Mandariinid

“Grusiinid ja venelased.
Ja mandariinid jäävad puud”
(Los georgianos y rusos.
Y las mandarinas se quedarán en los árboles)

La autonomía de La República de Abjasia, ha estado siempre en entredicho por los países que la reclaman para sí, en una disputa territorial que parece no tener fin, y que se remonta al siglo XI, casi tan antigua, como la que se mantiene por otra zona de conflicto, tristemente célebre como es Kosovo.
Los rusos la consideran “independiente”, y los georgianos una “república autónoma” que les pertenece.
Y sin aparente voz ni voto, en medio de toda esta trifulca, está el pueblo estonio, que lleva 2 siglos asentado en el lugar.
Se ha dado en denominar “Guerra Civil Georgiana” a los conflictos interétnicos, acaecidos en las regiones de Osetia del Sur en 1988 y 1992; y Abjasia entre 1992 y 1993, así como el violento golpe de estado militar entre el 21 de diciembre de 1991, y el 6 de enero de 1992, contra el primer Presidente elegido democráticamente de Georgia, Zviad Gamsajurdia, y el levantamiento posterior de éste, en una tentativa por recobrar el poder en 1993.
Aunque la rebelión de Gamsajurdia, fue finalmente derrotada, los conflictos de Abjasia y Osetia del Sur, han desembocado en la secesión de facto de ambas regiones de Georgia.
Por consiguiente, ambos conflictos han tardado en enfriarse, con recrudecimientos ocasionales, y desde 2004, la amenaza de más enfrentamientos sigue latente, en particular en Osetia del Sur.
La Guerra de Abjasia, fue entonces un conflicto armado, que tuvo lugar en la provincia separatista de Abjasia, al oeste de Georgia, entre 1992 y 1993.
Hacia 1989, la composición étnica del país, presentaba una mayoría georgiana (46%), y unas minorías abjasias (18%), rusa (14%), y armenia (14%)
La minoría abjasia, se dividía en un 50%, entre cristianos ortodoxos, y musulmanes suníes.
El clima es benigno, considerado subtropical, oscilando entre los 4 y los 23 grados.
Y se le conoce como “La Riviera Soviética”, por su importancia turística.
Se sitúa en el extremo Noroeste de Georgia, con fronteras con Rusia y El Mar Negro.
Destacan los robledales, hayedos y abetos, de hasta 70 metros de altura.
En la década de 1980, aumenta la voluntad de Georgia de independizarse de la Unión Soviética.
Abjasia, una de las repúblicas que formaba parte de Georgia, teme la “georgización” y envían 30.000 firmas a Moscú, solicitando la creación de La República Soviética de Abjasia, al mismo nivel que la de Georgia.
Y en el verano de 1989, el gobierno de Georgia, intentó instalar una sede de La Universidad en la capital de Abjasia; y así se iniciaron una serie de conflictos de base étnica, que acabaron con la intervención del Ejército Rojo, para restablecer el orden.
El verano siguiente, de 1990, ante la inminente disgregación de La Unión Soviética, los abjasios intentan llevar nuevamente al Soviet Supremo, la propuesta de creación de La República Abjasia, dentro de La URSS; pero los representantes georgianos, impidieron la entrada a los abjasios.
En abril de 1991, unos meses antes de la disolución de La Unión Soviética, Georgia se declara independiente.
Y en navidad de ese año, mientras los presidentes de Rusia, Ucrania, y Bielorrusia, presentan a Gorbachov la disolución de La URSS; en Georgia tiene lugar un golpe de estado.
Eduard Shevardnadze, antiguo Ministro de Exteriores de La URSS, asume el poder, rodeado de políticos nacionalistas georgianos.
En febrero de 1992, en Georgia, se reinstaura La Constitución de 1921, anulando la autonomía de Abjasia.
Como respuesta, Abjasia se declara independiente de Georgia, en julio del mismo año.
Por lo que Georgia envía 3.000 soldados, para restablecer el orden, con la consiguiente caída de los independentistas abjasios.
Los abjasios huidos, montan una Confederación de Pueblos Montañeses del Cáucaso (CPMC), constituida por diferentes etnias pro rusas:
Chechenos, osetios, cosacos, etc.
La CPMC, ataca la ciudad de Gagra, en agosto del 92, ejecutando a la mayor parte de la población georgiana; mientras Rusia se declara neutral, pero hay evidencias de bombardeos de tropas georgianas por parte de la aviación rusa.
La participación rusa se evidenció, al encontrar militares rusos entre los abjasios capturados.
La CPMC, intenta capturar la capital de Abjasia, Sujumi, pero son repelidos; y en ese momento, empieza la limpieza étnica de la población georgiana…
En septiembre del 93, los abjasios conquistan Sujumi, y expulsan a la mayoría de los georgianos de Abjasia.
No fue hasta diciembre de ese año, que se firma la paz entre Georgia y Abjasia.
Pese al acuerdo de paz, poco después, unos 1.500 georgianos fueron exterminados.
En septiembre del 94, los líderes abjasios ordenaron la expulsión, por televisión, de todos los georgianos residentes en el país; en noviembre del 93 se declaró la nueva Constitución de Abjasia, y su independencia fue reconocida solamente por Rusia, Nicaragua, y Venezuela.
Se estima que más de 6.000 personas perecieron como parte de estos métodos de “limpieza étnica”; y se estima que más de 10.000 personas murieron durante el conflicto, y que entre 250.000 y 300.000 personas, debieron huir del país.
¿Qué sucede, cuando conoces personalmente al soldado a quien quieres matar?
“Varsti tekib vihma”
(Pronto habrá lluvia)
Mandariinid es un drama del año 2013, escrito y dirigido por Zaza Urushadze.
Protagonizado por Lembit Ulfsak, Giorgi Nakashidze, Misha Meskhi, Elmo Nüganen, Raivo Trass, entre otros.
De coproducción entre Georgia y Estonia; Estonia escogió Mandariinid, que significa “Mandarinas” para participar en Los Premios Oscar en la categoría de Mejor Película Extranjera, y logró ser una de las 5 nominadas finales, pero no ganó.
Mandariinid lleva un mensaje pacifista, y examina las realidades del tiempo de guerra, en relación con el significado de la forma de ser humano.
Desde la producción, Estonia y Georgia mantienen un idilio desde que ambas recuperaron la independencia de La Unión Soviética.
Tanto política como económicamente, los 2 países se han buscado mutuamente en varias ocasiones.
Culturalmente, los estonios parecen sentir fascinación por el lirismo y la expresividad sureña georgiana; mientras que los georgianos, se muestran intrigados por esos amables, pero hoscos rubios que les visitan, y ayudan con regularidad.
El pasado compartido, contribuye a un entendimiento a veces mejor del que tienen con países más cercanos culturalmente, como los son para Estonia, los nórdicos.
Esta fascinación, terminaría plasmándose tarde o temprano, en proyectos conjuntos.
La coproducción estonio-georgiana de Mandariinid, es un ejemplo hermoso de las posibilidades que estas 2 culturas tan distantes, pueden llevar a cabo juntas.
La historia es sencilla, basada en unas situaciones muy definidas, y en unos diálogos bien planteados, bajo un guión austero, pero sumamente eficaz, obra del propio director Urushadze.
Cabe preguntarse:
¿Cómo se gesta una coproducción entre Estonia y Georgia?
Sería digno de saber, por qué emigraron miles de estonios a Georgia, a lo largo del siglo XIX, también da curiosidad, pero lo que empieza a ser una constante, tras la desintegración de La URSS, en una pléyade de mayores o menores repúblicas independientes, es la voracidad del “oso ruso”, la innegable vocación imperial del gigante euroasiático, dispuesto a dividir en provecho propio, y a conseguir anexiones o alianzas duraderas, para ampliar su potencial geopolítico.
Uno de esos conflictos, desmembró Georgia, como ahora Ucrania, en una guerra con 2 repúblicas, hasta entonces nunca oídas:
Abjasia y Osetia, sospechosamente armadas de la noche a la mañana, y en ese panorama histórico, se desarrolla esta breve película, en medio de un campo de mandarinas.
La historia bordea constantemente, la estrecha línea que separa la confianza en el ser humano, de la desesperación por su irracionalidad, no decantándose por ninguna de ellas.
Mandariinid fue filmada en Guria, Georgia, y narra la historia de Ivo (Lembit Ulfsak), que con ayuda del recolector de mandarinas, Margus (Elmo Nüganen), y el médico, Juhan (Raivo Trass), salva la vida al checheno Ahmed (Giorgi Nakashidze), y al georgiano Niko (Misha Meskhi), en un poblado estonio de Abjasia, en el marco de La Guerra de 1992.
Ivo, el viejo estonio, representa en Mandariinid, al hombre bueno, aquel que intenta aportar la humanidad y el entendimiento, por encima de las diferencias reales o ficticias, que nos hacen creer que existen los líderes, militares, o religiosos, por el hecho de haber nacido en uno u otro lugar, en una u otra etnia, o bajo una u otra superstición religiosa.
En definitiva, Mandariinid es una película de guerra, sin mostrarla:
La trama y los personajes, existen e interactúan dentro, y gracias al contexto bélico que los rodea, pero también es mucho más que esto; es una película antiguerra.
Con extremada sencillez, y sin ningún asomo de artificio, el mensaje queda más que claro:
La guerra es un sinsentido, tanto que no vale la pena mostrarla.
Y es que Mandariinid es extremadamente entretenida, la historia es atrapante y conmovedora, y justamente trata de trascender nacionalidades y fidelidades geográficas, pues nos habla a nuestro lado más humano, haciendo la comunicación más fluida, porque además de tener momentos conmovedores, también hay mucho humor, bastante tensión, y por sobre todas las cosas, un montón de empatía.
Con apenas una hora y media de duración, el tiempo vuela, pero la historia permanece.
“Nad peagi siin”
(Ellos estarán aquí pronto)
La mayoría de producciones centroeuropeas, se enfrentan a notables problemas de presupuesto, a la hora de recrear escenas de guerra que resulten fieles a los hechos reales que retratan.
Todo ello, más allá de limitar el radio de acción de muchos cineastas, abre nuevos frentes creativos; y Mandariinid es un buen ejemplo de las transformaciones que puede sufrir el género, ya sea por imperativos externos a los responsables de la película, los económicos; o bien por las convicciones ideológicas, cinematográficas, etc., de su equipo; y de cómo puede trasladarse a la gran pantalla, la virulencia de una guerra con poquísimos, pero muy potentes referentes de la contienda, llevando la lucha armada al terreno de la metáfora, al relato íntimo, a espacios más simbólicos, de lecturas y contextos más amplios y atemporales.
Pocos medios técnicos, y pocos escenarios para la puesta en escena, que incluso tiene sabor a obra teatral, por el hecho de que buena parte de Mandariinid sucede entre las paredes de una casa.
Rodada con sencillez; la cámara se recrea en los objetos:
La carpintería, la casa que refleja el orden y austeridad de Ivo, las tazas desconchadas donde toman el té, los blancos visillos de ganchillo, las fotos ordenadas sobre la repisa del mueble, la mesa que preside la estancia, siempre con una fuente de avellanas o mandarinas; el tocadiscos de maletín, los discos, el aparador con vidrieras coloreadas, etc.
Y sobre todo, nunca olvida su realidad histórica, de forma que, aun pudiendo sentir en cada instante la tensión de una guerra vecina, las irrupciones de ésta, por ejemplo en la escena de la improvisada barbacoa, truncada por el bombardeo de la casa de Margus; sacuden al espectador con la virulencia de un misil que estalla a pocos centímetros de nuestro rostro, como un recordatorio de la crudeza de los acontecimientos, que tienen lugar más allá de los mandarineros que cobijan a los personajes.
Y no todo es paz y sosiego, en esta maravillosa “guía para una conducta humana adecuada”
El director, Zaza Urushadze, envuelve su narración con una permanente atmósfera de tensión, que mantiene todos sus elementos en permanente cohesión.
En este sentido, destaca la brillantísima construcción del guión, que marca minuciosamente los tiempos, y dosifica los picos de intensidad, para evitar la monotonía.
La convalecencia de los soldados, permite la creación de ese ambiente claustrofóbico, en el que se desarrolla el argumento, y facilita la fricción entre los personajes.
El planteamiento pausado, permite la profundización en el contexto, y marca el ritmo narrativo con el que se afrontará el resto del metraje.
Editada a la perfección, logra una atmósfera tensa y claustrofóbica, pero también rica en emociones, y trasciende cualquier artificialidad, para llegar a lo más profundo del espíritu humano, a aquella parte de nosotros, que reconoce en el otro, a una persona con identidad propia, con su historia, y aquí me gustaría decir, con sus miedos y esperanzas.
Así pues, ambientada en La Guerra de Abjasia, entre 1992 y 1993, uno de los varios conflictos bélicos que estallaron tras la caída de bloque oriental, ocasionada por conflictos devenidos de las diferencias étnicas, entre la diversa población de la región de Abjasia.
Allí, Ivo, un anciano estonio, que como otros de su etnia, ha vivido en las montes de Abjasia durante décadas, hasta que el final de La Unión Soviética ha provocado la emigración de los suyos, a su país de origen remoto, Estonia.
Él se ha quedado, es mayor, y ayuda a su vecino y amigo, Margus, con su cosecha de mandarinas.
Pero a su alrededor, estalla una guerra.
La gente de etnia abjasia, se quiere independizar de Georgia, país nacido de la desmembración de La Unión Soviética.
Y un hervidero de mercenarios de distintos orígenes, se apresta a matarse entre sí;  2 de ellos, musulmanes de origen checheno, pasan por la puerta de Ivo…
Le piden comida, y se van…
Pero en las cercanías, se encuentran con un destacamento georgiano, y entablan combate, y el resultado es que todos mueren, menos un checheno, Ahmed; y un georgiano, Niko, que resultan heridos.
La gran compasión de Ivo, lo impulsa a llevarlos a su casa, y cuidarlos hasta que vuelvan a la salud, pero convivir bajo el mismo techo, no será una tarea fácil para estos encarnizados enemigos.
Ambos, son acogidos por Ivo, que les hace prometer que se comportarán, y convivirán en paz mientras estén bajo su techo reponiéndose.
Además, está la cuestión de cosechar las mandarinas de Margus...
Los conflictos que se crean entre los 2 enemigos; la paciencia y la bondad de Ivo, y las promesas de palabra, con honor, son algunos de los puntos que nos harán vibrar en todo momento.
Y es que Mandariinid guarda un halo continuo de suspense, por averiguar cuál será la siguiente reacción de los personajes, y hasta donde estarán dispuestos a llegar, ya que ambos han prometido la muerte del otro, respetando a Ivo, y su casa.
El devenir de la historia puede ser previsible:
Del odio inicial, a la convivencia forzada; los 2 soldados van desdeñando la idea de matarse, una vez dada la palabra de que no lo harán en la casa del anfitrión, pero la guerra suele incorporar circunstancias ingobernables, ajenas a la voluntad de los protagonistas.
Es en la figura del anciano Ivo, que no deja de sentirse el peso de un dolor irrecuperable, el peso de ausencias más duras, que las de la nieta que ha huido a Estonia, un dolor de los que ancla a un territorio, aunque no sea tu verdadera patria, si es que eso existe, un dolor que te hace renunciar a la seguridad de un territorio en paz, decidiendo quedarte donde siempre has vivido, con el riesgo de que cualquiera de los 2 bandos, termine considerando que eres un traidor, y quiera eliminarte.
Ivo enseñará, de un modo casi evangélico, a modo de “Mesías”, curioso que sea carpintero, el mensaje de la paz a sus huéspedes forzados:
Ahmed, el guerrillero checheno musulmán, y Niko, el soldado georgiano cristiano.
Otro dato interesante, sobre el tema religioso en Mandariinid; que acaba cuando más complicada se hace la continuación, cuando el giro argumental necesario para demostrar lo absurda que es una guerra civil, sitúa a Ivo y su huésped checheno, en una situación de difícil futuro, pero quizás sea lo mejor, acabar cuando el laberinto puede volverse irresoluble, dejar que cada uno haga su vida en el futuro como pueda, o como le dejen, con el recuerdo de una familia lejana en cada caso.
Mandariinid, no sería nada, sin la hermosa autenticidad de sus personajes, y lo orgánico que siente el relacionamiento de uno con el otro:
A pesar de que al principio está lleno de tensiones originadas por la promesa mutua de los enemigos, de matarse una vez que se recuperaran, ambos aceptan respetar el hogar de Ivo, y no ejercer ningún acto de violencia, mientras estén en su casa.
Como es de esperar, poco a poco empiezan a dejar de ser una figura anónima enemiga, y sus humanidades empiezan a hacerse cada vez más evidentes, poniendo de manifiesto, de una forma extremadamente sencilla, lo absurdo de los conflictos bélicos.
Para que un soldado pueda cumplir con su labor, es necesario deshumanizar al enemigo, y bajo la mirada atenta y compasiva de Ivo, Ahmed y Niko, comienzan el proceso de rehumanización, y esto es algo verdaderamente hermoso de ver.
Y sin embargo, Mandariinid nunca recae en el sentimentalismo barato, al que nos expondría Hollywood.
Todo ello, aderezado por unas interpretaciones sobrias, pero excelentes; son indistinguibles a primera vista, e incluso comparten idioma, el ruso, lo cual incide en el absurdo de guerras, supuestamente étnicas.
Resulta interesante, como los personajes van variando su actitud, y su forma de relacionarse, como se van abriendo, y podemos ir entendiendo, cómo son realmente, y cómo ha afectado la guerra sus vidas.
El sentimiento que se desprende continuamente, es digno de un maestro; el cual consigue despertar la belleza interior de cada personaje, gracias a la comunicación continua con Ivo y Margus, 2 ancianos tiernos y emotivos, que en todo momento muestran bondad y belleza al espectador.
Esta relación entre espectador y actor, se ve envuelta por una maravillosa conexión entre el drama y el humor, que aparece en los momentos oportunos, para quitar hierro a los asuntos más peliagudos, como cuando se pelean entre los 2 supervivientes.
Es increíble la demostración de estos cambios de registros, tan bruscos, y a la vez tan efectivos, que consigue el director Urushadze.
Pero gran parte del éxito, recae en la maravillosa labor de Ivo, interpretado por Lembit Ulfsak, que guarda una sospechosa mezcla física entre Michael Haneke y Christopher Lee, que nos demuestra que en plena guerra, hay gente capaz de mediar, y usar el raciocinio.
Ulfsak, un viejo actor de teatro estonio; con el laconismo cortante, pero lleno de sentido del carácter tradicional fino-úgrico, encarnado en su personaje, armoniza con una suave melodía georgiana que, a modo de teatro oriental, justifica su presencia hipnótica, dando paso a cada nueva escena.
Ivo, es un hombre de pocas palabras, fuerte pero sensible, sencillo y sabio, resuelto, valiente, y noble, sin dejar de lado un sentido del humor seco pero agudo; parece entender completamente al personaje, y lo habita con soltura y naturalidad.
Y creo que es su calma empatía y humanismo, lo que enamoró, es un hombre elevado por sobre el resto, pero sin ningún dejo de arrogancia; un hombre que vivió en carne propia, las desgracias de la guerra, la pérdida, y la distancia de sus seres queridos, y aunque el guión no explora con profundidad ninguna de estas cosas, es una dimensión palpable y definitoria del personaje.
Cuando por fin descubrimos, por qué Ivo no ha querido regresar a Estonia con su familia, Mandariinid adquiere una nueva dimensión:
Para empezar, podría pensarse que es contradictorio, que un personaje que desprende humanismo y concordia durante todo el metraje, haya renunciado voluntariamente a vivir con su familia, y se haya autoimpuesto una vida en soledad...
Esta decisión, también podría considerarse un tanto absurda.
La explicación podría estar en el sentimiento de culpa, que Ivo pudo tener, por no haber sabido evitar que su hijo se alistase en una guerra sin sentido.
Esa interpretación, puede gustar a unos más que a otros, porque permite revisar el comportamiento del personaje, a lo largo del metraje, desde una nueva perspectiva.
De todos modos, ese final sirve para enriquecer aún más esta pequeña joya.
El resto del elenco, también hace un excelente trabajo de balancear los distintos matices y rangos de emociones que afectan a sus personajes, y todos son vistos con la mirada llena de compasión del director; y se dan a querer por parte del espectador.
Y la casa de Ivo, es un personaje más, un oasis de humanidad, en el que la gente se ayuda.
Fuera de la casa, está la muerte, la irracionalidad, la rabia, la sinrazón…
Porque dentro de la casa, cada persona es una persona, con sus peculiaridades, sus sueños, sus seres queridos, el retrato de la nieta de Ivo, es otro personaje más del reparto; pero fuera, todos son simplemente trozos de carne, metidos dentro de un uniforme, en un conflicto que no quieren.
Además, cuando se nos refleja una guerra absurda y obtusa, de la que apenas sabemos nada, se ilustra de forma aún más diáfana y evidente, el conjunto de sinrazones y vesanias que embotan los pensamientos y afanes de la gente, meros peleles en la vorágine de intereses políticos, que configuran el catálogo ficticio de agravios y odios irracionales, que desemboca en el exterminio, y la desolación.
Obsesionarse con recalcar las diferencias entre las personas y los pueblos, ya de por sí, un concepto arbitrario y tóxico; nos aboca a querer imponer a los demás, nuestros baremos y litigios, como si semejante imposición fuera sagrada, o estuviera bendecida por alguna instancia con superioridad moral o histórica, invalidando la diversidad y la diferencia que nos caracteriza como seres humanos.
Y con interpretaciones, que como decía, multilingües:
Se habla en estonio, se habla en georgiano, se habla en ruso como lengua franca del antiguo Imperio Soviético… cabe responder, que el ruso es la lengua común a georgianos, estonios, abjasios, y chechenos, pero también es la lengua del país al que los productores de Mandariinid consideran su enemigo…
Aun así, Mandariinid está rodada en ruso y en estonio; aunque no se entiendan estos idiomas, una parte notable de su riqueza, está en esa diversidad, que queda arruinada por cualquier doblaje, por bien que se pretenda hacer.
Por otro lado, si Ivo no tuviera esa forma de ver la vida, de seguro que ni él ni su compañero Margus, podrían haber aguantado.
Tanto es así, que él compara la guerra, como una de cítricos, “una guerra contra mis mandarinas”
Del mismo modo, destacamos ese momento en el que se deshacen del vehículo enemigo, y al tirarlo por un barranco, uno de ellos dice, que “esperaba una explosión, como en el cine”, a lo que Ivo responde:
“El cine es un engaño”
Maravilloso momento.
Asimismo, deberíamos tener en cuenta el fuera de campo:
Las mujeres y los niños, no hacen acto de presencia en un film dominado plenamente por hombres, responsables de la situación, y ensimismados en una disputa que sólo deja perdedores a su paso.
Tampoco se habla explícitamente de las diferencias entre el ser humano, dentro y fuera del grupo, pero la intención es evidente en el tratamiento de las situaciones.
A pesar de su comportamiento inicial, el checheno Ahmed y el georgiano Niko, no tienen nada que ver con sus compañeros del frente.
Una vez que recobran la identidad personal, afloran en su persona, conceptos como la tolerancia y la empatía.
Muy sugestivos los créditos finales, en que vemos a Ahmed conducir un jeep por el espeso bosque, mientras pone en el radiocasete una cinta de Niko, oímos la música de fondo, en lo que es un hermoso canto de esperanza, en el fin de los enemigos, y la reconciliación de los pueblos diferentes.
Como negativo, se le podría achacar lo que uno quiera, pero no hay duda que está delicadamente tratada, al igual que esa mezcla agria y dulce de las mandarinas, donde su mezcla nos da un equilibrio perfecto de sabor.
Una lectura puede ser que Mandariinid no es una película pacifista; es una película anti-rusa, donde Ivo, un mesías de la no-violencia, entrega las armas a unos pecadores convertidos por su bondad, para que liquiden a los traidores que venden su patria a la potencia enemiga...
La financiación europea de Mandariinid, y las elogiosas críticas de los medios de Hollywood, confirman ese análisis.
Puede ponerse en duda, el planteamiento del tiroteo, que precipita el final de la historia; y quizás se abusa un poco del mensaje humanitario.
Creo que la relación entre los 2 soldados enemigos en la casa de Ivo, daba para más escenas entre ellos, que el desarrollo de la misma debería haber sido más pausado.
Con todo, Mandariinid nos sumerge en la sensación de temor, ante la certidumbre de la llegada de una bala perdida de la guerra que se está librando.
Ante la destrucción del mundo civil anterior; una lucha equivocada de la que quisiéramos mantenernos al margen.
La intriga permanecerá en la memoria, incluso después de acabado el film, una vez producida la transformación de protagonistas y espectadores.
Mandariinid es cíclica, inicia y cierra con el uso de la madera, que sirve para producir como para enterrar…
La extraordinaria banda sonora de Niaz Diasamidze, termina de hacer el resto, creando una ambientación perfecta, en lo que será una cinta difícil de olvidar, y muy a tener en cuenta.
“See on sõda minu mandariinid”
(Es una guerra por mis mandarinas)
Mandariinid nos hace ver que la guerra es absurda y cruel.
No importa cuál sea, que es más importante la vida, y sin ella no hay nada, y que toda vida vale.
Así como vale la palabra de un hombre, que es más fuerte que cualquier contrato, cuando es un hombre correcto, y vale la pena seguir los pasos para luchar contra enemigos de la mente, y no solo eso, sino enseñar lo aprendido.
Respecto al marco histórico de Mandariinid, se sabe que en diciembre de 1993, los líderes georgianos y abjasios, firmaron un acuerdo de paz, tras la mediación de La ONU y La Federación Rusa.
El 4 de abril de 1994, fue firmada en Moscú, “La Declaración de Políticas para El Conflicto Georgiano-Abjasio”
A su vez, en junio de 1994, Las Fuerzas de Paz de La Comunidad de Estados Independientes (CEI), compuestas sólo por soldados rusos, entraron en Abjasia, y meses después, lo hizo La Misión de Observadores de Las Naciones Unidas en Georgia.
Sin embargo, las atrocidades contra la etnia georgiana, no acabaron.
Se estima que 1.500 georgianos fueron exterminados, tras el acuerdo de paz.
El 14 de septiembre de 1994, a través de una cadena de televisión, los líderes de Abjasia, ordenaron la expulsión de todos los georgianos del país, antes del día 27, aniversario de la caída de Sujumi.
El 30 de noviembre, fue firmada una nueva Constitución, reafirmando la independencia de Abjasia, la que aun así, no fue reconocida por ninguna otra nación, e incluso, fue repudiada por los Estados Unidos.
El 21 de marzo de 1995, El Alto Comisionado de Las Naciones Unidas para Los Refugiados (ACNUR), acusó a las milicias abjasias, de asesinatos y torturas de docenas de refugiados, en la zona de Gali.
Mientras tanto, y a pesar del embargo que pesaba sobre la región, Rusia apoyaba militar y económicamente al nuevo gobierno abjasio…
En 1998, nuevamente, los abjasios perpetraron una limpieza étnica en la zona de Gali, como respuesta a una rebelión georgiana.
Eduard Shevardnadze, sin embargo, rechazó enviar tropas a la zona de conflicto, y firmó un nuevo cese al fuego, el 20 de mayo.
Esta nueva escalada, terminó con cientos de muertos, y más de 20.000 nuevos refugiados georgianos.
En 2006, tropas georgianas, entraron en La Alta Abjasia, y establecieron un poder pro georgiano, con la oposición de Rusia y Abjasia; y en 2008, La Alta Abjasia fue conquistada por los abjasios.
Los combates, dejaron 10.000 muertos y 200.000 refugiados georgianos, aún hoy albergados en Georgia, en centros de alojamiento rudimentarios, sin reales esperanzas de regreso.
Del lado abjasio, también hay heridas abiertas:
Las marcas de la guerra se ven en todos lados, la infraestructura aún está destruida.
Sobre una población estimada en menos de 180.000 personas, el 10% depende de la ayuda internacional.
Y 10 años después del fin de los combates, Georgia y Abjasia, aún no lograron alcanzar un acuerdo negociado sobre el conflicto.
En definitiva, a pesar de avances políticos significativos, Georgia todavía afronta conflictos no resueltos en Abjasia y Osetia del Sur, y la amenaza de nuevos enfrentamientos permanece, tanto que han evitado la pacifica cosecha de mandarinas.

“Sa tead, mida see sõda nimetatakse?
Sõja tsitruselised”
(¿Sabes lo que se llama esta guerra?
La guerra de los cítricos)



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