La Belle et La Bête

“L'enfance croit ce qu'on lui raconte et ne le met pas en doute.
Elle croit qu'une rose qu'on cueille peut attirer des drames dans une famille.
Elle croit que les mains d'une bête humaine qui tue se mettent à fumer et que cette bête en a honte lorsqu'une jeune fille habite sa maison.
Elle croit mille autres choses bien naïves.
C'est un peu de cette naïveté que je vous demande et, pour nous porter chance à tous, laissez-moi vous dire quatre mots magiques, véritable “sésame ouvre-toi” de l'enfance:
Il était une fois...”

Los cuentos infantiles siempre han sido un buen lugar donde acudir para hacer que la fantasía se exprese; con sencillez, empero en toda su plenitud, cargada de sugerencia y significado.
Incluso a pesar de la dañina influencia y el persistente trabajo de acoso, derribo y adulteración al que con uñas y dientes siempre se entregó ese ente maléfico llamado Walt Disney Productions, una de las mayores lacras del siglo XX, y pionero de esa moda de considerar a los niños como retrasados mentales; es posible encontrar en la historia del cine algunos otros, estos sí, bellos momentos que ponen de manifiesto, en su más pura esencia, el hábil formato que siempre fue el cuento de hadas; primero en la literatura y luego, con menor abundamiento, en el cine.
En una época donde el realismo en el cine causa furor, con la particular influencia del neorrealismo italiano, que conectaba íntimamente con un público desencantado con la realidad de la posguerra, Jean Cocteau se arriesga, con su habitual entusiasmo, en terrenos marcadamente surrealistas, ese movimiento entonces vanguardista, surgido en Francia alrededor de 1920, que invadió todas las artes, erigido como heredero del romanticismo decimonónico; para ofrecernos esta deliciosa obra maestra, inspirada en el cuento de hadas tradicional de “La Belle et La Bête”, partiendo de la versión escrita por Marie Leprince de Beaumont.
Inicio diciendo que Jean Maurice Eugène Clément Cocteau, mejor conocido como Jean Cocteau, hombre y más que hombre, poeta, artista y escritor francés, quien hizo su nombre extensamente conocido en poesía, ficción, cine, ballet, pintura y ópera; su trabajo refleja la influencia del surrealismo, el psicoanálisis, el cubismo, la religión católica, etc.; y en su tiempo, Cocteau fue un promotor de la moda y el estilo “avant garde”; además, entre sus amigos se incluían figuras prominentes como:
Pablo Picasso, el compositor Erik Satie, el escritor Marcel Proust, y el director ruso Sergei Diaghilev; y a pesar de sus éxitos en prácticamente todos los campos artísticos, Cocteau insistió en que era ante todo un poeta, y que todas sus obras eran poesía.
El poeta nació el 5 de julio de 1889 en Maisons-Laffitte, una pequeña ciudad cerca de París; siendo hijo de Georges Cocteau y de Eugénie Lecomte, siendo el menor tras Marthe de 12 años, y Paul de 8 años.
La poesía fue para Jean Cocteau, la base de toda su arte, una “religión sin esperanza”, y en 1908, Édouard de Max, fanático de la poesía del joven Cocteau, lo presentó en una Matinée Poética en el Théâtre Fémina, donde no dudó en declararlo como “un joven prodigio de la poesía”
Así, un año más tarde, publicó su primera compilación poética “La Lampe d'Aladin” (1909), integrándose en el círculo artístico, donde era conocido como “El Príncipe Frívolo”, y formó amistad con Picasso, Proust, Modigliani o Apollinaire.
Ese año, gracias a su amistad con Serguei Diaghilev, y a la revelación de los Ballets Rusos, Jean Cocteau con 20 años, ingresó al círculo del ballet y el teatro; pero la muerte súbita de Raymond Radiguet, gran compañero de Cocteau, el 12 de diciembre de 1923, afectó terriblemente al poeta, que llegó a declarar:
“Ya no escribiré”
Desesperado, Cocteau comienza a dedicarse al opio, de donde posteriormente escribiría “Opium” (1929) un informe sobre su adicción; y a pesar de numerosas curas de desintoxicación, Cocteau consumirá drogas hasta el final de su vida.
Largamente se ha ligado al poeta con el surrealismo, sin embargo, nunca formó parte del grupo, y el mismo Breton lo consideraba una persona detestable.
Esta unión ha sido sobretodo pensada por la influencia freudiana que compartían tanto el surrealismo como Cocteau.
En 1937, Cocteau conoce al actor Jean Marais, quien se convertirá en su pareja, así como una pieza clave y musa para sus obras; siendo el mismo Marais, quien le pediría que le realizara una película de “La Belle et La Bête”, film que el mismo protagonizaría en 1946.
Pero para 1930, Jean Cocteau ya había realizado su primera película:
“Le Sang d'un Poète”; y posteriormente fue hospitalizado durante 40 días debido a un ataque de fiebre tifoidea…
Durante 1932, Jean mantuvo una relación con Nathalie Paley, hija de un gran Duque Romanov; quedó embarazada, pero abortó debido a la intervención de Marie-Laure de Noailles, quien de joven había amado a Cocteau, y se había propuesto arruinar su nueva relación.
Durante el transcurso del año 1933, mantuvo una fugaz relación homosexual con Marcel Khill, quien lamentablemente falleció en 1940.
Así fue como llegó el año 1945, con la película “La Belle et La Bête”, con su pareja más duradera, Jean Marais, cuya relación, iniciada en los años 30, levantó fuertes críticas que Cocteau contrarrestó en sus ensayos contra la homofobia.
Su mano derecha, fue el pintor y diseñador Christian Bérard, a quien Cocteau apodaba “Bebé”, realizador de las exquisitas escenografías de “La Voix Humaine” (1930), “La Belle et La Bête”, “Théâtre II: Les Monstres Sacrés - La Machine à Écrire - Renaud Et Armide - L'aigle à Deux Têtes” (1948), y otras obras, y que también fallece en 1949 a los 47 años.
Pero hay que decir que “La Belle et La Bête” es un cuento de hadas tradicional francés, cuya narración tiene múltiples variantes, y su origen podría ser una historia de Apuleyo, incluida en su libro “El Asno de Oro”; también conocido como “Las Metamorfosis”, titulada “Cupido y Psique”
La primera versión publicada, fue obra de la escritora francesa, Gabrielle-Suzanne Barbot de Villeneuve, en 1740; aunque otras fuentes atribuyen a Gianfrancesco Straparola la recreación de la historia original, en 1550.
La versión escrita más conocida, fue una revisión muy abreviada de la obra original de Villeneuve, publicada en 1756, por Jeanne-Marie Leprince de Beaumont.
La primera traducción se hizo al inglés, en 1757; y actualmente existen muchas variantes de la historia en toda Europa; siendo la versión de Beaumont, la que goza de mayor fama, siendo también la base de casi todas las versiones o adaptaciones posteriores.
Desde su publicación en 1756, la historia ha sido revisada numerosas veces.
En 1756, La Condesa de Genlis produjo una obra de teatro basada en el cuento; y en 1786, la versión de Villeneuve volvió a publicarse en “Le Cabinet des Fées et autres contes merveilleux”
Durante el siglo XIX, hubo una proliferación de revisiones en Francia, Inglaterra y Estados Unidos; y se han listado hasta 68 ediciones diferentes impresas durante ese siglo.
Algunas de las más notables, fueron un poema de Charles Lamb, publicado en 1811; una ópera en 2 actos de J.R. Planchée, en 1841; y en 1875, un libro de ilustraciones de Walter Crane, y una edición ilustrada de la novela, por Eleanor Vere Boyle.
“Les femmes préfèrent-elles la bête chez les hommes?”
La Belle et La Bête es una película de fantasía, del año 1946, escrita y dirigida por Jean Cocteau.
Protagonizada por Jean Marais, Josette Day, Marcel André, Mila Parély, Nane Germon, Michel Auclair, entre otros.
La obra, es la primera adaptación cinematográfica de la historia “La Belle et La Bête”, escrita por Jeanne-Marie Leprince de Beaumont, y publicada como parte de una antología de cuentos de hadas; aunque el cuento de Beaumont ya tuvo una primera adaptación cinematográfica, en la cinta homónima francesa, producida en 1899, sin que se conozca el nombre del director, pero sí su compañía productora, la casa Pathé.
La obra de Alexandre Arnoux, “La Belle et La Bête”, una obra publicada en 1913 en Bélgica, también inspiró esta película; cuya trama está más cerca de esta pieza, que la historia original, especialmente en el escenario de la trama, la ausencia del hada, etc.; y esta adaptación, añade un argumento secundario, al aparecer un pretendiente de Belle, Avenant, que pretende matar a Bête, y robar sus riquezas mientras las hermanas, cómplices suyas, retrasan la vuelta de Belle al castillo.
Así, cuando Avenant entra en el pabellón mágico, que es la fuente del poder de Bête, es alcanzado por una flecha de fuego arrojada por la estatua de la diosa romana Diana, que le transforma en Bête, e invierte la maldición de la criatura original.
Así pues, después de haber dejado el cine durante unos años en beneficio del teatro y la poesía, Jean Cocteau reanuda la realización en 1943, con “L'Eternel Retour”, del que escribió “La Historia y Las Palabras”; y en 1946, su actor favorito, Jean Marais, interpretó “La Belle et La Bête” en una adaptación que no perdió nada de su mitología personal; pues él mismo hace la puesta en escena, siendo un trabajo equiparable en intenciones y resultados a “La Edad de Oro” (1930) de Luis Buñuel con Salvador Dalí; o a “Los Misterios del Castillo de Dados” (1929) de Man Ray, piezas claves todas ellas del surrealismo en el cine, y auspiciadas las 3, casualmente o no, por la aristócrata familia de Noailles, de ilustre linaje, que ejercieron de auténticos mecenas del arte, salvando las distancias, en términos similares a Los Médicis, auténticos Padrinos del Renacimiento.
Hoy, es primera versión cinematográfica del cuento, está reconocida como un clásico del cine francés; que abrió un camino que seguirán directores como Ingmar Bergman, François Truffaut y Vincente Minnelli; y hasta cierto punto, fue una fuente de inspiración para el filme de dibujos animados de Disney Studios, de 1991; de hecho, Walt Disney estaba interesado en adaptar el cuento de hadas, a una película animada, pero cuando se estrenó La Belle et La Bête, se sintió desanimado, y creyó que no sería tan bueno como lo que hizo Jean Cocteau.
Con el tiempo, Disney adaptaría el cuento, y su contraparte de acción en vivo en 2017, con gran aclamación; sin embargo, ambas características están muy influenciadas por esta película.
La banda sonora de La Belle et La Bête, fue compuesta por Georges Auric, y la cinematografía de Henri Alekan; mientras Christian Bérard y Lucien Carré cubrieron el diseño de producción.
Las escenografías y la cinematografía, pretendían evocar las ilustraciones y los grabados de Gustave Doré, y en las escenas de la granja, las pinturas de Jan Vermeer; y con un metraje de aproximadamente 96 minutos, es la primera película que ha escrito y dirigido Jean Cocteau, desde “Le Sang d'un Poète” (1930); y aquí se muestra cuán difícil es separar los sueños de la realidad.
Las escenas al aire libre, fueron filmadas en particular en Oise, en el castillo de Raray, en el Valle del Oise, en la Abadía de Royaumont, en Indre-et-Loire, El Moulin de Touvoie en Rochecorbon que es la casa de Belle; Parçay-Meslay, en los Alpes Marítimos, y en Eze.
Mientras las escenas en estudios fueron filmadas en Franstudio Studios en Saint-Maurice, Val-de-Marne; Eclair Studios Epinay sur Seine y en Joinville Studios en Joinville le Pont.
La película se estrenó en París, el 29 de octubre de 1946 en Los Campos Elíseos, en el cine Le Colisée, y en Grands Boulevards en el cine La Madeleine.
La primera proyección, se llevó a cabo ante el personal en el estudio de Joinville; y se cuenta que Jean Cocteau estaba tan nervioso, que invitó a su amiga, Marlene Dietrich, cuya mano estaba fuertemente sujeta a la película desenrollada.
La respuesta, sin embargo, fue entusiasta; y contra viento y marea, en el momento del éxito del realismo, la película también lo tuvo.
La acción inicia con el típico “Érase una vez…” un mercader arruinado (Marcel André) que vivía con su hijo Ludovic (Michel Auclair) y sus 3 hijas; 2 de ellas, Félicie (Mila Parély) y Adélaïde (Nane Germon), son seres egoístas que explotan a su hermana pequeña, Belle (Josette Day)
Un día, el padre se pierde en el bosque, y llega hasta un castillo.
Allí encuentra una preciosa rosa, y decide cogerla para Belle, entonces aparece el señor del castillo, que le impondrá un duro castigo por su osadía; por lo que al regresar, Belle se ofrece volver con Bête (Jean Marais), en lugar de su padre.
Pero Bête se enamora de ella, y le propone matrimonio todas las noches, a lo que ella se niega; y eventualmente se siente más atraída por él, quien la prueba al dejarla regresar a casa con su familia, y decirle que “si no vuelve con él en una semana, morirá de pena”
La historia habla de sobre todo de las falsas apariencias, de los denostables prejuicios, de la importancia de la personalidad sobre el físico, del triunfo del amor puro por encima de barreras impostadas por el costumbrismo, resaltando la profunda belleza interior sobre la superficial exterior, de nuestra necesidad primaria de ser amados, de nuestra necesidad de superar nuestros demonios internos, etc.; a modo de una brillante fantasía de cuento de hadas, muy adelantada a su tiempo, aunque perturbadora en varios tramos, hipnotiza por su vibrante puesta en escena, con escenas donde en miscelánea deliciosa se funden la danza, la poesía y el goticismo visual.
Este clima de cuento de hadas, es hábilmente contrastado con el escenario de la casa rural de la familia de Belle, contrapunto de este idealizado submundo en el que habitan lacras de la condición humana, la envidia, el egoísmo, la soberbia, el orgullo, los prejuicios, la codicia o el esnobismo; y parece mentira que con la carestía de medios que conlleva una posguerra, en Francia se pudiera rodar una producción de este calibre; a lo que Jean Cocteau respondió a la guerra con un producto de pura evasión, que acabaría por estar en la lista oficial de las 100 mejores películas de la historia; al tiempo que es un filme familiar, imaginativo, suntuoso, rodado en magníficos interiores, donde el lirismo de sus imágenes, a caballo entre la fuerza expresionista y la fascinación surrealista, nos conduce a un embriagador universo de magia y fantasía, en el que todo es posible.
Un mundo de imaginería desbordada, en el que brazos sin cuerpo sostienen candelabros, sirven vino o corren cortinas; donde pétreos bustos y esculturas vigilan con ojos curiosos lo que ocurre a su alrededor; y en el que las lágrimas se convierten en diamantes, y un guante puede trasladarnos al lugar que deseas...
El cuento de hadas de Mme. Leprince de Beaumont, centrado en el triunfo del amor sobre lo material, y de la belleza interna sobre la externa, no pudo encontrar mejor expresión cinematográfica que en esta obra del poeta y cineasta francés Jean Cocteau, quien nos regala con su obra más popular y conseguida, un festín sensorial, henchido de ecléctica imaginería, inspirada por diversas influencias plásticas, como por ejemplo, Gustave Doré.
Esta imaginería, filtrada por la mirada lírica del polifacético artista galo, convierte esta encantadora historia, en una mágica comunión entre realidad y fantasía.
“Tu voles mes roses, les choses que j'aime le plus au monde.
Votre chance est allée de mal en pis.
Tu aurais pu prendre n'importe quoi sauf mes roses.
La punition pour ce simple vol est la mort!”
Desde sus inicios, el cine fue grandemente influenciado por otras artes, como la fotografía en un principio, la pintura o el teatro, y es que al buscar un lenguaje propio, el cine reutilizó los lenguajes que les eran propios a otras ramas artísticas.
Es por eso que probablemente sea la literatura, el arte la que más lo haya influenciado, pues es de ella de dónde salen sus recursos narrativos.
Pero la influencia literaria no para ahí, y es que ha sido fuente de inspiración para innumerables films; cosa que podemos constatar desde Georges Méliès con su film “Viaje a La Luna” (1902), que fue grandemente influido por textos de Verne, o bien con el film que hiciera Jean Epstein, acerca del cuento de Edgar Allan Poe, “La Caída de La Casa de Usher” en 1928; o la adaptación de “Dracula” de Bram Stocker, hecha por Friedrich Murnau en 1922.
Precisamente, en el presente trabajo, se analizará otro film que tuvo por musa un cuento, y nos referimos a la primera adaptación hecha al cine de “La Belle et La Bête”, realizada en 1946, por el multifacético artista francés, Jean Cocteau.
Porque el cine es sueño y el espectador un viajero fantástico dispuesto a descubrir nuevos mundos, visitar países en los que nunca podrá estar, o lugares mágicos que sólo viven en la imaginación; de eso se trata el gran invento del cinematógrafo, de grabar los sueños en una pantalla, y proyectarlos en una enorme sala, a oscuras, ante un público dispuesto a dejarse llevar por la magia del cineasta.
“Lo que vulgarmente se conoce como cine, sólo se presentaba hasta la fecha bajo la forma de un pretexto para reflexionar.
Uno entraba, miraba poco, escuchaba poco, salía y se olvidaba.
Sin embargo, yo considero que el cinematógrafo es un arma muy poderosa para la proyección del pensamiento, incluso ante una muchedumbre reticente”, decía Jean Cocteau; y justo después de La Segunda Guerra Mundial, Jean Marais le propuso hacer una película basada en 2 obras de los siglos XVII y XVIII.
Uno, cuyo título y gran parte del contenido narrativo, es un cuento de Madame Leprince de Beaumont, publicado por primera vez en la antología “Le Magasin des Enfants, ou Dialogues entre une sage gouvernante et ses élèves” en Londres en 1757; y que Cocteau ya había pensado antes de la guerra para adaptarse al teatro; o para una pantomima.
La fuente del segundo relato para una película, es también un cuento de hadas:
“La Chatte Blanche” de Madame Marie-Catherine d'Aulnoy, publicado en una de las primeras antologías del género “Kunstmärchen” o “cuentos literarios”, impreso en Francia como “Les Contes des Fées de París” (1697-1698)
De este cuento, solo se encuentra un motivo evocativo en la película:
Los sirvientes, habiendo sido transformados por la magia, se reducen a sus únicos brazos y manos, aún listos para servir...
Así fue como a Cocteau le pareció excelente la idea, que no solo coincidía con los sueños que había tenido cuando era niño, sino que le ofreció una nueva posibilidad cinematográfica:
Escenificar cuentos de hadas.
A primera vista, La Belle et La Bête es diferente de la anterior, para la cual Cocteau escribió el guión y fue dirigida por él, pero ambos trabajan sobre mitos y crean un ambiente de belleza inquietante.
En su opinión, La Belle et La Bête sigue siendo fiel a estos 2 cuentos de hadas mencionados, pero la imagen es Cocteau, y nadie más suya.
Para su ambiciosa adaptación, Cocteau a sus 56 años, reunió a los mejores talentos de la industria cinematográfica francesa de su momento:
Henri Alekan fue el director de fotografía, Christian Bérard se encargó del diseño de producción, Marcel Escoffier del suntuoso vestuario, Georges Auric escribió la música del filme, y Jean Marais y Josette Day encarnaron a la mítica pareja.
Además, el veterano director, René Clément, acreditado como consejero técnico, auxilió a Cocteau con muchos de los efectos visuales de la película; y para rematar, Hagop Arakelian hizo la ardua tarea del maquillaje; solo para la aplicación de maquillaje de Bête a Jean Marais, se empleaban 5 horas.
El resultado final de esta colaboración de veteranos, fue una obra maestra del cine de cuento de hadas, impactante por su diseño, en muchas ocasiones surrealista, que materializa un universo hechizado de manera efectiva, apoyándose de sus efectos especiales prácticos.
El aire de cierta teatralidad que se advierte en algunas escenas, no hace sino resaltar la convicción de que estamos ante un cuento visual.
Los relatos orales tradicionales, son narrados empleando determinados recursos que proporcionan el efecto adecuado para mantener hechizada a la audiencia, y Cocteau supo transmutarlos en su equivalente de efectos visuales y sonoros, acompañados por una música que completa el conjunto; haciendo del cuento más que un vehículo para crear un mundo estético, porque visualmente estamos no ante un cuadro, sino ante una sucesión pictórica de escenografía viva y mágica, que traslada simplemente a otro estado de la mente, aquel que absorbe la luz de la belleza pura, sin cuestionarse su verdadera sustancia.
Inicialmente, Jean Cocteau y Henri Alekan se enfrentaron por el estilo de filmación:
Alekan quería usar un enfoque suave para crear un cuento de hadas; mientras Cocteau insistió en que un estilo más duro haría que las escenas más fantásticas parezcan basadas en la realidad.
Después de los primeros días de rodaje, Alekan estuvo de acuerdo.
De la producción, Cocteau iba originalmente a codirigir la película con Marcel Pagnol, y se asoció con Gaumont; pero Pagnol había roto su contrato, porque había dejado que su esposa, Josette Day, hiciera el papel principal de la película.
Así las cosas, los créditos lanzan un guiño a la infancia, ya que aquí los créditos con actores y otros colaboradores se escriben bajo nuestros ojos con tiza en una pizarra, y que luego se borran por la mano de Jean Cocteau, para escribir el crédito siguiente; sin embargo, para la versión estadounidense de la película, los créditos convencionales reemplazaron a los originales; y también eliminó la tablilla de película vista entre los créditos de apertura y el prólogo escrito, que dice originalmente:
“En la infancia, creemos todo aquello que se nos cuenta, y nunca lo ponemos en duda.
Creemos que el hecho de arrancar una rosa de un jardín puede originar dramas en una familia.
Creemos que las manos de una bella humana humean, y que a esta bestia le avergüenza que una chica viva en su castillo.
Creemos éstas y otras tantas cosas ingenuas.
Es un poco de esta ingenuidad, la que yo les pido y, para traernos a todos un poco de suerte, permítanme decirles 3 palabras mágicas, las verdaderas, el ábrete sésamo de la infancia:
Érase una vez, Jean Cocteau”
Con ello hay una doble intención en ese canto a la inocencia.
Por una parte, el deseo de recapturar el misterio, cruel y maravilloso a un tiempo, de la imaginación infantil; y por otra, la nostalgia de un mundo ingenuo, perdido definitivamente tras los horrores de La Segunda Guerra Mundial.
La Francia ocupada por Hitler, es la bella muchacha encerrada en el castillo; la bestia que le acosa, es Alemania; y la rosa, la juventud sacrificada en flor.
En ambas lecturas, la infantil y la bélica, el filme funciona como un gigantesco símbolo del amor y la belleza, de la amistad entre 2 seres opuestos, de la redención del uno, por la generosidad del otro.
Y eso es algo que un niño entiende mejor que un adulto; pues todo en La Belle et La Bête ronda esta suspensión de realidad, este estado de ensueño y duermevela tan afín a la querencia surrealista de Cocteau, autor total, renacentista, tan director como poeta, pintor, músico o escenógrafo, pero que en este film encuentra el vehículo que aúne en una, todas las artes.
La acción sigue a Adélaïde, Belle, Félicie y Ludovic, que son hermanos jóvenes, que una vez vivieron en grandeza hasta que los barcos mercantes de su padre se perdieron en el mar.
La familia está ahora cerca de la ruina, pero Adélaïde y Félicie, todavía malgastan el dinero de la familia en sí mismas, y se mantienen bellas, mientras que Belle vive esclavizada a la casa, y adorando a su padre.
Pero Ludovic detesta a sus 2 hermanas mimadas, y protege a Belle, especialmente con su amigo Avenant, un guapo sinvergüenza que quiere casarse con Belle.
Un día, al cruzar el bosque una tarde oscura y tormentosa, el padre se pierde, y se refugia en un castillo fantástico...
Al salir, él roba una flor de un rosal, que Belle solicitó; y el residente del castillo, una bestia furiosa, un monstruo, mitad humano, mitad bestia, que posee poderes mágicos, lo sentencia a una de las 2 opciones por el robo de la rosa:
Su propia muerte, o el amor de una de sus hijas.
Como siente que Belle es la causa de la situación de su padre, a pesar de que sus hermanas piden regalos mucho más lujosos; Belle se sacrifica a sí misma ante la bestia; y al llegar al castillo, Belle descubre que Bête, cuya grotesquedad no puede negar, y él no quiere matarla, pero quiere casarse con ella, y prodigarla con riquezas.
Él no la fuerza, pero le pedirá a ella todas las noches, que se case con él, estas veces serán las únicas cuando él se le aparecerá; y ella promete nunca decir que sí…
Cuando Belle se resigna a su destino mortal, y mira más profundamente a Bête, cuyo grotesco exterior enmascara a un alma amable pero torturada:
¿Cambiarán sus pensamientos?
Mientras tanto, la familia de Belle, que se entera de su situación, tiene sus propios pensamientos sobre qué hacer, algunos trabajando hacia lo que creen que es el mejor bienestar de Belle, y otros trabajando en su propio beneficio.
Ella se rehúsa, horrorizada por su monstruoso aspecto, pero hay una dulzura melancólica muy evidente en su rechazo, como si de verdad le calase su sufrimiento, a pesar de ser lo que es:
Una bestia.
Ésta es la médula de la historia, y la razón por la cual este romance funcionará eventualmente; ya que ambos personajes, aunque al principio ajenos a sus verdaderos sufrimientos, logran trascender los conceptos de apariencia y posesión que suelen existir en las relaciones románticas, la moraleja del cuento respecto al amor sincero; facilitando el paso a un, “y vivieron felices para siempre”
Cocteau cierra esta peculiar visión del mito, con la paradójica decepción de Belle, cuando Bête recupera la forma humana, que se parece y mucho al patán de su pretendiente, Avenant, al que visiblemente no soporta.
El diálogo al efecto, es demoledor:
“La primera vez que os cogí en brazos era Bête...
¿Sois feliz?”, dice la bestia, a lo que Belle responde:
“Tendré que acostumbrarme”, contrariada ante la nueva apariencia de su anterior cautivo y actual amor.
El pulso creativo, y la imaginería visual del realizador, aportan a las secuencias entre la criatura y la joven, una inventiva absolutamente prodigiosa, que otorga a los diálogos una fuerza muy especial.
El plano de Bête recogiendo a la joven, que se ha desmayado de la impresión al verle la primera vez, está encuadrado desde las rejas de la cuadra, dejando muy claro la condición de cautiva de la muchacha.
El monstruoso señor del castillo la recoge, la conduce por las escaleras, donde se detiene un instante para contemplarla; hacia sus aposentos, y al entrar a los mismos, el vestido se transforma, en otro de un color blanco inmaculado, símbolo de cómo la criatura ve, fascinado, a su joven prisionera.
En la primera cena que ambos comparten, ella está sentada y él de pie, justo detrás de la silla de la joven, que deja claro la fealdad que despide la criatura.
La personal mirada del artista, Jean Cocteau, sobre el rico universo de la leyenda europea, recoge alguna reminiscencia mitológica, como la nada disimulada referencia a Diana, la diosa de la caza en la mitología romana, el equivalente en la mitología griega es Artemisa, en el momento casi final, cuando el joven Avenant, trata de entrar por las vidrieras del techo, furtivamente a la caseta mágica erigida en el jardín, reducto del secreto del poder de Bête, y también depósito de sus riquezas; es cuando la estatua de Diana cobra vida, y dispara su arco sobre el joven, transformándolo en una bestia, justo antes de morir.
En otro lugar del jardín, Bête morirá, para resucitar con la forma humana de Avenant.
Y es que, a diferencia del sentido original del cuento, donde se plantea el dualismo belleza interior-belleza física, aquí se añada un tercer elemento, otro dualismo, el de belleza recompensa versus fealdad castigo.
La flecha certera de Diana, pone las cosas en su sitio, de forma que el bello pero malvado Avenant, “otorga” su rostro a una bestia cuya hermosura interior ya había enamorado a Belle.
Esa transformación de ambos, de Avenant en Bête, y de Bête en atractivo, con intercambio de máscaras e identidades, se presta a un hábil juego de conceptos opuestos, fealdad-hermosura, realidad-apariencia; que condensa la síntesis temática del relato:
La verdadera belleza e identidad de una persona, está en su interior, en su alma.
La historia en la que se basó Cocteau, escrita por Jeanne Marie Le Prince de Beaumont, y centraba su atención en Belle, como una crítica hacia los matrimonios arreglados, tan comunes en la época, y una lección a las mujeres para no dejarse llevar por las apariencias y “elegir” un marido guapo o con ingenio, cualidades que por el hechizo que había caído en él, eran nulas en Bête.
En otras palabras, en esta La Belle et La Bête resulta más fácil empatizar con sus personajes principales, pues sus motivaciones y miedos son más ambiguos y, por ende, más complejos, particularmente en el caso de Bête; y es importante mencionar, que ésta tampoco fue una adaptación 100% fiel del cuento original, aunque sí muchísimo más apegada; ya que el poeta, escritor, pintor y cineasta francés, hizo unos cuantos ajustes a la historia, haciendo del final, el cambio más drástico de todos, dando paso a una lectura totalmente nueva y más melancólica.
Como en toda adaptación, podemos encontrar varias diferencias, y en muchos casos se podrá pensar en licencias creativas usadas para poder adaptar el cuento al medio; sin embargo hay algunas diferencias que parecen claves dentro de la historia de Cocteau:
Comenzando por la invención del personaje de Avenant, como una contraparte de Bête, contando con gran belleza exterior, pero no con la bondad de corazón, y siendo el primer pretendiente de Belle; arquetipo que desarrollo Disney.
En el original, Belle tiene 3 hermanos varones, en el film 1.
En el original, Belle y su familia, al caer en la ruina, se ven obligados a trasladarse a una residencia rural; mientras en el film siempre están viviendo en esta vivienda en el campo.
En el original Belle tiene sueños con un príncipe encerrado en el castillo, ella lo busca por el día, creyendo estar preso… esta trama no aparece en el film.
En el film existen elementos cuasi-vivientes, brazos con candelabros o estatuas semi-vivientes, esto no ocurre en el original, este fue otro elemento tomado por la versión Disney.
En el original, las hermanas se convierten en estatuas como castigo, por lo mal que se han portado con Belle, y en el film, esto no aparece.
El final del film, es otra de estas grandes diferencias:
En él, mientras Bête muere en brazos de Belle; la diosa Diana mata con su flecha a Avenant, por atreverse a traspasar su pabellón, y logra con esto que intercambien cuerpos, Avenant y Bête, logrando con ello, una unión entre la belleza exterior e interior  de Bête, así como del pretendiente de Belle, y poniendo fin a la dicotomía creada por Cocteau con la invención del personaje.
Y por último, la otra gran diferencia se encuentran en Bête, y es que a diferencia de Le Prince, Cocteau centra su historia en Bête, siendo un personaje bueno de corazón, al que a gran diferencia del cuento, no le hace falta ni ingenio, ni inteligencia, y es que nuestro director y poeta, no se siente identificado con la inexperta Belle, sino con el incomprendido Bête.
Desde lo técnico, mucho antes de que aparecieran los efectos animados y digitales, que permiten componer a voluntad cualquier universo o acción de los personajes, y que invaden la versión de Disney de 1991, y la también francesa versión de 2014, filmada íntegramente en los estudios Babelsberg de Alemania; la película de Cocteau, parte de la coartada que le da la estructura de un cuento infantil, que utiliza para validar ciertas reglas un tanto ilógicas e inaceptables en otras circunstancias.
Enseguida, se desmarca de tal condición, configurando un retrato adulto, donde las hipocresías y ambigüedades que edulcoran otras aproximaciones a la historia, desaparecen en beneficio de un retrato intimista, adulto, honesto con el público, y cargado de simbología, donde elementos surrealistas transitan a sus anchas, con armonía, y eficacia narrativa y dramática, en un despliegue de personalidad arrollador.
En su trabajo, Cocteau ha permitido que la moralidad desempeñe un papel, un papel sujeto a la magia, el simbolismo, el surrealismo y el psicoanálisis.
Cocteau también colocó en la película, talismanes y jardines encantados; porque buscaba crear un sentido de magia y hechizo.
La técnica cinematográfica y las decoraciones, se refieren a las ilustraciones y grabados de Gustave Doré y, en las escenas de la granja, a las pinturas de Johannes Vermeer.
El uso de imágenes por Cocteau, ha confrontado a los expertos para saber si los significados ocultos fueron explicados por Jung, o por el surrealismo; pero Cocteau se esfuerza lo imposible en caracterizar lo maravilloso.
Belle se transporta por esos pasillos como flotando sobre el suelo, deslizándose a través de ellos más que caminando; momento en que de nuevo nos viene a la mente más cine francés del bueno, pues de similar manera se desplaza la enmascarada Christiane (Edith Scob) de “Les yeux sans visage” (1960), dirigida por Georges Franju, a través de las estancias del sanatorio de su padre.
Un Franju que retomaría la imagen poético-fantástica que con tanto éxito plasmó aquí Cocteau, convirtiéndola ya en tradición en parte de su filmografía.
Ante tanto contexto referencial, no cabe duda de que el más histórico y escaso cine fantástico francés, adquiere así un corpus con cierta personalidad y coherencia.
Los momentos fantásticos no paran de sucederse a partir de este punto, y desde que mágicamente las ropas de campesina que viste Belle, se tornan en un más noble vestuario, una vez cruza el umbral de la puerta en brazos de Bête, su belleza crecerá cada vez más ante nuestros ojos, sensualizándose a partir de sus cada vez más lujosos vestidos, y resaltada lozanía; a medida que el inicial rechazo por Bête va transformándose en algo parecido al amor.
La tensión sexual “in crescendo” entre ambas criaturas, es captada por la mirada de Cocteau, al seguir a la mujer, explorando los jardines del castillo, hasta que observa, dejando entrever un alto grado de fascinación, a Bête bebiendo agua, de un modo primitivo y animal, en un pequeño lago.
Más adelante, la joven accede a darle de beber a la criatura en sus manos, dejando claro que le gusta hacerlo; y la criatura sorbe el agua con auténtico deleite, lamiendo la palma de las manos de la mujer.
En otro momento de la película, ambos coinciden ante la estatua en el jardín de un venado adulto con sus enormes astas.
Él está ante el lomo de la estatua, y ella delante de la cabeza del ciervo, Belle le dice que prefiere pasear con él, a cenar.
La Belle et La Bête, es también el paradigma de un mito que insistentemente ha utilizado el cine fantástico, y cuyo más canónico exponente lo encontramos en “King Kong”, en cualquiera de las 3 versiones estrenadas hasta la fecha:
1933, 1976 y 2005.
Además, no olvidemos lo vinculada que está Bête a la mitología licantrópica, donde sólo el amor de una fémina, será capaz de anular la maldición del hombre lobo, quien no representa más que la liberación del instinto animal que atesora todo ser humano; mucho más cuando el aspecto de Jean Marais como Bête, parece una influencia bien notable para el maquillaje del licántropo interpretado por Oliver Reed en “The Curse Of The Werewolf” (1961), de Terence Fisher, e incluso en menor medida para todas las diversas variantes del Waldemar Daninsky, interpretado por Paul Naschy.
Bête, representa la encarnación de la parte animal del hombre, especialmente en cuanto a lo sexual se refiere, historia de la vida donde, en la intimidad, abrimos la jaula de ese ser salvaje y verdaderamente libre que casi todos llevamos dentro, dejándole de ese modo vagar por los páramos.
En este sentido, es didáctico acordarse de 2 escenas claves:
Una es cuando Belle descubre a Bête bebiendo en el río agachado como un perro; la otra acontece poco más tarde, cuando, mientras ambos pasean por el bosque, un gamo se cruza en su camino, y Bête visiblemente excitado, tiene que resistir el instinto cazador ante la mirada de su amada, que prevé inquisidora.
Bête sufre tanto con la visión de Belle, y con la represión del deseo que se autoimpone que incluso echa humo, literalmente ante su presencia, e insta a la mujer a desaparecer de su vista con celeridad, quizás para evitar así males mayores.
Mientras Belle, es un personaje que no se llama así por casualidad, se nos presenta por Cocteau, como una mujer preciosa, cargada de latente “sex appeal”
Pretendida por el joven Avenant, sin que la doncella permita el paso a ese amor, será cuando Belle entre en los dominios mágicos de Bête, donde la alegoría primigenia del cuento será servida en bandeja.
En ese lugar de ensueño, Belle ve a los hombres como Avenant, como animales en celo; como monstruos como Bête, feroces, melosos de día, pero cubiertos de sangre tras sus salvajes correrías nocturnas.
Tanto Bête como Avenant, son interpretados por el mismo Jean Marais, lo que acerca su percepción ya no como las 2 caras de una misma moneda, sino como el dúo formado por una realidad física, en Avenant; y la materialización de su falso reflejo psicológico en Bête; a ojos de Belle; por lo que la monstruosidad no es tributaria de sus apariencias, y fealdad física no significa fealdad moral.
Y sólo cuando Belle madura y acepta a los hombres como tales, Bête desaparecerá dejando paso a un Príncipe Azul.
Al tiempo, sexualmente hablando, la metáfora trata de hacer reflexionar tanto sobre lo que implica la primera menstruación de una adolescente, su despertar a la sexualidad, como sobre el subtexto que conforman los miedos incorporados a todo ese proceso de reconocimiento y superación del hecho biológico; se presenta también en Bête, en la excitación y deseo sexual.
También cabe señalar, que Jean Cocteau utilizó varios tipos diferentes de material de película, debido a la dificultad de obtener acciones inmediatamente después de la guerra; y afirmó que las diferentes texturas visuales, se agregaban al efecto poético de la película; donde la mayoría de las cámaras disponibles eran viejas, y gastadas, a menudo interfirieron durante el rodaje; aunado a que el suministro eléctrico en el estudio era inconsistente, con apagones frecuentes para desviar la energía a otras partes del distrito; además, el rodaje de la película, que comienza el 27 de agosto de 1945, tuvo que ser interrumpido debido a Cocteau cayó enfermo de alergias; y mientras se estaba recuperando, René Clement se desempeñó como director.
Al tiempo, la condición de Jean Marais también deja algo que desear, pues sufre de un furúnculo dentro del muslo, y su máscara le causa un eccema en la cara.
Y si no fuera poco, muchas reglas se rompieron durante la realización de esta película:
La música de Auric, rompió los efectos visuales en lugar de subrayarlos; la cinematografía de Alekan es poco convencional, pero precisa y clara, casi como en un documental; la película fue filmada en el campo francés, en un entorno que no solo hace la casa de Belle y su familia, sino también el castillo de Bête.
De los efectos especiales, tenemos unas escenas impecables a cámara lenta, que tiene teletransportaciones absurdas, y formas muy originales de dar vida a los muebles; y debo destacar que este castillo es absolutamente terrorífico, y no ha envejecido mal para nada.
Aquí no tenemos los simpáticos candelabros parlantes, las columnas del castillo están vivas, y observan cada movimiento, y las antorchas de la pared son sostenidas por brazos humanos.
¡Absolutamente brillante!
Porque Cocteau sabe propiciar en esas escenas, un clima misterioso y profundo, completamente lleno de plasticidad que más que cine, pareciera danza o poesía filmada; y en lo que respecta al maquillaje y peluquería, inicialmente, Jean Marais había pensado en la cabeza de un venado.
Parece que al hacer esta propuesta, recordó un detalle en “La Chatte Blanche”, donde la aldaba de la puerta del Castillo Mágico tiene la forma de una cabra.
Y a esta propuesta siguieron las líneas narrativas de este cuento de hadas, y también habría evocado con mucho el mito de Cernunnos, dios celta de cuernos de asta de cuervo; pero Jean Cocteau pensó que los espectadores encontrarían una cabeza tan ridícula para una Bête feroz y peligrosa.
Así que fue Moulouk, el perro Alaskan Husky de Jean Marais, el que sirvió de modelo para la faz de Bête; que para ponerlo, llevó unas 3 horas arreglar la máscara de Bête, y 1 hora por cada garra.
Los dientes del monstruo, estaban enganchados a los del actor por pequeños anzuelos, lo cual no era muy práctico para comer.
Para el cuerpo exterior de Jean Marais, estaba cubierto de pelo de animal; mientras para crear las tallas humanas vivas en la chimenea, y otros elementos arquitectónicos en el castillo de Bête, Jean Cocteau contrató a niños locales que estaban forrados con yeso para que parecieran figuras de piedra.
En un momento, incluso tenía las caras en la chimenea respirando humo…
Para la creación del mundo real, Cocteau se basó en pinturas flamencas, influencia palpable en la elección de la casa, el mobiliario y vestuario, y trató este mundo con gran iluminación, para que contrastara fuertemente con el mundo sombrío y en tonalidades azules del castillo de Bête.
Y para la creación del mundo mágico, usó como inspiración grabados de Gustave Doré, en este caso, hasta los encuadres y las composiciones serán referencias a estos grabados, como por ejemplo, en la escena en que Belle baja la escalera que hace referencia al grabado “Peau d’ane”
La iluminación en este caso, nos recuerda a la expresionista, con grandes juegos de claroscuro y proyecciones de sombras.
Sin embargo, para la creación de este mundo, y sobre todo un ambiente mágico, no basta con la iluminación o la influencia de Doré, Cocteau utiliza ráfagas de viento y humo para hacer más misterioso y mágico el ambiente en ciertas escenas, como cuando el papá de Belle se sorprende en la mesa de cena, o cuando Belle recorre el pasillo.
La decoración fue sumamente importante también, los brazos que sostienen candelabros, o estatuas vivientes de las que sale humo y se mueven, no hacen más que llevarnos a un ambiente mágico y barroco, en el que todo puede pasar, pero también son testigos silenciosos de la historia de Belle y Bête.
Otro recurso ampliamente usado en este mundo mágico, es la inversión del tiempo, por ejemplo en la escena en que el padre entra al castillo y los candelabros se prenden uno a uno, en realidad, el actor caminaba hacia atrás a tiempo que se iban apagando, logrando con ello esta magia.
Todo esto redondeo e hizo posible el ambiente para que la introducción de Bête fuera la culminación de este mundo mágico, y para que fuera más creíble, su presencia, apelando nuevamente a la ingenuidad infantil que nos pidió Cocteau en un principio; comentaba también que no perseguía la poesía dentro del film, pero que parecía encontrarla en cada momento y en cada toma al hablar acerca de la escena del pasillo de Belle, y cómo se adentraba la luz por las ventanas al tiempo que la ráfaga de viento hacía que se movieran las cortinas.
En una época muy difícil, en que tuvieron que sacar toda la genialidad para realizar el vestuario con telas cortas de aquí y allá, Cocteau confió la realización del vestuario a Jeanne Lanvin, con el diseñador residente, Pierre Cardin, quienes felizmente abordaron esta empresa, incluso asumiendo el papel y el vestuario de Jean Marais varias veces; y en su mayoría, los trajes fueron fabricados en el taller de la famosa casa de alta costura de París de Jeanne Lanvin, bajo la supervisión del diseñador Pierre Cardin, supervisando el guardarropa de los hombres.
Del reparto, e los papeles principales:
El papel de Bête se lo dio a un actor que se consideraba entonces como “el hombre más bello del mundo”, Jean Marais, que por entonces era amante del director.
Éste interpreta un triple papel:
Bête; el suspiro de Belle, Avenant; y El Príncipe.
En manos de Cocteau, la criatura deviene en una metafórica proyección de los demonios y frustraciones que todos llevamos en nuestra alma, o por los que transitamos en algún momento de nuestra vida.
Jean Cocteau hizo intencionalmente a Bête, un personaje comprensivo y su alter ego, El Príncipe, un carácter excesivamente sentimental y exagerado:
“Mi objetivo era hacer a Bête tan humano, tan superior a los hombres, que su transformación en El Príncipe Encantador llegaría como un terrible soplo a la belleza, condenarlo a un matrimonio monótono y futuro; expondría la ingenuidad del viejo cuento de hadas de que los buenos modales convencionales son ideales”
El enfoque contrastado, funcionó; tan popular fue Jean Marais como Bête, que cuando finalmente se transformó en forma humana, se cuenta que Greta Garbo dijo:
“¡Devuélveme a mi bestia!”
Y Marlene Dietrich gritó:
“¿Dónde está mi bella bestia?”
Y las cartas se derramaron de matronas, adolescentes y niños quejándose de Cocteau y Marais sobre la transformación.
Josette Day, por su parte, suma a su bello rostro las dosis de dulzura y delicadeza adecuadas a su personaje; mientras Michel Auclair realiza una buena actuación como el padre, emitiendo su amargura por la situación.
Momentos para el recuerdo:
La enigmática llegada del mercader al castillo de Bête, turbadora; la impactante primera aparición de Bête; la escalofriante llegada de Belle, entra deslizándose por los góticos pasillos del castillo; el primer chocante encuentro de Belle con Bête; cuando Bête lleva a Belle desmayada a su habitación, de una gran dulzura; el siniestro momento en que vemos la vena primaria de Bête, bebiendo de un arroyo cual animal; y el clímax final, llegando al jardín Belle, y ver a Bête a punto de morir, entonces parece fenecer, pero el amor de Belle le hace revivir, mientras Avenant ha llegado al lugar con la intención de robar el tesoro de Bête, una de las estatuas, la que tiene forma de la diosa Diana, porta un arco con el que le dispara una flecha, cae fallecido al suelo, y su rostro en el jardín mágico se transforma en su personalidad interior, en la faz de Bête, al tiempo, Bête revive, y su cara se convierte en la del bello Avenant, su belleza interior, muy romántico, algunos lo tildaran de cursi…
Aunque no entiendo por qué toma el rostro de Avenant… y quizá se echa en falta un castigo para las hermanas, en el cuento, éstas se convertían en estatuas para que fueran testigos de la felicidad del su hermana; y aquí se supone que se van a vivir con ellos, al tiempo gustaría saber:
¿Qué pasó con Avenant/Bête?
Se dice que murió, pero eso no está del todo claro.
Por último, Georges Auric era el director de la banda sonora, y como dato curioso, Philip Glass compuso una ópera perfectamente sincronizada con la película.
La banda sonora original fue eliminada, y él compuso la ópera para ser interpretada junto con la película proyectada detrás de la orquesta, y el talento de la voz.
La grabación de disco compacto de Glass, “Beauty and The Beast” se puede reproducir junto con la película con un efecto muy similar.
Notar que la ópera está grabada en 2 discos compactos; por lo que será necesario parar la película una vez, mientras se cambian los discos.
En los EEUU, el segundo lanzamiento en DVD de esta película de Criterion Collection, brinda al espectador la opción de escuchar la banda sonora original o la versión de ópera, que en cierto sentido, le ofrece 2 películas por el precio de una.
“Vous ressemblez à quelqu'un que j'ai connu autrefois… 
Cela vous gêne-t-il?”
La poderosa imaginación de Jean Cocteau encontró en esta historia una excusa para ponerse a prueba; y el resultado fue una película extravagante e inimitable.
A Cocteau no le temblaba el pulso a la hora de ceder ante el poder de su intuición y, tal vez por ello, su cine resulte a estas alturas algo chocante; porque sus películas no son, precisamente, un elogio a la sencillez y la economía de medios, pero con cintas como La Belle et La Bête, entró por méritos propios en la historia del cine, al mostrar un tipo de representación cinematográfica genuina y única.
Y parece lógico que, a pesar de lo tormentoso de esa experiencia como director, Cocteau quisiera volver al cine con nuevos propósitos:
Su gran película, “Les Parents Terribles” (1948), adaptación de su obra teatral homónima, retrata el lado oscuro de una familia enfermiza y obsesiva.
Poco después, Jean-Pierre Melville aprovechó un texto de Cocteau para rodar otro drama apasionante, “Les Enfants Terribles”, estrenado en 1950.
Pero para 1947, Cocteau se reencontró con Édouard Dermit, quién se convertirá a partir de entonces en su hijo adoptivo y heredero universal; y el 3 de marzo de 1955, Cocteau fue nombrado miembro de L’Académie Française; y para 1957 Miembro Honorario del Instituto Nacional de Artes y de Letras de New York.
El genial poeta finalmente sucumbió a la inevitable en Milly-la-Forêt, cerca de Fontainebleau, el día 11 de octubre de 1963, víctima de un infarto de miocardio, el mismo día que Edith Piaf.
Su casa ha sido abierta al público, y alberga una importante colección de obras y memorabilia.
Por su parte, el artista y realizador cinematográfico, Andy Warhol, quien tal vez sentía más afinidad espiritual con Jean Cocteau, luego desarrolló la visión de él en una serie de impresiones iconográficas.

“Belle, tu ne dois pas me regarder dans les yeux.
Tu n'as pas à avoir peur”



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