Mefistofele

“Dall'eterna armonia dell'Universo nel glauco spazio immerso emana un verso di supremo amor.
E s'erge a Te per l'aure azzurre e cave in un suon soave”

“Mefistofele”, también llamado “Mefisto” y otras variantes; es un demonio del folclore alemán; y es comúnmente considerado como un subordinado de Satanás, encargado de capturar almas, o bien como un personaje tipo de Satanás mismo; que el nombre es una invención puramente moderna de orígenes inciertos, hace que sea un elegante símbolo del Diablo moderno, con sus muchas formas novedosas y diversas.
Extendido por El Romanticismo, y universalizado por el Faust, simboliza el proceso de pérdida de fe y concreción a lo práctico según un sistema moral propio de las sociedades avanzadas, como consecuencia de La Revolución Científica e Industrial; mientras Faust es el protagonista de una leyenda clásica alemana, un erudito de gran éxito, pero también insatisfecho con su vida, por lo que hace un trato con el diablo, intercambiando su alma por el conocimiento ilimitado y los placeres mundanos.
La historia de Faust, es la base de muchas obras literarias, artísticas, cinematográficas, y musicales.
Pero Mefistofele es presentado muchas veces como una figura tragicómica, atrapado entre su victoria al lograr que las grandes masas dejen de considerar a Dios en el centro de todas las cosas, y su derrota al perder relevancia él también por el mismo motivo.
En el aspecto gráfico, Mefistofele ha sido mostrado como la representación más refinada del mal, siendo caracterizado con ropas fastuosas, propias de la nobleza y con una mente fría, racional, y con un alto nivel de lógica, misma que utilizaría para atrapar mentalmente a las personas, y hacer que siguiesen sus designios.
Aunque Mefistofele se le aparece a Faust como un demonio, un trabajador de Lucifer, los críticos dicen que no busca a los hombres para corromper, sino que llega para servir, y finalmente recoger las almas de aquellos que ya están condenados; tampoco los “mefítopos” se le aparecen a Faust como un demonio que camina arriba y abajo en la tierra para tentar y corromper a cualquier hombre que se encuentre.
Mefistofele aparece porque siente en la invocación mágica de Faust, que Faust ya está corrupto, que de hecho ya está “en peligro de ser condenado”; mientras Mefistofele ya está atrapado en su propio infierno, sirviendo al Demonio; y advierte a Faust de la elección que está haciendo al “vender su alma” al diablo:
“Como agente de Lucifer, aparece, y al principio aconseja a Faust no renunciar a la promesa del cielo de perseguir sus objetivos”
Por ello, Mefistofele es un personaje clave en todas las versiones de Faust, siendo de la más popular, la del escritor alemán Johann Wolfgang von Goethe.
Sin embargo, ya en la obra de Christopher Marlowe, anterior al “Faust” de Goethe e inspiración de este; aparece este personaje.
Aquí conviene no olvidar, que la célebre materialización teatral de Marlowe, tiene como referente directo el “Faustbuch” publicado en Frankfurt en 1587.
En “The Tragical History Of The Life and Death Of Doctor Faustus” (1592), Mefistofele se le aparece al Dr. Faust, un viejo científico, cansado de la vida y frustrado por no llegar a poseer los conocimientos tan amplios que desearía tener, que decide entregarle a este diablo su alma, a cambio de alcanzar la cumbre de la sabiduría, ser rejuvenecido, y obtener el amor de una bella doncella.
Sobre el tema se compuso “Mefistofele”, una ópera en IV actos, con prólogo y epílogo; con música y libreto del compositor italiano Arrigo Boito, con la que pretendió introducir en Italia el estilo wagneriano; pero a Boito se le conoce fundamentalmente por ser el libretista de algunas óperas de Verdi, como:
“Simon Boccanegra” (1881), “Otello” (1883) y “Falstaff” (1893), de Amilcare Ponchielli, “La Gioconda” (1876) y otros muchos.
No en vano, estamos hablando de que el mejor libretista en italiano del siglo XIX, trabaja para él mismo, un músico quizás no tan grande, pero sí lo suficientemente concienzudo, tenaz, cabezota, y en muchos momentos, inspiradísimo como para “rellenar” de buena música una historia que en origen es en sí misma una cumbre literaria, y que en sus manos se convierte en teatro cantado puro.
Como compositor, únicamente es autor de 2 obras:
“Mefistofele” y “Nerone” que dejó inconclusa.
Y es junto con Emilio Praga, y su propio hermano Camillo Boito, uno de los representantes más destacados del movimiento artístico llamado “Scapigliatura” o “Libertinaje” que se desarrolló tras la proclamación del Reino de Italia en 1861, sobre todo en el norte, y en particular en Milán, capital del mundo editorial y del periodismo.
Los “scapigliati” adoptaron posiciones bastante críticas frente a la literatura y la cultura italianas de su tiempo, admirando sobre todo a autores extranjeros como:
Baudelaire, Gautier, Heine, Hoffmann, Jean Paul y Poe; y una predilección que determinó un positivo efecto de apertura y rejuvenecimiento de la cultura literaria italiana.
En ellos se forma así una suerte de conciencia dualística, una poesía de Arrigo Boito se titula justamente “Dualismo”, que subraya el fortísimo contraste entre el “ideal” que se querría alcanzar y la “verdad”, la cruda realidad, descrita en modo objetivo y anatómico.
También formaron parte de esta corriente, los compositores operísticos:
Alfredo Catalani, Amilcare Ponchielli, y Giacomo Puccini dio sus primeros pasos dentro del mundo de este movimiento.
Por su parte, Boito empezó a considerar una ópera sobre el tema “faustiano” después de terminar los estudios en El Conservatorio de Milán en 1861; y Mefistofele es una de las muchas obras de música clásica que se basa en la leyenda de “Faust”, y como muchos otros compositores, Boito usó la versión de Goethe como su punto de partida.
Boito era un gran admirador de Richard Wagner, y como él, escribió su propio libreto, algo insólito en la ópera italiana de la época.
La obra anterior más popular basada en la leyenda, fue la ópera de Gounod, “Faust”, que Boito consideraba como un tratamiento superficial y frívolo de un tema profundo; más aún, Boito despreciaba lo que él veía como bajos estándares operísticos en la Italia de su época, y decidió hacer su propia obra que se distinguiese, tanto musical como intelectualmente, de cualquier cosa que habían oído antes; y esperaba que sería un toque de atención y una inspiración para otros jóvenes compositores italianos.
Mefistofele fue estrenada el 5 de marzo de 1868, en El Teatro alla Scala de Milán, bajo la batuta del propio compositor, a pesar de su falta de experiencia y habilidad como director.
Conforme la tarde fue progresando, la hostilidad del público, poco familiarizado con el estilo musical de vanguardia de Boito, y no impresionados por muchas de las escenas, principalmente la escena en La Corte del Emperador; se incrementó constantemente.
Más aún la obra era demasiado larga, y el elenco inadecuado para las complejidades de la música.
Cuando finalmente cayó el telón después de media noche quedó claro que el estreno había sido un fracaso.
Verdi comentó:
“Él aspira a la originalidad, pero lo único que logra es ser extraño”
Después de sólo 2 interpretaciones, la 2ª fue dividida en 2 noches; la ópera fue retirada.
Boito, inmediatamente se puso a trabajar revisando la ópera, reduciendo grandemente su longitud y haciendo muchas escenas en menor escala.
Por ejemplo:
Quitó todo el Acto IV original, y reescribió el Acto V como un Epílogo, añadiendo el dúo “Lontano, lontano” en el proceso; y el personaje de Faust, fue cambiado de barítono a tenor.
La versión revisada, se estrenó en El Teatro Comunal de Bolonia, el 4 de octubre de 1875, esta vez cantada por un reparto que se considera más apropiado, y fue un éxito inmediato; al tiempo decir que el papel más famoso del tenor Beniamino Gigli, fue justamente el de Faust de esta Mefistofele.
Este cambio en recepción, se cree que en parte se debió a las revisiones de Boito, haciendo la ópera más tradicional en estilo, y también al público italiano, que estaba más familiarizado con, y más deseoso de aceptar, desarrollos en la ópera relacionada con Wagner.
Boito necesitó, finalmente, IV actos, un Prólogo y un Epílogo para organizar los materiales que había escogido de las 2 partes del “Faust” de Goethe; y el resultado final es una obra plagada de ricas sugerencias teatrales y guiños escénicos que imprimen al texto una soberbia modernidad; en la que pide a gritos una puesta en escena imaginativa, y una utilización de los elementos teatrales como pocas óperas de su tiempo.
Sobre los personajes:
Mefistofele es un demonio, y ha apostado con Dios, que conseguirá condenar a Faust.
Vocalmente es un bajo de envergadura, potencia, agilidad y amplia tesitura.
Faust es sabio, intelectual y científico; ateo militante de la razón, “el entendimiento”, como proclama en su dúo con Margherita del II acto, que estudia Los Evangelios; pero firma un pacto con Mefistofele para recuperar la fuerza de la juventud.
Vocalmente es un tenor “spinto”
Margherita es una joven sencilla, seducida por Faust, que la lleva a la ruina; pero al final obtendrá la redención; y debe ser una soprano lírica.
Marta es una vecina de Margherita; y debe ser contralto.
Wagner es un discípulo de Faust; y debe ser tenor.
Elena, como Helena de Troya, es un papel corto, pero de envergadura; debe ser soprano.
Este personaje tan importante, algunas veces lo canta, en escena o en disco, la misma soprano que se encarga del rol de Margherita.
Pantalis y Nereo son personajes secundarios; junto al coro y coro infantil; cumplen un importantísimo papel, casi protagonista.
En El Prólogo, un coro celestial alaba a Dios, El Creador.
Mefistofele declara desdeñosamente, que puede ganar el alma de Faust; y su desafío es aceptado por Las Fuerzas del Bien.
Acto 1
Escena 1, en Domingo de Pascua:
El anciano Dr. Faust y su alumno Wagner, están mirando las celebraciones de Pascua en la plaza principal de Frankfurt.
Faust siente que están siendo seguidos por un misterioso fraile… del que siente algo malvado; pero Wagner desecha los sentimientos de inquietud de su maestro, y cuando cae la noche, regresan al hogar de Faust.
Escena 2, El Pacto:
Faust está en su estudio, en profunda contemplación; pero sus pensamientos están perturbados de manera dramática por la aparición repentina del siniestro fraile, a quien ahora reconoce como una manifestación del Diablo:
Mefistofele.
Lejos de estar aterrorizado, Faust está intrigado, y entra en una discusión con Mefistofele que culmina en un acuerdo por el cual entregará su alma al Diablo en su muerte, a cambio de dicha mundana por el resto de su vida.
Acto 2
Escena 1, El Jardín:
Restaurado a su juventud, Faust ha encaprichado a Margherita, una chica de pueblo poco sofisticada.
Ella no puede resistir sus encantos seductores, y acepta drogar a su madre con un soplo de sueño, y encontrarse con él para pasar una noche de pasión...
Mientras tanto, Mefistofele se divierte con Martha, otra de las chicas de la aldea.
Escena 2, La Noche de Aquelarre:
Mefistofele ha llevado a Faust a presenciar un sábado de brujas en Las Montañas del Hartz, para La Noche de Walpurgis, El Sabbat.
El diablo monta su trono, y proclama su desprecio por el mundo y todos sus habitantes sin valor.
Cuando la orgía alcanza su clímax, Faust ve una visión de Margherita, aparentemente encadenada, y con el corte de garganta.
Mefistofele le asegura, que la visión era una falsa ilusión...
Acto 3
La visión de Faust había sido verdad:
Margherita yace en una celda lúgubre, su mente en un estado de confusión y desesperación; pues fue encarcelada por envenenar a su madre con el soplo de dormir provisto por Faust; y por ahogar al bebé que ella le había traído.
Faust le ruega a Mefistofele que los ayude a escapar juntos.
Entran a la celda, y al principio, Margherita no reconoce a sus rescatadores.
Su alegría por reunirse con Faust, se convierte en horror cuando ve a Mefistofele y reconoce que él es El Diablo.
Negándose a sucumbir a mayor maldad, Margherita ruega por el perdón divino; y se derrumba en el piso de la celda, mientras El Coro Celestial proclama su redención.
Acto 4
Mefistofele ahora ha transportado a Faust atrás en el tiempo, a La Antigua Grecia…
Helena de Troya y sus seguidores, disfrutan de un entorno lujoso y exótico a orillas de un magnífico río.
Faust, vestido más espléndidamente que nunca, es capaz de ganar el corazón de la bella Princesa; y en un derramamiento apasionado, declaran su amor y devoción eternos, el uno al otro.
Epílogo:
De vuelta en su estudio, Faust, una vez más un anciano, reflexiona que ni en el mundo de la realidad ni en el de la ilusión, pudo encontrar la experiencia perfecta que ansiaba.
Siente que el final de su vida está cerca, pero desesperado por su victoria final, Mefistofele lo insta a emprender aventuras más exóticas…
Por un momento, Faust duda, pero de repente, agarrando su Biblia, clama por el perdón de Dios.
Mefistofele ha sido frustrado y desaparece en el suelo cuando Faust muere; y El Coro Celestial canta una vez más la redención final.
A principios del siglo XX, las reposiciones de esta ópera se relacionaron particularmente con el famoso bajo ruso, Fiodor Chaliapin; posteriormente, como Mefistofele, el bajo estadounidense Samuel Ramey, hizo de este un rol destacado, apareciendo en muchas producciones en los 80 y principios de los 90, incluyendo una histórica junto La Ópera de San Francisco.
Y es que de las obras de Boito, Mefistofele es el único trabajo que se realiza con regularidad; tanto que Enrico Caruso incluyó sus 2 arias de tenor en su primera sesión de grabación; mientras El Prólogo de la ópera, ambientado en El Cielo, es un fragmento favorito para conciertos.
“E non mi dà più il cuor, tant' è fiaccato, di tentarlo al mal”
Mefistofele es un musical del año 1989, dirigido por Brian Large.
Protagonizado por Samuel Ramey, Gabriela Beňačková, Dennis O’Neill, Judith Christin, Emily Manhart, Daniel Harper, Douglas Wunsch, entre otros.
El guión es de Arrigo Boito, sobre el conflicto clásico de Goethe, del bien contra el mal; por lo que abarca todo el poema de Goethe, el I y el II Faust; de esta manera, y a diferencia de otros libretistas que han tratado el mismo asunto, el cuadro queda completo, y la acción dramática recibe su entero desarrollo.
Difícilmente, a nuestro juicio, puede hacerse una traducción más perfecta al teatro lírico, del monumento inmortal del poeta alemán; y en Boito se revela un literato distinguido, pues posee todos los secretos de la escena y la lectura de su drama, que encanta por la fluidez, la pureza y la gracia exquisita de su verso.
Como obra musical, Mefistofele es sencillamente un “capo-lavoro”, y esta producción es llamada histórica por su suntuosa puesta en escena, junto al Coro y Orquesta de La Ópera de San Francisco; con Maurizio Arena como director; Robert Carsen como director de escena; siendo grabado en vivo en La Ópera de San Francisco en 1989.
La acción se desarrolla en Frankfurt del Meno, Alemania, a mediados del siglo XVI; en La Grecia clásica y en El Cielo.
Una apuesta de Dios con El Diablo; la lucha eterna entre el genio del bien y el mal, ése es el tema.
Mefistofele (Samuel Ramey), el tentador y encarnación del Diablo, brinda a Faust (Dennis O'Neill) todo lo que la mente humana concibe y anhela, en su sed de placeres y de dicha, todo lo real y lo ideal...
Margherita (Gabriela Beňačková), la cándida niña que abre apenas los ojos a la vida, entrega a Faust su tesoro de amor, de belleza y de inocencia, para recoger en pago, lágrimas y dolor.
Elena, La Reina cortesana (Gabriela Beňačková), es la belleza típica, ataviada de todos los encantos que forja una imaginación ansiosa, remontándose con ala fantástica en la noche de los tiempos.
Pero aquí lo real es dolor, y lo ideal es un sueño; se sufre antes, se sufre después, y se sufre siempre con hastío y remordimiento, he ahí el triste pago de Faust, llegado al término de su vida artificial.
El arrepentimiento se apodera de él; retrocede espantado de su obra y su alma se desprende de la tierra, purificándose finalmente en la redención.
En lo esencial, la primera parte de Mefistofele, se corresponde bastante a la trama que Charles Gounod había tratado en su ópera “Faust”; sin embargo, Boito quiso ir más allá, y se fue a la fuente, se fue a Goethe.
De esa manera, la ópera no se centra en el personaje de Faust, ni en el de Margherita.
El foco se pone en Mefistofele; y este se ha convertido con el paso del tiempo, en un rol ambicionado por los grandes bajos de la historia de la ópera.
Se trata de una obra maestra, tal vez por sacarle algún defecto, podríamos decir que es excesivamente larga, difícil de montar, y aún más difícil de cantar.
Una ópera desigual, pero siempre fascinante, con arias y coros importantes; que en los últimos años ha regresado a escena como tentador vehículo para arriesgados directores escénicos, y por sus valores musicales que son muchos.
“L'altra notte in fondo al mare il mio bimbo hanno gittato, or per farmi delirare dicon ch'io l'abbia affogato.
L'aura è fredda, il carcer fosco, e la mesta anima mia come il passero del bosco vola, vola, vola via.
Ah!
Pietà di me!...”
Esta producción de Mefistofele, es una coproducción con el Grand Théâtre de Genève, y es copropiedad del San Francisco Opera y la Lyric Opera de Chicago, con la escenografía construida por el Grand Théâtre de Genève y el San Francisco Opera Scenic Studios; con los vestuarios del Grand Théâtre de Genève y el San Francisco Opera Costume Shop.
Las presentaciones de los días 19, 22 y 24 de septiembre de 1989, fueron grabadas para una transmisión por televisión, con iluminación aumentada.
Y aquí, el tratamiento de Arrigo Boito de La Leyenda de Faust es imaginativo, pero también fiel a la concepción original de Goethe, y la partitura es memorable por sus ricos sonidos orquestales, bellamente salpicados de pasajes líricos e interludios corales.
La suntuosa y posmoderna producción de Mefistofele de Robert Carsen, es una realización gloriosamente decadente y teatralmente sorprendente, y la actuación de La Ópera de San Francisco, fue aclamada por unanimidad, tanto en París como en San Francisco; al tiempo que Michael Levine, el diseñador, junto con Carsen, son profesionales canadienses con larga experiencia.
Por su parte, la orquestal, Maurizio Arena realiza una presentación que hace que uno se pregunte:
¿Qué podría haber compuesto Boito, si no hubiera renunciado y hubiera continuado escribiendo óperas propias?
Todo el asunto respira una sensibilidad hacia la música y las intenciones de Boito, que es raro en el escenario operístico con cualquier estilo de producción; y es una visita obligada para todo melómano que se respete.
La acción se desarrolla en Alemania, a mediados del siglo XVI; en La Grecia clásica y en El Cielo.
El Prólogo tiene lugar en El Cielo, donde vemos un paraje nebuloso en medio del espacio.
Los querubines, las falanges celestiales y las almas santas, cantan loores al Señor.
Pero aparece Mefistofele, “el espíritu del Mal”; y reta a Dios a que puede hacer caer a uno de sus más fervientes siervos, que añora el saber por encima de todo.
Se refiere a Faust, nombrado por los coros celestiales; y la apuesta es aceptada.
La sublime melodía “Ave signor delli angeli”, destaca majestuosamente del fondo de un conjunto instrumental complicadísimo, y de efectos enteramente raros y originales, y hace de la nebulosa, un cuadro musical estupendo, cuya sola concepción bastaría para elevar a su autor al rango de los “Sommi”, de hecho, poner la cámara en los ángeles del teatro, fue una elección muy buena.
Acto I
Cuadro I, El Domingo de Resurrección, en la puerta de la ciudad de Frankfurt del Meno:
Suenan campanas festivas y el pueblo se divierte.
Entre todo el alboroto, pasea un fraile encapuchado, que es vituperado y señalado.
Entre tanto llegan el anciano Faust y su ayudante Wagner (Daniel Harper) paseando, de lo cual se enorgullece Wagner, por ir haciendo tal cosa al lado de tan sabia y digna persona como su amigo el doctor, el cual describe en una maravillosa y fina aria, en contraste con los escandalosos sones anteriores, la huida del invierno ante la llegada de la primavera.
Transcurren danzas frenéticas del populacho, de clara esencia melódica, lo que hace que Wagner quiera apartarse al fondo con su compañero.
Cuando se quedan solos, Faust se queda mirando absorto las tinieblas del atardecer, cuando se dan cuenta del fraile…
Faust advierte que le arden los pies, y que sus huellas dejan un cerco de fuego, que El Infierno lo acecha, a lo que Wagner, temeroso, intenta disuadir con palabras tranquilizadoras.
Se van, y el coro prosigue con sus juegos y danzas...
Musicalmente cabe señalar los frenéticos ritmos de los bailes populares, y el aria de Faust; así como escenas pasadas de tono, con algunos desnudos y vestuarios muy excéntricos como hermosos y coloridos.
Cuadro II, El Pacto:
En el laboratorio de Faust hay un evangelio abierto.
El fraile lo ha seguido al volver a casa, y se esconde en la oscuridad…
Faust canta el placer de volver al hogar, cuando el fraile se presenta:
Faust, aterrado, lo interpela, y Mefistofele se revela en forma de Caballero.
Faust ríe la broma, y le pregunta su propósito, así como quién es...
Mefistofele se lo explica en el aria “Son lo spirito che nega”:
Es el espíritu que siempre niega, que desea la destrucción, ¡¡y que siempre silba, silba, silba!!
De hecho el aria va acompañada y finalizada con fuertes silbidos; y le ofrece ser su siervo a cambio de que él lo sea “allí abajo”, ofreciéndole todo lo que pueda desear:
Amor y saber.
Faust acepta el trato, que se verá sellado si llega a conocer todo sobre sí mismo y sobre el mundo, llegando el instante extático en el que le diga a un momento:
“¡Detente, eres bello!”
El dúo continúa con naturalidad, y estalla en la alegría de entrambos por la felicidad del acuerdo, con un ritmo vital y fresco.
El acto termina cuando Faust pregunta que, dónde están los sirvientes, los pajes, los carruajes, la algarabía de la riqueza y el placer prometidos... y Mefistofele le dice que solo basta con abrir su mantón, y volar por los aires…
En la infinita variedad de sonidos de este acto, esencialmente descriptivo, con masas instrumentales y vocales que se cruzan, se chocan, se amalgaman y confunden para perderse después, gradualmente, en los lejanos ecos del vals popular, y ceder el paso al misterioso recogimiento del gabinete de Faust, Boito ha logrado su objeto de la manera más completa:
Producir en el ánimo del espectador, la impresión que acompaña y deja siempre tras de sí, una fiesta popular donde la muchedumbre se agita, se interpela, se empuja y se codea; para caer en lo íntimo, en el deseo y en lo oscuro…
Acto II
Cuadro I, en el jardín:
Faust, rejuvenecido, acude al jardín de Margherita, una joven campesina del pueblo; y la corteja bajo el nombre de “Enrico”
Cantan sus amores y deseos, recordando sus momentos, como la primera vez que se vieron en la calle; mientras tanto, Mefistofele atrae a Marta (Judith Christin), vieja lasciva, diciéndole irónica y fuertemente, que nunca ha conocido el amor…
Es un cuarteto a partes, entre soprano-tenor, bajo-mezzosoprano, de ligera estructura musical.
Faust le pide a Margherita, un momento para poder hacer el amor con ella, y ella le dice que es casi imposible:
Duerme con su madre, que tiene un sueño leve... pero “Enrico” le da una ampolla con un somnífero para que se lo dé, y puedan acariciarse sin problemas.
Cuadro II, La Noche del Aquelarre:
Mefistofele lleva a Faust a Las Montañas del Hartz, para La Noche de Walpurgis, El Sabbat; y le dice a Faust que acelere el paso, y una vez que coronan una elevación rocosa, comienzan a llegar brujos y brujas, espectros vivientes del mundo, que alaban a Satanás, el cual, después de habérsele ofrecido una esfera de cristal como si fuese el mundo, le canta solo “Ecco il mondo” o “He aquí el mundo”
El aria se corona con el arrojo al suelo de la esfera, y el estallido del mundo en mil millones de pedazos, a lo cual la furente multitud, empapada de sudor, lodo y sangrienta viscosidad, responde danzando endiabladamente alrededor de un hirviente caldero de vísceras pútridas, riendo y copulando, bajo un manto de notas de los metales y un coro largo e intenso; y durante esa orgía, Faust tiene una visión de Margherita encadenada; a lo que Mefistofele le responde que “era un espíritu maligno”, La Medusa…
Del brillo de la superficie, Boito nos transporta a las oscuridades del abismo y, esto, sin mínima violencia en la transición; aquí, como allí, es siempre la cabeza superior, fecunda en concebir, madurada por el estudio y el dominio completo de Las Leyes de la composición; abona nuestro juicio, la negra página de La Notte del Sabba y, sobre todo, su galope infernal, algazara infinita, grita inmensa de condenados, verdadero “tour de forcé” de contrapunto y armonía, donde Ramey está solo, es decir, indetenible.
Acto III
La muerte de Margherita:
Margherita aparece en una prisión a punto de ser ejecutada al alba por el verdugo cortándosele la cabeza, culpada de haber ahogado a su hijo, y de envenenar a su madre.
El acto comienza con su aria “L'altra notte”, quejándose de su suerte y exculpándose de esos actos; pero llega Faust en ese momento con Mefistofele para salvarla, el cual ha conseguido, milagrosamente las llaves, y tiene 2 corceles preparados afuera para salir huyendo precipitadamente.
Margherita no quiere irse, y recuerda tiempos más felices al lado de su amado Faust; pero él, desesperado, no puede más, y le ruega sollozante y casi ahogado que se marchen rápidamente.
Margherita pide perdón a los cielos por sus pecados, y se aterra de ver al Maligno…
Por fin comprende que irse con Faust, es el camino al Infierno, mientras que si se queda y expía su culpa, se dirige a la redención.
Así aparecen Los Coros Celestiales, y el alma de Margherita asciende al Cielo, después de decirle a “Enrico” que le da asco…
Faust y Mefistofele huyen…
Pero abramos la pesada puerta del calabozo donde Margherita, loca, espía los extravíos de su funesta pasión; allí escuchemos sus lamentos.
¡Cuánta belleza y cuánta verdad!
¡Qué acento de profundo dolor en las estrofas:
“L'altra notte in fondo al mare!” un aria que cantada con fuerza, tiene un gran poder para conmover.
¡Ah!, y si el canto fuera el lenguaje de la humanidad para narrar los tormentos que despedazan el alma, Margherita de seguro, habría exhalado las angustias de la suya, cantando así, y habría muerto llevando en los labios la plegaria con que implora después la misericordia de Dios.
Acto IV
La Noche del Aquelarre, a orillas de un río en la Antigua Grecia:
Helena y las cariátides cantan coros estáticos a la belleza y el amor.
Mefistofele y Faust llegan, y El Demonio dice que es mejor que se separen por caminos diferentes, para disfrutar más del placer individual...
Pero Mefistofele se aburre, y añora sus brujas del norte, de las que sabe hacerse loar más fácilmente; mientras Helena tiene una visión de La Guerra de Troya, en el aria “Notte cupa”, acompañada con el coro; a lo que Faust aparece vestido como un Caballero del siglo XV, y enamora a Helena arrodillándose ante ella y admirándole su ideal belleza.
Entre Mefistofele y Los Coros de Cariátides y Nereo, adoran a la pareja ideal, tan hermosa y pulcra, mientras ella se canta su amor.
Faust, enamorado de Helena, se queda a vivir en La Arcadia.
Al escucharlos, los intransigentes vuelven a estar de parabienes y, si una pesada atmósfera de fastidio los agobia, en presencia del género nuevo, que no quieren o no pueden apreciar la más placentera de las sonrisas asoma a sus rostros, oyendo la pegajosa cantinela, y quedan más que conciliados con el maestro.
En El Epílogo, se da la muerte de Faust.
En el laboratorio, Faust se ha hecho viejo; se sienta en su alcoba, como al principio, con El Evangelio abierto, y Mefistofele se encuentra detrás de él, acechándole…
Faust ha vivido tanto el amor real de Margherita; como el amor ideal de Helena de Troya; comprendiendo que la felicidad nunca es eterna.
Algo que Mefistofele no comprende; por lo que Faust expresa su deseo de ser Rey de un país de gente trabajadora y laboriosa, que se ganara con esfuerzo, paz y grato conformismo cada día su subsistencia, regida por unas leyes sabias y excelsas para todos, de la que él vería nacer con bondad y ternura miles de generaciones santas.
A lo que Mefistofele intenta hacerle cambiar de idea, y lo tienta; pero El Cielo desciende, y un coro de ángeles y alados querubines, cantan alabanzas al Señor.
Faust se admira ante semejante aparición y, lleno de religiosidad, se olvida de La Tierra y sus placeres mundanos; y al final, muere, pero Mefistofele se hunde en La Tierra.
La analogía del drama trae naturalmente al espíritu la idea de un juicio comparativo entre el “Faust” de Gounod y el Mefistofele de Boito.
Somos de los que creen que Boito es inferior a Gounod, como melodista, pero en cambio lo supera por la grandeza de la concepción, la estructura de los cuadros, y la amplitud del estilo; no tanto en las piezas aisladas o en el coro, El Coro de Los Soldados de “Faust” es impresionante.
Para cualquiera, nada mejor que la defensa, la apasionada que acomete Mefistofele, el de Boito, de la ruina misma.
Quien siga creyendo que la ópera es un lugar protegido del exterior, a salvo, donde lo que antes se entendía por pasiones se guardan en vasijas provistas de conservantes, conviene que busque otro refugio...
La ópera ya no ofrece cobijo.
Anima, con Mefistofele, a la ruina, una que serpentea en los acontecimientos, en los discursos, en las fechas memorables cuando las alegrías son oficiales, El Estado se congratula y lanza una lluvia de júbilo sobre los ciudadanos; con la satisfacción estatal impresa en el papel malo…
La afición, muy razonable, de Mefistofele por la ruina, tiene su origen en sus charlas con Dios:
Él mismo lo explica de un modo muy convincente:
“De cuando en cuando, me resulta grato venir a ver al Viejo”; y apostilla:
“Es bonito oír al Eterno hablar, tan humanamente, con El Diablo”
Y se nos ha hecho creer, que el hombre se debate entre 2 palabras escuetas y evocadoras:
El Bien y El Mal; por lo que vemos aquí que no es El Bien ni El Mal lo que preocupa a Faust; pues a este le interesan “los paisajes”, porque tiende a detenerse para contemplar, en un recodo o ribazo, cómo El Sol se oculta o asoma…
Tal afición por crepúsculos y amaneceres, no viene sólo del gusto por la belleza ni de un carácter proclive a la distracción, sino de una angustia más perdonable.
Faust es un egoísta redomado que, nunca mejor dicho, no se casa con Dios ni con El Diablo, que destruye a Margherita y que, en un IV acto de alegre demencia, conoce una Noche de Walpurgis, nada menos que a Elena de Troya y “se va a vivir con ella” una temporada...
Mefistofele, quizás por su penosa condición de inmortal, se enfurece, y se dispone a legarnos su III lección y la más importante:
¿Qué puede hacerse en este mundo de hoy, donde reina no El Bien, ni mucho menos El Mal, sino La Mediocridad convertida en diosa excelsa, en fetiche embadurnado de purpurina, en relumbre oficial, en papanatismo ciudadano?
Cuando El Cielo es un recinto excesivamente iluminado, donde los arcángeles sirven platos típicos, y El Infierno es una rareza desangelada con su gran horno mudo por falta de combustible:
¿Qué actitud conviene tomar?
El margen de maniobra es pequeño.
El Cielo hace trampas, ya puede portarse fatal el hombre Faust, que El Señor, al final de su vida, le admite en El Cielo a escuchar música celestial gracias tan sólo al temblor del arrepentimiento.
Así no hay manera de construir, de destruir nada eficazmente.
Toda tarea necesita tiempo, y la ruina, famosa por su parsimonia, más.
“Dios destruye la obra del Mal con su bobo perdón”, se queja Mefistofele, al ver que el alma de Faust se le escapa de las manos...
Y Faust también hace trampas:
Modelo de una raza tramposa por naturaleza, engaña a Dios y al Diablo; traiciona también, lo que es quizá peor, a sí mismo.
¿Que se arrepiente?
¡Qué se va a arrepentir!
Lo que El Señor ha tomado por contrita agitación, no es más que un repelús, un escalofrío, producido no se sabe si por la piedra de la tumba, o por el himno de los querubines…
Mefistofele, que no hace trampas, que es un intelectual riguroso, sólo puede hacer 3 cosas:
Puede reírse a carcajadas de la falta de oído del Señor, del encanallamiento de Faust, de la falsa ingenuidad de Margherita, que envenena a su madre simulando creer que le procura agua de azahar; del entusiasmo de los coros, de lo mal que le sale todo.
O puede silbar…
Boito, un músico tan aislado, tan bellamente insolidario como su Mefistofele, introduce el silbido en la partitura como expresión óptima de la mueca.
O por último, Mefistofele puede decir “no”:
Una sílaba sencilla, dificilísima de pronunciar en los tiempos que corren; una sílaba diabólica, “mefistofélica”, nunca mejor dicho, y única.
Como producción este Mefistofele es “La Gran Opéra” en su forma más italiana, desde El Prólogo hasta El Epílogo; es una fiesta para los sentidos que, con las payasadas en La Celebración de La Pascua, se pueden levantar una ceja o 2, pero se aguantan… al tiempo que la ópera se caracteriza por sus ricos sonidos orquestales, bellamente puntuados con pasajes líricos e interludios corales.
La puesta en escena de Robert Carsen, sublima y funciona con una producción posmoderna, teatralmente deslumbrante, y profundamente decadente.
No está sobre producida con todo tipo de ángulos de cámara extravagantes, aunque tiene demasiados primeros planos; y contiene elementos obscenos y desnudos, pero la verdadera atracción resultó ser la dirección y el diseño.
Esto no es inusual en el mundo operístico de hoy en día, orientado teatral y visualmente, y algunos críticos ya han cuestionado esta puesta en escena como una parodia o el envío de las intenciones de Boito.
Ciertamente tiene sus momentos humorísticos; pero resultó ser una declaración sensible y fascinante sobre esta partitura problemática, que encuentra su inspiración en una rica garra de imágenes posmodernista.
El problema con su recepción, puede ser simplemente que a algunas personas les resulta difícil aceptar el postmodernismo como algo más que superficial o trivial.
Lo que Carsen y Levine han hecho aquí, es mezclar imágenes de óperas barrocas e iglesias católicas romanas, en “la commedia dell'arte” y el carnaval veneciano, y derramó toda clase de simbolismos adicionales, incluidos los trajes de época mixta con énfasis en desde mediados hasta fines del siglo XIX, mendigos y personas sin hogar, y considerable desnudez real y simulada.
Todo el popurrí, juzga las acusaciones de burla de la ópera, la confusión estilística y el cliché, el mundo como teatro, o el teatro dentro del teatro; y sin embargo, en casi todos los aspectos funciona, y sale triunfante.
La metáfora del mundo como teatro, es apropiada aquí y muy bien realizada.
Los sets son preciosos; y todo lo transmite con una sensibilidad a la música y a las intenciones de Boito, que es raro en el escenario operístico con cualquier estilo de producción.
El cuadro final, puede representar el todo:
Un teatro de la ópera barroca, visto desde el escenario que forma el conjunto, con palcos que se elevan en niveles, con el coro en túnicas blancas y máscaras venecianas y coronas de oro que sostienen candelabros titilantes, todo diáfano y blanco; y pétalos de rosa revoloteando desde lo alto.
Esto sorprendió a algunos como algo “campy” y deliberadamente parodista; pero es realmente hermoso, y eso hace que la ópera se vea bien, tanto que tienen una especie de perfección formalista de ópera épica.
Sobre la actuación musical, fue muy buena.
Desde Maurizio Arena, un veterano director de orquesta italiano, que dirigió una cuenta muy segura, equilibrando el drama y el lirismo con expertise.
Los cantantes han sido aclamados por unanimidad, pero EL Mefistofele de nuestro tiempo se llama Samuel Ramey.
Las virtudes del bajo cantante estadounidense para este rol son muchas y muy importantes.
A la belleza de su timbre, la homogeneidad en el registro, la elegante línea de canto, etc., es necesario añadir un importante, sobre todo que no se acaba de apreciar con tanta nitidez en sus predecesores, dominio de la escena, su expresividad, su capacidad para dar al texto el sentido que cada momento requiere.
Su Mefistofele no es tan solemne, pero sí más apegado a la materia, a la tierra; y es mucho más irónico y rico en matices; tanto que se nota que Ramey se divirtió muchísimo en el papel, que lo convirtió en un auténtico animal teatral, porque él nació para interpretar ese papel, es perfecto, poderoso y con una presencia convincente que lo hace inolvidable.
Él está totalmente involucrado, y eso se aprecia; y aquí, vocalmente está en su apogeo; tanto que su voz debió sacudir las vigas del enorme War Memorial, porque tiene el volumen, las notas graves y puede invocar la amenaza apropiada en su caracterización, que transmite temor, picardía y curiosidad.
Gabriela Beňačková estuvo maravillosa en el papel doble de Margherita y Elena.
Ella es una soprano checoslovaca, que rara vez se encuentra cantando italiano; y por ello es un poco débil en la parte inferior de su voz.
Dennis O'Neill también posee un instrumento de gran belleza, y hace su Faust por lo demás confiable, para un dúo suave y encantador en “Lontano, lontano”
En general tengo solo algunas pequeñas objeciones, que no importaron, como la puesta en escena del “Walpurgisnacht”, que debería ser un “Sábado de Brujas” y no una Fiesta de Fin de Año; además, en la escena final, Faust debe ser representado como un anciano.
Pero como dije, eso no importó.
“Trionfa il Signor, ma il reprobo fischia!
Eh!”
El Mefistofele de Boito, es la mejor síntesis de teatro musical entre el espíritu canoro italiano, y la profundidad filosófica del autor alemán del texto que conozco.
Pero hay muchísima más música inspirada en “Faust”, de pluma alemana o italiana, pero ninguna es tan redonda como esta.
Desde el compositor de música clásica, Franz Liszt, compositor húngaro romántico, que compuso “Los Vals de Mefisto” entre los años de 1859 a 1862; entre 1880 y 1881; en 1883 y en 1885.
El mismo “Faust” de Charles Gounod referencial, es quizás una de las obras basadas en la pieza de Goethe, más famosas; pero también está en obras de Louis Spohr, una ópera compuesta en 1816; en Richard Wagner en su Obertura de “Faust en re menor” de 1844; Hector Berlioz con “La Damnation de Faust”, obra dramática no teatral de 1846;  y posteriormente, en el siglo XX, Ferruccio Busoni y su ópera “Doctor Faust” de 1916.
Pero el de Gounod es un amigo abnegado, que no deja de tener mérito al aguantar durante tiempo a un Faust tan sentimental, tan indeciso.
Por otro, el de Berlioz es un cochero que no duerme nunca; Faust, viajero infatigable, fatigoso y precipitado, no le da ocasión…
Las palabras y la música de Boito, tienen algo más de 100 años, con la primera versión que se estrenó en 1868; y la segunda en 1975; y parecen de rigurosa actualidad; aunque no es producida lo suficientemente hoy, porque la puesta en escena es realmente fastuosa y evidentemente cara.
Para los oyentes, hay una grabación histórica que hizo de esta ópera con Tullio Serafin junto a Cesare Siepi, Renata Tebaldi, Mario del Monaco, Floriana Cavalli, Lucia Danieli, con La Orquesta y Coro de La Academia de Santa Cecilia de Roma, en el año de 1957, producida por DECCA que recomiendo con toda garantía.
Así las cosas, si “Faust” es una obra “pobre”; Mefistofele asume proporciones más colosales; tanto que uno queda con el espíritu anonadado, absorto ante la contemplación de tanta grandeza.

“Fischio!
Fischio!
Fischio!
Eh!”



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