Pink Flamingos
“An exercise in poor taste”
Históricamente, la delincuencia juvenil es la nueva plaga que se extiende por Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial.
En los 70 surge el conflicto árabe-israelí y tiene transcurso la etapa final de la Guerra de Vietnam.
Los sociólogos trataron de explicar el fenómeno de los jóvenes alejados de sus padres, que estaban en el frente de batalla, los adolescentes crecían en las calles sin autoridad que les marque la buena ruta a seguir.
Y, claro está, eligieron el camino fácil, que siempre, por suerte, es el más divertido.
Y Hollywood agradecido.
Por otro lado, el mercado del petróleo se ve sacudido por las disposiciones de la Organización de Países Exportadores de Petróleo que arrastra a los países industrializados a una crisis en el sector energético y por ende a toda la industria y la sociedad.
Se da un bloqueo en el suministro del petróleo y ahora son las naciones productoras las que fijan los precios del combustible... y mientras crecían los intereses petrolíferos, en Hollywood, un hombrecito llamado John Waters, con un absurdo bigote homenaje a Little Richard, más gay que Liberace metido de éxtasis, natural de Baltimore y fetichista de lo kitsch y surrealista; estaba a punto de crear su ópera prima.
Una película asquerosa pero... realmente única.
Un esfínter libertario.
Porque esa adolescencia descarriada se convirtió en un exitoso género cinematográfico: películas de delincuencia juvenil que retrataban rebeldes sin y con causa, moteros violentos que asolaban suburbios y grandes ciudades para convertirse en los más atractivos criminales románticos que el cine haya erotizado jamás.
La juventud insurrecta al estrellato: Elvis Presley, James Dean, Marlon Brando, Susan Cabot, Mamie van Doren, Tura Satana; de los ’50 a los ’60, en tecnicolor o blanco y negro, los jóvenes vivieron el sexo, la droga y el rock & roll como la forma sublime de su existencia dentro y fuera de la pantalla.
No pocas veces me ha pasado (y me sigue pasando) que entro en grandes sospechas cuando leo y pienso en los argumentos (o en la falta de ellos), tanto de los que defienden a Pink Flamingos como de los que la atacan, porque la odian o la aman, y entonces llego al punto de empezar a creer que ni los unos ni los otros han logrado percibir del todo su real valor e importancia, en una palabra, no han captado la idea que yace en el fondo del asunto, junto con, y más allá de la cósmica carcajada rabelesiana que es el acto delicioso de reírse (y de burlarse) de todo, encontrando así una fuente permanente de olvidada sabiduría.
El mundo tomado seriamente como juego.
El juego tomado seriamente como mundo.
La crítica más aguda, desde la inocencia y la gloria del buen humor y la risa y la grosería y el “mal gusto”
Lo que es maravilloso, pero hay todavía más.
Despojemos por un momento de las escenas de incesto, violación, coprofagia, canibalismo, voyerismo, tráfico de bebés, amputaciones, travestismo y zoofilia, avisodomía exactamente, para ver la crí¬tica superlativa de Waters a la naturaleza envidiosa e hipócrita del ser humano.
Pink Flamingos es el discurso humanista que Waters nos repetirá a base de martillazos en el resto de su filmografía, un abanico de perversiones que sobrepasan los límites del cuerpo, de nuestra propia naturaleza, con el fin de situar de nuevo al hombre como el centro de todo y dueño de sí mismo.
Su genialidad es la visionaria sensibilidad de Waters, una mirada vanguardista a la hora de pensar una narración para romper tabúes, no se trataba sólo de espantar a la burguesía sino también a los liberales, al progresismo, es decir, al pensamiento que a principios de los ’70 creía en ciertas revoluciones.
Pink Flamingos irrumpe justo en los primeros años post-Stonewall, cuando el movimiento gay-lésbico salió a la luz para reclamar sus derechos, convencidos de que asimilándose a las reglas del buen funcionamiento de las instituciones sociales había una vía de supervivencia, política que funciona hasta hoy expandida a niveles globales.
Específicamente, el año de estreno de Pink Flamingos, Harvey Milk viajó de Nueva York a San Francisco para finalmente encarnar el modelo del gay reformista como programa político, a lo que Pink Flamingos contraatacaba con su estilo queer deformista, la diversidad sexual como forma suprema y perenne del freak revolucionario.
Y justo cuando la política asimilacionista adoptaba “gay” como palabra amable para representar a una orientación sexual tanto como a la comunidad diversa, y así planeaba una campaña de visibilidad rosa de las virtudes públicas de los homosexuales, Waters retrató la intimidad insurrecta del primer plano escatológico más obsceno y sus diálogos guarangos que gritaban lo innombrable, haciendo del Flamingo Rosa del título, típico adorno kitsch del color gay por excelencia, un sinónimo de la peste del mal gusto, de lo asqueroso como carnaval excrementicio.
Y así, mientras las Drag Queens se multiplicaban en pubs gays como gesto camp calcado, donde el lipsync de canciones de divas clásicas era la performance obligada como nostalgia por una feminidad ideal y puramente glam, Waters respondía con la anti Drag Queen Divine (o ¿tendríamos que rebautizarla drag kill?) como travestido impresentable, de cuerpo excesivo hasta lo paquidérmico, de gestualidad esperpéntica, de vozarrón en falsete andrógino; pero también, Waters convertía al esfínter anal de un hombre en una forma de lipsync aberrante: sí, así como leyeron.
Y si la falocracia gay se multiplicaba en la carne firme y los miembros erectos de efebos y pin-ups del porno chic, esas muestras de carne y hueso de la imaginación de Tom Of Finland que clonaba el modelo de belleza falocéntrica de la pornografía heterosexual (1972 es también el año de estreno de Deep Throat), tal vez la máxima subversión de Waters sea que su Pink Flamingos es un himno celebratorio y risueño al sexo flácido, a la carne fofa, lánguida, a pene muerto como contracara definitiva del sexo recio, viril.
La escena de una felación incestuosa de Divine, que nunca logra la erección, es el colmo de esta oda contra el miembro erecto que caracteriza a Pink Flamingos.
“This beautiful mobile home you see before you is the current hideout of the notorious beauty Divine, the filthiest person alive!”
Resulta que Harris Glenn Milstead (1945 - 1988) fue una conocida drag queen estadounidense, que se convirtió en una estrella del cine independiente, y cantante, mayormente conocido por su caracterización como Divine, que le dio amplio éxito y reconocimiento en el ambiente musical.
Divine era un obeso afeminado que fue blanco de todas las trompadas que el machismo escolar podía dar, a tal punto que tenía que ser acompañado por la policía del colegio a su casa para que no lo acribillen sus compañeros homofóbicos.
Era, sin eufemismos, el gordo puto de la clase, un fanático de Elizabeth Taylor al que le gustaba travestirse y que se convertiría en la máxima encarnación del camp como shock en el cine.
“Hold these goddamn chickens!”
Pink Flamingos es una película de culto estadounidense dirigida en 1972 por un ENORME John Waters.
Waters se encargó prácticamente de todo: dirección, guión, fotografía, producción, etc.
Está protagonizada por su amigo desde la infancia: Divine, Danny Mills, David Lochary, Mary Vivian Pearce, Mink Stole, Edith Massey, entre otros.
Pink Flamingos se rodó, casi en su totalidad, en la ciudad de Baltimore, Maryland, es un gran mérito para un director lograr que su película produzca más de lo que buscaba, que consiguiera más que para lo que fue creada.
Pues en principio la película deseaba solo estremecer al espectador, indignarlo y asquearlo hasta el hartazgo pero resultó ser culpable de mover algunas estructuras, de despertar, aunque mas no sea un poco, al espectador de los 70 y es más mérito aún seguir lográndolo muchos años después.
Pink Flamingos es un filme demoledor que atenta contra todos los pilares del "American Way Of Life", desde la familia hasta la justicia.
¿Qué hay mala actuación?
No es mala en realidad, es sólo otro estilo de actuación.
Eso que parece un asco es una innovación, que ignora “cómo se supone que uno debe actuar”
La exageración constante genera una especie de nueva naturalidad.
Si no hay que ver a Edith Massey.
En cuanto a lo técnico, Pink Flamingos puede estar bien hecha técnicamente pero mal hecha conceptualmente; y como tal me parece impecable.
La temática es muy rica, en rico contraste con la técnica cinematográfica empleada, que es muy pobre; paneos, zooms in…
Mientras peor hecho queda mejor.
Toca temas como el travestismo, el retraso mental, el secuestro de mujeres, violación, adopción ilegal de niños, inseminación artificial involuntaria, vómito, exhibicionismo, robo, sexo con pollos, voyerismo, fetichismo (de los pies), salivación en lugares aparentemente inapropiados, incesto, sexo oral, asesinato, transexualidad, lenguaje grosero, un ano fonomímico, canibalismo, coprofagia… es una comedia rosa de color pero no de intenciones ni espíritu según parece para toda la familia pero no para cualquier familia.
Pink Flamingos es una película muy bizarra, diálogos raros, personajes extraños, situaciones muy insólitas, la verdad si me sorprendió en varias cosas, y eso que si he visto varias cosas diferentes, pues esta le gano a muchas.
Pues creo que Pink Flamingos es de las que entran en “para que no te cuenten” para poder decir que si has visto varias cosas del cine que muchos no, ya sea porque no la conocen, no se atreven o simplemente porque no se les antoja.
Pink Flamingos se basa en la repulsión absoluta, el dilema de:
"¿Cómo ser más repulsivo que el otro?"
“Do my balls, Mama!”
Divine vive bajo el pseudónimo "Babs Johnson" con su madre Edie (Edith Massey), a la que le gustan de forma compulsiva los huevos (de gallina), su hijo delincuente Crackers (Danny Mills), y Cotton (Mary Vivian Pearce), su compañera sentimental, que es fundamentalmente voyerista.
Todos estos personajes viven juntos en una caravana, en cuyo "hall" de entrada hay dos flamencos rosa de plástico, que dan lugar al título de la película, en la calle Philpot, Phoenix, un barrio de las afueras de Baltimore.
Divine está considerada como la "persona más inmunda del mundo"
Por esta razón el matrimonio Marble, una pareja heterosexual que vende heroína en los colegios y roba bebés para dárselos en adopción a parejas de lesbianas, tiene envidia de su título y hará todo lo posible por quitárselo.
Divine es una defensora de su voluntad.
Hace lo que quiere cuando quiere y como quiere.
No se preocupa por el qué dirán...
Detrás de todos sus hábitos horripilantes se esconde un ser con una determinación y libertad difícil de ver en nuestros días.
Por tanto, Pink Flamingos es una metáfora sobre la auténticamente podrida sociedad americana, aplicable también a muchas más.
“Their unquenchable thirst for notoriety!”
Hay 3 escenas “trash & shocking” en Pink Flamingos:
Una es la de las gallinas, la otra “The Singing Asshole” en la fiesta de cumpleaños y la particularmente célebre escena final, añadida sin aparente continuidad con la trama pero sí con el personaje.
Se dice que fue rodada en una sola toma sin efectos especiales... no les cuento la escena, pero “esto es lo que me tengo que tragar al vivir en una sociedad como ésta”
En Pink Flamingos hay un voyerismo de ojos desorbitados frente a la perversidad polimorfa coreada por un esfínter que le canta a la felicidad de ser un monstruosamente sexual.
Verla era un acto de superación cultural, un ajuste de cuentas con la educación que recibí, aguantar y, si podía, asimilar o gozar los gags terroristas contra mi propia formación burguesa, conservadora y católica era un reto, una prueba.
Estaba fascinado de asco, saltando de a ratos mi propio condicionamiento cultural, y a ratos en el fondo de mí se agitaba un:
“¿Por qué tiene que existir algo como esto?”
Divine y su bizarra familia son genuinos, auténticos, personas realizadas y liberadas de los moldes sociales, son lo que desean ser, todo aquello que puedan imaginar está en su mano, son dueños de sí mismos y no necesitan las prótesis que la sociedad nos atornilla a las piernas para andar, son… divinidades.
Y en la otra acera estamos nosotros, encarnados en la pareja envidiosa de Divine, aspirantes a ser diferentes, los únicos en algo, sea lo que sea, a poseer lo que envidiamos del otro aunque nos convierta en esnobs, en títeres, en burdos imitaciones de la estética y las maneras de aquello que admiramos desde el cómodo sillón que ofrece el matrimonio, el capitalismo, o el imperio de la ley.
Me impresionó la engañosa (grandiosa, gran diosa, Divine) estupidez de Pink Flamingos, su constante delirio sin fisuras y su “veracidad documental”
Y tengo un estómago fuerte, así que aguanté bien el happy-end.
Pink Flamingos se convierte en un acto muy saludable, de hecho, terapéutico.
El miedo a lo sagrado, en sentido negativo, represor, al poder sacralizado vía actos de violencia, es aniquilado por un humor que respeta de manera insospechada nuestro derecho a reír.
Reír es poder.
Así que ríanse!
Pink Flamingos no representa ni el bien ni el mal, representa lo artificioso, lo exagerado que pueden ser algunos.
Renunciando a la idea de realidad/ficción de esta manera convirtiendo a muchos personajes en magnificas obras de arte parlanchinas.
Ahora, me fascinó la idea del tema del cuerpo como realidad única.
La idea de que no “tenemos” un cuerpo sino de que somos el cuerpo, y que no hay nada más.
Incluso para los que creen en el alma, ésta tendría que encontrarse dentro del cuerpo.
En Pink Flamingos tenemos al cuerpo celebrándose a sí mismo.
Asqueroso, ¿no?
No hay en Pink Flamingos vergüenza del cuerpo.
Vomitamos, eyaculamos, cagamos, salivamos… escapar de esas simples realidades es ridículo.
¿En dónde está el problema?
¿En esos actos o en nuestra cultura?
“No sabemos todo lo que puede el cuerpo”
Eso nos dice el filósofo Baruch Spinoza, con razón, advirtiéndonos sobre lo sospechoso que es creer saber algo acerca del “alma” si aún sabemos tan poco del cuerpo.
Si Pink Flamingos es entendida como un “cuerpo”, se trata de uno que se ríe a carcajadas de quienes no pueden asumir un cuerpo en su totalidad como lo que es.
El idealismo que niega realidades plenamente experimentables en nombre de realidades hipotéticas.
Imagino en mis ratos libres que si el Divino Marqués resucitara o reencarnara o surgiera sobre la faz de la Tierra de nuevo algo parecido a él, tendría que ser Divine, precisamente.
Un gordo travestido compitiendo por el título nobiliario de la persona más asquerosa del mundo…
Sátira transparente de la religión de la fama y el éxito…
¿Qué Pink Flamingos es una película gratuita?
De hecho lo es y es una que necesitamos a gritos para entendernos mejor.
El mal gusto no era arbitrario sino necesario para desmantelar el terror a ser “diferente”
Pink Flamingos es la celebración de la diferencia, de lo único, de lo “raros” que somos todos en verdad.
Pink Flamingos es una película escatológica que podría ser una película erótica, mirada sin prejuicios.
Así se constituye y cada vez se acentúa más en el cine de culto, careciendo de buenas costumbres, moralidad, cuando el complejo de Edipo va más allá que eso y se convierte en una felatio, y sobre todas las cosas del buen gusto.
Pink Flamingos es una película basura de choque, de culto, desagradable, sucia, asquerosa, enferma, absurda, ofensiva, estúpida, contra la moral, contra qué moral, mal hecha, un hecho o tal vez un objeto, pero no una película, pero hay películas bien hechas que no valen nada, fea, muy fea, horrible, gratuita, monstruosa, de mal gusto, de pésimo gusto, de insuperable mal gusto, pervertida, socialmente irresponsable, y creo que etc.
Estoy seguro de que me faltó algo.
Ah sí, Pink Flamingos funciona de alguna manera también como un bizarro documental de los no tan comunes seres que la hicieron.
In one Word:
Pink Flamingos es el tipo de cine independiente que ya nadie tiene los huevos para hacer, bueno tal vez Michael Moore imitando a Divine sin make-up y sin lo camp, solo que es un manipulador.
Pero bueno, los tiempos cambian.
Ahora es de “buen gusto”, de mal buen gusto, diría tal vez John Waters, echarle barritas a este monumento, a esta estatua de la libertad del “buen mal gusto”
Suena a chiste pero lo cierto es, que cuando Pink Flamingos se reeditó en 1997, bonita manera de celebrar sus 25 años, ningún crítico se atrevió a hablar mal de ella.
El truco era cualquier cosa que dijeran en su contra podía ser usada a su favor, léase publicidad.
Pocas películas pueden darse semejantes lujos dialécticos.
Pink Flamingos metaboliza los insultos en razones para admirarla (Hello Lady Gaga)
Así, ha adquirido un aura muy graciosa de respetabilidad.
Curiosamente, sus escenas, alguna vez fuertes, representan ahora algo ya visto por muchos hijos de los soldados venidos de Iraq, otro conflicto gringo petrolero, en la TV-cable que ven cómodamente, a masturbación grupal en los sofás de sus casas.
En palabras de Waters, ésta es la génesis de su obra maestra Pink Flamingos:
“Tuve la idea de la película la primera vez que conduje desde Baltimore a California, para ver el juicio de Charles Manson.
Vi todos esos flamencos por todas partes, en cada tráiler, justo en la Norteamérica profunda, y me di cuenta de que realmente era el símbolo de algo, una cierta clase de tranquilo mal gusto en el que encontré una elegancia en su propia manera raída”
Jamás en la historia del cine, estrenado en salas comerciales, nadie ha conseguido superar un ejercicio tan trash, cutre, grosero, zafio y repulsivo como lo realizó John Waters en 1972.
“Kill everyone now!
Condone first degree murder!
Advocate cannibalism!
Eat shit!
Filth are my politics, filth is my life!”
Históricamente, la delincuencia juvenil es la nueva plaga que se extiende por Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial.
En los 70 surge el conflicto árabe-israelí y tiene transcurso la etapa final de la Guerra de Vietnam.
Los sociólogos trataron de explicar el fenómeno de los jóvenes alejados de sus padres, que estaban en el frente de batalla, los adolescentes crecían en las calles sin autoridad que les marque la buena ruta a seguir.
Y, claro está, eligieron el camino fácil, que siempre, por suerte, es el más divertido.
Y Hollywood agradecido.
Por otro lado, el mercado del petróleo se ve sacudido por las disposiciones de la Organización de Países Exportadores de Petróleo que arrastra a los países industrializados a una crisis en el sector energético y por ende a toda la industria y la sociedad.
Se da un bloqueo en el suministro del petróleo y ahora son las naciones productoras las que fijan los precios del combustible... y mientras crecían los intereses petrolíferos, en Hollywood, un hombrecito llamado John Waters, con un absurdo bigote homenaje a Little Richard, más gay que Liberace metido de éxtasis, natural de Baltimore y fetichista de lo kitsch y surrealista; estaba a punto de crear su ópera prima.
Una película asquerosa pero... realmente única.
Un esfínter libertario.
Porque esa adolescencia descarriada se convirtió en un exitoso género cinematográfico: películas de delincuencia juvenil que retrataban rebeldes sin y con causa, moteros violentos que asolaban suburbios y grandes ciudades para convertirse en los más atractivos criminales románticos que el cine haya erotizado jamás.
La juventud insurrecta al estrellato: Elvis Presley, James Dean, Marlon Brando, Susan Cabot, Mamie van Doren, Tura Satana; de los ’50 a los ’60, en tecnicolor o blanco y negro, los jóvenes vivieron el sexo, la droga y el rock & roll como la forma sublime de su existencia dentro y fuera de la pantalla.
No pocas veces me ha pasado (y me sigue pasando) que entro en grandes sospechas cuando leo y pienso en los argumentos (o en la falta de ellos), tanto de los que defienden a Pink Flamingos como de los que la atacan, porque la odian o la aman, y entonces llego al punto de empezar a creer que ni los unos ni los otros han logrado percibir del todo su real valor e importancia, en una palabra, no han captado la idea que yace en el fondo del asunto, junto con, y más allá de la cósmica carcajada rabelesiana que es el acto delicioso de reírse (y de burlarse) de todo, encontrando así una fuente permanente de olvidada sabiduría.
El mundo tomado seriamente como juego.
El juego tomado seriamente como mundo.
La crítica más aguda, desde la inocencia y la gloria del buen humor y la risa y la grosería y el “mal gusto”
Lo que es maravilloso, pero hay todavía más.
Despojemos por un momento de las escenas de incesto, violación, coprofagia, canibalismo, voyerismo, tráfico de bebés, amputaciones, travestismo y zoofilia, avisodomía exactamente, para ver la crí¬tica superlativa de Waters a la naturaleza envidiosa e hipócrita del ser humano.
Pink Flamingos es el discurso humanista que Waters nos repetirá a base de martillazos en el resto de su filmografía, un abanico de perversiones que sobrepasan los límites del cuerpo, de nuestra propia naturaleza, con el fin de situar de nuevo al hombre como el centro de todo y dueño de sí mismo.
Su genialidad es la visionaria sensibilidad de Waters, una mirada vanguardista a la hora de pensar una narración para romper tabúes, no se trataba sólo de espantar a la burguesía sino también a los liberales, al progresismo, es decir, al pensamiento que a principios de los ’70 creía en ciertas revoluciones.
Pink Flamingos irrumpe justo en los primeros años post-Stonewall, cuando el movimiento gay-lésbico salió a la luz para reclamar sus derechos, convencidos de que asimilándose a las reglas del buen funcionamiento de las instituciones sociales había una vía de supervivencia, política que funciona hasta hoy expandida a niveles globales.
Específicamente, el año de estreno de Pink Flamingos, Harvey Milk viajó de Nueva York a San Francisco para finalmente encarnar el modelo del gay reformista como programa político, a lo que Pink Flamingos contraatacaba con su estilo queer deformista, la diversidad sexual como forma suprema y perenne del freak revolucionario.
Y justo cuando la política asimilacionista adoptaba “gay” como palabra amable para representar a una orientación sexual tanto como a la comunidad diversa, y así planeaba una campaña de visibilidad rosa de las virtudes públicas de los homosexuales, Waters retrató la intimidad insurrecta del primer plano escatológico más obsceno y sus diálogos guarangos que gritaban lo innombrable, haciendo del Flamingo Rosa del título, típico adorno kitsch del color gay por excelencia, un sinónimo de la peste del mal gusto, de lo asqueroso como carnaval excrementicio.
Y así, mientras las Drag Queens se multiplicaban en pubs gays como gesto camp calcado, donde el lipsync de canciones de divas clásicas era la performance obligada como nostalgia por una feminidad ideal y puramente glam, Waters respondía con la anti Drag Queen Divine (o ¿tendríamos que rebautizarla drag kill?) como travestido impresentable, de cuerpo excesivo hasta lo paquidérmico, de gestualidad esperpéntica, de vozarrón en falsete andrógino; pero también, Waters convertía al esfínter anal de un hombre en una forma de lipsync aberrante: sí, así como leyeron.
Y si la falocracia gay se multiplicaba en la carne firme y los miembros erectos de efebos y pin-ups del porno chic, esas muestras de carne y hueso de la imaginación de Tom Of Finland que clonaba el modelo de belleza falocéntrica de la pornografía heterosexual (1972 es también el año de estreno de Deep Throat), tal vez la máxima subversión de Waters sea que su Pink Flamingos es un himno celebratorio y risueño al sexo flácido, a la carne fofa, lánguida, a pene muerto como contracara definitiva del sexo recio, viril.
La escena de una felación incestuosa de Divine, que nunca logra la erección, es el colmo de esta oda contra el miembro erecto que caracteriza a Pink Flamingos.
“This beautiful mobile home you see before you is the current hideout of the notorious beauty Divine, the filthiest person alive!”
Resulta que Harris Glenn Milstead (1945 - 1988) fue una conocida drag queen estadounidense, que se convirtió en una estrella del cine independiente, y cantante, mayormente conocido por su caracterización como Divine, que le dio amplio éxito y reconocimiento en el ambiente musical.
Divine era un obeso afeminado que fue blanco de todas las trompadas que el machismo escolar podía dar, a tal punto que tenía que ser acompañado por la policía del colegio a su casa para que no lo acribillen sus compañeros homofóbicos.
Era, sin eufemismos, el gordo puto de la clase, un fanático de Elizabeth Taylor al que le gustaba travestirse y que se convertiría en la máxima encarnación del camp como shock en el cine.
“Hold these goddamn chickens!”
Pink Flamingos es una película de culto estadounidense dirigida en 1972 por un ENORME John Waters.
Waters se encargó prácticamente de todo: dirección, guión, fotografía, producción, etc.
Está protagonizada por su amigo desde la infancia: Divine, Danny Mills, David Lochary, Mary Vivian Pearce, Mink Stole, Edith Massey, entre otros.
Pink Flamingos se rodó, casi en su totalidad, en la ciudad de Baltimore, Maryland, es un gran mérito para un director lograr que su película produzca más de lo que buscaba, que consiguiera más que para lo que fue creada.
Pues en principio la película deseaba solo estremecer al espectador, indignarlo y asquearlo hasta el hartazgo pero resultó ser culpable de mover algunas estructuras, de despertar, aunque mas no sea un poco, al espectador de los 70 y es más mérito aún seguir lográndolo muchos años después.
Pink Flamingos es un filme demoledor que atenta contra todos los pilares del "American Way Of Life", desde la familia hasta la justicia.
¿Qué hay mala actuación?
No es mala en realidad, es sólo otro estilo de actuación.
Eso que parece un asco es una innovación, que ignora “cómo se supone que uno debe actuar”
La exageración constante genera una especie de nueva naturalidad.
Si no hay que ver a Edith Massey.
En cuanto a lo técnico, Pink Flamingos puede estar bien hecha técnicamente pero mal hecha conceptualmente; y como tal me parece impecable.
La temática es muy rica, en rico contraste con la técnica cinematográfica empleada, que es muy pobre; paneos, zooms in…
Mientras peor hecho queda mejor.
Toca temas como el travestismo, el retraso mental, el secuestro de mujeres, violación, adopción ilegal de niños, inseminación artificial involuntaria, vómito, exhibicionismo, robo, sexo con pollos, voyerismo, fetichismo (de los pies), salivación en lugares aparentemente inapropiados, incesto, sexo oral, asesinato, transexualidad, lenguaje grosero, un ano fonomímico, canibalismo, coprofagia… es una comedia rosa de color pero no de intenciones ni espíritu según parece para toda la familia pero no para cualquier familia.
Pink Flamingos es una película muy bizarra, diálogos raros, personajes extraños, situaciones muy insólitas, la verdad si me sorprendió en varias cosas, y eso que si he visto varias cosas diferentes, pues esta le gano a muchas.
Pues creo que Pink Flamingos es de las que entran en “para que no te cuenten” para poder decir que si has visto varias cosas del cine que muchos no, ya sea porque no la conocen, no se atreven o simplemente porque no se les antoja.
Pink Flamingos se basa en la repulsión absoluta, el dilema de:
"¿Cómo ser más repulsivo que el otro?"
“Do my balls, Mama!”
Divine vive bajo el pseudónimo "Babs Johnson" con su madre Edie (Edith Massey), a la que le gustan de forma compulsiva los huevos (de gallina), su hijo delincuente Crackers (Danny Mills), y Cotton (Mary Vivian Pearce), su compañera sentimental, que es fundamentalmente voyerista.
Todos estos personajes viven juntos en una caravana, en cuyo "hall" de entrada hay dos flamencos rosa de plástico, que dan lugar al título de la película, en la calle Philpot, Phoenix, un barrio de las afueras de Baltimore.
Divine está considerada como la "persona más inmunda del mundo"
Por esta razón el matrimonio Marble, una pareja heterosexual que vende heroína en los colegios y roba bebés para dárselos en adopción a parejas de lesbianas, tiene envidia de su título y hará todo lo posible por quitárselo.
Divine es una defensora de su voluntad.
Hace lo que quiere cuando quiere y como quiere.
No se preocupa por el qué dirán...
Detrás de todos sus hábitos horripilantes se esconde un ser con una determinación y libertad difícil de ver en nuestros días.
Por tanto, Pink Flamingos es una metáfora sobre la auténticamente podrida sociedad americana, aplicable también a muchas más.
“Their unquenchable thirst for notoriety!”
Hay 3 escenas “trash & shocking” en Pink Flamingos:
Una es la de las gallinas, la otra “The Singing Asshole” en la fiesta de cumpleaños y la particularmente célebre escena final, añadida sin aparente continuidad con la trama pero sí con el personaje.
Se dice que fue rodada en una sola toma sin efectos especiales... no les cuento la escena, pero “esto es lo que me tengo que tragar al vivir en una sociedad como ésta”
En Pink Flamingos hay un voyerismo de ojos desorbitados frente a la perversidad polimorfa coreada por un esfínter que le canta a la felicidad de ser un monstruosamente sexual.
Verla era un acto de superación cultural, un ajuste de cuentas con la educación que recibí, aguantar y, si podía, asimilar o gozar los gags terroristas contra mi propia formación burguesa, conservadora y católica era un reto, una prueba.
Estaba fascinado de asco, saltando de a ratos mi propio condicionamiento cultural, y a ratos en el fondo de mí se agitaba un:
“¿Por qué tiene que existir algo como esto?”
Divine y su bizarra familia son genuinos, auténticos, personas realizadas y liberadas de los moldes sociales, son lo que desean ser, todo aquello que puedan imaginar está en su mano, son dueños de sí mismos y no necesitan las prótesis que la sociedad nos atornilla a las piernas para andar, son… divinidades.
Y en la otra acera estamos nosotros, encarnados en la pareja envidiosa de Divine, aspirantes a ser diferentes, los únicos en algo, sea lo que sea, a poseer lo que envidiamos del otro aunque nos convierta en esnobs, en títeres, en burdos imitaciones de la estética y las maneras de aquello que admiramos desde el cómodo sillón que ofrece el matrimonio, el capitalismo, o el imperio de la ley.
Me impresionó la engañosa (grandiosa, gran diosa, Divine) estupidez de Pink Flamingos, su constante delirio sin fisuras y su “veracidad documental”
Y tengo un estómago fuerte, así que aguanté bien el happy-end.
Pink Flamingos se convierte en un acto muy saludable, de hecho, terapéutico.
El miedo a lo sagrado, en sentido negativo, represor, al poder sacralizado vía actos de violencia, es aniquilado por un humor que respeta de manera insospechada nuestro derecho a reír.
Reír es poder.
Así que ríanse!
Pink Flamingos no representa ni el bien ni el mal, representa lo artificioso, lo exagerado que pueden ser algunos.
Renunciando a la idea de realidad/ficción de esta manera convirtiendo a muchos personajes en magnificas obras de arte parlanchinas.
Ahora, me fascinó la idea del tema del cuerpo como realidad única.
La idea de que no “tenemos” un cuerpo sino de que somos el cuerpo, y que no hay nada más.
Incluso para los que creen en el alma, ésta tendría que encontrarse dentro del cuerpo.
En Pink Flamingos tenemos al cuerpo celebrándose a sí mismo.
Asqueroso, ¿no?
No hay en Pink Flamingos vergüenza del cuerpo.
Vomitamos, eyaculamos, cagamos, salivamos… escapar de esas simples realidades es ridículo.
¿En dónde está el problema?
¿En esos actos o en nuestra cultura?
“No sabemos todo lo que puede el cuerpo”
Eso nos dice el filósofo Baruch Spinoza, con razón, advirtiéndonos sobre lo sospechoso que es creer saber algo acerca del “alma” si aún sabemos tan poco del cuerpo.
Si Pink Flamingos es entendida como un “cuerpo”, se trata de uno que se ríe a carcajadas de quienes no pueden asumir un cuerpo en su totalidad como lo que es.
El idealismo que niega realidades plenamente experimentables en nombre de realidades hipotéticas.
Imagino en mis ratos libres que si el Divino Marqués resucitara o reencarnara o surgiera sobre la faz de la Tierra de nuevo algo parecido a él, tendría que ser Divine, precisamente.
Un gordo travestido compitiendo por el título nobiliario de la persona más asquerosa del mundo…
Sátira transparente de la religión de la fama y el éxito…
¿Qué Pink Flamingos es una película gratuita?
De hecho lo es y es una que necesitamos a gritos para entendernos mejor.
El mal gusto no era arbitrario sino necesario para desmantelar el terror a ser “diferente”
Pink Flamingos es la celebración de la diferencia, de lo único, de lo “raros” que somos todos en verdad.
Pink Flamingos es una película escatológica que podría ser una película erótica, mirada sin prejuicios.
Así se constituye y cada vez se acentúa más en el cine de culto, careciendo de buenas costumbres, moralidad, cuando el complejo de Edipo va más allá que eso y se convierte en una felatio, y sobre todas las cosas del buen gusto.
Pink Flamingos es una película basura de choque, de culto, desagradable, sucia, asquerosa, enferma, absurda, ofensiva, estúpida, contra la moral, contra qué moral, mal hecha, un hecho o tal vez un objeto, pero no una película, pero hay películas bien hechas que no valen nada, fea, muy fea, horrible, gratuita, monstruosa, de mal gusto, de pésimo gusto, de insuperable mal gusto, pervertida, socialmente irresponsable, y creo que etc.
Estoy seguro de que me faltó algo.
Ah sí, Pink Flamingos funciona de alguna manera también como un bizarro documental de los no tan comunes seres que la hicieron.
In one Word:
Pink Flamingos es el tipo de cine independiente que ya nadie tiene los huevos para hacer, bueno tal vez Michael Moore imitando a Divine sin make-up y sin lo camp, solo que es un manipulador.
Pero bueno, los tiempos cambian.
Ahora es de “buen gusto”, de mal buen gusto, diría tal vez John Waters, echarle barritas a este monumento, a esta estatua de la libertad del “buen mal gusto”
Suena a chiste pero lo cierto es, que cuando Pink Flamingos se reeditó en 1997, bonita manera de celebrar sus 25 años, ningún crítico se atrevió a hablar mal de ella.
El truco era cualquier cosa que dijeran en su contra podía ser usada a su favor, léase publicidad.
Pocas películas pueden darse semejantes lujos dialécticos.
Pink Flamingos metaboliza los insultos en razones para admirarla (Hello Lady Gaga)
Así, ha adquirido un aura muy graciosa de respetabilidad.
Curiosamente, sus escenas, alguna vez fuertes, representan ahora algo ya visto por muchos hijos de los soldados venidos de Iraq, otro conflicto gringo petrolero, en la TV-cable que ven cómodamente, a masturbación grupal en los sofás de sus casas.
En palabras de Waters, ésta es la génesis de su obra maestra Pink Flamingos:
“Tuve la idea de la película la primera vez que conduje desde Baltimore a California, para ver el juicio de Charles Manson.
Vi todos esos flamencos por todas partes, en cada tráiler, justo en la Norteamérica profunda, y me di cuenta de que realmente era el símbolo de algo, una cierta clase de tranquilo mal gusto en el que encontré una elegancia en su propia manera raída”
Jamás en la historia del cine, estrenado en salas comerciales, nadie ha conseguido superar un ejercicio tan trash, cutre, grosero, zafio y repulsivo como lo realizó John Waters en 1972.
“Kill everyone now!
Condone first degree murder!
Advocate cannibalism!
Eat shit!
Filth are my politics, filth is my life!”
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