Norma

“Casta Diva, che inargenti queste sacre antiche piante, a noi volgi il bel sembiante senza nube e senza vel...
Tempra, o Diva, tempra tu de’ cori ardenti tempra ancora lo zelo audace, spargi in terra quella pace che regnar tu fai nel ciel...”

Arthur Schopenhauer, considerado una de las personalidades filosóficas más brillantes del siglo XIX; afirmó que “la tragedia causa que el espectador pierda la voluntad de vivir.
Los horrores en el escenario, le muestran la amargura y la inutilidad de la vida, y la vanidad de todos sus esfuerzos.
El efecto de esta impresión, debe ser que se da cuenta, aunque solo en un sentimiento oscuro, que es mejor arrancar su corazón de la vida, alejar a su voluntad de él, no amar el mundo y la vida”
Por otra parte, una de las características del romanticismo, es la búsqueda de ambientes lejanos; por contraposición al clasicismo, en lugar de regresar a la antigüedad clásica o al renacimiento, se optará por una vuelta a La Edad Media o a las tradiciones de los pueblos prerromanos.
Esta circunstancia hace que durante el primer tercio del siglo XIX, se pongan de moda las novelas ambientadas en La Galia o en otros pueblos prerromanos, considerados como los verdaderos orígenes distintivos del nuevo nacionalismo emergente en la sociedad de la época.
Por este motivo, Alexandre Soumet, como otros escritores, se inspirará en antiguas leyendas de estos pueblos, concretamente en la leyenda celta en la que los druidas veneraban un árbol, el Ydraggsil, el mismo al que hace referencia Richard Wagner en “Der Ring des Nibelungen”, y del que Wotan corta su lanza.
Bajo este árbol, los celtas realizaban sus reuniones y hacían sus sacrificios rituales.
“Norma” es una tragedia lírica en II actos, con música de Vincenzo Bellini y libreto en italiano de Felice Romani, basado en la tragedia “Norma, ou L'infanticide” (1831) de Louis-Antoine-Alexandre Soumet, y es una tragedia de corte neoclásico, en la que tampoco faltaban elementos de gusto romántico, especialmente en lo concerniente a la ambientación, situada en el bosque sagrado de Irminsul, con sus brumas y sus lagos.
La historia de la tragedia, difiere en algunos puntos de cuanto ocurre en la ópera, pues en ella, una Norma enloquecida, consuma el infanticidio de sus hijos, apuñalando al primero, y después arrastrando consigo al segundo al lago al que se arroja para suicidarse, esta vez sin Pollione, que contempla la escena horrorizado.
Muchos de estos cambios, se deben a Bellini, que también se esforzó por reducir el libreto a lo esencial, para hacerlo más eficaz.
La ópera fue compuesta en menos de 3 meses, desde el inicio de septiembre hasta finales de noviembre de 1831; y estrenada en El Teatro alla Scala de Milán, el 26 de diciembre de 1831.
La obra se divide en II actos:
Acto I:
Sacerdotes y guerreros galos, se reúnen en un bosque en espera a que la sacerdotisa Norma de la orden de atacar a los romanos.
Norma, que está enamorada de Pollione, gobernador romano de Galia, pide la paz… pero ella no sabe que su enamorado la está olvidando al fijarse en otra mujer:
La también sacerdotisa, Adalgisa.
Adalgisa, presa de sus remordimientos, pues se debate entre su amor a Pollione y sus votos ceremoniales, pide consejo a Norma; y ésta queda conmovida por su historia, que tanto se parece a la propia… y puesto que no sabe el nombre del amado, exime de sus votos a Adalgisa.
Cuando Norma se entera de que es su enamorado el que está ahora con Adalgisa, entrará en cólera.
Acto II:
Norma pretende matar a sus hijos por despecho, pero en el último momento es incapaz de cometer semejante crimen; confía en el arrepentimiento de Pollione, pero todos sus esfuerzos son en vano, razón por lo que finalmente da la orden de ataque contra los romanos.
Según la tradición, Pollione ha de ser sacrificado a los dioses, pero Norma, que no se resiste a perderlo, trata de convencerlo, buscando así una justificación para perdonarle; peor Pollione no quiere abandonar su nuevo amor...
Por este motivo, Norma que se ve envuelta en un sinfín de sentimientos contradictorios, debatiéndose entre la lealtad a su pueblo, el amor al romano y sus remordimientos por haber traicionado sus votos, decide acusarse de traición, revelar a su pueblo su deslealtad, y ser ella la que vaya a la hoguera de los sacrificios.
Pollione, al ver la actitud de Norma, se vuelve a enamorar de ella, y la acompaña al sacrificio.
Ambos suben de la mano a la hoguera, y mueren.
Aquella tarde del estreno, la ópera, destinada a convertirse en la más popular de las 10 compuestas por Bellini, resultó un fiasco clamoroso, debido a diversas circunstancias unidas a la ejecución propiamente dicha, la indisposición de la primadonna, la soprano Giuditta Pasta, así como la tensión psicológica de los otros miembros del elenco; y también por la presencia de una claque adversa a Bellini, y a la Pasta.
No influyeron menos la extraña severidad de la dramaturgia y la ausencia del momento más suntuoso, el concertante que tradicionalmente cerraba el primero de los II actos, que cogió por sorpresa al público milanés; y entre las razones externas, Bellini citó la reacción adversa causada por “facciones hostiles en la audiencia”, que consiste tanto en el dueño de una revista y su claque, como también de “una mujer muy rica”, identificada como Contessa Giulia Samoyloff, la amante del compositor Giovanni Pacini; y es que por parte de Bellini, había existido desde hacía mucho tiempo una sensación de rivalidad con Pacini, desde el fracaso de su propio “Zaira” en Parma, y su regreso a Milán en junio de 1829.
Sin un contrato firme para una nueva ópera para Bellini, el éxito de Pacini con “Il Talismano” en La Scala, donde recibió 16 actuaciones, y alimentó esta rivalidad, al menos en la cabeza de Bellini…
Sin embargo, Bellini también notó que en la 2ª noche de presentación de Norma, el teatro estaba lleno; la actuación de la segunda noche fue más exitosa, y a partir de allí, Norma fue reconocida como una ópera exitosa e importante, con 208 actuaciones presentadas en La Scala, solo a fines del siglo XIX; y rápidamente conquistó a toda Europa en el espacio de unos años.
Norma se entendió por fin como lo que ahora es:
Una obra de arte excepcional, cumbre absoluta de su estilo que posiciona a Bellini como el creador de un auténtico mito operístico.
En esta ópera, sin lugar a dudas, Bellini se ha elevado a las alturas de su talento.
En estos días de extravagancias románticas y la híper-excitación de las llamadas atracciones musicales, presenta un fenómeno que difícilmente puede sobreestimarse con todos los golpes teatrales y efectos deslumbrantes que recuerdan instintivamente a una tragedia griega; por lo que se considera un ejemplo de la mayor altura de la tradición belcantista.
Y es que el rol de Norma se considera como uno de los más difíciles del repertorio para soprano; exige un tremendo control vocal de rango, flexibilidad y dinámica; y contiene una amplia variedad de emociones:
Conflicto entre la vida personal y la pública, la vida romántica, el amor maternal, la amistad, los celos, el impulso asesino, la resignación…
La soprano alemana, Lilli Lehmann, una vez afirmó que “cantar las 3 Brunilda de “Der Ring des Nibelungen” de Wagner en una tarde, era menos exigente que el canto de una sola Norma”
Asimismo, en un razonamiento menos conocido, dijo:
“Cuando cantas Wagner, te dejas llevar tanto por la emoción dramática, la acción y la escena, que no tienes que pensar en cómo cantar las palabras.
Eso viene solo.
Pero en Bellini, siempre debes cuidar la belleza de tono y la emisión correcta”
Musicalmente, Norma se caracteriza por sus melodías largas, dramáticas, muy ornamentadas, e intensamente emocionales; y entre los fragmentos inolvidables de esta ópera, se encuentra “Casta Diva”, quizás el aria de soprano más conocida de toda la historia de la música; y una de las arias más conocidas en el siglo XIX, que continúa siendo una de las más populares del repertorio lírico, en la que su protagonista, Norma, dirige una plegaria a La Luna…
No es casual que Norma se encuentra en la confluencia de la tradición de la antigua ópera seria italiana, y la evolución de la reforma de Gluck.
Bellini trabajó bajo el influjo de Cherubini y Spontini, y sobre todo de Rossini; por lo que la obra cuenta, desde el punto de vista musical, con una cuidada instrumentación y riqueza melódica.
No es de extrañar, ya que con ella, el compositor pretendía acallar las críticas crecientes sobre su excesivamente simple instrumentación musical.
Todo inició con “La Sonnambula” exitosamente detrás de ellos, Bellini y Romani comenzaron a considerar el tema de la ópera para la cual habían sido contratados por el grupo Crivelli para un estreno en diciembre de 1831 en La Scala, y que marcaría el debut de Giuditta Pasta en esa casa.
En el verano, habían decidido sobre “Norma, ou L’infanticide” que se basó en la obra de teatro del mismo nombre de Alexandre Soumet, que se estaba representando en París en esa época, y que Pasta habría visto.
Así, después de “La Sonnambula”, Bellini cambió de registro, y pasó a la tragedia.
Norma pone de manifiesto las excepcionales dotes teatrales del compositor para explorar las profundidades del drama romántico, y la figura de Norma ocupa un lugar destacado entre los grandes personajes femeninos de la historia de la ópera.
Los antecedentes de la heroína belliniana, se encuentran en las óperas:
“Medea” (1797) de Cherubini y “La Vestale” (1807) de Spontini.
La primera desarrolla el tema del infanticidio como venganza; y la segunda el de la sacerdotisa que rompe sus votos.
Bellini, ahora en el apogeo de sus poderes, era muy exigente con su libretista, y requirió muchas reescrituras antes de que estuviera lo suficientemente satisfecho como para ponerlo a la música.
Felice Romani realizó profundas modificaciones respecto a la tragedia de Soumet; pues los modelos de Soumet eran las figuras mitológicas de Níobe y Medea, así como Lady Macbeth de Shakespeare, y la sacerdotisa de los druidas, Velléda, del poema épico de Chateaubriand, “Les Martyrs ou Le Triomphe de la religion chrétienne”
Por tanto, Romani enriqueció este mundo femenino, de por sí complejo, con 2 aspectos importantes:
El amor de la protagonista hacia Pollione, y sus hijos.
Norma, es una mujer de sentimientos profundos y contradictorios, suma sacerdotisa y madre, amante abandonada y rival vengativa, todo en una misma persona; por lo que su trágico final es consecuencia inevitable de sus conflictos emocionales, y de la incompatibilidad entre el voto religioso, el deber hacia su pueblo y el amor no correspondido; su muerte, no es un castigo que se inflige a sí misma, sino una solución catártica a sus conflictos internos.
En una carta datada el 1 de septiembre de 1831, Bellini escribió a la soprano Giuditta Pasta que “Romani cree que este tema será muy efectivo, y absolutamente ideal para tu carácter enciclopédico, debido a la clase de carácter que tiene Norma”
De hecho, el rango vocal y dramático de La Pasta era notable, en marzo de ese mismo año, ella había creado un rol belliniano muy diferente:
Amina, la vulnerable doncella suiza, en “La Sonnambula”
Romani, se inspirará entonces lejanamente en el romanticismo de ambientes lejanos, pero en lugar de poner en primer lugar las guerras entre druidas y romanos, colocará la apasionada relación entre los 2 amantes pertenecientes a diferentes culturas antagónicas; hecho por demás también eminentemente romántico.
Como dato, a fines de la década de 1840, y durante La Era del Risorgimento, parte de la música se usó en demostraciones de fervor nacionalista, uno de cuyos ejemplos fue la celebración en 1848 de la liberación de Sicilia del gobierno de los Borbones en la catedral de Palermo; allí se cantó el estribillo “Guerra, guerra!” del acto II de Norma.
Por su parte, Wagner también elogió el libreto de Romani, diciendo:
“Aquí, donde el poema se eleva a la altura trágica de los antiguos griegos, este tipo de forma, que Bellini ciertamente ha ennoblecido, solo sirve para aumentar el carácter solemne e imponente del conjunto; todas las fases de la pasión, que son representadas en una luz tan peculiarmente clara por su arte de la canción, se hacen descansar en un terreno y un suelo majestuosos, por encima del cual no revolotean vagamente, sino que se resuelven en una gran manifestación imagen, que involuntariamente recuerda las creaciones de Gluck y Spontini”
Schopenhauer alabó a Norma por su excelencia artística al producir este efecto, diciendo:
“El efecto genuinamente trágico de la catástrofe, la renuncia del héroe y la exaltación espiritual producida por él, rara vez aparece tan puramente motivado y expresado claramente como en la ópera Norma, donde viene en el dúo “Qual cor tradisti, qual cor perdesti” o “Qué corazón traicionaste, qué corazón perdiste”
Aquí, la conversión de la voluntad está claramente indicada por la quietud repentinamente introducida en la música.
Muy aparte de su excelente música, y de la dicción que solo puede ser la de un libreto, y considerado solo según sus motivos y su economía interior, esta pieza es en general una tragedia de extrema perfección, un verdadero modelo de la disposición trágica de los motivos, del trágico progreso de la acción y del desarrollo trágico , junto con el efecto de estos en el estado de ánimo de los héroes, que supera el mundo.
Este efecto luego pasa al espectador...”
Otra de las importantes referencias con respecto a la obra de Soumet, es el papel de la mujer:
Mientras en la obra del novelista, su Norma termina asesinando a sus propios hijos, presa de un ataque de locura, la Norma de Bellini es un personaje con múltiples facetas:
Una sacerdotisa coherente con su devoción, una madre que ama a sus hijos, una mujer enamorada y pasional hacia su hombre, una rival vengativa que saca sus más bajos instintos si es necesario... en definitiva, una compleja trama de personalidades, cuya solución final es la muerte, pero no como castigo o ejecución de una heroína, sino como la consecuencia lógica de un grave conflicto de intereses.
Es Norma un rol que aúna en sí mismo dificultades tanto vocales como dramáticas, una exigencia interpretativa que lo ha convertido en el papel por excelencia de toda soprano que pretenda alcanzar la cima de la profesión, en una especie de “Meca del bel canto”, una auténtica prueba de la cual sólo han salido airosas intérpretes verdaderamente excepcionales.
No hemos de olvidar, que Maria Callas, principal exponente del resurgimiento del título en la segunda mitad del siglo XX, eligió Norma para sus debuts en Covent Garden y Metropolitan, a pesar de/o precisamente por considerarlo uno de los roles más duros que había interpretado:
“Isolda no es nada en comparación con Norma”, fueron palabras de La Divina.
En efecto, cuando Callas afrontó este papel a finales de los años 40, le devolvió su auténtica voz y estilo, perdidos durante décadas por las contaminaciones de origen verista y verdiano.
Baste con decir, que esta creación de la griega, señala una cima de la historia del canto, posiblemente la más alta, aunque sobre este particular no se pueden entrar en categorías absolutas, y además, difícilmente se pueden excluir las apreciaciones subjetivas; pero sí que el papel principal, una de las partes más exigentes y variadas de todo el repertorio, solo “Casta Diva” es enormemente difícil de interpretar, porque existe el riesgo de caer con cada respiración y no mantener la exacta línea de canto, porque las palabras engañan a la melodía, y deben ser pronunciadas en el hilo de aliento, porque la orquesta y el coro no son de ayuda, sino todo lo contrario, el acompañamiento, simple en apariencia, hace casi imposible conseguir la perfección en esta escritura celeste y mortal.
Por su parte, el compositor francés, Jacques-François-Fromental-Élie Halévy, declaró que cambiaría toda su música solo por haber escrito “Casta Diva”
De extraordinaria belleza y elegancia, larguísima, aunque no lo parezca, empieza con un andante maestoso, y va subiendo poco a poco de intensidad dramática para después progresivamente terminar en un final sereno, dejando al oyente encantado por su magia…
De esa complejidad interpretativa, unida a las dificultades vocales de una obra considerada prototipo del belcantismo, ha hecho que sólo las verdaderamente grandes sopranos de la historia hayan podido afrontar el papel con la suficiente dignidad, tal es el caso La Callas, Joan Sutherland, o Monserrat Caballé.
“Sediziose voci, voci di guerra avvi chi alzarsi attenta presso all'ara del Dio?
V'ha chi presume dettar responsi alla veggente Norma, e di Roma affrettar il fato arcano?
Ei non dipende, no, non dipende da potere umano”
Norma es un musical del año 1974, dirigido por Pierre Jourdan.
Protagonizado por Montserrat Caballé, Jon Vickers, Joséphine Veasey, Agostino Ferrin, Marisa Zotti, Gino Sinimberghi, entre otros.
El guión es de Felice Romani, basado en la tragedia de Louis-Antoine-Alexandre Soumet; con música de Vincenzo Bellini, uno de los 3 máximos representantes de La Era del Bel Canto de principios del siglo XIX, junto con los compositores italianos:
Gioachino Rossini y Gaetano Donizetti.
Y Norma es la ópera más característica de Bellini, y la que mayor éxito ha tenido siempre; siendo esta producción teatral, orgullosamente respaldada por la Fundación Jim Beam Opera; junto a la Orquesta del Teatro Regio di Torino, dirigiendo Giuseppe Patanè un montaje en vivo, al aire libre, muy impresionante en El Teatro romano de Orange, donde el clima estuvo terrorífico, a pesar de que el sonido fue grabado en vivo, al parecer, cerca de un vendaval, por lo que vale la pena ver.
Ese 11 de noviembre de 1974, durante la única Norma que se ofreció en el festival, debió haber una conjunción astral en Orange, porque nada pudo salir más redondo; sin embargo, todo presagiaba que no iba a ser así:
Estuvieron a punto de suspender la representación a causa del azote del mistral, un viento frío, seco y violento que proviene del noroeste, y suele darse en la costa mediterránea española y francesa.
Parte del elenco, entre ellos La Caballé, decidió ponerse debajo de la ropa hojas de periódicos, como hacían antes los ciclistas profesionales, para evitar que el viento traspasara sus ropas, además, la soprano tuvo que recurrir a un chal para cubrirse en las escenas iniciales del II acto, y los músicos tuvieron que sujetar las partituras con pinzas de tender la ropa; y esto puede parecer leyenda negra, pero no lo es, y se ve perfectamente en el vídeo.
¡Qué suerte tuvimos que aquel día estuvieran grabando las cámaras de la televisión!
Y toda esa tensión acumulada en el día, y el incómodo viento molestando a los cantantes, se hizo patente a lo largo de la representación.
La acción sigue a Norma (Montserrat Caballé), la gran sacerdotisa de una religión ancestral de los druidas.
Estamos en la Galia ocupada por Roma, siglo I antes de Cristo.
Y pese a sus votos litúrgicos de castidad, Norma mantiene un idilio secreto con el gobernador romano, Pollione (Jon Vickers), al que ha dado en secreto 2 hijos.
Este romance hace que Norma trate por todos los medios en acallar la rebelión contra Roma, esperando que se establezca la paz entre los 2 pueblos, y así no perder a su amado.
Sin embargo, Pollione se enamorará de Adalgisa (Joséphine Veasey), otra de las sacerdotisas druidas, circunstancia que provoca por el desengaño de Norma, que ésta convenza a los druidas de que ataquen a Roma.
Tras el ataque, Pollione ha de ser sacrificado a los dioses en honor a la victoria, no obstante, él no quiere abandonar su nuevo amor…
Esta lealtad, hace que Norma se auto inculpe de traición, recapacitando sobre sus actos; pero el amor de Pollione vuelve a renacer por esa confesión, y ambos suben juntos a la hoguera para morir.
Esta fue una Norma soñada; y acompañaban a la catalana, el tenor Jon Vickers como Pollione, con un canto matizadísimo, pero con la marca de la casa:
Ingrato timbre y pésima pronunciación, pues es un tenor 100% wagneriano; la mezzo Joséphine Veasey como una elegantísima Adalgisa; y el bajo Agostino Ferrin, todos bajo la dirección de Giuseppe Patanè.
Pero destaca sobre todos, los altos pianísimos de Caballé, y el control legendario de la respiración que nunca han sido igualados.
Por lo que esta es una joya y documento histórico de 2 de las mejores voces de la ópera del siglo pasado, en una obra de gran dificultad y precisión; y me doy cuenta de que dada la fecha en que se grabó esto, no se pueden esperar milagros, y no hay duda de que la actuación de Caballé es una alegría, a pesar de la mala iluminación, el trabajo terrible de la cámara, los fuertes vientos, y la evidente pérdida de calidad durante la transferencia de cinta a DVD.
Las muchas buenas cualidades del trabajo realizado por todos los contribuyentes involucrados, no solo cantantes y directores, anulan en gran medida las limitaciones relacionadas con la temprana edad de la técnica de video.
Y las “limitaciones” de un escenario abierto con mucho viento, a menudo se vuelven un enriquecimiento, desde el punto de vista emocional y dramático, esta Norma tiene mucha magia.
“Non so.
Diversi affetti strazian quest'alma.
Amo in un punto ed odio i figli miei!
Soffro in vederli, e soffro s'io non li veggo.
Non provato mai sento un diletto ed un dolore insieme d'esser lor madre”
La producción de Norma en El Anfiteatro de Orange, en 1974, debe haber sido una de las primeras películas en vivo de una ópera.
Tristemente, la naturaleza pionera del proyecto es muy evidente:
Parece que se filmó con solo un par de cámaras, y se encendió con una bombilla de 40 vatios.
Los miembros del coro, se interponen en el camino de los directores y, con frecuencia, el escenario parece estar en la oscuridad casi completa.
Luego está el famoso viento anaranjado con el que lidiar:
Parecía estar soplando con fuerza en la noche en que se filmó esta actuación; pero con todo, esta producción es una demostración de ópera extrema, y milagrosamente, en algunas ocasiones todo se une.
La Caballé debutó el papel de Norma en El Teatre del Liceu de Barcelona, en enero de 1970, con un jovencísimo Josep Carreras interpretando el papel de Flavio, y la ausencia del tenor que en principio estaba previsto, Mario del Monaco, sustituido por Bruno Prevedi; mientras de la dirección se encargó Carlo Felice Cillario, y la mantuvo en repertorio hasta principios de los años 80.
Sin duda, en solo 4 años de ese debut, esta fue la Norma de los 70, que no tuvo competencia.
Ya sabemos que Caballé, sobre todo en aquellos años, se caracterizaba por la belleza de un timbre aterciopelado, una emisión perfecta, gran estabilidad vocal, el dominio del matiz y la coloración dentro de la frase musical, así como de las medias voces y los pianísimos de ensueño que creaban como estados de ingravidez, una intérprete ideal para el bel canto, estilo que, según algunos, nunca debió abandonar; pero en ella solemos encontrar poca interiorización del personaje, bajo efecto dramático o sobreactuación, y esta Norma grabada en Orange, parece una excepción, pues pocas veces aparece Caballé respetando y cuidando el sentido de cada palabra pronunciada, hasta el punto que la conjunción de este respeto por el texto y su vocalidad, produce efectos eléctricos; y además, Caballé dota al personaje de Norma de una belleza neoclásica sin parangón, resaltando su aspecto más maternal y femenino, lo que es todo un acierto en cuanto contraste, y no se sitúa al nivel de La Callas, quien no tenía más remedio, pues su acidez vocal acentuaba la fiera que este personaje lleva dentro.
Con La Caballé, el listón de Norma quedó muy alto, ya no había que superar la fuerza dramática de La Callas, o el dominio instrumental de La Sutherland; sino también el sentido clásico, la más pura belleza y equilibrio entre expresión y canto logrado por La Caballé.
Así tenemos a esta Norma, en la Galia del siglo I a.C. durante la ocupación romana.
Acto I
El un bosquecillo/cuadro I:
La ópera comienza con un coro de Oroveso (Agostino Ferrin) y los druidas; que luego se marchan y entra Pollione con su amigo Flavio (Gino Sinimberghi), a quien confía que está enamorado de una joven novicia del templo de Irminsul, Adalgisa, y que quiere dejar a Norma; le relata un sueño terrible en el que Norma mata a sus hijos y a Adalgisa.
Los 2 romanos se marchan cuando oyen que se acercan sacerdotes y guerreros galos al bosque, en espera de que la sacerdotisa Norma, dé la orden de atacar a los romanos.
Un coro de druidas anuncian que Norma viene… pero ella, por su amor secreto por el romano, pide la paz.
No sabe que Pollione se ha cansado de Norma, y que se ha enamorado de Adalgisa, y se dispone a cortar muérdago a la luz de La Luna, cantando “Casta Diva”
Todos se alejan; y Adalgisa espera a Pollione, quien le pide que huya a Roma con él; al final, a pesar de su piedad y virtud, accede a ello.
Cuadro II:
En el refugio donde los hijos de Norma están escondidos, esta le cuenta a Clotilde (Marisa Zotti), que Pollione se va a ir a Roma, y duda de si él la llevará o no.
Cuando Clotilde se lleva a los niños, aparece Adalgisa, presa de sus remordimientos, y se debate entre su amor a Pollione y sus votos ceremoniales.
Inocentemente, pide consejo a Norma, diciéndole que ha vulnerado el voto de castidad, pero sin revelar el nombre del amado…
Norma queda conmovida por su historia, que tanto se parece a la propia, y puesto que no sabe el nombre del amado, exime de sus votos a Adalgisa.
Cuando Norma se entera que su enamorado es el mismo de Adalgisa, entra en cólera, y maldice a Pollione por su traición.
Norma le advierte que Pollione le hará lo mismo, abandonarla a ella y a sus hijos;  les dice que se marchen, y les advierte que tengan miedo de su furia.
Acto II
Cuadro I/en la habitación de Norma.
Norma pretende matar a sus hijos por despecho, pero en el último momento es incapaz de cometer semejante crimen.
Decidida a suicidarse, hace llamar a Adalgisa, y le ruega que adopte a los niños y los lleve a Roma, después de casarse con Pollione; pero Adalgisa lo rechaza, y promete a Norma convencer a Pollione para que vuelva con ella.
Cuadro II/ en un claro del bosque:
Mientras tanto, los druidas se reúnen en el bosque…
Cuadro III/en el bosque; y en el altar de Irminsul.
Norma, que siempre se oponía, cuando sabe que Adalgisa no ha obtenido nada de su coloquio con Pollione, llama a los galos…
Los druidas cantan un himno de guerra, y Norma proclama la guerra a los romanos.
Tiene que pronunciar el nombre de la víctima propiciatoria que hay que inmolar al dios, y llega la noticia de que un romano ha penetrado en el claustro:
Es Pollione, que viene a llevarse a Adalgisa.
Norma va a apuñalarlo, pero se detiene, llama invitando a todos a salir con el pretexto de interrogarlo, y a solas con Pollione, le ofrece la vida con tal de que abandone a Adalgisa.
El hombre lo rechaza… y Norma llama a los suyos; ha decidido cuál será la víctima:
Una sacerdotisa que ha infringido los sagrados votos y traicionado a la patria.
Va a pronunciar el nombre de Adalgisa, pero se ve envuelta en un sinfín de sentimientos contradictorios, debatiéndose entre la lealtad a su pueblo, el amor al romano, y sus remordimientos por haber traicionado sus votos.
La culpa de Adalgisa, es la suya, y en medio del asombro general, pronuncia su propio nombre, expresando su amor por Pollione.
Conmovido, Pollione comprende la grandeza de Norma, y decide morir con ella.
En secreto, Norma confiesa a Oroveso que es madre, y le suplica que cuide a los niños, a fin de que puedan salvarse, llevándolos a Roma junto con Clotilde.
Luego sube a la pira con su amado para morir juntos.
En la escena final de esta obra maestra de Bellini, con La Caballé, ella hace despliegue del fiato y el legato, una habilidad extraordinaria de cantar largas líneas sin cortar para tomar aire, y de unir una frase a otra en un continuo musical, sin saltos ni interrupciones; un “pianissimi” que es un canto muy suave que flota y que sin embargo se oye en todo el auditorio, y por encima del coro y de la orquesta, lo cual requiere notable habilidad y técnica, y es inusualmente de una belleza vocal insuperable.
Y esta Norma es un testimonio de su arte y su grandeza.
En el fondo, Norma siente sobre sus hombros el peso de un pueblo oprimido por los romanos, un pueblo al que debe guiar hacia su libertad, pero al que traiciona ofreciendo su amor al enemigo.
Supedita a este amor el bienestar de los suyos, postergando la guerra que expulsará a los romanos de sus tierras.
Por ello Norma encarna una dualidad:
Por un lado, la Norma sacerdotisa, la mujer que se sabe guía, y en parte dueña de los destinos de sus compatriotas, la que entona una “Casta Diva” sublime, deliciosa y regia, una plegaria celestial que extiende sobre su pueblo un manto de esperanza.
Y por otro, la Norma mujer, la que se deja llevar por su fuego interior, por sus ansias de venganza, por su amor por Pollione, ese amor que la hizo traicionar sus votos, ese amor que ahora ha perdido, y cuyo regreso, suplica el regreso; por lo que la duda persigue a Norma durante toda la ópera:
Como mujer fuerte y poderosa, duda entre el amor por Pollione y el amor a su patria.
Como madre, duda entre aferrarse a sus hijos, o llevar a cabo una venganza que borraría de golpe todos los errores de su pasado, una venganza demasiado terrible que, afortunadamente, no es capaz de ejecutar.
Entre todo ello, su relación con Adalgisa se perfila también como una relación cambiante, demasiado afectada por la inconsciente traición de ésta hacia su superior, y por haberse visto sustituida por ella.
Pero la nobleza de su carácter prevalece sobre todo lo demás; sobre la traición, los celos y la ira; y finalmente, en vez de venganza, elige el sacrificio.
El verdadero reto de Norma, consiste en expresar toda esta amalgama de sentimientos encontrados, sin afectar al desarrollo musical, puesto que la exigencia vocal del papel, es tremenda.
Bellini recurre constantemente a los extremos de la tesitura de soprano, exige de ella, los más sutiles matices de expresión, un legato perfecto y un fiato espectacular para esas frases interminables tan características de “Casta Diva” o de ese sublime dúo con Adalgisa en el II acto, “Mira, o Norma”, por citar algunos de los momentos más destacados.
Pero también exige fuerza, sonoridad y poder vocal en los pasajes dramáticamente más exaltados, como puede ser el terceto final del I acto, en el que la protagonista acaba de descubrir que el romano que ha seducido a Adalgisa, no es otro que su amado Pollione.
En resumidas cuentas, no es necesario decir que la creación de Bellini tiene más que merecido su status actual dentro del repertorio belcantista y de la ópera en general.
Por un lado, Norma es bel canto en el sentido estricto de la expresión.
Norma es belleza, melodía y voz.
Y por otro, es también drama, emoción y realidad.
Un conjunción perfecta que la convierte en reto para sus intérpretes, y en delicia para sus espectadores.
Su dificultad estriba en la necesidad de conjugar no sólo un profundo conocimiento de técnica belcantista, y una extensa tesitura de más de 2/8 del Si2 al Do5, sino además, otro rasgo fundamental:
El del talento como actriz trágica.
El espectro de emociones que debe comunicar la artista, abarca el dolor y la alegría, la ternura y la crueldad, la ebriedad del placer y el estremecimiento del desprecio.
Al empleo de semejantes medios vocales, se añade pues su trascendental carga dramática, en un perfectamente calibrado equilibrio con el lirismo de las melodías.
Todo ello hace de Norma, una heroína excepcional dentro del conjunto de la producción de Bellini, por cuanto con la caracterización de ésta, y del clima que domina la obra, obtiene su autor una superación sobre su propio talante; en una protagonista de carácter enciclopédico, que debe enfrentarse a la disparidad de momentos de melancolía como el arioso que inaugura el II acto, “Teneri, teneri figli”, o la tristeza fatalista con que se abre el dúo de la escena final:
“In mia man alfin tu sei”, que contrastan, dentro de los mismos números y sin solución de continuidad, con el terrible momento del intento de infanticidio o la rabia desenfrenada de “I romani a cento, fian mietuti, fian destrutti”, respectivamente.
Por no hablar de la explosión de ira, “Sangue romano”, los dúos con Adalgisa, el trío que finaliza el I acto...
Es una pesada carga, por tanto, la de este peplo de Norma, que obliga a la cantante a estar en escena casi todo el tiempo, y cuya prestación se va haciendo más intensa conforme la ópera avanza, pues cambia contantemente de registro emocional.
Su entrada, constituye un momento magnífico:
En ella se dibuja su compleja personalidad, en la que el don semidivino de la sacerdotisa de los druidas, va cediendo terreno progresivamente al de una mujer presa de los más oscuros presentimientos, en una progresión admirable desde el recitativo “Sediziosi voci”, y la melodía más bella y famosa para soprano, la plegaria “Casta Diva”, a la cabaletta “Ah! Bello a me ritorna!”
El monumental recitativo, reviste de un aire solemne a Norma, como corresponde a la imagen imponente que debe adoptar ante un pueblo que la venera.
La plegaria, cuyo tema viene expuesto por la flauta, se vuelve, sin embargo, mucho más recogida, con una línea de canto etérea de pureza casi ultraterrena; o sobrehumana, acaso el más acabado ejemplo de cómo Bellini era capaz de crear amplios arcos melódicos con un material de base bastante pequeño, según la técnica que un estudioso de la categoría de Friedrich Lippmann ha denominado “amplificación diastemática”
Este clima viene interrumpido por la participación del coro y la coloratura de “Ah, Bello a me ritorna!”, en la que la soprano expresa el sentimiento amoroso, mostrando a las claras sus debilidades como ser humano.
Podría pensarse, a raíz de esta presentación, que el conflicto entre sentimiento y razón, amor y deber está servido, pero no es así.
Ocurre en el plano de las circunstancias, pero no desde la consideración íntima de Norma.
En realidad, es la mujer con sus diferentes pasiones:
Amor, celos, despecho, maternidad... la que domina desde su siguiente escena, en la que la encontramos en sus habitaciones con sus hijos ocultos, y pensando en Pollione, a punto de recibir la visita de su pupila Adalgisa.
La Norma sacerdotisa, ya no será en adelante, sino una suerte de máscara que utilizará en su ira para declarar la guerra a los romanos, pero de la que inmediatamente se despojará cuando, vencida, decide morir junto a Pollione, y se confiesa culpable ante su pueblo.
El I acto finaliza con el célebre trío Norma/Pollione/Adalgisa, en el que aparecen todos los elementos del conflicto que desencadenarán la tragedia.
En este atípico finale, la soprano debe hacer frente a intervenciones vocalmente complicadas, donde la tesitura sopranil se contamina con notas graves, y en las que la expresión varía de los celos al canto elegiaco y al despecho.
En el II acto, el eje central de la acción termina configurándose alrededor de los celos y la venganza en lucha con el amor y la piedad, como en la escena del frustrado infanticidio, o la amenaza incumplida de acusar de sacrilegio a Adalgisa.
En ambos casos predomina la grandeza de Norma, que en última instancia decide, como ya se ha mencionado, morir junto a Pollione en la hoguera, en una escena final de continuo, pero contenido crescendo que supone una verdadera apoteosis romántica.
El culmen de la ópera, viene con la secuencia de solos y escenas corales que se suceden después del coro “Guerra, guerra!”
Con anterioridad, el bellísimo dúo Adalgisa/Norma, había concluido con el feliz acuerdo en el que la noble novicia determina convencer a Pollione para volver con Norma.
Cuando Norma recibe a un Pollione prisionero en su intento de raptar a Adalgisa, recurre a toda una serie de ardides para recuperarlo:
El ofrecimiento de la libertad, la amenaza, el chantaje...
Es el maravilloso dúo “Il mia man alfin tu sei”, pieza comprometida donde las haya, que desemboca en la sed de venganza, pero teñida de profunda tristeza, de la cabaletta “Gia mi pasco dei tuoi sguardi”
Después no queda otra salida que la propia inmolación, pues realmente nunca estuvo en la naturaleza de Norma matar a sus hijos, o acusar de su culpa a la inocente Adalgisa.
Es el cenit de todo el final de la ópera, concentrado en las palabras “Son io”, con las que Norma se confiesa traidora a la patria y a la diosa.
Es el momento del largo “Qual cor tradisti”, dirigido a Pollione, que finalmente comprende la magnitud de sus errores.
El final se precipita:
Norma, despojada de toda autoridad, se convierte en una madre que suplica desesperadamente por la vida de sus hijos a su padre Oroveso, en el desgarrador “Deh! Non volerli vittime”, típico crescendo melódico belliniano, que conduce a la catarsis final, en uno de los momentos más arrebatadores de la historia del teatro y de la música lírica.
Nada menos que el perfecto trágico sublime de Bellini podía hacerlo.
Ahora comencemos con los problemas técnicos de esta producción.
Primero, consideremos que es de 1974, por lo que es hija de su tiempo.
La grabación se realizó en El Teatro romano de Orange, en el sur de Francia; naturalmente estaba “en exteriores” y el mistral soplaba en ese momento.
Inevitablemente, los micrófonos captaron una buena cantidad de ruido del viento y las túnicas y los tocados de los cantantes se pueden ver dando vueltas.
Si bien agrega un toque expresionista a la agitación de la trama, y es un recordatorio constante de que se trata de una presentación en vivo; la calidad del sonido en sí es pobre.
La orquesta suena muy delgada, y con los cantantes, el problema principal parece ser la colocación de los micrófonos, ya que el volumen y el equilibrio varían mucho, y a veces hay distorsiones.
En el I acto del trío formado por Pollione, Norma y Adalgisa, las 2 mujeres casi se ahogan por el tenor.
No es su culpa, pues esto es simplemente una cuestión de equilibrio.
También hay al menos 2 ocasiones en que el sonido simplemente desaparece durante aproximadamente medio segundo, más o menos, afortunadamente no en los lugares en los que importa.
Por otro lado, la calidad del video también es pobre, y para ser justos, hay que decir que la iluminación es básica, y que los cantantes individuales aparecen principalmente en focos individuales.
Esto crea un gran contraste que cualquier medio tendrá dificultades para registrar bien, pero incluso para los estándares de hace 40 años, esta imagen no es buena.
¡Incluso los títulos iniciales no son nítidos!
Todo esto puede no importar demasiado si el rendimiento en sí fue artísticamente satisfactorio.
La producción es tradicional, porque no actualiza la configuración; y los sets son bastante mínimos, lo cual está bien, y no es sorprendente, dado que casi toda la acción tiene lugar por la noche.
El coro está vestido con túnicas blancas que parecen vagamente bíblicas en lugar de druidas, pero está bien.
No sé lo que debe ser el vestido de Norma, pero parece más del siglo XIX que del primer siglo.
Oroveso, el papá de Norma y Adalgisa, se ven bien en sus túnicas, y las barbas se notan algo postizas, pero está bien.
Pollione está vestido con armadura como si fuera un centurión, no un procónsul, que es un papel político, y no militar.
¡Y seguramente, incluso los militares no usan su armadura todo el tiempo!
Este es uno de varios detalles menores en los que encuentro que el director escénico no se molestó en seguir el libreto o en investigar.
Otros 2 ejemplos más serán suficientes:
Antes de que Norma haga su primera entrada, el coro nos dice que debe cortar el muérdago sagrado con una hoz…
Cuando la vemos, sin muérdago, sin hoz...
Tal vez ella los dejó en algún lado.
Y en el último acto, ella le dice a los druidas, que han capturado a Pollione, que lo desaten cuando ya no está atado…
El vestuario y el diseño de los decorados se ven absolutamente deslumbrantes sin ser muy rigurosos; y la fotografía es hábil; la orquesta y la conducción son igualmente hábiles; y lo que ha quedado claro, y me hago eco de esta evaluación, es que la iluminación en el escenario es notablemente tenue, el viento nunca deja de soplar, y el trabajo de la cámara es meramente útil para hacer una grabación de archivo.
Y es que hay algo en Norma que la convierte en icono, o quizá hayan sido sus intérpretes, desde la propia Giuditta Pasta o María Malibrán a Montserrat Caballé, pasando por Joan Sutherland o, por supuesto, Maria Callas, todas ellas icónicas en sí mismas, las que le han otorgado ese halo de misticismo que es hoy día indisociable de la obra maestra de Bellini.
Es desde luego, una ópera en la que el éxito o fracaso de su interpretación, recae casi únicamente en la habilidad canora y actoral de su protagonista, y es un placer ver y escuchar a Monserrat Caballé en el apogeo de sus poderes.
El borde sin refinar en la voz de Vickers, se yuxtapone con gran efecto con el bello melodioso y los potentes sonidos de La Caballé.
La participación incidental de los elementos, que soplaba un vendaval la noche de la grabación, pareció sino aumentar la intensidad de las pasiones expresadas por la pareja condenada, en un clima perfecto para el escenario de la ópera de Stonehenge.
Aquí, Montserrat Caballé es Norma, pues canta maravillosamente, y es una actriz sobresaliente, muy a pesar de su físico; y ella canta desafiantemente en el viento mientras pega su capa sobre sus hombros en varias escenas tan mágicas que hoy son míticas.
La Caballé, de hecho, sale mejor todo el tiempo.
Ella tiene un rango dinámico y control vocal que sería asombroso incluso en un estudio de grabación, y no importa un anfiteatro romano.
Su desvanecimiento “glissando” al final de “Casta Diva”, es probablemente igual al de La Callas o tal vez superior en intimidad.
De hecho, dicen que Maria Callas, cuando vio en un cine de París esta grabación de la mítica Norma que Caballé, en un irresistible estado vocal, cantó en El Teatro romano de Orange, dentro del festival anual conocido como Las Chorégies d'Orange, quedó tan maravillada que decidió enviarle los pendientes que había lucido en la Norma producida en El Teatro alla Scala, con dirección escénica de Margarita Wallmann en 1955, que La Caballé nunca se los pondría porque, según ella, “Callas solo ha habido una”
Y en la mayoría de las actuaciones de Norma que he visto a Pollione, es un poco cobarde, así que fue refrescante ver la actuación viril de Jon Vickers.
Admiro a Vickers, pero debido a su vasto repertorio de Wagner y Verdi, me preocupaba que su gran voz fuera demasiado pesada para un bel canto como Pollione; sin embargo, creo que su caracterización funcionó, canta muy bien y se combina muy bien con Caballé, y en cuanto a actuar, no creo haber visto a un Pollione así de viril antes.
La virilidad de Vickers y su nobleza de espíritu digna, no tienen rival en todos los papeles que ha dedicado al video y al CD; y esta es una voz poco común para el bel canto; no obstante, es un héroe trágico fuerte, incluso arrogante, con un defecto fatal; que contrasta con el bel canto, que no es el fuerte de Vickers, y lo que le falta en el timbre, lo compensa en energía y mucha masculinidad.
Tristemente, el viento y la calidad de grabación primitiva estropean la mayoría de sus canciones, así que solo tenemos una impresión de cómo sonaba realmente el gran hombre.
Lo más destacado de Norma, son los dúos de armonía entre las 2 sopranos, pero Joséphine Veasey no pudo desafiar a los elementos como Caballé, así que sus dúos son una decepción.
Augustino Ferrin es un Oroveso noble y sólido.
En general, esta es una gran Norma que funciona enormemente gracias a Caballé.
“In mia man alfin tu sei:
Niun potria spezzar tuoi nodi.
Io lo posso...”
Vincenzo Bellini murió, a la lamentablemente joven edad de 33 años; y para muchos fanáticos de la ópera, me incluyo, Bellini fue el más grande y el más melódico de los compositores inspirados en el bel canto italiano; y uno solo puede imaginar, que si hubiera vivido más tiempo, el mundo de la ópera habría sido bendecido con muchas más de sus creaciones; y podría decirse que su ópera más grande fue Norma, no solo por sus muchas melodías fabulosas, sino también por su extraordinaria profundidad emocional, poco frecuente en la escuela de bel canto que se centra exclusivamente en el precisamente, “hermoso canto”
Y es como se citó, el papel de Norma es particularmente exigente, ya que requiere una voz hermosa, con una técnica excelente, especialmente en las variaciones dinámicas infinitas; y a lo largo del siglo XX, muchas cantantes se han enfrentado a este papel, con diversos grados de éxito.
Algunas de las cantantes más conocidas, han llevado sus propias fortalezas y debilidades al papel; y entre ellas se destacan las interpretaciones de:
Rosa Raisa, Claudia Muzio y Rosa Ponselle en los años 20; pero la más prolífica Norma del período de posguerra fue Maria Callas, quien con 89 representaciones en escena, algunas de las cuales se conservan grabadas; y 2 grabaciones de estudio, en 1954 y 1960, impuso la supremacía del rol en el repertorio belcantista entre 1949 y 1964, y “Casta Diva” fue su aria emblemática, su caballo de batalla.
Las primeras apariciones de La Callas en el papel, comenzaron en El Teatro Comunale di Firenze, en noviembre y diciembre de 1948; seguido en El Teatro Colón de Buenos Aires en junio de 1949, ambos dirigidos por Tullio Serafín.
Al año siguiente, apareció en el papel en La Fenice en Venecia, en enero de 1950, esta vez bajo Antonino Votto; y en México en mayo de 1950, dirigido por Guido Picco.
En Londres en 1952, Callas cantó Norma en el Royal Opera House, Covent Garden en noviembre, donde Joan Sutherland cantó el papel de Clotilde; e hizo su debut en América, cantando el papel en la Lyric Opera de Chicago, en noviembre de 1954, bajo Nicola Rescigno; y luego apareció en el Metropolitan Opera en New York, bajo Fausto Cleva en octubre y noviembre de 1956.
En 1960, interpretó a Norma en el Teatro Antiguo de Epidauro en Grecia, con la colaboración de la Ópera Nacional griega.
La entonces instaurada “nueva-antigua” tradición de Pasta-Callas, fue sucedida por 2 intérpretes muy diferentes, ambas herederas del renacido y depurado estilo dramático-belcantista:
La turca Leyla Gencer, que interpretó el papel junto a Giulietta Simionato; y la australiana Joan Sutherland, secundada por la Adalgisa de Marilyn Horne.
Después del debut de la Sutherland en 1964 en el rol titular, Pavarotti la llamó:
“La mayor voz femenina de todos los tiempos”
En la década de los 60, otras expertas en el belcantismo debutaron como Norma, donde sobre salió Montserrat Caballé; y no pueden desdeñarse fácilmente otras destacadas intérpretes del personaje, como Grace Bumbry y Shirley Verrett, las 2 famosas divas afroamericanas, que empezaron como mezzosopranos, y con el tiempo empezaron a cantar el repertorio de soprano.
Pero La Caballé completa el trío de las grandes Normas de nuestra época; que está en muchos aspectos, a mitad de camino entre Sutherland y Callas, por cuanto se inclina más por el lado dramático de La Divina, con alguna exageración no siempre del todo afortunada, para ser honestos; y comparte por otra parte la preponderancia del plano estrictamente vocal de La Stupenda.
El resultado se refleja en una Norma estilizada hecha por Caballé, y al tiempo arrebatadora, que explota la sensualidad femenina de la sacerdotisa, creando una personalidad poliédrica que no excluye, según sus propias palabras, cierto cinismo, en uno de sus caballos de batalla, que cuenta con toda una legión de admiradores y de fanáticos.
Gracias a esta representación, Montserrat Caballé entra en la leyenda de las intérpretes de Norma, situándose, dentro del siglo XX, y para quien esto escribe, a un ligero nivel inferior al de Callas, pero muy por encima de la australiana Joan Sutherland, quien también fue una gran Norma, estilísticamente perfecta, pero no pudo superar, como en todas sus grabaciones, los problemas de dicción y pronunciación italiana.
Esto no quiere decir que si no hubiera existido esta grabación, Caballé no hubiera entrado en la leyenda, sin duda lo hubiera hecho, pero no de la misma forma, porque lo de Orange es mágico.
Finalmente, de los muchos tributos que brotaron después de la muerte de Bellini, uno se destaca, y fue escrito por Felice Romani, publicado en Turín, el 1 de octubre de 1835, donde declaró:
“Tal vez ningún compositor más que el nuestro, sepa tan bien como Bellini la necesidad de una estrecha unión de la música con la poesía, la verdad dramática, el lenguaje de las emociones, la prueba de la expresión”
Hoy, El Museo Belliniano, ubicado en el Gravina Cruyllas Palace en el lugar de nacimiento de Catania-Bellini, conserva memorabilia y partituras; y fue conmemorado en el frente del billete de banco de 5.000 liras de la Banca d'Italia en los años 80 y 90, antes de que Italia cambiara al euro; con la parte posterior mostrando una escena de la ópera Norma.
Ya entonces, triunfar con Norma, era triunfar en la ópera, y así se sigue entendiendo a día de hoy.

“Pace v'intimo; e il sacro vischio io mieto”



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