A Field In England

“Open Up And Let The Devil In”

Bajo los efectos de los alucinógenos, nunca será real lo que se percibe.
Nunca palparás con total nitidez, lo que se cruza ante tus ojos.
El estado mental, después de ingerir ciertos tipos de sustancias, hace que la mente trabaje a otro ritmo, que te haga confundir situaciones, comentarios… pero también, te ayuda a no sentir la pesadez de tu cuerpo, que se ha ido flotando a otro lugar, dejando así tu alma, libre de cargas, y a total disposición de la imaginación.
Entonces, es cuando puedes estar en varias habitaciones, actuando a la vez, haciendo cosas que crees no haber hecho una vez, que te miras en el presente, y visualizas el pasado, o simplemente, volar como las mariposas, sin hacer ruido ninguno, y viendo la vida brotar entre grises y fuertes colores, que inundan tu ser.
¿Se puede ser psicodélico de forma monocromática?
“It does not surprise me that the Devil is an Irishman, though I thought perhaps a little taller”
A Field In England es un drama fantástico, del año 2013, dirigido por Ben Wheatley.
Protagonizado por Reece Shearsmith, Peter Ferdinando, Michael Smiley, Richard Glover, Ryan Pope, y Julian Barratt.
El guión es de Amy Jump y Ben Wheatley.
De inicio destacar que, A Field In England, tuvo un inusual formato de distribución, ya que ha sido la primera película británica, en haberse estrenado al mismo tiempo en cine, televisión, DVD, y video “on demand”
Su bajo presupuesto, se filmó en 12 días con 300,000 libras; ciertamente hace que la apuesta no sea tan arriesgada como parece, ya que es relativamente fácil que recupere su coste, pero es de reseñar, que se lleven a cabo iniciativas como ésta.
A Field In England está rodada íntegramente en blanco y negro, para dotar de mayor dramatismo a una propuesta, que como es habitual en Ben Wheatley, se mueve entre diferentes géneros, que hace inclasificable al conjunto, entre los que se encuentra el drama, el terror psicológico, o incluso el “thriller”, con alguna pincelada de humor negro, pero que engancha, aun yendo a ciegas.
Es un experimento bien hecho, sobre como el realismo de una situación, puede ser transformado por la actitud artística de un cineasta.
El director, Ben Wheatley, nos presenta una pequeña historia sobre la exploración, sobre los terrenos desconocidos.
El arte se convierte en un arma letal con Wheatley, y acá es un cuchillo que se nos introduce lentamente, y nos da un vistazo a lo más oscuro de nuestro dominio humano.
A Field In England no es un título para todos los públicos, sino para aquellos interesados en el cine más independiente, donde romperse la cabeza buscando una respuesta a los enigmas planteados; pues tiene un mensaje inicial, que indica que la propuesta contiene efectos estroboscópicos, que pueden resultar perturbadores para algunos espectadores.
Se denomina “efecto estroboscópico” al efecto óptico que se produce, al iluminar mediante destellos, un objeto que se mueve en forma rápida, y periódica.
Así, cuando un objeto no puede ser visto, si no es con esta iluminación destellante, cuando la frecuencia de los destellos se aproxima a la frecuencia de paso del objeto ante el observador, éste lo vera moverse lentamente, hacia adelante, o hacia atrás, según sea la frecuencia de los destellos, respectivamente, inferior o superior a la de paso del objeto.
A Field In England es una fábula tan tangible, que juega entre las posibilidades históricas, y el testimonio innegablemente subjetivo de algunos que se atrevieron a experimentar cientos de años atrás.
Únicamente 6 actores, un descampado, unos uniformes de época, y un poco de humo artificial, es la puesta en escena de Ben Wheatley, para A Field In England.
El marco histórico es La Revolución Inglesa, el periodo de la historia del Reino Unido, que abarca desde 1642 hasta 1689; que se extendió desde el fin del reinado de Charles I de Inglaterra, de Escocia e Irlanda; pasando por La República y El Protectorado de Oliver Cromwell; y finaliza con La Revolución Gloriosa, también llamada “La Revolución de 1688”, que destituye a James II de Inglaterra y VII de Escocia.
Pero en A Field In England, obviamente estamos en Inglaterra, la de 1648, donde gran parte de las superpotencias de la época, basaban la obediencia de sus vasallos, en el “pensamiento mágico”
Llámalo “religión”, llámalo “creencia en lo sobrenatural”, llámalo “fe ciega en la bandera de turno”
Allí, Whitehead (Reece Shearsmith), es un esclavo que huye de su amo, el cual pretende matarlo, pero para su fortuna, en el fragor de la batalla, consigue escapar gracias en parte a la ayuda de Trower (Julian Barratt), un saqueador de cadáveres, que dice ser botonero; y ambos se unen a un grupo de desertores de La Guerra Civil Inglesa:
Jacob (Peter Ferdinando) y “Friend” (Richard Glover), y posteriormente, un vagabundo llamado Cutler (Ryan Pope); todos ellos se encuentran después con un alquimista llamado O'Neil (Michael Smiley)
Así, en mitad de La Guerra Civil, Cutler los droga a todos; y pronto descubren que tendrán que ayudar a Cutler, y al misterioso irlandés, O'Neill, a encontrar un tesoro enterrado.
En seguida comenzarán las alucinaciones, y los acontecimientos se teñirán de una atmósfera, todavía más amenazante.
El problema reside, en que el tesoro puede no ser tal, y las misteriosas energías que rodean la campiña, comienzan a hacer mella en la moral, y en la cordura del grupo.
El director Ben Wheatley, en el tramo final principalmente, hace un despliegue en “plan animal” de cualidades cinematográficas, como cualquier maestro de este arte, seduciéndonos con un poderío visual y sonoro apabullante, e impregnándonos más aún, de la alucinante y malsana droga que baña todo su trabajo, de principio a fin.
A Field In England, tiene bastante de reflexión existencialista, entorno a la muerte, entorno a los terrores cósmicos, la incomprensión, y los impulsos de esclavitud y sumisión, de tortura y masoquismo.
Pero en esencia, no deja de ser un viaje metafísico hipnótico que, a poco que le dejen, deviene en una experiencia alucinatoria, progresivamente delirante, altamente lisérgica, y literalmente caleidoscópica.
Curioso el mensaje que se repite de la amistad, y la importancia de los amigos, pues choca un poco con el resto del conjunto, pero funciona bien.
A saber que, A Field In England, exige toda la atención, porque intenta crear un estado mental adecuado al principio, para poder soportar la psicodelia que viene después.
Por ello, A Field In England es una película difícil, pero al menos, es un reto para el cinéfilo/espectador, en una obra completamente original y artesanal; de ese tipo de obras que se necesitan ahora, más que nunca.
“You think about a thing before you touch it, am I right?”
Ben Wheatley, en quien está floreciendo una reputación como uno de los directores británicos, con más talento del género, es famoso por crear películas de horror atmosférico, cuyo peso descansa no solo en la narración, sino también en el estado anímico.
¿Cómo hacer que con tan pocos elementos, se cohesione una película que pueda gustar al exquisito paladar del aficionado fantástico?
Los resultados son relativos, y sujetos a la subjetividad misma del espectador.
Sin duda, la pobreza de la puesta en escena, aparece camuflada, e incluso se crece, mediante una magistral fotografía en blanco y negro de Laurie Rose, y el uso de mil y un recursos fílmicos, como la distorsión del plano, o la imagen estroboscópica.
Todo esto nos sonaría a efectismo barato, aunque el resultado es impresionante, si diera soporte a una historia que requiere de una empatía absoluta por parte del espectador, y dada la naturaleza de la historia, esto no es fácil:
Lo que sí podemos alcanzar a decir, es que se trata de un raro ejercicio de estilo, situado en unas coordenadas extrañas, pero reconocibles al mismo tiempo.
Y es que Wheatley es, sin duda alguna, un director de cine diferente.
Obviamente, estamos ante una película extraña, y contracorriente, que expone un entendimiento muy particular de la amistad, y de la narración histórica, a partir del tratamiento de lo macabro, de la dispersión de límites entre lo real, y lo mítico; entre lo naturalista, y lo esotérico; oculto y místico; entre lo sano, y lo chiflado.
Una apuesta personalísima, y arriesgada; el director es un visionario de otras cosas que siempre estuvieron ahí, presentes y tangible, y sin embargo, nadie se atrevió a explorar.
Y con A Field In England, Wheatley toma la arriesgada decisión, de experimentar con temas nada contemporáneos, y que sin embargo, la lesa humanidad del hombre, une.
Wheatley utiliza la pseudo graciosa presencia de drogas, en un filme ambientado hace cientos de años.
Con esto, el director nos transporta obligatoriamente al momento.
Nos hace vivir lo que esos hombres vivieron.
Y todo lo hace mediante el uso de lo que visualmente es probable que ocurra cuando se alucina; lo que no es habitual para un filme en blanco y negro.
La unión de estos factores obvios, es lo que hace de A Field In England, un verdadero “viaje”
La falta de tecnología, el exceso de lo primitivo, y la necesidad avanzar, es lo que lleva a estos hombres, a utilizar algo desconocido para ganar poder sobre otros.
Decir que la evolución de los personajes es interesante, es decir poco.
Es magnífico el lente casi teatral de Wheatley para filmar; de hecho, en ocasiones coloca a los personajes en posiciones estáticas, para darnos un leve sabor de lo que está a punto de pasar.
Se trata de un film de estilo totalmente libre, que evita seguir una línea clara, y que no se apoya en su peculiar argumento, dejémoslo claro, a efectos prácticos, el tesoro, realmente no importa lo más mínimo; sino en su realización, y la forma como consigue transmitir determinadas sensaciones.
En su primera parte, Wheatley apuesta por diálogos y situaciones casi absurdas, impregnadas de un peculiar sentido del humor.
Transmite una cierta sensación de extrañeza, que se remarca en detalles sutiles, pero absolutamente determinantes, como el uso del sonido, y la banda sonora, o esa fotografía en blanco y negro, tan contrastada, que nos aleja del estilo de los films costumbristas tradicionales.
Todo sucede en, prácticamente un mismo espacio, y aunque se supone que los personajes se dirigen a una posada, a beber unas cervezas, uno ya tiene la sensación, de que jamás llegaremos a ver esa posada.
La cámara se integra a la perfección en el paisaje, y se pasea libremente entre los personajes, uniéndose a ellos.
En este segmento, sólo hay leves destellos de experimentación por parte de Wheatley, como la canción tradicional, entonada por un personaje en primer plano, mirando a cámara, o esos peculiares planos que abren algunos capítulos de la obra, en que los protagonistas representan estáticos lo que va a suceder, como si fuera un cuadro viviente.
A partir de la entrada del personaje de O’Neill, es cuando A Field In England se desmadra, y esos indicios de cierta extravagancia, estallan ante el espectador.
Los 3 personajes son drogados, y a partir de ese momento, Wheatley, que se había integrado entre ellos, durante todo el metraje, adapta la puesta en escena, al estado mental de Whitehead, y de sus desvaríos filosóficos.
A partir de aquí, Wheatley no suelta al espectador, con escenas a cámara lenta, acompañadas de música ambiental, que enfatiza la sensación de extrañeza y, sobre todo, un segmento particularmente llamativo, que es pura psicodelia, con un montaje de imágenes tan extremo, que lleva la resistencia del espectador al extremo, pero que al mismo tiempo, resultan tan hipnóticas, que se hacen fascinantes.
El tramo final, mantiene ese aire tan alucinado, con un enfrentamiento bastante sangriento, plagado de humor negro, y un tono cada vez más surrealista, como su críptico desenlace.
A Field In England es sin dudas, una de esas películas que al acabar, uno tiene la sensación de no haber entendido del todo, pero cuyas poderosas imágenes, y su peculiar estilo, se mantienen durante un tiempo, en la retina del espectador.
Su grafía de la ruptura, su deliberada falta de engarces sintácticos, aportan todavía más confusión e incerteza.
Los personajes hablan, pero nos faltan referentes suficientes, para poder descodificar con legibilidad los diálogos.
Por ejemplo, la secuencia de la cuerda, en la que los 4 personajes protagonistas tiran de la soga enroscada en una estaca…
Irrumpimos en ella, sin que haya explicación previa, que nos conduzca a ella.
Desconocemos por qué tiran, tampoco sabemos muy bien, por qué están realizando con esa acción, o qué pretenden conseguir…
Además, introduce a través de la música, cierto aliento mágico y misterioso, y la cámara irá perdiendo progresivamente su función de registro de lo que allí sucede, para recorrerlos de forma acelerada, como si fuese un carrusel, hasta el punto que ella pierde sus contornos y definición, y acaba siendo una amalgama de siluetas fundidas, que dibujan en la pantalla manchas y sombras extrañas.
Destacar que A Field In England no es lo que parece, pues es tan gráfica como esos penes en primer plano, y los efectos de los disparos, como simbólica con esa nube en forma de planeta “Melancholia” (2011) de Lars von Trier, o aquella telaraña que parece ser la mirilla de un fusil.
A destacar la banda sonora de Jim William y esa tonada pegadiza: “Baloo My Boy”, también llamada “Lady Anne Bothwell’s Lament”
“The coward is here”
El mundo del cine, está repleto de películas en las cuales, un grupo de personajes, con habilidades dispares, y distintos objetivos, se unen para emprender una cruzada, en busca de algún elemento común, que motive a todo el grupo.
Tal componente, debe ser lo suficientemente importante, como para obligar al grupo, a colaborar entre ellos.
Y A Field In England posee esos mensajes, ideas, reflexiones propias sobre el hombre y su esencia.
En el entorno de una guerra, La Guerra Civil Inglesa, 4 hombres se ven forzados a formar una sociedad entre ellos, para sobrevivir.
Ese era un período especialmente crítico para Europa:
Las “luces” asociada al pensamiento racional, a Grecia y Roma, todavía se seguían abriendo paso entre las tinieblas.
Algo que, me temo, sigue sucediendo...
Y de lo peor, la guerra; nace lo mejor, la creación de un colectivo.
La guerra, como fiel representación de la muerte que es, nos iguala como hombres, nos coloca a todos al mismo nivel.
En la guerra, no importa si eres un general, o un soldado raso, el aciago destino es igual para todos.
De ahí, de la cruel contienda, surge una inesperada comunidad entre 4 hombres, con sus virtudes y defectos.
No hay un líder, nadie lleva la voz cantante, porque están descolocados, fuera de su elemento, y con un desconocimiento que los lleva a la desnudez iniciática infantil.
De esa ausencia de figuras paternales, surgen alianzas, ayudas, más o menos desinteresadas, e incluso amistad.
El problema viene, cuando aparece un jefe de verdad, que además, cuenta con uno de sus servidores en el grupo de los 4.
Y provoca el acabose de la comunidad, en una vuelta al rebaño de ovejas, que siguen forzosamente a su pastor.
Tiranteces, tensiones, agresividad, todo está servido.
Las limitaciones de la libertad humana.
¿Hasta qué punto somos libres, si tenemos que obedecer las órdenes de otros?
¿Hasta qué punto somos libres, si repentinamente padecemos enfermedades, o guerras?
Dado que tal vez la libertad “exterior” puede ser muy complicada, porque siempre está sujeta al ambiente, al contexto, tal vez nuestra única escapatoria, sea la libertad “interior”
Y para dicho cometido, las drogas psicodélicas pueden ser muy útiles.
Está en la naturaleza del hombre, ser cruel con sus semejantes, alzarse entre ellos, e intentar dominarlos para demostrar su grandiosidad:
Dictador, esclavo, sirviente, bufón... vuelta a las etiquetas.
Ya no son personas iguales entre ellos, ahora hay una numeración de categorías.
Puede que en un mundo sin líderes, sin tesoros, sin intereses particulares, volviéramos a las raíces.
A ser una agrupación de gente aliada y solidaria.
O puede que acabásemos matándonos los unos a los otros, no lo sé.
Pero lo que está claro, es que la división de clases, la existencia de caciques y líderes de la palabra fácil, se traduce en pobreza humana y desunión.

“I think I have worked out what God is punishing us for... Everything”



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