuando nos sentimos perdidos, aquellos que nos rodean no resultan ser los más capacitados para ello.
Hay ocasiones en las que los silencios resultan mucho más elocuentes que las palabras, por bien escritas que estén o por muy convincentes que suenen.
Hay veces en las que la emoción resiste cualquier tipo de análisis, momentos mágicos en los que la pantalla transmite algo que se te mete por los ojos y va directamente a lo más profundo, a tu corazón, a tu estómago o a donde sea que se esconde esa parte de nosotros que no entiende de razones y explicaciones, que se limita a sentir y a conectarse con una emoción pura que rompe la barrera entre creador y destinatario de la obra convirtiendo a este último en cómplice de ese misterio que rodea a algunas películas que parecen hechas expresamente para uno mismo.
Suelen ser obras que apelan a lo más elemental, al tema más universalmente retratado, no ya por el cine, sino por cualquier manifestación artística, y al mismo tiempo, fuente inagotable de historias: el amor, la necesidad de afecto, la huida de la soledad, de ese vacío emocional que parece tan intrínseco al ser humano.
No existe aspiración más humana y universal que esa necesidad de compartir, de crear, de sentir y abandonarse en el que está a tu lado, más allá de su condición de pareja, amante, esposo, objeto del deseo o casual coincidencia en tu vida.
A veces, las palabras que nos susurran al oído, las que los demás nunca podrán escuchar, describen perfectamente la insoportable levedad del amor.
Como esas palabras que, con suerte, a veces nos han susurrado al oído sin que nadie más las escuche.
No es fácil que una comedia romántica encuentre su tono en la esquiva naturaleza de ese susurro, pero Sofia Coppola lo ha conseguido en Lost In Translation.
Coppola presenta al principio los ingredientes: la ciudad de Japón por la noche, un gran hotel de lujo, un actor que viene una semana por compromisos laborales y una mujer recién casada que se pasa el día sola.
Describe una historia natural, simple y trabaja sin recursos muy producidos como efectos, ruidos o el ritmo vertiginoso de las comedias estereotipos.
Todo se centra en lo primordial: la vida de los dos protagonistas y sus filosofías, descartando todos los elementos innecesarios.
En Lost In Translation poco se habla, poco se transmite, poco se detalla.
Coppola quiere que todo lo decodifique el espectador, da una historia de contrastes y en ello la elección de los dos personajes es un acierto.
La corriente del hombre frente a la mujer, del que ha terminado su carrera frente a la que la empieza, del que tiene un matrimonio acabado frente a la que acaba de casarse, del que es ya mayor frente a la que es joven, de que se siente invisible frente a la que es capaz de atraer cualquier mirada.
Así también los escenarios convergen en este contraste paradójico que se propone:
La cultura occidental frente a la oriental.
“Rip my stockings”
Lost In Translation (2003) es una película escrita y dirigida por Sofia Coppola, hija del famoso director Francis Ford Coppola.
Es una coproducción de Japón y Estados Unidos, ambientada en Tokyo.
Con un ENORME Bill Murray, ENORME Scarlett Johansson, Giovanni Ribisi, Anna Faris, Fumihiro Hayashi, Akiko Takeshita, Catherine Lambert y Akiko Monou.
Lost In Translation es un cuento de hadas en el que el príncipe no ríe y la princesa vive encerrada en un castillo de cristal, cuya química entre los actores principales es simplemente mágica.
Basada parcialmente en experiencias personales, Lost In Translation logró 4 nominaciones a los Oscar de Hollywood: Mejor película, mejor director, mejor actor principal para Bill Murray y ganadora como mejor guion original para la propia Coppola.
Lost In Translation no se incide en las relaciones sentimentales de ambos, no se rotura en el ambiente más allá del dibujo puntual y su trivial exposición sociocultural, incluso y en algunos momentos, acometiendo la perspectiva en el choque cultural con intención de provocar humor, de manera despectiva y muy caricaturesca.
No hay besos ni noches locas, únicamente una sensación de intimidad compartida en la que una copa nocturna, un paseo por la calle o una sesión casera de karaoke pueden convertirse en la máxima expresión del afecto y la complicidad.
Y todo esto sin sucesos, filmado en tempo de “adagio” optimista, de comedia irónica y sentimental, sin más anécdota que la deliciosa levedad del cuento de un viejo actor de Hollywood que en una esquina del aburrimiento, conoce a una muchacha de alrededor de 20 años.
A todo esto contribuye Tokyo, uno de los mayores aciertos de Lost In Translation; esa ciudad extremadamente moderna, con esos edificios, esos peculiares carteles que recuerdan a “Blade Runner”, esas luces de colores por doquier y esa gran masa de población con descorazonadora lengua extraña, nos ayuda a comprender la pérdida de rumbo que une a los protagonistas.
Lost In Translation no muestra aventuras, ni sexo, ni besos, ni palabras románticas, ni nada de lo que acostumbran a tener las historias de amor y es de agradecer ENORMEMENTE.
Sólo asistimos a la desalentadora vida de dos personas que, pese a la diferencia de edad y de vivencias, se sienten unidas por la soledad, por una charla en el bar, por una noche en el karaoke, por unos cuantos susurros en la penumbra, por una caricia en el pie.
En un tiempo en el que el cine parece depender como nunca del diálogo como medio de expresión, Coppola busca constantemente la imagen, el silencio y las miradas cómplices para recrear una de las historias de amor más fascinantes y hermosas de los últimos tiempos.
Coppola profundiza en el interior de los personajes para mostrarnos sus necesidades, inquietudes, deseos, miedos a través de escenas muy bien rodadas y que, los grandes protagonistas, consiguen con sus buenas interpretaciones hacernos llegar todas esas sensaciones tan humanas que todos hemos sentido alguna vez.
Por el esteticismo de su narrativa, a ratos videoclipera y otras excesivamente contemplativa y derivativa de los grandes nombres de la “nouvelle vague”, con tendencia a la grandilocuencia y la pomposidad más vacua que reflexiva, hecho que a los snobs les encanta, por la suficiente penetración que imprime a sus personajes principales y por la integración de éstos en multitud de referencias culturales, principalmente englobadas dentro de las tendencias más pop, mejor aún... "indie"-pop hace de Lost In Translation una experiencia inolvidable.
Desde el comienzo, la diferencia entre ambos personajes aparece definida por su interactuación con la ciudad (tercer protagonista del film); las apariciones de Bob, marcadas por la ironía y la comicidad ambivalente contrastan con el intimismo y la introspección que guían las secuencias de Charlotte.
Su encuentro supone un choque desconcertante y químicamente explosivo para sus vidas.
Sofia Coppola plantea de forma elegante y contenida una relación personal sincera que encuentra el elemento común en la soledad.
Los bares, restaurantes, templos y las calles de Tokyo son testigos mudos de una historia que reporta análisis e introspección para cada uno de ellos, sin prejuicios ni moralinas.
Uno sólo percibe a la esposa de Bob, con sus llamadas absurdas y frías como el hielo; la otra (Charlotte) espera todo el día a su compañero para luego ver que él no es capaz de darle nada de lo que espera.
Ambos personajes principales están insatisfechos y descontentos con sus matrimonios y sus vidas, no logran conciliar el sueño y sienten una soledad y un vacío enormes.
Bill Murray sin prácticamente mover un sólo músculo de su cara, da todo un recital interpretativo por la calidad con la que envuelve a su personaje, hace de Bob Harris un auténtico acabado, sarcástico y desesperanzado parásito que teniéndolo todo: familia, dinero, un “señor trabajo”…, parece no tener nada.
Se arrastra cual herido en combate de un lugar a otro, sin ganas ni preocupaciones, lleno de amargura y con un saco de ironía.
Es un hombre famoso, reconocido en su trabajo, con una buena situación económica y una familia estructurada se encuentra en el fondo perdido en su vida. La falta de nuevas motivaciones y nuevos retos, hace que este echando a perder su carrera con trabajos que, aunque muy bien remunerados, no le hacen sentir realizado en su profesión como antes.
Vive la plena crisis de los 50 y está pensando en comprarse un coche deportivo hasta que llega a Tokyo para grabar un anuncio de Whisky.
No estamos ante una comedia pero en diferentes escenas el actor logra sacarnos más de una sonrisa, posiblemente sea un personaje que aunque interprete dramas siempre va a tener su sello cómico tan peculiar.
Como señalé, se encuentra en plena crisis de madurez, hasta el punto que su vida se convierte en un cierto naufragio existencial.
Las conversaciones telefónicas con su esposa y algunas confesiones a Charlotte exponen un matrimonio en crisis en el que solo los hijos parecen actuar como punto de unión.
Ejemplo:
Una nota de su mujer le da la bienvenida nada más llegar al hotel.
Abre el sobre con la ilusión de encontrar “algo bueno”, pero Bob lee un mensaje lleno de reproches por haber olvidado el cumpleaños de su hijo.
Su rostro no oculta la decepción probablemente por haber fallado a su hijo pero también por la falta de comprensión por parte de su mujer.
Otro es aquel a las 4:20h de la madrugada Bob recibe en su propia habitación un fax de su mujer, quien no parece tener en cuenta el desfase horario que existe entre EEUU y Japón.
El mensaje no posee carácter urgente, tan solo le comenta la elección de un armario para el estudio.
Poco después se repite la escena.
Esta vez recibe un paquete lleno de muestras.
Su mujer le pide que elija el color que más le guste.
En ningún momento se interesa por su estado ni por su proyecto profesional.
Él no se asombra ante tales mensajes, parece estar más acostumbrado a una relación matrimonial monótona donde las demostraciones de amor ya no tienen cabida.
Lo único que hace es aceptarlo con total resignación, Bob se da cuenta de que su mujer no le comprende y ante esta situación se le hace difícil el confesarle sus sentimientos, por ello se pierde hablando de la vida sana y las ganas que tiene de cuidarse.
No existe ya comunicación entre ellos.
Ella no se da cuenta de la crisis que Bob está padeciendo y lo peor es que tampoco le interesa.
Incluso es capaz de decirle que se quede en Japón, a lo que responde Bob con un silencio de hundido y una sonrisa cargada de desilusión que retiene, probablemente, un llanto.
Bob, parece aceptar que entre su mujer y él ya no queda nada.
El único vínculo de unión son sus hijos, en los que Bob deposita sus ilusiones.
Sin embargo, ella se encarga de hundirlo todavía más cuando le confiesa que los niños “empiezan a acostumbrarse a que no estés nunca”
Ya ni siquiera sus hijos son un motivo de alegría.
En una última conversación telefónica con su mujer, su hijo ni siquiera quiere hablar con su padre por teléfono.
El sentimiento de soledad y decepción forman parte de la vida de Bob.
Scarlett Johansson un adorable personaje, característico por una expresiva mirada en la que conviven inocencia y tristeza.
El joven matrimonio que forma su personaje con un reputado fotógrafo no parece ser la aspiración de su vida, pues aunque las cosas les van bien, la monotonía de su relación deja ver un tedioso panorama.
Charlotte, una joven casada con un fotógrafo en pleno auge en su carrera, se encuentra perdida después de acabar sus estudios y no encuentra la motivación que necesita para ser feliz en su vida.
La estancia temporal en Tokyo une a los personajes en sus respectivas ganas de escapar de la tristeza y apatía presente en sus vidas.
Sus almas, sus encuentros y sus experiencias relacionándose con el ambiente: la ciudad de Tokyo.
Charlotte es una mujer joven, guapa dulce y tierna, recién licenciada en filosofía y casada desde hace ya dos años con un fotógrafo fanático del trabajo, a quien siempre acompaña en sus proyectos profesionales.
John, el marido de Charlotte, se presenta como un personaje plano, un tanto necio, que tiene como única función justificar la presencia de Charlotte en Tokyo, mientras que al mismo tiempo contribuye en agigantar el sentimiento de soledad de la protagonista.
El joven matrimonio carece de la vitalidad y frescura que debería desprender una pareja de jóvenes recién casados.
El marido de Charlotte solo tiene tiempo para el trabajo, de hecho en sus pocas apariciones en la película, sus conversaciones giran en torno a cuestiones profesionales.
Charlotte se queda sola en la habitación del hotel, abandonada por su marido que se ha ido a trabajar, soltando un “te quiero”, sin sentimiento que suena a hueco.
Por su reacción parece estar ya habituada a tal situación, sin embargo su rostro deja entrever tristeza y resignación.
Se pasea casi desnuda por delante de John quien ni siquiera levanta la vista para mirarla, puesto está muy ocupado con su trabajo.
La crisis de Charlotte es también fruto del temor por su futuro profesional.
Acaba de licenciarse y todavía no ha encontrado su verdadera vocación ni un camino por emprender.
Se siente realmente perdida, tal y como se lo confiesa a Bob en la cama.
Se empecina en que debe haber una solución, mientras que al mismo tiempo el caso de Bob le sirve como reflejo en el que mirarse para aceptar que no la hay.
Él siente compasión por ella e intenta suavizar la situación con algunas mentiras piadosas sin embargo sus palabras son tremendamente desgarradoras, cargadas de un gran pesimismo fruto, probablemente, de sus fracasos.
Y es que la crisis de Bob también se ve agravada por asuntos profesionales.
Debe aceptar que su carrera como estrella de cine ha llegado a su fin.
Las ofertas escasean y no se ciñen a sus gustos.
Se siente ridículo en la sesión fotográfica en la que debe posar y fingir un montón de caras y gestos forzados.
Adquiere, ante los ojos del espectador, una dimensión aún más trágica, con la que despierta la compasión del espectador.
Así, los dos se dejan llevar por las circunstancias.
Demuestran sentirse libres; no hay lugar para los remordimientos ni un sentimiento de culpabilidad.
Ha decidido dejar en “pause” sus vidas, se han dado una tregua para vivir una ficción más próxima al sueño que a la realidad, pero saben que pronto acabará.
A estas alturas se necesitan mutuamente y se complementan.
Ella ha dado con una persona que le hace reír, que le divierte como nadie antes lo había hecho.
Pero también Bob es para ella la voz de la experiencia, quien le aporta tranquilidad y le sirve como punto de referencia.
En cambio, para Bob Charlotte es la ternura, la fragilidad.
En ella puede volcarse en cuerpo y alma, y saciar sus ganas de ser necesitado por alguien.
En la cama, uno junto al otro (parecida a la foto de John Lennon y Yoko Ono) se desahogarán contándose sus miedos y sus fracasos, pero en ningún momento, a pesar de estar tan cerca, ni Bob ni Charlotte intentan el contacto físico.
El vacío que ambos sienten no quedaría saciado con sexo.
La máxima satisfacción es haber encontrado una persona con quien compartir la soledad, de modo que esta se aligere.
Para el espectador ya no cabe duda del entramado de sentimientos que une a los personajes.
Ahora son ellos quizá los que necesiten un mínimo tiempo para asimilarlo.
Por otro lado, el desliz que comete Bob con la cantante del hotel provoca un alto en el camino en su relación con Charlotte, mientras que, paradójicamente, no significa nada en su matrimonio, ya que este está acabado.
En el restaurante Charlotte se muestra un tanto celosa y sobre todo le invade la decepción.
Su mirada fría acompaña sus reproches hirientes.
La frase de: “todo me parece igual”, va cargada de dolor y va más allá de la comida a la que hace alusión.
Es también una perspicaz referencia a su vida.
Su peculiar idilio con Bob ahora no parece ser tan distinto.
El sueño que estaba viviendo se asemeja a la realidad.
En el rostro de Bob, en cambio, se vislumbra el fracaso; un pesar al que ya está acostumbrado.
El tercer personaje en la historia es Tokyo, el infrecuente hábitat de esta unión y Sofia Coppola lo utiliza (con cariño) como una tierra de nadie donde brindar una historia de amor platónica concentrada no tanto en la acción y el lugar, excusa irremediable para los excelentes momentos cómicos a cargo de Murray, sino en una granítica y soberbia forma de indagar en los personajes, único mundo de esta rotunda obra maestra moderna y modernista.
Las luces de neón de la urbe, los enormes carteles luminiscentes que se contraponen al sombrío hotel y los diferentes lugares que recorre el relato son altamente sugestivos y revelan una mirada personal y femenina de la cineasta que consigue envolver la totalidad del filme.
La ciudad nipona representa ese laberinto existencial en el que ambos se pierden, acudiendo a un karaoke a cantar canciones americanas, o donde disfrutan de comidas en ‘kaitenzushi’ o pierden el tiempo en salas de ‘pachinko’ para volver a reencontrarse en el punto de encuentro, en la barra del bar del mismo hotel.
Ambos comparten un espacio común, un aséptico e impersonal hotel que, en cierto modo, les protege del otro gran protagonista de la historia: Tokyo, una urbe alienígena que no llega a ser hostil, pero está llena de luz de neón, ruido y de una cultura extraña que aumenta aún más su confusión interior, esa indefinible sensación de vacío y de pérdida.
Ambos, están destinados a encontrarse y a entenderse.
El título de la película Lost In Translation, cuya traducción literal es “perdido en la traducción” también parte de una experiencia personal de la directora:
“Recuerdo las entrevistas que yo concedía en Tokyo para el lanzamiento de una película.
Daba respuestas muy cortas y escuchaba a la intérprete hablar durante mucho tiempo en japonés.
¡Siempre pensaba qué se estaba inventando!
A pesar de que ella me explicaba que la lengua era muy diferente, no podía impedir tener un sentimiento paranoico.
A veces sucedía lo contrario.
Un comentario muy elaborado se reducía a casi nada.
Era muy frustrante porque nunca se sabe lo que le hacen decir a uno”
Por otra parte, el equipo de producción de Lost In Translation estaba formado por norteamericanos y japoneses, de modo que el problema del idioma y la comunicación estaba más que presente.
Todo esto lo convierte Sofia en un leitmotiv de Lost In Translation.
En algunas escenas como, por ejemplo, la grabación del spot publicitario, Bob ilustra a la perfección la experiencia vital que explica Sofia y se le otorga un papel principal en Lost In Translation.
El lenguaje no verbal de Bob, sus gestos y también sus intervenciones adquieren un gran dramatismo y ponen de manifiesto la sensación de perdido ante una lengua que no entiende.
En la escena el productor del spot se explaya con una serie de instrucciones y explicaciones extensas que Bob escucha sin comprender nada.
Las dificultades con el idioma y la comunicación también se dejan ver en otros momentos:
Bob no entiende las palabras que repite una y otra vez la supuesta mujer de compañía con quien es obsequiado por sus clientes; Bob y Charlotte acuden a la televisión para matar el tiempo y no comprenden nada; en una de las salidas nocturnas Bob entabla conversación con un japonés que habla francés y bromea al decir “que mi japonés va mejorando”; en el hospital ambos protagonistas viven situaciones de incomprensión con sus interlocutores japoneses, primero con el recepcionista del hospital y después, de manera simultánea, Bob con una anciana que está sentada en la sala de espera y Charlotte con el médico que la visita; en el programa de televisión al que acude Bob tampoco es posible la comunicación…
Sofia Coppola ofrece un amplio muestrario de la dificultad a la hora de comunicarse.
Sin embargo, la cuestión va más allá de una simple experiencia vivida y supera la mera anécdota.
El título Lost In Translation de la película adquiere una dimensión más trascendente si se tiene en cuenta la situación en la que se encuentran los personajes.
Ellos son los que realmente están perdidos en una ciudad extraña, en medio no solo de un idioma que desconocen sino también en una cultura muy distinta a la suya.
Y además, también perdidos, como se verá, en un sentido metafórico.
Perdidos en la vida, sin rumbo, desorientados interiormente…
“Everyone wants to be found”
Lost In Translation con toda justicia es una película de culto.
Mi entusiasmo hacia ella fue por etapas, al comienzo sólo me llamó algo de atención; luego al volverla a ver le encontré profundos significados en torno a la amistad, la soledad, el fracaso profesional, el amor, el miedo al porvenir, el hastío vital y la incomprensión intercultural entre otros atributos.
Lost In Translation es quizás, de acuerdo a mi humilde criterio, una de las más grandes historias de amor en toda la historia del cine.
De un amor fundamentado más en la comprensión por el otro y el redescubrimiento interior acerca de nuestros miedos, anhelos y fracasos, que la de una pasión sexual desaforada.
El amor como amistad y compañía, sin las usuales exigencias de por medio, sin condiciones ni reproches, algo que rara vez llega darse en un plano cotidiano, y que si se da, es algo tan efímero que cae bajo el manto del olvido.
Esta relación desigual por la edad e imposible por las circunstancias de ambos con sus respectivas parejas, deviene en sinfonía aunque sin final feliz, algo mucho más coherente con la vida real que las salidas embellecidas muy comunes dentro del género romántico.
Lost In Translation es una preciosa aventura de amistad que discurre, sin atravesarlos, en los bordes del amor.
Mueve una secuencia llana, sin accidentes, pero con el subsuelo a flor de asfalto y lleno de idas y venidas de gente vivificadora, tocada de gracia, encanto y un suave dolor confortable de esos que reconcilian con la vida.
En una primera mirada, nada más opuesto que estas dos presencias, pero en una segunda mirada, vistas a través de la penetrante cámara de Coppola, ambas se buscan, y es impagable asistir a su diálogo de roces y gestos, que componen uno de esos gozosos acuerdos o idilios naturales que el cine alcanza de tarde en tarde.
El dúo Johansson / Murray entra en el rincón de lo más vivo del cine reciente. Es Lost In Translation un impagable trenzado de amor y humor, que vertebra una comedia divertida aunque amargue un poco, triste pero confortadora, grave y sin embargo ligera, de esas que la única irritación que provocan en el espectador es la sensación de que, pese a estar perfectamente medido su elegante y hermoso final, se acaba demasiado pronto, de que se quiere seguir tras el vaivén del destino de estos dos inefables y hospitalarios personajes, víctimas de una mala pasada del tiempo, que les ha reunido demasiado tarde.
O, tal vez, no tan tarde: depende de cómo se vea lo no visible del riquísimo “The End” de esta pequeña joya de cine futuro.
El susurro de Bob es inteligible.
Aquí el espectador posee total libertad para imaginar las palabras con las que Bob se despide.
Cada uno puede cerrar la historia, afortunadamente, a su manera.
Con ello Sofía Coppola deposita su confianza en el espectador quien será capaz de darle un significado a ese leve susurro.
Sin duda, triunfa el silencio.
Por eso es OBLIGATORIO visionarla en idioma original, ya que doblada se pierde el silencio intencional del director.
Lost In Translation es un viaje más por la conciencia humana que nos demuestra que pese a encontrarnos incomprendidos siempre habrá alguien que comparte ese mismo dilema pero no el mismo destino.
Coppola utiliza para reflejar también las imperfecciones de los seres humanos que, lejos de encontrar solución a sus problemas, encuentran el alivio en breves fracciones de amor, de amistad efímera pero imborrable, de necesidad de ser escuchado en esta vida.
Lost In Translation es una película trascendental sobre la necesidad de amar, ejerce su poder de seducción como uno de esos perfumes de poso ligero pero profundo, un minimalista adorno floral que define el verdadero sentido de la palabra melancolía.
Para amantes del amor y la predestinación.
Lo mejor: el final, apoteósico.
Ese “Hey, you”, el abrazo infinito, la frase susurrada que no oímos, las lágrimas y la sonrisa de ella…
Priceless
Me quedo con la frase:
"No volvamos a Tokyo porque ya no será tan bonito"
Lost In Translation: Perdidos en sus vidas, perdidos en una ciudad que no conocen, perdidos en la traducción y perdidos en su mutua relación.
Lo último que hay que comprender es que Lost in Translation es una película donde lo que cuenta no es lo que ves, si no lo que sientes.
“You're not hopeless”
I'm trying to organize a prison break.
I'm looking for, like, an accomplice.
We have to first get out of this bar, then the hotel, then the city, and then the country.
Are you in or you out?”
Todo el mundo necesita ser encontrado, y a veces, cuando nos sentimos perdidos, aquellos que nos rodean no resultan ser los más capacitados para ello.
Hay ocasiones en las que los silencios resultan mucho más elocuentes que las palabras, por bien escritas que estén o por muy convincentes que suenen.
Hay veces en las que la emoción resiste cualquier tipo de análisis, momentos mágicos en los que la pantalla transmite algo que se te mete por los ojos y va directamente a lo más profundo, a tu corazón, a tu estómago o a donde sea que se esconde esa parte de nosotros que no entiende de razones y explicaciones, que se limita a sentir y a conectarse con una emoción pura que rompe la barrera entre creador y destinatario de la obra convirtiendo a este último en cómplice de ese misterio que rodea a algunas películas que parecen hechas expresamente para uno mismo.
Suelen ser obras que apelan a lo más elemental, al tema más universalmente retratado, no ya por el cine, sino por cualquier manifestación artística, y al mismo tiempo, fuente inagotable de historias: el amor, la necesidad de afecto, la huida de la soledad, de ese vacío emocional que parece tan intrínseco al ser humano.
No existe aspiración más humana y universal que esa necesidad de compartir, de crear, de sentir y abandonarse en el que está a tu lado, más allá de su condición de pareja, amante, esposo, objeto del deseo o casual coincidencia en tu vida.
A veces, las palabras que nos susurran al oído, las que los demás nunca podrán escuchar, describen perfectamente la insoportable levedad del amor.
Como esas palabras que, con suerte, a veces nos han susurrado al oído sin que nadie más las escuche.
No es fácil que una comedia romántica encuentre su tono en la esquiva naturaleza de ese susurro, pero Sofia Coppola lo ha conseguido en Lost In Translation.
Coppola presenta al principio los ingredientes: la ciudad de Japón por la noche, un gran hotel de lujo, un actor que viene una semana por compromisos laborales y una mujer recién casada que se pasa el día sola.
Describe una historia natural, simple y trabaja sin recursos muy producidos como efectos, ruidos o el ritmo vertiginoso de las comedias estereotipos.
Todo se centra en lo primordial: la vida de los dos protagonistas y sus filosofías, descartando todos los elementos innecesarios.
En Lost In Translation poco se habla, poco se transmite, poco se detalla.
Coppola quiere que todo lo decodifique el espectador, da una historia de contrastes y en ello la elección de los dos personajes es un acierto.
La corriente del hombre frente a la mujer, del que ha terminado su carrera frente a la que la empieza, del que tiene un matrimonio acabado frente a la que acaba de casarse, del que es ya mayor frente a la que es joven, de que se siente invisible frente a la que es capaz de atraer cualquier mirada.
Así también los escenarios convergen en este contraste paradójico que se propone:
La cultura occidental frente a la oriental.
“Rip my stockings”
Lost In Translation (2003) es una película escrita y dirigida por Sofia Coppola, hija del famoso director Francis Ford Coppola.
Es una coproducción de Japón y Estados Unidos, ambientada en Tokyo.
Con un ENORME Bill Murray, ENORME Scarlett Johansson, Giovanni Ribisi, Anna Faris, Fumihiro Hayashi, Akiko Takeshita, Catherine Lambert y Akiko Monou.
Lost In Translation es un cuento de hadas en el que el príncipe no ríe y la princesa vive encerrada en un castillo de cristal, cuya química entre los actores principales es simplemente mágica.
Basada parcialmente en experiencias personales, Lost In Translation logró 4 nominaciones a los Oscar de Hollywood: Mejor película, mejor director, mejor actor principal para Bill Murray y ganadora como mejor guion original para la propia Coppola.
Lost In Translation no se incide en las relaciones sentimentales de ambos, no se rotura en el ambiente más allá del dibujo puntual y su trivial exposición sociocultural, incluso y en algunos momentos, acometiendo la perspectiva en el choque cultural con intención de provocar humor, de manera despectiva y muy caricaturesca.
No hay besos ni noches locas, únicamente una sensación de intimidad compartida en la que una copa nocturna, un paseo por la calle o una sesión casera de karaoke pueden convertirse en la máxima expresión del afecto y la complicidad.
Y todo esto sin sucesos, filmado en tempo de “adagio” optimista, de comedia irónica y sentimental, sin más anécdota que la deliciosa levedad del cuento de un viejo actor de Hollywood que en una esquina del aburrimiento, conoce a una muchacha de alrededor de 20 años.
A todo esto contribuye Tokyo, uno de los mayores aciertos de Lost In Translation; esa ciudad extremadamente moderna, con esos edificios, esos peculiares carteles que recuerdan a “Blade Runner”, esas luces de colores por doquier y esa gran masa de población con descorazonadora lengua extraña, nos ayuda a comprender la pérdida de rumbo que une a los protagonistas.
Lost In Translation no muestra aventuras, ni sexo, ni besos, ni palabras románticas, ni nada de lo que acostumbran a tener las historias de amor y es de agradecer ENORMEMENTE.
Sólo asistimos a la desalentadora vida de dos personas que, pese a la diferencia de edad y de vivencias, se sienten unidas por la soledad, por una charla en el bar, por una noche en el karaoke, por unos cuantos susurros en la penumbra, por una caricia en el pie.
En un tiempo en el que el cine parece depender como nunca del diálogo como medio de expresión, Coppola busca constantemente la imagen, el silencio y las miradas cómplices para recrear una de las historias de amor más fascinantes y hermosas de los últimos tiempos.
Coppola profundiza en el interior de los personajes para mostrarnos sus necesidades, inquietudes, deseos, miedos a través de escenas muy bien rodadas y que, los grandes protagonistas, consiguen con sus buenas interpretaciones hacernos llegar todas esas sensaciones tan humanas que todos hemos sentido alguna vez.
Por el esteticismo de su narrativa, a ratos videoclipera y otras excesivamente contemplativa y derivativa de los grandes nombres de la “nouvelle vague”, con tendencia a la grandilocuencia y la pomposidad más vacua que reflexiva, hecho que a los snobs les encanta, por la suficiente penetración que imprime a sus personajes principales y por la integración de éstos en multitud de referencias culturales, principalmente englobadas dentro de las tendencias más pop, mejor aún... "indie"-pop hace de Lost In Translation una experiencia inolvidable.
Desde el comienzo, la diferencia entre ambos personajes aparece definida por su interactuación con la ciudad (tercer protagonista del film); las apariciones de Bob, marcadas por la ironía y la comicidad ambivalente contrastan con el intimismo y la introspección que guían las secuencias de Charlotte.
Su encuentro supone un choque desconcertante y químicamente explosivo para sus vidas.
Sofia Coppola plantea de forma elegante y contenida una relación personal sincera que encuentra el elemento común en la soledad.
Los bares, restaurantes, templos y las calles de Tokyo son testigos mudos de una historia que reporta análisis e introspección para cada uno de ellos, sin prejuicios ni moralinas.
Uno sólo percibe a la esposa de Bob, con sus llamadas absurdas y frías como el hielo; la otra (Charlotte) espera todo el día a su compañero para luego ver que él no es capaz de darle nada de lo que espera.
Ambos personajes principales están insatisfechos y descontentos con sus matrimonios y sus vidas, no logran conciliar el sueño y sienten una soledad y un vacío enormes.
Bill Murray sin prácticamente mover un sólo músculo de su cara, da todo un recital interpretativo por la calidad con la que envuelve a su personaje, hace de Bob Harris un auténtico acabado, sarcástico y desesperanzado parásito que teniéndolo todo: familia, dinero, un “señor trabajo”…, parece no tener nada.
Se arrastra cual herido en combate de un lugar a otro, sin ganas ni preocupaciones, lleno de amargura y con un saco de ironía.
Es un hombre famoso, reconocido en su trabajo, con una buena situación económica y una familia estructurada se encuentra en el fondo perdido en su vida. La falta de nuevas motivaciones y nuevos retos, hace que este echando a perder su carrera con trabajos que, aunque muy bien remunerados, no le hacen sentir realizado en su profesión como antes.
Vive la plena crisis de los 50 y está pensando en comprarse un coche deportivo hasta que llega a Tokyo para grabar un anuncio de Whisky.
No estamos ante una comedia pero en diferentes escenas el actor logra sacarnos más de una sonrisa, posiblemente sea un personaje que aunque interprete dramas siempre va a tener su sello cómico tan peculiar.
Como señalé, se encuentra en plena crisis de madurez, hasta el punto que su vida se convierte en un cierto naufragio existencial.
Las conversaciones telefónicas con su esposa y algunas confesiones a Charlotte exponen un matrimonio en crisis en el que solo los hijos parecen actuar como punto de unión.
Ejemplo:
Una nota de su mujer le da la bienvenida nada más llegar al hotel.
Abre el sobre con la ilusión de encontrar “algo bueno”, pero Bob lee un mensaje lleno de reproches por haber olvidado el cumpleaños de su hijo.
Su rostro no oculta la decepción probablemente por haber fallado a su hijo pero también por la falta de comprensión por parte de su mujer.
Otro es aquel a las 4:20h de la madrugada Bob recibe en su propia habitación un fax de su mujer, quien no parece tener en cuenta el desfase horario que existe entre EEUU y Japón.
El mensaje no posee carácter urgente, tan solo le comenta la elección de un armario para el estudio.
Poco después se repite la escena.
Esta vez recibe un paquete lleno de muestras.
Su mujer le pide que elija el color que más le guste.
En ningún momento se interesa por su estado ni por su proyecto profesional.
Él no se asombra ante tales mensajes, parece estar más acostumbrado a una relación matrimonial monótona donde las demostraciones de amor ya no tienen cabida.
Lo único que hace es aceptarlo con total resignación, Bob se da cuenta de que su mujer no le comprende y ante esta situación se le hace difícil el confesarle sus sentimientos, por ello se pierde hablando de la vida sana y las ganas que tiene de cuidarse.
No existe ya comunicación entre ellos.
Ella no se da cuenta de la crisis que Bob está padeciendo y lo peor es que tampoco le interesa.
Incluso es capaz de decirle que se quede en Japón, a lo que responde Bob con un silencio de hundido y una sonrisa cargada de desilusión que retiene, probablemente, un llanto.
Bob, parece aceptar que entre su mujer y él ya no queda nada.
El único vínculo de unión son sus hijos, en los que Bob deposita sus ilusiones.
Sin embargo, ella se encarga de hundirlo todavía más cuando le confiesa que los niños “empiezan a acostumbrarse a que no estés nunca”
Ya ni siquiera sus hijos son un motivo de alegría.
En una última conversación telefónica con su mujer, su hijo ni siquiera quiere hablar con su padre por teléfono.
El sentimiento de soledad y decepción forman parte de la vida de Bob.
Scarlett Johansson un adorable personaje, característico por una expresiva mirada en la que conviven inocencia y tristeza.
El joven matrimonio que forma su personaje con un reputado fotógrafo no parece ser la aspiración de su vida, pues aunque las cosas les van bien, la monotonía de su relación deja ver un tedioso panorama.
Charlotte, una joven casada con un fotógrafo en pleno auge en su carrera, se encuentra perdida después de acabar sus estudios y no encuentra la motivación que necesita para ser feliz en su vida.
La estancia temporal en Tokyo une a los personajes en sus respectivas ganas de escapar de la tristeza y apatía presente en sus vidas.
Sus almas, sus encuentros y sus experiencias relacionándose con el ambiente: la ciudad de Tokyo.
Charlotte es una mujer joven, guapa dulce y tierna, recién licenciada en filosofía y casada desde hace ya dos años con un fotógrafo fanático del trabajo, a quien siempre acompaña en sus proyectos profesionales.
John, el marido de Charlotte, se presenta como un personaje plano, un tanto necio, que tiene como única función justificar la presencia de Charlotte en Tokyo, mientras que al mismo tiempo contribuye en agigantar el sentimiento de soledad de la protagonista.
El joven matrimonio carece de la vitalidad y frescura que debería desprender una pareja de jóvenes recién casados.
El marido de Charlotte solo tiene tiempo para el trabajo, de hecho en sus pocas apariciones en la película, sus conversaciones giran en torno a cuestiones profesionales.
Charlotte se queda sola en la habitación del hotel, abandonada por su marido que se ha ido a trabajar, soltando un “te quiero”, sin sentimiento que suena a hueco.
Por su reacción parece estar ya habituada a tal situación, sin embargo su rostro deja entrever tristeza y resignación.
Se pasea casi desnuda por delante de John quien ni siquiera levanta la vista para mirarla, puesto está muy ocupado con su trabajo.
La crisis de Charlotte es también fruto del temor por su futuro profesional.
Acaba de licenciarse y todavía no ha encontrado su verdadera vocación ni un camino por emprender.
Se siente realmente perdida, tal y como se lo confiesa a Bob en la cama.
Se empecina en que debe haber una solución, mientras que al mismo tiempo el caso de Bob le sirve como reflejo en el que mirarse para aceptar que no la hay.
Él siente compasión por ella e intenta suavizar la situación con algunas mentiras piadosas sin embargo sus palabras son tremendamente desgarradoras, cargadas de un gran pesimismo fruto, probablemente, de sus fracasos.
Y es que la crisis de Bob también se ve agravada por asuntos profesionales.
Debe aceptar que su carrera como estrella de cine ha llegado a su fin.
Las ofertas escasean y no se ciñen a sus gustos.
Se siente ridículo en la sesión fotográfica en la que debe posar y fingir un montón de caras y gestos forzados.
Adquiere, ante los ojos del espectador, una dimensión aún más trágica, con la que despierta la compasión del espectador.
Así, los dos se dejan llevar por las circunstancias.
Demuestran sentirse libres; no hay lugar para los remordimientos ni un sentimiento de culpabilidad.
Ha decidido dejar en “pause” sus vidas, se han dado una tregua para vivir una ficción más próxima al sueño que a la realidad, pero saben que pronto acabará.
A estas alturas se necesitan mutuamente y se complementan.
Ella ha dado con una persona que le hace reír, que le divierte como nadie antes lo había hecho.
Pero también Bob es para ella la voz de la experiencia, quien le aporta tranquilidad y le sirve como punto de referencia.
En cambio, para Bob Charlotte es la ternura, la fragilidad.
En ella puede volcarse en cuerpo y alma, y saciar sus ganas de ser necesitado por alguien.
En la cama, uno junto al otro (parecida a la foto de John Lennon y Yoko Ono) se desahogarán contándose sus miedos y sus fracasos, pero en ningún momento, a pesar de estar tan cerca, ni Bob ni Charlotte intentan el contacto físico.
El vacío que ambos sienten no quedaría saciado con sexo.
La máxima satisfacción es haber encontrado una persona con quien compartir la soledad, de modo que esta se aligere.
Para el espectador ya no cabe duda del entramado de sentimientos que une a los personajes.
Ahora son ellos quizá los que necesiten un mínimo tiempo para asimilarlo.
Por otro lado, el desliz que comete Bob con la cantante del hotel provoca un alto en el camino en su relación con Charlotte, mientras que, paradójicamente, no significa nada en su matrimonio, ya que este está acabado.
En el restaurante Charlotte se muestra un tanto celosa y sobre todo le invade la decepción.
Su mirada fría acompaña sus reproches hirientes.
La frase de: “todo me parece igual”, va cargada de dolor y va más allá de la comida a la que hace alusión.
Es también una perspicaz referencia a su vida.
Su peculiar idilio con Bob ahora no parece ser tan distinto.
El sueño que estaba viviendo se asemeja a la realidad.
En el rostro de Bob, en cambio, se vislumbra el fracaso; un pesar al que ya está acostumbrado.
El tercer personaje en la historia es Tokyo, el infrecuente hábitat de esta unión y Sofia Coppola lo utiliza (con cariño) como una tierra de nadie donde brindar una historia de amor platónica concentrada no tanto en la acción y el lugar, excusa irremediable para los excelentes momentos cómicos a cargo de Murray, sino en una granítica y soberbia forma de indagar en los personajes, único mundo de esta rotunda obra maestra moderna y modernista.
Las luces de neón de la urbe, los enormes carteles luminiscentes que se contraponen al sombrío hotel y los diferentes lugares que recorre el relato son altamente sugestivos y revelan una mirada personal y femenina de la cineasta que consigue envolver la totalidad del filme.
La ciudad nipona representa ese laberinto existencial en el que ambos se pierden, acudiendo a un karaoke a cantar canciones americanas, o donde disfrutan de comidas en ‘kaitenzushi’ o pierden el tiempo en salas de ‘pachinko’ para volver a reencontrarse en el punto de encuentro, en la barra del bar del mismo hotel.
Ambos comparten un espacio común, un aséptico e impersonal hotel que, en cierto modo, les protege del otro gran protagonista de la historia: Tokyo, una urbe alienígena que no llega a ser hostil, pero está llena de luz de neón, ruido y de una cultura extraña que aumenta aún más su confusión interior, esa indefinible sensación de vacío y de pérdida.
Ambos, están destinados a encontrarse y a entenderse.
El título de la película Lost In Translation, cuya traducción literal es “perdido en la traducción” también parte de una experiencia personal de la directora:
“Recuerdo las entrevistas que yo concedía en Tokyo para el lanzamiento de una película.
Daba respuestas muy cortas y escuchaba a la intérprete hablar durante mucho tiempo en japonés.
¡Siempre pensaba qué se estaba inventando!
A pesar de que ella me explicaba que la lengua era muy diferente, no podía impedir tener un sentimiento paranoico.
A veces sucedía lo contrario.
Un comentario muy elaborado se reducía a casi nada.
Era muy frustrante porque nunca se sabe lo que le hacen decir a uno”
Por otra parte, el equipo de producción de Lost In Translation estaba formado por norteamericanos y japoneses, de modo que el problema del idioma y la comunicación estaba más que presente.
Todo esto lo convierte Sofia en un leitmotiv de Lost In Translation.
En algunas escenas como, por ejemplo, la grabación del spot publicitario, Bob ilustra a la perfección la experiencia vital que explica Sofia y se le otorga un papel principal en Lost In Translation.
El lenguaje no verbal de Bob, sus gestos y también sus intervenciones adquieren un gran dramatismo y ponen de manifiesto la sensación de perdido ante una lengua que no entiende.
En la escena el productor del spot se explaya con una serie de instrucciones y explicaciones extensas que Bob escucha sin comprender nada.
Las dificultades con el idioma y la comunicación también se dejan ver en otros momentos:
Bob no entiende las palabras que repite una y otra vez la supuesta mujer de compañía con quien es obsequiado por sus clientes; Bob y Charlotte acuden a la televisión para matar el tiempo y no comprenden nada; en una de las salidas nocturnas Bob entabla conversación con un japonés que habla francés y bromea al decir “que mi japonés va mejorando”; en el hospital ambos protagonistas viven situaciones de incomprensión con sus interlocutores japoneses, primero con el recepcionista del hospital y después, de manera simultánea, Bob con una anciana que está sentada en la sala de espera y Charlotte con el médico que la visita; en el programa de televisión al que acude Bob tampoco es posible la comunicación…
Sofia Coppola ofrece un amplio muestrario de la dificultad a la hora de comunicarse.
Sin embargo, la cuestión va más allá de una simple experiencia vivida y supera la mera anécdota.
El título Lost In Translation de la película adquiere una dimensión más trascendente si se tiene en cuenta la situación en la que se encuentran los personajes.
Ellos son los que realmente están perdidos en una ciudad extraña, en medio no solo de un idioma que desconocen sino también en una cultura muy distinta a la suya.
Y además, también perdidos, como se verá, en un sentido metafórico.
Perdidos en la vida, sin rumbo, desorientados interiormente…
“Everyone wants to be found”
Lost In Translation con toda justicia es una película de culto.
Mi entusiasmo hacia ella fue por etapas, al comienzo sólo me llamó algo de atención; luego al volverla a ver le encontré profundos significados en torno a la amistad, la soledad, el fracaso profesional, el amor, el miedo al porvenir, el hastío vital y la incomprensión intercultural entre otros atributos.
Lost In Translation es quizás, de acuerdo a mi humilde criterio, una de las más grandes historias de amor en toda la historia del cine.
De un amor fundamentado más en la comprensión por el otro y el redescubrimiento interior acerca de nuestros miedos, anhelos y fracasos, que la de una pasión sexual desaforada.
El amor como amistad y compañía, sin las usuales exigencias de por medio, sin condiciones ni reproches, algo que rara vez llega darse en un plano cotidiano, y que si se da, es algo tan efímero que cae bajo el manto del olvido.
Esta relación desigual por la edad e imposible por las circunstancias de ambos con sus respectivas parejas, deviene en sinfonía aunque sin final feliz, algo mucho más coherente con la vida real que las salidas embellecidas muy comunes dentro del género romántico.
Lost In Translation es una preciosa aventura de amistad que discurre, sin atravesarlos, en los bordes del amor.
Mueve una secuencia llana, sin accidentes, pero con el subsuelo a flor de asfalto y lleno de idas y venidas de gente vivificadora, tocada de gracia, encanto y un suave dolor confortable de esos que reconcilian con la vida.
En una primera mirada, nada más opuesto que estas dos presencias, pero en una segunda mirada, vistas a través de la penetrante cámara de Coppola, ambas se buscan, y es impagable asistir a su diálogo de roces y gestos, que componen uno de esos gozosos acuerdos o idilios naturales que el cine alcanza de tarde en tarde.
El dúo Johansson / Murray entra en el rincón de lo más vivo del cine reciente. Es Lost In Translation un impagable trenzado de amor y humor, que vertebra una comedia divertida aunque amargue un poco, triste pero confortadora, grave y sin embargo ligera, de esas que la única irritación que provocan en el espectador es la sensación de que, pese a estar perfectamente medido su elegante y hermoso final, se acaba demasiado pronto, de que se quiere seguir tras el vaivén del destino de estos dos inefables y hospitalarios personajes, víctimas de una mala pasada del tiempo, que les ha reunido demasiado tarde.
O, tal vez, no tan tarde: depende de cómo se vea lo no visible del riquísimo “The End” de esta pequeña joya de cine futuro.
El susurro de Bob es inteligible.
Aquí el espectador posee total libertad para imaginar las palabras con las que Bob se despide.
Cada uno puede cerrar la historia, afortunadamente, a su manera.
Con ello Sofía Coppola deposita su confianza en el espectador quien será capaz de darle un significado a ese leve susurro.
Sin duda, triunfa el silencio.
Por eso es OBLIGATORIO visionarla en idioma original, ya que doblada se pierde el silencio intencional del director.
Lost In Translation es un viaje más por la conciencia humana que nos demuestra que pese a encontrarnos incomprendidos siempre habrá alguien que comparte ese mismo dilema pero no el mismo destino.
Coppola utiliza para reflejar también las imperfecciones de los seres humanos que, lejos de encontrar solución a sus problemas, encuentran el alivio en breves fracciones de amor, de amistad efímera pero imborrable, de necesidad de ser escuchado en esta vida.
Lost In Translation es una película trascendental sobre la necesidad de amar, ejerce su poder de seducción como uno de esos perfumes de poso ligero pero profundo, un minimalista adorno floral que define el verdadero sentido de la palabra melancolía.
Para amantes del amor y la predestinación.
Lo mejor: el final, apoteósico.
Ese “Hey, you”, el abrazo infinito, la frase susurrada que no oímos, las lágrimas y la sonrisa de ella…
Priceless
Me quedo con la frase:
"No volvamos a Tokyo porque ya no será tan bonito"
Lost In Translation: Perdidos en sus vidas, perdidos en una ciudad que no conocen, perdidos en la traducción y perdidos en su mutua relación.
Lo último que hay que comprender es que Lost in Translation es una película donde lo que cuenta no es lo que ves, si no lo que sientes.
“You're not hopeless”
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