The Keys Of The Kingdom

“Dear Lord, let me have patience and forbearance where now I have anger.
Give me humility, Lord; after all, it was only thy merciful goodness and thy divine providence that saved the boy... but they are ungrateful and You know it!”

Creo que el paso del tiempo, ha permitido disipar en una relativa medida, la miopía que se cernía a la hora de valorar uno de los subgéneros que prodigó el cine de Hollywood en la década de los 40.
Me estoy refiriendo, a aquellas películas que tomaban en su argumento, temáticas religiosas o “de curas”; y no dudo que en ese contexto aparecieran gran número de exponentes desprovistos de interés, e inclinados a las más sermoneadoras de las causas; pero entre la producción generada, la corriente denostadora de tal conjunto, se llevó en su fuerza centrífuga, productos tan admirables como el díptico de McCarey, formado por “Going My Way” (1944) y “The Bells Of St. Mary’s” (1945), o la previa “The Song Of Bernadette” (1943) de Henry King.
Parecía, a este respecto, que en un contexto de aparente “piedad cristiana”, no podía obtenerse el fruto de títulos magníficamente resueltos, y que a partir de un contexto más o menos revestido de credibilidad, pudieran confluir en resultados a menudo conmovedores.
“On a September evening in 1938, Father Francis Chisholm returned to his little church near Tweedside, Scotland”
The Keys Of The Kingdom es un drama del año 1944, dirigido por John M. Stahl.
Protagonizado por Gregory Peck, Vincent Price, Thomas Mitchell, Rose Stradner, Roddy McDowall, Edmund Gwenn, Cedric Hardwicke, Peggy Ann Garner, Anne Revere, entre otros.
El guión es de Nunnally Johnson, y Joseph L. Mankiewicz, basados en la novela homónima del autor británico, Archival Joseph Cronin, publicada originalmente en 1941; que narra la vida, a lo largo de 60 años, del Padre Francis Chisholm, un religioso escocés poco convencional, desde su infancia hasta su senectud, especialmente, su actividad misionera; un sombrío retrato de la pobreza, y el despotismo de la China de los años 1930.
El escritor, Archival Joseph Cronin, nació en Cardross, Escocia, en 1896; y practicó la medicina, pero abandonó la profesión para dedicarse a escribir.
Sus novelas reflejan tanto sus creencias religiosas, era católico romano, como su experiencia médica; hasta su muerte en 1981.
En sus obras se refleja una múltiple experiencia, un profundo interés por las inquietudes y problemas del ser humano.
El verismo de las situaciones y la fuerza del ritmo narrativo, explican el éxito de las obras de Cronin; que con la admirable maestría que le ha granjeado innumerables lectores en todo el mundo, “The Keys Of The Kingdom” se ha traducido a 12 idiomas, narra aventuras y pugnas, evoca las almas, y los ambientes, y crea en la figura central, uno de los personajes más interesantes de la novelística contemporánea.
“The Keys Of The Kingdom” es la obra maestra de Cronin, y una de las novelas más famosas de nuestro tiempo; tanto que a Alfred Hitchcock, católico, le gustó mucho la novela, y tenía la esperanza de dirigirla, pero sus planes no funcionaron.
Entre los actores que se consideraron para el rol del Padre Chisholm, estuvieron Spencer Tracy, Orson Welles, Edward G. Robinson, Gene Kelly, y Henry Fonda.
De hecho, Ingrid Bergman fue considerada para el papel de La Madre Maria-Veronica, aunque finalmente fue elegida Rose Stradner, la esposa del productor de la película, Joseph L. Mankiewicz.
The Keys Of The Kingdom estuvo nominada a 4 Premios de La Academia como:
Mejor actor (Gregory Peck); dirección de arte, B/N; cinematografía, B/N; y banda sonora dramática.
La acción inicia con las primeras experiencias como sacerdote del Padre Francis Chisholm (Gregory Peck), que no han sido buenas, pero su obispo, que no ha perdido la confianza en él, le envía como misionero desde su natal Escocia hasta China, para extender la fe católica; en un agitado período de hambre, peste, y Guerra Civil.
Aunque desconcertante a veces, por su peculiar carácter, y su sencillez, El Padre posee una alma recta, una profunda humildad, y una mezcla de energía y dulzura.
Llega sólo a China, no entiende el idioma, no maneja los códigos de sus habitantes, pero es inteligente y terco.
Así comienza muy lentamente a construir los cimientos de una lenta evangelización.
Como es de esperar, le suceden mil cosas, muchas terribles y decepcionantes, otras maravillosas e inspiradoras, pero ahí está él, firme y orgulloso.
Pero el hermetismo de los habitantes del país asiático, no facilita su obra, en la que estará ayudado por el converso Joseph (Benson Fong) y por 3 monjas.
El fuerte de la aventura, ocurre en China, donde El Padre Francis cree que llegará a una misión establecida, lo que no es así; y vivirá la persecución inicial en su contra, como presencia extraña; sus intentos de fundar la misión; la fundación y el comienzo de la misma.
El sacerdote, no está dispuesto a tener fieles que peyorativamente les llaman “cristianos del arroz”, aquellos que se hacen pasar por cristianos, ayudan a La Iglesia, pero solamente porque se les dan bienes materiales a cambio, lo que aleja a algunos de los posibles fieles, sumado a que al desaparecer La Iglesia Católica anterior, se fundó una Iglesia Protestante a las afueras de la ciudad, y muchos se fueron hacia ella.
Finalmente, El Padre Francis, un hombre brillante, proactivo, encantador, pero políticamente incorrecto, elige la labor menos indicada para él.
Podría haberse domesticado un poco, haber hecho una carrera dentro del clero, alcanzar un puesto importante, gozar de poder y autoridad, podría haber escalado hasta quién sabe dónde… pero eligió algo diferente.
El prefirió el trabajo de hormiga, el que no brilla, el del obrero, y lo más insólito, es un ser profundamente agradecido, feliz y, cómo no, ocultamente admirado por sus superiores.
A mi parecer es, por sobre todo, un hombre bueno, pero en ningún caso ingenuo.
Una historia simple, que va siendo contada por medio del diario del sacerdote.
La película, en blanco y negro, motiva a verla, tanto por la sencillez de su trama, como por lo universal de los sentimientos involucrados en los personajes.
Espectacular obra maestra, lograda en increíbles escenarios, y con una extraordinaria participación de nativos locales en escena.
“Father, may I say something sinful?”
Estamos ante un film de gran solvencia dentro del género religioso, y sobre todo del catolicismo, el cual recibe muy buena propaganda y exposición a través de la historia de un sacerdote católico escocés, de mente muy abierta.
Basada en la novela homónima de A.J. Cronin, The Keys Of The Kingdom nos narra la larga vida del sacerdote escocés, Francis Chisholm, enviado a China a levantar una Misión, en medio de un clima hostil y de Guerra Civil.
Claro que, en el desarrollo de la historia, tenemos una serie de conflictos de conciencia sobre su vocación, y sus ambiciones de convertirse en un jerarca de La Iglesia, hasta que se reconoce gratificado en su labor de “un simple sacerdote de aldea”
El director, John M. Stahl, tomó con reverencia y sinceridad el material lacrimógeno de Cronin, logrando un aceptable melodrama vigente aún hoy día; pues derrocha ecumenismo, semblante humanista, y talento misericordioso por todos los costados:
Tiene empatía y amistad con los ateos, es la imagen viva de la humildad y de la sabia inculturización en tierras y culturas tan lejanas y especiales, como la China, algo que supieron hacer ya muy bien desde siglos XVI, los primeros misioneros católicos, los jesuitas, en esa gran nación oriental, aun con la obstaculización de los inflexibles y soberbios “doctos eclesiásticos del Estado Vaticano”, recuérdese por ejemplo, el caso del jesuita Mateo Ricci allá por 1500.
La estructura de The Keys Of The Kingdom es la siguiente:
Aparece El Padre Francis, ya anciano, en Escocia, y han enviado a un sacerdote más joven, al Monseñor Sleeth (Sir Cedric Hardwicke), a que evalúe si El Padre puede seguir a cargo de una pequeña iglesia.
Esto se debe, a que nadie conoce su historia, y a que ha dicho cosas que pareciera que no van con El Magisterio, ya que han sido sacadas de contexto.
Cuando el sacerdote se va a dormir, encuentra el diario de vida del Padre Francis en su habitación, y comienza a leerlo, no puede para de leerlo, y lo lee toda la noche.
Lo que lee, es lo que vemos a continuación, la historia de la vida del Padre, desde sus inicios, su misión en China, y su final regreso a casa, terminando con una conversación, al día siguiente, entre ambos sacerdotes.
Así, The Keys Of The Kingdom sigue la vida de Francis Chisholm, quien vivía junto a sus padres, en un ciudad donde la mayoría de las personas eran protestantes, y manifestaban un odio hacia a los católicos.
Tal era la magnitud de este odio, que el padre, una noche debe ir al pueblo por negocios, su esposa le pide que no vaya, ya que con la oscuridad y la lluvia, puede resultar peligroso, sobre todo si se encuentra con algunos protestantes que suelen atacarlo por ser católico…
Francis se queda junto a su madre, esperando el regreso del padre, lo que se demora más de lo normal.
Esto se debe a que ha sido atacado en el pueblo, por lo que ella sale a buscarlo, y Francis la sigue a la distancia.
Algo ocurre, y el joven Francis se queda sin padres… siendo adoptado por una familia.
Pasan los años, y desarrolla una relación sentimental con la hija menor, pero deben estar apartados por varios meses, durante los años en que Francis estudia en un colegio católico.
Finalmente, Francis es ordenado sacerdote, pero no logra comportarse como el resto.
Debido a ello, un amigo que ahora es Obispo, le propone una idea, le afirma que será difícil y riesgosa, pero que cree que El Padre Francis es el hombre para ello:
Ir a China a evangelizar, y establecer una misión.
Así, tras la presencia de ese “flashback” que nos relata la vida del protagonista desde su infancia, la presencia de un exceso melodramático inhabitual en Stahl; tal vez en ello influyera el hecho de encontrarnos ante una producción que el director acometió, sin haber participado en su gestación, pero lo cierto es que esa circunstancia manifiesta una extraña contradicción con las maneras serenas, meditadas, y suaves, generalmente empleadas en su cine.
Afortunadamente, la fuerza de su personalidad cinematográfica, de forma paulatina, se va integrando en el relato, adquiriendo sus secuencias de manera progresiva, unos tintes más relajados, y poniendo de manifiesto, una vez más, las facultades del director, para la introducción de sutiles elementos de comedia.
Esos matices, irán conformando un relato pausado, pero jamás carente de ritmo, personalmente creo que sus cerca de 140 minutos de duración, jamás se hacen pesados,  y en donde también de manera sutil, se ofrece un retrato del personaje protagonista, que muy pronto permanecerá como una rara avis, definido como una persona, para la cual, el hecho de captar un nuevo converso, jamás irá aparejada de una búsqueda desusada, sin despreciar en ningún momento los otros posibles caminos o senderos por los que cualquier persona puede intentar acercarse a Dios.
Pero más allá de dichas puntualizaciones, The Keys Of The Kingdom alcanza un punto de inflexión, a partir de la llegada del trío de monjas que acuden para sobrellevar labores humanitarias.
Un reducido colectivo, que encabeza La Madre Maria-Veronica (Rosa Stradner), la hermana Martha (Sara Allgood) y la hermana Clotilde (Ruth Ford), y desde donde su superiora, en todo momento tendrá en Chisholm, no un enemigo, pero sí al menos una persona a la que abiertamente desprecia… aunque el desarrollo de esta extraña y en apariencia desagradable desafección, en el fondo podría entenderse, como la imposibilidad de ambos de poder establecerse como pareja, es algo que dejan intuir algunos detalles filmados entre los 2 personajes.
Y ya, con el paso de los años, ésta represión, se transformará en una sincera amistad, que tendrá como manifestación última, en esa casi dolorosa confesión de Maria-Veronica, sollozando tras convivir juntos varios años, cuando Chisholm está a punto de abandonar su destino de tantos y tantos años.
Todo ello, en una secuencia casi de plano fijo, absolutamente conmovedora, que nos trae los ecos más maravillosos del cine de McCarey o Borzage.
Es en esos momentos definidos por el intimismo y la sinceridad, donde realmente una película que muchos rechazan, por lo que puede esbozar su carpintería más externa, demuestra hasta qué punto, la sensibilidad y entrega de un realizador, por más que este se enfrentara con la tarea, cuando el proyecto había sido delimitado, logra traspasar de manera absoluta, la frontera de la convención y lo hagiográfico, hasta alcanzar el umbral pleno de la autenticidad, o el de unos sentimientos, no por escondidos, menos evidentes.
Por otra parte, el fondo, el ecumenismo está muy arraigado en El Padre Francis, puesto que su padre era católico, y su madre protestante, al igual que los padres del autor de la novela; y sufrió la intolerancia religiosa en la pérdida de su padre cuando era pequeño.
Gracias a sus sólidos principios ecuménicos, no tiene problemas en entablar amistad con unos misioneros protestantes que conoce en China.
La historia, también tiene importantes valores humanitarios y fraternales, como los que mantiene el sacerdote con su mejor amigo que es ateo…
Sin embargo, en su afán por dar una supuesta amplitud de miras al religioso, ofrece una visión limitada de la importancia de La Iglesia y los sacramentos, y eso que algunas ideas que se exponen, muy personales, fueron suavizadas con respecto a la novela.
Del reparto, Gregory Peck interpreta a un joven, al que su tutora se ha empeñado en meter a cura; pero claro, él tiene la mayor de las razones para no hacerlo:
Está enamorado.
El caso es que una serie de circunstancias, le impiden el acceso a su amada Nora (Peggy Ann Garner), y él por fin decide pasar a formar parte de La Iglesia, pero, y he aquí la gracia, sin estar plenamente convencido.
Al trasladar al protagonista a la paupérrima China de finales del siglo XIX, y principios del XX, se pone a prueba su fe y, sobre todo, su voto de pobreza.
Una poco velada crítica a La Iglesia, se hace patente en el momento que comienza a rechazar regalos de los señores mandarines de la zona, e incluso, los privilegios que supuestamente debería tener, por ser el sacerdote de la zona.
Él predica su doctrina, la del Sentido Común.
Sus amistades con gente completamente desvinculada de La Iglesia, y sus generosos comentarios sobre ellos, desatarán en más de una ocasión, las iras de los mandamases de la institución.
Cabe destacar, que el aire de santurrón e inocentón que siempre acompaña a Peck, le viene como anillo al dedo en este papel y que, a buen seguro, el hecho de ver a un Gregory Peck jovencísimo, tremendamente guapo, y pecaminosamente vestido con sotana, también hubo de alentar a las féminas de la época, a acudir a las salas de cine.
Lo que aquí resulta plausible, es esa vida que lleva el sacerdote, al que Stahl tiene la sensatez de no idealizar, pues lo muestra resentido por la falta de agradecimiento, cuando todavía no entiende qué, es el que da quien debe dar las gracias; y de su boca salen palabras de mordaz crítica contra personas que cree que deben corregirse, como las que deja consignadas en su propio diario, dichas a una señora obesa:
“Coma menos, porque las puertas del paraíso son estrechas”
Y hasta es capaz de dejar mal parado a su amigo obispo, ante colegas de otra religión.
Pero, a cambio de esto, veremos a un hombre generoso, humilde, y de mente abierta, que cree que “No todos los ateos carecen de Dios”, y que “Un cristiano puede ser un buen hombre, pero un confuciano puede tener mejor sentido del humor”
Como dato, Gregory Peck debutó en el cine en 1943, con “Days Of Glory”, dirigida por Jacques Tourneur, y cuando aún estaba en proceso de edición, ya se hablaba de estar ante una “estrella” en ciernes; por ello, diversos estudios buscaron, afanosamente contratarlo, ante la escasez de galanes, en esa época en Hollywood, debido a la guerra, pues muchos se encontraban en el frente.
La Fox sería la vencedora de esa puja, al ofrecerle un salario de $750.00 a la semana, que ganaría durante el rodaje de The Keys Of The Kingdom, dado que el actor no quería un contrato de largo plazo, y prefería uno por película.
Debido a retrasos en el plan de trabajo, a la postre, se llegó a embolsar $26,000 después de impuestos, por su labor en dicho filme, suma fabulosa para la época, y más para un debutante.
Además, supuso el lanzamiento al estrellato de Gregory Peck que, en su 2ª película, consiguió su 1ª nominación al Oscar.
Que casi 40 años después, volvería a vestir la sotana, para interpretar al padre O’Flaherty, en “The Scarlet and The Black” (1983)
Si The Keys Of The Kingdom lo estableció como “estrella”, al recibir en 1945 la 1ª de las 5 nominaciones al Oscar de mejor actor que cosecharía a lo largo de su fructífera carrera; la 2ª nominación fue en 1946, por “The Yearling”
La 3ª nominación vendría en 1947, por “Gentleman’s Agreement”; y la 4ª en 1949, por “Twelve O’Clock High”; para que en 1962, merced a la 5ª, y como se dice, “no hay 5º malo”, sería cuando conseguiría la preciada estatuilla por su actuación en la memorable “To Kill a Mockingbird”
Del resto de los protagonistas, se conserva la figura de Dr. Willie Tulloch (Thomas Mitchell), un médico ateo, del que no se mostrará matiz negativo alguno, y de quien incluso, en su lecho de muerte, Chisholm respetará en su negación del hecho religioso.
Y hay que resaltar, que cuando este amigo médico cae herido de muerte, el presbítero no intenta en modo alguno, salvarle el alma en los últimos momentos de la agonía, sabe, y nos maravilla fraternamente, explicando que la salvación no depende de él, ni de sus sacramentos, ni de su clericalismo, sino de Dios, sin duda, un modo de actuar demasiado liberal, no bien visto ni aceptable por el dogmatismo clerical de Roma; y el ateo le agradece, y confiesa que por esto lo ama más que nunca, por no haber intentado en este último y crucial trance, llevarlo a su huerto clerical ideológico.
Toda una atrevida y maravillosa visión de ecumenismo, de empatía y de comprensión religo-psicológica.
Un catolicismo así, no cabe duda, se da a querer, nos cautiva, y se nos hace cordial y querido.
Yendo aún más lejos en ese enunciado, The Keys Of The Kingdom no caerá en la tentación de evitar describir personajes ligados al poder eclesiástico, anclados en una visión materialista y convencional de entender el aspecto religioso, como un modo de poder, en ello incide la descripción que se establece del Obispo Anselm “Angus” Mealey, que encarna Vincent Price, en una breve pero reveladora aparición.
Es decir, que el aparente cántico, que en teoría planteaba The Keys Of The Kingdom, en realidad brinda una serie de matices y recovecos, seguramente planteados por el cartesiano Mankiewicz, dignos de ser resaltados.
Por su parte, la austriaca Rose Stradner, actriz formada en un convento que, por entonces, estaba casada con el coguionista, Joseph L. Mankiewicz, con quien tendría 2 hijos, siendo uno de ellos, Tom Mankiewicz, también guionista y director, pero muy, muy lejos del nivel que alcanzara su padre; Rose, en su corta presencia en el cine hollywoodense, entraría en una profunda crisis existencial, debido a fracasos profesionales, y tropiezos con su marido; llegando a padecer trastornos mentales, depresión aguda, e impulsos suicidas, hasta que, luego de varios intentos, una sobredosis de somníferos terminaría con su vida, el 27 de septiembre de 1958, cuando solo tenía 45 años; habiendo aparecido en tan solo 13 películas.
A pesar de todo, existe  en The Keys Of The Kingdom, una fuerte crítica social y, sin duda, una crítica a la iglesia dogmática e inflexible, muchas veces pragmática y, otras tantas, hipócrita.
¿Cuántas películas pro-misioneros, tratan a los “nativos” como decentes, pensantes e inteligentes?
¿En cuántas se les permite a los personajes nativos, rechazar al Cristianismo manteniendo una interpretación favorable sobre ellos?
The Keys Of The Kingdom, además de eso, es un gran avance para el espíritu católico de la época, pues el sacerdote mira por igual al ateo que al católico, y una crítica sorprendente, es el momento en el que el monseñor les visita en su misión de China, y donde se ven las 2 caras del catolicismo, aquella humilde y bondadosa; y la otra, donde vemos a una iglesia adinerada, siempre al abrigo del poder y riqueza para poder llevar a cabo sus labores “misioneras”, pero solamente entre la gente rica, crítica clara y demasiado avanzada para aquellos años.
Aunque The Keys Of The Kingdom pueda resultar sosa para estos años, hay que poder ver en ella, unos valores ya perdidos, y una crítica religiosa bastante peculiar para la época, crítica sin llegar al sensacionalismo y morbosidad.
He leído a algunos críticos, quejarse de una extrema ingenuidad del personaje principal, quizás tienen razón, pero yo no lo leí así, el cura es un pan de Dios, pero es liberal en su pensamiento, abierto a nuevas ideas, y tolerante a los distintos caminos que las personas eligen.
Muchas veces, ni siquiera se comporta como un cura que se precie de tal:
No intenta redimir a su amigo ateo, ni cambiar las costumbres de sus seguidores orientales.
Eso finalmente no le interesa, no se preocupa de la forma, sino del fondo, más se preocupa de ayudar, de contener, y de hacer que las personas sean más felices.
En mi opinión, precisamente allí radica la riqueza del personaje.
Es lo que uno anhela encontrar en personas que se han sentido llamadas a una labor tan difícil como la religión.
Él, a pesar de ser católico, brinda su amistad, apoyo y cariño a todas las personas que lo requieran, sin importar si son mormones, budistas, o hasta ateos.
Otra cosa que hace que The Keys Of The Kingdom sea única, es su tratamiento de la soledad del sacerdote, algo que ni siquiera era sobreentendido en las películas de esa era.
Y este sacerdote, en realidad trata con algunas personas difíciles, algunas cristianas, otras chinas, católicos, y de otros hábitos; e incluso, algunas veces pierde su temperamento.
¡Este no es un santo de plástico!
Al mismo tiempo los cineastas, conscientes de que su audiencia sería predominantemente protestante, minimizaron la identidad específicamente católica del sacerdote.
Nunca lo vemos u oímos celebrando una Misa, o cualquier otro sacramento, aparte de una referencia a la confesión.
El resultado final, es una edificante celebración de virtudes reconocibles como cristianas, en un héroe imperfecto, con un collar romano, tal vez, una reveladora película para las audiencias estadounidenses de 1944, y tal vez, una película que vale la pena revisar hoy en día.
¿Fue Cronin, un médico con un amigo misionero, más cercano a la fe de su protagonista misionero; o a la no creencia del amigo médico del misionero?
Sea como sea, Cronin parece haber sido escéptico ante la afirmación de que La Iglesia tiene un rol único en el plan divino de salvación.
Si The Keys Of The Kingdom fuese rodada en estos momentos, con esta imagen de sacerdote, no recaudaría ni un duro, pues no existe ni el morbo y el personaje puede resultar demasiado “bueno”, simplemente, ahora se llevan “otras cosas”
Sin embargo, está llena de valores humanos, como era de esperar en una película religiosa de aquella época, pero una cosa no quita a la otra, para saber valorar dichos valores, y conseguir aprender algo de ella.
Por último, Alfred Newman incorporó elementos irlandeses y chinos en la partitura.
El tema central, “The Hill of the Brilliant Green Jade”, se asocia con un noble chino que se hace amigo del Padre Chisholm, después de que él ha salvado la vida de su hijo.
Newman, más tarde reutilizó la melodía en la ganadora del Oscar de 1955 “Love is a Many-Splendored Thing”
Por último, Richard Rodgers reusó la melodía en la canción “I Have Dreamed” para el musical de 1951, “The King and I”
“No one can destroy my church...
I shall build it again...
As long as I live I shall build my church...”
¿Cuántas otras películas sobre la experiencia misionera podemos ver hoy en día, sin que nos de cierta vergüenza, y eso incluye tanto los esfuerzos pro-misioneros de la década anterior a 1970, y los trabajos posteriores?
The Keys Of The Kingdom fue muy popular en los años 40 y 50, entre los niños y adolescentes de las escuelas católicas, pues por lo menos, una vez al año, se programaba con el objeto de despertar la vocación sacerdotal de los muchachos.
Y muchos otros, la han citado como una influencia hacia el sacerdocio.
Pero hay algo que casi todos olvidamos:
Cristo nos lo enseñó, y la iglesia lo enseña... aunque, oyéndonos a muchos de nosotros, no lo parecería; y es que nadie que crea algo de buena fe, puede ser condenado.
Nadie.
Ni budistas, ni mahometanos, ni taoístas... ni aún los más feroces caníbales que devoran a misioneros...
Si son sinceros con arreglos a sus luces, se salvarán.
Tal es la espléndida clemencia de Dios.
Por qué, pues, no ha de complacerse, El Señor, recibiendo en juicio a un agnóstico honrado, y diciéndole, con un guiño:
“Aquí estoy, a pesar de todo lo que te enseñaron a creer.
Entra en el reino que de buena fe negabas”

“Come along, boy.
Wasn't it just fine of God to make all the rivers and fill them all with little fishes and then send you and me here to catch them, Andrew?
Hm?”



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