Edge Of Winter

“Nothing is more dangerous than a father's love”

Padres buenos hay muchos, buenos padres hay pocos.
No creo que haya cosa más difícil que ser un buen padre; en cambio no es difícil ser un padre bueno.
Un corazón blando basta para ser un padre bueno; en cambio la voluntad más fuerte y la cabeza más clara, son todavía poco para ser un buen padre.
El padre bueno quiere sin pensar, el buen padre piensa para querer.
El buen padre dice que sí cuando es sí, y no cuando es no; el padre bueno sólo sabe decir que sí.
El padre bueno hace del niño un pequeño dios que acaba en un pequeño demonio.
El buen padre no hace ídolos.
El buen padre echa a volar la fantasía de su hijo, dejándole crear un aeroplano con 2 maderas viejas; el padre bueno manipula la voluntad de su hijo, ahorrándole esfuerzos y responsabilidades.
El buen padre templa el carácter del hijo, llevándolo por el camino del deber y del trabajo.
Y así, el padre bueno llega a la vejez, decepcionado y tardíamente arrepentido; mientras el buen padre crece en años respetado, querido, y a la larga, comprendido.
Las creencias, valores y conductas asociados a la paternidad, han evolucionado sensiblemente en amplios sectores de la población en las sociedades occidentales.
Cuidar de los hijos, es una parte importante de lo que significa amarlos y preocuparte por ellos.
Unos buenos cuidados, suponen darles un entorno seguro y de cariño, ayudándoles a aprender las reglas de la vida, por ejemplo a compartir, a respetar a los demás, etc., y a desarrollar una buena autoestima.
También, a veces tendrás que impedirles hacer cosas que no deben, es tan importante como animarles a que hagan cosas que crees que deben hacer.
La creencia popular, de que los padres aman siempre a sus hijos por instinto es una creencia errónea; el hecho cierto es que hay padres que no desean a sus hijos y los rechazan, maltratan y hostilizan, con consecuencias muy perjudiciales para estos.
Aunque no siempre es tan evidente, el rechazo en muchas oportunidades se materializa como abandono, indiferencia, resistencia a satisfacer las necesidades y deseos del niño.
En casos más dramáticos, es frecuente el castigo, maltrato, la humillación frecuente, vejámenes y las críticas negativas constantes.
Es muy importante para los padres, conocer a fondo sus verdaderos sentimientos y actitudes hacia su hijo.
Cualquier actitud inconsciente de rechazo u hostilidad, aunque fuese reprimida, sería un poderoso obstáculo en su crianza.
Aunque se trata de un tema donde abundan diferentes ópticas, se observa entre los llamados “buenos padres”, una sólida base de salud mental, armonía y equilibrio psíquico, un fuerte sentimiento de amor y aceptación hacia sus hijos.
El niño que es aceptado y querido íntegramente, recibe de sus padres la suficiente atención, cuidado, amor y consideración personal que necesita.
Muchos interpretan la perfección, el orden escrupuloso o el cuidado esmerado, como tareas fundamentales de los padres; sin embargo, es el trato personal, respetuoso, cariñoso y alegre, lo que marca la diferencia.
Asimismo, algunos padres tratan de suplir la ausencia o la falta de atención dando o regalando juguetes, objetos, dulces y otros bienes materiales, esfuerzos que no pasan inadvertidos para los hijos, quienes comprenden los sentimientos sinceros y profundos de sus padres, y no se engañan por las apariencias.
Sobre todo, lo que el niño más necesita, es la compañía y compenetración afectuosa con sus padres en la primera infancia, que es cuando se modelan las características decisivas de la personalidad.
Salir con el hijo a dar una vuelta a la manzana, mientras se le habla, conversa y atiende cariñosamente, es un mejor regalo que cualquier juguete.
La cuestión básica en la educación de los hijos, es amarlos.
Esto no es una técnica ni un procedimiento, sino un sentimiento, una actitud y las acciones apropiadas surgen, brotan muchas veces sin técnicas aprendidas.
Sin ese sentimiento y actitud básicos, no hay método, ni ciencia del mundo que logren educar bien a los hijos, como sin cimientos no hay arquitectura que consiga construir un edificio.
Las relaciones entre los miembros de la familia, especialmente entre el padre y el hijo, tienen una forma de acomodarse a ciertos ritmos que a menudo se convierten en rutinas:
Se petrifican, se vuelven inflexibles, y se puede sentir como si los intentos de descongelar sólo tienden a exacerbar cualquier distanciamiento que estaba causando el problema en primer lugar.
¿Qué sucede cuando un padre es extremadamente cauteloso, y dice “amar” a sus hijos demasiado, más allá de los límites posibles?
“I'm a shitty father, say it”
Edge Of Winter es una película de suspense y terror, del año 2016, dirigida por Rob Connolly.
Protagonizada por Joel Kinnaman, Tom Holland, Percy Hynes White, Shiloh Fernandez, Rossif Sutherland, Rachelle Lefevre, Patrick Garrow, Shaun Benson, entre otros.
El guión es de Rob Connolly y Kyle Mann; un “thriller” psicológico de tipo familiar, que tiene cuotas de terror, “road movie” y aventura, con un montaje con mucho suspense, atmosférico y agudo; y un pequeño pero experto reparto.
Es un viaje familiar se convierte en una pesadilla, centrándose es un padre que, por miedo a perder la custodia de sus hijos, toma medidas extremas; un personaje con algo de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, un hombre decente, propenso a ataques terribles de ira candente.
La película producida por Independent Edge Films, en asociación con JoBro Productions & Film Finance, se filmó en Sudbury, Ontario, Canadá.
La acción toma lugar en medio de la nada, en pleno invierno, donde cualquiera puede ser una amenaza.
Debido a una brutal tormenta invernal, 2 hermanos:
Bradley (Tom Holland) que está profundamente arraigado en esos años hoscos adolescentes, cuando todo el mundo es hormonalmente inclinado a odiar a sus padres; y Caleb (Percy Hynes White), un poco más joven, más voluble, y más ingenuamente optimista; se ven atrapados en el bosque junto a su padre, Elliot Baker (Joel Kinnaman), al que apenas conocen:
Elliot es un fornido y barbudo de mediana edad, divorciado, que vive en un apartamento de un dormitorio que comparte con una gran escopeta y una variedad aún mayor de camisas de franela; que recientemente fue despedido del trabajo:
¿Perdió su empleo porque la dirección redujo su tamaño, o porque es demasiado difícil de manejar?
Aunque la pregunta nunca se hace, la respuesta vendrá a parecer demasiado obvia:
El padre muestra un carácter imprevisible, y los hijos comienzan a temer, que quizás su padre sea mayor amenaza que la propia tormenta...
Las lecciones del padre durante esos días, incluyen beber cerveza, aprender a disparar el rifle, y matar a un inocente conejo en el proceso; y más desastrosamente, conducir un SUV, que provoca un accidente que deja su vehículo varado.
Bradley argumenta, que deben caminar de regreso a la carretera; pero su padre insiste en adentrarse en el bosque, donde se encuentran con una cabina abandonada.
La situación se sale de control, cuando los hijos le cuentan que su madre Karen (Rachelle Lefevre) y Ted (Shaun Benson) su nueva pareja, se mudan a Londres; y en la cabaña donde se refugian, se encontraran con Luc (Rossif Sutherland) y Richard (Shiloh Fernandez), uno de ellos habla francés; sacaran todo lo que Elliot resiente, y empieza a sufrir alucinaciones, creyendo que esos 2 hombres están allí para robarle a sus hijos.
No pasa mucho tiempo, antes de que Elliot, que ya estaba emocionalmente al borde, empieza a perderlo completamente.
La psicología de la historia, se desarrolla de una manera sutil y creíble.
Podemos sentir el amor de Elliot por sus hijos; de hecho, es tan fuerte que cuando se convierte en una manía que podría deletrear su destino, esa extremidad de la emoción, es creíble también.
El drama juega bien, gracias a las actuaciones, y la dirección que Connolly obtiene de su reparto principal.
Como Elliot, Kinnaman muestra una mezcla atractiva de ternura y dureza, así como la peligrosa confusión de un hombre que llega a sentirse desposeído; mientras Holland y White son los típicos niños de familia desestructurada, que se llevan mal entre ellos en ocasiones, teniendo algunos de los mejores momentos, como la reacción que sienten con su padre, una mezcla del desconcierto y de la maravilla.
Por último, el filme agrega un elemento que debe tener su propio atractivo, el clima y el escenario en sí mismo.
Edge Of Winter ha sido una grata sorpresa, pues aquí no hay los efectos especiales visuales del cine reciente, tan saturado; sino una historia sencilla y terrorífica, del “rito de paso”, sobre la familia, sobre los hijos no queridos, y una paternidad inesperada; supervivencia, coraje y hermandad; con un trasfondo muy crítico sobre el control de armas, el alcoholismo, el manejo de la ira, y el significado de lo que es “ser padre”
“Il a brisé la CB; il ne veut pas qu'on nous trouve”
Rob Connolly debuta en la dirección de largometrajes con Edge Of Winter, cinta que también ha escrito, aunque con la colaboración del también debutante Kyle Mann.
Debo decir que cuando comenzó la película, no parecía tener muchas pretensiones:
Un reparto pequeño, un escenario monótono, con un paisaje hermoso, y una historia que no involucraba más que al núcleo familiar.
Sin embargo, al avanzar en la trama, y al configurarse cada vez más la personalidad psicopática del padre, la intriga y el suspenso se apoderan de la pantalla, convirtiendo al film, en un trabajo cinematográfico tan atrapante, como lo parece estar los niños en la cabaña aislada, en donde se dan cuenta que su padre está loco.
Elliot Baker, aprovecha la oportunidad de desarrollar una mejor relación con sus hijos, cuando su ex esposa, Karen, y su nuevo marido toman unas vacaciones, y dejan a los niños con él.
Lo que comienza como una oportunidad de vinculación paterno-filial, se convierte en una aventura de pesadilla, cuando se quedan varados en una cabaña desierta cerca del lago, como la noche cae, y una tormenta de nieve hace estragos.
Bradley, de 15 años, y Caleb, de 12 años, aprenden rápidamente sobre su padre, y lo que realmente significan para él en este emocionante relato de familia y supervivencia.
La historia es muy original, técnicamente muy bien rodada, en pleno invierno canadiense, con pocos elementos más que el entorno natural, tan salvaje como el padre, y una cabaña donde se refugian los niños, como “los cerditos del cuento, acechados por el lobo feroz”, que convierte a la historia en una película de monstruos, desde las perspectivas de Bradley y Caleb, mientras Elliot sale de sus cabales.
La narración es muy dinámica, no pierde ritmo, y hace buen uso de la fotografía y los escenarios, un invierno tan frío y una naturaleza tan solitaria y muerta que inquieta.
La tensión depende de un poderoso retrato de un padre que cree compulsivamente, que su autoestima está inextricablemente unida a sus hijos.
A medida que la trama se desarrolla, las expresiones de este hombre amoroso para sus hijos, comienzan a transformarse de maneras inquietantes y monstruosas, dando como resultado un descenso a la locura en la forma en que la fibra ostensiblemente inatacable del amor familiar, está amenazada por la locura violenta en el patriarca.
La película de Stanley Kubrick, “The Shining” (1980), encontró el horror en los confines más oscuros de la mente creativa, pero de alguna manera, la fuente psicológica del terror en Edge Of Winter, es más aterradora, porque canaliza el fenómeno más universalmente experimentado del vínculo entre padre e hijo.
Aunque fundamentalmente es una cosa hermosa, este vínculo puede volverse venenoso en los casos en que los padres atan sus identidades demasiado a sus hijos, y se vuelven posesivos como resultado.
Por ello, Connolly toma esta distorsión familiar del amor paternal a su extremo lógico, y es convincente porque los horrores más enervantes, son los que golpean más cercano al hogar.
Al principio la historia se ve como un gran éxito para los derechos del padre, y tratando de hacer lo que debe, pero al final, cambio de sentido…
Con una concisión que se aproxima a la taquigrafía cinematográfica, el diálogo en la escena de apertura de la película, hace que sea un punto para enfatizar el fracaso de Elliot como padre y proveedor financiero, plantando un motivo para el comportamiento cada vez más posesivo, que demostrará más tarde hacia sus hijos, fuente de orgullo en este mundo.
Así, los momentos subsecuentes articulan la distancia emocional entre el padre y los hijos, a través de la torpeza de su conversación, mientras que la explosión inesperadamente viciada de Elliot sobre los muchachos, resuena con su rifle de caza, conduciendo la desgracia al final, y nos preguntamos si el disparo de uno, se relacionará con el del otro...
La mayor hazaña de realismo orquestado aquí, reside en la caracterización de Elliot, cuya eficacia proviene de la aparición incremental de la amenaza, en lugar de un cambio repentino de hombre a monstruo.
La ira del padre sobre el arma, es la primera señal, pero la tensión de ese momento retrocede rápidamente, aunque no completamente, con una disculpa y una oferta para enseñar a sus hijos a dispararla, además, un padre aterrorizado porque sus hijos manejan un arma mortal, no es razonable…
Las cosas parecen bastante bien, hasta que nos enteramos de que la muñeca torcida del padre, que había sido introducida casualmente en la escena inicial, había sido el resultado de un altercado violento con su ex jefe…
Otra señal.
En el camino, cuando Elliot roba el teléfono de su hijo Bradley, y descubre que el chico había enviado un mensaje a un amigo sobre él, de una manera burlona, confisca el teléfono, y exige como venganza deliberada, retener información sobre cómo disparar un rifle, resultando que Bradley se hiera el hombro.
Las alarmas se están apagando en este punto, en reacción a la mezquindad de Elliot, y aun así, la película sigue provocando la posibilidad de que Elliot esté actuando por amor, aunque sea una versión mal comunicada de la misma.
Pero es que Elliot no es un padre modelo:
Antes de tiempo, ofrece cerveza a los curiosos hijos, mientras les enseña los rudimentos del rifle, y los tiene matando a un conejo...
Dando al estudioso y serio de Bradley, su primera vuelta al volante de un SUV, que resulta en un accidente en una propiedad a la que han traspasado violentamente.
Durante una caminata, poco aconsejable, a través de un lago congelado, Bradley se hunde en el hielo donde casi muere congelado.
Y cuando los 3 se refugian en una cabaña, aparentemente abandonada, el inestable Elliot crece desquiciado ante la noticia de que los muchachos se mudarán a Londres, con su madre y su padrastro.
La locura se desata cuando 2 hombres, posiblemente amantes del aire libre, llegan a la cabaña, pues son los ocupantes verdaderos.
Primeramente, los hijos no se dejan impresionar por el padre:
El mayor, Bradley especialmente, piensa que no cumple con sus expectativas como padre, aunque el más pequeño se deja influenciar a primera vista por el asunto de la escopeta; y como Elliot lleva a sus hijos al norte, de caza, lejos de la tecnología, se encuentra con que sus hijos no están siendo criados como niños, sino como “niños suaves”
En esta primera mitad de la película, se enfatiza que Elliot intenta duramente en competir con Ted, que no está físicamente, y utiliza su tiempo para llenarlos de afecto a su manera; pero los hijos lo afrontan, también a sus maneras, como algunos comentarios negativos acerca de las armas de fuego, tomar cervezas, etc.
Por otra parte, el ambiente es excelente, con hermosa cinematografía y un verdadero sentido de aislamiento terrible y escarchado.
El “borde del invierno” se concretiza en este apartado en el personaje de Elliot en 2 direcciones:
Una sentimental, que prueba su valor como padre, con una demostración en la dedicación hacia sus hijos; y en otro sentido, como un hombre temperamental, e insolente.
La forma sutil y gradual con la que la película retrata la desintegración psicológica de Elliot, genera un tremendo suspense, mostrando de manera convincente, cómo un tipo inicial y aparentemente normal, puede llegar a ocupar plenamente el papel de villano.
La subsecuente y aterradora implicación, es que todos somos unos pocos infortunios y rupturas emocionales, lejos de ser un peligro para los que nos rodean…
Para Elliot, su imperfección es su inseguridad emocional profundamente arraigada, que Kinnaman saca en una actuación exquisitamente matizada, y a su gran crédito, puentea la brecha entre esos 2 modos, de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de modo que Elliot, a menudo se siente creíblemente preocupado en lugar de ser víctima de una condición psicológica extrema.
Los ojos muertos, y la ansiedad en blanco del actor, hacen que sea fácil para él desaparecer en los papeles que suele dar, pero esa maldición se convierte en una bendición, cuando está habitando a un personaje que se siente amenazado, cuya ansiedad necesita ser escondida detrás de un pensamiento de falsa fuerza.
A través de una desagradable combinación de vulnerabilidad y agresión, Kinnaman impregna a su personaje de una volatilidad violenta, que convierte incluso las escenas más externas, en bombas de tiempo que pueden estallar en cualquier momento.
Sin duda, es aún más inquietante el grado en que Elliot sigue siendo un personaje simpático, a pesar de su comportamiento cada vez más inquietante.
Su frustración por su situación financiera y familiar, y su intenso deseo de estar con sus hijos, son reales, y expresa sus sentimientos sinceramente más que con duplicidad calculada.
Cuando las cosas van calentándose, experimentamos la aguda incomodidad emocional que resulta de ver a un personaje no tan diferente de nosotros, que se corrompe en formas a las que supusimos que éramos inmunes.
Si uno resiente, por lo emocionante que es la posibilidad de que un padre hiere a sus hijos, es porque el propio Kinnaman parece resentirse un “boogeyman”, perdido, mientras Elliot perece y amenaza la violencia a través de las composiciones escénicas de Connolly.
Pero Kinnaman es un actor inconfundiblemente grande, y en parte debido a su ingenio.
En las escenas en las que tiene la tarea de dar expresión, no a la impulsión de Elliot hacia la violencia, sino a la distancia emocional entre Elliot y sus hijos.
Por otra parte, Edge Of Winter inicialmente conspicuo, desprecia los detalles de lo que llevó a la ruptura entre Elliot y su ex esposa…
Al final, Bradley y Caleb se alejan de su padre, mostrando la mirada horrorizada en sus rostros, que sorprende porque no es una expresión de alivio, sino el reconocimiento de todas las cosas que una familia ha enterrado, y el temor de la posibilidad de transmitirlo a través de generaciones.
De los actores, en sus mejores momentos, a destacar la mejor actuación de Joel Kinnaman, que atrapa con sus cambios de registros, lo hacen un personaje impredecible y peligroso; ofrece un magnífico giro, especialmente en escenas como cuando los muchachos le dicen a su padre indefenso, que pronto se mudarán a Londres con su madre y su nuevo marido; o cómo los muchachos que todavía aman a su padre, incluso al mismo tiempo cada vez más consciente de sus fracasos; las reacciones en silencio, aterrorizados ante su creciente beligerancia es mucho más emocionalmente dolorosa, que las convenciones del “thriller”
Mientras que los niños, siempre dan la talla:
Tom Holland demuestra una vez más el gran actor que es, transmitiendo sin esfuerzo una actividad interna tranquila con sus miradas, sus silencios y su lógica; y Percy Hynes White, no da tanto, pero si demuestra la naturalidad de un niño de su edad.
Los demás personajes, son más satelitales, que ayudan al desarrollo de los acontecimientos, sobre todo la pareja de hombres dueños de la cabaña.
Shiloh Fernández y Rossif Sutherland, dicen que también están varados debido al tiempo brutal, y aunque no hay razón para dudar de ellos, una combinación de inseguridad, miedo a la hipotermia, incluso el miedo al “otro”, pues uno de los hombres habla francés; hace que Elliot piense que están tratando de quitarles a sus hijos.
Estos personajes que se introducen a mitad de camino, solo tiene la intensión de ser los disparadores de los acontecimientos, pero sin otro propósito añadido.
Para achacarle algo, Edge Of Winter pudo ser una película profundamente conmovedora acerca de un padre solitario emocionalmente volátil, que trataba desesperadamente de reconectarse con sus hijos; y no centrarse tanto en un “thriller” de supervivencia, y como el título lo indica, en un desierto frígido en el que el padre se vuelve cada vez más peligrosamente psicótico.
Lo peor viene de lo forzada que puede resultar la historia, donde la transformación del padre sucede demasiado deprisa... con algunos errores, por ejemplo:
A pesar que están en pleno invierno y la nieve caía, los muchachos estaban diciendo lo frío que estaban, pero los 3 protagonistas caminaron con los cuellos abiertos, sus narices no se pusieron rojas, y no se ve su aliento salir por las altas temperaturas al estar al intemperie…
Además, la película no consigue librarse de la apariencia de telefilm, al estilo de lo que pudimos ver en la inolvidable “The Shining” (1980), se deja ver sin mayores pretensiones.
Sin embargo, se ve como un ejercicio poderoso en suspenso, y una depiladora descripción del amor paternal que ha ido mal.
Edge Of Winter, no es nada menos que magnético.
“We gotta stay together!
I'm your father!
Please don't leave me”
Los buenos padres, se caracterizan por sentimientos y actitudes profundas y positivas, que sienten hacia sus hijos, las personas y el entorno que les rodea en general.
Porque para ser buen padre, hay que ser previamente una buena persona, tener una personalidad sana, equilibrada, sin desajustes ni conflictos emocionales importantes, o con un mínimo de ellos, de modo que no se irradie o proyecte sobre los hijos, la influencia nociva de los propios defectos y problemas personales.
Durante siglos, la palabra “padre” ha estado asociada al temor y a la violencia.
En parte, porque la fantasía infantil construye un padre imaginario que viene a separar al hijo de la órbita materna, y en parte porque los padres “reales” han empleado con sus hijos, toda la brutalidad que les permitía la legislación vigente, las costumbres sociales, y la palabra de Dios-Padre.
Este tipo de padre “autoritario” descrito en La Historia de la Humanidad, tiene un correlato claro con la ética de Hobbes, y la de Kant:
Para Hobbes, la sociedad es un pacto que se funda en el miedo, y puede pensarse que si éste origina la sociedad, también el orden familiar tradicional se originaba en el miedo al pater-familia.
Para Kant, la ética se deriva del miedo y del deber; la moral sería un deber, un imperativo categórico; no se trataría de preguntarse por la felicidad, como hicieran los griegos, sino de obrar por el deber.
Pero estos padres “categóricos”, no podrán ser eficaces en su función, sino operan en sus hijos una transformación que modifique su aparato psíquico y su mundo vincular de manera trascendente.
Sería ésta una transformación simbólica, comparable a un rito de paso desde lo orgánico hacia las palabras.
En este sentido, un padre eficaz a nivel simbólico, será aquel capaz de levantar a su hijo del suelo, y ofrecerle al mundo; capaz de acogerle, nombrarle y donarle la palabra.
En este sentido, todo hijo, sea biológico o no, habrá que “adoptarle” para que sea tal; y responsabilizarse de su futuro.
Y todo ello antes de desaparecer de la historia del hijo; es decir, el padre podrá ser simbólico, si asume su muerte como necesidad para que el hijo sea un sujeto en la cultura.
La función del padre, no puede ser sólo “prohibir”, sino que debe humanizar la ley, para que ésta no se vuelva en contra de su objetivo:
Humanizar.
El padre, debe enunciar la ley, y mostrar cómo ella humaniza, cómo se puede vivir con y gracias a ella.
Este ritual, puede desarrollarse en muy distintos escenarios y con distintos actores.
Pero el escenario no será determinante del drama.
Así por ejemplo, un padre podrá vivir en un domicilio más o menos amplio, o podrá contar con más o menos recursos económicos, también podrá manejar pautas educativas rígidas o laxas, podrá ausentarse con mayor o menor frecuencia del hogar; convivir de manera continua o no, con su hijo; mantenerse unido a su pareja hasta que la muerte les separe, o estar divorciado; manifestar una sexualidad hetero u homosexual, y un largo etcétera.
Escenarios de un drama que no se debieran considerar en exceso, a no ser que se pretenda evaluar el grado de adecuación de un sujeto al ideal capitalista.
En cualquier caso, todo esto correlacionaría con un padre “adecuado” en términos sociológicos, pero desde un punto de vista intersubjetivo, lo realmente determinante es el drama que un sujeto es capaz de construir con su hijo.
Y este drama dependerá de 2 circunstancias en necesaria interacción:
El funcionamiento psicológico del padre, que debiera estar atravesado por la represión.
Y el deseo del padre como tal, que no dependerá únicamente del deseo de la madre, sino que podrá defender su derecho a un vínculo activo.
En conclusión, la valoración de una “adecuada paternidad”, debe abarcar al padre real y al padre desde la subjetividad del hijo, es decir, desde el análisis del efecto que opera en el hijo.
La valoración del padre real, parte de términos descriptivos que comparan el grado de adecuación de un sujeto al ideal imperante en cada momento histórico concreto.
En las sociedades occidentales actuales, un buen padre será aquel que se implique activamente en la crianza de su hijo, asumiendo una función afectiva y normativa, favoreciendo su proceso de autonomía, y ayudándole en la adquisición de una identidad discriminada.
Por su parte, la valoración del padre desde la subjetividad del hijo, puede incorporar la distinción entre padre real, simbólico e imaginario, que teoriza el psicoanálisis de manera fructífera.

“The whole world’s your toilet”



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