Takers

“We're takers, gents.
That's what we do for a living.
We take”

Los cineastas, moldean estereotipos y clichés.
Sus imágenes, actualizan fórmulas narrativas más viejas que el propio cine.
A veces, triunfan en ese empeño…
Desde los tempranos tiempos de Don Siegel, con sus thrillers en los años 40, hasta los tecno thrillers de Michael Mann, el público siempre se ha sentido atraído por este tipo de historias, que despiertan nuestro interés por lo prohibido.
¿Quién no ha deseado ser alguna vez, uno de esos atracadores, que poseen un plan perfecto, y roban un montón de dinero con el que después viven a todo lujo?
Si echamos un vistazo a una película como “Ocean’s Eleven” (1960) veremos que todo está dicho y hecho.
¿Quién es el bonito que no desearía tener el estilo de vida de sus personajes centrales, “outsiders” al margen de la ley?
“Man, life's looking pretty good from right here”
Takers es una película de acción de 2010, dirigido por John Lussenhop.
Protagonizado por Idris Elba, Matt Dillon, Paul Walker, Hayden Christensen, Zoe Saldana, Johnathon Schaech, Jay Hernández, Marianne Jean-Baptiste, Andrew Fiscella, Chris Brown, Michael Ealy, Steve Harris, T.I., Gideon Emery, entre otros.
El guión es de Peter Allen, Gabriel Casseus, John Luessenhop, y Avery Duff.
Con el tema de la traición, Takers nos presenta el asunto narrativo de realizar un atraco; también, el asunto argumental de trabajar en equipo.
En tanto, el mensaje es que los criminales, nunca son fiables, y que los seres humanos deberían moderar su malsana ambición.
La historia maneja conceptos positivos como la solidaridad, la lealtad, y la valentía; negativos como el miedo, la traición, la impaciencia, el descuido, y la avaricia.
En el trepidante thriller policial Takers, un grupo de jóvenes criminales de alto nivel, financian su extravagante estilo de vida, con una serie de elaborados atracos a bancos, mientras un oficial de policía se impone como misión personal, atraparlos en plena acción.
Después de años de golpes planificados meticulosamente, uno de los integrantes del equipo, convence a los demás, de arriesgarlo todo en un último, y gran robo; pero salir airosos del trabajo de sus vidas, con un obstinado detective y un despiadado rival del crimen organizado pisándoles los talones, es un gran reto, incluso para estos experimentados profesionales.
La conocida banda de criminales, formada por un grupo de amigos llamados:
Gordon Thomas “G” Cozier (Idris Elba), John Rahway (Paul Walker), Delonte “Ghost” Rivers (T.I.), Jesse Attica (Chris Brown), A.J. (Hayden Christensen) y Jake Attica (Michael Ealy), mantienen en un completo desconcierto a la policía de Los Angeles, al llevar a cabo numerosos robos de bancos, de manera impecable, sin dejar el más mínimo rastro, o prueba.
Todos ellos, funcionan como un mecanismo de relojería, entrando y saliendo sin dejar ningún tipo de evidencia, y manteniéndose prácticamente inactivos, entre atraco y atraco.
Mientras el grupo celebra su último audaz robo, con un cóctel de lujo, “Ghost”, un viejo camarada de armas, recientemente liberado de prisión, les hace una propuesta irresistible.
El único miembro del equipo, que ha sido arrestado en un viejo golpe de la banda, afirma que tiene un plan que les dará dinero suficiente, para dejar para siempre sus máscaras de esquí:
El robo de un camión blindado, que lleva más de $12 millones.
Pero tienen solo 5 días para hacerlo, después de ese plazo, la oportunidad se perderá para siempre.
A pesar de que dar un golpe a continuación de otro, va en contra de las estrictas reglas de conducta del equipo, la atracción del dinero es mucha, y deciden arriesgarse en un asalto a plena luz del día, en una concurrida calle de Los Angeles.
Con solo un par de días para prepararse, el grupo pone en marcha, un complicado esquema que, sin saberlo, los coloca en el camino de un grupo de la mafia ruso.
Pero cuando están planeando un último golpe, en el cual hay mucho más dinero en juego que en los anteriores, la banda podría ver sus planes truncados, por culpa del veterano detective, Jack Welles (Matt Dillon) que está completamente empeñado en resolver el caso, y atrapar a los ladrones, a pesar de la falta de apoyo de su departamento.
Al mismo tiempo, Welles descubre un complejo entramado de evidencias, que lo conduce de un insignificante traficante de armas, a los rusos, y finalmente... al jefe del grupo, Gordon Cozier.
Sin tiempo, con viejas rivalidades, inesperadas traiciones, enemigos desconocidos, y la simple mala suerte, el plan se complica, dando por resultado, un mortal enfrentamiento que nadie esperaba.
Takers es un continuo de acción, incluso en sus momentos menos explícitos, envuelto todo el explosivo paquete, no por recurrente menos efectivo, en una banda sonora, atronadoramente moderna y constante, que prolonga un estilo visual que, sin evitar lo hortera, en ocasiones luce acerado, empastado, videocliperamente inmune a mayores pretensiones.
Y es que Takers vuela en un suspiro, entre códigos de honor de policías y ladrones, entre las tensiones inevitables de un trabajo, que no acaba al finalizar la jornada, entre la elegancia ficticia, arrogante y prepotente de la gente que se sabe gusta, aún cuando juega en el lado equivocado de la ley, el atractivo del “outsider”, ese ambiguo imán irresistible para el cine.
Salpicada la trama de cierta incorrección, sazonada con algunos elementos sorpresivos inesperados, finaliza la proyección, y nos hemos comido, sin darnos cuenta, todo el bol de palomitas.
Y eso, últimamente, tiene más mérito de lo que parece.
Nada más empezar Takers, se nos muestra el “modus operandi” del grupo en un atraco filmado con la misma rapidez con la que lo ejecutan los atracadores, que se convertirán en los protagonistas del relato.
La inclusión de un elemento externo al plan, un helicóptero, que bien podría no haber aterrizado donde lo hace, es jugar con el espectador de forma poco lícita.
Y cuando terminan el golpe, viene la escena clave, por descriptiva, en la que dejan el helicóptero, que estalla a sus espaldas, mientras el uso de la cámara lenta, enfatiza la secuencia de los “macho men”
Una sobrada, y de las gordas, sin entrar siquiera en que argumentalmente, es una estupidez.
A partir de ese memorable instante, Takers sigue el patrón más archiconocido del género, sin deparar la más mínima sorpresa en su desarrollo.
Y eso no debería importar demasiado, si al menos se hubiese realizado con un mínimo de dignidad, que “vestir” una película con caras bonitas, montaje a lo Tony Scott o Michael Bay, y fotografía que recuerda a la de los films de Michael Mann, no llega.
Que Paul Walker y Hayden Christensen sigan sin ofrecer algo nuevo, no sorprende a nadie:
El primero es un buen cuerpo, y el segundo, que tuvo el honor de ablandar en demasía, al personaje que más tarde se convertiría en “Darth Vader”, es aún peor actor que el primero, aunque demuestre más olfato a la hora de elegir proyectos.
Que ambos hayan coincidido aquí, parece una broma cruel.
Por no hablar de que el personaje de Christensen, sea en sus ratos libres, un pianista de jazz, elección muy respetable, pero nada creíble.
El guión tiene bastantes lagunas, quizá por aquello, de centrarse en la velocidad y el entretenimiento.
Una de ellas, es que no llega a profundizar en los personajes:
Solo Matt Dillon, es un policía con bastantes problemas, los cuales se mencionan muy de pasada.
Y eso hace de Takers, una de tantas películas de atracos o “heist movies”, como dicen los angloparlantes, producidas con el ánimo de perpetuar la clásica historia de ese gran golpe, que ha de cambiar la vida de sus ejecutantes.
Sin embargo, aquí falla casi todo, y lo hace por exceso.
Propongo al espectador de Takers, que haga recuento de todos los lugares comunes, archisabidos, y reiterados hasta la saciedad, que se nos vuelven a mostrar, sin un mínimo asomo de pasión, ironía, u originalidad.
Desde los enredos familiares, hasta los policías problemáticos, desde el plan que se acelera inesperadamente, hasta el alto estándar de vida de los atracadores, y sin que falte, el tópico triángulo amoroso.
Lo malo de Takers son los diálogos, tópicos y risibles.
Es una película más preocupada por el estilo, el relacionado con los vehículos, la arquitectura, y el vestuario, que por el contenido; y claro está, una secuencia obligatoria para Chris Brown, por ser el productor de Takers…
La escena de Dillon con su hija, que la quiere agradar pasando la tarde con ella, y llevarla al museo, y a un sitio a comer, es gratuita, quiere hacernos sentir, que Dillon también es humano, pero está absorto en el caso del atraco, y pasa de su hija, para seguir un posible atracador, que le lleva a otro de los policías, que está metido en la banda de los atracadores, y la historia familiar se pierde...
Luego existe también, una fidelidad insuperable entre algunos miembros, que roza lo homo erótico, al igual que ciertas escenas pensadas para agradar al público femenino.
Para terminar de empeorar las cosas, John Luessenhop somete a la cámara, a una auténtica crisis nerviosa.
Como saben, últimamente ha prosperado un estilo de rodaje favorecido por la MTV, y el reporterismo de guerra, en el que las imágenes se agitan confusamente, y de forma entrecortada y espasmódica, con el fin de que asome una sensación de ritmo y frenesí.
Entiendo que habrá quien defienda este modo tan ansioso y caótico de filmar la acción, supuestamente naturalista, pero yo no le encuentro otra cohesión que, el simple meneo sin fundamento, ajeno a las reglas más esenciales de la narración cinematográfica.
Lo rescatable sería el asalto al furgón blindado, y algo curioso de comprobar que, el sistema legal, permanece corrompido desde adentro.
“You look like shit, man”
Takers es una de esas películas, que entran de lleno en la categoría de “entretenidas” sin más.
Ni es particularmente buena ni mala; no cabe esperar de ella grandes cosas, ni en su favor ni en su contra; tampoco servirá de referente para prácticamente nada digno de mención, de la misma manera que no aportará nada, por lo que merezca la pena ser recordada más allá de su correcto, y fácil visionado, eficacia que bien mirada puede ser vista, hasta como un punto a su favor, un “allá usted” que no debiera molestar a nadie con conocimiento de causa.
La razón para verla:
Paul Walker, claro está, pésimo actor pero que se superó en “Hours” (2013) hasta que la muerte lo detuvo.
Y no se puede negar, que Takers cumple con su objetivo, entretener, algo que logra con la suficiente dignidad, como para merecer cuanto menos, un respeto.
Además, cabe añadir su intento por ser algo distinto a lo de siempre, por tratar de dar algo de fondo a su apariencia comercial, algo que si bien, ni acaba de rematar, ni de concretar, por lo menos si permite apuntarse la voluntad a su favor, de paso que cierta benevolencia por parte del espectador.
Y porque como a cualquier película, hay que catalogarla como lo que es, y en función de sus intenciones, se puede decir que Takers aprueba como esa opción más que aceptable, para ocasiones de menor exigencia.

“We good, brother?”



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