Shirley Valentine

“A holiday in Greece refreshes an unhappy middle aged Liverpool housewife in more ways than one”

Según el filósofo Francesc Torralba, autor de “El Arte de Estar Solo”, es muy frecuente:
“Aunque estemos rodeados de gente y de formas de comunicación, existe un alto grado de aislamiento.
No hay peor sensación de soledad, que aquella que se experimenta al estar en pareja o con gente”
Conectar con uno mismo, es fuente de beneficios.
Charles Darwin rechazaba todas las invitaciones a fiestas; y del aislamiento nació el primer ordenador Apple…
La necesidad de estar solo, es vital; de hecho, es importante que te conozcas muy bien a ti mismo, para poder retirarte en busca de esa soledad de estar en casa, apagar el teléfono móvil, y olvidarte del mundo entero; porque aprender a estar solo, es fundamental en la vida.
Es una forma de reafirmarte en tu propio amor interno.
Y es que existen personas que siempre se ocupan de los demás, porque han asumido el rol de ayudar.
Las relaciones sociales son muy gratificantes, pero cuando no dosificas tu vida social, también descubres que estar con gente continuamente, es agotador.
Por ello es muy importante estar solo, y disfrutar de la calma.
Además, estar solo te permite conectar de nuevo contigo mismo, y recuperar el equilibrio de tu centro vital.
El silencio es un medio de autoconocimiento muy necesario, pero ese grado de silencio, es imposible de encontrar en grupo.
Cuando estás solo, te concedes el sagrado acto de apartarte por unos momentos del mundo exterior, de las preocupaciones y emociones de tu entorno, lo cual facilita el sentirte mucho más sereno y tranquilo para tomar las decisiones oportunas hacia tu persona.
Y seguramente también lograr algo fascinante:
Ver el problema desde otro lado totalmente diferente, y lleno de opciones positivas.
Porque la relación con nuestro yo interior es muy importante, y sólo se logra con la soledad.
¿Para qué nos sirve?
Pues por ejemplo, para reconocer lo que nos pasa antes de que sea insoportable, para defendernos de lo que ocurre a nuestro alrededor, para escuchar lo que el cuerpo nos dice, etc.
La verdad es que estar solo invita a mirar dentro de uno mismo, y también a pensar en posibles cambios con los que te gustaría afrontar la vida, tenemos conciencia de sí, y auditoría interior; recuperarás la energía, vas a reflexionar más seguido, conectarás con tus propias emociones, comenzarás a hacer cosas que de verdad disfrutas, te volverás más productivo, y vas a disfrutar de tus relaciones aún más, además te sentirás más independiente, y vas a descansar de intentar hacer feliz a los demás constantemente.
Así, no tendrás que disculparte por nada, y dejarás de buscar la aprobación.
Cuando uno descubre que uno mismo es el mejor compañero, es porque ha aprendido a quererse, porque sabe cuidarse y respetarse.
Por tanto, aprender a vivir implica, precisamente, tener la capacidad de observar aquello que funciona bien, y aquello que puede mejorarse.
Escucharnos, es tan importante como oírnos; y estar solo no es lo mismo que sentirse solo; muchas personas se sienten solas incluso cuando están rodeadas de mucha gente.
Lo mejor es llévate bien contigo mismo, porque eres con quien pasarás el resto de tu vida.
“I'm goin' to Greece for the sex; sex for breakfast, sex for dinner, sex for tea, an’ sex for supper…
It is, have you never heard of it?
It's called the “F” plan!”
Shirley Valentine es una comedia del año 1989, dirigida por Lewis Gilbert.
Protagonizada por Pauline Collins, Tom Conti, Julia McKenzie, Alison Steadman, Joanna Lumley, Sylvia Syms, Bernard Hill, George Costigan, Anna Keaveney, Tracie Bennett, Ken Sharrock, Karen Craig, entre otros.
El guión es de Willy Russell, basado en su obra de teatro/monólogo de 1986 del mismo título, que sigue a una mujer de mediana edad en un descubrimiento inesperado de sí misma, y reavivando sus sueños de infancia y amor juvenil de la vida.
La actriz, Pauline Collins, repite el papel principal que había hecho previamente en la producción del West End de Londres y en Broadway.
Como dato, en la obra, al ser un monólogo de una sola mujer, la actriz hace las voces de todos los demás personajes, y para esta adaptación cinematográfica, fueron desarrollados con otros actores, todos haciendo las partes habladas para los papeles que en el escenario fueron todos expresados por el personaje de Shirley Valentine, durante su largo monólogo continuo; y el hecho de que esta obra de teatro sea un monólogo, ya le da otro nivel, porque la dificultad se acentúa al tener que mantener la acción, con la presencia de una sola actriz, que debe ser capaz de enganchar a los espectadores, sin más apoyo que el del texto que debe hacer suyo, para que veamos en ella a Shirley Valentine, y en este caso, el texto es un lucimiento para cualquier actriz que se precie; por tanto, esta película es de una sencillez y una eficacia aplastante, contada con enorme soltura y con una actriz “en sus salsa”, que transmite sentimientos con unos monólogos llenos de encanto.
Como dato, para promover la película, se produjo un folleto promocional con una serie de aforismos de Shirley Valentine, llamado:
“El ingenio y la sabiduría de Shirley Valentine”
La película obtuvo 2 nominaciones al Oscar:
Mejor actriz (Pauline Collins), y canción original, “The Girl Who Used to Be Me” escrita por Marvin Hamlisch, Alan & Marilyn Bergman; y cantado por Patti Austin.
Otro dato curioso es que, en varias versiones de la película, se modificó para su distribución en televisión, por lo que se han cambiado varias líneas habladas por Costas, para evitar el uso del lenguaje adulto.
Filmada en Liverpool, Twickenham, Oxford Circus, Bloomsbury, y St. Pancras Station en Londres, Inglaterra; y en la isla de Mykonos en Grecia, el nombre de la exótica Mykonos, es la playa de Agios Ioannis, situada en la bahía de Agios Ioannis, ahora apodada “Playa Shirley Valentine”
La acción sigue a Shirley Valentine-Bradshaw (Pauline Collins), una mujer madura, extravagante pero simpática, casada con Joe Bradshaw (Bernard Hill) que un día decide abandonar su aburrida y vacía vida, e irse de vacaciones a las islas griegas.
Todo inicia cuando su feminista amiga Jane (Alison Steadman), gana un viaje para 2 personas a Grecia, por lo que Shirley acepta sin dudar su invitación, y ambas se marchan a pasar unos cuantos días, alejadas de la extenuante rutina de su Liverpool natal.
A su llegada a Mykonos, Jane abandona a Shirley, pues se enamora fugazmente de un hombre que conoció durante el vuelo... por lo que Shirley se va por su cuenta, y decide visitar la isla sin ataduras, disfrutando de cada minuto y de cada experiencia.
Y lo hará en su sola compañía al principio, pero esto pronto cambiará, y de un modo que nadie espera:
Costas Dimitriades (Tom Conti), el divertido propietario de un restaurante, empezará cortejarla.
Y es que Shirley, simple, rebelde y sin pelos en la lengua, paseará por las emociones y el sentir de muchos que no terminan de digerir la realidad que les rodea.
No hay edad para sufrir la frustración, la soledad y la incomprensión... pero tampoco para encontrarse a uno mismo, y cambiar el curso de la historia.
Shirley Bradshaw, ha dejado de ser Valentine, pero quiere regresar a serlo, porque ha podido ver siempre el lado divertido de cualquier situación.
Ella era un rebelde cuando era adolescente, aunque ahora es ama de casa y madre, y siente que ha perdido sus sueños.
Cuando su mejor amiga gana un concurso, y pide que Shirley la acompañe en un viaje a Grecia, concretamente a la isla Mykonos; Shirley comenzará un viaje de autodescubrimiento, como una mujer “valiente”, para evaluar su propia vida.
“No one thought she had the courage.
The nerve or the lingerie”
Con cierto sabor agridulce, pero un buen ejemplo de cine que abarca la mirada femenina, Shirley Valentine es una comedia fina y simpática del dramaturgo Willy Russell, que es llevado a la pantalla con diálogos profundos e inteligentes, magistralmente representado por Pauline Collins.
Ella encarna a Shirley, un ama de casa madura, que conversa más con la pared de su cocina, que con cualquier miembro de su familia.
A través de estos monólogos canaliza las frustraciones, los sueños truncados y las emociones que un día vivió... y que en realidad quisiera volver a sentir.
La película tiene ritmo, buena música y giros que la hacen muy entretenida, porque es una obra cinematográfica simple, con un planteo sencillo y directo, que dentro del molde de comedia, desarrolla una temática que, con un carácter muy intimista, nos muestra la problemática de muchas personas que, al llegar a la edad madura, se encuentran con que una pared o cualquier otro elemento inanimado puede ser un interlocutor válido, ya que su propio ser, sus motivaciones y sus anhelos, se han ido diluyendo a través de la pesada trama de la vida y la cotidianeidad.
La técnica narrativa es sencilla, pero muy buena:
El uso del “flashback” para presentarnos a los personajes, y desde ahí, sin abandonar el tono de humor, contarnos la aventura de Shirley, con una frescura y desparpajo que hacen las delicias del espectador.
A esto añadirle las impresionantes fotografías.
En ellas podemos ver reflejada la evolución del personaje:
Un comienzo gris, oscuro, nublado y triste, con calles sombrías y solitarias; que dan pasos a una luz brillante, y casi cegadora que se refleja en el mar, regalando al espectador, unos preciosos atardeceres y contraluces que nos acercan un poquito más a los sentimientos de los protagonistas.
La historia de Shirley, es como la de millones de personas, sobre todo mujeres, adolescentes vivaces, apasionadas y rebeldes, pero que terminan como amas de casa, con hijos, tareas domésticas, un esposo y una rutina de años…
Por lo que Shirley Valentine nos narra el cambio interior que experimenta una mujer de 42 años, un tanto peculiar, de una dulzura y franqueza que cautiva nada más conocerla, y que te provoca muchas sonrisas.
Shirley es una persona que se ha vuelto invisible para su marido, sus hijos, vecinos, amigos...
Están acostumbrados a que ella lo da todo con el máximo cariño e ilusión, hasta el extremo que la Shirley de hace un montón de años que tenía ideas propias, iniciativa, ilusiones... desapareció.
La culpa no la tiene nadie, porque ningún ser humano debería apartar sus sueños, su camino, sus sentimientos... por encontrar un sitio en el mundo o por estar con las personas que más ama.
Por eso, llegado al punto donde se encontraba ella, sólo queda una solución, y es retirarte para encontrarte a ti misma, justo en ese preciso momento en que te perdiste, y empezar a amarte regalándote cosas buenas, acercándote de nuevo a tus sentimientos.
Porque Shirley Valentine es algo más que una simple comedia; desde luego, ni antimachista ni feminista, de hecho el feminismo está expresamente criticado.
El tema ha sido tratado hasta la saciedad y, por otra parte, es bastante sencillo:
La construcción del “nosotros”, no puede llevarse a cabo sin el afianzamiento del “yo”
Así, Shirley Valentine, una mujer con unas dotes maravillosas para sacar partido a la vida, no ha podido desarrollar su “yo”, por culpa de la falta de autoestima.
Su vida se va vaciando poco a poco; pero llegará un momento en que la rebeldía que siempre ha tenido, el apellido no es casual, aflore y le dé la suficiente entereza como para no desertar de la vida.
Igual que su protagonista, la cinta no es pretenciosa, es simple, honesta y transparente en sus artilugios para llegar al público, y en toda esta redundancia de sinceridad, llega a lo más profundo de nuestra realidad, y al igual que Shirley, tenemos un romance con nosotros mismos en este replanteo de la vida, porque siempre es tiempo de buscar dentro de cada uno.
Y lo primero que quieres hacer cuando termina la película, es empezar a hacer lo que te gusta cuanto antes.
Con Shirley Valentine, el autor en la obra teatral, la divide en 2 actos, obligado por un imprescindible cambio de decorado, y se sirve de un oscuro en el primer acto, para hacer avanzar la acción en el tiempo y llevarnos a varios días después.
La protagonista, es un ama de casa que pasa el día sola, tras la emancipación de sus hijos, y con su marido en el trabajo; y se replantea lo que es su vida, su matrimonio, la relación con sus hijos, su soledad, la incomunicación con su esposo, en una vida rutinaria a la que no sabe cómo ha llegado, y excelente recurso narrativo, su confidente es la pared de su cocina, a la que cuenta todas sus desventuras y aventuras, mientras el público, desde el patio de butacas, como si esa pared a la que habla la protagonista fuese transparente, asistimos desde una situación privilegiada a las confesiones de esta señora de mediana edad, aún de buen ver, pero que poco a poco ha ido perdiendo el interés por cuidarse y mostrarse atractiva.
La obra utiliza sabiamente el humor, para restar dramatismo a una vida vacía, que la misma protagonista confiesa que es su vida, y no puede escapar, porque es la que le ha tocado vivir, y navega entre la emoción y el chiste con una habilidad envidiable, llevándonos del borde de la lágrima, a una sonora carcajada, por la anécdota que nos termina de contar Shirley.
El papel, refleja con personalidad, cómo afecta el paso del tiempo al espíritu joven de una mujer que acaba por sentirse vencida por las circunstancias de la vida y las duras batallas cotidianas.
Así, mediante el humor, y con un toque de acidez, profundiza con honestidad y crudeza en algunas de las cuestiones vitales que pueden preocupar a una simbólica mujer en la entrada de la madurez:
La autorrealización, la soledad, la felicidad, el matrimonio, la sexualidad, la paternidad, las diferencias intergeneracionales, la pasividad de la sociedad, etc.
De esta manera, se crea un potente personaje femenino que consigue arrancar una ovación interna en el espectador, cada vez que actúa en favor de conseguir recuperar las riendas de su vida, y reinventarse positivamente a sí misma cuando parece que ya es demasiado tarde.
Porque a pesar de ser una película de planteamiento escénico sencillo, posee una profundidad psicológica llena de matices sutiles, envueltos con un fresco y ácido sentido del humor británico.
Sin embargo, creo que la invisibilidad de este film radica, por un lado, en el escaso glamour o renombre del propio Gilbert, y de la actriz protagonista, una extraordinaria Pauline Collins; y por otro lado, en el tono de comedia, aparente, directa, fresca y sencilla, aparentemente también.
Bajo ese barniz de “obra menor”, y a poco que rasquemos, van surgiendo pequeñas joyas en forma de escenas delirantes, como la de los huevos fritos con patatas; diálogos brillantes que ponen encima de la mesa y sin tapujos, el tema central de la historia, y planteamientos arriesgados de la puesta en escena, como los monólogos de Shirley hablando directamente a la cámara.
Por tanto, película sencilla, sí, pero menos, una rareza en el cine, que el personaje de Pauline Collins, esporádicamente se involucra a la audiencia de cine mirando directamente a la cámara, cómo ella expresa sus pensamientos, es una técnica llamada “romper la cuarta pared”, que curiosamente, el director de la película, Lewis Gilbert, dirigió antes a Michael Caine como “Alfie” (1966), en el que también habló sus pensamientos directamente al espectador.
Pero aquí, la gran Pauline Collins, y esos grandes ojos azules traspasan la pantalla, en esos monólogos simples sobre la vida, con palabras humanas en todas sus formas; porque ella proporcionó la fuerza de la película, y mucho del resto fue visto como débil, por su recital de registros expresivos:
Maravillosa, vital, atrevida, exultante.
Un dato es que la edad del personaje de Shirley Valentine, tiene 42 años, cuando Collins en la vida real, cuando ella interpretó el papel en esta película, acababa de cumplir 48 años.
Para el desarrollo de tales características en la protagonista, los personajes que la acompañan:
El marido, la vecina, la profesora, la amiga, y hasta sus hijos, hacen un contrapunto como personajes acartonados y estructurados, tanto en relación a la vida, como respecto de ella.
Y si hay un fragmento de plausibilidad en la película, viene de la actuación de Bernard Hill, como marido de Shirley Valentine.
No es un tipo malo, sólo un hombre cansado e indiferente, y cuando él sigue a su esposa a Grecia, al final de la película, hay unos momentos tan veraces, que muestran el artificio del resto.
Es verdad que para salvar el tono de comedia y hacer verosímil la historia de Shirley, lo personajes que la rodean y que sirven de contrapunto han de ser estereotipos, acartonados… pero en el fondo todos quieren ser como ella, pero ella ha creído que debía renunciar a su “yo” para adaptarse.
Este error la hará desertar de la vida; y cuando se dé cuenta, todo habrá cambiado.
Otro que brilla, es el actor escocés Tom Conti, quien interpreta a un muy convincente Costas; y el cameo de Joanna Lumley como Marjorie Majors, sólo tomó un día para filmar, pero está hilarante cada vez que aparece.
Por otra parte, está muy bien manejado el tema de la culpa y su par dinámico:
El castigo.
Más allá del sinfín de elucubraciones durante el desarrollo de la trama, en el  mensaje final hay una mirada libre de juicios y ausente de victimización, producto de ese maravilloso recorrido que hace la protagonista hacia su propio ser interior.
Así, no es una obra feminista radical, puesto que la protagonista ve que su marido está “en el mismo tren” que ella, sólo que ella se ha dado cuenta de dónde no quiere estar, y siente compasión por su marido, al que reconoce le hacen falta unas vacaciones para reencontrarse consigo mismo, y confiamos que en el final abierto de la obra, ambos podrán reencontrarse con los jóvenes llenos de vida, ilusiones y esperanzas que fueron un día.
Como dice Shirley al comienzo:
“¿Por qué se nos da tanta vida, si no sabemos vivirla?”
Una vez recuperada la identidad… todo es posible.
Autoestima, frescura y valentía.
Argumentos suficientes para disfrutar de Shirley Valentine.
Por último, aparte de adaptar su propia obra de teatro, el dramaturgo Willy Russell, también trabajó como compositor de la banda sonora de la película.
“Boat is boat, fuck is fuck”
Shirley Valentine es reflejo de las sociedades machistas que suelen desvalorizar a la mujer, y ésta que no se atreve a salir de las cuatro paredes en las que vive prisionera... hasta que alguien las ayuda.
En el cine, Ingmar Bergman ha tratado el tema, una y otra vez, con su habitual carga metafísica y existencial en:
“Såsom i en spegel” o “Detrás de un vidrio oscuro” (1961) como una reflexión sobre la verdadera incomunicación, la fragilidad del ser humano, y la incertidumbre; en “Persona” (1966), mostró la historia de superación de una joven que pierde la voz en el teatro; y en “Viskningar och rop” o “Susurros y Gritos” (1972) es una feroz diatriba sobre la muerte y la incomunicación, sobre el valor de la vida, y las convenciones sociales siempre castradoras.
También la afamada “The Bridges of Madison County” (1995) de Clint Eastwood, nos introdujo en el problema, pero se queda en un “quiero y no puedo”, tal vez por el influjo tan conservador de la sociedad de EEUU.
Por ello, Shirley Valentine es más valiente, valga la expresión, y nos llevará a un final abierto, acorde con la conservadora sociedad británica, en que recuperada la identidad, todo es posible, porque ese “nosotros” es construible ya en una circunstancias concretas.
Porque es imposible amar la vida ni a nadie, si se ha olvidado de lo que siente, de lo que necesita, de quién es…
Hay que ser valiente, como Shirley Valentine, pero es que si eres sincero contigo mismo, no queda otra solución.
Lo demás es culpabilizar, hacerte daño innecesario, envolverte en recelos, e incluso caer en una depresión paralizante.
Shirley quiera estar sola, es cierto que la gente pareciera que ve como “bichos raros” a los solitarios cuando en realidad es al revés:
Los “bichos raros” son los que no pueden estar solos, y en consecuencia, son los que menos se conocen a sí mismos.
Todos, sin distinción de género, estamos nadando en ese lodo rutinario que nos arrastra y nos ciega.
Una película que narra la vida de tantas personas, es una historia real.
Todos somos Shirley Valentine.
Todos somos jóvenes y queremos cumplir sueños.
Queremos viajar, conocer preciosos lugares y personas que nos aporten especiales experiencias.
Y queremos vivir y exclamar que somos felices y queridos.
Sin embargo, la realidad se aleja de eso cada día…
Y todos deseamos gritar, aunque permanezcamos callados.
Sólo podremos salir de ahí dando el gran salto, y la trama plantea que es ella, Shirley, la que se anima a darlo, y con este salto, precipita a los demás a que replanteen el tono de sus vidas.
Me encanta que Shirley hable con las paredes y las rocas, pero sobretodo me encantó que hablara conmigo.

“Marriage is like the Middle East, isn't it?
There's no solution”



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