Yol

“Hüzün çiçekler, kuşlar, rüzgarlar olarak sayısız tonları, yüzleri vardır”
(La tristeza tiene innumerables tonalidades, varias caras, como las flores, los pájaros, los vientos)

El Ejército turco, es el 2º más importante de La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), que lleva décadas siendo el guardián del orden secular impuesto desde principios del siglo XX, y bajo este objetivo, desde su fundación como República en 1923, se han ejecutado al menos 5 Golpes de Estado en Turquía.
El Golpe de Estado de 12 de septiembre de 1980, encabezado por El General Kenan Evren, Jefe del Estado Mayor del Ejército Turco, instauró un régimen militar que se mantuvo hasta 1983, siendo el tercer Golpe en la historia de La República de Turquía, después de los producidos en 1960 y 1971; y fue el más sangriento, con más de 150.000 detenciones, así como cientos de asesinatos y desapariciones, nunca esclarecidos.
Se calcula que en las primeras semanas después del Golpe, fueron arrestadas unas 30.000 personas; 1 año después, permanecían en prisión 25.000; y en 1982, todavía quedaban 10.000 encarceladas sin ninguna acusación.
La represión, los arrestos, las detenciones sin juicio, la tortura y otras violaciones a los derechos humanos fueron constantes.
El Consejo Nacional de Seguridad (CNS), reconoció algunos casos de tortura, pero la realidad, ningún culpable fue a prisión.
Tras El Golpe, existía más tranquilidad en las calles, que estaban ocupadas por unidades militares, pero el terror cambió de ubicación, siguió existiendo, practicándose en las comisarías y en los centros de detención.
El Golpe no supuso una sorpresa para casi nadie, las protestas fueron escasas a nivel internacional, y prácticamente inexistentes en el interior del país.
Este tercer Golpe, contó con el apoyo de Estados Unidos.
“Bazıları anlaşılmaz ve imkansız bulmak rağmen ben bazı yakın arkadaşları aracılığıyla, üzüntü, sevgi ve ağrıyı anlatmaya çalışacağım”
(Yo, a través de ciertos amigos próximos, trataré de explicar la tristeza, el amor y la pena, aunque algunos les resulten incomprensibles e imposibles)
Yol es un drama turco, del año 1982, dirigido por Yilmaz Güney y Şerif Gören.
Protagonizado por Tarik Akan, Şerif Sezer, Halil Ergün, Meral Orhonsay, Necmettin Çobanoğlu, Semra Uçar, Hikmet Çelik, Sevda Aktolga, Tuncay Akça, entre otros.
El guión es de Yilmaz Güney.
“Yol” significa “El Camino” y expone la violencia política contra los kurdos, y el sometimiento hacia las mujeres, así como el odio e insolidaridad entre la población turca, siendo un retrato de Turquía, como secuela del Golpe de Estado de 1980, donde su gente y sus autoridades, se muestran a través de las historias de 5 prisioneros cuando se les da 1 semana de vacaciones en el país.
Yilmaz Güney, reconocido comunista kurdo, pronto se granjeó las antipatías de las autoridades turcas; y “gracias” a una discusión con un juez anticomunista en un restaurante, donde desgraciadamente, tras un disparo por parte de un sobrino del director, el juez murió, Güney terminó condenado a 18 años de cárcel, donde escribió el guión de sus obras más importantes.
Yol, fue planeado primero en ser dirigido por Erden Kiral, con una historia inicial de 11 prisioneros, en lugar de 5, bajo el nombre “Bayram”, lo que significa “Festival”, o “Eid” en turco; pero Güney no estaba satisfecho con el progreso; y canceló el proyecto, al tiempo que comenzó a buscar un nuevo director.
Şerif Gören entró como posible, tomó en el proyecto, y lo terminó siguiendo estrictamente las instrucciones de Güney, que estaba en prisión; rodándose unos 18.000 metros de película, unas 6 horas de proyección.
Por supuesto, tampoco hay que quitarle mérito a Gören, que supo plasmar las indicaciones de Güney, y realizar un trabajo fastuoso, al pie de la cámara.
Sobre el génesis, parece ser que Güney tomó prestadas las historias de lo que le contaron algunos de sus compañeros de prisión, por lo que podríamos decir, que está basada en hechos reales, lo cual conmueve aún más.
Más tarde, cuando Güney escapó de la prisión, tomó los negativos de la película, se fue a Suiza y posteriormente lo editó en París.
Como resultado, Yol fue seleccionada como la entrada Suiza para la categoría de mejor película extranjera en los premios de La Academia; pero no fue aceptada como candidato.
Yol ha causado mucha controversia en Turquía, y fue prohibida hasta 1999, debido a la participación de Yılmaz Güney y por su contenido; sin embargo, ganó la prestigiosa Palme d’Or en El Festival Internacional de Cine de Cannes.
La trama de aparente sencillez, encierra toda una crítica al sistema opresor turco de los años 80; y es “el camino de regreso” de 5 presos comunes, de una prisión en Turquía “semiabierta” de Imrali, una isla, completamente aislada del continente.
Así pues, tras una suspensión de los permisos de salida, provocada por la dictadura militar de 1980, de repente se conceden los “permisos” semanales.
Los penados por contrabando, atraco, homicidio o chantaje, pueden ir a sus casas.
Cada uno de ellos, pretende regresar efímeramente a su familia, aunque con muy diversos estados de alma; y nos conducen a las regiones más alejadas de “La Turquía Profunda”:
Mevlüt (Mevlat Çelik), sólo quiere estar a solas con su novia, y habrá de enfrentarse con las tradiciones, con un matrimonio preparado a medida, con una relación vigilada, donde su margen de maniobra es mínimo.
Él tratará de ir más allá, liberándose por otras vías ajenas a la tradición, y expresando con severo gesto, las normas de una relación tradicional turca.
Seyit Ali (Tarık Akan) marcha a la montaña, donde “tiene” que vengar su honor, mancillado por la infidelidad de su mujer Zine (Şerif Sezer) que cayó en la prostitución, y se encuentra prisionera del clan familiar, y se mantuvo en cautiverio para que Seyit Ali terminara su vida en un homicidio de honor.
Lleva 8 meses encadenada, a base de pan y agua.
Los familiares de la mujer, esperan y desean que Seyit haga la justicia que ella se merece, y que han dilatado hasta su vuelta, pero él decide en una visible lucha interna, llevársela consigo y a su hijo.
No obstante, la vuelta por los campos nevados, será un obstáculo imposible para la esposa, sin fuerzas y mal abrigada.
Seyit, tendrá un último acceso de perdón, y tratará de evitar que muera, llevándola en sus propios hombros.
Las escenas que nos muestran estos pasajes son implacables, no dejan lugar a la indiferencia.
A pesar de sus esfuerzos por mantenerla viva, finalmente fracasa.
La muerte de su esposa, libera a Seyit Ali de la presión de la familia, y se salva de la justicia, pero él mantiene un remordimiento de conciencia, y debe volver a la cárcel, como todos los demás.
Mehmet Salih (Halil Ergün), quiere recuperar a su compañera y a sus hijos, de una familia que le acusa de ser culpable de la muerte de su cuñado.
Salih ha sido arrestado por su papel en un robo con su cuñado, a quien abandonó mientras era baleado por la policía.
Sus suegros no quieren tener nada que ver con él, y finalmente se ve obligado a decirle a su esposa, Emine (Meral Orhonsay) la verdad.
Emine y Mehmet, deciden huirse, y subir en un tren.
En el tren, se van al baño para tener relaciones sexuales después de tanto tiempo estar separados; pero son descubiertos por una multitud enojada, por los oficiales del tren, y son entregados a los funcionarios.
Allí, un joven de la familia de Emine, que subió al tren clandestinamente, les dispara a ambos.
Ömer (Necmettin Çobanoğlu), simplemente quiere descansar con los suyos; y vuelve a su pueblo en la frontera con Irak, donde las rencillas bélicas entre esta minoría étnica y la propia Turquía, nos adentran en un escenario convulso, pero también en una gente que viven en un escenario de terror, desalentador; con niños que llevan escrito el miedo en sus ojos, mayores que callan a gritos, casas y rostros toscos.
Al ser un pueblo fronterizo, la lucha con el ejército debido al contrabando, es constante.
Ömer, se las arreglará para cruzar la frontera, y escapar de la prisión.
Aunque está claramente decidido, se da por vencido después de que su hermano es asesinado a tiros durante un contrabando; siendo a través de su muerte, que Ömer ha heredado las responsabilidades, la esposa y los hijos de su hermano, según lo dictado por la tradición.
Yusuf (Tuncay Akça), solo quiere llevarle un canario a su joven esposa, él es el más alegre, y el que menos problemas tiene, en apariencia, aunque asesinó, y recibirá su castigo inmediatamente, perdiendo su salvoconducto, y quedando retenido en un calabozo, a pocas horas después de salir de la prisión.
Así, cada prisionero sufre un conflicto que amenaza su libertad, con la tradición que lo aprisiona también; cada uno de ellos, tiene sus propios problemas, preocupaciones y nostalgias.
Rigurosas leyes, escritas y no escritas, y un sistema brutal, son una carga que pesa sobre ellos.
Sufren violencia y ejercen violencia.
Las vacaciones, comenzadas con esperanza, terminan con dolor.
El reencuentro de los presidiarios con sus costumbres anquilosadas, sus miedos, frustraciones, sus familias, su pasado en esa sociedad rural machista, extremadamente religiosa, olvida la humanidad, para ocuparse de “la moral”
Es dura y cruel, como sería la sociedad turca más cerrada, llama la atención, cómo puede que sigan siendo tan obtusas y temerosas.
Yol, nos introduce en La Turquía de los años 80, pero además, en la más tradicional, en la de los pueblos recónditos, las tradiciones ancestrales, las penosas condiciones de vida...
Por momentos, la película parece un documental, haciendo un repaso geográfico del país, de sus gentes y sus costumbres, y va intercalando la historia de los 5 presos en su camino físico y mental a sus casas.
A destacar los créditos finales, a modo de un emocionante grito de agradecimiento a todos los participantes en la misma, que profetizan la inmortalidad de los protagonistas y técnicos que hicieron posible la producción, mientras la película siga viva en la memoria de los cinéfilos que se atrevan a contemplar el sufrimiento que desprende.
Este hecho tan singular, es una clara muestra de que nos encontramos ante algo más que una simple película, y del padecimiento que debieron soportar los profesionales que tomaron la valiente decisión de arriesgarse física, psíquica y políticamente, para sacar adelante un proyecto que traspasaba los límites de la irrealidad cinematográfica, para trascender sobre las fronteras de la propia vida.
Sin duda, Yol debe ser una película de cabecera para los amantes del cine realista, nihilista,  pesimista, y severamente atroz.
Su aparente frialdad y sobriedad, encierra una feroz declaración en favor de la justicia y la dignidad.
Se trata de una película triste y amarga.
Y si consigue captar la atención del público desde el primer momento, el espectador embaucado por ella, correrá serio peligro de terminar el visionado con una sensación de vacío interior y abatimiento, del que puede ser complicado librarse.
Este es un riesgo que merece la pena correr.
Este “camino” no ofrece esperanzas, muestra la condena en la que viven los turcos, y supone una crítica bárbara al Estado y la sociedad.
“Oğlum nerede ve eşim nedir?”
(¿Dónde está mi hijo y mi mujer?)
Para comprender el significado de Yol, es esencial acercarse a la biografía de su alma mater, y padre espiritual, el director, productor, actor y guionista turco, Yilmaz Güney; un cineasta comprometido, que dice la leyenda, que de etnia kurda, crítico, reformista, siempre del lado de los desfavorecidos y de las causas perdidas, revolucionario y marxista, cuya sensibilidad y beligerancia, chocó contra el orden establecido en La Turquía de los 70, lo cual provocó que pasara buena parte de su vida en la cárcel.
Así, su primera estancia en prisión, data de 1961, inducida por la realización de un corto tildado como subversivo por las autoridades turcas.
Después de filmar la que es considerada su primera obra mayor, fue encarcelado de nuevo, tras dar cobijo a unos anarquistas; y tras ser liberado en 1974, nuevamente dio con sus huesos en prisión, acusado de asesinar a un juez, tras una trifulca nocturna bajo los efectos del alcohol.
Tras este suceso, Güney permaneció de manera más o menos continuada en presidio, dirigiendo desde allí sus obras, en colaboración con otros cineastas como Şerif Gören o Atif Yilmaz.
Mientras acababa la filmación de Yol, Güney logró escapar de su cautiverio, exiliándose en Francia, país en el que solo pudo residir un par de años, ya que en 1984, el director kurdo/turco, fallecía de un cáncer de estómago, que aniquiló súbitamente a un joven y rebelde autor, que iba a iniciar su carrera sin los muros opresores de la censura que imperaba en su patria de origen.
En Yol parecen darse cita todas las experiencias anteriores del director, concentrándose en un guión de particular densidad.
Prisión, fanatismo, subdesarrollo, marginación racial, dictadura, machismo, ensueños de justicia y libertad.
Todo esto se transparenta a través de las imágenes directas, que recoge con ternura la cámara de Erdogan Engin, pero donde alienta inequívocamente a cada paso la inspiración de Güney, a través de un guión admirable.
A grandes rasgos, es una “road movie” existencialista, que sigue los pasos de unos prisioneros, de identidades divergentes, aunque más próximas de lo que parece intuirse en un primer momento, que gracias a una indulgencia penitenciaria, gozarán de una semana de permiso para poder viajar a sus hogares de origen, sitos en la región de Anatolia, lugar históricamente convulso, morado por un crisol de etnias, y testigo de los más sanguinarios genocidios, para reencontrarse con sus familias, las cuales prácticamente se han convertido en un ente extraño para los prisioneros, dado el distanciamiento físico, e incluso ético, que ha generado la obligada separación.
La ubicación de la historia en una región tan primitiva y áspera como es Anatolia, logra el efecto de distanciar la mitificada idealización de modernidad y progresismo que el europeo ostenta de la Turquía circunscrita a la ciudad de Estambul.
Yol, como película poética que es, atiende una activa denuncia en contra de las injusticias aceptadas por gran parte de la población, y que añade a su excelente dialéctica y guión, una impecable factura técnica.
En primer lugar, hay que resaltar la genial banda sonora intimista, que hipnotiza y engrandece las escenas de mayor intensidad sentimental.
Del mismo modo, es fotográficamente espectacular y diversa:
En los primeros compases, nos deleitaremos con fastuosas tomas en tren de los campos abiertos de Anatolia.
En la siguiente parada, nuestra atención se fijará en ciudades pobladas de harapientos niños de etnia kurda, mujeres ataviadas con y sin pañuelo musulmán, sobrepobladas de coches y suciedad, gracias al empleo de tomas cenitales en las que se da rienda suelta a la improvisación impostada de los actores con los paseantes reales, al más puro estilo de La Nouvelle Vague.
Finalmente, la película culmina con una bellísima exposición pictórica de parajes nevados, agrestes y montañosos, en los que la cámara consigue inducir espejismos fotográficos, aprovechando las níveas brumas del paisaje culminado con una feroz congelación de un inocente personaje, que agrietará un poco más el frío corazón del inductor de este vergonzoso acto.
Güney, opta por dotar a su cinta de un salvaje realismo de fábrica, retratando con total naturalidad, la forma de vida de la Turquía profunda, tradicional, supersticiosa y arcaica, poseedora edificios urbanísticos y humanos destartalados y obsoletos; con una fotografía sin pudor, a niños piojosos y desnutridos, fumando como carreteros, plasmando los odios viscerales que emergen de entre los componentes de una misma familia, que no perdonan la afrenta de un acto de cobardía de consecuencias fatales, protagonizado por uno de sus miembros; penetra en sucios y lascivos burdeles, y denuncia la crueldad e intolerancia imperante en la Turquía presa de miedos y tradiciones, que es habitada por lugareños de rostros curtidos por el trabajo rural y el odio racista en contra de las minorías revolucionarias, tanto a nivel político como ideológico.
Yol comienza con una extraña atmósfera carcelaria.
Los carceleros, los cuales son descritos sin el habitual sentido crítico de otras cintas de Güney, cantan los nombres de los prisioneros que han tenido la suerte de recibir una epístola de sus familiares.
Mientras esto sucede, la cámara se fija en una serie de reos, que con nerviosismo y esperanza, mantienen la expectativa de que el gobierno vuelva a conceder permisos penitenciarios, para así poder visitar a sus familias.
Dice la leyenda, que Güney se granjeó la confianza de las autoridades turcas para lograr su cooperación en la filmación de la película, urdiendo el engaño de hacer creer a los mandos policiales y militares, que iba a filmar una película indulgente, con los métodos carcelarios turcos.
Esta licencia inicial, termina en el momento en que la magistratura concede la potestad de abandonar el arresto carcelario a 5 prisioneros, con la condición de que informen en todo momento de su ubicación a las autoridades responsables de su custodia.
Una vez abandonada la vigilancia carcelaria, los ex cautivos emprenderán en principio, un esperanzador viaje de reencuentro consigo mismos y sus familias.
Lo que iba a ser un viaje placentero y alegre, poco a poco se va tornando en un desolador y amargo itinerario hacia ninguna parte, en el que el miedo, el desencanto y la insatisfacción, ganan la partida a la primogénita ilusión.
La acción se centra sobre todo, en el éxodo de 3 personajes:
Un prisionero político kurdo, que anhela retornar a su país de origen, para presenciar el avance de las legítimas reivindicaciones de los de su estirpe.
Un padre de familia, que trata de recuperar el perdón de su mujer, hijos y familiares, los cuales le culpan de provocar la muerte del hermano de su esposa, tras participar ambos, en la comisión de un robo, en el que resultó muerto su cuñado.
Y por último, el de un joven casado con una mujer acusada de prostitución, que se verá obligado por su familia de sangre y política, a buscar a su cónyuge para limpiar el nombre de su linaje, a través de la encomienda del más aberrante de los actos, conforme mandan las tradiciones ancestrales arraigadas en el alma de la Turquía más primitiva.
Las rejas físicas de la cárcel, que inicialmente habitaban los protagonistas, se muestran como un espacio en el que cabe más libertad y alegría, que en la sociedad despojada de rejas físicas; pero ataviada de rejas in-habilitadoras de libertad más agónicas que las de las prisiones turcas:
Las de la intolerancia y la brutalidad extrema, que igualmente impiden a los ciudadanos moverse con libertad por los campos y ciudades desprovistos de verjas, pero gobernados por tales inmoralidades.
Los 5 relatos, se encabalgan mutuamente con una extraordinaria habilidad, y en medio de peripecias tan verosímiles y espontáneas, que aprisionan la atención del espectador, reduciéndose el diálogo a lo indispensable.
A pesar de la distancia cultural, Güney consigue provocar un creciente proceso de simpatía con todos los intérpretes, preparando los desenlaces, siendo todos ellos trágicos.
Sin embargo, Yol, que podía no haber pasado de melodrama espeluznante, se transforma lentamente en un apasionante canto a la dignidad del hombre.
Con una extrema habilidad exenta de patetismos panfletarios, Güney va mostrando a través de imágenes de admirable sencillez, cómo la degradación social, económica y política, o el fanatismo religioso, transforma a personas primitivas en malhechores.
Esto no se logra con evaluaciones didácticas, sino a base de unas descripciones ambientales, mucho más elocuentes que cualquier discurso, por muy explícito que sea.
Las ráfagas de lirismo, por su parte, van templando constantemente la tensión dramática de una permanente situación inhumana:
Una gaviota que vuela, un canario prisionero que canta, pájaros que se posan en los hilos del telégrafo, la flauta que sirvió para enamorar en su juventud... caballos galopantes en la pradera libre, la doncella inasequible a los niños que se disputan los cigarrillos, son elementos relampagueantes por la pantalla en los momentos más dramáticos.
Güney los sitúa con una soberbia intuición poética de inequívoco sentido popular, a través de un montaje, nervioso y rápido, que da como resultado, una película de un ritmo admirable, y una fluidez narrativa de primer orden y estilo; pero sin ningún tipo de concesiones y por momentos, de una gran violencia, explora las consecuencias de un sistema social represivo, y de una religión intolerante, tanto ante los otros como consigo misma.
En ciertas escenas, esta obra de arte roza lo sublime.
Envuelta en una especie de halo musical, y una rara belleza ambiental, el director hace gala de una técnica cinematográfica depurada, al mismo tiempo sencillo, y parece que capta todos los matices del rostro que sufre.
Los trayectos vitales que expone, sirven a Güney para dibujar la opresión reinante en la sociedad turca en 3 esferas diferentes:
La violencia política profesada en contra de los kurdos, el trato degradante e insensible al que están sometidas las mujeres, las cuales carecen de posibilidad de perdón ante el machismo; y la demolición de las relaciones familiares progresistas y humanas, motivada por el odio y la incomprensión de los miembros más insolidarios y recalcitrantes del ente doméstico.
Anatolia, aparece como una población ofuscada en sus propias tradiciones, e incapaz de iluminar el futuro con la luz de la compasión y el humanismo.
Como si de un documental se tratase, se nos presenta a la sociedad turca tal como es, compartiendo con ellos su entorno, sus hogares, viajando con ellos en tren y en autobús, o bebiendo té.
Así mismo, asistimos con un realismo pasmoso, a la contemplación de sus costumbres, donde la mujer es una mera piltrafa, y es tratada como tal dentro de una sociedad machista a más no poder.
Hablar de machismo, es quedarse corto, va más allá de lo que entendemos nosotros como machismo, se trata de una inhumana conducta de coacción al ser humano, dentro de la familia, anclados en una sociedad incomprensible.
No hay lugar para la complacencia con el gobierno y la sociedad de un país que no deja respirar a sus hijos, ni siquiera en el momento en que habrían de poder respirar, al habérselo ganado después de “pagar”, es decir, de estar en la cárcel.
Se trata de un permiso que les va a pasar factura, o alguno de ellos sale para pasar factura, saldar cuentas, es decir, que ni ellos se salvan de la miseria moral, aunque sí que se salvan, debido a la reflexión que posibilita la cárcel, quizás lo único positivo de ella, que hace que intenten salvarse de la degradación moral “in extremis”
Y los desenlaces, sacan a desgarro lo humano, que a veces, sobre todo con los estigmas sociales y los prejuicios, se erige en peor que lo animal.
A veces, es mejor no regresar, no retomar “el camino”
“Bilgelik en kötü düşmanı haline gelebilir mi?”
(¿La sabiduría puede convertirse en tu peor enemigo?)
El mayor valor de Yol, es su extraordinaria calidad humana.
La dura experiencia personal de Yilmaz Güney, detenido en 3 ocasiones, acusado de propaganda marxista, de ayudar a la minoría kurda y de homicidio, a lo que se añadió el despojo de su nacionalidad por el gobierno militar, se traduce en su cine sin amargura ni gesticulación.
Esto da a Yol, un temple de madurez excepcional, careciendo del sello de cine panfletario.
El espectador, se identifica con personajes marginados, empatizando con ellos gracias a una compasión emocional, típica de todo auténtico drama, al ser llevado a representación.
De ahí también, el alcance universal, donde por ausencia, resplandecen los valores fundamentales de justicia y libertad.
Ni la carencia de ambos, ni siquiera los propios delitos, producto del subdesarrollo, ni una situación en que la vida humana de los protagonistas parece más segura en la cárcel, que fuera de ella, son capaces de eclipsar totalmente los chispazos de dignidad y las ansias de felicidad de unas personas miserables, que no merecen su destino.
Como dato, los derechos sobre la película, fueron disputados durante mucho tiempo.
Incluso durante la vida de Yilmaz Güney, hubo grandes conflictos sobre la propiedad de la película, entre Güney y Donat Keusch, la cabeza de una compañía de servicios suiza, llamada Cactus Film AG, que afirmaba poseer los derechos enteros de la película.
Después de la muerte de Güney por cáncer gástrico, a los 47 años, el conflicto se intensificó entre Keusch y la viuda de Güney.
Cuando Keusch se declaró en quiebra, con Cactus Film AG en 1999, la situación se complicó aún más, y dio lugar a numerosas demandas, tanto en Suiza y Francia.
Todavía, hay numerosos vendedores en el mercado, que dicen ser el único propietario de los derechos mundiales de Yol, por lo que la película se ofrece en diferentes versiones, a través de diferentes canales de distribución.
En 1999, la película fue restaurada por Imaj, que es una de las empresas de postproducción más grandes de Turquía y Europa.
Zulfu Livaneli, hizo la banda sonora, pero debido a la atmósfera política, entonces imperante en Turquía, utilizó un apodo, Sebastian Argol, con el fin de evitar posibles sanciones en los tribunales turcos, que entonces operaban bajo El Golpe de Estado en Turquía de 1980.

“Gönülden büyük bir cesaret ve fedakarlıkla, zorlu sosyal ve doğal koşullarda, bu filmin yapımında çalıştı tüm dostlarımıza Yol, teşekkür ederim.
Onlar bu film hayatta iken yaşayacak”
(Agradecemos de todo corazón a todos nuestros amigos de YOL, que trabajaron para la realización de esta película, en las más duras condiciones sociales y naturales, con mucho coraje y sacrificio.
Ellos vivirán mientras esta película viva)



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