Une aussi longue absence

“Elle sondait profondément son cœur et son âme... mais ne pouvait pas ramener son passé oublié”

La escritora y cineasta francesa, Marguerite Duras, siempre sostuvo una historia de amor con el cine.
A lo largo de 30 años, ella se obstinó en dominar su lenguaje y su gramática de igual modo que su obra literaria insertada en el movimiento conocido como “Nouveau Roman”
Este movimiento literario, que significa “novela nueva”, está formado por una serie variable de escritores, y se suele incluir siempre a Alain Robbe-Grillet, a quien se considera fundador y primer teórico del movimiento, como autor del manifiesto “Pour un nouveau roman”
El “Nouveau Roman”, apuesta por una narrativa experimental, basada en la libertad temática frente a la novela social precedente, por el rechazo de la interpretación psicológica de los personajes, y por la disminución de la importancia del narrador, que hace lo posible por desaparecer del relato.
Los novelistas de este movimiento, que sacudió con fuerza la literatura del momento, muy influidos por el cine, conceden gran importancia al punto de vista, e intentan alcanzar la objetividad pura de la cámara cinematográfica, por lo cual, la descripción muy minuciosa, que a veces llega a un grado de exhaustividad y detallismo asombroso, es una de las principales características de sus obras.
En contra, pues, de la novela cuyo objeto es escribir la aventura de un personaje, los nuevos novelistas optan por la “aventura de una escritura” que es, ante todo, una búsqueda sin finalidad, una exploración del subconsciente, y en la cual el asunto, los personajes, la intriga y las situaciones se diluyen.
Este concepto de la escritura, trae consecuencias importantes e innovadoras:
El texto valora la presencia de objetos ante la cuasi ausencia de personajes, se apoya en el espacio y el tiempo, prefiere las obsesiones, la memoria, y sus relaciones con el autor.
“Contar bien una historia”, es una de las frases recurrentes de la época, a mediados del siglo pasado.
Pero este precepto consiste para los nuevos escritores, en historias que se atienen a esquemas prefabricados a lo que los lectores están acostumbrados.
Un universo estable, coherente, continuo, enteramente descifrable; y más que distraer, una historia bien contada, según ellos, tranquiliza.
Otro aspecto que el “Nouveau Roman” considera inaceptable, es el personaje como centro de la novela tradicional.
De nuevo es Robbe-Grillet, quien afirma que los personajes pertenecen a un momento del pasado, en el que “tener una personalidad, representaba a la vez el medio y el fin de toda búsqueda”
Entonces, aparece en las novelas y relatos del movimiento, un antihéroe banal, anónimo, más propio de la cultura de masas que comienza tomar forma en aquellos años.
Nada de psicología “a la ancienne manière”, donde los personajes modernos no tienen pasado, conciencia ni destino.
Una característica generalizada en estos autores, es el cuestionamiento de la novela tradicional decimonónica.
Según ellos, no tiene ya sentido escribir novelas al modo de Balzac, con unos personajes, una trama, un inicio, un desarrollo y un desenlace.
Se sienten en cambio más cercanos a la literatura más introspectiva de Stendhal o Flaubert.
No se admite la descripción de los personajes, que según ellos está mediatizada por los prejuicios ideológicos, sino la exploración de los flujos de conciencia.
En ellos, la influencia de autores extranjeros, como Virginia Woolf o Kafka, o franceses como Sartre o Camus, es evidente.
Nacida en Saigón, el 4 de abril de 1914, como Marguerite Germaine Marie Donnadieu, apellido que cambió por el del pueblo de su casa paterna; transmitió sus vivencias en la Indochina ocupada por los franceses, en algunas de sus obras literarias; y se dio a conocer más, con la publicación de una novela de inspiración autobiográfica, “Un barrage contre le Pacifique” (1950), que elabora recuerdos de infancia.
Sus obras posteriores ponen de relieve, en relatos cortos, la angustia y el deseo de los personajes que intentan escapar de la soledad.
Su obra literaria, cuenta con unas 40 novelas, y una docena de piezas de teatro.
Y es que la propia vida de la escritora, es una novela sobre la que ella ha escrito incesantemente:
La destrucción, el amor, la alienación social, son palabras clave en la vida de Marguerite Duras, que se detectan en toda su obra.
Una historia tormentosa, de soledad y escritura, de palabras y de silencios, de deseos fulgurantes también.
Un personaje ineludible, en la vida de Marguerite Duras, su madre.
El desamor maternal, marcó toda su vida, e hizo de ella un personaje controvertido, en el que se entremezclaban las exigencias del corazón y los caprichos del cuerpo; impetuosa y obstinada, tuvo tantos detractores como seguidores de sus obras.
A partir de finales de los años 50, Marguerite trabajó asiduamente en el cine, comenzando una carrera en 1958, como guionista, y colaborando con gente como René Clément en “This Angry Age” (1958) o Alain Resnais en “Hiroshima Mon Amour”
Cuando murió, Marguerite Duras dejó tras ella, 19 películas y más de 50 textos entre novelas, relatos, obras de teatro y guiones de cine, sin contar con los numerosos artículos escritos en prensa.
“Je me souviens de lui comme quelqu'un de complètement différent, mais vous savez après une longue absence, comment pourriez-vous reconnaître son nom...”
Une aussi longue absence es un drama francés, del año 1961, dirigido por Henri Colpi.
Protagonizado por Alida Valli, Georges Wilson, Charles Blavette, Amédée, Paul Faivre, Pierre Parel, Catherine Fonteney, entre otros.
El guión es de Marguerite Duras y Gérard Jarlot.
El director Henri Colpi, ganó con su primer largometraje, La Palme d’Or del Festival Internacional de Cine de Cannes; y su caso se convirtió en la ilustración perfecta de esa máxima que asegura que “el éxito es hijo de un malentendido”
En efecto, Une aussi longue absence, ganó el premio compartiéndolo con nada más y nada menos que con la “Viridiana” de Buñuel, esa película española a la que la España franquista le retiró la nacionalidad.
Quizás, este hecho haya sido un lastre que ha minusvalorado el enorme valor de esta obra, que se alza como uno de los más hermosos y crueles cantos a la elegía jamás realizados en una obra cinematográfica.
Y ello lo logra desde una sencillez narrativa y escénica, que asusta, dejando pues que sea la vida misma la que fluya a lo largo del metraje del film, sin incorporar ninguna estridencia impostada que desvíe la atención del espectador hacia destinos menos depresivos que los trazados por Colpi a lo largo del desarrollo de la historia.
La acción sigue a Thérèse Langlois (Alida Valli), propietaria de una cafetería, que está de luto perenne por la misteriosa desaparición de su marido desde hace 16 años.
Un vagabundo (George Wilson) llega a la ciudad, y ella cree que él es su marido…
Pero él está sufriendo de amnesia, y ella intenta traer de vuelta el recuerdo de épocas anteriores.
Une aussi longue absence es una película sobre los recuerdos, las ilusiones perdidas, el miedo a la soledad, la nostalgia, la esperanza contra la misma esperanza…
Completamente olvidada, porque su director, Henri Colpi, no cumplió las esperanzas puestas en él por este, su primer trabajo, Une aussi longue absence es sin embargo un film espléndido, una pequeña joya a la que quizá ha perjudicado la modestia de su factura y de sus pretensiones.
Y es que no hay tantas películas que presentan temas maduros como el compañerismo, la vida, la pérdida de la memoria, la obsesión y la guerra; y la película de Henri Colpi, se considera un clásico en ese sentido, así como una obra maestra, debido a su manejo y tratamiento perfectos de estos temas que afirma la vida.
“Oui, mon neveu Albert Langlois qui a été torturé à Chaulieu-sur-Loire.
Il a été remis à la Gestapo à Angers dans le département du Maine et de la Loire.
Et alors, vous souvenez-vous?
Il a été emprisonné à Fresnes...”
Henri Colpi, fue un director, montador de cine, actor y director de televisión francés, de origen suizo; pero fue sobre todo, un notable montador de películas de Alain Resnais, Agnés Varda, Chaplin o Henri-Georges Clouzot.
Antes de empezar a trabajar profesionalmente como montador, Colpi escribió un excelente libro de teoría, “Le cinema et ses hommes” en 1947, que tuvo una continuidad especializada en 1963, con un libro en el que hacía un elogio de la música en el cine, y estudiaba las muy distintas maneras de utilizarla.
Y encontró su colofón en 1996, cuando Colpi, siempre discreto, inteligente e interesante, dio a conocer su “Lettre à un jeune monteur”, un volumen en el que hace un repaso a, cómo ha evolucionado el oficio de montador, a partir de nuevos criterios estéticos, y en función de los cambios técnicos.
Une aussi longue absence, basada en un guión de Marguerite Duras, es una obra abiertamente literaria, y porque no teatral, que transponía al cine las obsesiones del “Nouveau Roman” por acabar con todo rastro humano en lo que debía ser mera forma.
Porque nada espectacular ocurre en los primeros 30 minutos de esta película...
Sin embargo, lo que se muestra durante esta duración, tiene una relación directa con el título.
Colpi ha puesto su película durante el desfile de Quatorze Juillet, en un tranquilo suburbio parisino, donde se pueden ver muy pocos coches en carreteras, la gente se conoce muy bien, y se reúne regularmente en el bar local, para escuchar música y radio mientras tomas unos tragos.
Una mujer que ya está entrando en la edad madura, Thérèse Langlois, es la dueña del bar en las afueras de París, que un día cree reconocer en un vagabundo a su marido, desaparecido durante La Segunda Guerra Mundial, tras ser deportado a Alemania.
Lo que cuenta la historia, es la conmoción que para esa mujer, que ya parecía haberse resignado a la pérdida, y a pasar el resto de su vida tras la barra del bar, con apenas el pequeño aliciente de una relación sentimental, sin mucho énfasis, con un camionero de su pueblo natal, supone la reaparición de ese fantasma de su pasado, y los tenaces, e incluso patéticos intentos, porque ese hombre recuerde lo que olvidó, o que admita que es posible que sea reconocido por los seres que lo amaron.
La “acción real” de esta película, toma forma cuando la dueña del bar se encuentra con el vagabundo.
Esta reunión, tiene consecuencias fatales para ambas personas.
Para una película basada en una historia real, que involucra a personas que perdieron sus familias y recuerdos durante la guerra, la actriz italiana Alida Valli es excelente en su papel de dueña de una barra, una mujer muy femenina, que está demasiado obsesionada con el recuerdo de su esposo deportado durante la guerra, y dado por desaparecido.
Es su inmenso amor por su marido, lo que la persuade a ver al vagabundo como su difunto esposo.
El actor Georges Wilson, retrata su papel con el máximo cuidado para revelar un vagabundo que es concienzudo hasta el núcleo.
Él es el que se delinea como el amo de su destino en todas las situaciones si se trata de la apariencia, aunada a la elección de la música operística y la original de Georges Delerue.
Así, la película arranca de forma muy convencional, a través de un precioso “travelling” que describirá el espacio escénico donde tendrá lugar el romance.
De este modo, la cámara arribará a un pequeño y humilde bar, situado en las afueras de Puteaux, regentado por una mujer de unos 40 años, que responde al nombre de Thérèse, que parece vivir sin demasiada gana, atrapada en la rutinaria labor de servir las mismas copas a los mismos clientes, sin que ningún acontecimiento novedoso se haya producido en los últimos años.
Siempre las mismas caras, los mismos borrachos, los mismos gamberros que parecen no querer madurar, las mismas bebidas surtidas en los mismos vasos.
Es decir, Thérèse aflorará como una mujer amargada, solitaria, carente de amor, y por tanto, de todo símbolo de afecto, que se levanta cada mañana únicamente para no caer derrotada por su deseo de morir.
Entre bastidores, parece emerger un joven con el que Thérèse seguramente habrá aplacado en alguna ocasión su enfermiza soledad, con el único objetivo de no caer en la locura más absoluta, pero sin que se atisbe ningún rastro de amor hacia ese fiel amigo.
En cambio, éste sí parece mostrar un gran interés por conquistar la soledad de la regente del bar.
Si bien, esta quimera es más una utopía que una realidad cercana…
Sin embargo, una mañana de verano, un hecho sacudirá el hastío que estaba devorando la existencia de Thérèse:
La aparición de un mendigo, en aparente estado de embriaguez, demostrado por las canciones de ópera que recita sin sentido.
Algo ha pasado en la mirada de Thérèse…
La contemplación de esta decadente figura, parece que ha alterado el frío riesgo sanguíneo de la restauradora.
Ello provocará, que nuestra protagonista decida no acometer el viaje que tenía planeado con su quebradiza pareja, decidiendo por el contrario, continuar al frente del bar, con la esperanza de volver a encontrarse con esa figura achacosa que parece recordar una presencia pasada y tristemente desaparecida sin dejar ni rastro.
Sí, se trata del recuerdo de su marido, un hombre que desapareció durante la guerra, y del que Thérèse no volvió a tener noticias, hecho que la provocó ese tormento vital y amargura imposible de desprender.
Pero, a pesar de que los amigos y parientes de la desafortunada propietaria, alertan a la misma de la total falta de conexión física y mental entre la presencia perdida, y la nueva aparición; Thérèse se obsesionará sin atender a razones, creyendo ver en la imagen de ese pobre indigente amnésico, una idealización del retorno de su esposo.
Un marido que la bella regente había dado por irrecuperable hasta el fin de sus días.
A partir de estos primeros encuentros abstractos, de tono más clásico, Une aussi longue absence, comenzará a discurrir por unas vías más emparentadas con el cine de arte y ensayo, dejando pues que sean los sonidos ambientales, los gestos y el lenguaje corporal, los medios narrativos insertados para hacer estallar la emoción.
En este sentido, resulta imprescindible la mirada ausente de cordura de una Alida Valli que en esta cinta realiza sin duda, una de sus más románticas e inolvidables interpretaciones.
No hacen falta diálogos, ni tenues conversaciones, ni siquiera espectaculares planos diseñados mediante complejos angulares, con el único fin de hipnotizar a un espectador, más interesado en el forraje visual que en lo intrínseco e intimista, de una historia cercana, que resulta claramente identificable con algún momento vivido en nuestro pasado, presente o futuro.
Los ojos de La Valli, serán el mejor instrumento para hacer irradiar el romance en su sentido más puro.
Sus paseos por las orillas del Sena, persiguiendo como una loca poseída por la sinrazón, a ese absorto mendigo que desconoce el motivo del interés suscitado por su persona en esta desconocida, es sin duda uno de los más potentes y poderosos retratos de la añoranza por recuperar ese pasado feliz, al que nuestra heroína trata de volver insensatamente, o mejor dicho con sensatez.
El presente o el futuro, no parecen afectar a una Thérèse únicamente movida por el recuerdo, y la memoria de un pasado que no se volverá a repetir.
Y para rememorar esos tiempos felices, Thérèse no dudará en asediar con preguntas confusas a un Albert, interpretado de forma memorable igualmente por Georges Wilson, mientras éste recorta fotografías de las revistas que encuentra en su camino, como una obsesión de mantener una evocación pretérita que es incapaz de hallar en su olvidadiza mente, como esos replicantes que sustituían su inexistente pasado, a cambio de la simple posesión de unas decadentes e insignificantes fotografías.
Así, en su malsano revival del pasado, Thérèse igualmente martirizará a Albert, haciéndole escuchar una serie de arias de óperas, con el fin de hacer aflorar en su memoria, la conciencia de su verdadera personalidad relegada por la falta de razón.
Y es precisamente esta dicotomía representada por la reconstrucción de una vida pasada, ya irrecuperable, unida a la falta de memoria pasada de un Albert que lucha a duras penas por salir adelante en un presente oscuro, en el que no se atisban perspectivas halagüeñas en el futuro, lo que convierte a la narración en una fábula cruel, espeluznante, y en cierto sentido, sádica, que nos avisa de las consecuencias que puede acarrear para nuestra salud mental, el excesivo apego al pasado, llámese melancolía, nostalgia… y por tanto, la total ausencia de una mirada fijada en el presente.
Puesto que el mayor pecado de Thérèse, consistirá en no saber afrontar la elegía.
Esto es, no asumir que la vida es un río que fluye desde su nacimiento, sorteando diferentes etapas y destinos que debemos soslayar con tino, para no acabar estancados en una trampa, llámese locura, hastío, depresión, soledad… de la que no podamos jamás salir.
Y es que estas maquinaciones serán las que provocarán finalmente que el río acabe convirtiéndose en un arroyo.
Thérèse se estancó en el pasado, y ello incitó que su vida fuese únicamente un espejismo repleto de apariencias y depresión, adornada únicamente por una desasosegaste soledad, de la que jamás podrá desprenderse.
De este modo, Une aussi longue absence culmina con una de esas escenas para el recuerdo.
Donde 2 desconocidos que desean desde lo más profundo de sus almas, que la obsesión de Thérèse no sea una mentira infundada por la locura, bailarán su pena, soledad y desamor, bajo la luz de unas velas en el solitario pasillo del bar que regenta la protagonista.
Sí, Albert acabará sucumbiendo a la tortura de Thérèse, creyendo finalmente que su amnesia pertenece a ese marido de su compañera de fatigas.
Pero mientras los 2 anacoretas bailan bajo el influjo de las bellas melodías de una canción francesa, ambos acabarán topándose con la cruda realidad, sabedores que ese amor reflejado, es tan solo una ilusión que desaparecerá en el mismo momento en el que la luz vuelva a alumbrar los corredores del bar.
Y a partir de ese mismo momento, tanto Albert como Thérèse, despertarán de ese sueño, para retornar a su rutinaria realidad:
La de 2 vagabundos que deambularán el resto de sus días en soledad, y por tanto, sin ese amor capaz de cicatrizar las heridas que hieren el alma de ambos.
Lo importante en Une aussi longue absence, no es si el vagabundo es realmente Albert Langlois, aunque se sabe de él, que es un veterano de guerra que olvidó su identidad, por culpa de los malos tratos sufridos en El Campo de Concentración nazi, y posiblemente fuera lobotomizado; sino la necesidad que tiene Thérèse, porque sí lo sea.
Pues el marido perdido, y su recuperación venida del cielo, son el símbolo de unos tiempos que ya se fueron, y que quién sabe si realmente fueron tan maravillosos como ella los evoca.
En cualquier caso, tienen, como siempre, la magia de lo perdido.
Es esencial, en la historia, el momento en que transcurre:
En el verano, con lo que esta estación tiene de tiempo en que todo se suspende, de paréntesis momentáneo en la vida antes del regreso de las estaciones en que la existencia “normal” se reanuda.
En definitiva, Une aussi longue absence, se erige como un film íntimo y modesto, un cuento triste, narrado en voz baja, la más apropiada para describir, durante unos breves días, las existencias modestas, grises y sin apenas, de sus 2 personajes centrales.
Es una historia sobre el dolor, y sobre el inútil intento de paliarlo mediante la esperanza, una esperanza sin embargo que llega tarde, y que resulta demasiado absoluta por una de las 2 partes; pues el vagabundo, lo único que quiere es poder realizar sus recortables en la chabola al borde del Sena donde vive, y cantar arias de ópera mientras pasea, las mismas que Thérèse hace instalar en su “jukebox” como reclamo para el hombre.
Henri Colpi lo cuenta todo haciendo que su cámara, con pudor, no se acerque demasiado a esos 2 seres desvalidos, cada uno a su manera, si bien, poco a poco, va aproximándose a aquél que más vulnerable se muestra, que más empeño pone en que las cosas sean como deben ser, o sea, Thérèse.
Pero la imposibilidad de ajustar nuestros deseos a la realidad, tiene su mejor ejemplo en esa escena, tan maravillosa y tan sencilla, en que la mujer espía el despertar del vagabundo, y su minucioso aseo en el río.
Ajeno él a ella, aunque parezca imposible, devorando ella con la mirada cuanto hace él, sin atreverse a revelar su presencia, resulta un símbolo perfecto de la sideral distancia que hay entre 2 seres que, pese a su cercanía, es como si estuvieran en universos distintos.
Esa impotencia es la expresión de lo que simboliza la amnesia en estas fábulas:
Ser pero no ser, querer pero no poder.
La impotencia de lo humano, por mucho que pueda ser capaz de intuir lo divino.
Uno de los puntos que más fascinan de Une aussi longue absence, es su carencia de efectos visuales, así como de giros insidiosos.
Puesto que Colpi optó por cimentar una puesta en escena intimista y melancólica, donde la cámara se sitúa a la altura de los personajes, haciendo partícipe de este modo al espectador de la epopeya padecida por los sufridores protagonistas, logrando pues así, una conexión casi espiritual entre espectador e intérpretes.
Todo ello adornado con una banda sonora muy rica y variada, que ayuda a impregnar la atmósfera del film, de ese halo doloroso, afecto al concepto de elegía que engloba el resultado final.
Y sin duda, su grandeza no sería la misma, sin la impagable aportación tanto de Alida Valli como de Georges Wilson.
Ambos realizan unas interpretaciones repletas de contención, pasión, verdad, de gestos que no dejan nada de cara a la galería, y sobre todo de miradas que hielan el alma y el corazón, incluso del más escabroso y áspero.
“Il viendra un moment où nous ne savons pas quel nom donner à ce qui nous unit.
Son nom effaçant progressivement nos souvenirs puis disparaître complètement”
¿Qué es la vida, sino una sucesión de pérdidas que debemos afrontar y superar para seguir remando con ilusión hacia adelante?
Hay muchas historias de amnésicos en la literatura y el cine, que merecen un recuerdo.
La amnesia, es un tema que desborda el mero suspense, y que en particular se prestan, de modo muy agradecido, para dar cuerpo a melodramas o dramas sobre la identidad personal, aunque siempre y de modo inevitable, es esencial en ellos el suspense, acerca de si la persona afectada por dicho trastorno, acabará recuperando la memoria.
Es interesante averiguar el contenido clínico exacto de ese trastorno de la memoria.
No sé, por tanto, si las ficciones utilizan de ello lo que les conviene, únicamente para crear una materia de suspense acerca de ese pasado que asalta, a base de fogonazos, al afectado, sin que éste, hasta el final al menos, consiga darles forma.
No sé si la amnesia es tan selectiva como en esas historias…
Es decir, ignoro si, en la realidad, lo que se olvida, no son solo las circunstancias personales de la vida:
Nombre, profesión, pasado, sino también cosas más profundas, relacionadas con nuestra conducta cotidiana, como el lenguaje o los hábitos.
Y es que la amnesia atrae en lo que supone como motor argumental para un buen relato de intriga, pero no sólo para una sugestiva reflexión sobre la identidad personal, o sobre lo precarias que son las bases sobre las que construimos nuestro concepto de realidad.
Podremos olvidar lo vivido, pero:
¿Olvidamos el amor?

“Trois petites notes de musique ont plié boutique
Au creux du souv'nir c'en est fini d'leur tapage
Ell's tournent la page et s'en vont dormir
Mais un jour sans crier gare ell's vous revienn'nt en mémoire
Toi, tu voulais oublier un p'tit air galvaudé dans les rues de l'été
La la la la la Toi
Tu n'oublieras jamais”



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