Miracolo a Milano

“C'era una volta… verso un regno dove buongiorno vuol dire veramente buongiorno”

Tras La Segunda Guerra Mundial, la “vecchia Italia” había quedado devastada.
La intempestiva ocupación nazi, primero, y la lucha aliada por la liberación, después, habían reducido el país a poco más que una pila de escombros.
El Studio Cinecittà, símbolo cinematográfico creado en pos del ensalzamiento del dictador Benito Mussolini, serviría hasta 1947, como campamento de refugiados.
Atrás quedaban las películas fascistas nacidas bajo el amparo del régimen de Il Duce, o los péplums mudos de principios de siglo.
La propaganda, pronto dio paso a la cruda realidad; y los elaborados decorados fueron sustituidos por las calles devastadas.
Había nacido el neorrealismo italiano, un movimiento cinematográfico que surgió en Italia durante la primera mitad del siglo XX, como una reacción a la posguerra; el cual tuvo como objetivo, mostrar condiciones sociales más auténticas y humanas, alejándose del estilo histórico y musical que impuso el fascismo.
Los autores utilizaban frecuentemente a actores no profesionales, donde los cineastas italianos convinieron en sacar las cámaras a los desolados paisajes urbanos, donde las huellas de la guerra eran todavía visibles.
Los humildes vecinos de Roma, o de cualquier otra población que sirviera como colosal escenario, pasaron a desempeñar el papel de legítimos protagonistas.
La precariedad se adueñó también de la parte técnica, donde la economía de medios restó importancia a la fotografía y el sonido; pues contar las penurias del pueblo, se convirtió en una imperiosa necesidad; y el cine ejerció de voz de aquellos que fueron enmudecidos por los desastres de la guerra más terrible que había conocido el hombre.
Siguiendo la línea del cine mudo, donde no había diálogos y los sentimientos de los personajes eran claves para entender la historia, el neorrealismo le dio más importancia a los sentimientos de los propios personajes, que a la composición de la trama.
Pero para poder comprender este nuevo estilo cinematográfico, hay que entender la improvisación como manera de describir la realidad.
Por eso, en las películas neorrealistas, todo es flexible y cambiante.
Los guionistas, Suso Cecchi d'Amico y Cesare Zavattini, fueron entre otros escritores, autores importantes en este movimiento, escribiendo las historias para los directores del neorrealismo italiano.
El más significativo elemento que permitió comprender el efecto de “ruptura” de los primeros largometrajes del nuevo movimiento, es que en ellos se reflejó con total transparencia la Italia triste, en blanco y negro, hambrienta de la posguerra, la resistencia, y los caídos en la contienda.
Sin embargo, esta temática no supuso, ni mucho menos, una novedad en la historia del cine.
La verdadera grandiosidad de este movimiento, se refirió específicamente a su estilo.
En esta tesitura, algunos cineastas decidieron buscar la objetividad en sus historias y, en muchos casos, a modo de documental, mostrar la realidad más auténtica.
El cine italiano se propuso entonces, narrar la crónica de la cotidianeidad de la Italia de posguerra; y adquirió así un compromiso social, dando testimonio de la realidad, al mostrar lo que hasta ese momento se había ocultado; y se convirtió en una denuncia social contra la crueldad, el paro, las condiciones infrahumanas, la situación de la mujer, y de los más pequeños.
Desapareció la obligatoriedad del final feliz, propio de la industria de Hollywood.
Se buscaba aquí, hacer pensar al espectador, y hacerle consciente del entorno en el que vivían; forjándose de este modo, una relación nueva entre el público y el artista, pues el director era consciente de que podía ayudar a su país, y de que el cine, podía cambiar las cosas; y como cine mismo, su objetivo era impulsar El Séptimo Arte, no como una forma de entretenimiento, sino como método de crítica, como instrumento político.
Uno de esos comprometidos directores, fue el popular Vittorio De Sica.
“Una risata impudente e sconvolgente sulla vita e la morale del nostro tempo!”
Miracolo a Milano es una película de fantasía, del año 1951, dirigida por Vittorio De Sica.
Protagonizada por Francesco Golisano, Emma Gramatica, Paolo Stoppa, Guglielmo Barnabò, Flora Cambi, Brunella Bovo, Alba Arnova, Anna Carena, Virgilio Riento, Arturo Bragaglia, entre otros.
El guión es de Cesare Zavattini, Vittorio De Sica, Suso Cecchi D'Amico, Mario Chiari, y Adolfo Franci; basados en la novela de Cesare Zavattini, “Totò Il Buono” (1943), una alegoría fantástica sobre la pobreza y la injusticia social.
Zavattini, fue un guionista cinematográfico italiano, uno de los principales teóricos y defensores del movimiento neorrealista; fue tan famoso que se rodaron más de 80 películas con sus guiones, dirigidas por los más importantes directores italianos y europeos.
Fue muy importante su colaboración, a partir de 1939, con el director Vittorio De Sica; y juntos realizarían películas tan importantes como:
“Ladri di Biciclette” (1948), “Umberto D.” (1952) o “L'Oro di Napoli” (1954)
Como dato, la elección original de Cesare Zavattini, para el título de la película, era “Los pobres son una perturbación”; y la idea fue del director, que quería mostrar a través de esta película, las injusticias que había en Italia durante la postguerra; pero mostrar un lado más positivo a la vida, en lugar de las películas más pesimistas que había estado haciendo.
Y escribió diciendo que se hizo la película, con el fin de mostrar cómo el hombre común puede existir teniendo en cuenta las realidades de la vida:
“Es cierto que mi gente ya han alcanzado la felicidad a su manera, precisamente porque son indigentes, éstas personas todavía sienten, como la mayoría de los hombres ordinarios, tal vez ya no lo hacen, el calor vivo de un rayo de sol de invierno, la poesía sencilla del viento, que saludan al agua con la misma alegría pura como lo hizo San Francisco”
La Catedral de Milán, sirve como un punto específico en la película, y también puede ser visto como un símbolo del milagro al que se refiere el título de la misma.
Otro dato a tener en cuenta, es el especialista en efectos especiales, el estadounidense, Ned Mann, que fue contratado para la película, siendo éste su último trabajo.
Miracolo a Milano obtuvo La Palme d'Or del Festival Internacional de Cine de Cannes; y se considera una de las películas más emblemáticas del neorrealismo italiano, junto a sus precursoras:
“Ladri di Biciclette” (1948) y “Umberto D.” (1952) que conforman la llamada “trilogía neorrealista de Vittorio De Sica”, o incluso ha sido clasificada por algunos, dada su peculiaridad, con la etiqueta de “neorrealismo mágico”
El propio hijo de Vittorio de Sica, Manuel, supervisó personalmente la restauración de la película, para su estreno en DVD.
Este cuento de fantasía, habla de Totò (Francesco Golisano) que, encontrado en un campo de coles, es adoptado por Lolotta (Emma Gramatica), una anciana sabia y amable.
Cuando muere Lolotta, trasladan a Totò a un orfanato.
A los 18 años, Totò deja el orfanato, y termina en un barrio pobre de colonias de ocupantes ilegales en las afueras de Milán.
La capacidad de organización que Totò aprendió en el orfanato, y su bondad simple y perspectiva optimista adquirida de Lolotta, estructura la colonia y brinda una sensación de felicidad y bienestar entre los desposeídos que viven allí.
Pero tras haber encontrado petróleo, el dueño del terreno procede a desalojarlos; llegado el momento, los agentes policiales echan humo a los residentes, y Totò se sube a un mástil a agitar el pañuelo blanco de la rendición, cuando desde arriba, en el cielo, se le aparece el espíritu de Lolotta, que le entrega una paloma blanca, con la que recibe la facultad de hacer milagros; y utiliza sus poderes para conceder deseos a los que piden.
Con el tiempo, la paloma es llevada de vuelta por 2 ángeles que se oponen para ser usada por sus poderes mágicos.
Pero tomada la villa por los capitalistas, los ocupantes son llevados a prisión ostensiblemente.
En el camino, sin embargo, la paloma se devuelve a Totò, y concede su deseo:
Liberar a sus amigos.
Por lo que ellos vuelan en escobas, tomadas de los barrenderos en la plaza central de Milán, hacia el cielo.
Miracolo a Milano es pura fantasía, es la historia fantástica de un joven que nunca tuvo nada más que el cariño desbordante de una anciana que lo crio, y ya no necesitó más para vivir la felicidad que le contagió.
No perdió su cándida sonrisa, pese a las privaciones que luego viviera, desde completar su infancia en un orfanato, hasta compartir las miserias con los desheredados de la sociedad, a quienes contagiaba la felicidad de su bondad.
Y frente a ellos, la sociedad escéptica, corrupta, acumuladora de poder, consumista insaciable, de los que eran fiel exponente sus compañeros de miserias.
Es un cuento de magia e ilusión, repleto de bondad y de optimismo, con sus personajes buenos, y sus bellacos redomados, que han de acabar perdiendo, porque si no, no sería cuento.
Nuestro “yo infantil”, ese que conservamos en nuestro interior y nos mantiene a flote en los mayores naufragios, verá hadas, príncipes y enanos gruñones, pero entrañables.
Nuestro “yo maduro”, con sus descosidos y sus remiendos, verá la dureza de la supervivencia, y la injusticia social de un mundo que no precisa que te descuides para pisarte, y encima, retorcer el zapato.
Miracolo a Milano, nos llegará a lo más profundo de nuestro ser, en la primera ocasión o en otra posterior, no por la lógica de la razón, sino por el contagio simpático de los sentimientos; porque la bondad no se explica, se contagia.
Aunque también esta es una historia dura, demoledora, y a la vez esperanzadora, mostrando lo mejor y lo peor del ser humano, hábilmente reflejado en sus personajes; tanto que bien debería considerarse como un bien público, y ser proyectada en los institutos.
Es una terapia contra la alienación y el egoísmo, generosamente humana; de hecho, es curioso cómo el cine italiano esconde pequeñas joyas que levantan el ánimo al más deprimido.
“Quali sono sette volte sette?”
A principios de la década de 1950, Italia experimentó un auge económico con muchos que se beneficiaron de las mejores circunstancias.
Irónicamente, sin embargo, también hubo un aumento desproporcionado en el número todavía en situación de pobreza aguda.
Esta película es Vittorio De Sica, intentó hacer frente a esta disparidad; una película que sorprendió a todo el mundo, y disgustó a muchos por su curioso planteamiento:
Una fábula que mantiene gloriosos esquemas sin complejos y con espontaneidad.
El acierto es el tono positivista de la película, al igual que el cómico, que refuerzan el aspecto dramático de la producción; una mezcla de neorrealismo con surrealismo.
Es decir, cómo combina sin fisuras, sin chirridos, lo puramente imaginario, y el más descarnado naturalismo, de acuerdo con la teoría neorrealista formulada por el mismo Cesare Zavattini, durante la década de los 50:
El film de ficción, no debe entretener únicamente, función que cumple a la perfección Miracolo a Milano, sino que ha de enfrentar al público con su propia realidad, iluminando las zonas oscuras de problemas sociales circundantes, tales como la pobreza, el desempleo, la escasez de viviendas, los atropellos del capitalismo, etc.
Y en el caso que nos ocupa, se trata del grave problema de la vivienda que afectaba a las grandes ciudades del norte de Italia convertidas, en la posguerra, en lugares de acogida para inmigrantes en busca de trabajo.
Reuniendo bajo el manto de su peculiar poética, lo ordinario con lo extraordinario, lo real coqueteando abiertamente con lo documental, y lo puramente “fantastique”, Miracolo a Milano se cimienta sobre una elaborada figura retórica, el oxímoron.
Totò es un joven huérfano, que vive en un mísero barrio de chabolas a las afueras de Milán, poderoso centro industrial del norte de Italia, que empieza a dotarse de los habituales cinturones de miseria y precariedad, producto de la inmigración incontrolada del campo a la ciudad, que huye de la escasez de la postguerra.
Cuando en el terreno donde vive, se descubre petróleo, Totò, a pesar de la poca educación que ha recibido, y de ser famoso en el vecindario por sus pocas luces, decide enfrentarse al poderoso terrateniente, que corre raudo y veloz para hacerse con el negocio.
Esta trama un tanto simple en apariencia, está aderezada, sin embargo, con sutiles diálogos llenos de comicidad, situaciones bufonescas a medio camino entre Chaplin y Frank Capra, aunque sin el almíbar; y ante todo, por unas poderosas imágenes que ilustran a la perfección, el abandono y la crudeza de los años posteriores a La Segunda Guerra Mundial, especialmente las tomas de las desoladas calles, y los descampados llenos de piedras y escombros, los grises nubarrones que acechan desde el cielo, y el frío que destila la pantalla, y que da la impresión de poder tocarse, todo ello como plasmación de las amenazas que condicionan y pervierten las relaciones de los seres humanos dentro de las comunidades de intereses, sobre todo económicos, y de las consecuencias de la lucha salvaje por éstos.
Con un aire a lo “Cuento de Navidad” de Dickens, Miracolo a Milano es una mirada un tanto complaciente y reivindicativa de los personajes que viven en la miseria, pobres, pero amantes de la vida, llenos de amor, de respeto y de cariño, resistente incluso a una infancia difícil, y a una estancia en un orfanato que no ha podido alienar los buenos sentimientos de Totò:
Su inocencia, su bondad, su ingenuidad, herramientas con las que lucha sin rencores, odios ni daños materiales, contra una sociedad fría, injusta, en la que unos pocos monopolizan los recursos, y dejan en el abandono a sus semejantes.
De Sica, retrata aquí con un gran lirismo, cada una de las situaciones clave de la película, y aunque se le puede acusar de dar una imagen demasiado ligera y edulcorada de los guetos económicos de los suburbios milaneses, ya que no abundan las muestras de las problemáticas que suelen generarse en este tipo de ámbitos vitales:
La delincuencia, la marginalidad, la crueldad desgarrada, la ausencia de valores y de conceptos morales que tan bien retrata por ejemplo, Luis Buñuel en “Los Olvidados”, grupos humanos desprovisto de cualquier otro valor que no sea una descarnada lucha por la supervivencia diaria; y excede los cánones del más estricto neorrealismo, para derivar hacia el cuento fantástico en el último tercio de la película, no por ello merma el poder y el mensaje de esta fábula de la lucha de clases, y de la reivindicación del ser humano como primer valor a conservar, que a la vez, invita a disfrutar de apenas hora y media de diversión, la recubre con una potente carga de profundidad, que mueve a reflexiones importantes acerca de nuestro papel en la vida, y de lo que verdaderamente importa.
Ya en las primeras secuencias, De Sica muestra sus cartas:
La sobria e hiperrealista escenografía del hogar de la anciana, que contrasta con el lecho maravilloso del pequeño aparecido en su huerto; esa inolvidable secuencia en que el niño Totò (Gianni Branduani) observa fascinado, cómo la leche hirviendo de un cazo, se derrama por la cocina hasta el suelo, formando una especie de níveo riachuelo, y que su anciana madre decora con una casitas y árboles de juguete, transformando el pequeño estropicio doméstico, en una tierra lejana y fabulosa, sobre la que ambos saltan y bailan alegres.
O la terrible secuencia en que Totò, con paso triste y vacilante, camina tras el vetusto coche fúnebre que traslada los restos de su “mamma”, atravesando una grisácea, húmeda, brumosa y sombría Milán, en donde, como fantasmas surgidos de un espantoso e irreal mundo paralelo, esos feos bloques de pisos, esas calles enlodadas, esos sucios solares, esos escasos transeúntes que cruzan la calle, vestidos casi todos de negro; se cruza con ruidosos tranvías que, respetuosamente, interrumpen su marcha ante el minúsculo cortejo fúnebre, con una mecánica comitiva publicitaria, y un ladronzuelo que despista a sus perseguidores; con 2 “carabinieri de opereta”, uniéndose por unos segundos a Totò, y fingiendo con sus llantos, un dolor que evidentemente no sienten...
A partir de este momento, tras la salida de Totò del hospicio, convertido ya en un muchacho, y una vez alcanzado su animoso liderazgo moral dentro de la estrafalaria comunidad de “barboni” o “mendigos”, a quienes alienta a construir un digno barrio de barracas, con calles, plazas y sectores para solteros o para familias, según se tercie; que inauguran al son de un himno tan triste en su fondo como alegre en su forma, gracias a la festiva música Alessandro Cicognini; Miracolo a Milano se descubre como un acto de amor hacia la comunidad humana, y no puede valorarse meramente bajo términos cartesianos o sociológicos.
Por ejemplo, la secuencia en que los “barboni” se calientan bajo unos tímidos rayos de sol, dando ridículos saltos, todos juntos, para sacudirse de encima el frío, o aquella en que Totò sortea entre sus compañeros de miseria un “pollo auténtico” asado, que es devorado con viveza por el anciano sin dientes, agraciado con el boleto y banquete, por supuesto, observado con envidia contenida por el resto de desheredados; son instantes que desprenden una tremenda ternura, una extraña e inasible belleza, que suponen una amarga declaración de amor hacia el género humano.
Y decimos “amarga” porque, para negar la evidencia “hobbsiana” de que “el hombre es un lobo para el hombre” u “Homo homini lupus”; De Sica se parapeta voluntariamente tras los artificios del más elemental cuento de hadas:
La paloma mágica que el espíritu de la anciana Lolotta entrega a Totò para que haga “realidad todos sus sueños”
Pero este estado de gracia espiritual, o de pasajera ingenuidad durará poco, pues un año más tarde, Vittorio De Sica hurgará en la más cruda realidad, sin concesiones, sin medias tintas...
Sin duda, esa mirada cáustica y poética hacia una sociedad mezquina y plagada de injusticias, de desigualdades, cuyas amplias capas de mendigos, obreros y campesinos hundidos en la miseria, y la desesperanza luchaban día a día por sobrevivir; precisamente, la toma de contacto del Totò con los desheredados de la opulenta sociedad milanesa, tiene lugar mientras el joven contempla, embelesado, al igual que miraba de niño la leche caliente desparramada por el suelo; la salida de burgueses y aristócratas del Teatro alla Scala, luciendo sus opulentos “smokings”, y delicados vestidos de noche, sus hermosas joyas y sofisticados vehículos.
El sencillo maletín de Totò, donde solamente guarda algo de ropa, y una fotografía de su “mamma”, le es sustraído por el pobre Alfredo (Arturo Bragaglia), el cual sólo desea el maletín porque le gusta...
Mientras el capitalista Mobbi (Guglielmo Barnabò), un tipo ataviado con amplio abrigo negro, con cuello de piel, y sombrero de copa, después de haber adquirido los terrenos sobre los que se alza el “villorrio de barboni”, no sin antes regatear el precio… ¿será judío?, les larga un hipócrita y paternalista ¿democristiano? discurso social acerca de la “igualdad” entre ricos y pobres, entre poderosos y siervos:
“¿Acaso no tengo yo 2 manos con 5 dedos en cada una?
¿Acaso no tengo yo también una nariz?”, exclama, y decide dejarlos en paz por temor a una revuelta, pero cuando se aleja a bordo de su lujoso automóvil, Mobbi se seca el sudor brotado por el miedo que ha sentido al ser rodeado por Totò y sus cándidos camaradas...
Empero, cuando Mobbi averigua, gracias al chivato arribista Rappi (Paolo Stoppa), que aquellos han descubierto petróleo mientras plantaban una cucaña en su plaza mayor, el despreciable oligarca, no duda en ordenar a la policía el desalojo inmediato del lugar por métodos violentos.
Tampoco salen bien librados de las invectivas de Vittorio De Sica, los compadres de Totò, quienes, al descubrir los poderes mágicos del muchacho, ignoran sus necesidades más básicas, presos de deplorables tics burgueses, y empiezan a pedir dinero, joyas, pieles, sombreros de copa, y a tener pensamientos salaces.
Por su parte, Gaetano (Erminio Spalla), que había intentado suicidarse en la vía del tren, “por aburrimiento”, exige que cobre vida la estatua que decora la plaza mayor, la escultura de una hermosa danzarina romana.
Pero aun así, no consiguen la felicidad, pues adoptan, sin darse cuenta, las peores cualidades y componendas morales de la execrable sociedad que los ha marginado.
La muchacha enamorada del negro, que desea ser negra, y el negro, también enamorado de la joven blanca, que ansía ser blanco, acaban desencontrándose una vez más, para su dolor, con los colores de piel cambiados, plegándose a la estúpida moralidad imperante... el racismo.
De Sica y su prestigioso equipo de guionistas, opta en esta ocasión, por un equívoco tono de cuento de hadas, para aterrizar en una dolorosa historia de desigualdades que, a mi modo de ver, asume conscientemente los ecos de la admirable “Modern Times” (1936) de Chaplin.
Junto a las semejanzas existentes, a la hora de abordar un universo “miserabilista” y degradado, en donde la conciencia social en torno a los más desfavorecidos, uniendo ambas producciones, lo cierto es que también cabe destacar las semejanzas de estructura que ligan el título de Chaplin con el De Sica; es algo que Miracolo a Milano expresa desde el primer momento, envuelto bajo su aparente consideración de cuento para niños, con el título de:
“Érase una vez…” permitiéndonos conocer al pequeño Totò.
Apenas 3 breves secuencias, avalan por un lado, la sensibilidad del cineasta, su deliberada huida del fácil sentimentalismo, el arrojo de su puesta en escena, y el uso de una elipsis, que en apenas escasos minutos, nos trasladan a la juventud de hasta entonces niño, convertido en un adolescente bonachón, bajo los rasgos de Francesco Golisano.
Sin embargo, esos pasajes iniciales, en realidad ya han supuesto un puñetazo en el estómago.
Tanto la original manera de describir la muerte de su madre adoptiva, como la conmovedora y áspera secuencia del recorrido fúnebre.
A partir de la presencia de Totò, ya convertido en joven mayor de edad, y dispuesto a la vida diaria, el realizador despliega esa libertad formal y argumental, en una película que deslumbra, precisamente, por esa sensación de violentar cualquier expectativa previa del espectador, tomando casi siempre como referente, el mundo poético y reivindicativo del ya señalado Chaplin.
Todo ello, inserto dentro del drama aún presente en esa Italia que se inclinaba a una relativa recuperación económica, que se encaminaba al progreso, pero que al mismo tiempo, miraba para otro lado a la hora de poner en practica la justicia social.
Sin embargo, lo realmente admirable de Miracolo a Milano, no es el fondo, con ser este valioso; es la forma.
Es la libertad con la que despliega una sucesión de pequeñas viñetas, que por momentos quedan ligadas al “fantastique”, entendido este, como una libertad en el uso de los recursos del lenguaje cinematográfico.
Lo que en algunos momentos puede aparecer como una mirada compasiva, en realidad deviene como una película libre, que se atreve a hacer fantasía, que no “miserabilismo” de un contexto de dantesca miseria.
Que sublima esa denuncia con una apuesta por lo mágico.
Que no duda en describir la felicidad de un colectivo de seres imbuidos en la miseria más absoluta, admirable, por cierto, la galería de actores, supongo que en la mayor parte de los casos, no profesionales, que son capaces de encontrar la felicidad, viviendo en un conjunto de chabolas montadas en medio de la nada.
Que buscan inicialmente un rayo de sol, en medio de un terreno que parece extraído de una película de ciencia ficción.
En donde a Totò, su difunta madre adoptiva se le aparecerá para entregarle una paloma, con la que le proporcionará el poder para hacer realidad todos los deseos que se le pidan.
Será ese momento, en donde los responsables de la película, hablarán sobre el consustancial egoísmo del ser humano.
Esos 2 indigentes que competirán entre sí mismos, a la hora de pedir una cantidad de dinero más elevada…
Esos previsiblemente nobles arruinados, que se pasearán con ese vestuario lujoso concedido por Totò, o ese momento maravilloso, tan divertido como poético, en el que los 2 enamorados pedirán en privado al joven un deseo:
Él renunciar a ser negro, y ella a su color blanco.
Es cierto, uno aprecia en algún momento cierto maniqueísmo, a la hora de plasmar en la pantalla los personajes negativos.
Tanto el acaudalado Mobbi, como todos aquellos que le circundan, así como el avieso Rappi, traidor entre los indigentes, acusan en algún momento el sesgo del maniqueísmo.
Sin embargo, ello no nos impedirá asistir a un estupendo episodio, con la visita de la embajada de los desfavorecidos a la mansión de este, en la que destacará el estilizado y ostentoso diseño de la misma, y estará trufada de aspectos ligados con el absurdo, ese sirviente que se encuentra fuera de la fachada, como observador meteorológico, es impagable.
Es más, esa querencia con el absurdo, e incluso con el “slapstick” silente, es algo que proporciona a esta mirada humanista una extraordinaria singularidad.
Una película que, como antes señalaba, subvierte cualquier expectativa previa del espectador, que sabe coquetear con una enorme sensibilidad con la comedia, con lo cómico, con la ternura, con lo fantástico, e incluso con lo poético.
Lo cierto es que esa extraordinaria combinación de elementos, de detalles, como esa estatua femenina que cobrará vida, esos 2 vigilantes mágicos del fantasma de la madre de Totò, esa creciente batalla entre las hordas de Mobbi, y los humildes habitantes del poblado; están presentes de forma tan libre, tan cercana al espectador, pese a la aparente lejanía de sus imágenes.
Prenden hasta el punto de identificarte con esa humilde fauna humana, presa de tantas contradicciones y debilidades como el resto de los mortales, pero quizás por ello, necesitada de nuestra adhesión.
Por todo ello, De Sica plantea un filme amable, detallándonos un cuento simpático, pero en el fondo, lleno de contrastes exagerados que utiliza para describir una sociedad compleja, como era la italiana de aquella época; representaciones crudas y duras de la posguerra, se mezclan con una historia esperanzadora y mágica, llena de elementos de comedia casi ridículos.
Miracolo a Milano, continúa por la senda de sus predecesoras en cuanto a la puesta en escena, con un predominio de secuencias en exteriores, lo que le da la oportunidad de dibujar un retrato de la ciudad fría, no es casualidad que sea invierno, pobre, ignorante y antipático, donde hay una profunda atomización y nadie se fía de nadie, donde la bondad es una quimera.
Totò, representa otra contraposición a ese mundo cruel y sin esperanzas; personifica la generosidad, el afán por la identificación con el prójimo, la ilusión y la alegría.
La otra oposición clave, y con la que se sirve la película para dar un salto de calidad, es la de los pobres y los ricos.
De Sica tenía una habilidad especial para seleccionar personajes anónimos, en este caso, verdaderos mendigos, y hacer que se desenvolviesen con soltura e inteligencia delante de las cámaras.
Sus pobres, son pobres sencillos, sinceros, ingenuos, casi como niños.
Ellos resultan fundamentales para desarrollar una trama de este tipo, ya que dan fuerza y significado al sentimiento de colectividad que busca constantemente De Sica.
Y al otro lado del ring, los ricos son perros rabiosos, que hacen y deshacen a su antojo, hipócritas y cobardes.
En ocasiones, todos parecen sacados de una película de Frank Capra...
El guión de Zavattini, les da la oportunidad a estos personajes secundarios de lucirse, y De Sica nos acerca sus rostros, para evidenciar su decisiva importancia en este cuento tan alegre y cautivador.
Tanto que la película contó con una mezcla de actores profesionales y no profesionales.
Algunos de estos, alcohólicos y hacia abajo y hacia afuera, incluidos quienes tuvieron que ser despertados para trabajar, arrojándoles cubos de agua fría sobre ellos.
Como protagonista, interpretado con gran maestría por Francesco Golisano, actor nacido en Roma en 1929, tan sólo nos dejó 6 películas, pero su personaje le proporcionó merecidamente un sitio de honor en la historia del cine.
Como la anciana Lolotta, interpretada por Emma Gramatica, célebre actriz italiana de teatro y cine, o como Edvige, la muchacha protagonista interpretada en esta historia por Brunella Bovo, nacida en Padua, rodaba aquí su segunda película.
O como el egoísta y malvado Rappi, al que da vida magistralmente Paolo Stoppa, actor italiano de títulos muy conocidos bajo la dirección de Luchino Visconti.
Miracolo a Milano, pese a todo, nos deja un mensaje pesimista, y penosamente actual; los personajes al final, son obligados a huir de un mundo que no les acepta, en la inspiradora escena final del vuelo en escoba, al estilo E.T., de una sociedad egoísta, un sitio donde las personas más necesitadas no tienen cabida, exiliadas por la avaricia y el poder.
El final original previsto para la película, era que los pobres volaban todo el planeta entero en escobas, pero eran incapaces de aterrizar, debido a que en todas partes había signos que decían “Propiedad Privada”
Esto fue desechado, por ser demasiado costoso y ambicioso.
Por ello, esa conclusión elevándose entre escobas, e introduciéndose en el cielo entre cantos populares, adquiere ese aire universal en defensa de los desfavorecidos, aflorando al mismo tiempo, al aliento humanista de los responsables de la película, y destilando amargura en torno al destino de esos seres, que parecen sobrar en un mundo deshumanizado.
Acaso nos dicen que murieron por su pobreza, por su miseria…
Es desolador; y nos pone en evidencia un tema importante que sigue pasando hoy en día, y es el estado de desprotección en el que pueden caer muchos adolescentes, que a los 18 les deja de proteger el sistema, debido a su mayoría de edad, y todavía no están del todo preparados para vivir por su cuenta, ni tienen trabajo, o apoyos familiares suficientes.
En general, Miracolo a Milano tiene muchas escenas para el recuerdo, repletas de sutileza y lirismo:
El niño entre las lechugas, la muerte de la “mamma”, el rayo de sol, las casas que se cambian de sitio, la conversación perruna, la resurrección de la estatua, la historia de amor interracial, el viejo que no se cree su suerte, el enano que crece, el hombre del edificio que controla la humedad, etc.
Es interesante ver, con qué rapidez los deseos humanos se transforman a partir de objetos materialistas, como un abrigo de piel, una maleta o una máquina de coser, en mejoras físicas; convirtiéndose más alto, la curación de tartamudeo, o el cambio de color de la piel, y finalmente, a querer dinero y mucho.
Como se puede ver, alguna gente aquí, ya se visten con su deseo inicial, sombreros de fantasía y abrigos de piel, y ahora están compitiendo con vehemencia para recibir la mayor cantidad de dinero.
La escena comienza cuando uno de ellos sólo quiere 1 millón, pero otro interviene con 3 millones, y luego el intercambio se convierte en un concurso de quién tiene el poder de respirar más largo, para exigir tantos millones como sea posible:
“Millione, Millione, Millione, Millione .......... illione, Lione, Millone!”
Miracolo a Milano muestra también, el contraste entre la ingenuidad de los que no tienen nada, los que asumen que la palabra del poderoso vale más que la de ellos, y los que digitan el destino de los demás.
Muestra que la única esperanza de una vida feliz, es tan posible como salir volando en escobas.
Muestra que a la hora de pedir deseos, los mismos están atiborrados de necesidades tan básicas, que se trastocan en su jerarquía.
Así, cuando tienen la posibilidad de pedir algo, lo piden desde el lugar donde están, desde su condición:
Piden una araña colgante para llevar a su casilla de cartón…
Incongruencias de una vida miserable, dentro de una sociedad de consumo.
En invierno, al principio de la película, cuando los pobres buscan los claros con rayos de sol para calentarse en grupo, es muy divertido y trágico a la vez, pues demuestra que la necesidad del principio, al optar por bienes, la necesidad no es tan relevante.
Así pues, Vittorio De Sica cerraba su trilogía neorrealista con esta comedia, que intentaba romper un poco con la tónica dramática del movimiento, aunque justo por el contrapunte del tono cómico del guión con la realidad trágica de las imágenes, creaban un efecto mucho mayor.
La mezcla de actores con pobres reales, que participaron en el filme, se convirtió en una de las principales características del movimiento, ya que se quería recrear al máximo la realidad contextual, el uso de este tipo de “amateurs” lo llevó al extremo el gran Pier Paolo Passolini.
Pero en Miracolo a Milano, los parias de la ciudad, que viven en terrenos abandonados, entran en desconcertante contacto con un mundo caricatural de grandes negocios, cuando se descubre petróleo bajo aquellos terrenos.
Allí De Sica envía a sus inocentes, hacia un mundo mejor montados en un palo de escoba, porque en La Tierra, son los desposeídos.
Y esta desposesión, ha sido esencialmente su tema.
Se propuso convertirse en el poeta de los desocupados, y de los que no podrían obtener trabajo, de los perdidos y de los sin hogar, las víctimas de una sociedad que puede ser caricaturizada, humanizada, o simplemente sentida en una fuerza que ejerce una presión irresistible.
“Todos necesitamos una cabaña para vivir y dormir.
Todos necesitamos un poco de tierra, donde vivir y morir.
Todos necesitamos un par de zapatos, algo de leche y un poco de pan.
Esto se necesita para creer en mañana”, una canción/himno de la comunidad de pobres protagonista de Miracolo a Milano, que resume todo lo dicho.
“Voglio diventare bianco”
No en vano, el director italiano, Vittorio De Sica, inicia Miracolo a Milano con ese:
“Había una vez…”, tan propio de esos cuentos que nos adormecían de niños y que, al llegar a adultos, hemos redescubierto en sus significados eternos y profundos.
No en vano, también, la concluye con la esperanza de un lugar donde tener un buen día signifique ni más ni menos que eso, tener un buen día.
Y en medio, un film donde la pobreza se viste de honradez, y la riqueza de fariseísmo, y donde aquel niño nacido como en los cuentos domésticos, de una col, se convierte en líder entre espiritual y mágicamente pragmático de una sociedad de indigentes.
¿Connotaciones cristianas?
Probablemente, pero sobre todo, un retrato donde las acideces neorrealistas se camuflan entre canciones, risas, órganos, milagros, seres celestiales, fuerzas antidisturbios en traje de camuflaje, y cantando ópera…
Donde al final de la escapada, vía escobas voladoras, se halla, o al menos nos queda la esperanza, la antítesis de un mundo donde se han atrincherado el recelo, la codicia, y la ley del dinero, entre otros residentes similares.
Una obra que hace reír, emociona y proporciona una buena inyección de optimismo, que insufla buenos sentimientos en su primera parte, y deriva hacia un hermoso sueño fantástico, en el que un milagro viene a compensar los denodados esfuerzos de los humildes para salir adelante, los castigados por las leyes de una miseria para las que nunca han tenido, tienen, ni tendrán, voz ni voto.
Lamentablemente, en los años 50, Italia ya empezaba a resurgir.
Y en 1948, llegó al poder La Democracia Cristiana, cancelando la era posbélica del romanticismo antifascista militante.
En los primeros meses del año siguiente, mientras se prepara la nueva ordenación jurídica del cine italiano, hubo un solo film en rodaje en toda Italia.
El nuevo gobierno, comenzó a oponerse ante esta corriente neorrealista, por el efecto que podían causar esos documentos sociales en el extranjero.
En consecuencia, se reforzó la censura, y se idearon sistemas de protección económica a la producción, con el fin de producir un viraje de aquel “cine pesimista”
Comenzaron a aparecer grandes productoras, y el cine volvió a hacerse más comercial.
El neorrealismo, empezó a disgregarse, poco a poco perdió fuerza, y fue desapareciendo.
Los directores comenzaron a hacer un cine más personal, así como también surgieron nuevos realizadores que representaron ya, la fase pos-neorrealista, como Federico Fellini y Michelangelo Antonioni.
El cine italiano, andaba buscando nuevos caminos y nuevos horizontes expresivos.
Al iniciarse la década del 50, ya tenía un prestigio universal, y era considerado como el más avanzado del mundo.
Por desgracia, creo que el mensaje de Vittorio De Sica con Miracolo a Milano es relevante, incluso después de 66 años.
Se trata de establecer las prioridades adecuadas, tanto a nivel personal como colectivo.
Todos somos víctimas a una amplia gama de codicia humana:
El poder, el estatus, la belleza, la lujuria, y mucho más que enturbiar nuestras aguas diaria.
Sin embargo, cuando todo está dicho y hecho, somos todos los inquilinos a corto plazo en este mundo, y todo se reduce a simplemente tener los conceptos básicos necesarios para llevar una vida digna, como la canción tema de la película sugiere.
Ese podría ser el lema de tantos desahuciados, y de tantos indignados que brotan en tiempos de penuria.
Y esa podría ser la respuesta de Totò, a quienes propugnan el enfrentamiento como camino para vencer en la lucha:
La verdadera revolución social, no pasa por la violencia, sino por la conversión de los corazones, y tampoco depende de la satisfacción de todas las apetencias y necesidades, porque ahí tenemos a ese triste soplón que se contenta con un abrigo de piel, o con un sombrero... para seguir tan pobre como antes, y en soledad; o a ese pobre sensual, que busca saciarse con la bailarina, y pierde la libertad.
La dignidad exige un poco de tierra y de pan, pero después necesita de alguien que a uno le quiera y a quien querer, ya sea una madre que nos cuida desde el cielo o alguien dispuesto a vivir cada amanecer, como si entonces recibiera el sol como regalo.

“Ci basta una capanna per vivere e dormir, ci basta un po’ di terra per vivere e morir.
Dateci un po’ di scarpe le calze e anche il pan, a queste condizioni crediamo nel doman”



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