Le Week-End

“Haven't we worked for long enough?”

En los últimos años, van creciendo las producciones sentimentales y amables, cercanas a la comedia, protagonizadas por personajes de la tercera edad.
La maniobra es económicamente estratégica, pues se busca satisfacer a un público potencial, perteneciente a una generación que, en nuestra sociedad, va camino de ser la dominante.
Enfrentados al ocaso de la vida, pero con un renta o pensión de la que gozar, los más lúcidos, a menudo no pretenden más que pasar un buen rato, viendo cómo hombres y mujeres con los que se sienten identificados, superan dificultades por naturaleza insuperables, al ritmo de un paso avejentado, y al son de chistes llenos de ironía.
El cine sabe, que el filón romántico, y el negocio del desamor, no se terminan con la madurez.
Que más allá de la cincuentena, sigue habiendo caldo de cultivo para historias enfocadas a los sentimientos, y sentimentalismos; y a lo largo de los años, el cine ha ido dejando ejemplos, peores o mejores, de esta manera de entender el amor, el desamor, o incluso la sexualidad.
Una vez más, París se convierte en el destino romántico de una pareja, en sus intentos de hacer arder de nuevo la llama de la pasión, y el amor en su relación.
Pero a veces nos olvidamos de vivir…
¿Cómo filmar esa sensación?
Contraponiendo el personaje, a los sentimientos; la actitud al calor humano, los sueños a la realidad.
Supongo que habrá gente que pasados los 60, con holgura, siga pensando que hay tiempo para cambiar, para perfeccionarse, para progresar, para hacer lo que no se ha querido hacer antes,  y no hubo valor, pero:
¿Hace falta irse a Paris, para tomar la decisión?
¿Alguien puede creer, que a una mujer de más de 60 años, le espera un futuro de seducción, y amantes jóvenes, porque es lo que desea?
¿Tras muchos años de matrimonio, hay amor o dependencia?
“We might live for ages as a burden to others”
Le Week-End es una comedia del año 2013, dirigida por Roger Michell.
Protagonizada por Jim Broadbent, Lindsay Duncan, Jeff Goldblum, Olly Alexander, Judith Davis, Xavier De Guillebon, Brice Beaugier, Sébastien Siroux, Marie-France Alvarez, Charlotte Léo, Denis Sebbah, Lee Breton Michelsen, entre otros.
 El guión es de Hanif Kureishi, al margen de, si el tratamiento de los relatos que elabora, es más jovial o más amargo, el escritor suele abogar en sus libros, y en sus guiones, por el reflejo fiel de lo cotidiano, la búsqueda de lo excepcional en lo ordinario, no en el sentido de encontrar brillos en las cosas corrientes, sino de demostrar lo complejo y arrollador que es el día a día, del más común de los mortales, y la descripción naturalista de los personajes y sus acciones.
Estas constantes, vuelven a encontrarse en Le Week-End, uno de sus trabajos como guionista, y su 4ª colaboración con el director, Roger Michell.
Una visión llena de agudeza y sarcasmo sobre la vida, el tiempo, el amor de una pareja de británicos:
Nick (Jim Broadbent) y Meg Burrows (Lindsay Duncan) es una pareja que vuelve a París, muchos años después de su luna de miel, para intentar revitalizar su matrimonio.
Allí se encuentran con un viejo amigo, Morgan (Jeff Goldblum), que actúa como un catalizador para su futuro.
Meg siente que merece una vida mejor, pero se muestra insegura y desamparada sin su marido Nick.
El fin de semana, se les presenta como la ocasión para mirar atrás, y afianzarse en su amor, o para pasar página, y volver a intentarlo de otra manera.
Deformados con el paso del tiempo, los personajes se han olvidado de vivir, y se alejan del anhelo de lo que fueron, con miedo a no llegar nunca a su fin.
Sólo el tiempo, y nada más que el tiempo, es lo que ha pasado entre ambos escenarios, porque precisamente, del tiempo trata Le Week-End, una de las historias de amor disfuncional, más atractivas, y a la vez incómodas de los últimos tiempos.
Y Roger Michell, busca rescatar todo el romanticismo de la capital francesa, pero sin renunciar al realismo británico, y a las espinas de cualquier relación, para terminar afirmando, con ironía y fino humor, que el verdadero problema está, en no saber vivir en armonía con la infelicidad.
“Once you get in the rhythm, you've got to keep going”
Bienvenidos al delicioso y divertido retrato de un matrimonio, con todas las imperfecciones de la vida en pareja.
Imagínense “la ciudad del amor”, y unos recién casados en la flor de la vida...
Qué maravillosos recuerdos... recuerdos, porque de eso hace ya tanto, que siquiera la ciudad parece ser la misma ciudad.
Allí es a donde acuden Meg y Nick, con la intención de hacer frente a esa vida, dulcemente amarga, que se nos escapa a todos, a cada nuevo paso que damos, por más que no nos demos cuenta... o no nos queramos dar cuenta.
Michell rueda con una elegancia digna de la ciudad en la que sitúa su historia.
Sus elecciones estéticas y visuales, y en algún momento narrativas, hacen clara referencia a los años dorados de “La Novelle Vague” francesa, y su aire nostálgico, con referencia directa a “Bande à Part” (1964) de Jean-Luc Godard, es lo mejor, y el resumen perfecto de lo que nos quiere contar.
Una pena que, en lo que a la trama se refiere, termine haciéndose pesada por su repetición de estructura, y la utilización de giros forzados y evidentes en su intento de alejarse un poco de ser una adaptación moderna, y británica del espíritu del movimiento cinematográfico francés.
El guión narra, de qué manera, la supervivencia de la relación de una pareja de 60 años, depende de un fin de semana, de confesiones y temores, mientras se tratan sin reparo, los temas más controvertidos que el amor lleva implícitos.
Visión introspectiva del desgaste que suponen 30 años de matrimonio.
La completa falta de romanticismo, la tosquedad del diálogo, y la comentada amarga sinceridad del guión, contrastan por completo con el escenario escogido, la ciudad romántica por antonomasia, París.
Y Michell dirige con una seguridad y elegancia innegables, sacando partido de las calles parisinas, sin convertir la ciudad, en una postal tridimensional.
Sus encuadres, siempre son bellos y precisos, y logra que dé la sensación, de que nunca falta, ni sobra nada en plano.
Unos planos serenos o tensos, en función de la situación.
Una realización suave y con clase, que en ningún momento cae en la funcionalidad, ni en la superficialidad de simplemente ilustrar una historia que, ya de por sí misma, es intensa.
Una comedia elegante y nostálgica sobre el amor maduro, sobre una pareja que regresa a París, la ciudad donde pasó su luna de miel; y seremos testigos de los problemas, las discusiones, y el terrible auto compadecimiento en la soledad de nuestros pensamientos, con una honestidad brutal.
Tanto es así, que será difícil no retirar la mirada, o taparse los oídos en ciertos momentos, y esto va a desagradar a mucha gente, que no está dispuesta a que se les recuerde que, las relaciones no son tan perfectas y bonitas como las suele pintar el cine, al menos no sin una extenuante lucha y sacrificio.
El director, nos hace reflexionar sobre la veracidad de los sentimientos que tanto nos esforzamos en demostrar.
La pareja no tiene dinero, airean sus problemas de convivencia, familiares, los de la falta de sexo, se reprochan actitudes mutuamente, del uno con el otro, muestran su incierto futuro como pareja... hasta que un encuentro casual con un viejo conocido de él, cambiará el sentido de lo que parecía ser el futuro de su existencia en común.
¿Hasta qué punto, esos actos son espontáneos, y qué parte es un completo engaño autoimpuesto, con motivo de la obtención de una vida lejos de esos cambios, que tanto nos aterrorizan, y con el objetivo de aparentar una relación insanamente normal, frente a la estereotipada sociedad?
En Le Week-End, consiguen relatar en tono de humor, una temática tan usada y compleja, como es la relación de una pareja, desde el punto de vista de la resistencia del amor.
Aunque se trate de un matrimonio en crisis, Kureishi consigue crear unos diálogos divertidos, dentro de situaciones y momentos realmente delicados, entre Meg y Nick.
Michell por su parte, centra la mayoría de las escenas en los 2 protagonistas, los sigue en todo momento, y acerca la cámara, para que el espectador sea testigo de su relación; por lo que nos enfrentamos a la crisis matrimonial de 2 profesores británicos, con su vida ya resuelta:
Se despiertan cada mañana, ahogados por una rutina asfixiante, y un trabajo que nunca irá a más.
Por ello, deciden tomar una decisión, de hacer un viaje exprés, a “la ciudad del amor”, París, donde pasaron su luna de miel, hace 30 años.
Con sus hijos ya independizados, su relación está estancada, y el objetivo del viaje, es recordar por qué se enamoraron.
Aunque no todo sale como ellos planean, y los diferentes obstáculos que se encuentran, les hacen darse cuenta, de que su relación está más deteriorada de lo que ellos imaginaban, y poco a poco descubrirán un lado oculto en toda relación sentimental.
Todo ello, perfuma esta historia de un aroma tragicómico, en el que drama y comedia, se compenetran imperceptiblemente, y dejan de entenderse el uno sin la otra.
Se suceden los diálogos irónicos, profundos, divertidos, tiernos, e hirientes, y a cada recodo de la narración, los personajes van tomando profundidad y carácter, alejándose de una posible visión paternalista, o condescendiente.
Y evitando ese lugar común, irritante, poblado por viejos ilustrados, burgueses, intelectuales, o ex inconformistas, que se lamen penosamente las heridas en un presente desesperanzado, y por un pasado que ya no volverá...
Claro, aquí hay nostalgia por una juventud rebelde, reivindicativa, y recreativa, pero no hay rastro de superioridad moral, ni de esnobismo generacional
Si la pareja de intérpretes elegidos por Michell, hubiera tenido la mitad de química y elegancia de la que tienen Lindsay Duncan y Jim Broadbent, la película habría perdido su razón de ser.
La química entre ambos, es en cualquier caso maravillosa, y sin ella, probablemente no funcionaría ese constante intercambio de comentarios, y réplicas alternativamente amorosas e insultantes.
Ambos protagonistas, superan los 60 años, y han dedicado su vida a sus trabajos de profesores, y a cuidar a sus hijos, recientemente independizados.
El viaje a París, no solo supone celebrar sus 30 años de casados, sino algo mucho más importante:
Rehabilitar y reforzar su matrimonio, que no pasa por su mejor momento, y qué mejor modo que intentarlo en la ciudad, presuntamente más romántica del mundo.
Durante ese fin de semana, saldrán a la luz resentimientos y viejos rencores, que ambos llevaban guardando desde hace tiempo.
La pasión es casi inexistente en la relación, pese que Nick intente convencer a Meg, de lo mucho que la quiere.
Él la ama de verdad, y no entiende su vida, sin que Meg esté a su lado, es un marido completamente sumiso.
Ella es la que lleva las riendas en la relación, como deja bien claro al principio, cuando el hotel en que se querían hospedar, no era lo que ellos pensaban, y recordaban de la luna de miel, 30 años atrás, y decide irse y alojarse en una suite de un hotel de lujo, cueste lo que cueste.
Es un personaje, considerada por sí misma como tripolar, con cambios constantes de humor, y sin reparos en humillar e insultar a su marido.
La relación de Meg y Nick, es una muy difícil, los besos apasionados en la noche parisina, no consiguen enmascarar unas discusiones, con acusaciones muy duras, con posibles amantes de por medio.
Ambos dejan patente, que no todas las relaciones de pareja longevas que aparentan ser perfectas, lo son.
Los 2 actores, totalmente opuestos, interpretando 2 personajes totalmente opuestos.
Y es que es en esta oposición, donde está la gracia, y donde saltan las chispas.
Mientras que Broadbent interpreta al marido que quiere revivir aquella magnífica luna de miel en un hotelucho de mala muerte de París, que entonces fue el nido de amor perfecto; Duncan resulta antipática, en sus intentos de ser espontánea, y dejar casi en ridículo a su marido, al trasladarse a un hotel de lujo.
Los polos opuestos se atraen, y en Le Week-End nos lo dejan claro.
Y como detonante secundario, se encuentra Jeff Goldblum, en el papel de amigo de Nick, un personaje de gran importancia al final, ya que organizará una cena donde la pareja se sincerarán el uno al otro.
Es el contrapunto, de quien ha “triunfado” en la vida, y se niega a pasar a un segundo plano, quiere ser protagonista, y permanecer siempre joven, mientras sea posible.
Cada uno de ellos, hace balance de las renuncias, los sacrificios, y los buenos momentos compartidos, y las preguntas quedan en el aire:
¿Mereció la pena?
¿Aún hay tiempo para rectificar?
Lo mejor de todo el metraje es el nostálgico baile/referente/homenaje a Jean-Luc Godard; y no sólo es la escena, también es el momento en el que se produce, y cómo, con mucha sencillez, transmite un mensaje claro y directo.
Sin embargo, no basta que presente un panorama devastador de una relación arrasada, y donde solo queda tierra quemada, apenas confianza por el tiempo transcurrido, pero el vacío más absoluto, provocado por una serie de reproches y deudas no canceladas por el tiempo, dispuestas a surgir en cualquier momento, hacen llegar las vicisitudes conyugales, de esta pareja que resulta algo anodina.
Parece que el guión, nos quiera explicar la historia de una mujer que está amargada y frustrada, al sentirse víctima de un marido, y un hijo que no le dan lo que ella necesita, que no se sabe muy bien qué es; y sin embargo, la actuación de ella, nos lleva a pensar, que estamos ante una mujer que padece un grave trastorno de personalidad, debido a su histrionismo, “Síndrome de Peter Pan”, narcisismo o, quizás una bipolaridad…
Me ha resultado tremendamente desagradable, el maltrato de ella hacia él, una mujer que le responde a ratos, con un despotismo y una frialdad llenos de crueldad; y a ratos, con una ternura inexplicable, que no se sabe de dónde le sale…
Por qué juega a excitarlo sexualmente, para luego rechazarlo sin piedad.
En fin, está claro que se trata de una relación de dominio y sumisión, en la que ella es la que lleva la voz cantante, pero en ningún momento llegas a saber realmente, cuáles son los verdaderos sentimientos de ella.
Si lo quiere, si lo odia, si le aburre, si no lo soporta, si lo aguanta estoicamente, si no puede vivir sin él…
Y lo peor viene si cambiamos los roles, pues nos encontraríamos ante una película sexista, absolutamente machista, y con un descargo de clara violencia hacia la mujer...
¿Entonces?
No comprendo cuales son los parámetros que hay que seguir, para que, si la agresión es de la esposa hacia su marido, la película sea aguda y mordaz; en cambio, si se diera el caso contrario, nos encontraríamos ante una denuncia social...
No me ha gustado, me ha parecido despótica y brutal, lo que se narra, no es amor, y no creo que refleje el mundo de las parejas maduras, ni remotamente...
Y su resolución final, sobre todo el modo de cómo se produce, parece forzada.
No obstante, Le Week-End, sí merece resaltarse por 2 hechos:
Porque no trata a París como una tarjeta postal y, segundo, por las buenas interpretaciones de Jim Broadbent y Lindsay Duncan.
“I'm glad we got married.
That's why I wanted to celebrate this weekend.
It's the commitment...
The sacrifice of other pleasures that makes it work”
Los años, el paso del tiempo, y la comodidad de un matrimonio maduro, donde cabe todo, hasta la crueldad verbal más directa y dañina; una afinidad, simbiosis con la infelicidad de la que se parte como excusa para moverse, pero de la cual, uno no se quiere desplazar, pues el dolor de lo conocido, la esclava amargura de la vejada rutina, es menos arriesgado que el placer, emoción de la exposición a lo nuevo, de la inconsciente aventura de un mar, cuyo puerto no se conoce, cuyo rumbo es un “no sé dónde”
Siempre he dicho, que lo de planear viajes románticos, una vez pasados los 15 años de relación, es un error terrible, que en ocasiones puede llegar a ser hasta trágico.
Eso que se ha dado en llamar:
“Reavivar la llama del amor”, “vivir una segunda luna de miel” o “resucitar la pasión”, que no se sabe cuál de los 3 términos es más patético.
Y encima, algunos quieren volver a sentir lo mismo, pero después de 20 o 30 años, que es el caso de los protagonistas de esta historia.
Y se van, nada más y nada menos que a París, como si París pudiera hacer milagros, con los amores difuntos.
A veces, volver al escenario de una foto, no es lo mismo años después, ya no se tienen, ni se sienten las mismas emociones ni sentimientos.
Aquello de “revivir” puede llegar a ser peor que vivir; es decir, crear nuevos recuerdos es lo ideal.

“Last time we did this, we could breathe”



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