Madame Curie

“One never notices what has been done; one can only see what remains to be done”

"Madame Curie es, de todos los personajes célebres, el único al que la gloria no ha corrompido"
Albert Einstein

La II Revolución Industrial acaecida entre finales del siglo XIX y principios de siglo XX, instauró los cimientos de la sociedad tecnológica actual.
Una serie de cambios que fueron el producto del trabajo de figuras anónimas que lucharon por un mundo mejor para el ser humano.
Un afán de superación que provocó una carrera de patentes en que el progreso fue el gran beneficiado.
Las innovaciones en el sector químico, petrolero, aeronáutico, eléctrico, metalúrgico y telecomunicaciones, fueron obra de grandes pioneros cómo la mujer que nos ocupa hoy, Marie Curie.
Marie Salomea Skłodowska Curie, conocida habitualmente como Marie Curie nación en Varsovia, Zarato de Polonia, el 7 de noviembre de 1867 y falleció en Passy, Francia, un 4 de julio de 1934.
Madame Curie fue una química y física polaca, posteriormente nacionalizada francesa.
Pionera en el campo de la radiactividad, fue, entre otros méritos, la primera persona en recibir dos premios Nobel y la primera mujer en ser profesora en la Universidad.
Estuvo casada con el físico Pierre Curie y fue madre de Irène Joliot-Curie, también galardonada con el Premio Nobel, junto a su marido Frédéric Joliot-Curie, y de Ève Curie.
Su matrimonio duraría, hasta la trágica muerte de Pierre, un total de once años.
En 1895 se descubrieron los rayos X y en 1896 se descubre la radiactividad natural, ambas por Madame Curie.
Marie es animada por Pierre para que haga su tesis doctoral sobre este último descubrimiento.
Durante la Primera Guerra Mundial sugirió la radiografía móvil para la curación y el tratamiento de soldados heridos.
Pasó toda su vida luchando por sus teorías y, con toda probabilidad, éstas generaron su muerte.
Tras quedarse ciega debido a sus trabajos con agentes radioactivos, murió en 1934.
Sus restos mortales descansan en el Panteón de París, siendo la primera mujer que lo ocupa.
Su hija mayor, Irène Joliot-Curie (1897–1956), también obtuvo el Premio Nobel de Química, en 1935, un año después de la muerte de su madre, por su descubrimiento de la radiactividad artificial.
La segunda y longeva hija del matrimonio, Ève (1904–2007), periodista, pianista y activista por la infancia, fue el único miembro de la familia que no se dedicó a la ciencia.
Escribió una biografía de su madre, “Madame Curie”, que se publicó simultáneamente en Francia, Inglaterra, Italia, España, Estados Unidos y otros países en 1937, y fue un best-seller, aunque en los últimos años se le ha criticado el haberla edulcorado, omitiendo detalles importantes como la relación de Marie, ya viuda, con un antiguo alumno de su marido, el casado Paul Langevin, o los muchos problemas e insultos que Marie tuvo que soportar a causa de algunos importantes círculos científicos franceses, y de cierta prensa sensacionalista.
Como fuere, Madame Curie se convirtió en toda una inspiración para la sociedad europea.
Un ejemplo de trabajo y dedicación en una singular vida digna de ser retratada en celuloide.
Acorde con su vida discreta, no existen cintas de gran relevancia, pero si un conjunto de trabajos que tratan con dignidad a esta dama que aportó otro eslabón más al imparable progreso.
La primera y gran cinta con la física de origen polaco, llegó en 1943 con “Madame Curie”
“Be less curious about people and more curious about ideas”
Madame Curie, dirigida en 1943 por Mervyn LeRoy con la participación de una ENORME Greer Garson, un correcto Walter Pidgeon, Henry Travers, Albert Bassernan, Robert Walker, C. Aubrey Smith, Reginal Owen, May Whitty, Margaret O'Brien, Van Johnson y Victor Francen.
Con un guión de Paul Osborn, Paul Rameau y Aldous Huxley basándose en la biografía de Eve Curie.
Madame Curie es un homenaje a esta gran mujer que llevo la perseverancia a nuevas cotas.
Una narración llena de anécdotas, en la cinta más detallista y lograda sobre la primera ganadora del Nobel.
El logro científico, cuyo proceso es narrado con pormenorizada minuciosidad, con admirable utilización de las transiciones temporales, y que incide, también, en cómo se aparta de las convenciones genéricas del biopic, género de moda entonces desde mediados de los 30, se equipara en el logro afectivo de esta relación afectiva que hace cuerpo la noción de reales compañeros, entre la afinidad y la colaboración, la generosidad y el apoyo, en donde ninguno de los dos superpone su ego, sino que ambos se admiran profundamente, y se animan cuando el otro decae.
Hermosa es la secuencia en la que ella le declara toda su admiración por su talante; hay que considerar además, que ella, en aquel fin de siglo del XIX, es una mujer que sobresale en un mundo de hombres, ejemplificado en la secuencia en la que él la apoya encendidamente ante el tribunal de autoridades científicas.
De este modo, bajo unos mimbres aparentemente tradicionales, se revela un relato nada convencional, una odisea amorosa que alcanza lo sublime sin necesidad de apoyarse en mimbres fantásticos
Hay una idea muy sugerente que refulge, entre líneas, en Madame Curie de Mervyn LeRoy, y que desdice y complejiza los aparentes patrones convencionales tanto narrativos como genéricos en los que parece inscrita.
La equiparación entre la condición invisible del elemento químico Radio, que no cristaliza pero que refulge en la oscuridad, y la excepcional complicidad afectiva entre la pareja formada por Marie (Greer Garson) y Pierre Curie (Walter Pidgeon), dos “elementos químicos” que, en principio, parecen antitéticos, ya que en el primer tramo de la obra, planteada con sutiles toques de comedia, ambos declaran su rechazo al matrimonio, o más en concreto, consideran que una relación sentimental estable y duradera supondría una perturbación para su prioridad en la vida, la investigación científica.
La odisea que relata esta elegante y bella obra, en paralelo, o entre líneas, a la peripecia externa, que dura largos años, de las esforzadas y perseverantes investigaciones y pruebas, y experimentos para lograr hacer “visible” al radio; descubrirlo, en suma, tener constancia material de que está “ahí”, es la modélica relación de equipo que forman en todos los sentidos esta pareja, que supera todas las adversidades, siempre juntos.
Ese “entre”, esa relación cómplice y compenetrada, es puro fulgor, el “radio” de una relación excepcional, que brilla en la oscuridad.
La pareja formada por los Curie supera todos los límites considerados visibles, un equipo que brega durante años para realizar un logro conjunto, en el que resplandece la idea del sacrificio como ofrenda generosa de amor, ya que Pierre presta todo su apoyo a la investigación de Marie, aunque implique relegar sus propias investigaciones.
Por eso, el final es tan dolorosamente bello, porque sólo hay un límite el que se interpone en su amor, el de la muerte, a través de un absurdo accidente, anunciado en la presentación de Pierre: su tendencia a cruzar la calle, imbuido en sus pensamientos, sin mirar si se acerca algún carruaje, y más aún cuando había ido a comprar unos pendientes para su amada, como celebración de su triunfo, una noche para la que, por primera vez, ella se había ataviado con un elegante vestido.
Un rasgante lirismo, siempre contenido, como el conjunto del relato, se adueña de las secuencias finales, el rostro enmudecido de Marie, sumida en el silencio durante días, tan inmensa era la unión que se había creado entre ambos: la irradiación de un fulgor excepcional, qué bello el plano en el que él besa los dedos de Marie, quemados por la radiación.
“Nothing in life is to be feared, it is only to be understood”
Madame Curie estuvo nominada a 7 Oscars en las categorías de Mejor Actor (Walter Pidgeon), Mejor Actriz (Greer Garson), Mejor Película, Mejor Sonido, Mejor Banda Sonora, Mejor Dirección Artística y Mejor Fotografía.
No obtuvo ninguna, aun así la recomiendo de la más amplia manera, a todos aquellos que sienten girar en su mente un sueño o un ideal.

“Even now, after twenty-five years of intensive research, we feel there is a great deal still to be done.
We have made many discoveries.
Pierre Curie and the suggestions we have found in his notes, and his thoughts he expressed to me have helped to guide us to them.
But no one of us can do much.
Yet, each of us, perhaps, can catch some gleam of knowledge which, modest and insufficient of itself, may add to man's dream of truth.
It is by these small candles in our darkness that we see before us, little by little, the dim outline of that great plan that shapes the universe.
And I am among those who think that for this reason, science has great beauty and, with its great spiritual strength, will in time cleanse this world of its evils, its ignorance, its poverty, diseases, wars, and heartaches.
Look for the clear light of truth.
Look for unknown, new roads.
Even when man's sight is keener far than now, divine wonder will never fail him.
Every age has its own dreams.
Leave, then, the dreams of yesterday.
Youth, take the torch of knowledge and build the palace of the future”


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