Still Life

“Amazing Grace”

A la gran mayoría de nosotros, nos gustaría vivir nuestra vida con la gente que queremos, ya sea la propia familia, o conocidos que con el tiempo se convierten en amigos, o pareja, pero por diferentes circunstancias, como la muerte de los seres queridos, actos cometidos en el pasado, o un carácter extremadamente cerrado e introvertido, puede darse el caso, de que la gente entre en un proceso de invisibilización, y muera en absoluta soledad.
La soledad elegida como ley de vida, santo patrón que un día despierta de su somnolencia, y tiene la osadía de relacionarse y convivir con el resto de los mortales, la ley moral no escrita, pero tan predicada, de dar para recibir, nunca fue de tan falsa reciprocidad, e injusta ejecución.
¿Quién no está solo, cuando llega el último momento?
¿Recordamos a nuestros muertos?
Ya sabemos que a los muertos no les importan los funerales…
¿Y a nosotros sí?
¿Quién se va a hacer cargo de ti cuando mueras?
¿La familia, la pareja, los amigos, los “followers” de Twitter?
Candidatos, voluntarios, u obligados, no han de faltar…
En estos casos, el “hoy por ti, mañana por mí”, suele funcionar como un reloj, y el reloj es implacable.
Porque todos morimos solos; puede que sea cierto, no menos cierto, es que unos mueren más solos que otros.
“For John May, life is looking up”
Still Life es un drama del año 2013, escrito y dirigido por Uberto Pasolini.
Protagonizado por Eddie Marsan, Joanne Froggatt, Karen Drury, Andrew Buchan, Neil D'Souza, David Shaw Parker, Michael Elkin, Tim Potter, Paul Anderson, Bronson Webb, entre otros.
De entrada decir que pese al apellido del director, no tiene nada que ver con el famoso director italiano Pier Paolo Pasolini, pero sí es pariente lejano del director Luchino Visconti, del que es sobrino-nieto.
Con un mínimo presupuesto, Uberto Pasolini, escribe y dirige sobre la dedicación de un hombre por su trabajo, como medio de aislarse de su solitaria vida.
Una cinta difícil de situar entre el drama y la comedia negra, detallista, y que, partiendo de tonalidades grises que se vuelven más coloridas, acaba con un golpe narrativo, impactante y maravilloso, y consigue el pequeño milagro de la seducción.
La historia no trata de sociopatía, sino de soledades.
Ni siquiera trata de los muertos, sino trata de los vivos.
Diligente y trabajador, el solitario trabajo de John May (Eddie Marsan), consiste en encontrar a los familiares de los que han muerto solos, sin familia, sin amigos, sin nadie que se ocupe de ese último trago desagradable.
El encargado del último inventario, y el último reparto, quien viola la intimidad de un hogar ajeno por última vez, es John; y para él, esta labor no deja de ser una forma de adelantar su final:
Él mismo vive solo, no tiene familia, su vida es monótona y aburrida, todo gira alrededor de las personas a las que atiende una vez muertas, prepara discursos para sus funerales solitarios, inventando vidas ajenas, retrasando al máximo, el momento de la incineración, hasta que se agotan las posibilidades de encontrar a una persona que responda del fallecido, o hasta que se constata que las personas que interrelacionaron con el muerto, no quieren saber nada de él.
El frágil aspecto de John May, su mirada tímida y afligida, su casa desangelada, su puesto de trabajo en un sótano gris, rodeado de mobiliario gris, expedientes y carpetas esperando la leyenda “caso cerrado”, configuran un hábitat confortable y acogedor, como contrapartida, ese trabajo le aleja del contacto humano, y de las dificultades añadidas.
John vive en una isla de infelicidad, pero al mismo tiempo, tiene asegurada la tranquilidad.
Meticuloso hasta la obsesión, John va más allá del deber en su trabajo, y se involucra al máximo.
Su vida es tranquila y ordenada, hasta que su jefe le da una noticia devastadora:
Su despido por recortes.
Involucrado aún en su último caso, John se libera de las rutinas que lo han gobernado; y por primera vez, siente la vida con su excitante y peligrosa imprevisibilidad.
En ese último momento, la vida de John aspira a dar un cambio, en donde veremos a John sonreír, ilusionarse, alcanzar un momento de esperanza, o de felicidad.
Su mirada al cielo, con una mueca de sonrisa permite deducir que ha alcanzado ese objetivo, aunque no siendo demasiado tarde, viene a ser insuficiente.
No obstante, el discurso moralista de la última escena rompe el relato contenido, sosegado, hasta desesperanzador.
Still Life tiene momentos cómicos, pero no admite concesiones en su retrato de la soledad.
Es evidente que Pasolini, no pretende llegar a un público amplio.
Su objetivo más bien es, que el espectador sea consciente de las necesidades de las personas que le rodean, a través de una pequeña película, sobre el valor y la dignidad de cada persona, en la que sobrevuela un punto de trascendencia.
“I think you should see this as an opportunity for a new beginning, don't you?
A new life”
Uberto Pasolini, hace una reflexión acerca de la vida, la muerte, y la soledad, y su encaje con la personalidad de John May; la cual está rodada, a la mayor gloria de este personaje, sólidamente interpretado, y dotado de matices que se escapan de la estolidez ambiental, a que nos condena el director y guionista, a lo largo de casi todo el metraje.
En realidad, Still Life podría ser el reverso de una película de intriga, un “thriller”, o quizá un relato de Sherlock Holmes:
John May, incurre en la investigación, la búsqueda, el olfateo de pistas, y relaciones, trazos que le puedan llevar a dotar de algún contenido, la carcasa vacía en un principio, de sus muertos.
Este portero de “la ciudad de los muertos”, al modo del barquero del río Aqueronte, transporta a los fallecidos, entre el mundo de los vivos y el de los muertos, encargándose de todos los detalles, y rituales de paso.
Pero la mayor parte de las veces, está solo en los funerales...
Esa es la vida y la obra de John May, la que se puede resumir de esa manera.
Interpretado por Eddie Marsan, es un funcionario municipal, con el sofisticado cometido de cerrar administrativamente, los casos de personas solas, sin familia, ni conocidos, fallecidas en Kennington.
Conoceremos casi de inmediato a John, tan plano emocional y vitalmente, que literalmente vive entre los muertos, entre sus muertos.
El deseo, eso que según algunos define al hombre, parece definitivamente postergado de sus preocupaciones, y quehaceres.
Esta absoluta soledad, que no desolación, de la mayor parte del metraje, embarga el ánimo del espectador, y le deja con mayor eficacia, en los brazos interpretativos de Eddie Marsan.
John, disfruta tanto con su trabajo, que éste se ha convertido en toda su vida:
No tiene familia ni amigos.
Lleva una vida sana, tranquila, y ordenada, en la que todo es como siempre ha sido, día tras día.
Hasta que su jefe, le da una noticia devastadora:
Su departamento, va a ser objeto de una reducción de plantilla, un recorte destinado a reducir gastos, y John va a ser despedido.
¿Y ahora qué hará él sin su trabajo, sin su rutina?
Tal parece que ser meticuloso, no está premiado en la sociedad actual, sobre todo, cuando eso supone un gasto mayor, por tardar más en cerrar los casos.
Por eso, y debido a los recortes públicos, han decidido echarle de su puesto de trabajo, para darle ese trabajo, a una chica más joven, y sin ningún tipo de alma ni escrúpulos, que no se esfuerza en contactar con los conocidos de los muertos.
Al día siguiente, todo está cerrado, con el ahorro de gastos.
Pero John tiene un último caso por cerrar:
Más perseverante que nunca, poco a poco, John arma el rompecabezas de la fracturada vida de un tal Billy Stoke, a través de todo el país, conociendo a las personas que formaban parte de su pasado, e invitándolas al funeral, entre ellas, la hija a la que aquel abandonó cuando era pequeña, y de paso empieza a liberarse de las rutinas, que hasta ahora, han gobernado su vida, y empieza a vivir, por fin, aquello que en teoría llamamos la vida:
Prueba otra clase de comidas, pide chocolate en vez de té, se pone un jersey distinto, va al pub, queda con dicha hija en una cafetería...
Como dato de toda la obra, la memoria cumple un papel fundamental en la historia en 2 aspectos muy definidos:
Las fotografías, y los recuerdos de las personas que conocían al fallecido.
Las fotografías, pese a tratarse de imágenes fijas, son parte de un momento determinado de una persona, y John se encarga de coleccionar en un álbum, todas esas instantáneas de difuntos, como único modo de mantener a esas personas presentes, vivas si se quiere…
Después, se encuentran los recuerdos, fundamentales para conocer la vida pasada de las personas, y en concreto, la de Billy Stoke.
El encuentro de John, con antiguos conocidos de Billy, como su ex-novia, sus amigos de juventud, o de cuando mendigaba, y su hija que apenas conoció, permiten construir, gracias a diferentes anécdotas y reminiscencias de cada uno de ellos, su historia.
Son esos acercamientos, los que consiguen cambiar el carácter tan cerrado y retraído de John, al aportar un aura de vitalidad, que no existía, y que consigue un personaje tan breve, pero importante, en el tramo final como lo es Kelly (Joanne Froggatt), la hija de Billy.
Por otro lado, la soledad, se muestra de diferentes maneras, ya desde el mismo plano inicial, con una iglesia con un ataúd, y 2 únicos presentes:
El cura y John, con claro énfasis en la contraposición de un grupo de gente, presente en el cementerio, con la soledad de John, como único asistente del entierro de uno de sus casos…
Una ausencia que también se hace visible en las casas de los fallecidos, llena de objetos que sirven para describir a todas esas personas, y que el protagonista utiliza para escribir emotivos discursos en los funerales.
Las calles semi desiertas de viandantes, o de coches pasando por las que pasea el protagonista, y los escasos diálogos que hay, especialmente en el inicio, son una muestra del aislamiento, e incomunicación que rodean a Still Life.
La vida rutinaria que lleva el personaje, y su posterior cambio, se traducen en una tipología de planos fijos, que se mantienen durante todo el metraje, y que encaja con la narración pausada, con una fotografía melancólica, algunos de esos planos se repiten, y logran crear un gran simbolismo, sobre todo, en un desenlace que choca con el transcurso de la historia, que resulta dramático, y bello por igual.
La cuasi inanidad de la primera parte, puede enervar a más de uno, pero yo creo que es una solución narrativa de gran fuerza, para resaltar la pérdida de lazos que unan a las personas de una comunidad entre sí.
El vacío, ya digo, no es desolador, debido a los pequeños detalles de humor con que está salpicada la narración, y que dan un tono muy “british”, a lo que se nos está contando.
Y es que realmente John adora su trabajo, un oficio aparentemente nada grato, que lleva 22 años ejerciendo.
Y cuando te das cuenta, de por qué lo adora, es cuando le tomas afecto, y lo admiras.
Lo adora porque es un acto de fe; y él cree en esas cosas.
Cree que los que se van, no son simples muertos, simples cadáveres engorrosos.
Los ve siempre, siempre, como a los seres humanos que fueron.
Tal vez incluso, llega a conocerlos mejor, de lo que los ha conocido nadie más mientras vivían; y tras de eso, tiene un pequeño don, para descubrir detalles hermosos de los difuntos.
Como, por ejemplo, que Billy Stoke amaba a una hija, cuyo álbum de fotos conservaba en su destartalado apartamento.
La segunda parte de Still Life, más breve, introduce un elemento romántico, que da un vuelco al ambiente gélido de la obra, y nos abre, como a John May, perspectivas inéditas.
Aquí aparece Kelly Stoke, que abre un espacio de femineidad, en un universo poblado, casi solamente por hombres, y por muertos.
Joanne Froggatt, tiene un pequeño, pero importante papel, y es la que expresa sus sentimientos y pensamientos a todo el mundo.
Ella es extrovertida, a diferencia del protagonista, que es más introvertido.
Sus conversaciones son un contraste entre 2 formas diferentes de vivir la vida.
Esta segunda parte, se ve un poco forzada, pero será la que detone la implosión final, que puede verse como un canto al perfecto funcionario, dedicado en cuerpo y alma a su trabajo, roturado y señalizado perfectamente en el ámbito administrativo que le corresponde.
Pero con Kelly, hay una situación que modifica la vida rutinaria de John, y es cuando vemos un cambio de actitud.
Ya entran en su vida, otros aspectos emocionales diferentes, al de la empatía por personas desconocidas:
El amor y la atracción por una mujer, hace que ya no sea tan ordenado y detallista, y que su mente se distraiga... y vemos otro tipo de emoción en su rostro, e incluso sonreír.
Por ejemplo, cuando estaba recogiendo sus cosas en el despacho, y había dado por terminado su último caso, sin éxito, porque ningún amigo o familiar, le había confirmado la asistencia al entierro de su amigo, o familiar de Billy Stoke, es cuando decide suicidarse…
Por eso, ya sabemos que el segundo féretro, era para su cadáver.
En el momento en que se va a colgar, suena el teléfono, y es cuando se vuelve a ilusionar, porque Kelly ha decidido comer con él, y contarle que va a asistir al entierro de su padre.
Y John se ilusiona, y decide comprarle unas cosas, cuando sufre el atropello por un autobús en las calles de Londres.
En todo influye, que su vida monótona, había cambiado, y su mente estaba en la chica, así que no estaba pendiente en mirar cuando cruzó la calle...
A su funeral, no asiste nadie, y al mismo tiempo, y de manera paralela, nos enseñan que no falta nadie en el entierro de Billy, el trabajo de John había surtido efecto, pero en cambio, él estaba solo en su despedida…
Kelly, está pendiente, porque no ve aparecer al protagonista, pues desconoce su destino; y en un montaje paralelo, vemos como la gente abandona el cementerio, y pasan por delante del coche fúnebre que transporta a John hacia la tumba.
Todo termina con el entierro de John May, y la aparición alrededor de la tumba, de esos muertos a los que él tanto quería y dedicó tiempo y esfuerzo, es decir los fantasmas de los fallecidos en los casos a los que tanto cariño dedicó.
Una bella simbología.
Sin embargo, el problema de Still Life, es que Pasolini no acaba de creerse la desoladora profundidad ontológica de su planteamiento.
Y, en efecto, Still Life no tarda en dejarse arrastrar por el lado más evidentemente melodramático del mensaje.
Todo está muy bien planeado para llegarle a la empatía del espectador.
O bien, la escena donde el protagonista se pone a orinar sobre la rueda del coche de su jefe; resulta una acción que no es acorde a la personalidad que se nos ha ido mostrando del personaje:
Hombre pulcro, que siempre va de frente, sin perder su talante, excepcionalmente educado, y formal.
Lo mejor es sin dudas, Eddie Marsan, que por fin tenga un papel de gran protagonista.
El actor se luce, cada mirada, cada gesto, casi se adivina los sentimientos puestos en su mente en ese momento; y demuestra que sabe llevar el peso de toda una película.
Un gran actor, poco reconocido, que sabe estar serio, sonreír, e incluso llorar, sin hacerlo de manera exagerada, sino de forma natural.
La mirada de Marsan/May, tiene un punto de frialdad, pero también otro de ternura, es perpleja y sobria, para relacionarse más allá de la cortesía funcionarial, y un tanto opaca y críptica, para mostrar su alma y su pasado.
Su mérito, y el de Pasolini, está en que atisbemos detrás una vida difícil, y de soledad, un deseo de entrar en contacto con otros... aunque sean muertos, una necesidad de afecto que parece encontrar salida en la empatía, el amor o la amistad correspondida.
La empatía que caracteriza a John, durante el trascurso del metraje, es admirable.
Y los muertos, son otros protagonistas,  y es que la soledad en la que estaban inmersos los recién fallecidos, es la que John transmite en vida.
Con ello, permite descubrir pequeños fragmentos de personas caídas en el olvido, y que de no ser por él, nadie las hubiera tenido en cuenta, ni siquiera preguntarse el por qué…
Y es este tipo de porqués, los que nos plantean llamar a algún allegado, y pulir roces.
En una escena, maravillosa, tras saber que será despedido, el jefe de John aparece en su despacho, para hacer una reflexión sobre su empleo; y comenta que “los muertos, están muertos, y los funerales son para los vivos, si no se sabe que han muerto, no hay tristeza ni lágrimas”
Unas palabras para las que John no tiene respuesta, ya que nunca se lo había planteado de esa manera.
Es una secuencia desgarradora, y muy significativa, que demuestra la falta de benevolencia y consideración a los que ya no están.
Por último, una banda sonora excelente, que es otro de los motivos que hacen que Still Life emocione.
Esos ritmos lentos, que acompañan a las escenas tan duras, son ideales para hacernos sentir el sufrimiento de John, y de los olvidados.
Una película sobria y sin concesión, que no deja que te quites la corbata, y te enseña que no siempre se pueden cambiar las cosas, y que el destino domina.
Un final a modo de redención en el más allá, te deja tibio, y termina por completar una película con sensaciones, siempre muy dirigidas por una música, que es plato fuerte, y de indudable corte europeo.
Total, me ha hecho sufrir el personaje, con el que me he identificado 100%, y que en algunos momentos de mi vida, presente y futura, puedo ser yo mismo, o todos nosotros al final de nuestra existencia, que nunca la sabremos...
“See you soon, Mr. May”
¿Quién se acuerda de aquellos que mueren solos?
¿Y si murieras ahora, cuánta gente te añoraría?
Pocos temas hay más universales, que la muerte o la soledad.
En pleno siglo XXI, hay quien sigue teniendo las redes sociales quebradas, y no me refiero a las virtuales.
Still Life es una película de otra época, pero siempre actual, moralista, contemplativa, con un elevado grado de romanticismo, que no romántica.
La vieja Europa tiene estas cosas:
Un corte, un enfoque con gusto infinito por lo turbado, y la música clásica, siempre doctrinal.
Ozimandias, melancolía, “sehnsucht”, deseo de deseo…
Cuando parece llegas a ver la luz, llega el destino de fatalidad.
Menos mal que está lo etéreo post mortem, cual juicio de vida para poner las cosas en su sitio, y reconciliar cuando en vida hay imposibilidad.
Con historias como esta, muchas veces nos preguntamos:
¿Qué es lo que deberíamos hacer en esta vida, cómo comportarnos?
Pero lo que está claro, es que lo que nos quiere decir Still Life, es que la aprovechemos; pues todos necesitamos ser amados, aun al morir.

“And let's face it, the dead are dead.
The funerals are for the living.
So if there's no one there, there's no one to care, right?
I mean, for the living... could be better not to know.
You know, no funeral, no sadness, no tears.
What do you think?”



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