The Invisible Man

“Power, I said!
Power to walk into the gold vaults of the nations, into the secrets of kings, into the Holy of Holies; power to make multitudes run squealing in terror at the touch of my little invisible finger.
Even the moon's frightened of me, frightened to death!”

A principios de los años 30, la producción cinematográfica estadounidense, estaba en manos de un puñado de grandes estudios, como los 5 grandes:
MGM, Paramount, Fox, Warner, y RKO; que controlaban también la distribución y exhibición.
En esos momentos, Universal ocupaba un peldaño inferior, y su situación financiera no era precisamente boyante, en gran medida, como consecuencia de la grave crisis económica del país, a raíz del crack de Wall Street en 1929.
Sin embargo, el nombramiento del hijo del fundador del estudio, Carl Laemmle, como nuevo jefe de producción, y la progresiva transición del cine mudo al sonoro, significaron un progresivo afianzamiento de la compañía entre las “Majors”, llegando incluso, a ganar el Oscar con “All Quiet On The Western Front” en 1930.
Uno de los grandes aciertos de Laemmle Jr., fue la adaptación del “Dracula” de Bram Stoker, a cargo de Tod Browning, una producción barata que generó elevadas sumas de beneficios, y convenció al productor, de que era una senda “cuanto más terrorífico, mejor” a seguir, compatibilizándola con otras producciones de mayor presupuesto y prestigio para el estudio.
Pronto se puso en marcha un nuevo proyecto, la adaptación del “Frankenstein” de Mary W. Shelley, que recayó en un recién llegado, llamado James Whale, quien se había ganado un cierto prestigio y respeto dentro de Universal, por su capacidad de control y talento artístico.
El estruendoso éxito, motivó que Laemmle estuviera constantemente, a la caza de un nuevo material literario, que alimentase su fábrica de monstruos.
El tema del científico loco como núcleo de la historia, manipulando las fuerzas de la naturaleza, y pagando un terrible precio por ello, sintonizaba con el público de los años 30, que había estado sujeto a cambios tecnológicos y científicos de primer orden, desde La Teoría de La Evolución, hasta La Relatividad de Einstein.
Este público, además, deseaba una vía de escape a la dura realidad de La Gran Depresión, recordar que los años 30, fueron también La Edad de Oro de las comedias más enloquecidas, otro de los géneros favoritos de aquellos espectadores, para olvidar las angustias de este período.
Así, H.G. Wells había sido uno de los primeros en vaticinar el importante papel que el cine tendría en la cultura popular.
Sin embargo, era reticente a permitir que sus obras, se adaptaran a la gran pantalla.
“If you try and escape by the window, I shall follow you, and no one in the world can save you”
The Invisible Man es una película de terror y ciencia ficción, del año 1933, dirigida por James Whale.
Protagonizada por Claude Rains, Gloria Stuart, William Harrigan, Henry Travers, E.E. Clive, Una O'Connor, Dudley Digges, John Carradine, Walter Brennan, Dwight Frye, entre otros.
El guión es de R.C. Sheriff y Philip Wyle, basados en la novela homónima de Herbert George Wells, que había publicado en 1897, primero por entregas en Pearson’s Weekly, y posteriormente en forma de novela.
Wells pensaba, que el cine iba a ser la forma artística más importante del siglo XX, y sus agentes llevaban años llamando a las puertas de Hollywood.
Así, cuando se empezó a hablar de la posibilidad de una adaptación de “The Invisible Man”, fueron muchas las dificultades que hubo que salvar.
MGM rechazó la compra de los derechos de adaptación, por sus innumerables dificultades técnicas, pero Universal veía con buenos ojos el material, para continuar su racha de exitosas adaptaciones.
Tras consultar con John P. Fulton, Jefe de Efectos Especiales del estudio, y acordar que Wells tendría derecho a aprobar el guión definitivo, se negoció la venta de los derechos por $10,000.
Tras numerosos borradores, aproximaciones más o menos infieles al texto original, y las aportaciones de gente del calibre de Preston Sturges, o John Huston, la tarea de adaptar la novela, recayó en las hábiles manos de R.C. Sherriff, quien decidió no despegarse demasiado de Wells, aunque sí estructurar la trama, con la mirada puesta en el anterior éxito de “Frankenstein”
Así, el protagonista volvía a ser un científico que se aísla del mundo, para realizar sus investigaciones, añadió los personajes de una novia atribulada, y un mentor, potenció el rol de su socio-rival como antagonista, y decidió hacer algo que había resultado imposible, prescindir del consabido final feliz.
También, prescindió de buena parte de los apuntes políticos de Wells, reconocido socialista, feminista, y evolucionista; culpando de la megalomanía sanguinaria del protagonista, a un fármaco, la monocaína, que quita el color a aquello que toca, y conduce a la locura.
Además, la situación financiera del estudio era tan crítica, que su política habitual era, deshacerse de los actores a medida que su fama y exigencias económicas crecían, y reemplazarlos por otros menos costosos.
Éste fue el caso de Boris Karloff, primer candidato a interpretar al protagonista.
Cuando el proyecto fue asignado en un principio al director Cyril Gardner, quien fue posteriormente reemplazado por James Whale; entre los actores contactados para interpretar a Jack Griffin, estuvo Boris Karloff, pero se cuenta, que rechazó el papel, tras las presiones del productor Carl Laemmle, Jr. de bajar su salario.
Claude Rains, se había trasladado desde el Reino Unido a EEUU, y llevaba algunos años protagonizando montajes en Broadway, pero era un absoluto neófito en la gran pantalla, si exceptuamos un papel secundario en una película muda inglesa.
Sin embargo, su voz, con una inimitable entonación ronca, consecuencia de una parálisis de las cuerdas vocales, durante La Primera Guerra Mundial, fue la que definitivamente decantaría la balanza, a pesar de ser, en palabras de Rains:
“La audición más nefasta de la historia del cine”
Su desconocimiento del medio era tal, que apenas había visto media docena de películas como espectador, algo que Whale intentó solucionar, obligándole a ver hasta 3 films diarios, para asimilar las claves de la interpretación cinematográfica.
Aún así, se presentó en el rodaje, sin haberse leído la novela y, consiguientemente, desconociendo que su personaje se pasaría la práctica totalidad del metraje, con el rostro cubierto, lo que admitía como una merecida cura de humildad.
Así pues, The Invisible Man fue el primer rol protagónico, y exitoso de Claude Rains, y lo catapultó a la fama.
Sin embargo, según el periódico The New York Times, H.G. Wells, autor de la novela en que se basa la película, sostuvo que le gustó la adaptación, criticó el cambio de personalidad del protagonista, que pasa de ser un científico brillante en el libro, a un “lunático” en la cinta.
El sarcástico humor de Whale, que tendía a rebajar la intensidad dramática de algunas secuencias, y la personalidad exuberante, bromista, y elegantemente cruel que Rains imprimió en su personaje, fueron los aspectos que más disgustaron a Wells.
A pesar de sus discrepancias, H.G. Wells alabó la espléndida actuación de Una O’Connor, desatada.
El director, James Whale, se defendió de lo dicho por Wells, argumentando que:
“El cambio se realizó, para apelar a la audiencia de mente racional, según la cual, solo un lunático querría hacerse invisible”
Así las cosas, The Invisible Man forma parte de las mejores películas de James Whale, por distintas razones; pero más que nada, por desarrollar una narración misteriosa, y bien contada, en la que un extraño experimento científico, transforma a una persona común, en un ser dominado por la ira y el poder.
El rodaje de The Invisible Man, fue realizado entre junio y agosto de 1932, y tuvo lugar en los estudios de Universal Pictures en Los Angeles, California; sin embargo, el rodaje fue suspendido temporalmente, el 15 de agosto de aquel año, producto de un incendio que quemó una escenografía.
The Invisible Man trata de una historia simple, en la que un “mad doctor” con ataques megalómanos, causará el pánico entre sus conciudadanos, valiéndose de su invisibilidad. El joven científico Dr. Jack Griffin/The Invisible Man (Claude Rains) ha obtenido una droga que le permite lograr la invisibilidad, pero también, que le provoca un trastorno, peligrosamente megalómano.
Sus compañeros de laboratorio, el Dr. Arthur Kemp (William Harrigan), y el Dr. Cranley (Henry Travers) junto a la hija del último, y novia de Griffin, Flora (Gloria Stuart) se encuentran en su búsqueda, sin saber que está causando el terror entre los habitantes de una pequeña población.
Un científico que primero, en su afán por descubrir una cura a su “enfermedad” y más tarde, por su ansia de la conquista del mundo, y sometimiento de los seres humanos, desemboca en un estado mental, donde se da en sí mismo, una terrible dualidad:
La del hombre puro que busca desesperadamente por volver a ser normal, y la del “otro”, la que aprovechándose de su nueva situación, le facilita llevar a cabo sus instintos más bajos y criminales.
Narrado de un modo conciso, The Invisible Man aparece salpicado de numerosas dosis del humor negro, típico de su autor cinematográfico; un auténtico maestro conjugando comedia y terror.
Así comienza, la que todavía sigue siendo la mejor adaptación cinematográfica del clásico de H.G. Wells; una de las cintas indispensables, salidas de los estudios Universal, durante la década de los 30, en la que se reflexiona acerca de temas como los límites que no debe sobrepasar la ciencia, o la alienación del individuo. ”I tell you, he's not human!
He can go through prison walls, anything!”
Para entender un poco mejor la trama de The Invisible Man, es necesario decir, que Wells escribió gran parte de sus novelas, basándose muchas veces, en lo que podríamos llamar “descontrol científico” una constante que se da, no sólo en “The Invisible Man”, sino en todas las obras de Wells, léanse por ejemplo:
“The Island Of Dr. Moreau” (1896) y/o “The Time Machine (1897), y es la del descontrol del poder científico.
Un poder donde los seres humanos, son tomados por conejillos de indias, despreciando sus almas, y acabando con ellos, simplemente por demostrar que puede hacerlo.
Según se mire, The Invisible Man puede tener varias lecturas.
Aparte de ese descontrol científico, antes citado, podríamos hablar de, cómo el poder corrompe a las personas, o simplemente, de que la invisibilidad brinda la posibilidad de dar rienda suelta a los instintos, o deseos más ocultos del ser humano.
Curiosamente existe también, una dualidad entre el bien y el mal, que afecta al protagonista, aunque no es exactamente un Jekyll/Hyde, porque la mayor parte del metraje, está protagonizado por el “Hyde” del Dr. Griffin.
Cuando habla de curarse, Griffin utiliza la palabra “volver”, pues para él ha desaparecido, y otra persona ha tomado su lugar, por lo cual, hay una lucha por sobrevivir de ambas partes, la buena, la visible, y la mala, la invisible, en una parábola “transparente” de la dualidad Jekyll/Hyde.
Al final, sólo con la muerte, volverá a ser el de siempre, de igual forma que Jekyll en la novela de Stevenson.
En The Invisible Man, seguimos teniendo a un científico jugando a ser Dios, aunque en esta ocasión, las terribles consecuencias convierten al químico deseoso de gloria, en su propio monstruo.
Sin embargo, el ambiente gótico, da paso a una suerte de amenaza tan invisible como un virus, provocando un terror más propio de las películas de ciencia ficción de los años 50 con mensajes radiados, pánico colectivo, policía movilizada...
Por otra parte, la caza al hombre, y la dama angustiada, y otros elementos de The Invisible Man, son una mera continuación de los ya tratados en “Frankenstein” (1931)
Tanto que guarda muchas semejanzas estructurales:
Tenemos a un científico loco, que vive aislado, enfrascado en lo que será su obra más grande, alejado de su pareja a quien visita su mejor amigo, con intenciones de algo más que consolarla, y eventualmente, el pueblo se alzara contra su creación, con ánimo de destruirla.
El toque más terrorífico lo da el protagonista, cuando describe sus planes futuros, aunque no llega a aprovecharse de la invisibilidad, como uno cabria imaginar, porque esta mas obsesionado con volver a ser normal.
Y, sin embargo, The Invisible Man es una de las mejores traslaciones, que de su obra se han hecho a la gran pantalla:
La sátira social de la Inglaterra rural, los pasajes humorísticos, la inquietante claustrofobia de ser invisible, y la tensión del acoso de un asesino, que no se puede ver, están bien recogidos en el guión de R.C. Sheriff.
Al mismo tiempo, se actualizaban y simplificaban algunos de los conceptos de la novela original, por ejemplo:
En una de esas explicaciones pseudocientíficas, tan típicas de los pulp de los años 30, el venerable y encantador científico, Dr. Cranley, explica que el origen de la invisibilidad, se halla en una sustancia conocida como “monocaína”, originalmente utilizada para blanquear tejidos, pues fue desechada porque “destruía el material”
Después, vaya usted a saber para qué, fue probada en un perro, pero “se volvió blanco, y después totalmente loco”
Los comentarios de Griffin, sobre las limitaciones de su invisibilidad, no puede exponerse a que le vean en medio de la lluvia, o la niebla, y menos aún después de comer, cuando los alimentos aún no han sido digeridos por su estómago, aportan un toque de “realismo” científico.
Pasamos del mundo racional de la ciencia a la pérdida del juicio, a la avaricia de dominar el mundo a cualquier precio.
Por otro lado, el maravilloso perfil que se logró del villano; es el prototipo perfecto de científico loco:
“Comenzaremos con unos pocos asesinatos:
Hombres insignificantes y hombres importantes.
Sólo para demostrar que no hacemos distinciones”, dice The Invisible Man
Y luego, como si fuera uno de esos dictadores europeos que comenzaban a destacar en Europa, lanza una perorata acerca del nuevo orden mundial de terror que impondrá.
En el aspecto ético, el relato hace referencia a los posibles peligros que puede acarrear, el avance descontrolado de la ciencia, pudiendo llegar incluso, a trastornar a los propios científicos, que creedores del poder absoluto, irán cayendo en una progresiva locura, capaz de aflorar los instintos criminales más básicos del ser humano.
Aquí, The Invisible Man no es más que una persona que no se ve, que se tiene que cuidar del frío cuando se escabulle para escaparse de diferentes lugares, y que mantiene una rutina estricta, para ocultar su identidad.
Está cubierto de gazas, usa guantes, anteojos oscuros, y traje, un vestuario simple, pero intimidante.
A su vez, su nueva habilidad, le provoca un odio inmenso, y una sed de destrucción, que con el paso de los minutos, se va intensificando.
Pero, posee un humor muy particular, y gracias al espectacular trabajo realizado por Claude Rains, este personaje se transforma, no solo en un perfecto malvado, sino también, en un rol con sentimientos, crueldad, y realismo.
Hacia el final, se comenta que “hay cosas que pertenecen a Dios, y en las que el hombre no debe meterse”
Es patente el tono de denuncia y temor hacia el avance de la ciencia, o tecno-ciencia como se le llama ahora.
A 6 años de que estallara La Segunda Guerra Mundial, ya se deja ver en The Invisible Man ese temor creciente, en forma de denuncia contra “aquellos que se meten en los terrenos de Dios”
Lecturas aparte, podemos decir que The Invisible Man es un gran producto de entretenimiento, que difícilmente decepciona, sobre todo, porque el ritmo del metraje es comedido, sin planos innecesarios, y muchas veces, Whale se permite momentos de humor negro, muy fino al estilo inglés, que se mezclan con grandes escenas oscuras y sórdidas.
La descripción de personajes, no va más allá de un par de pinceladas que los sitúa entre el estereotipo, y la caricatura.
Además de Rains, el resto del reparto fue completándose, mayoritariamente con actores irlandeses, e ingleses, destacando la presencia de Gloria Stuart, casi 65 años antes de sobrevivir a “TITANIC” (1997); la histriónica, Una O’Connor, que borda un gran papel tragicómico, muy del gusto del director; el afable Henry Travers, en uno de sus primeros roles cinematográficos, y fugaces apariciones de Walter Brennan, John Carradine, o Dwight Frye; como también lo es, el ambiente cotidiano de un pueblo, que será víctima de las fechorías de un hombre invisible.
No obstante, los lazos emocionales que los vinculan, se muestran convincentes.
Y es que, lo que eleva The Invisible Man a la categoría de “Clásico Fantástico”, es la capacidad de Whale, a la hora de plasmar atmósferas y escenarios, propios del género.  The Invisible Man no funcionaría, sin un protagonista adecuado, y en ese sentido, sólo cabe alabar la interpretación de Claude Rains, cuya impresionante voz, imprescindible visionarla en su versión original, resulta esencial para dotar de presencia, a un personaje al que, en muchas ocasiones, no vemos, y del que sólo atisbamos su rostro, justo antes de que aparezcan los créditos finales. Uno de los grandes aciertos, es su duración.
En apenas 1 hora y 10 minutos, consigue condensar una historia, con un buen ritmo, y una buena tensión.
Lo magistral, los efectos especiales, estuvieron a cargo de John P. Fulton, quien contó con la colaboración de John J. Mescall, Frank D. Williams, Roswell A. Hoffmann, y Bill Heckler.
Fulton recurrió a diversas técnicas, para lograr el efecto de invisibilidad del protagonista, tales como “stop motion”, doble exposición, y cables.
Una de las técnicas utilizadas, consistió en vestir a Claude Rains, con terciopelo negro, bajo los vendajes y ropa, y filmarlo frente a un fondo negro.
Estas escenas, eran luego combinadas con la toma, donde aparecían los demás actores, y la escenografía.
En la escena final, donde el efecto del suero deja de surtir efecto, se muestra cómo el protagonista, lentamente se hace visible.
Esto se logró, filmando de forma gradual los elementos que aparecen en pantalla:
La almohada hundida, la calavera, los músculos de la cara, para finalizar con el rostro de Claude Rains.
Además de estas técnicas, fue necesario retocar cerca de 64,000 fotogramas , además de trucajes mecánicos, un complejo sistema de hilos invisibles a la cámara, y demás argucias, consiguieron la proeza, adelantada a su tiempo, de convencer a los espectadores, de la verosimilitud de la invisibilidad, reportando de paso, pingües beneficios a Universal, quien proseguiría explotando el filón de sus monstruos de plantilla, con títulos posteriores hasta la náusea, con presupuestos cada vez menores, y una orientación familiar, que restarían buena parte del mito a la serie, hasta alcanzar la decadencia absoluta, como meros comparsas de cómicos como Abbott y Costello.
La lista de secuelas que trataron de aprovechar el éxito de The Invisible Man, resulta casi interminable, curiosamente, The Invisible Man no ha tenido nunca un remake, aunque el concepto de “Hombre Invisible” haya continuado cosechando fortuna en la televisión en varias series; y en la gran pantalla, hasta con su inclusión, como coprotagonista.
Realmente, los efectos de The Invisible Man están muy bien logrados, y muy avanzados para la época, lo cual conlleva muchas horas de trabajo.
Los diferentes trucos de montaje, que le permitieron al director aparentar la transparencia del cuerpo del protagonista, y los diferentes objetos que se van moviendo solos, producen una impecable sensación de armonía y de diversión.
Los planos elegidos, los espacios cerrados y abiertos, en los que la acción sucede, y los distintos efectos de sonido, acompañan a la perfección cada pasaje de la historia.
Sin embargo, el terror sigue siendo el género que más se asocia al estudio, como el cine de gánster con Warner, o los musicales con MGM; lo que demuestra una vez más su pervivencia.
A destacar, una escena en la que Claude Rains se queda desnudo, para que la policía no le pueda ver, y escape por la nieve.
Pero claro, en tan blanda superficie, quedan sus huellas marcadas.
Lo curioso es que, en lugar de dejar la huella de un pie descalzo, lo que queda dibujado en la nieve, es la suela de un zapato...
Sin embargo, todo lo malo lo tapan muchas escenas, como cuando el hombre invisible fuma; y anda “semidesnudo” y en general, los trucajes lucen bien, incluso para los estándares actuales.
“An invisible man can rule the world.
Nobody will see him come, nobody will see him go.
He can hear every secret.
He can rob, and rape, and kill!”
¿Hasta dónde puede llegar la ciencia, a pervertir la moral de una persona?
¿Cuál es el precio que hay que pagar por el progreso?
¿Quién no ha imaginado nunca, ser invisible?
Diría que ninguno de nosotros, siempre y cuando podamos controlarlo, y volver a nuestro estado original.
Si no, tal efecto sería una maldición.
El jugoso tema de la invisibilidad, ha provocado una gran cantidad de versiones cinematográficas; y The Invisible Man, a pesar de ser una de las primeras adaptaciones, es quizás una de las que más se acercan a la obra de Wells.
Curiosamente, el escritor ruso Yakov I. Perelman, señaló en Physics Can Be Fun en 1913, que desde un punto de vista científico, un hombre vuelto invisible con el método de Griffin, habría sido ciego, ya que el ojo humano funciona absorbiendo la luz entrante, no dejándola pasar del todo.
Sin embargo, Wells parece haber tenido esto en cuenta:
Ya que El Hombre Invisible no es completamente invisible, pues la “parte coloreada del fondo de sus ojos” presumiblemente las retinas, permanecen siendo visibles.
Una objeción más importante, es el hecho de que el ojo, es una cámara oscura en miniatura, y si las paredes que la cierran son invisibles, no puede formarse la imagen sobre la retina.
Igualmente, el cristalino no cumpliría su función de lente, si su índice de refracción fuera igual al del aire.
Con todo esto, James Whale sumaba a la lista de poderes que alguna vez hemos querido tener, el de la invisibilidad.
Aunque las contraindicaciones son muy peligrosas, que van desde la pérdida de la noción de la realidad, hasta lo más peligroso, ambición de poder hasta el límite, y deseos casi, de esclavizar al ser humano, los efectos que produce son mucho mejores.
Imagine la de cosas que podría hacer desde la invisibilidad, y añádale el éxito inmortal de un personaje interpretado por un fabuloso Claude Rains.
La invisibilidad, aclarando términos, es la cualidad de un cuerpo físico visible, de no ser visto en condiciones de luz normales, para un supuesto observador.
Hasta principios del siglo XXI, esta cualidad solo era posible en la naturaleza, y se daba en gases y seres, u objetos que, por su tamaño, el ojo humano no era capaz de captar, sin ayuda de lentes, u otra tecnología diseñada para tal menester.
No obstante, los científicos creen haber descubierto la forma de alterar el efecto de la luz, sobre un cuerpo físico, para conseguir el efecto de invisibilidad de forma artificial, gracias a telas compuestas por estructuras electrónicas nanométricas.
La consecución de este logro, tiene importantes aplicaciones en la industria del espionaje, y la guerra.
Sin embargo, también podría ser utilizado para la seguridad del ciudadano, y una mejor observación de especies animales en su medio natural, y mejorar la estética, también la iluminación de algunos lugares en las que las edificaciones han creado un paisaje poco acogedor para el ser humano.
Como se sabe, la invisibilidad ha sido tratada en numerosas ocasiones por escritores y cineastas de ficción, ya sea científica o mágica, casi siempre, planteando el peligro que supone, que este don caiga en malas manos.
Sin embargo, se han llevado a cabo ensayos desde el año 2006.
Investigadores de la Universidad de Duke, dirigidos por el profesor David Smith, crearon un metamaterial, hecho de ondas electromagnéticas, que volvían los objetos solo visibles, por medio de detectores específicos.
En la Universidad de Berkeley en California, un equipo de científicos liderados por el Profesor Xiang Zhang, del Nanoscale Science and Engineerig Center, crearon conjuntamente, un material 3D, que por primera vez, es capaz de desviar la dirección natural de luz visible, a través de luz infrarroja.
Este descubrimiento, podría contribuir en crear un material de base, que tenga un efecto óptico en imágenes, y convertirlas en invisibles.
Una creación como ésta, será un éxito teniendo en cuenta a los fanáticos de películas de fantasía.
Uno solo puede maravillarse con las ilimitadas posibilidades y aplicaciones, que vendrán con este descubrimiento, y desear que no solo el sector militar se beneficie de esta innovación.
Así pues, The Invisible Man es uno de los mejores intentos de adaptar una novela del género a la pantalla, en estos tiempos aún pioneros, y funciona tanto como estudio psicológico de un hombre enloquecido por su propio poder, como fábula teñida de cinismo, sobre el peligro del progreso tecnológico, y la manipulación desconsiderada de la naturaleza.

“The drugs I took seemed to light up my brain.
Suddenly I realized the power I held, the power to rule, to make the world grovel at my feet”



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