Der Untergang

“Sie müssen auf der Bühne zu sein, wenn der Vorhang fällt”
(Usted debe estar en el escenario, cuando cae el telón)

Adolf Hitler, “no era el diablo en La Tierra, ni un demente”
Eso sería darle una descripción sencilla, a un personaje tan complejo, que surgió de la nada, construyó un Imperio, sesgó la vida de millones de personas, consiguió el apoyo del pueblo hasta último momento, y trajo la destrucción a una enorme cantidad de naciones, incluyendo la alemana.
No, no hay definiciones fáciles, que puedan resumir en una sola frase, a semejante figura, que oscureció la primera mitad del siglo XX.
La figura de Hitler, ha sido llevada a la pantalla numerosas veces, sin embargo, sólo en contadísimas ocasiones, se han hecho películas tratando el tema desde la perspectiva “humana” del personaje.
Hecho este muy comprensible, debido al riesgo que se corre, al dotar de humanidad, al responsable directo de la muerte de más de 50 millones de personas.
Tanto la representación de Hitler por parte de Hollywood, como los comentarios de la crítica sobre filmes, y series basados en su vida, suelen representar las posturas políticas de hacedores y críticos; incluso los actores que han encarnado a Hitler previamente, como Alec Guiness o Anthony Hopkins; generalmente sobreactúan, e intentan dar una imagen del dictador, que ronda la caricatura.
Es como si todo el mundo quisiera descargar sus dardos sobre Hitler, como represalia de la masacre que provocó en La Segunda Guerra Mundial.
Pero es absurdo; aún individuos como Hitler, son seres humanos, deleznables, pero lo son, personas de carne y hueso, con sentimientos, ideas, lealtades, y temores.
Al final de La Segunda Guerra Mundial, Hitler estableció su residencia, en el búnker de La Cancillería, el 16 de enero de 1945, desde donde ejerció La Presidencia de un Tercer Reich en proceso de desintegración, debido a que Los Aliados estaban avanzando tanto por el este, como por el oeste.
Para finales de abril, las fuerzas soviéticas habían entrado en Berlín, y estaban librando una lucha hacia el centro de la ciudad, donde se encontraba La Cancillería.
La Batalla de Berlín, fue la última “Gran Batalla en Europa” durante La Segunda Guerra Mundial; que comenzó el 20 de abril de 1945, tras el inicio de una gran ofensiva de La Unión Soviética sobre la ciudad, capital del Tercer Reich, y finalizó el 2 de mayo de 1945, cuando los defensores alemanes rindieron la ciudad al Ejército Rojo.
Aunque la producción armamentística alemana se mantenía, e incluso se había incrementado notablemente a finales de 1944, existían problemas de abastecimiento de materias primas, de combustible, y munición, a lo que se sumó además, la perdida de Silesia, lo que llevó al propio ministro de armamentos, Albert Speer, a reconocer que “la guerra estaba perdida”
Pese a ello, las tropas alemanas destacadas en El Frente Oriental, luchaban con fiereza y determinación:
“Estamos perdidos”, reconocía en enero de 1945, un sargento alemán, “pero lucharemos hasta que caiga el último de nuestros hombres”
Los soldados eran conscientes de lo sucedido en los territorios ocupados, y sabían que los soviéticos estaban dispuestos a cobrarse venganza.
Y es que antes del inicio de La Batalla de Berlín, los soviéticos consiguieron rodear la ciudad, gracias a sus victorias en Las Batallas de Las Colinas De Seelow y Halbe.
Y el 20 de abril, el mismo día que Hitler cumplió 56 años, la artillería soviética bombardeó Berlín.
El Primer Frente Bielorruso, dirigido por El Mariscal de La Unión Soviética, Georgy Zhukov, comenzó a bombardear el centro de la ciudad, mientras que El Primer Frente Ucraniano, dirigido por el Mariscal Ivan Konev, empujó al sur, a los restos del Grupo de Ejércitos Centro.
Los defensores alemanes, estuvieron dirigidos principalmente por Helmuth Weidling, y consistieron en agotadas, mal equipadas, y desorganizadas divisiones de la Wehrmacht, y las Waffen-SS, a los que se sumaban muchos voluntarios extranjeros de las SS, y voluntarios mal entrenados de Las Juventudes Hitlerianas, y el Volkssturm.
Por ejemplo, la localidad de Seelow, era defendida por jóvenes soldados de La 9ª División de Paracaidistas, cedidos por Hermann Goering; estos inexpertos soldados, solo contaban con 2 semanas de entrenamiento en infantería, y eran dirigidos por pilotos, sin conocimientos de las tácticas de combate terrestre.
Durante los días que duró la batalla, los soviéticos avanzaron rápidamente, a través de las calles de Berlín, hasta llegar al centro de la ciudad, donde los combates se libraron, cuerpo a cuerpo, y casa por casa.
Así el panorama, para el 22 de abril, Hitler padeció lo que algunos historiadores describen como “una crisis nerviosa”, durante una de sus reuniones para examinar la situación militar, al admitir públicamente, que la derrota era inminente, y que Alemania perdería la guerra.
Por lo que Hitler entró en un estado de histeria, gritando que sus Generales lo habían traicionado, y que Alemania había sucumbido ante una sarta de traidores y cobardes; para después salir de la habitación desmoronado anímicamente.
Por su parte, la enfermera, Erna Flegel, declaró que Hitler parecía quizás, 15 o 20 años mayor, tras esa última reunión con sus Generales, y temblaba fuertemente su mano izquierda.
Otro hecho fue que, entre la noche y la madrugada del 28 al 29 de abril, Adolf Hitler contrajo matrimonio con Eva Braun, en una sencilla ceremonia, donde acuden los principales habitantes del “Führerbunker”, incluyendo al matrimonio Goebbels.
Una de las secretarias personales de Hitler, Traudl Junge, describió así la energía que emanaba de la persona de Hitler:
“Cuando estaba presente, Hitler, todo el edificio bullía de actividad, todos corrían, los teléfonos sonaban, los radio espectadores no cesaban de enviar y recibir notas de comunicados...
Cuando él estaba ausente, todo volvía a una monótona normalidad, Hitler era como una especie de dínamo”
Junge describió a Hitler, como una persona que presentaba 2 personalidades:
Una muy considerada y afable; y otra muy fría, iracunda, y avasallante en extremo, apasionada, y calculadora.
Cita Junge en sus remembranzas:
“Hitler era vegetariano, gustaba del té, y además no soportaba el calor; no se podía fumar en su presencia, y hacía climatizar sus ambientes, a no más de 11 °C de temperatura.
Otro de los aspectos, es que a Hitler le gustaba escuchar chismes, pues lo distraían de su realidad.
Además, se acostaba muy tarde, a las 3 o 4 de la madrugada, y se levantaba también muy tarde, entre las 10:00 y las 11:00 horas”
Una vez finalizada la boda, Hitler redactó sus testamentos:
Uno político, y otro personal.
En su testamento privado, del que nombra albacea a Martin Bormann, Hitler explica su decisión de casarse con Eva Braun, la voluntad de ambos de morir, y ser incinerados para escapar a la vergüenza de la derrota, y lega sus posesiones al Partido, o al Estado, si aquel dejara de existir, con la excepción de su colección de cuadros, cuyo destino sería un nuevo museo en Linz, y los recuerdos personales, o incluso bienes que a juicio de Bormann fueran necesarios para el sustento de los sirvientes, o allegados que le habían servido con lealtad.
Su testamento político, por el contrario, es más extenso:
Una primera parte, en la que reitera su tradicional retórica antisemita, acusando a los judíos de provocar el estallido de la guerra, y recordando su profecía de que, en ese caso, no serían millones de arios los que morirían, sino los verdaderos culpables, en lo que parece una transparente alusión a la solución final.
Considera que algún día, aquella lucha de 6 años, acabaría siendo considerada “un momento glorioso” y parece achacar la responsabilidad de la derrota, a sus viejos antagonistas:
Los oficiales del Ejército, no así a los de La Marina; por su falta de arrojo y fidelidad.
En la segunda parte, pasa a nombrar un nuevo gobierno, y comienza expulsando del partido, y desposeyendo de todos sus cargos a Hermann Goering, al que acusaba de deslealtad, por intentar sucederle y tomar el poder prematuramente, y a Heinrich Himmler, por negociar a sus espaldas con el enemigo.
En lugar de Goering, Hitler escogió para sucederle, a Karl Dönitz, recuperando para él, el cargo de Presidente del Reich, que había ostentado Hindenburg.
Y premió la fidelidad de Joseph Goebbels, con el nombramiento de Canciller, y sustituyó como Ministro de Asuntos Exteriores, a Joachim von Ribbentrop, por Arthur Seyss-Inquart; como Reichsführer-SS a Himmler, por Karl Hanke; y puso al frente del Ejército, al General Ferdinand Schörner.
Ambos documentos, estuvieron terminados sobre las 4 de la mañana, hora a la que constan las firmas de Goebbels, Bormann, Wilhelm Burgdorf, y Hans Krebs, en el testamento político; mientras para el privado, Nicolaus von Below, añadió la suya a las de Goebbels y Bormann.
Cerca del mediodía, salieron emisarios con copias de los documentos, a diferentes destinos:
Una copia del testamento político, se le confío al ayudante de Hitler, Willi Johannmeier, para ser entregada al General Schörner, y debían llevar copias de ambos testamentos, Wilhelm Zander, adjunto de Bormann, a Dönitz, y Heinz Lorenz, Oficial del Ministerio de Propaganda, que además portaba un “Apéndice al testamento político del Führer”, escrito por Goebbels, que debía hacer llegar a La Casa Parda, la sede del Partido Nazi en Múnich.
Por diferentes circunstancias, ninguno de los mensajeros, consiguió completar su misión.
El día 29 de abril, Hitler comenzó a realizar los últimos preparativos para su suicidio.
Asimismo, se enteró de la ejecución de su aliado, Benito Mussolini, víctima de los partisanos antifascistas, y juró no compartir su misma suerte, pues fue colgado boca abajo, junto con su amante, Clara Petacci, en una gasolinera de Milán, donde sus cadáveres sufrieron todo tipo de maltratos…
No es seguro que conociera los detalles, y no tiene fundamento la tesis de que estos le influyeran más allá de reforzar una decisión ya tomada.
Por la tarde, antes de la sesión informativa diaria con sus Generales, Hitler hizo matar a su perra, Blondi.
Hitler, ya había proporcionado ampollas de ácido prúsico, suministradas por su médico, Ludwig Stumpfegger, a sus secretarias, y otros miembros del personal del búnker, y decidió probarlas con Blondi, para lo que hizo llamar a su antiguo cirujano, el profesor Werner Haase, que envenenó al animal, ayudado por Fritz Tornow, El Sargento encargado del cuidado de los perros del Führer, que ya había matado a tiros a los otros 2 que le pertenecían.
Hitler, no presenció el envenenamiento, pero acudió a contemplar unos instantes, y en silencio, el cadáver del animal.
Según Junge, Hitler quedó contemplando pensativo, un cuadro del Federico “El Grande” en su despacho, y luego a continuación, ordenó al personal que no fuese indispensable, abandonara el Búnker.
Hacia el mediodía del 30 de abril, comunicó a Martin Bormann, la decisión definitiva de suicidarse, y dio a su ayudante, Otto Günsche, instrucciones estrictas sobre la cremación de su cuerpo y el de su esposa, según dijo, “no quería que fueran exhibidos en el museo de cera de Moscú”
Inmediatamente, Günsche ordenó al chófer de Hitler, Erich Kempka, que consiguiera unos 200 litros de gasolina, y los hiciera llevar al jardín de La Cancillería.
Después, y como de costumbre, sobre la 13:00, Hitler almorzó con aparente tranquilidad, en compañía de sus secretarias:
Traudl Junge y Gerda Christian, y de su cocinera, Constanze Manziarly.
Después de comer, Hitler se retiró a sus habitaciones, y regresó poco después, acompañado de Eva Braun, para una última ceremonia de despedida.
Allí estaban presentes:
Martin Bormann, Joseph Goebbels, Wilhelm Burgdorf, Hans Krebs, Otto Günsche, Walther Hewel, Peter Högl, Heinz Linge, Werner Naumann, Johann Rattenhuber, y Erich Voss, además de Magda Goebbels, Else Krüger, y las otras 3 mujeres asistentes a la comida.
Hitler les dedicó solo unas pocas palabras y, tras estrechar las manos a todos, regresó a su estudio, de donde solo volvió a salir, para visitar a Magda Goebbels que, angustiada por su futuro, y el de sus hijos, probablemente le pidió que reconsiderara su decisión de no abandonar Berlín.
Después de la conversación, poco antes de las 15:30 horas, se encerró por última vez en su despacho, acompañado casi inmediatamente por Eva Braun.
Todo el grupo, al que se unió en el último momento, Artur Axmann, permaneció en espera, mientras Günsche hacía guardia ante la habitación y, tras unos 10 minutos, en los que no se oyó ningún sonido, fue Linge quien asumió la responsabilidad de abrir la puerta, haciéndose acompañar por Bormann.
Allí encontraron a Hitler y Eva Braun, sentados en el sofá del despacho:
Ella recostada a su izquierda, desprendiendo el olor a almendras amargas, característico del ácido prúsico, y con un revólver al lado, que no llegó a utilizar; mientras que Hitler tenía a sus pies, la pistola Walther PPK de 7,65mm, con la que se había disparado un tiro en la sien derecha, de la que seguía manando la sangre.
Así llegaba a su final, Adolf Hitler, Führer de Alemania, cometiendo suicidio en el Führerbunker, donde inmediatamente después, los 2 cadáveres fueron rociados con gasolina, y quemados en el patio trasero de La Cancillería del Reich, por los ordenanzas, y asistentes personales del Führer; al igual que muchos de sus altos cargos y seguidores incondicionales, cometieron suicidio tras la noticia.
Una media hora después, Günsche ordenó a 2 miembros de La Guardia Personal de Hitler, Ewald Lindloff y Hans Reisser, que se encargaran de enterrar los cadáveres.
Lindloff lo hizo en alguno de los cráteres de bombas que se habían formado en el jardín, donde ya se estaban depositando los restos de otras víctimas procedentes del hospital, que se había instalado en La Cancillería, y declaró que los cadáveres estaban “completamente consumidos”, y en un “estado terrible”, muy probablemente además, dañados, y posteriormente dispersos por efecto del bombardeo que todavía continuaría un día más.
Otros 2 guardias del exterior del recinto, Hermann Karnau y Erich Mansfeld, confirmaron que los cuerpos estaban “carbonizados, encogidos, e irreconocibles”
A las 16:00, Günsche le confirmó a Reisser, que Lindloff ya había completado la tarea, y que no era necesaria su ayuda.
Tras la muerte de Hitler, en la noche del 30 de abril, Weidling envía al General Hans Krebs, al Cuartel General del General soviético, Vasili Chuikov, Jefe del Octavo Ejército de La Guardia del Primer Frente Bielorruso, para acordar los términos de una rendición aceptable, según los términos de Joseph Goebbels, quien dirige de facto, a las fuerzas alemanas, tras el suicidio del Führer.
Chuikov, es informado sobre la muerte de Hitler, pero rehúsa admitir las exigencias de Goebbels, y anuncia que solo puede aceptar una rendición incondicional.
Impedido para aceptar esa oferta, Krebs retorna al Führerbunker, poco antes del amanecer del 1 de mayo, y comunica a los jefes políticos y militares la respuesta soviética.
Y Joseph Goebbels advierte, que ante la respuesta de Chuikov, las fuerzas alemanas en Berlín, solo tienen como salida, proseguir la lucha.
En la mañana del 1 de mayo, en el Führerbunker, Magda Goebbels, asistida por un doctor de las SS, asesina con cianuro y sedantes, a sus 6 hijos.
En la tarde de ese mismo día, ella se suicida junto a su marido, mediante disparos en la cabeza.
Al día siguiente, se suicidan en el Führerbunker:
Los Generales Wilhelm Burgdorf y Hans Krebs.
Y es en medio de la noche, cuando los soldados, oficiales, y personal civil, intentan la huida del Führerbunker, con la intención de llegar a los territorios bajo control de EEUU.
El General Weidling, por su parte, no participa en este intento de huida, pero acepta que lo hagan sus subordinados, mientras intenta buscar un acuerdo para rendirse al Ejército Rojo, en tanto que ahora él es la máxima autoridad de Berlín, tras el suicidio de Goebbels.
Finalmente, a las 01:00 horas del 2 de mayo, El General Weidling, con su estado mayor, envió un mensaje al General soviético, Vasili Chuikov, para solicitar la rendición incondicional.
Por lo que Chuikov se entera entonces de la muerte de Krebs, y acepta a Weidling, como Jefe Máximo de la guarnición berlinesa.
Para el amanecer de ese día, las tropas soviéticas, lanzan un asalto final hacia La Cancillería del Reich, pero hallan muy poca resistencia, en tanto la mayor parte de los defensores, se habían unido al fallido intento de “ruptura”
Weidling, rindió Berlín de manera incondicional, a las 08:45 horas del 2 de mayo, y requirió por radio, a los defensores alemanes, que cesen la lucha de inmediato.
Para esas horas, los focos de resistencia alemana en la ciudad, eran ya muy reducidos, y la mayor parte de Berlín, estaba bajo control soviético.
Ante la orden de Weidling, algunos nazis fanáticos, optaron por suicidarse esa misma mañana.
No cabe duda que Adolf Hitler es una figura fascinante, desde el punto de vista de su complejidad:
Locos y malvados, no dominan al mundo; el demente no capta seguidores, y el malvado, disfruta del daño que provoca.
En cambio Hitler, es directamente, un individuo amoral, un sujeto que puede cometer las más terribles acciones sin mosquearse, y que toma semejantes decisiones, por una cuestión de ideología “mesiánica” y de expeditiva practicidad, y que puede irse a dormir sin remordimientos de conciencia, después de ordenar una masacre…
Pero a su vez, son individuos que poseen una formidable astucia para captar las necesidades de la gente que le rodea, y poder manipularlas de acuerdo a sus requerimientos.
Son seres humanos muy especiales, que viven en una burbuja aislada de la realidad, y que tienen sentimientos, pero sólo por los individuos que se encuentran con él, dentro de esa burbuja.
El resto de las personas, son objetos, de los cuales puede dispensar sus vidas, con absoluto desinterés.
La figura de Hitler, no difiere mucho de la de los asesinos seriales, que consideran a sus víctimas como “no humanas”, con el mismo valor que cuando uno mata a un insecto.
Pero además, poseen una inteligencia extraordinaria, un sentido de la oportunidad único, y un carisma fascinante.
Saben cómo estimular a los demás, seducir, aprovechar el momento histórico, y transformarse en un héroe, a la vista de su pueblo.
Él fue “el prócer de Alemania, el padre de la patria”, y la gente sólo se siente protegida por él.
En más de un sentido, Hitler terminó siendo un vengador de su nación, la Alemania derrotada y humillada por Los Aliados tras La Primera Guerra Mundial, que le insufló nacionalismo, y levantó a su país, reclamando orgullo.
Alimentó los rencores que estaban inmersos en los corazones alemanes, creando enemigos ficticios, el odio contra el pueblo judío, la búsqueda de victimarios contra los cuales descargar su ira, y supo manipular a las masas, para embarcarlos en una odisea expansionista, que se transformó en una hecatombe de sangre y locura.
Sin dudas, al final, Hitler vive en la irrealidad, que tropas fantasmas podrán dar vuelta el transcurso de la guerra ya perdida, pero de ningún modo, es un idiota.
Si uno lo compara con otros dictadores, y asesinos modernos, desde Saddam Hussein a Osama Bin Laden, nadie puede hacerle sombra.
El resto son imbéciles disfrazados.
Hitler es sencillamente, el más formidable villano de la historia:
Inteligente, carismático, expeditivo, mesiánico, despiadado...
“Morgen Millionen von Menschen werden mich verfluchen, aber das Schicksal hat seinen Lauf genommen”
(Mañana, millones de personas me maldecirán, pero el destino ha tomado su curso)
Der Untergang es un drama bélico alemán, del año 2004, dirigido por Oliver Hirschbiegel.
Protagonizado por Bruno Ganz, Alexandra Maria Lara, Corinna Harfouch, Ulrich Matthes, Juliane Köhler, Heino Ferch, Christian Berkel, Matthias Habich, Thomas Kretschmann, Rolf Kanies, Christian Redl, Elizaveta Boyarskaya, Julia Jentsch, entre otros.
El guión es de Bernd Eichinger, basado en las obras:
“Der Untergang: Hitler und das Ende des Dritten Reiches” o “El Hundimiento: Hitler y El Final del Tercer Reich” de 1945, del historiador, Joachim Fest; y en “Bis Zur Letzten Stunde” o “Hasta El Último Momento: La Secretaria de Hitler cuenta su vida” de 1947, que son las memorias escritas de Traudl Junge, una de las secretarias personales del Führer, junto a la periodista austríaca, Melissa Müller.
Historia que se desarrolla, casi en su totalidad, en el búnker donde se refugiaron Adolf Hitler y sus allegados, durante las últimas semanas de La Batalla de Berlín, alrededor de unos 10 días.
Por su parte, Joachim Fest, fue un periodista e historiador alemán, crítico y editor, muy conocido por sus escritos, y discursos sobre la Alemania nazi, incluyendo una importante biografía de Adolf Hitler, y otros varios libros sobre Albert Speer, y la resistencia alemana al nazismo; siendo una figura determinante, en el debate sobre El Periodo Nazi, entre los historiadores alemanes.
“Hitler: Eine Biographie”, fue otra obra que le lanzó a la fama como historiador; pero su siguiente, fue la más difundida, sobre el hundimiento, y el final del Tercer Reich.
En dichas obras, Fest estudió el nacionalsocialismo, y sostuvo la tesis, minoritaria, de que el ascenso al poder del partido nazi, estuvo determinado más por la personalidad de Adolf Hitler, que por las circunstancias económicas y sociales de la Alemania de entreguerras.
El libro de Fest, se centra en los últimos días del Reich, y Eichinger se dio cuenta de que la horrible epopeya de Hitler, y de su pueblo, durante los últimos 12 años en el poder, se reflejaba en aquellos últimos 12 días en el búnker.
“Los últimos días nos muestran claramente, cómo el fanatismo de masas, funcionó en los primeros años del régimen, y cómo siguió reinando hasta su triste final”, explica el guionista Bernd Eichinger.
Por otro lado, Gertraud “Traudl” Humps-Junge, nacida Gertraud Humps, fue una de las secretarias personales de Adolf Hitler, que en diciembre de 1942, supo por medio de la bailarina, Beate Eberbach, la cuñada de Albert Bormann, El Canciller personal de Hitler; que había un cargo de secretaria en La Cancillería, y logró colocarse entre las postulantes.
Hitler mismo la seleccionó en Wolfsschanze o “La Guarida del Lobo”, para labores de redacción de cartas y documentos de orden doméstico, administrativo, y personal.
El 14 de julio de 1943, luego de recibir las correspondientes autorizaciones, se desposó con su novio, Hans Hermann Junge, y en 1944 se trasladó, junto con Gerda Christian, otra secretaria del Führer, al búnker construido bajo el suelo de La Cancillería.
Durante 1945, Junge fue testigo de primera línea, de los últimos días del régimen de Hitler, y del grado de postración que se abatió sobre el Führer, perteneciendo a su círculo más íntimo, y conociendo personalmente a:
Eva Braun, compañera sentimental de Hitler; a Magda Goebbels, esposa de Joseph Goebbels; y otras personalidades femeninas.
En el último momento, Junge redactó el testamento político de Hitler, y una vez que éste, y otros habitantes del búnker se suicidaron, salió al exterior, en compañía de Otto Günsche, edecán de Hitler; Erich Kempka, y Martin Bormann, Secretario personal del Führer.
Su intención era escapar de los soviéticos, aunque finalmente fue capturada por éstos, y posteriormente entregada a los estadounidenses, quienes la pusieron en libertad, en 1947.
En 2001, a la edad de 81 años, publicó, en colaboración con Melissa Müller, el libro “Bis Zur Letzten Stunde”, en el que relata todo lo relacionado con sus vivencias durante el régimen nazi.
También, concedió una entrevista filmada, “Im Toten Winkel-Hitlers Sekretärin”, en la que, aunque ya víctima de la enfermedad, se mostró muy lúcida, y con sus recuerdos frescos en su memoria.
Pero Der Untergang, también se basa en otros libros, como:
Las Memorias de Albert Speer, “Inside The Third Reich”; el de Gerhardt Boldt, “Hitler's Last Days: An Eye–Witness Account”; el del doctor, Ernst Günther Schenck, “Das Notlazarett unter der Reichskanzlei: Ein Arzt erlebt Hitlers Ende en Berlín”; y el de Memorias de Siegfried Knappe, “Soldat: Reflections of a German Soldier, 1936–1949”
Todos esbozan un lienzo desolador de la decadencia humana, con personajes encerrados en el subsuelo, alejados de la realidad, con situaciones surrealistas, viviendo en una especie de purgatorio.
Así las cosas, el reconocimiento lo obtuvieron de una nominación para El Premio Oscar, en la categoría de mejor película extranjera; que no ganó.
No obstante, Der Untergang es la primera película alemana, que trata abiertamente el tema de Hitler, desde “Der Letzte Akt” (1956), de G.W. Pabst, narrada desde el punto de vista de un simple soldado alemán, interpretado por Oskar Werner, lo que abre una brecha en la historia del cine alemán.
Sobre el fondo, Der Untergang nos habla de la humanidad de lo deshumanizado, con todo lo horripilante que ello implica, así como la deshumanización de la humanidad; sobre la decadencia y el fracaso de lo insostenible; la incapacidad de reconocer los propios errores; la irracionalidad humana; la desconcienciación de grandes sectores de la juventud, y otros colectivos de la sociedad; sobre las distintas formas de afrontar un cambio de estas características, como:
Luchar por la vida; dejarse morir, disfrutando de tus últimos instantes; suicidarse apáticamente; o morir matando; así como sobre lo absurdo de sobrevalorar sentimientos como el honor, la patria, o el orgullo; y el sinsentido del comportamiento humano.
Con un rigor histórico, capacidad crítica, valentía para una reflexión moral, aptitud cinematográfica, y talento interpretativo, Der Untergang, no obstante, también obtuvo duras críticas, como las vertidas por el cineasta Wim Wenders, o el escritor Peter Handke, que consideraron inmoral, su imparcial tratamiento.
Como dato, para la realización, se construyó una réplica completa del búnker de Hitler, en un estudio de sonido de Bavaria Studios, cerca de Múnich:
Era un escenario de 4 paredes; en donde los actores y el equipo de rodaje, pasaron semanas en el interior de este claustrofóbico búnker, decorado con asombrosa fidelidad.
Irónicamente, las escenas de Berlín, fueron rodadas en escenarios de San Petersburgo.
Puestos en claro, a través de los recuerdos de una de las secretarias de Hitler, Der Untergang nos cuenta, los agónicos días que precedieron a su muerte, en el búnker de La Cancillería, y el final del Tercer Reich.
En un tono semidocumental, el director alemán, Oliver Hirschbiegel, abordó el aun espinoso tema de la figura histórica de Hitler con exquisito rigor.
Estamos en Berlín, en abril de 1945.
Una nación, está a punto de sufrir su hundimiento.
Una encarnizada batalla, se libra en las calles de la capital.
Adolf Hitler (Bruno Ganz), y su círculo de confianza, se han atrincherado en el búnker del Führer.
Entre ellos, se encuentra Traudl Junge (Alexandra Maria Lara), secretaria personal de Hitler.
En el exterior, la situación se recrudece…
A pesar de que Berlín ya no puede resistir más, el Führer se niega a abandonar la ciudad.
Mientras el sangriento peso de la guerra cae sobre sus últimos defensores, Hitler prepara su despedida final.
Mientras tanto, Eva Braun (Juliane Köhler) organiza fiestas, en una especie de orgía dionisíaca, con una más que evidente desconexión de la realidad.
Más tarde, cuando la derrota es inminente, cuando se derrumbe el universo creado por El Nacional-Socialismo, el suicidio será la salida más digna para muchos.
Pero horas antes de suicidarse juntos, Hitler y Eva Braun, contraen matrimonio; y posteriormente, sus cadáveres son incinerados, para que no caigan en manos del enemigo.
Muchos otros colaboradores, optan por el suicidio.
Para los que quedan, cuando la situación se hace insostenible, Magda Goebbels (Corinna Harfouch) envenena a sus 6 hijos, y seguidamente con Joseph (Ulrich Matthes) su esposo, se quitan la vida.
Poco después, Traudl Junge, y otros supervivientes, consiguen escapar en el último momento...
Como buena película basada en hechos reales, Der Untergang termina con una sucesión de fotos de los protagonistas, y con la narración de lo que han sido sus vidas, desde el fin del metraje, hasta hoy en día.
Con Der Untergang, el director nos muestra los últimos días del régimen nazi que asoló Europa, pero enfocado desde el punto de vista de 3 personajes principales:
La secretaria privada del propio Hitler, cuyo diario sirve de hilo conductor de la trama, y proporciona una forma rigurosamente lineal a la narración.
Así es como arranca Der Untergang, con su relato en primera persona, y con el cine a oscuras, como oscuros eran los tiempos que le tocó vivir…
En segundo lugar, aparece un niño combatiente en la defensa de Berlín:
Peter Kranz (Donevan Gunia)
En clara simbología del pueblo alemán, cuando el joven, agotado y enfermo, ve que ya no hay posibilidad alguna de seguir luchando, decide volver a su casa.
Allí, sus padres le aguardan como al hijo pródigo, le acuestan, y arropan.
Al lado de la cama, podemos observar los sueños de grandeza de antaño:
Soldaditos de plomo, tanques, y otros juguetes bélicos.
El niño duerme con la frente humedecida por la fiebre; y es cuando la madre pronuncia una de las frases que más gustan del excelente guión:
“... está enfermo, pero todavía vive”
El tercer personaje, es un Coronel, médico de las SS:
Ernst Günther Schenck (Christian Berkel), que representa a la parte del pueblo alemán que, aunque ha sido cómplice de la barbarie, aún posee algo de juicio y voluntad de sacrificio para con los demás.
Es una luz emergente, en un mundo en tinieblas.
Todo ello hace de Der Untergang, una película de obligado visionado, no sólo para los amantes del cine, también para todos aquellos que quieran saber un poco más de la historia reciente, basada en declaraciones fiables, pues asistimos a la lenta agonía de un líder cruel e incompasivo, hasta sus últimas horas.
También, somos testigos de, cómo el fanatismo puede llegar a comportamientos primitivos, incluso tras la muerte del líder.
Con una ingeniosa forma de rodar, en un lugar bastante difícil y claustrofóbico, pues al parecer, la reproducción del búnker es exacta; así como en las escenas nocturnas, sin más luz que la del fuego de metralla.
Aunque cuestionada por su sentido de la ética, pero alabada por su supuesta exactitud, denunciada al mismo tiempo como “pro y anti Nazi”, no existen términos medios, al momento de referirse a Der Untergang.
Ese estatus, no cambiará.
“In einem Krieg als solche gibt es keine Zivilisten”
(En una guerra como tal, no hay civiles)
Son muchas las películas sobre el nazismo, su antisemitismo, o las secuelas tras su desaparición.
Todas inciden en la crueldad, locura, y atrocidades cometidas por un dictador-visionario, que llegó al poder democráticamente, y por un séquito que le adoraba, y seguía irreflexivamente.
El poder de sugestión, la capacidad de mando, y su voluntad de doblegar al mundo entero bajo la primacía de “la raza aria”, han quedado de manifiesto repetidamente en el cine.
Lo que ahora se propone el director alemán, Oliver Hirschbiegel, es adentrarse en su cabeza, e indagar los motivos que le llevaron a cometer tales masacres, buscar cómo eso era compatible con otros rasgos de cierta humanidad, que atraían a quien le conocía, y plantearse la colaboración pasiva del pueblo alemán, acerca de lo que estaba sucediendo.
Hirschbiegel, construye una atmósfera asfixiante, en el interior de ese búnker, donde todo se desmorona, haciendo uso de una puesta en escena muy cuidada, que aprovecha al máximo las obvias limitaciones de espacio de las que dispone, y resulta destacable, la forma en la que el director va tejiendo la imparable progresión dramática.
La composición de los planos, retrata a la perfección, el desamparo y la soledad a la que se ven abocados los habitantes de ese agónico escenario, en el que a menudo, se dan situaciones que rozan el surrealismo, véase la secuencia de la boda civil de Hitler y Eva Braun, observada desde la distancia por Junge... que está mecanografiando el testamento del Führer, y cómo el funcionario le pregunta a Hitler, siguiendo la ley vigente, si es de raza aria… pero sobre todo, que alcanzan un nivel de crueldad difícilmente soportable, con la terrible y despiadada ejecución, a manos de su propia madre de los hijos de Goebbels, mostrada sin ningún tipo de recato por parte del director.
Hirschbiegel, consigue algo sumamente difícil, como es, equilibrar la rigurosa reconstrucción de aquellos oscuros días, con la imprescindible progresión dramática, exigible a un producto fílmico al uso, sin por ello renunciar a provocar en el espectador, una muy necesaria reflexión moral, mientras va revelando las debilidades que aquejan, y las atrocidades de las que son capaces los, insisto de nuevo, “seres humanos” que pueblan Der Untergang.
Y para ello, centra la historia en los últimos días de la vida de Hitler.
Escondido en el búnker de Berlín, junto a sus más allegados, bajo el asedio y bombardeo soviético; y lo hace desde el rigor del historiador, apoyado en el libro del prestigioso catedrático, Joachim Fest; y de los testimonios de la mismísima Traudl Junge, secretaria personal del Führer; pero con una mirada semidocumental, donde todo está medido, y fríamente expuesto, pues ofrece un retrato coral, plagado de matices, al retratar las distintas actitudes y personalidades allí escondidas.
El guión es ágil, y sabe mantener la tensión y perplejidad de un espectador que se introduce también en el búnker, y contempla las contradicciones de un dictador, que está dispuesto a morir matando, a arrastrar a su “amado” pueblo a la autodestrucción, al negarse a capitular, pero que a la vez dice “no derramar una lágrima por él”
Pero, junto a su deshumanización, y la de algunos de sus colaboradores, también se deja ver la realidad de un “pueblo de víctimas indefensas”, conducidas hacia la guerra, y crédulas ante el paraíso prometido por su líder, personas que seguramente ignoraban “la letra pequeña”, aunque ésta hablase de exterminios que no admiten excusa, y que por tanto, merecerían el perdón y humanidad del que juzga ese momento histórico, para no caer en la misma falta achacada a sus autoridades.
Y Der Untergang comienza y termina con un testimonio de la verdadera Traudl Junge, en que declara como injustificable, el apoyo dado a Hitler, a pesar de su juventud.
Quizás, ahí está la mayor incoherencia del guión, pues ese inserto documental, contradice la visión aportada por la actriz que la interpreta, y bajo cuya ingenua y emotiva mirada, asistimos en muchos momentos, a un relato de la historia de tono distinto.
El director crea un mosaico, más allá de la figura de Hitler, bajo su influjo, hay varias subtramas, mirada poliédrica de los acontecimientos:
La de la secretaria, que ve los hechos con una miscelánea de embrujo inocente y melancolía.
La de los Goebbels, reflejo del fanatismo dogmático más extremo hacia Hitler.
El doctor militar, Ernst Günther Schenck, representa la sensatez y el humanitarismo en medio del horror.
La del desencantado General Monke, refleja el hastío del guerrero, pero obligado por el sentido del deber.
La del niño, Peter Kranz, empujado en su ingenuidad, a combatir en las derruidas calles berlinesas, reflejo de la sinrazón de una guerra, que convoca a niños a coger las armas, esto mientras su padre intenta que deje de “jugar” a la guerra, este refleja el cansancio vital de la población civil…
En lo formal:
Decorados, fotografía, y diseño de producción, dan verosimilitud a lo narrado, pero especialmente, las magníficas interpretaciones de los actores, donde destaca Bruno Ganz, en el papel de Hitler, el cual sobrepasa la mera imitación.
Curiosamente, en Der Untergang, no se explica el porqué del horror nazi…
Ni como pudo llegar el partido nacionalsocialista alemán, a convertirse en el alma del Estado Teutón, durante 12 años.
Pero se intuyen las fuerzas, y los hombres que encumbraron a Hitler en el poder.
Se intuye en el respeto al Führer:
“Su secreto”
El secreto que explica, cómo un hombre como Hitler, llegó a convertirse en el guía de todo un pueblo:
Su oratoria, su carisma personal, y un sistema policial y represivo, que obedecía ciegamente todas sus órdenes, alzo a Hitler, a la cúspide del poder político, militar, e ideológico; por lo que Der Untergang, es una película sobre la caída de un Imperio, El Tercer Reich, que aun, a punto de morir de asfixia, seguía creyendo en su líder.
La verdad es que Der Untergang, trata de ser bastante más ambiciosa, aunque usa como centro de gravedad al dictador, encarnado con aterrorizante concentración por el actor suizo, Bruno Ganz; “el teatro de la acción”, se extiende a la paranoia de su círculo personal:
Himmler, Goering, Goebbels… la cotidianeidad bajo tierra, de los diversos habitantes del búnker, como los empleados, los operarios, y los oficiales… la creciente desesperación de los soldados, que dan la batalla contra los rusos en las afueras de Berlín, y la total descomposición de la vida urbana, dentro de una ciudad en ruinas.
Sin embargo, el punto de atención focal, el que sirvió en el fondo para vender la historia, sigue siendo Hitler, o más precisamente, un intento de poder retratar al personaje en su esfera privada; lejos de los focos, del estrado, y los discursos preparados.
Este Hitler, es creíble, por eso produce escalofríos; y Bruno Ganz está a la altura, pues no sólo estudió extensivamente a pacientes de Parkinson, en una clínica suiza, sino que tuvo acceso, al único metraje existente de Hitler en privado:
Son 11 minutos de animada charla, filmados en forma secreta, por la inteligencia finlandesa en 1942, durante el cumpleaños de un general de su ejército, y que fueron descubiertos recién, en 1992.
Y eso es lo verdaderamente terrorífico, porque cuando Hirschbiegel nos obliga a afrontar el abismo de hacernos comprensibles, algunas de las reacciones de Hitler para con sus más allegados, en el fondo, está volviendo a afirmar, con más fuerza que nunca, la vieja teoría de Hobbes sobre “la naturaleza intrínsecamente perversa del hombre”, que el mal no es algo que se pueda tratar como una perturbación ocasional, sino que es algo que subyace en nuestro interior, y que cada uno debe combatir a como pueda.
Es ahí donde cobran pleno sentido, los distintos puntos de vista de los personajes que se arremolinan en torno al ojo del huracán, que no son sino expresiones de ese terreno, estrictamente personal, donde cada uno debe marcar la línea conforme a sus propias convicciones morales.
Y Der Untergang es la radiografía de un Hitler terminal, ridículamente enajenado de la realidad, incapaz de asumir su fracaso, y por tanto, exento de arrepentimiento, pero también, del desmoronamiento de un entorno que, ante el inminente naufragio, huye despavorido, se entrega a la confusión, o se refugia en unas últimas horas de frivolidad y placer.
La transformación de Bruno, en el personaje, es absoluta, tanto que es capaz de mostrarse colérico, egocéntrico, e incapaz de reconocer sus propios errores, a la vez que puede mostrar preocupación por el destino de algunos de sus subordinados, o felicitar a una cocinera por su guiso; un hombre que ve con impotencia, cómo le traicionan algunos de sus hombres más allegados, mientras otros le son fieles hasta las últimas consecuencias, por estremecedoras que resulten; un ser que, rayando en la locura, planea ataques imaginarios con tropas que ya no existen, mientras los rusos estrechan el cerco, se desconecta de la realidad, haciendo encargos imposibles de cumplir, a unos mandos que no se atreven a llevarle la contraria, o persiste en la dicotomía de proclamar la superioridad de la raza aria, mientras es capaz de afirmar que la destrucción de su pueblo, es consecuencia directa de su debilidad, un hecho inevitable de la naturaleza, y que no derramará una lágrima por él, llegando al punto de ordenar la destrucción de todas las infraestructuras del país.
Todo ello, mientras envejece ante nuestros ojos, según va tomando conciencia de su final, disimula el frenético temblor de su mano izquierda, fruto de su cada vez más evidente Parkinson, o se arrastra como una bestia herida, por las paredes del búnker, mientras planea su propia muerte.
Tampoco resulta casual, la forma en la que se nos presenta por primera vez a Hitler:
La figura del Führer, tiene un peso tan enorme en el inconsciente colectivo de toda la humanidad, que basta con pensar en su nombre, para asociar a él, la representación del mal con mayúsculas, como responsable de haber sido el ideólogo, y haber puesto en marcha, el más terrorífico mecanismo de destrucción sistemática que ha visto el ser humano, responsable directo, por tanto, de la pérdida de más de 50 millones de vidas.
Por eso, cuando aparece por primera vez en pantalla, el Hitler encarnado por Bruno Ganz, y se nos muestra como una persona amable, atenta, y comprensiva ante los nervios de la candidata a ser su secretaria personal, y alimentando con cariño a su perra, basta esa imagen, para descolocarnos por completo.
Porque Der Untergang, es una obra plenamente consciente de la tarea que tiene por delante:
Servir, tras casi medio siglo de casi absoluto silencio por parte del cine alemán sobre el tema, para afrontar esa necesaria tarea de mirar al mal de frente, y retratar a Hitler como lo que, por más que nos disguste admitirlo, era:
“Un hombre”
Por su parte, la actriz rumana, Alexandra Maria Lara, encarna a Traudl Junge, el hilo conductor, aportando con su candoroso rostro, toda la inocencia y la incertidumbre, a un personaje que representa a ese pueblo alemán entregado a la causa nacionalsocialista, ignorante en buena medida, de las terribles consecuencias que ocasionaría.
El resto del elenco, es una especie de “quién es quién” del cine alemán contemporáneo.
Todos ellos, abordaron sus papeles, con un cuidado exquisito.
Julianne Köhler, da vida a Eva Braun, cuyo principal papel, parece ser dar el contrapunto decadente:
Mientras en las calles los niños luchan contra los tanques soviéticos, Eva organiza fiestas en el búnker, y se preocupa por el destino de sus joyas.
También tienen un importante peso, Los Goebbels, que están retratados como una pareja de fanáticos, que creen en los ideales del nacional-socialismo, más incluso que el propio Hitler, prefiriendo el suicidio, antes que el deshonor de un mundo no-nazi.
No falta tampoco, el nazi “bueno”, El Dr. Schenck, que se preocupa por la salud de sus conciudadanos, por encima de la suya propia, de ideales, o de órdenes.
Así asistimos a escenas de bombardeos continuos, de mutilados sangrientos que los médicos no pueden atender... pero sobre todo, y es la de mayor dureza, atemperada por la música, al sacrificio de los niños Goebbels, a manos de su propia madre, antes de su suicidio, y del de su marido.
Esta escalofriante escena, muestra la fe y convencimiento ciego, de algunos alemanes en el mundo que Hitler había ideado.
Por eso, Albert Speer, con su confesión final al Führer, de que ha desobedecido sus órdenes de destruir las infraestructuras; ese Dr. Schenck, que no puede sino tratar de imponer un punto de cordura en medio del caos, y ayudar en lo que pueda a paliar el sufrimiento de la población civil; o incluso, el egoísta comportamiento de ese arribista sin escrúpulos que es Hermann Fegelein, (Thomas Kretschmann) el cuñado de Eva Braun, que intenta convencer a los que le importan, de que han de abandonar el búnker; son contrapuestos al fanatismo desbocado de los siniestros Goebbels, o a la permanente desconexión de la realidad, de una Eva Braun que huye hacia adelante, organizando incomprensibles festejos, y que es capaz de disociar, en una afortunada línea de diálogo que clava su personaje más que ninguna otra cosa, a Hitler del Führer.
Se contraponen, de la misma forma, las borracheras de los desesperados oficiales, conscientes de que el fin está cerca; frente al profesionalismo de un General, que pasa de recibir una orden de ser fusilado, por cambiar su puesto de mando, a ser nombrado Comandante en Jefe de la defensa de Berlín; o los arrebatos suicidas de algunos SS, por no mencionar ese padre mutilado de guerra, que intenta salvar a su hijo, y a los chiquillos que lo acompañan, de una muerte segura, mientras siniestros escuadrones de la muerte, van ejecutando civiles de forma arbitraria.
Un paisaje del caos, donde cada uno se posiciona según su conciencia.
Además, mientras que no escatima imágenes de sangre por doquier, y son numerosas las ejecuciones y suicidios explícitos... Der Untergang hace 2 excepciones, en el caso de los suicidios de Hitler y Eva Braun; y del matrimonio Goebbels; con estas pudorosas elipsis, se esquiva el tratamiento humano del Führer, el de ser uno más de los mortales, pretendido por el director, y se alienta una imagen de “mito inmortal”, aunque negativo, es como si el espectador se percatara, de que ha muerto un individuo, pero que permanece, invisible y al acecho, la ideología nacional-socialista...
Lo que más sorprendió, fue la tranquilidad, y la ligereza con que todos preparaban su propia muerte, y la de los demás, como una forma de escapar, cuando ya estaba todo perdido.
Y parecen más locos los que seguían a Hitler ciegamente, que el propio Hitler, pues véase la mujer de Goebbels, Magda…
Eso realmente es demencia.
Las secuencias de Magda Goebbels, deben estar entre lo más duro y cruel que se haya visto en cualquier formato en esa temporada.
Más allá de, si alguien califica de maniqueas sus implicancias, o si se reconoce su eficiencia narrativa, lo cierto es que circulan por la delgada frontera, entre lo que la propia audiencia podría calificar como “filmable” e “infilmable”
Con todo, Oliver Hirschbiegel, fue destrozado en su país, y en buena parte de Europa, por aquellos que cuestionaron la humanización, y cierta tendencia a la trivialización de una trama que transcurre durante los bombardeos de Berlín, por parte del ejército soviético, en abril y mayo de 1945, que les costaron la vida a decenas de miles de personas, así como el alto grado de empatía que generan varios personajes, incluidos varios momentos del propio Hitler.
Tampoco le perdonaron el hecho de mostrar al pueblo berlinés, como una mera víctima de una cúpula político-militar enajenada, eludiendo así, cualquier tipo de responsabilidad, por parte de la sociedad civil.
Por mostrar las fiestas organizadas por la propia Eva Braun, mientras las bombas caían a metros del refugio, orgías, y bacanales; condecoraciones de niños soldados, que luego serían abandonados a su suerte; ahorcamientos y fusilamientos a sangre fría, pilas de cadáveres, imágenes de miembros amputados, diálogos, y situaciones que evidencian el desprecio más absoluto por la suerte de la población, y el sinsentido de una guerra extendida, mucho más de lo lógico, por el fanatismo y la decisión de no capitular ante el enemigo.
Ante la polémica de la “humanización” del Führer, pues... no la entiendo…
¿Es que Hitler no era un ser humano, básicamente?
¿Quizá detrás de toda esa “demencia”, y mal fondo, no era de carne y hueso?
Sin duda, su guionista y director, fueron inteligentes en dotar a Der Untergang, de esa parte desconocida del personaje, haciendo aún más duro su declive y caída, el amargamiento del “Ángel Caído”, del ídolo humillado, de la sinrazón de toda su ambición, de otro modo, hubiese resultado un acabado plano y consabido, previsible y ya visto, como tantas otras películas, y otros cientos de documentales.
Y no deja de ser interesante la crítica que se hace sobre el honor patrio…
Los Generales y Comandantes, están siempre dispuestos a pegarse un tiro en la sien, sólo por no verse cogidos prisioneros por manos bolcheviques…
La conversación que tiene el doctor, Ernst Günther, con un diplomático que quería quitarse la vida, ejemplifica muy bien ese aspecto, en la que todo el mundo da más importancia al concepto del honor, que a la propia vida, en sí misma.
¿Se es, o se puede ser completamente leal?
¿Los códigos de honor, aún tienen relevancia en nuestra cotidianidad?
La decisión del guionista, Bernd Eichinger y de Hirschbiegel, de ubicar a pocos personajes, como el humanitario médico, el noble General, la inocente secretaria, y un chico que escapa de la muerte en el frente de combate; como contracara del horror que los circunda, no hace otra cosa que acentuar los contrastes entre ellos, y la falta de compasión, la locura y la brutalidad de la jerarquía nazi.
Pero hay más decisiones para la polémica:
El accionar desalmado de, por ejemplo, el matrimonio Goebbels, que envenena a sus 6 hijos, justificando la decisión con la frase:
“No dejaré que crezcan en un mundo, en el que no exista el nacional-socialismo”
O los desvaríos y desplantes del Führer, a quien en la intimidad, incluso se lo presenta como un hombre atento y afable, resultan casi simpáticos.
Es precisamente, esta decisión de mostrar al Hitler cotidiano, felicitando al cocinero por unos exquisitos ravioles, o besando a su querida Eva Braun, la que podrá indignar a aquellos que no pueden separar la figura del dictador de los horrendos crímenes que cometió.
Mientras tanto, aunque a los detractores poco les interese, en cualquier otro terreno que se la analice, Der Untergang no sólo ya no irrita, sino que ofrece múltiples pasajes de buen cine; algo que se agradece que no proceda de Hollywood, sino precisamente de la misma Alemania, que muestra al Führer y a sus colaboradores, desde ese ángulo tan poco explorado.
No es que se nieguen los crímenes cometidos en ese período tan tenebroso de la historia, no es que Hitler y su entorno, se vuelvan queribles...
Sencillamente, uno entiende, aunque no comparta ni justifique, qué motivos los impulsaron; Hitler no se veía a sí mismo como un monstruo.
Al contrario, iba a llevar a Alemania a la grandeza, y al mundo, a una nueva Era Dorada.
El nacional-socialismo, era el sueño que se derrumbaba para angustia de quienes querían ese futuro para su país.
Viendo a Hitler y al matrimonio Goebbels sufrir por ese sueño tan acariciado que se desvanece, uno no puede menos que lamentar que no hayan luchado, y más exitosamente, por una mejor causa.
Porque uno, a priori, no le desea dolor a nadie, pero hay cosas inadmisibles.
Y no obstante, uno se lamenta igual, y no sólo por el Führer y sus incondicionales, sino también por esta maldita humanidad, que tan poco acierto, demuestra a la hora de hacer elecciones.
Decididamente, Der Untergang es un enfoque distinto.
Y los rusos hicieron muy bien su trabajo, que no era otro que vengarse, y es lo que se refleja aquí.
Eso sí, no aparece nada en Der Untergang, sobre las cientos de miles de alemanas violadas; sólo muertos y heridos por doquier, pero ilustra bastante bien, lo que fue uno de los episodios de más espantoso sufrimiento de la población civil durante la guerra que terminó en el 45.
Sin lugar a dudas, Der Untergang es uno de los más poderosos, acerca de La Segunda Guerra Mundial, pero simplemente, la mejor película rodada sobre el dictador.
Por último, destacar en la banda sonora, ese acompañamiento instrumental del aria “When I am laid in earth” o “Cuando yazca bajo la tierra”, de “Dido and Aeneas” de Henry Purcell, una de las arias más conmovedoras de toda la ópera, considerada hoy en día, como una de las mejores de la historia de la música; y que en Der Untergang resulta muy apropiada, porque en la ópera, tiene lugar cuando La Reina de Cartago, ve aproximarse su final.
“Der Krieg ist verloren...
Aber wenn Sie denken, dass ich für Berlin, dass zu verlassen, leider falsch sind Sie.
Ich würde es vorziehen, eine Kugel in den Kopf gesetzt”
(La guerra está perdida...
Pero si usted piensa que voy a dejar Berlín por eso, está muy equivocado.
Prefiero ponerme una bala en la cabeza)
Los últimos deseos de Hitler, expresados en su testamento político, establecían que El Almirante Karl Dönitz, se convirtiera en Presidente del Reich, mientras que Joseph Goebbels, sería el nuevo Canciller de Alemania.
Sin embargo, el suicidio de este último, junto con el resto de su familia, dejó a Dönitz, con la responsabilidad de acabar con la guerra.
Finalmente, el 8 de mayo de 1945, El Alto Mando Alemán, se rindió incondicionalmente a Los Aliados, finalizando de esta forma, la guerra en Europa.
Pero la falta de información pública, referente al paradero de los restos de Hitler, y los informes confusos al respecto, animaron los rumores de que Hitler podía haber sobrevivido al fin de La Segunda Guerra Mundial.
La duda, se suscitó intencionadamente por las autoridades de La Unión Soviética, que ocultaban información relevante sobre el suceso.
En gran parte, a causa de las distintas versiones dadas por los soviéticos, y su negativa a colaborar con las investigaciones de los aliados occidentales sobre el final de Hitler, y el destino de su cadáver, su muerte se puso en duda durante mucho tiempo, creándose toda suerte de mitos.
El Régimen Stalinista, consideró conveniente mantener dudas sobre el cadáver del líder nazi, como arma de propaganda durante La Guerra Fría, acusando a los gobiernos de EEUU y Gran Bretaña, de ocultar un presunto “escape” de Hitler hacia España o Sudamérica, sea en un submarino, o bajo una identidad falsa.
Esta incertidumbre, aumentada por el hecho que el gobierno soviético rehusaba dar información detallada sobre el cadáver de Hitler, o el de Eva Braun, desencadenó toda suerte de mitos sobre el destino final de Hitler, que perduran hasta el día de hoy.
Tras la muerte de Stalin, en 1953, la política oficial de La URSS, se basó en mantener dudas sobre la muerte de Hitler, en línea con la propaganda del régimen, aunque en 1969, un periodista soviético, logró publicar un libro detallado sobre el destino de los cadáveres del Führer y su esposa.
Los rusos confirmaron finalmente en 1955, la muerte de Hitler, pero no se mostraron evidencias muy sustanciales, salvo algunos detalles odontológicos, lo que confirmaba a pesar de todo, que los rusos tenían los cuerpos.
Recientes versiones, surgidas en los años 1990, del lado ruso, confirman que los soviéticos, después de una infructuosa búsqueda, en la que incluso llegaron a especular con la posibilidad de que en La Cancillería hubiera permanecido un doble de Hitler, mientras éste escapaba de Berlín, por fin dieron con los restos irreconocibles, en parte, de Hitler, Braun, y la familia Goebbels, y que estos, secretamente, aún para el mismo General Zhukov, fueron transportados en cajas especiales a la frontera, a un cuartel militar, que luego pasaría a ser territorio de La República Democrática Alemana.
Estos restos, permanecieron secretamente enterrados bajo un jardín de dicho cuartel, en la ciudad de Magdeburgo, y sólo algunas autoridades sabían dónde estaban, hasta que en 1970 fueron exhumados, se extrajo el cráneo a Hitler, y el resto de los cadáveres fue incinerado, para evitar que su tumba fuera objeto de veneración, y las cenizas fueron lanzadas al río.
No se ha podido dar con el cráneo de Hitler, pero una parte signada como “de Hitler”, el hueso parietal de su caja craneana, está en un museo soviético.
Sin embargo, en septiembre de 2009, el arqueólogo, Nick Bellantoni, anunció que, luego de un análisis de ADN practicado a los restos, se determinó que el fragmento del cráneo, correspondería a una mujer de, entre 20 y 40 años de edad.
Por último, Traudl Junge, declaró estar en contra de las atrocidades del régimen de Hitler, afirmando que durante el ejercicio de sus labores durante la Alemania nazi, nunca llegó a saber del Holocausto, u otros temas relacionados, y que en su presencia, nunca se mencionó la palabra judío; pero no le tembló el pulso al afirmar:
“Lo confieso.
Estaba fascinada con Adolf Hitler...”
Una anciana que afirma que no perdona a la joven que fue, a aquella que permaneció durante varios años al lado del Führer, ajena a todo lo que sucedía un poquito más allá de ese presuntuoso “centro del universo”, el final de Der Untergang nos enseña, que el hecho de desconocer lo que sucede, el hecho de no responsabilizarnos de la barbarie que otros puedan cometer, no nos libra de la culpa.
No es suficiente con mirar hacia otro lado, para evitar que sobre uno recaiga la responsabilidad de cometer algo incorrecto.
El mirar hacia otro lado, no exime de culpas, ya que la voluntariedad de hacerlo, conlleva necesariamente, la obligación de responder ante ciertos actos, o errores.
Ya que, pese a sus 22 años de edad entonces, Junge tenía el deber de saber lo que sucedía; y ella misma refleja en su persona, la ignorancia del pueblo alemán sobre lo que hacía su bien amado Führer en realidad.
La declaración final, de la auténtica Traudl, no deja de ser un triste intento victimista, intentando justificar su ignorancia, con una tímida denuncia de los horrores cometidos en El Reich.
Todo este estudio, hace de Der Untergang, una película rigurosa, valiente, y honesta, muy dura, y nada complaciente, que supone un nuevo acercamiento a una triste realidad del siglo pasado, pero desde una óptica nueva.
En ella se nos muestra el hundimiento del régimen nazi, y también el nihilismo y la falta de respeto a la persona que subyacía en su doctrina.
Pero, a la vez, es reflejo de la crisis de la modernidad, pues como ha destacado el historiador Fest, su origen está en el movimiento ilustrado, que piensa que el hombre es bueno, y basta con unos conocimientos, para alcanzar la felicidad... olvidando el mal y la depravación a que el hombre, Hitler es sólo un ejemplo, puede llegar.
Pero las lecciones extraídas de lo acaecido en La Segunda Guerra Mundial, parecen haber caído en saco roto.
Así lo demuestran los conflictos posteriores, de que la monstruosidad humana sigue sentada a nuestro lado, ya que forma parte de nuestra vida.
“Mirar hacia otro lado, o verla venir de frente”, es una determinación que nos concierne a nosotros.

“Ich würde eher erschossen werden, als habe diese Ehre”
(Prefiero que me disparen, a tener ese honor)



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