Churchill

“The icon you know.
The man you don't”

Hay personajes que viven para dejar su huella en la historia:
Sus acciones cambiaron el rumbo del mundo, como fue el caso del Primer Ministro británico, Winston Churchill, quien luchó en La Primera Guerra Mundial, y tuvo que mantener la moral de su pueblo, cuando el mundo estaba siendo atacado por los nazis y sus aliados.
A pesar de toda la fortaleza que siempre mostró, fue un personaje que siempre vivió difíciles encrucijadas personales.
Sir Winston Leonard Spencer Churchill, KG, OM, CH, TD, FRS, PC; fue un político y estadista británico, conocido por su liderazgo del Reino Unido durante La Segunda Guerra Mundial; y es considerado uno de los grandes líderes de tiempos de guerra, siendo Primer Ministro del Reino Unido en 2 períodos:
De 1940 a 1945 y de 1951 a 1955.
Notable estadista y orador, Churchill fue también Oficial del Ejército Británico, periodista, entre otros encargos, fue corresponsal de guerra en Cuba para el The Daily Graphic y, durante La Segunda Guerra Anglo-Bóer, del influyente diario conservador, The Morning Post; historiador, escritor y artista.
Es el único Primer Ministro británico, galardonado con El Premio Nobel de Literatura, y fue nombrado ciudadano honorario de los Estados Unidos.
Este gran orador, con gran sentido del humor y escritor brillante, que publicó varios “best sellers” tuvo un gran protagonismo político que le llevo a realizar excesos que han quedado olvidados, por su papel clave en el desenlace de la gran contienda europea.
Una de sus decisiones más controvertidas, fue ordenar que se hundieran los barcos de su aliado francés, cuando ya había capitulado ante Hitler, una acción que costó la vida unos 1.300 soldados galos.
Era, según él, “la manera de evitar que los barcos cayeran en manos de los alemanes”
Conocida su adicción al whisky, pintó unos 500 cuadros y algunos historiadores consideran que la prevaricación formaba parte de su marca política.
Siendo un joven oficial del ejército, Churchill entró en acción en la India Británica, Sudán y en La Segunda Guerra de los Bóeres; y ganó fama como corresponsal de guerra y con los libros que escribió sobre sus campañas.
En la primera línea política durante 50 años, ocupó numerosos cargos políticos y de Gabinete.
Antes de La Primera Guerra Mundial, fue Presidente de La Secretaría de Estado de Comercio, Ministro de Interior, y Primer Lord del Almirantazgo como parte del gobierno liberal de H.H. Asquith.
Durante la guerra, continuó como Primer Lord del Almirantazgo hasta la desastrosa Batalla de Galípoli, que él había patrocinado, y que motivó su salida del gobierno.
Después sirvió un breve tiempo en El Frente Occidental como Comandante del 6º Batallón de Los Fusileros Reales Escoceses; y regresó al gobierno como Ministro de Armamento, Secretario de Estado de Guerra, y Secretario de Estado del Aire.
Tras el conflicto mundial, ocupó el cargo de Ministro de Hacienda en el gobierno conservador de Stanley Baldwin, entre 1924 y 1929, donde tomó la controvertida decisión de devolver la libra esterlina en 1925, al patrón oro como en la paridad anterior a la guerra, lo que muchos consideraron una presión deflacionaria sobre la economía del Reino Unido.
Igual de polémicas fue su oposición al incremento de la autonomía de la India, y su resistencia a la abdicación de Edward VIII en 1936.
Aunque permaneció fuera de la política en la década de 1930, lideró la alerta sobre el peligro de Adolf Hitler, y la campaña para el rearme.
Sin embargo, apoya el fascismo de Mussolini, al menos hasta 1934.
Al estallido de La Segunda Guerra Mundial, Churchill fue nombrado de nuevo Primer Lord del Almirantazgo y, tras la dimisión de Neville Chamberlain, el 10 de mayo de 1940, se convirtió en Primer Ministro.
Su firme negativa a aceptar la derrota, la rendición o un acuerdo de paz, ayudó a inspirar la resistencia británica, en especial durante los difíciles primeros años de la guerra, cuando El Reino Unido se quedó solo en su firme oposición, y en la guerra contra la Alemania nazi.
En junio de 1940, finalizó la batalla de Francia, considerada por el dictador alemán, Adolf Hitler como “la victoria más famosa de la historia”
La Fuerza Expedicionaria Británica, de carácter defensivo, quedó atrapada a lo largo de la costa norte francesa por el empuje alemán, pero fue capaz de retirar a 338.000 soldados a Inglaterra, entre el 27 de mayo y el 4 de junio, durante la evacuación de Dunkirk.
Los militares británicos, informaron el 4 de octubre a su Primer Ministro, Winston Churchill, de que incluso con la ayuda de otros países de la Commonwealth, y de los Estados Unidos, no sería posible liberar la Europa continental en un futuro cercano.
“Overlord” o “Jefe Supremo”, fue la denominación asignada a una operación de gran magnitud, planeada en el continente europeo, en la que sería llamada “La Batalla de Normandía”, en clave, “Operación Overlord”, y fue la operación militar efectuada por los Aliados durante La Segunda Guerra Mundial, que culminó con la liberación de los territorios de Europa Occidental, ocupados por la Alemania nazi.
La operación dio comienzo el 6 de junio de 1944, más conocido como el “Día D”, con el desembarco de Normandía; por lo que el conjunto de las operaciones navales recibió el nombre clave de “Operación Neptuno”
Un asalto aerotransportado llevado a cabo por 1200 aeronaves, precedió al desembarco anfibio, que involucró a 5000 barcos.
El día 6 de junio, 160 mil soldados cruzaron El Canal de La Mancha, de Inglaterra a Francia, y hacia finales de agosto, las tropas aliadas en suelo francés, eran más de 3 millones.
La decisión de emprender una invasión a través del Canal de La Mancha en 1944, se tomó en La Conferencia Trident de Washington D.C., en mayo de 1943.
El General estadounidense, Dwight D. Eisenhower, fue nombrado Comandante del Cuartel General Supremo de La Fuerza Expedicionaria Aliada (SHAEF); y El General británico, Bernard Montgomery, Comandante del 21° Grupo de Ejércitos, que aglutinaba todas las fuerzas terrestres que tomarían parte en la invasión.
El lugar elegido, fue la costa de la región francesa de Normandía, donde se seleccionaron 5 playas a las que se dieron nombres en clave:
Utah y Omaha, que serían atacadas por los estadounidenses; Sword y Gold, objetivo de los británicos; y la playa Juno, lugar de desembarco de los canadienses.
Pero en los meses previos a la operación, los Aliados llevaron a cabo una elaborada maniobra de distracción militar:
La “Operación Bodyguard”, usando desinformación tanto electrónica como visual; y con ello consiguió evitar que los alemanes supieran la fecha y localización de los desembarcos.
Los planificadores de la invasión, exigieron unas condiciones climáticas ideales para llevarla a cabo, de modo que solo unos pocos días de cada mes, se daban los requisitos indispensables para pasar a la acción.
Se necesitaba plenilunio, que mejoraría la visibilidad de los pilotos, y provocaría mareas altas.
Eisenhower seleccionó en principio el día 5 de junio, como fecha del asalto, pero el día 4, las condiciones no eran las idóneas por culpa del fuerte viento y de la mar gruesa, que impedirían zarpar a las lanchas, y de una nubosidad que dificultaría que los aviones encontrasen sus objetivos.
Por la tarde del 4 de junio, el equipo meteorológico de los Aliados, encabezado por El Capitán James Stagg de la Royal Air Force, predijo que el tiempo mejoraría lo suficiente, como para que se pudiera iniciar la invasión el día 6.
Se reunió con Eisenhower, y otros comandantes en su Cuartel General en Southwick House, para discutir la situación.
Los Generales, Montgomery y Walter Bedell Smith, Jefe del Estado Mayor de Eisenhower, estaban ansiosos por comenzar la invasión.
El Almirante Bertram Ramsay estaba dispuesto a zarpar, pero al Mariscal del Aire, Trafford Leigh-Mallory, le preocupaba que las condiciones atmosféricas fueran desfavorables para los aviones.
Después de mucha discusión, Eisenhower decidió que la operación seguiría adelante…
El control que los Aliados tenían sobre El Océano Atlántico, impedía a los meteorólogos alemanes, acceder a tanta información climatológica como sus enemigos; por esta razón, el centro meteorológico de la Luftwaffe en París, predijo 2 semanas de tiempo tormentoso.
A consecuencia del parte, muchos comandantes de la Wehrmacht dejaron sus puestos para asistir a unas maniobras militares en Rennes, y numerosos soldados obtuvieron permisos.
El Mariscal de Campo, Erwin Rommel, regresó a Alemania con motivo del cumpleaños de su esposa, y para reunirse con Hitler, con intención de solicitar el envío de más carros de combate.
Si Eisenhower hubiera pospuesto la invasión, las siguientes fechas con la correcta combinación de mareas, hubiesen sido entre el 18 y el 20 de junio, pero esos días no tendrían Luna Llena.
De haber sido así, los Aliados se habrían encontrado con una gran tormenta que duró 4 días, del 19 al 22 de junio, y que habría imposibilitado el desembarco.
Finalmente, fueron 39 las divisiones Aliadas que participaron en la batalla de Normandía:
22 estadounidenses, 12 británicas, 3 canadienses, 1 polaca y 1 francesa, que sumaban 1 millón de soldados, todos bajo mando británico.
El Desembarco de Normandía, fue la mayor invasión marítima de la historia, en la que se utilizaron casi 5000 lanchas de asalto, 289 buques de escolta y 277 dragaminas.
La Operación, aceleró el final de La Segunda Guerra Mundial en Europa, y supuso el traspaso de numerosas tropas alemanas desde El Frente Oriental, que habrían retrasado el avance soviético.
La apertura de un segundo frente en Europa, fue un tremendo golpe moral para el ejército alemán, que temía la repetición de otra guerra en 2 frentes, similar a La Primera Guerra Mundial.
El inicio de la “Operación Overlord”, también desencadenó La Carrera por Europa, entre El Ejército Rojo Soviético, y las potencias occidentales, que muchos historiadores consideran como el origen de La Guerra Fría.
Cabe señalar que en el mencionado conflicto, participó más de una “prima donna” como decían de George S. Patton; pero Churchill destacó como una de las presencias más importantes y carismáticas:
Supo convertirse en icono de la fuerza y el espíritu británicos, con tal éxito que, a día de hoy, su imagen haciendo el signo de la victoria, sigue siendo poderosa.
Pero lejos de ser una persona intachable, Churchill fue un personaje complejo, acaso contradictorio, lo cual le hace todavía más interesante; pues Winston Churchill no se rindió nunca, y su contribución a la humanidad es incalculable.
Solamente nos basta un breve repaso a sus primeros 30 años, para saber que, por su indoblegable actitud, estaba llamado a ser protagonista de la historia.
Él mismo se percató del papel que tendría que desempeñar en una de sus célebres citas:
“Espero que la historia sea complaciente conmigo, porque tengo la intención de escribirla”
Hasta los soviéticos se rindieron a la ferocidad de Churchill, al apodarle “el Bulldog británico”, ya que era el único jefe de gobierno que iba al frente durante la guerra.
Pero hasta un gran guerrero como Churchill, encontraría en la moral y en el espíritu su campo de batalla final.
“No Lies.
Just Leadership”
Churchill es un drama del año 2017, dirigido por Jonathan Teplitzky.
Protagonizado por Brian Cox, Miranda Richardson, John Slattery, James Purefoy, Julian Wadham, Richard Durden, Ella Purnell, Danny Webb, Jonathan Aris, George Anton, Steven Cree, Angela Costello, Peter Ormond, Suki Waterhouse, entre otros.
El guión es de Alex von Tunzelmann, que relata los días anteriores al Día D, alrededor de la figura del político y estadista británico, Winston Churchill, conocido por su liderazgo del Reino Unido durante La Segunda Guerra Mundial; considerado uno de los grandes líderes en tiempos de guerra.
Mediante la manipulación del papel de Churchill en los días anteriores al Día D, y a través de la exageración de su oposición a la Operación Overlord, debido a su temor a que se repitiera el desastre de Galípoli; la película desangra el mito, reduce a la mínima expresión el coraje del premier británico, y su papel determinante en la derrota del nazismo; y despoja al hombre de Estado de la inmensa épica que rodeó su vida y, finalmente, arrebata al hombre honorable cualquier atisbo de dignidad.
En suma, rebaja a la categoría de viejo enajenado, inestable y molesto, a una figura histórica, que siempre debería ser reverenciada y tratada con respeto.
Rodado en Edimburgo y en Glasgow; Arniston House, y en locaciones naturales de Inglaterra, la acción inicia en Junio de 1944.
Las Fuerzas Aliadas están al borde del abismo:
Un ejército masivo, se reúne secretamente en la costa sur de Gran Bretaña, preparada para volver a tomar la Europa ocupada por los nazis.
Un hombre se interpone en su camino:
Winston Churchill (Brian Cox)
Detrás de la figura icónica y los discursos animadores, vemos un hombre que ha enfrentado el ridículo político, el fracaso militar, y un impedimento del habla.
Una personalidad impulsiva, a veces víctima de “bullying”, temeroso, obsesivo y doloroso; pero temeroso de repetir, por su desastroso mandato, la matanza masiva de 1915, cuando cientos de miles de jóvenes fueron talados en las playas de Galípoli.
Obsesionado por el cumplimiento de la grandeza histórica, su destino; y agotado por años de guerra y plagado de depresión, Churchill es una sombra del héroe que ha resistido La Guerra “Blitzkrieg” o “Relámpago” de Hitler.
Si el desembarco del Día D, falla, está aterrorizado de que sea recordado como un arquitecto de la carnicería.
Así, los opositores políticos afilan sus cuchillos:
El General Eisenhower (John Slattery), y El Mariscal de Campo, Montgomery (Julian Wadham) están cada vez más frustrados por los intentos de Churchill de detener la invasión.
El Rey George VI (James Purefoy) debe intervenir.
Sólo el apoyo de la brillante, pero exasperada esposa de Churchill, Clementine (Miranda Richardson), puede detener el colapso físico y mental del Primer Ministro.
Esta es una recreación de una historia “no contada” del líder más famoso de Gran Bretaña, descubriendo la verdadera naturaleza de la hercúlea condición de guerra de Churchill, y su relación vital con “Clemmie”, su columna vertebral y total confidente; el amor que lo inspiró a la grandeza.
Pero su matrimonio con ella, tampoco se encuentra en su mejor momento:
Su mujer tiene que aguantar sus cambios de humor, su despotismo, su indiferencia, y su melancolía.
Así, 48 horas antes de la operación, Winston Churchill se enfrenta con sus generales y aliados de EEUU, para decidir, cómo afrontar lo que se convirtió en el punto de inflexión de La Segunda Guerra Mundial.
Sin lugar a dudas, el elemento más llamativo de la propuesta, es ver a esa bestia parda de la actuación, Brian Cox, guareciéndose en la piel de Winston Churchill desde su gélida e iracunda voz, tosca postura y ceño fruncido, hasta el caminar parco a través de los pasillos de las oficinas del Ministerio.
Cox es Churchill, al menos uno muy entrañable e indefenso.
Un Julio César traicionado.
La sobriedad de su actuación en los momentos adecuados, regala secuencias de gran valor, como la charla magistral que tiene con el Rey George VI, sobre el papel de los líderes en los conflictos, más como efigies simbólicas que como entes activos de las circunstancias.
El relato histórico del filme, tiene por tanto 2 claros mensajes:
El humano y el militar.
El primero se sitúa alrededor del protagonista, Churchill, que ofrece la imagen patética de un político con máxima responsabilidad que se ve desbordado por las circunstancias de la guerra.
Así podemos ver la postura de Churchill, que siente la muerte de los soldados, recordando el desembarco de Galípoli, y no quiere que el desastre vuelva a ocurrir.
Por lo que se enfrentó a los mandos militares aliados, con Eisenhower como Jefe Supremo, dispuesto a realizar la operación a toda costa.
Y resulta curioso el empeño británico actual, en recordar su sacrificio en la defensa de Europa, precisamente cuando están tratando de suavizar los efectos del “Brexit”…
Churchill es, en cierta manera, la representación viva del cambio de poderes que sufre también el mundo:
La decadencia de un Imperio Británico que, a su manera, también es un jarrón chino en una “rave”, y que pierde empuje ante la arrogancia y la vitalidad de un país joven como Estados Unidos.
“You must look at facts because they look at you”
A Sir Winston Churchill se le ha representado en el cine desde antes de que fuera Primer Ministro hasta nuestros días; y en esta ocasión, dirigida por Jonathan Teplitzky y protagonizada por Brian Cox como el famosísimo inglés, concentra sus energías en mostrar las reservas de Churchill, y explicar por qué sus fantasmas y traumas pasados, le dictaban convertirse en una fuerza antagónica para favorecer su conciencia moral.
Con su oposición, se sientan las bases del debate central del filme, que contrapone la modernidad de las nuevas estrategias militares, con las lecciones impartidas por la historia.
¿Los seres humanos estamos destinados a repetir los mismos errores, o acaso las novedades armamentísticas eran lo que había faltado la vez anterior?
Por tanto, Churchill cuenta aspectos del comportamiento del estadista inglés en un contexto en el que hay que tomar decisiones extremas.
Estamos hablando de una operación militar de gran alcance, y cuyo resultado sería determinante para la victoria final.
Sin embargo, la importancia del líder británico ya no es la que había tenido antaño, o la que él quisiera tener, y ya no tiene…
La respuesta a este hecho, nos la da El General Eisenhower, figura emergente confirmada por la guerra, y futuro Presidente de Estados Unidos.
Es decir, a Winston Churchill se le recrimina que muchas de sus propuestas, que podrían ser adecuadas para La Primera Guerra Mundial, no lo sean para La Segunda; por lo que la película cuenta el proceso de “tozudería” propia del personaje, y aceptación inevitable, habida cuenta de la envergadura del nuevo liderazgo de EEUU.
Recordemos que Estados Unidos se implica, cuando la guerra ya había comenzado.
Sin embargo, como luego hemos visto, ello le sirvió para marcar el territorio de su poder, tanto con los aliados, como con el resto del mundo, una vez acabada la contienda:
La Guerra Fría.
Como película, Churchill no deja de ser un homenaje al anciano líder:
Estamos en junio de 1944, Francia continúa bajo la ocupación Nazi.
Los aliados necesitan liberar al país galo, si quieren tener alguna posibilidad de poner fin de manera satisfactoria a La Segunda Guerra Mundial.
En el litoral sur de Inglaterra, el viento se arremolina, las olas rompen contra las rocas, y Winston Churchill embutido en su traje negro, pasea junto a la orilla.
Baja la mirada, una marea de sangre rodea sus zapatos.
Su sombrero vuela y queda flotando lejos de su alcance...
Paralizado observa, cómo su mujer lo recoge y se lo acerca.
Las playas lo llevan 30 años atrás.
“¡Cuántos hombres jóvenes!
¡Cuánto desperdicio!
No permitiré que se repita”
Y la imagen destiñe… blanco y negro, con cadáveres y alambradas sobre la arena, mientras el Bulldog se adentra en su peor pesadilla.
Esos terribles remordimientos, no han dejado de atormentarle.
En 1915, bajo su mando, cientos de miles de soldados perdieron la vida en el desembarco de Galípoli; una de las más terribles carnicerías acaecidas en La Primera Guerra Mundial; y ahora, 4 días antes del Día D, abrumado por el peso de la responsabilidad y de lo que sus conciudadanos esperan de él, se opone frontalmente a La Operación Overlord, los planes de Estados Unidos para realizar un ataque sorpresivo similar en las playas de Normandía.
Así, Churchill nos va las cavilaciones de un demacrado y dubitativo líder venido a menos en ese pequeño lapso de tiempo que precedió al momento clave del conflicto en Europa.
El guión original de la historiadora británica, Alex von Tunzelmann, que hace su debut, prefiere centrarse en abordar un hecho relativamente desconocido por el público en general:
La feroz oposición de Winston Churchill, a una operación que iba a permitir la reconquista de Francia, gracias a un desembarco masivo de las tropas aliadas en Normandía; y para conseguir el triunfo de su punto de vista, dirigió una extraordinaria ofensiva diplomática y política contra El General Eisenhower e incluso contra su compatriota Montgomery.
Este desconocido episodio histórico, forja toda la estructura del largometraje en busca de agrandar a un más la leyenda de Churchill.
Al borde de la depresión, él se enfrenta a constantes críticas de sus opositores políticos, y se nos presenta como un hombre arrogante, gruñón, presumido y con muy mal genio.
Observamos cómo arremete por los pasillos de su casa y su despacho contra todo aquel que se le cruza por su camino, incluyendo a su paciente esposa, Clementine.
Sin embargo, nos transmite cierta simpatía por estar interesado en salvar vidas humanas, a pesar de que sabemos muy bien de su equivocación, porque dicho acontecimiento contribuyó decisivamente al fin de la guerra, y por consiguiente, a evitar más muertes.
Churchill, ante un estallido emocional de su nueva secretaria Helen Garrett (Ella Purnell) descubre que sus decisiones tendrán un fuerte impacto personal en la vida de ella, y por consiguiente, en el resto de sus paisanos.
Una manera aparentemente débil para justificar ese repentino cambio de alguien que debe tomar decisiones de suma transcendencia, sin embargo, para la película es una manera muy eficaz para despertar a Churchill de una profunda depresión en tan pocos segundos.
Hay incluso un momento en el que Churchill reza fervientemente para que Dios conjure una tormenta, y retrasar la invasión aliada...
En una escena algo ridícula, observamos cómo Winston se acurruca junto a su cama, y clama a los cielos en oración, como si estuviera emulando al Rey Lear de Shakespeare.
Este intento de pedirle a Dios que llueva para parar la operación, resulta bastante surrealista.
En cierta manera, la obstinación de Winston a rechazar el desembarco, se vuelve poco a poco contra la misma película, porque no es capaz de dar una explicación lo suficientemente convincente, como para entender ese repentino cambio del Primer Ministro británico.
Así las cosas, decir que, una película con este título, plantea la idea de una biografía del Primer Ministro, lo cual es erróneo, y llega a confundir y a manipular al espectador; sin embargo es una gran película, con un trasfondo más humano o interno del político, en su sentimiento basado en la experiencia, y en la lucha contra la inevitable nueva generación, en todos los sentidos posibles:
Política, guerra, estrategias, liderazgo, etc.
En el fondo, esta es una película al estilo clásico británico que nos tienen acostumbrados, es una historia de lucha personal, y el papel que tuvo Churchill en la logística del Desembarco de Normandía, que significó una gran victoria, pero a costa de muchas bajas, y en eso se detiene la trama:
La vida pasada del “Bulldog” como líder de acción, ahora como símbolo de la unidad para alcanzar la victoria.
De inicio, un Churchill obsesionado con su propia grandeza histórica, aparece agotado por un lustro de cruenta contienda, y aquejado de una profunda depresión.
Una sombra del héroe que años antes hizo frente con bravura al Blitzkrieg, La Guerra Relámpago de Hitler.
La singularidad de este trabajo, radica en su intención de mostrar algo nunca visto antes:
Cómo la figura pétrea de un Primer Ministro vigoroso e inexpugnable, la que ha quedado en los anales, comienza a resquebrajarse.
En un afán claramente introspectivo, el realizador australiano, Jonathan Teplitzky, analiza la flaqueza del mito, los fantasmas de un hombre al borde del colapso físico y mental, ninguneado por Eisenhower, Montgomery e incluso por su propio estado mayor, y únicamente apoyado por su esposa Clementine, auténtica espina dorsal y figura imprescindible sin la que no habría alcanzado los logros que le reportaron respeto y admiración en todo el mundo.
Lo primero que sorprende de Churchill, es que teniendo como contexto una de las operaciones militares más épicas de La Segunda Guerra Mundial, y eso que haber hubo para elegir, el argumento se centra en los aspectos más burocráticos, soporíferos y tediosos de la misión; pero a la vez es sumamente complicado “desnudar” a un personaje, al condicionar su actuar a sólo un par de días en los que debe tomar decisiones fundamentales.
Por lo mismo, la película se centra en sus disyuntivas morales y celos políticos, generando un retrato fraccionado, que hacia el desenlace tiene un tono redentor azucarado, que le resta puntos al dramatismo introducido en un principio.
Durante todo el metraje, se siente una gran tensión, sin mostrar una bala, y eso tiene un enorme mérito, pues trata un tema bélico sin ir al campo de batalla, siendo ahí, en los centros de comando donde se decide el futuro de muchos.
Un filme que maneja una atmósfera asombrosa, poética si se quiere, con una fotografía cuidada, y una dirección de arte y vestuario notable; pero en donde destaca, es en el apartado actoral:
Brian Cox se come los 110 minutos de metraje, apareciendo en todas las escenas, y curiosamente, no apareciéndose al mismo Winston Churchill físicamente, pero sí en su psicología, y en muchos gestos que hacen aún más grande su actuación.
El genial actor, capta perfectamente la continua pero no exagerada cojera del estadista, al igual que su icónico gruñido, asimismo, siempre acompañado, de ese vestuario y accesorios tan característicos:
El puro pegado a la mano siempre presente, el sombrero de Homburg, el bastón, la botella de whisky escocés, y su traje de 3 piezas.
Por lo que Teplitzky presenta a Churchill, como un líder petulante, patético, achacoso, iluso, atribulado e histriónico, ciertamente endiosado y, a veces, con poca empatía hacia la gente que lo rodea, algo que la película intenta suavizar con un arco positivo de transformación del personaje.
También plantea, con una leve pincelada, que afrontó diligentemente su deber patriótico, a pesar de la depresión que sufría entonces, al mismo tiempo que intentaba derrotar a Hitler al otro lado del Canal.
Coincidentemente, Churchill era un miembro del representante del parlamento de 1908 a 1922 para Dundee, Escocia; ciudad natal del agente Brian Cox, el cual aprendió todo el guión como una sola pieza, en lugar de memorizar escena tras escena; y afirmó que el cigarro que fumaba en la película, era eléctrico, debido a las estrictas políticas anti-tabaco de Escocia, incluso para las películas.
De hecho, Brian Cox ganó 22 libras por el papel, no queriendo usar un traje gordo y látex; y aunque muestra algunos aspectos oscuros e indecisos del político, no deja de ser un relato bastante embellecedor.
Por lo demás, incide quizás excesivamente en el deterioro físico y psicológico del Churchill, abusando de secuencias relativas a sus ataques depresivos y a sus abusos con el alcohol, dando una imagen caricaturesca, y una impresión errónea acerca del famoso político.
Todos los demás actores, son muy secundarios, pero destaco a Miranda Richardson como un peso y contrapeso en las escenas que desempeña de manera notable como la esposa; así como Richard Durden como Jan Smuts, un personaje que se merece una película entera, y que evidencia que tras los memorables discursos de las grandes personalidades, existieron grandes ensayistas.
Otros actores a destacar, son John Slattery como Dwight D. Eisenhower, Julian Wadham como Bernard Montgomery, y en especial James Purefoy como El Rey George VI, que muestra lo que tanta gente desconoce, la importancia del deber; conmovedor en su verdad; nuevamente a la esposa de Churchill, pared para sus malos modales, que intenta hacerle reflexionar, y los modelos militares de Eisenhower y Montgomery, realistas y no dramáticos, dedicados a tomar difíciles decisiones.
Por último, Ella Purnell como la secretaria, que será la catarsis de toda la trama.
Al final, la perspectiva anacrónica belicista de Churchill, lo condena a ser más un ornamento, que un estratega militar.
De pie frente a un gran ventanal, la sombra del Ministro se yuxtapone con las márgenes de la ventana como aprisionado, espera noticias del desembarco como una figura de yeso.
“Entonces debería embalsamarme…”, le reclama a su esposa Clementine, cuando esta le sugiere que no desobedezca al primer mando militar de EEUU, que se quede con su pueblo como un símbolo de lucha, y de todo lo que representa para el imaginario del obrero de clase media.
El director, necesita redimir a su santo, con un discurso enarbolado que cargue a cuestas la victoria aliada sin escozor.
“Sangre, sudor y lágrimas” es la divisa, mientras la sombra de Eisenhower camina pausadamente entre columnas de antiguos templos, como si fuese un Hermes Trismegisto militar; y  limpia las mareas rojas que acechan a Churchill, mientras este despide al ocaso, como despidiendo la flota de su misma conciencia.
“Overlord” es un rotundo éxito.
Porque Churchill no sabe que ni los mismos diluvios de dioses sirven para limpiar la sangre incrustada en la tierra estéril del corazón del hombre; por mucho que ensaye sus discursos en la parte trasera de su coche, mientras prepara sus habanos, la sangre derramada bifurca las costas inglesas, y se vierte en otras costas, unas que no se alcanzan a entrever en su horizonte.
Y él lo sabe, porque lo vivió.
Como errores de producción:
Durante la primera reunión con Eisenhower, la bandera estadounidense sobrevolando los terrenos, tiene el actual patrón de 50 estrellas.
En 1944, Alaska y Hawái no eran todavía estados, y la bandera de EEUU sólo tenía 48 estrellas.
Montgomery lleva puesto el uniforme de Mariscal de Campaña, cuando en su momento, era General; y fue ascendido al rango de Mariscal de Campo, el 1 de septiembre de 1944; también, Bernard Montgomery era notablemente más pequeño que Dwight Eisenhower.
Según numerosos historiadores, y los propios documentos de Churchill, quería que las fuerzas aliadas invadieran Francia en 1943.
La premisa de la película, de que quería retrasar la invasión en 1944, es completamente falsa.
Según el historiador inglés, Andrew Roberts, autoridad mundial en Winston Churchill, muy crítico con la película dijo que Churchill no se puso a rezar para que el Día D no se llevara a cabo, sino todo lo contrario; en palabras de Roberts:
“Aunque Churchill sí se opuso a un regreso precipitado de las fuerzas aliadas al noroeste de Francia, en 1942 y 1943, en el momento del Día D, en 1944, estaba completamente comprometido con la operación”
Además, el 11 de marzo de 1944, telegrafió al General estadounidense, George Marshall, para comunicarle:
“Me estoy endureciendo sobre esta Operación a medida que el tiempo, de llevarla a cabo, se aproxima, en el sentido de querer atacar si es humanamente posible”
El 19 de mayo de 1944, apenas 15 días antes de La Operación, Churchill se reunió con Montgomery para discutir sobre los vehículos necesarios para la invasión, pero El Mariscal jamás le amenazó con dimitir.
Si las cosas no se hubieran desmadrado hasta lo incomprensible, el Churchill de la película no le habría dicho a su mujer, al final, que ya no lucharía más...
Ateniéndonos asépticamente a la historia, quedaba un año de guerra, luego perdió unas elecciones, siguió como presidente de su partido, volvió a presentarse en la siguiente cita electoral, ganó, y ejerció el cargo de Primer Ministro.
Esta película, en suma, ha inventado un relato paralelo para vendernos una decadencia falsa del personaje:
“Es una representación con la que el Dr. Goebbels habría estado encantado…
Hay una sensación de profunda decadencia en cualquier sociedad que deshonra a sus grandes héroes; si esta película es cualquier cosa menos un fracaso terrible, la nuestra merecerá totalmente su declive y caída”, dijo Roberts.
Puede que el film aporte una visión de la cara más vulnerable del personaje, pero no plantea un análisis profundo del personaje, y se decanta en exceso por la caricatura y la anécdota.
Mención aparte para algunos monólogos de Cox y John Slattery como Eisenhower, que son lo más poderoso del filme.
En definitiva, Churchill está muy bien lograda, muy bien dirigida, con un aire teatral inevitable, siendo una producción británica, pero insisto, cerrando a modo circular, el título queda muy grande.
Sir Winston Churchill se merece una obra que abarque su grandeza, aunque sea por entregas, un personaje como él, lo merece.
“I am choosing between trials and tribulations.
Do stop adding to them”
Los aliados no fueron capaces de alcanzar los objetivos planeados para el primer día de La Operación Overlord, pero sí aseguraron una precaria cabeza de playa que expandieron con tenacidad en los días siguientes, con la captura del puerto de Cherburgo el 26 de junio, y de la ciudad de Caen, el 21 de julio.
Los alemanes, intentaron un fallido contraataque el 8 de agosto, que dejó a 50 mil soldados del 7º Ejército de la Wehrmacht, atrapados en la denominada “Bolsa de Falaise”
El 15 de agosto, los Aliados lanzaron una invasión del sur de Francia, La Operación Dragoon, y el 25 de agosto se produjo La Liberación de París.
Las fuerzas alemanas se retiraron por el valle del río Sena, el 30 de agosto, lo que marcó el final de La Operación Overlord.
Por su parte, Sir Winston Churchill murió con 90 años, participó en 5 guerras y entre 1908 y 1929, fue Ministro en 7 ocasiones, y 3 veces Primer Ministro entre 1940 y 1945 y en 1955.
Considerado un político caduco a principios de los años 30, La Segunda Guerra Mundial lo recuperó del ostracismo.
“Si Hitler planeara invadir el infierno, me pronunciaría a favor del diablo en El Parlamento”, dijo, y casi lo hace:
Pactó con Stalin, después de decir que haría cualquier cosa para ganar la guerra...
Pero Churchill destacó especialmente por sus discursos y programas de radio, que ayudaron a inspirar al pueblo británico, al que lideró como Primer Ministro hasta que fue segura la victoria de los Aliados sobre las Potencias del Eje.
Y es conocido por hacer célebre una frase que tomó de Roosevelt, al decir:
“No tengo nada más que ofrecer que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”
A este discurso le siguieron otros famosos, antes de la batalla de Inglaterra; uno incluía la siguiente cita:
“Defenderemos nuestra isla, cualquiera que sea el costo; pelearemos en las playas, pelearemos en los sitios de desembarques, pelearemos en los campos y en las calles, pelearemos en las colinas:
Nunca nos rendiremos”
Otro discurso incluía la también famosa frase:
“Vamos a asumir nuestros deberes considerando que si El Imperio Británico y la Commonwealth duran mil años, la gente dirá:
Esta fue la hora más gloriosa del Imperio”
Otra frase que se hizo famosa fue:
“Nunca en el campo del conflicto humano, tanta gente le debió tanto a tan pocos”, refiriéndose a la frecuentemente heroica actuación de los pilotos aliados que ganaron la batalla de Inglaterra.
Por último, debemos incluir entre las perlas que Churchill desgranaba en sus discursos, una referencia a sus profundas convicciones democráticas cuando, ante El Parlamento británico, pronunció la frase:
“No me quitéis el referéndum, que me matáis la democracia”
Los rusos le pusieron a Churchill, el sobrenombre de “el bulldog británico”
Esto en parte se debía a la voluntad de Churchill de enfrentarse al peligro, visitando los frentes de batalla, mientras que sus 2 aliados, Roosevelt y Stalin, no eran dados a estas visitas.
En 1959, se convirtió en “Father Of The House”, miembro del Parlamento con el servicio continuo más prolongado:
Por aquella época, ya había logrado ser el único parlamentario en haber servido bajo los reinados de Victoria I e Elizabeth II.
Algunos historiadores opinan, que los británicos creían que Churchill los había guiado con éxito en la guerra, no era el mejor hombre para liderarlos en la paz.
Como fuere, a su muerte en 1965, La Reina Elizabeth II, le concedió el honor de un Funeral de Estado, en el que se dio una de las mayores reuniones de jefes de estado nunca antes vista.
Churchill, es unánimemente recordado como uno de los hombres más influyentes en la historia británica, y quedará para siempre el empuje moral que dio a su país, levantando el espíritu en tiempos de guerra, en uno de los discursos más poderosos y conmovedores, cuando Francia acababa de capitular, y Churchill tuvo que explicar la terrible situación mientras permanecía positivo y dispuesto a enfrentar a los nazis.
Churchill dijo:
“Citar lo que El General Weygand llamó La Batalla de Francia ha terminado.
Espero que La Batalla de Gran Bretaña, esté por comenzar...
Hitler sabe que tendrá que rompernos en esta isla o perder la guerra.
Si podemos enfrentarnos a él, toda Europa puede ser libre, y la vida del mundo puede avanzar hacia amplias y soleadas tierras altas.
Pero si fracasamos, el mundo entero, incluidos los Estados Unidos, incluyendo todo lo que hemos conocido y cuidado, se hundirá en el abismo de una nueva Era Oscura, más siniestra y quizás más prolongada, por las luces de la ciencia pervertida.
Por tanto, nos apoyamos en nuestros deberes, y así soportemos que, si El Imperio Británico y su Commonwealth duran mil años, los hombres aún dirán:

“This was their finest hour”



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