Fatima

“تعيش ابنتي في المجتمع الفرنسي وأنا لا أتكلم الفرنسية”
(Mis hijas viven en una sociedad francesa y yo no hablo francés)

Francia, es el país que acoge la población de origen musulmán más importante de Europa; y supone cerca de 2,5 millones, incluidos los turcos y otras comunidades musulmanas; y los más representados, son los de los 3 países del Magreb:
Marruecos, Túnez, y Argelia.
Sobre la base de los datos de La Oficina de Migraciones Internacionales de Las Naciones Unidas, la organización Pew Research Center, acaba de publicar un estudio en el que 2,780.000 inmigrantes magrebíes, se han instalado en Francia, en poco más de 20 años; esa cifra representa el 37% de los inmigrantes que han llegado allí en el mismo periodo.
La población magrebí en Francia, es la mayor comunidad de ese origen en el mundo, fuera de sus países de origen.
En 1990, 930.000 argelinos vivían fuera de su país; 1,040.000 en 2000; y 1,710.000 en 2013.
Las oleadas más numerosas, no se dieron en los años 1990, durante La Guerra Civil entre el ejército y los islamistas, sino en la década del 2000, durante el periodo llamado de “reconciliación”
La mayoría de esos emigrantes, se dirigieron hacia Francia y Canadá, y en los años 1994 y 1995, el fenómeno conoció un nuevo impulso que prosigue hasta hoy en día.
El informe, no ofrece datos sobre la descendencia de esos inmigrantes, a menudo naturalizados o poseedores de la doble nacionalidad; pero la tasa de fecundidad de ese colectivo, permite estimar en por lo menos 3 veces más, a día de hoy, la cantidad de personas de origen magrebí en Francia, calculada sobre la base de esos casi 3 millones; lo que sitúa la población de ese origen, en unos 9 millones de individuos en Francia.
Si se añaden los magrebíes ya instalados, antes del año 1990, entonces se puede llegar a los 12 millones; pero es cosa difícil de establecer con exactitud, ya que la ley francesa prohíbe las estadísticas basadas en criterios étnicos y religiosos.
En Francia, antes, el término “inmigración” reagrupaba a magrebíes, portugueses, españoles, y a los procedentes del África Negra; y tras La Unión Europea, ha aparecido una nueva polarización.
Los magrebíes y otras nacionalidades no comunitarias que residen desde hace varios años en Francia, son todavía objeto de posturas controvertidas.
A pesar de constituir la mayor población de inmigrantes en Francia, y de ser cada vez más asimilados por la sociedad de acogida, los magrebíes siguen especialmente afectados por el declive de este debate sobre la ciudadanía, abriéndose el campo a nuevos desafíos de los que son víctimas:
Xenofobia, violencia, chivos expiatorios, usos electoralistas...
Este contexto, propicia fenómenos de identidad, que se interponen como una forma de resistencia, no sólo contra la lógica asimiladora, sino sobre todo, frente al rechazo y el racismo que les rodea cotidianamente.
“أنا، هي وشاح حريري، فقد بدا من خلالي”
(Soy yo, es el fular, ha mirado a través de mí)
Fatima es un drama francés, del año 2015, escrito y dirigido por Philippe Faucon.
Protagonizado por Soria Zeroual, Zita Hanrot, Kenza Noah Aïche, Mehdi Senoussi, Franck Andrieux, Yolanda Mpele, entre otros.
Producido por Istiqlal Films junto con Canadá; Fatima es una adaptación de 2 libros de la escritora Fatima Elayoubi:
“Prière à la lune” y de “Enfin, je peux marcher seule!”
Elayoubi, es una mujer de origen marroquí, que trabajaba como asistente y en servicios de limpieza, y que escribió en árabe su experiencia cotidiana en Francia, hasta llegar un día a publicar este edificante relato, con la ayuda del médico al que consultaba durante un largo periodo de baja, provocado por un accidente laboral.
Así, tras peregrinar por numerosos hospitales, donde no identificaban su dolencia, una doctora de Nanterre, tradujo sus escritos al francés, y le encontró diagnóstico:
“Las radiografías no revelan nada, pero su malestar es el de una madre que sufre porque para alimentar a sus hijas, tan solo tiene su cuerpo herido”, dicen unos versos de “Prière à la lune”
La producción cinematográfica, Fatima, ganó 3 Premios César:
Mejor Película, Mejor Guión Adaptado, y Mejor Actriz Revelación (Zita Hanrot), contra todo pronóstico, pues la favorita de la noche era “Mustang”, la representante francesa en Los Premios Oscar, que sin embargo se llevó 4 galardones:
Mejor Opera Prima, Guion Original, Banda Sonora y Montaje.
Los César, recompensaron así a 2 películas de producción modesta, y sin grandes nombres detrás, como ha sido costumbre en los últimos años.
Y no es un secreto, que a La Academia Francesa le gusta recompensar pequeñas películas surgidas al margen de la gran industria, pero que acaban protagonizando fenómenos inesperados; por lo que Philippe Faucon la dirige sobre una cruda realidad que en los últimos tiempos está pasando en multitud de países, una obra emocionante, sobre el lugar que ocupan en la sociedad francesa, una inmigrante de primera generación, y sus 2 hijas:
Fatima (Soria Zeroual), es una inmigrante argelina de 45 años que vive en Lyon, y es madre de:
Souad (Kenza Noah Aïche), una adolescente rebelde de 15 años; y Nesrine (Zita Hanrot), una joven de 18 años que está empezando la universidad, y quiere ser médico.
Fatima se encontrará con varios obstáculos en su vida, entre ellos, el idioma.
Con un francés muy pobre, cada día es una nueva misión poder comunicarse con sus hijas.
Trabajando en la limpieza, durante muchas horas, sufre una caída por las escaleras, teniendo que pedir una licencia para recuperarse.
Durante ese tiempo, Fatima empezará a escribir a sus hijas en árabe, todo aquello que no ha podido expresar en francés.
Un retrato sensible y muy agudo de una madre, y la radiografía depurada del día a día de la integración, y de sus esperanzas, por lo que Fatima habla de la necesidad de esta mujer, de dar con una forma de comunicarse con sus hijas, y de salir de la imagen que tienen de ella, de manera que pueda decir a la sociedad en la que vive, que no es sólo esta mujer que todos etiquetan como una “limpiadora que no sabe hablar francés, inmigrante, ignorante, y con una vida rutinaria y repetitiva”
Ella quiere expresar lo que es, lo que ella aporta a la sociedad a la que se ha visto llevada, y qué desea para sus hijas.
En Fatima vemos la necesidad de adaptarse a la sociedad, de buscar su aceptación, para poder disfrutar de “los beneficios de Occidente” como son:
Un futuro profesional mejor, y una libertad como mujer, que aún está lejos de obtenerse en los países árabes.
“أنا تخفيض قيمة وبناتي يعانون لذلك”
(Estoy desvalorizada y mis hijas sufren por ello)
Dice el proverbio que, “un árbol que cae, hace más ruido que un bosque que crece”
Esta metáfora, ilustra un asunto candente en las sociedades occidentales, como es la integración de los inmigrantes musulmanes.
En el caso de Francia, los terroristas de París, han eclipsado a los muchos ciudadanos que arraigan y prosperan en su tierra de acogida; y Fatima aborda los problemas cotidianos de estos seres anónimos.
Poco más de 1 año después de los primeros atentados en Francia contra la revista Charlie Hebdo, y sólo meses desde La Masacre de Noviembre, París aún no ha recobrado la vitalidad de la que siempre había disfrutado.
Un ambiente más sereno, menos salidas entre amigos, más cenas en casa, y un cierto sentimiento de intranquilidad acentuada por la presencia de soldados y mucha policía, que a pesar de intentar lo contrario, no ha logrado que los parisinos vuelvan a sus antiguas costumbres:
Estar presentes en los museos y galerías, abarrotar salas de cine, o disfrutar del “vivir juntos” por el que tanto han luchado.
Y debe ser difícil levantarse tras 2 golpes tan dolorosos como los sufridos en 2015.
Algo ha cambiado en la capital francesa, y le costará recobrar su espíritu hedonista, y una continua presencia en la calle y en los espectáculos.
Por lo que no cabe duda, de que la realidad del fracaso de la integración de una parte de la  juventud de origen musulmán en Francia, esconde a menudo la otra cara positiva y generosa de esa integración, a través de la escuela y de la educación.
Así, Fatima nos muestra ese lado, menos espectacular, o sensacional, pero no menos cierto, que constituye globalmente, la vida de esa población francesa nacida de la inmigración.
No hay en Fatima violencia, ni drogas, ni bandas, ni los temas habituales en este género que podríamos llamar el cine de “banlieues”, cine social sobre esa juventud desamparada en las periferias urbanas de Francia.
No hay ni odio, ni violencia, y la trama dramática, se estructura tan solo en torno a la voluntad de una madre coraje magrebí, de salir adelante sea como sea.
El corazón de esta célula familiar, tan soldada como separada por las diferencias generacionales y la barrera del idioma, el árabe de la madre frente al francés, o incluso el argot de las hijas, es lo que ausculta Philippe Faucon con minuciosidad, delicadeza y un sentido cinematográfico, muy seguro y directo a lo esencial, sin florituras ni sentimentalismos, una radiografía depurada de un microcosmos femenino, del día a día de la integración y las esperanzas que la rodean, asunto que resuena con fuerza en el contexto actual de Francia, agitada por debates arrebatados sobre la inmigración, con la ternura y el optimismo.
Fatima se plantea preguntas y se agobia:
No tiene lo necesario para desenredar la realidad, ni siquiera lo suficiente para entender a sus propias hijas, Nesrine y Souad, de 18 y 15 años respectivamente, crecidas en el seno de la sociedad francesa.
Y abandonada por su marido, cría sola a sus hijas, siendo el prototipo de madre entregada y sacrificada por su progenie:
Se levanta antes del alba para limpiar locales, y casas burguesas donde se deja explotar para poder asegurar el bienestar de su familia, apoyando como mejor puede a su hija mayor, Nesrine, en sus intentos de estudiar medicina.
Así, Fatima la ayuda a pagar su alquiler, vendiendo para ello sus joyas, llevándole comida, reconfortándola, y poniendo en ella muchas esperanzas; lo que pone una presión enorme sobre los hombros de la joven, que se siente acomplejada por sus orígenes.
Fatima, también se encuentra totalmente desamparada frente a la rebelión adolescente de la menor, Souad, a quien no puede apoyar en el plano escolar, y que desprecia a su madre.
Todo transcurre en un clima alimentado por los celos de las vecinas, y por unas tradiciones imponentes que cada vez tienen menos sentido para las chicas.
Esa es la manera en que el director, Philippe Faucon, traza un emocionante retrato de esta madre corroída por un miedo al fracaso de sus hijas, que la lleva a emplear su vida en una labor ingrata, y examina con mucha agudeza, el principio de los vasos comunicantes entre generaciones, y el rol primordial del manejo de los códigos de comunicación para integrarse en la sociedad:
En primer lugar, el idioma, esa lengua francesa que Fatima, que escribe por las noches su diario en árabe, va a aprender, para abrir las ventanas de una nueva libertad.
De forma discreta, tanto que casi no se percibe, Fatima es políticamente incorrecta.
En un debate polarizado como es el de la integración de los refugiados e inmigrantes musulmanes, donde uno fácilmente cae en el racismo, o es tachado de islamófobo, Faucon huye de los tópicos, y propone una valiente solución ilustrada:
Igual que no le abate la discriminación social, Fatima distingue creencias religiosas de simples resabios machistas, como cuando defiende a sus hijas ante las vecinas que las critican por salir a la calle sin el velo…
Fatima decide además, no perpetuar el patriarcado que ella misma ha sufrido:
“Fui educada como una persona, y con mi marido, me he convertido en un animal”, y no induce a su hija Nesrine, a tener pareja de una determinada fe.
Faucon, apoyándose en actores no profesionales, recoge con gran veracidad esta entrañable historia, de una mujer obsesionada por ofrecer a sus hijas una educación, en este país en el que ella misma no ha logrado todavía dominar el idioma; por lo que la presión es esencial en los problemas de los 3 personajes principales:
Lograr comunicarse, sacarse los estudios, y sobreponerse a la vergüenza social.
Y es que Fatima tiene un deseo casi obsesivo, de que sus hijas no tengan la misma vida que ella ha tenido, con ese sentimiento de marginalidad.
Se apoya en esta voluntad, a veces de forma un poco rígida, a ojos de su hija menor, a la que trata de apoyar en la escuela, asistiendo a los consejos escolares, aunque se pierda entre la palabrería que no entiende.
Ella dedica todos sus esfuerzos laborales, a apoyar los comienzos de su hija mayor en la universidad, por lo que ésta, se ve portando sobre sus hombros, el peso de una esperanza y una demanda enorme por parte de su madre:
No puede fallar en sacar su carrera adelante, porque es consciente de los sacrificios de su madre.
Esta obstinación de la gente que quieren labrarse un hueco propio, no es fácil, ni viene dada de antemano.
Uno de los méritos de Fatima, es haber aparecido en el momento oportuno.
Tras los atentados de 2015, la vida pública francesa, está marcada por el auge de la extrema derecha, y por el fantasma del islamismo que se expande, abonado por la miseria de los suburbios.
Entre medias, hay una ciudadanía desorientada, una izquierda política hundida, y unos medios de comunicación que extienden la sospecha sobre cualquier musulmán.
En este contexto, Fatima opta por no dar la razón a nadie:
Pese al racismo y las desigualdades del país, parece decirnos, una familia inmigrante, puede vivir dignamente gracias a su esfuerzo, pero esto implica también la liberación de ciertas costumbres.
Y es que Fatima es precisamente, una historia de dignidad.
La de una mujer que no se avergüenza de limpiar lo que ensucian los demás, porque lo considera un trabajo necesario, “al que dedica 9 horas al día como un artesano que persigue la elegancia en todo lo que hace”, y porque este empleo, permitirá que sus hijas tengan una vida mejor.
Fatima es también, un homenaje a todas “las Fátimas” que se levantan de madrugada para limpiar casas, el metro, las calles, y los altos edificios de cristal, y sin las cuales muchas familias “no pueden ir a trabajar, ni construir su futuro, ni cuidar a sus hijos, ni ganar dinero, ni comprar perfumes, ni bellas ropas”, allí en Francia, y en cualquier parte del mundo.
“وسوف تساعدك. أنا لست خائفا نظيفة”
(Voy a ayudarte; no me da miedo limpiar)
Los inmigrantes y los franceses con algún padre inmigrante sufren, de media, 2,5 veces más discriminaciones que los franceses de origen, un problema que afecta en particular a los magrebíes, a los negros, y a los musulmanes, según un estudio que acaba de ver la luz.
Mientras el 10% de los franceses con padres también franceses, declaran haber sufrido alguna discriminación, el porcentaje sube al 24% en el caso de los franceses hijos de inmigrantes, y al 26% en el de los propios inmigrantes, indica el Instituto Nacional de Estudios Demográficos (INED), dependiente de los Ministerios de Investigación y de Trabajo franceses y el Instituto Nacional de Estadística (INSEE), dependiente del Ministerio de Economía galo en un informe común.
En total, un 40% de las personas que afirmaron en la encuesta, haber sido objeto de discriminación en los últimos 5 años, eran inmigrantes o hijos de inmigrantes, cuando este colectivo no representa más que el 22% de la población francesa.
Por orígenes, son los hijos de inmigrantes del África subsahariana, los que con más frecuencia sostienen haberse enfrentado a este problema, casi el 50%, y un poco por debajo, se sitúan los magrebíes, los nativos de los departamentos franceses de ultramar, los turcos, o los procedentes del sudeste asiático.
Por su parte, los inmigrantes o hijos de inmigrantes de origen europeo, no difieren significativamente en sus respuestas de los franceses de origen.
Los autores del estudio, subrayan la aparente paradoja de que los hijos de inmigrantes, dan cuenta de más discriminaciones que los mismos inmigrantes, algo que explican porque los primeros, al haber nacido y haberse socializado en Francia, tienen “más tendencia a interpretar en términos de discriminaciones, tratamientos desfavorables”
Otra paradoja, es que las mujeres también declaran un 25% menos de discriminaciones que los hombres, pese a que “a priori” acumulan discriminaciones sexistas y racistas, algo que el INED y el INSEE atribuyen a que los hombres son objeto de una fuerte estigmatización en el mercado de trabajo.
Una estigmatización que conduce a que las declaraciones de discriminación sean más frecuentes, cuanto mayor es el nivel de estudios, es decir, cuando los colectivos mayoritarios pretenden acceder a puestos laborales “donde están poco representados, y en consecuencia, todavía poco reconocidos”
Al margen del origen de los inmigrantes, los musulmanes denuncian más discriminaciones que aquellos que se definen sin religión, cristianos, budistas, o judíos.
Pero muy curiosamente, no dicen nada sobre el gran beneficio económico que les aporta, pues los inmigrantes son grandes consumidores, y pagan impuestos.
El Estado recibe de ellos, un saldo positivo de unos 12.400 millones de euros…
Quizás, lo que no debemos olvidar, es que la desintegración y el extremismo existen, hecho innegable, en la mayoría de las situaciones, el caso contrario es lo habitual.
Una integración, sí es difícil en muchos casos, pero permite lo que deseamos de una sociedad:
Vivir juntos y en tranquilidad con nuestras diferencias, que sólo consiguen enriquecer aún más cualquier cultura.

“هنا يتحدث الناس. يجب أن تحسب كل لفتة، كل كلمة”
(Aquí la gente habla; hay que calcular cada gesto, cada palabra)



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