The Square

“Rutan är en fristad av tillit och omsorg.
Inom det delar vi alla samma rättigheter och skyldigheter”
(El cuadrado es un santuario de confianza y cuidado.
Dentro de él todos compartimos los mismos derechos y obligaciones)

Lo políticamente correcto de antes, no necesariamente es lo correcto de hoy, ni viceversa; de igual manera coincide ni con la ciencia, que busca explicar la realidad, ni mucho menos con el arte, que expresa la belleza de lo real; y la dictadura de lo políticamente correcto, o sea, censurar la libre expresión artística para plegarse a la moral imperante y agradar a los sectores sociales más influyentes.
Al final, ha triunfado la dictadura de lo políticamente correcto, algo que defiende tanto la derecha como la izquierda, y que tiene varios antecedentes a lo largo de la historia; el más célebre es quizás lo que ocurrió irónicamente con “El Juicio Final” de Miguel Ángel, que también pasó por la censura Papal:
Los numerosos desnudos que aparecían en la versión original del fresco de La Capilla Sixtina, no acabaron de convencer a La Iglesia Católica, que los declaró “impuros e inmorales”; y por esta razón, Daniele de Volterra, denominado irónicamente “Maestro Bragazas”, fue encargado de dibujar delicados trapos para tapar las vergüenzas de los personajes creados con maestría por Miguel Ángel, durante un proceso que duró 5 años.
Sin embargo, en la última restauración del fresco, realizada a finales del siglo XX, las 28 bragas impuestas por la moral católica fueron eliminadas, dejando de nuevo al descubierto la versión original del pintor renacentista.
La corrección política o lo políticamente correcto, es un concepto utilizado para describir lenguaje, ideas políticas o comportamientos con los que se procura minimizar la posibilidad de ofensa hacia grupos de personas pertenecientes a cierta etnia, cultura, nacionalidad, género o religión.
El término se aplica también en un sentido más amplio, para describir la afiliación con la ortodoxia política o cultural; en forma similar, describe aquello que podría causar ofensa o ser rechazado por la ortodoxia política o cultural de un determinado grupo.
La locución y su uso, es altamente polémico, y lo suelen utilizar en sentido peyorativo, o irónico, aquellos que manifiestan su preocupación en cuanto a que el discurso público, la ciencia o los ámbitos académicos puedan estar dominados por puntos de vista excesivamente acríticos con determinados postulados, así como el hecho de que la corrección pueda dar lugar a intentos de censura a ideas y/o razonamientos basados en argumentos sólidos, pero que ofenden o son impopulares para ciertos grupos de personas.
“La deshumanización del arte”, de Ortega y Gasset, arranca con una reflexión sobre el arte desde un punto de vista social, en ella destaca la “idea genial pero mal desarrollada” del pensador francés Guyau, que intenta estudiar el arte desde un punto de vista sociológico.
Ortega critica el enfoque del estudio de Guyau, porque el campo sociológico para estudiar sería muy amplio y ajeno a los estilos o la esencia estética.
Pero lo cierto es que, a pesar de que los cambios en las tendencias estilísticas puedan parecer una mera cuestión estética, e incluso me atrevería a decir formal, no podemos olvidar el factor clave de estos cambios:
La sociedad y sus propios gustos.
Al fin y al cabo:
¿Qué es el arte sino una creación ilusoria de la humanidad, un fenómeno colectivo e histórico, que hasta que no es percibido socialmente, no existe como tal?
El arte contemporáneo, es el arte de nuestro tiempo, que refleja o guarda relación con la sociedad actual; y sus obras son aquellas expresiones artísticas originadas durante el decurso del siglo XX.
No obstante, la ambigüedad de la palabra “contemporáneo”, puede generar confusión, ya que engloba un conjunto muy heterogéneo de prácticas artísticas cuya contemporaneidad es caduca por definición.
Diversos autores han abordado esta problemática, ahondando a menudo en la diferencia con el arte moderno y su acotación histórica.
A pesar de que el arte contemporáneo comparte cosas con el arte moderno, o de vanguardia, el constante cuestionamiento de los convencionalismos y la tradición; con frecuencia se enmarca dentro del pensamiento posmoderno.
Desde la teoría postestructuralista se ha utilizado el término “postmoderno” en oposición a ideas dominantes del arte moderno como la autoría, la subjetividad del artista, o la originalidad.
El arte en la postmodernidad sería aquel que se nutre de obras que re-interpretan, re-significan otras obras, o explotan cualidades sociales, culturales, políticas o comunicativas del arte, superando el confinamiento subjetivo y los ideales románticos de la creación artística.
Un rasgo característico del arte contemporáneo, es su dependencia de las instituciones artísticas:
Museos, galerías de arte, bienales o ferias de arte, que necesita para legitimarse pero que cuestiona simultáneamente; un fenómeno cuyos antecedentes encontramos en la obra de Marcel Duchamp Fuente de 1917:
Un urinario exhibido como obra de arte; y esta maniobra se conoce como “readymade” u “objeto-encontrado”, y tiene una gran importancia en el desarrollo del arte contemporáneo.
La idea de que “cualquier objeto puede ser arte”, no solo pone de relieve la importancia de las instituciones en el proceso de validación el arte, sino que también afianza un nuevo modelo de artista todavía más alejado de la artesanía.
Por primera vez, el artista prescinde por completo de sus habilidades manuales, y se presenta como “administrador”, reformando ideas muy arraigadas a las vanguardias como la originalidad, dando tanta o más importancia al trabajo intelectual y al capital social como al objeto artístico, unas condiciones que harán del arte conceptual, un paradigma de contemporaneidad.
En este sentido, se ha dicho que:
“Todo artista contemporáneo, es un artista post-conceptual”
Los cambios siempre producen reacciones, rechazos, críticas… pero en general acaban siendo asumidos por esta sociedad cambiante, aunque, como veremos, en el caso del arte contemporáneo, no hay una aceptación social total.
Lo que una vez fue considerado como un insulto a la tradición artística y una bofetada al buen gusto, hasta el punto llegar a ser llamados, por ejemplo, “fieras”, termina siendo aceptado, y muchas veces acaba formando parte de la propia tradición artística.
Así, por ejemplo, los “readymades” de Marcel Duchamp, que en su día fueron auténticos escándalos, ahora son clásicos de la historia del arte:
Su urinario es todo un icono artístico…
Pero en esencia, lo básico del arte contemporáneo es no entender nada.
La crítica de arte, Avelina Lésper, ofreció la conferencia “El Arte Contemporáneo- El Dogma Incuestionable” en La Escuela Nacional de Artes Plásticas (ENAP) de México en donde fue ovacionada por los estudiantes, donde dijo:
“La carencia de rigor, en las obras, ha permitido que el vacío de creación, la ocurrencia, la falta de inteligencia sean los valores de este falso arte, y que cualquier cosa se muestre en los museos”
Explicó que los objetos y valores estéticos que se presentan como arte, son aceptados, en completa sumisión a los principios que una autoridad que impone.
Lo que ocasiona que cada día se formen sociedades menos inteligentes y llevándolos a la barbarie.
También abordó el tema del “readymade”, sobre el que expresó que mediante esta corriente “artística”, se ha regresado a lo más elemental e irracional del pensamiento humano, al pensamiento mágico, negando la realidad.
El arte queda reducido a una creencia fantasiosa y su presencia en un significado:
“Necesitamos arte y no creencias”, dijo.
Asimismo, destacó la figura del “genio”, artista con obras insustituible, personajes que en la actualidad ya no existen:
“Hoy, con la sobrepoblación de artistas, estos no son prescindibles, y la obra se sustituye por otra, porque carece de singularidad”
Detalló que la sustitución de artistas se da por la poca calidad de sus trabajos, “todo lo que el artista realice está predestinado a ser arte, excremento, filias, odios, objetos personales, imitaciones, ignorancia, enfermedades, fotos personales, mensajes de internet, juguetes, etc.
Actualmente, hacer arte es un ejercicio ególatra, los performances, los videos, instalaciones están hechos con tal obviedad que abruma la simpleza creadora, y son piezas que en su inmensa mayoría apelan al menor esfuerzo, y que su accesibilidad creativa nos dice que es una realidad, que cualquiera puede hacerlo”
En ese sentido, afirmó que no darle el status al artista que lo merece, ocasiona un alejamiento del arte a las personas, lo demerita, lo banaliza:
“Cada vez que alguien sin méritos y sin trabajo real excepcional expone, el arte va decreciendo en su presencia y concepción.
Entre más artistas haya, las obras son peores, la cantidad no está aportando calidad.
El artista “readymade” toca todas las áreas, y todas con poca profesionalidad, si hace video, no alcanza los estándares que piden en el cine o en la publicidad; si hace obras electrónicas o las manda a hacer, no logra lo que un técnico medio; si se involucra con sonidos, no llega ni a la experiencia de un Dj.
Se asume ya, que sí la obra es de arte contemporáneo, no tiene por qué alcanzar el mínimo rango de calidad en su realización.
Los artistas hacen cosas extraordinarias, y demuestran en cada trabajo su condición de creadores, ni Demian Hirst, ni Gabriel Orozco ni Teresa Margolles, ni la inmensa lista de gente que crece son artistas, y esto no lo digo yo, lo dicen sus obras”, aseveró.
Como consejo a los estudiantes, les indicó que dejen que su obra hable por ellos, no un curador, no un sistema, no un dogma:
“Su obra dirá si son o no artistas, y si hacen este falso arte, se los repito, no son artistas”
Lésper aseguró que hoy día, el arte dejó de ser incluyente, por lo que se ha vuelto en contra de sus propios principios dogmáticos, y en caso de que al espectador no le guste, lo acusa de “ignorante, de estúpido y le dice con gran arrogancia, si no te gusta es que no entiendes.
El espectador, para evitar ser llamado ignorante, no puede ni por asomo decir lo que piensa; para este arte, todo público que no es sumiso a sus obras es imbécil, ignorante y nunca está a la altura de lo expuesto ni de sus artistas, así el espectador presencia obras que no demuestran inteligencia”, denunció.
Finalmente, señaló que el arte contemporáneo es endogámico, elitista; como vocación segregacionista, realizada para su estructura burocrática, para complacer a las instituciones y a sus patrocinadores:
“Su obsesión pedagógica, su necesidad de explicar cada obra, cada exposición, su sobre producción de textos, es la implícita acotación del criterio, la negación a la experiencia estética libre, define, nombra, sobreintelectualiza la obra para sobrevalorarla, y para impedir que la percepción sea ejercida con naturalidad”
La creación es libre, pero la contemplación no lo es:
“Estamos ante a dictadura del más mediocre”, dijo tajantemente.
“You have nothing”
The Square es un drama sueco del año 2017, escrito y dirigido por Ruben Östlund.
Protagonizado por Claes Bang, Elisabeth Moss, Dominic West, Terry Notary, Christopher Læssø, Marina Schiptjenko, Elijandro Edouard, Daniel Hallberg, Martin Sööder, Linda Anborg, Emelie Beckius, Peter Diaz, Sarah Giercksky, Jan Lindwall, entre otros.
La película trata sobre la publicidad que rodea una instalación de arte, y fue inspirada en parte por “Rutan”, una instalación en El Museo Vandalorum en Värnamo, Suecia, que Östlund y el productor Kalle Boman habían realizado en 2014, y que ha estado allí durante 2 años.
La creación es un “cuadrado”, el del título, colocado estratégicamente en el corazón de la ciudad; cuya idea era construir una especie de “santuario humanitario en el que poner de manifiesto la igualdad de derechos entre los ciudadanos, y de esta forma confeccionar un análisis sociológico de la sociedad contemporánea en ciudades desarrolladas”
Tal fue el impacto de la exhibición, que se ha extendido a ciudades como Värnamo, Grimstad o Vestfossen.
El proyecto estudiaba el efecto espectador, según el cual, “una persona tiene menor predisposición a auxiliar a alguien cuando se siente observado o acompañado que cuando está solo”
“El cuadrado”, según esta teoría, incidía de forma positiva en la reacción de las personas, y fomentaba una mejor conducta hacia los desconocidos.
Las imágenes de la exposición, están incluidas en la película The Square; y según Östlund, quiere “resaltar la brecha en la confianza, que poco a poco se amplía entre las personas a medida que la sociedad se vuelve cada vez más individualista y sacrifica el ideal”
El presupuesto de producción del filme fue de $5.5 millones; donde el Swedish Film Institute brindó apoyo financiero, que otorgó el proyecto 11 millones SEK, y el Danish Film Institute, que otorgó 1 millón de DKK; siendo filmado en Gotemburgo, Estocolmo y Berlín.
La galería de la película, está basada en El Palacio Real de Suecia; y gran parte del arte representado, fue diseñado para la película, con instalaciones influenciadas por Robert Smithson, una obra auténtica de Garry Winogrand, y otra obra de Östlund y Kalle Boman.
En el rodaje, Östlund prefirió concentrarse cada día en una sola escena, tomando hasta 50 tomas, aunque las secuencias más complejas requerían 4 días.
En Berlín, por ejemplo, se pasó un día con un Bonobo, y el reparto dio reglas sobre cómo comportarse con el animal para evitar desencadenar una reacción violenta...
The Square obtuvo La Palme d’Or del Festival Internacional de Cine de Cannes, marcando la primera vez que una producción predominantemente sueca recibió el honor desde “Den goda viljan” (1992); y la primera vez que un director sueco ganó desde Alf Sjöberg por “Fröken Julie” (1951)
No obstante, se hicieron pequeños cambios para finalizar la película después de su estreno en Cannes; que la llevó a ser nominada al Oscar en la categoría de Mejor Película en Habla No Inglesa; una propuesta centrada en las miradas desoladoras sobre la miseria de la burguesía intelectual y el estado de las cosas en una Europa dominada por la xenofobia, la paranoia y las diferencias de clase.
La acción presenta la experiencia vivida de Cristian (Claes Bang) un curador de un museo de arte contemporáneo, que no tiene suficiente presupuesto para estar a la altura de sus competidores internacionales; tras haber sufrido el robo de su celular, billetera y gemelos de su camisa.
Christian no es un tipo brillante, más bien es un caradura con encanto y porte de modelo para revista masculina, y es bastante corto de luces.
Tras el evento, él se encarga de una exhibición titulada “The Square”, donde la confianza prevalecerá entre las personas, una instalación que fomenta valores humanos y altruistas.
Cuando contrata a una agencia de relaciones públicas para difundir el evento, la publicidad produce malestar en el público...
Christian y el museo, se convierten en objetivos para una campaña de medios.
La historia mezcla su vida privada y profesional, unido con el robo, y cómo los hechos consecuentes afectan a varias personas a su alrededor.
El título de la película, es más una metáfora que muestra que nuestra seguridad puede ser quebrada, de la misma forma nuestra mentalidad, y que el simple hecho de tomar represalias, afectan a otras personas de manera insospechadas.
La película pone el dedo en la llaga en lo que respecta a la sociedad moderna, las clases, redes sociales, el concepto de “arte moderno”, la publicidad, la empatía y la naturaleza humana; y Östlund también nos entrega una comedia subversiva que disecciona minuciosamente factores humanos como la solidaridad o los prejuicios sociales; poniendo en entredicho tanto el esnobismo como la miseria, y propone una radiografía de las altas y bajas esferas en clave de humor negro.
Sin embargo, poner todos esos elementos en un metraje que llegan casi a las 3 horas, es mucho con demasiado; así como el gancho de los actores de Hollywood del cartel promocional, que no son protagonistas, sino que cumplen el trabajo de ser cameos, al tiempo que la escena mostrada en el mismo arte del film, no cuadra muy bien con el resto de la historia.
The Square, es un experimento existencialista y perturbador, que replantea desde un ángulo sociológico nuestras posiciones sociales, a la vez que nos muestra de forma irritante las fronteras de lo común y de lo excéntrico.
Es una película extraña, si se quiere, pero que dice algo que es necesario poner atención.
“Jag har rånats!”
(¡Me han robado!)
La decisión de otorgarle La Palme d’Or a The Square en la última edición del Festival Internacional de Cine de Cannes, provocó una enorme polémica.
El cineasta sueco, adicto a la provocación, vuelve con otra película que analiza los contradictorios comportamientos de la alta burguesía de su país.
A partir de los efectos causados por una obra de arte moderno de “la artista argentina Lola Arias”, el filme pone en cuestionamiento varios de los prejuicios, miedos y egoísmos que esconde la supuestamente cultivada y políticamente correcta sociedad sueca; y el film trabaja con mayor presupuesto y más ínfulas, cuestiones ya transitadas por el director como las diferencias sociales, la hipocresía y el cinismo de la clase acomodada, el desapego emocional, la cobardía masculina, la incomunicación de una sociedad hipercomunicada, con la viralización de un video políticamente incorrecto; los límites éticos frente a la libertad de expresión, la xenofobia y otras mierdas y miserias de la Europa otrora opulenta, y hoy en plena decadencia.
The Square es arriesgada a nivel formal y de guión, ya que huye de los convencionalismo, y se introduce en el corazón del arte moderno para hacer una crítica al sistema, poniendo su punto de mira en un Museo de Arte moderno de Suecia, y en Christian, su director bastante inoperante, y que no sabe llevar su vida personal y su trabajo en el museo.
Christian, es el curador respetado de un museo de arte contemporáneo, un padre de 2 hijos, divorciado pero dedicado, que conduce un automóvil eléctrico, y apoya buenas causas.
Su próximo espectáculo es “The Square”, una instalación que invita a los transeúntes al altruismo, recordándoles su papel como “seres humanos responsables”
Pero a veces, él mismo es difícil al cumplir con sus propios ideales:
La respuesta tonta de Christian al robo de su teléfono, lo arrastra a situaciones vergonzosas.
Mientras tanto, la agencia de relaciones públicas del museo, ha creado una campaña inesperada para “The Square”
La respuesta es exagerada, y envía a Christian, así como al museo, a una crisis existencial.
Y es que entre los desafíos que Christian tiene en su trabajo, uno de ellos es encontrar como “vender” esta nueva atracción del museo, otro elemento que entra en juego es el “marketing” de la cultura; por lo que contrata a una agencia publicitaria joven e inexperta, tal vez por ello “de vanguardia”, que quiere hacer un video que se viralice por las redes sociales, y así llevar más gente al lugar.
Pero su problema principal pasa por otro lado...
A Christian le hacen una especie de “performance art” muy realista en plena calle, cuando 3 personas simulan una pelea, él intenta ayudar y detenerla, para darse cuenta luego que era un “simulacro”, y le robaron con ello, el celular, los gemelos de su camisa y la billetera.
Christian se molesta, y parece perder su civilidad, su confianza en ese mundo “correcto” en el que él cree y quiere vivir; y eso es lo que quiere llevar al museo…
Es entonces que, con la ayuda de uno de sus empleados, empieza a buscar el teléfono en cuestión, y llegan a un edificio de un barrio humilde, lleno de inmigrantes, y dejan amenazadoras cartas en cada departamento.
Esa absurda idea, lo meterá en problemas.
Y cuando se viralice el video promocional de “The Square”, otra terrible idea, las complicaciones se le duplicarán.
Cristian, el personaje interpretado con mucha eficacia por el danés Claes Bang, se ve envuelto en una serie de episodios problemáticos que Östlund narra con humor y un evidente cinismo:
Desde el montaje de una obra de aspiración altruista de una artista argentina, que empieza con la desprejuiciada destrucción de la estatua de un monarca, hasta la virulenta aparición en escena de un apremiante hombre-mono, que produce una verdadera debacle en una cena de burgueses aterrados, pasando por una insólita trama persecutoria contra un niño, desatada para recuperar un teléfono celular que le roban al protagonista en un confuso incidente callejero.
Y hay otras subtramas que giran alrededor:
Una ligada a la relación de Christian con Anne (Elisabeth Moss), una periodista de EEUU con la que tiene un raro pero gracioso “affaire”
Y en medio de la película, tendrá lugar una cena de gala de “sponsors” del Museo en la que una “performance” artística se irá un poco de las manos, provocando un caos... o acaso no.
Acaso ese caos sea parte de la obra…
Ese juego es tal vez el más interesante del filme, la sensación permanente que los desafíos “performánticos” o las apuestas “virales” siempre pueden pasarse de rosca, ofender a algunos y, a la vez, estar enmarcadas dentro de la “libertad de expresión”
En esa libertad quiere creer Christian, pero la realidad le demuestra que poner un artista “performántico” a golpear invitados, o montar un acto falso de violencia contra un bebé en un video tiene sus contratiempos y sus enemigos.
Y que el propio curador no sabe bien, cuáles son sus límites ni cómo utilizarlos.
El sueco, Ruben Östlund, es un cineasta que trabaja sobre hipótesis, por lo que sus películas se plantean siempre en función de un concepto central y otros que giran a su alrededor.
Son como grandes “what ifs”, a los que somete a sus personajes:
Test, pruebas, desafíos…
¿Qué harías si hay una tormenta de nieve que amenaza a tu familia?
En general, esas hipótesis intentan desenmascarar hábitos y costumbres sociales de la burguesía sueca, especialmente las ligadas a su corrección política, a su imposibilidad de demostrar sus sentimientos, a su incapacidad de reconocer que, bajo esa prolijidad y esa sonrisa amable, se esconden seres con características potencialmente horribles.
En The Square, el elemento que se suma a la cuestión, es la relación de esa clase social con “el arte”
A partir de eso, se disparan muchos temas:
La campaña promocional de la exhibición que está preparando, titulada como la película, y centrada, es un decir, en la recuperación de los valores humanos ante el derrotero de los acontecimientos globales, no es más que el acicate para que salgan a la luz una variada gama de situaciones y personajes, siempre en relación a este atractivo pero no muy listo, simpático pero torpe, curador de los tiempos modernos, o mejor dicho, contemporáneos.
Las situaciones son más íntimas y breves como la relación con sus 2 hijas; de la esposa separada no sabremos apenas nada… y más fugaces como la comparecencia del artista que encarna Dominic West en el museo, cuya conferencia es saboteada por un individuo con Síndrome de Tourette; estrambótica la “performance” provocadora de un actor que simula ser un simio durante una cena de etiqueta en el museo; o definitorias, pese a que tampoco ocupan demasiado metraje, el encuentro sexual del manager con una periodista, y los reproches posteriores de ella, al considerar que Christian se sirve de su cargo en el museo para atraer a las mujeres...
Östlund cuestiona la validez del arte al mismo tiempo que pone de manifiesto la hipocresía de la sociedad:
El mánager del museo, organiza una exposición que en teoría promueve valores como la confianza y el afecto, pero su conducta cotidiana es todo lo contrario; o bien, veamos la presentación del hombre-simio como clímax.
En otra dirección:
¿Qué validez tiene el arte si no produce ningún efecto en el mundo real?
Se agradecen mucho las reflexiones, y ese intento por ser relativamente punzante a nivel social, es lo que destaca a The Square; pues no hay tópico al que el director se acerque sin mordacidad:
La sexualidad es tan tensa como hilarante en la escena que protagoniza con el personaje de Elizabeth Moss en torno al destino de un preservativo usado; las relaciones familiares, la hipocresía de las clases acomodadas...
En una entrevista, Östlund explicó que uno de los modelos para su película fue “Cuento de Navidad”, una novela de Charles Dickens, también cargada de críticos simbolismos relacionados con la sociedad de su época.
Publicado en 1843, el relato de Dickens cuenta la historia de un hombre avaro y egoísta, que se transforma tras ser visitado por una serie de fantasmas en Nochebuena.
La novela consiguió un inmediato éxito y el aplauso de la crítica.
En la línea de colegas como Michael Haneke y Lars von Trier, pero con aún menos sutilezas, el realizador sueco enfoca la mala conciencia de sus personajes para erigirse en un nuevo misántropo del cine; y él cuenta que la historia de la película, se concibió cuando junto al productor Kalle Boman, ingresaron una obra en El Museo Vandalorum en Värnamo, en 2014.
En la declaración, sus artistas escribieron:
“The Square es un santuario de confianza y cuidado.
Dentro de él, todos compartimos los mismos derechos y obligaciones”
Y mientras trabajaba en el guión, Östlund visitó numerosas galerías de arte.
Muchas escenas e historia de la película se basan en la experiencia de la vida real del director, o de amigos en situaciones similares:
En una escena, un hombre con El Síndrome de Tourette le grita a un periodista, Östlund dijo que esto se inspiró en un incidente real en un teatro sueco, y se representó sin temor a la insensibilidad, ya que dijo que “todas las personas son satirizadas en su trabajo”
El comienzo de la película también se inspiró en un incidente real, cuando en Gothenburg, Östlund vio a una mujer correr hacia un hombre, diciendo que alguien iba a matarla...
Otro hombre llegó y gritó; y resultó ser una estratagema, en la cual, el teléfono celular de Östlund fue robado.
Originalmente, con el artista de “performance” que entretiene a los patrones adinerados, Östlund estaba considerando modelar el personaje después de G.G. Allin, pero al decidir que eso sería demasiado “extremo”, se retractó de su interés en las imitaciones de animales.
Al diseñar la escena, su concepto fue:
“Este artista reconocido internacionalmente, pretende ser una bestia salvaje.
¿Qué sucede cuando entra a una habitación llena de gente con esmóquines?”
El artista ruso, Oleg Kulik, fue invitado a la exposición colectiva internacional “Interpol” en Färgfabriken, Estocolmo, Suecia.
En la inauguración, el “vernissage”, Kulik actuó como un perro...
Él brilló, saltó, rodó e incluso mordió a la multitud VIP en sus piernas.
Kulik dijo que “actuó como un representante de los pueblos rusos vencidos, quienes ahora atacaron y reprimieron”
La multitud se asustó tanto, y se enfureció, que llamaron a la policía.
En The Square hay una escena similar, cargada y ofensiva, pero aquí el artista actúa como un mono.
En la película, también hay un mono aparentemente ocupado creando arte...
Esto se refiere a una vieja broma práctica:
Un supuesto artista de la vanguardia autodidacta francés, Pierre Brassau, apareció en una exposición de arte en Gotemburgo en 1964.
Una serie de conocedores del arte, fueron engañados por este experimento intencional.
Fue el chimpancé Peter del Zoológico de Borås el que creó la “pintura espontanea”, y el cerebro detrás de ella era un galerista y un periodista que, según los informes, eran un falso agente de policía.
Otros artistas parodiados en la película incluyen a:
Julian Schnabel, Robert Smithson y Carl Hammoud.
El artista Julian, interpretado por Dominic West, está inspirado en Julian Schnabel.
El artista de “performance” de Terry Notary, está inspirado en el músico punk estadounidense, G.G. Allin, famoso por sus juegos violentos y amorales.
Como dato curioso, la obra es de “la artista y socióloga argentina Lola Arias”, aunque entiendo que no es una obra que tenga nada que ver con la verdadera escritora, directora y dramaturga.
De todos modos, “el cuadrado” en cuestión, es la metáfora más obvia que el filme dispara:
Se trata de un espacio de 4×4 metros en los que, supuestamente, la gente que entra, debe respetar las reglas de convivencia civil.
En lo referente al apartado visual, poca cosa, las imágenes se limitan a cumplir su cometido en términos de funcionalidad.
El decorado del museo de arte contemporáneo, da una nueva oportunidad al director, de regalarnos planos de una composición genial, si bien no cabe duda de que Östlund es uno de esos que consigue sacar una imagen increíble de un montón de basura bajo la lluvia...
El sueco lleva su intención hasta la caricatura, a caballo entre el humor y el terror, sin dejar que su aberración pierda un ápice de credibilidad.
Y reconocemos, en efecto, muchos personajes familiares:
Los 2 jóvenes imbéciles de la agencia de comunicación; los condescendientes empleados del museo, que callan en cuanto se descorcha Veuve Cliquot, en un mutismo lleno de gestos; la estadounidense Elisabeth Moss que no se rige por los mismos códigos, ni escapa a la mediocridad banal del pobre plan de una noche…
También aparece el artista en pijama, Dominic West, a lo Hugh Hefner, y la asamblea que escucha, desconcertada de repente, al oír estupideces entre ellos, reconfortada cuando el comportamiento intempestivo se reordena bajo la palabra “torno”, “tolerante” sin pestañear con las violentas manifestaciones de agresividad animal, mientras no desborden su control, en una escena extraordinaria, en la que la película alcanza el paroxismo; demostrando que son ellos los monos encasquetados en un traje, que reaccionan por imitación más que por solidaridad.
Lo que Östlund parece hacer aquí, es llevar esas actitudes hasta unos extremos a los que no alcanzan las palabras.
Por ejemplo, cuando Christian, para encontrar a sus hijas en el centro comercial, confía sus lujosas compras al mendigo al que acaba de negar una moneda…
No sin cuidarse antes, y sin disimulo alguno, de no dejarle la cartera.
Otro ejemplo es cuando deja un mensaje a un niño desfavorecido, al que ha tratado fatal, y desconsideradamente antes de empujarlo por la escalera y dejarlo gimiendo allí un tiempo interminable… con sus hijas dormidas en la habitación de al lado, terminando, para “justificar” sus prejuicios y su impensable egoísmo en lugar de limitarse a excusarse, culpando a otros, no sin vanagloriarse de paso de conocer a algún que otro rico.
El director busca por tanto, identificar los límites de la indecencia humana, y deja al espectador totalmente estupefacto, a la vez que maravillado por su talento.
Quizás, el humor de Östlund no sea para todos los paladares, pero sí creo que genera ciertas situaciones bastante inteligentes, y que se relacionan muy bien con la época actual.
Los momentos más hilarantes del film, provienen del curador, de su torpeza social y de su egomanía burguesa, percibidas como un encanto irresistible por su entorno.
Por ejemplo, cuando una seducida Elizabeth Moss le pide el preservativo al que acaban de dar uso para deshacerse de él, Christian asume que ella pretende robárselo para autoinseminarse.
Pero es tan limitado, que no capta que ella se ha dado cuenta del porqué de su reticencia a soltar la goma...
La escena tiene su gracia, y con no pocos chistes a costa de disminuidos psíquicos o mentales, a modo de torpedos contra la corrección política, esa hipócrita moral burguesa que siempre ha sido el blanco de todas las películas del incorregible Östlund.
Si bien, el personaje Michael le dice a Christian que está pensando y actuando de una manera “demasiado sueca”, la ironía es que el actor Claes Bang es un danés, y habla danés durante toda la película...
Son cosas y detalles que hay que poner atención.
El mayor problema del film, al margen de que con ¾ de hora menos nos quedaba un artefacto divertido, es que no logra esquivar los peligros que entraña toda parodia del mundo del arte contemporáneo.
Se trata de un mundo demasiado, y fácilmente parodiable, por aquello de que nadie entienda muy bien de qué se trata...
Pero es también un cineasta muy efectivo, que se maneja estupendamente en situaciones en las que parece que no pasa nada, pero ocurren muchas y significativas cosas.
Pero The Square no tiene la suficiente especificidad para lograr impactar con la fuerza que debería, ya que los temas que trata son bastante interesantes.
Demasiados brochazos y pocas pinceladas.
Se propone hacer una crítica social panorámica, lanzando dardos hacia todas partes:
Arte, desconfianza, falta de solidaridad, prejuicios… el problema es que esto hace que la película sea bastante general, y no enfoque con precisión.
Funciona bien como cóctel de reflexiones ligeras sobre la hipocresía de la sociedad, pero no indaga rigurosamente en nada.
Al final, vemos al equipo de gimnasia de las hijas actuar dentro de un cuadrado, y cómo las niñas sí que funcionan como un equipo, no como la sociedad.
Además, cuando el padre va al edificio de las afueras, ellas no tienen problema en acompañarle, como sí lo tuvo el empleado, pues no tienen prejuicios.
Se sugiere entonces, que los niños mantienen la inocencia y la pureza, y que deberíamos aprender de ellos.
En efecto, el mundo del arte le ofrece a Östlund una nueva ocasión para contemplar el resquebrajamiento personal de un hombre de fachada impoluta, pero cuyos prejuicios y tendencias más crueles y cobardes están más a flor de piel de lo que él está dispuesto a admitir, y de ruborizar a todo aquel espectador que se reconozca más de lo que querría en él.
En otras palabras, The Square sugiere que la empatía y la solidaridad son cualidades que gente cívica y mentalmente avanzada como nosotros predicamos, pero casi nunca practicamos, y que en última instancia, somos mucho más débiles y rabiosos, y mucho menos desarrollados de lo que creemos; al tiempo que se ponen en tela de juicio algunos temas relacionados con la crisis del arte moderno contemporáneo, la hipocresía del submundo que rodea a los artífices creativos, la eterna puja entre el arte y el negocio, entre otras cosas.
También se hace mención a la aplicación del “marketing” en función de generar una estúpida y banal controversia, restándole importancia a la creatividad/originalidad de la obra, y solo buscando la trascendencia y la viralización de la exposición.
Un momento muy interesante, tiene lugar en el comienzo de la cinta, cuando Anne, el personaje secundario compuesto por Elisabeth Moss, entrevista a Christian y le pregunta sobre un concepto de lo que es arte, y lo que no, a partir de una exposición del museo.
En aquel momento se deja en evidencia que el curador del museo tampoco tiene bien en clara la respuesta, y comienza a responder otra cosa.
Una vez más podemos ver, cómo el autor nos deja bien en claro su opinión sobre la forma en que estos individuos conciben al arte.
Así, el film exuda irreverencia e inteligencia en sus planteos sobre ese sector elitista de la población, en contraste con la vida cotidiana, las redes sociales, el arte propiamente dicho, y lo superficial.
Que un 7/Eleven sea el centro para que un curador logre sus fines, no es casual.
Lo interesante es ese aire polémico, arriesgado y transgresor que busca sorprender y provocar cierto extrañamiento en el espectador.
El propio protagonista busca alcanzar algo utópico con su exhibición, “tener un espacio, un santuario de confianza e igualdad de derechos y obligaciones”
Algo totalmente contradictorio si se analiza su accionar, y algo difícilmente alcanzable.
A lo largo del relato vamos viendo varios “cuadrados” donde se desarrollan diversas situaciones, y es quizás en los niños, las hijas del protagonista y sus compañeras de colegio, que ese sentimiento de igualdad y camaradería se pueda llegar a conseguir, revisar la escena de la rutina de porristas.
Los límites del cuadrado, irán cambiando a lo largo de las 2 horas y media que dura la película, según vayan mostrándose las verdaderas caras de los personajes.
Del reparto, el actor danés Claes Bang se enteró del proyecto a través de Tanja Grunwald, quien era de Dinamarca, y escogió The Square.
Bang asistió a 3 audiciones, involucrando mucha improvisación.
Después de reunir gran parte de su elenco en audiciones en los países nórdicos, Östlund, consciente del deseo de William Morris Endeavor Entertainment, de hacer una película en inglés, contactó a BAFTA en Londres.
Esto llevó a Elisabeth Moss y Dominic West, a unirse al elenco.
Pero Elisabeth Moss está absolutamente infrautilizada, apareciendo en apenas 5 escenas; ella practicó la improvisación durante 2 horas para asegurarse su parte; mientras West si acaso tiene diálogo...
Östlund dijo que era un desafío para Moss y West, adaptarse a la dirección sueca, pero finalmente se ajustaron.
Terry Notary, un actor estadounidense que interpreta a Oleg, un personaje que actúa como un simio, fue seleccionado basándose en su experiencia por interpretar al simio Rocket de La Trilogía “Planet Of The Apes”
Östlund descubrió a Notary después de ejecutar una búsqueda en Google de “actor imitando a un mono”, y viendo una de las actuaciones de Notary, lo reclutó.
Para la escena de Notary, 300 extras también fueron empleados.
Anna-Stina Malmborg y Gunnar Höglund, hicieron de 2 grandes coleccionistas de arte y donantes a largo plazo en el mundo del arte de Estocolmo.
Los chicos de la agencia de relaciones públicas, son interpretados por el director de arte, Daniel Hallberg; y el redactor Martin Sööder en King, Estocolmo.
The Square, básicamente lo que nos destapa son las motivaciones que hoy día lleva a gran parte de la sociedad occidental a solidarizarse con acciones de altruismo hacia los más necesitados.
En efecto, hablamos de autocomplacencia.
En fin, nos lleva a argumentar sobre lo que vemos, y a preguntarnos por nosotros mismos, y hace preguntas a las que no muchos querrán responder en voz alta.
“Visa oss dina bröst!”
(¡Enséñanos las tetas!)
No hay nada más aburrido que el arte políticamente correcto.
Para Avelina Lésper, el arte contemporáneo en una palabra es un “fraude”
Carece de valores estéticos, y se sustenta en irrealidades.
Por un lado, pretende a través de la palabra, cambiar la realidad de un objeto, lo que es imposible, otorgándoles características que son invisibles, y valores que no son comprobables.
Además, se supone que tenemos que aceptarlos y asimilarlos como arte.
Es como un dogma religioso.
También es un fraude porque está sostenido nada más que en el mercado, que es fluctuante y artificial en la mayoría de los casos.
Se otorgan a las obras valores artificiales para que pienses:
“Si cuesta 90.000 euros es porque debe ser arte”
Estos precios son una burbuja, como existió la burbuja inmobiliaria; por ejemplo, una torre de papel sanitario de Martin Creed cuesta 90.000 euros.
El objeto no es lo importante, sino lo que tú puedes demostrar económicamente a través de su compra.
No puedes especular con pintura antigua porque hay muy poca.
En cambio, este tipo de obras se realizan en minutos, algunas se hacen en fábricas…
El arte toma tiempo.
Por una parte, debes esperar a que el pintor o escultor haga sus obras.
Por otra, el arte necesita talento, que el artista tenga algo que mostrar a través de su obra.
Con el arte contemporáneo, los artistas no necesitan tener nada.
Cuando Duchamp hizo su “readymade” evitó a todos los artistas el proceso intelectual.
Cualquier objeto es arte, el que sea.
Bajo este punto de vista, imagínate la cantidad de obras de arte que tú tienes.
Todo tu entorno es factible de convertirse en arte.
No tienes que esperar que ese artista se forme, demuestre su talento, y que acabe aportando algo, lo que es terriblemente difícil.
Otro ejemplo es Santiago Sierra con sus “readymade”
Te dice:
“Esto es un contenedor de mierda de la India”
¡Qué impresionante!
El crítico Arthur Danton dijo:
“Dejen que los filósofos pensemos en la obra, ustedes traigan sus objetos”
Si pones como tema el contenedor de mierda, ya llegará el curador que elabore el discurso y te hable de la miseria, de las últimas castas que recogen la mierda… hay toda una justificación social y moral.
Si manifiestas que eso carece de valores estéticos, automáticamente te dicen que estás en contra del mensaje social.
Es un arte chantajista, también.
Utiliza este tipo de discursos para que lo aceptes como arte.
Si no lo aceptas, o estás en contra de él, o eres un ignorante.
La denuncia social se ha ido haciendo a lo largo de la historia del arte, se ha dado, pero no como valor de la obra.
Los “Fusilamientos del 3 de mayo” de Goya, valen por la realización artística, porque su pintura fue trascendental y profundamente moderna en su momento.
Y sigue siendo moderna ahora.
Por eso vale una pintura de Goya, no por el discurso.
Ahora el arte solo es mensaje.
No hay arte, solo hay panfletos.
Estas obras no pueden existir sin los museos.
Las obras, paradójicamente, se ven mejor en el catálogo que en vivo.
Y ya no digamos con los artistas “performance”, que solo tienen el registro fotográfico de lo que hacen porque dicen que es efímero, aunque lo repitan 700 veces.
Son obras que solo existen en los catálogos, y a través de los discursos y la teoría que le ponen los comisarios y especialistas en estética.
Son objetos de lujo, una nueva forma de consumo.
A la mayoría de gente de a pie, no le gusta el arte contemporáneo porque le resulta difícil de entender… es que no hay nada que entender.
Es un arte que te exige asimilarlo y no discutirlo, por eso también es dogmático.
Te exige fe, que creas en él, no que lo comprendas, como las religiones.
Quiere someter nuestro intelecto.
Todo el tiempo, quien se equivoca, es el espectador, el artista y la obra es infalible.
Si tú dices que carece de valores estéticos, de inteligencia, que no te propone ni aporta nada, entonces te dicen que eres un ignorante.
Entonces:
¿Quién decide qué es arte?
Es una decisión arbitraria que se toma entre las instituciones, los museos, las universidades…
Es un arte de la academia.
Eso de que es independiente y libre, es mentira.
¿Que está subvencionado?
Totalmente, no puede vivir sin las subvenciones del Estado.
Es un arte parasitario.
La mayoría de los artistas contemporáneos, viven del Estado.
¿El público no pinta nada?
No; por eso es demagogia pura que digan que este arte tiene intenciones sociales y que manifiesta intenciones morales.
Rechaza a la gente, que para ellos es ignorante.
Este arte no vive de la gente, vive de las instituciones y la especulación.
Podríamos decir que refleja la sociedad actual… es muy diferente reflejar que denunciar.
Ellos parasitan la sociedad en la que viven, la refleja mejor Madoff.
Ambos son parte de una misma mentira social que ha creado el capitalismo a través de la especulación económica.
El arte contemporáneo, es parte del fracaso capitalista.
Entonces estamos huérfanos de arte, porque no hay espacio para los artistas que sí están creando.
¿Qué muestra el Macba aunque esté vacío?
En España hay muchos centros de arte contemporáneo que nacieron a la par que la burbuja inmobiliaria, para que te des una idea de cómo está el asunto.
¿Qué te puede aportar Jeff Koons que imita objetos de feria o cualquier “readymade”?
Ellos han hecho del material, la obra.
Ahora para decir guerra ya no tienes que pintar los fusilamientos, ahora escribes la palabra guerra en un letrero.
Eso es no tener pensamiento abstracto.
Jamás el arte se había despojado tanto de las metáforas…
El problema es que se está acabando con una capacidad cognitiva.
Nos quieren tontos.
¿Y sabes por qué?
Eso tiene detrás de sí, lo más pedestre que te puedas imaginar, el dinero.
Por eso es también un fracaso del capitalismo.
Todo lo que se ha hecho por dinero en estas 2 últimas décadas, ha hecho un daño enorme a la humanidad.
Por dinero se destruyó la economía de Europa, la de Estados Unidos, tenemos el narcotráfico en América Latina… y por dinero están destruyendo el arte.
Los que pintan ahora con maestría y técnica, son los contrarrevolucionarios.
Y esta resistencia inteligente y creativa, es la que va a alimentar el arte.
Pero atención, que las galerías necesitan que estén amparadas por las instituciones.
Cuando El Reina Sofía dejó de comprar a Arco, Arco se fue a la quiebra.
El Reina Sofía dejó de comprar a Arco y empezó a exponer Picasso… y a Goya, para que la gente vaya…
Esto sería el inicio del cambio.
Llega un momento en que las instituciones van a tener que escuchar a la población y dejar de trabajar para los intereses privados; pero es un factor muy delicado.
El arte no nos sacará de la crisis, pero aportará humanidad.
Ese es el tema que nos persigue a cada cuadro de la vida de Christian en The Square:
La cuidada ceguera que dedicamos a todos los problemas del mundo, mientras diseñamos costosas, polémicas y a la postre, irrespetuosas campañas publicitarias, denunciándolos, porque es la única manera en la que podemos sentirnos bien, fingiendo hacer algo desde cálidos despachos en los que en realidad no se hace nada.
¿Acaso estamos frente al cine moderno, lleno de CGI vendido como Séptimo Arte?
Solo los niños, con su inocencia, genio creativo y talento, pueden con todos los derechos gritar la verdad a los 4 vientos:

“Jag är inte en tjuv!”
(¡No soy un ladrón!)



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