Julius Caesar

“If you have tears, prepare to shed them now”

Lo que sostiene por años en el poder a los más atroces políticos, es su decisión a ultranza de deshacerse de quien sea, y como sea, que surja como obstáculo en su camino; es su capacidad de hacer alianzas con quienquiera que decida favorecerlos, aunque luego deban favores que pagarán con creces o traicionarán con actitud rastrera; y es, entre otras cosas, su capacidad de mentir elevada a la máxima potencia y su decisión de mantenerse en el engaño aunque les toque jurar sobre lo más sagrado.
Bien se sabe que, los actos más atroces cometidos contra la humanidad, se han gestado en salas gubernamentales y por hombres que luego han merecido monumentos.
Y todas las infamias que han perpetuado la miseria de los pueblos gritan, sin que puedan acallarse, entre las paredes de las casas de gobierno.
The Tragedy Of Julius Caesar es una obra trágica escrita por William Shakespeare, basada en textos de Plutarco, probablemente en 1599.
Recrea la conspiración en contra del dictador romano Julius Caesar, su homicidio y sus secuelas.
Constituye uno de los tantos trabajos shakespearianos basados en hechos históricos.
A diferencia de muchos personajes principales en otras obras del género como Hamlet, Enrique V, Caesar no es el centro de la acción, apareciendo tan solo en tres escenas, y muriendo al comienzo del tercer acto a modo histórico
La figura más relevante de la historia es Brutus, y la trama gira en torno a la lucha psicológica entre las demandas en conflicto sobre el honor, el patriotismo y la amistad.
La obra se destaca por ser la primera de las cinco mejores tragedias escritas por el dramaturgo, las otras siendo Hamlet, Otelo, Rey Lear y Macbeth.
La gran mayoría de los críticos e historiadores de Shakespeare, concuerdan en que la obra refleja la ansiedad general de Inglaterra, a causa de los temores sobre la sucesión del liderazgo.
En el momento de su creación y primera representación, la reina Elizabeth I, una fuerte monarca, se encontraba desgastada y se había negado a nombrar a un sucesor, llevando a entrever una posible guerra civil, similar a aquella que se levantó en Roma tras la muerte de su emperador.
Resulta que en el calendario romano los idus de marzo caían en el 15 del mes de Martius.
Los idus eran días de buenos augurios que tenían lugar los días 15 de marzo, mayo, julio y octubre y los días 13 del resto de los meses.
La fecha es famosa porque Julius Caesar fue asesinado en los idus de marzo del año 44 a. C.
Según el escritor griego Plutarco, Caesar había sido advertido del peligro, pero había desestimado la advertencia:
Lo que es más extraordinario aún es que un vidente le había advertido del grave peligro que le amenazaba en los idus de marzo, y ese día cuando iba al Senado, Julius Caesar llamó al vidente y riendo le dijo:
«Los idus de marzo ya han llegado»
A lo que el vidente contestó compasivamente:
«Sí, pero aún no han acabado»
Aunque el calendario romano fue sustituido por los días de la semana modernos alrededor del siglo III, los idus se siguieron usando coloquialmente como referencia durante los siguientes siglos.
Shakespeare en su obra Julius Caesar en 1599 los citaba al escribir la famosa frase:
«¡Cuídate de los idus de marzo!»
Julius Caesar fue publicada por primera vez en el First Foli (1623) de Heminges y Condell.
El texto es destacado por su calidad y consistencia, generalmente llevando a los académicos a pensar que fue creado a partir de apuntes teatrales.
Su fuente más conocida es la traducción de la Vida de Brutus Polmo, escrita originalmente por Petarco, llevada a cabo por Tomas Northing.
Otro material de consulta pudo haber sido la Vida de Caesar Travitas.
¡Cuán poca fe tenía, el gran dramaturgo William Shakespeare, en los hombres de Estado!
“El abuso de la grandeza, decía, se produce cuando se separa la clemencia del poder”
Y cuentan los historiadores, que fue bebiendo de la fuente de Plutarco que le vino la idea de hablar de los romanos.
¡Y vaya terreno en el que anidó la corrupción y la mentira, y qué bien sirve de ejemplo para el resto de la historia!
“Friends, Romans, countrymen, lend me your ears; I come to bury Caesar, not to praise him.
The evil that men do lives after them; the good is oft interred with their bones; so let it be with Caesar.
The noble Brutus hath told you Caesar was ambitious:
If it were so, it was a grievous fault; and grievously hath Caesar answer'd it.
Here, under leave of Brutus and the rest, for Brutus is an honorable man; so are they all, all honorable men, come I to speak in Caesar's funeral.
He was my friend, faithful and just to me:
But Brutus says he was ambitious; and Brutus is an honorable man”
Julius Caesar es una producción norteamericana dirigida por Joseph L. Mankiewicz, basada en el clásico escrito por William Shakespeare.
Julius Caesar está protagonizada por Marlon Brando, Louis Calhern, Deborah Kerr, James Mason, Greer Garson, John Gielgud, Edmund O'Brien entre otros.
Julius Caesar ganó un Oscar de la academia en la categoría de Mejor dirección Artística, además, Marlon Brando fue nominado en la categoría de mejor actor y también Julius Caesar optó a los premios de mejor fotografía en blanco y negro, mejor banda sonora original y mejor película.
La adaptación de las grandes obras de teatro al cine siempre ha sido una obsesión de los directores más importantes.
En este caso es Mankiewicz el que se enfrenta al reto.
Creo que sale bastante bien parado, en gran parte gracias a las estupendas actuaciones de todo el reparto, principalmente durante los famosos monólogos que suceden a la muerte de Caesar.
Pero Julius Caesar no es sólo trabajo interpretativo ya que el director consigue una obra realmente bonita, aunque no es capaz de escapar del estilo teatral que suelen tener estar adaptaciones.
El resultado es una obra que deslumbra con su magnífico lenguaje, con su presentación de personajes intensos y contradictorios, que impactan y sacuden, como Brutus, Mark Antony o Cassius.
El primero y el último, con un deseo que trasciende los personales afectos para beneficio del común.
Y el segundo, dispuesto a adular a quien sea y a prometer lo imposible, para preservar el poder.
La acción dramática de Julius Caesar tiene lugar en Roma y Filipos (Macedonia oriental) entre los años 44 y 42 a.C.
Julius Caesar muere el 15 de marzo del 44 a.C., el segundo triunvirato se constituye el 43 a.C. y la batalla final de Filipos se produce el 23 de octubre del 42 a.C.
Tras su victoria sobre Pompeyo (46 a.C.), las guerras civiles entre los partidarios de Pompeyo y de Julius Caesar, que durante años asolaron el mundo mediterráneo, han terminado con la derrota de aquéllos.
La acumulación de poderes que la Asamblea Popular ha ido delegando, y de honores que el Senado le ha ido concediendo, el último, el de dictador vitalicio, le han convertido en el hombre más poderoso del panorama político de Roma.
Ante el temor de que pretenda proclamarse rey, algo inaceptable para un romano, un grupo de adictos al ya muerto Pompeyo, encabezados por Cassius, traman la eliminación, no precisamente política, de Caesar.
El prestigio de Brutus, el afecto que Caesar le profesa y viceversa, que legitimaría el asesinato para convertirlo en acto patriótico, y su propio carácter dubitativo, le convierten en el necesario "puñal" de un despechado y envidioso Cassius siempre movido por oscuras y personales motivaciones contra Caesar.
Las adulaciones, engaños y trampas de Cassius consiguen atraer a Brutus a la conjura.
Su presencia se ve como imprescindible, si se quiere dar validez moral al hecho.
Se fija una fecha inmediata, los Idus de Marzo (15 de Marzo), cuando tendrá lugar una reunión extraordinaria del Senado.
Caesar desestima los avisos de la naturaleza y de los elementos, del griego Artemidorus, y de las premonitorias pesadillas de su esposa para dirigirse a la curia.
Allí le esperan los conjurados y cae muerto a los pies de la estatua de Pompeyo.
Consumado el magnicidio, Antony obtiene el permiso de Brutus para dirigirse al pueblo en las honras fúnebres de Caesar.
Se le pone una condición:
Puede elogiar al difunto pero no puede atacar ni a los conjurados ni criticar el hecho consumado.
El discurso que Shakespeare pone en boca de Antony es obra maestra del género dramático y de la oratoria, que pone de manifiesto el poder de la palabra sobre la masa.
Antony mide el gesto y sus palabras antes de comprobar el efecto que pueden tener sobre los oyentes.
Gradúa sus frases e intenciones en continuo crescendo, desde la solapada ironía inicial hacia los conjurados, ese repetido, "Brutus es hombre honorable, como honorable son todos los demás", a lo que contrapone tímidas alabanzas al difunto; hasta la explosión final, cuando después de jugar con el golpe de efecto de mostrar el cuerpo ensangrentado de Caesar; abiertamente ataca a Brutus y Cassius, a los que el pueblo ya llama asesinos, y se dirige a su audiencia con voz furiosa y potente:
"Éste fue el Gran Caesar.
¿Cuándo volveréis a tener otro como él?"
Antony ha conducido a la masa desde la reticencia, al dolor y la furia colectiva mientras le responden:
"¡Nunca!, ¡Nunca!"
Mankiewicz ha utilizado continuamente el contraplano entre Antony y el pueblo, al que trata como a un personaje único, para mostraros el efecto emocional de la magnífica interpretación de Antony, en la que se juega su futuro político.
Con lectura del testamento de Caesar, nuevo golpe de efecto, en el que el pueblo figura como principal beneficiario, arrastra a la masa a un paroxismo colectivo para lanzarse, inmediatamente, a arrancar bancos, puestos ambulantes, andamios y cualquier cosa que pueda arder en la improvisada pira funeraria.
La ciudad se sume en la anarquía, la violencia y avanza la revuelta.
Huidos los conjurados a Grecia, tres hombres se lanzan a ocupar el vacío de poder:
Antony, Octavius y Lépido.
La ambición, tanto o más que el deseo de venganza, parece moverles a todos, en mayor o menor medida.
Inauguran lo que se adivina como un régimen de terror, elaborando listas de proscripciones y de intercambios de cabezas.
Eliminados los enemigos en la ciudad, dirigen sus ejércitos fuera de Italia, contra los de Brutus y Cassius.
Éstos, definitivamente vencidos en la batalla de Filipos, se quitarán la vida.
Cassius representa la envidia y el resentimiento ciego que atormentan el alma.
Antony resulta el más ambiguo de todos.
Su actitud es demasiado humilde en vida de Caesar para resultar sincera.
Como árbol que ha crecido a la sombra de uno inmensamente mayor, muestra su copa al sol desde el mismo momento que el gigante ha sido derribado.
El dolor y la ira por el amigo asesinado es un trampolín que le proyecta hacia la consecución de sus terribles ambiciones:
El poder sin el cimiento de la autoridad.
Caesar es el poder sustentado en la autoridad.
En realidad su figura no es relevante en la historia, sólo sirve de desencadenante de ella.
Brutus, en primer lugar, y Antony, serían los verdaderos protagonistas.
Brutus, en el malsano panorama en el que rencores personales y ambiciones desmedidas imponen sus reglas, representa la integridad, la búsqueda de la libertad personal y la honestidad, no exenta de una buena dosis de ingenuidad.
La intensa tragedia de Brutus radica tanto en los problemas de conciencia que la defensa de sus principios le plantean como en la asunción final de lo inútil y contraproducente de su sacrificio.
La defensa de sus ideales le conducen al asesinato "preventivo" de Caesar, alguien a quien personalmente aprecia; y este asesinato desencadenará su propia destrucción.
Ambas muertes se demostrarán como inútiles.
Los Idus de Marzo no resucitarán la República, sino que tendrán como consecuencia el vacío de poder, desórdenes sangrientos, listas negras, proscripciones, guerra civil, la instauración de un poder implacable; en definitiva, una situación infinitamente peor a la anterior, de la que Brutus se libera dándose muerte.
Joseph L. Mankiewicz logra una muy ajustada adaptación cinematográfica que preserva el pleno gusto del lenguaje y el desplazamiento shakesperiano, y logrando caracterizaciones más que satisfactorias, sobre todo en los roles de Marlon Brando (Mark Antony) y de John Gielgud (Cassius)
Julius Caesar no se centra tanto en la planificación a nivel técnico de la conspiración para acabar con Caesar, sino más bien en la planificación a nivel ideológico.
Así, somos testigos de cómo gracias a las dotes persuasivas de Cassius, el auténtico cerebro e instigador de toda la trama, se van añadiendo progresivamente más y más senadores a la causa, entre ellos un dubitativo en principio y convencido a la larga Brutus, que será el encargado de dar la puñalada mortal a su incrédulo amigo el Caesar.
El guión no busca rigor histórico, sino la adaptación del texto de Shakespeare, que incluye personajes históricos y de ficción, hechos ciertos e imaginarios, amalgamados en una dramatización puesta al servicio del teatro.
Julius Caesar explora las pasiones humanas que se mueven alrededor del poder, como la ambición, la venganza, la crueldad, la codicia, la vanidad.
Explora además los mecanismos de la traición, la lealtad, la simulación, el engaño.
Analiza las pasiones humanas que se movilizan sobre todo en el ámbito de las relaciones privadas interpersonales, como la envidia, los celos, el resentimiento, las antipatías, las rivalidades.
Estudia los comportamientos de personajes colectivos: pueblo, Senado, conjurados... e individuales: Cassius, Antony...
Julius Caesar construye las situaciones como una suma compleja de cuestiones privadas y públicas, que se cruzan, enlazan e interactúan.
Estudia, además, las tareas de manipulación, tergiversación, ocultación y distorsión que se dan asociadas a la consecución y a la conservación del poder.
Enfrenta dos maneras distintas de entender el poder público:
Como una monarquía absoluta (Caesar) o como una República dominada por una nobleza dividida y enfrentada por la consecución de cargos públicos.
No se clasifican los grupos en conflicto: “cesaristas” y “republicanos”, en buenos y malos y su lucha no representa el enfrentamiento entre el bien y el mal. Constituyen el ámbito en el que se desarrolla un drama humano.
En este sentido Julius Caesar apunta que el ejercicio del poder tiene sus propias reglas y que cuando el poder es débil, por luchas intestinas, falta de liderazgo, divisiones internas o similares, su ejercicio tiende a crear situaciones indeseadas, inconvenientes y, con frecuencia, perversas.
Julius Caesar posee una sobria ambientación, un ajustado uso del blanco y negro, y un clima dramático de calculada intensidad, que nos lleva a sentir con suma fuerza todo el pesimismo del escritor inglés frente a todo lo que conlleve el nombre de política de Estado.
No se trata de una Roma lujosa sino de una Roma infausta, hombruna, de escasos lugares abiertos, con callejuelas sombrías y planos austeros acotados en espacios y personajes envueltos en columnas, bustos, estatuas…
Todo ello dota a Julius Caesar de un ambiente tenso, serio, amenazador, lleno de insidias, en donde se abordan asuntos como la envidia, la traición, la ambición, el honor, la lealtad, la tiranía, el poder o la fragilidad de éste.
Momentos para recuerdo:
La instantánea del destino, encarnado por el visionario ciego en primer plano, con Marco Antony en pleno despliegue demagógico en la escalinata del Senado.
Los siniestros ramajes desnudos que acompañan a Brutus y Cassius en sus muertes y en los momentos previos...
La decoración, la colocación de estatuas y bustos...
El fantasma de Caesar y la ondulación de la llama previa a la aparición, ondulación que observamos también acompañando al cadáver de Brutus en su velatorio de honores militares... y poco después se apaga.
El espíritu de Caesar, implacable, ha vuelto a ejecutar sus designios.
La música, de Miklós Rózsa, ofrece una partitura muy elaborada y rica en matices, de tonos sombríos y fatalistas, profundamente dramática.
Destacan los cortes dedicados a personajes: “Cassius”, “Caesar”, “Brutus” y el que dedica a Shakespeare con la adaptación de una canción Elizabethina.
De Julius Caesar se dice que era sordo de la oreja izquierda, padecía ataques epilépticos, era dado a apelaciones populistas, era ambicioso pero se guardaba de precipitaciones, no era impresionable, augurio del ciego, era de trato respetuoso y había alcanzado una edad relativamente elevada, 56 años, en relación a la esperanza de vida de su tiempo.
No tenía hijos a causa de la esterilidad de su esposa.
No obstante, sus asesinos también lograron la inmortalidad al perpetrar el magnicidio, algunos hablaban del final de un tirano ambicioso y sediento de gloria, otros se cuestionaban el atentando de más de una veintena de puñales frente a un hombre desarmado que había ordenado restituir las estatuas de Pompeyo, su enemigo en la guerra civil.
Las consecuencias de la muerte de Caesar son numerosas, y no se limitan a la guerra civil posterior.
El nombre «Caesar», por ejemplo, se convirtió en común a todos los emperadores posteriores, debido a que Augustus, de nombre Gaius Octavius, al ser adoptado oficialmente por el dictador cambió su nombre por el de Gaius Julius Caesar Octavianus; dado que todos los emperadores posteriores a Augustus hasta Nerón fueron adoptados, el cognomen Caesar acabó siendo una especie de título más que un nombre, y, así, desde Vespasianus en adelante los emperadores lo ostentaron como tal sin haber sido adoptados por la familia Caesar.
Tanto prestigio acumuló el cognomen que de Caesar provienen los apelativos Káiser y Zar.
En el lugar de la cremación de su cadáver se construyó un altar que serviría de epicentro para un templo a él dedicado, pues en el año 42 a. C. el Senado le deificó con el nombre de Divus Julius, acción que se convertiría en costumbre a partir de ese momento, con lo que todos los emperadores desde Augustus fueron deificados a su muerte.
Esta práctica es la que, al parecer, inspiró las últimas palabras de Vespasianus, que al sentirse morir parece ser que dijo:
"Creo que me estoy convirtiendo en dios"
Después de la muerte de Caesar, estalló una lucha por el poder entre su sobrino-nieto Caesar Augustus, a quien en su testamento había nombrado heredero universal, y Mark Antony, que culminaría con la caída de la República y el nacimiento de una especie de Monarquía, que se ha dado en denominar Principado, con lo que la conspiración y el magnicidio se revelaron a la postre inútiles, ya que no impidieron el establecimiento de un sistema autocrático.
Desde el principio de los tiempos, la honradez y la sinceridad nunca han vendido, justo al contrario que el morbo y los fuegos de artificio.
Así pues, utilizando un falso envoltorio teatral, Mankiewicz, Shakespeare o los dos, nos disparan a bocajarro un mensaje estremecedor por lúcido y veraz que establece quién fue el que verdaderamente se preocupó por su nación, y no por la envidia o por el poder, quedando para la historia como un modelo a seguir que nadie seguirá, y quién se preocupó exclusivamente por conseguir el poder a toda costa quedando como curiosamente la clase de político que al parecer todos los del oficio pretenden ser.
¿De qué nos extrañamos?
El poder siempre ha sido más jugoso que lo insulsamente correcto.
El hombre es un lobo para el hombre, como decía Hobbes en su obra Leviatán, y es que en el camino de lo racional un hombre cualquiera, probablemente el más cobarde de todos, usa la razón como herramienta para destruir con retórica al hombre mismo.

“Cowards die many times before their deaths; the valiant never taste of death but once.
Of all the wonders that I yet have heard, it seems to me most strange that men should fear; seeing that death, a necessary end, will come when it will come”


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