To The Wonder

“The man who makes a mistake can repent.
But the man who hesitates, who does nothing, who buries his talent in the earth, with him he can do nothing”

Decía el poeta bengalí, Rabindranath Tagore:
“El amor es el significado ultimado de todo lo que nos rodea.
No es un simple sentimiento, es la verdad, es la alegría que está en el origen de toda creación”
Pocos temas pueden presumir de ser tan personales, como el amor.
Por eso, es una pena que decenas de películas prefabricadas, inunden las salas triunfando además, ofreciendo una visión ramplona, cansina, y monótona de dicho tema.
Personajes arquetípicos, actores famosos, haciendo de sí mismos, presumiendo de lo guapos que son, tramas idénticas, sentimentalismo barato, ñoñerías del todo a 100, etc.
Es normal que el género tenga mala fama, y que genere muchos prejuicios.
Calidad final al margen, es de agradecer ver, como ciertas películas nos recuerdan, de forma más frecuente de lo que parece, que el amor es algo más que relatos idealizados “Made in Hollywood”, y que este tipo de historias, son capaces de transmitirnos de una manera, que ningún otro género puede conseguir.
Cualquier tipo de amor, es una búsqueda de sentido a la vida.
La fidelidad, la frustración, y la tristeza, trasforman el amor, porque hablar de amor, es hablar de la pasión, y el odio que pueden nacer de él, de su relación con la naturaleza, con la familia, con la moralidad, y con la fe.
El amor es como las plantas, muere cuando no lo cuidamos, requiere de un mimo diario, y de una preocupación por no dejarlo nunca solo.
Sólo así podrá soportar las crisis, sólo así saldrá reforzado de cada uno de los obstáculos que tenga que superar, sólo así, nunca nos dejará solos.
Agua, tierra, aire, ardiente luminosidad… Amor, eternidad, celos, lujuria, religión, descendencia, decadencia, odio, traición, necesidad, redención, y sacrificio.
Si aceptamos el amor que creemos merecer:
¿Somos capaces de controlar nuestros sentimientos?
¿El amor es efímero, y está condenado a ir consumiéndose con el paso del tiempo?
¿Cómo ha podido el odio, ocupar el lugar del amor?
¿Cómo ha podido mi tierno corazón, volverse duro?
¿El amor sube y baja, como la marea menguante del Monte Saint-Michel?
“You shall love, whether you like it or not”
To The Wonder es una película dramática, escrita y dirigida por Terrence Malick, en el año de 2012.
Protagonizada por Ben Affleck, Olga Kurylenko, Rachel McAdams, Javier Bardem, Tatiana Chiline, Charles Baker, Romina Mondello, entre otros.
To The Wonder es el 6º largometraje de Terrence Malick; y el primero que se ubica en el presente.
Su belleza extrema, ha despertado por ello, recelos; no obstante, To The Wonder dice mucho de lo que pensamos sobre nosotros mismos.
Los valores del cine de Malick, cada vez poseen más de filosófico, que de cinematográfico, y es capaz de hacer que cualquier obra, con todas sus respectivas dudas, permanezca en la mente:
Aliento y contemplación poética, ensimismamiento y reflexión existencial, el gusto por lo fragmentado, y por la evocación interrumpida.
Es un cine no narrativo, de argumento mínimo, y formas musicales, de imágenes sensoriales, y sonidos naturales, al abrigo de una música omnipresente, de preguntas que buscan una respuesta, en medio de una crisis personal, que lo es también del sistema.
To The Wonder se aventura en una esencialidad, de imposible concreción:
La del amor que nace, se deteriora, y se rompe, antes de resucitar, transformado en la sombra, de lo que un día fue.
Es decir, las pulsiones sobre las que se basan el afecto entre 2 personas, lo indescifrable del sentimiento, que primero se materializaba en la devoción, y luego en el hastío.
El nombre de la obra To The Wonder, viene del Mont Saint-Michel, que desde La Edad Media es conocido como “La Maravilla”
Mont Saint-Michel, es el tercer lugar turístico más visitado de Francia, pues el primero es La Torre Eiffel; y el segundo, El Palacio de Versalles; y es en Saint-Michel, donde inicia la obra de Malick.
Neil (Ben Affleck), es un estadounidense aspirante a escritor, y Marina (Olga Kurylenko), una madre soltera europea, que se conocen en París, “La Cuidad Luz” “y del amor”, y disfrutan de un momento de idilio en la isla francesa de Saint-Michel, revitalizados por las sensaciones de estar de nuevo enamorados.
Neil, ha dejado su país, buscando una vida mejor, dejando atrás una serie de hechos dolorosos.
Mirando a Marina a los ojos, Neil cree estar seguro, de que ha encontrado a la mujer que puede amar con dedicación.
Es por ello que le propone, irse a vivir junto a su hija Tatiana (Tatiana Chiline), a los Estados Unidos.
Pero años más tarde, una serie de circunstancias personales, y profesionales, resquebrajan su relación, pues otra mujer aparece en la vida de Neil, con igual o incluso, mayor fuerza:
Jane (Rachel McAdams) quien es una vieja amiga de la infancia de Neil.
¿Logrará Neil, mantenerse fiel a su promesa inicial, o aprovechará para cambiar su vida hacia el futuro que siempre anheló?
Así, asistimos a una historia de amor idílica, hasta que el director decide sumergirnos en 2 crisis de amor:
El terrenal entre ambos protagonistas; y el celestial representado por el silencio de Dios, que atormenta al padre Quintana (Javier Bardem), que busca señales y respuestas.
Todos los protagonistas, son espíritus atribulados y desorientados, en un mundo que se estropea por la contaminación medioambiental, buscadores de una gracia que no responde a sus requerimientos, y que parece dejarles solos, vidas paralelas en su insatisfacción, y desencanto.
El amor y la fe, no son sino 2 caras de la misma moneda, pero se ha perdido la esperanza de encontrarla, porque ya no saben si, es un sentimiento, una obligación, o un acto de la voluntad, pues el silencio de Dios, les desconcierta.
Y como era de esperarse, La Bahía de Saint-Michel, es testigo de las crecidas y bajadas del agua, su playa queda cubierta por el mar, para luego volver a quedar descubierta.
La tierra y el mar se unen y se separan, las mareas van y vienen, como los sentimientos del corazón humano, metáfora inicial de esta obra; por lo que Malick busca aquí, es mostrarnos la realidad de un sentimiento tan complejo, como lo es toda nuestra vida, queriendo, eso sí, dejar su marca particular, sus convicciones personales:
La evolución natural de una relación, no se mantiene por el simple hecho de desearlo.
Si la relación no se riega, no crecerá el árbol.
Si no se evoluciona, ¿con un hijo?, no hay sorpresas.
El amor no se mantiene por la pasión.
Así las cosas, To The Wonder es un exigente, y apasionante viaje de asombro, duda, y reflexión, la búsqueda eterna de un sentido a la vida, la felicidad, la frustración, y la tristeza, que despiertan, nutren, destruyen, y transforman el amor.
“Life's a dream.
In dream you can't make mistakes.
In dream you can be whatever you want”
El amor, no es sólo un sentimiento.
El amor es un deber:
¡Amarás!
El amor es un mandamiento; pero decís:
“No puedo mandar sobre mis sentimientos, van y vienen como las nubes”
Terrence Malick dirige una obra para los amantes del cine más contemplativo y poético.
To The Wonder no es la típica película romántica, que termina con un beso, y un final feliz; es una película filosófica, y quiere dar una mirada al amor como concepto filosófico.
Malick quiere explicar, a través del vínculo de los personajes, como el poderío del amor, nubla inexplicablemente la razón, y domina todas las emociones humanas.
“La Victoria Alada de Samotracia”, en El Museo del Louvre de Paris, es la imagen seleccionada por Malick, para uno de sus primeros planos de To The Wonder.
Es el claro resumen de lo que se nos pretende contar:
El ansia de vencer unida, al ansia de ser libre.
Pero:
¿Esa libertad la da el amor, o, por el contrario, la quita?
¿Qué es vencer, en cuanto al amor se trata?
El tema del amor, la viveza, y el ocaso de éste, es el centro, y con él, la tesis de que las personas amarán en todo momento de su vida, sea idílico o tormentoso, y que hay que sacrificarse y afrontar responsabilidades, ante la compañía que tenemos a nuestro lado.
Los 4 elementos están presentes:
El amor existe gracias a que hay vida.
Hay vida, porque existe La Tierra.
La Tierra existe, porque existe Dios.
Pero Dios no se manifiesta como nosotros querríamos…
Malick nos adoctrina, aunque reconoce que a veces su propia fe, también decae; por lo que desdobla también aquí 2 caminos:
El de Marina, que representa la fe ciega, en creer en el amor verdadero, y en entregarse a él.
Y el de Neil, que se aferra, en su infantil egoísmo, y falta de decisión, a no querer doblegarse a ese amor, pensando siempre, en si en realidad, puede existir algo mejor para él.
El padre Quintana, es el nexo de unión entre los 2 personajes, al encontrarse en la misma encrucijada que ellos, pero a un nivel superior:
Quintana ha dejado de creer, que el amor hacia Dios, hacia Jesucristo, es suficiente.
Habla de que el amor le rodea, pero él no puede tenerlo:
Crisis de fe encubierta, igual que la crisis de Neil, por no querer ataduras, y seguir siendo libre, y de Marina al darse cuenta de que su completa entrega, no es suficiente.
¿Cómo nos demuestra esta creencia, esta lógica de sucesos el director?
A través de simbolismos, de planos más que estudiados.
Y si hay algo en lo que no cree Malick, es en el azar:
Neil trabaja analizando la tierra en la que están situadas explotaciones cerca de granjas, escuelas.
Tierra contaminada, al igual que lo está él mismo.
Él, representante del camino de la naturaleza en la vida.
El ingeniero, el racional, está contaminado con pensamientos que le alejan de su amada.
Ella, alada, libre para sentir, para querer, vuela, baila.
En cualquier momento, incluso en los malos.
Sabe que no puede hundirse, si quiere salir victoriosa.
Pero, como ella misma describe para sus adentros, en sus pensamientos que nos llegan en “voz en off”, dice que “se siente formada por 2 mujeres:
La que le quiere, y la que tira de ella hacia el fondo de la tierra”
Sin duda, los pensamientos racionales de Marina, cuando se da cuenta de que tiene que hacer algo, para no perderle.
Antes de esta reflexión, Malick nos mostraba la imagen de un águila, que despliega sus alas, pasando directamente al encuadre de una roca, con forma similar al contorno del águila, inmersa en el fondo del océano...
De la libertad a la prisión, de la alegría a la melancolía.
Porque Marina se ha enamorado de alguien, incapaz de mostrar sus sentimientos.
Neil por su parte, se debate por 2 chicas:
Marina y Jane, son igualmente, 2 fracasos.
Jane, que ha perdido a su hija, se aferra a un amor que ni ella misma siente.
Un amor que es pura lujuria y, por tanto, perecedero.
Se acerca al amor absoluto, el amor a la otra persona, el amor a un Dios, y lo hace hablando de lo efímero del mismo.
Malick plantea, si un sentimiento tan fuerte, un sentimiento que expresa que es el que realmente empuja a vivir, sin necesidad de la carnalidad, puede tener la potencia de ser realmente permanente.
Si las pequeñas crisis, inevitables, son realmente superables, o por el contrario, hay que encontrar la salida fácil, e intentar hacer nacer ese sentimiento de nuevo, desde cero.
Todo en la puesta en escena, respira autenticidad en medio del caos espacio-temporal, porque el espectador nunca tiene del todo claro, qué fue entonces, y qué es ahora, si se han reconciliado, o es cosa de un pasado idealizado...
Terrence Malick nos transporta, en un viaje de portentosa sinfonía visual, donde haciendo uso de una narración poco común, basada en el predominio de unas bellísimas imágenes, acompañadas de silencios, donde se inserta la “voz en off” de los pensamientos, donde la voz no sale del cuerpo, porque la descriptiva viene dada por los lugares, los gestos, y los pensamientos.
La delicadeza técnica del realizador, es incuestionable, y en este tierno cuento, acerca de la necesidad de afecto, de amor de cualquier clase, llámese pareja, hijo, amigo, fe; se salta la narrativa convencional, acumulando bellezas captadas con la cámara, en un eterno atardecer a caballo entre París y Oklahoma; encuadres inhóspitos, estampas estáticas, o planos volcados encima de los participantes del drama, todo vale para capturar la esencia que nos hace, más que seres humanos, seres sentimentales.
Esta sublimación de la imagen, por encima del guión, de la naturalidad por encima de la premeditación, de la reflexión por encima de la historia... da como resultado, un filme “trascendental” e “importante” siempre en comillas, ante el que se requiere mentalización, cierta fuerza de voluntad, y haber dormido bien la noche anterior, una producción inclasificable, salvo por la firma de un autor, lo dicho, como es Malick:
Personal, intransferible, y único.
Ya en la sala de montaje, donde tiene lugar la verdadera construcción de To The Wonder, inserta “en off” los pensamientos que considera más adecuados a las imágenes que va encadenando, por razones que van más allá de una línea narrativa convencional.
Por lo que To The Wonder no sigue ninguna trama, los acontecimientos saltan en el tiempo, sin un orden aparente, apenas hay diálogos, o conversaciones, se sustituyen casi por completo, por reflexiones y monólogos interiores.
Por eso, a través de las voces que van narrando más sensaciones que acontecimientos, en inglés, francés, español… el espectador asiste a las dudas existenciales universales, sobre la vida y el amor.
Y todo esto, adornado con unos actores que saben interpretar muy bien, aquello que su director les pide.
Ben Affleck notable, y con Olga Kurylenko que tiene una especial comunión con la cámara, un rostro que se deja querer.
Por si esto fuese poco, destaca también, las interpretaciones de un Javier Bardem, que por una vez, está a la altura de las circunstancias, y de una Raquel McAdams, que hace que To The Wonder gane enteros, cada vez que la cámara la mira.
De los intérpretes, yo destacaría a Ben Affleck, que crea un personaje singular, prácticamente con sólo silencios, y aquí destaca Malick como director de actores, pues Affleck es pésimo; y sorprende, resulta bastante expresivo dentro de su silencio, y convincente, un personaje con muy pocos diálogos; mientras que Kurylenko se aleja de su figura de “sex symbol” para dar una imagen más bella, interiormente hablando.
Y entre ellos, una química creíble y honesta.
Sobresaliente resulta la conclusión del personaje interpretado por Olga Kurylenko, cuando ya todo hubo transcurrido, al recuperarse a sí misma, y decir “gracias” a todo lo pasado, y vivido.
Impagable, pues la vida sigue... y parece más fuerte, crecida, y experimentada.
Sabe hacia dónde camina, y camina decidida.
Sus ropas están cubiertas de lodo, pero su sonrisa semeja más sincera que nunca.
También, merece especial atención, el papel de Rachel McAdams:
Ella, vulnerable y temerosa hembra, arrastra una enorme pesadumbre, y se lanza al vacío de un amor no correspondido… cuestionando ya sola en una casa, que no es la de ella, si todo lo que hubo, y no fue más que una mentira.
Como dato, cuenta el español Javier Bardem, que durante el rodaje, el cineasta le podía señalar un pájaro, y pedirle que hablara mentalmente con él, como si se tratara de Dios...
Debe ser complicado expresar eso… pero todo está en las imágenes y en los silencios en comunión con esta forma de narrativa poética.
Pero las virtudes de la película no acaban ahí, ya que Emmanuel Lubezki, ofrece una fotografía descriptiva y maravillosa, donde la cámara habla tanto, o más que los silencios, y Hanan Townshend, en una banda sonora esencial, cuidadosamente escogida, que acompaña las bellísimas imágenes, con profundos y acertados fragmentos de música clásica, de autores de talla de Richard Wagner.
En las fisuras de ese recorrido, Malick continua buscando en un vals de imágenes y susurros, esa belleza pura, que permanece impertérrita al paso de cualquier vida, que de hecho, reside en cualquier vida.
Y su caligrafía, por instantes, parece enquistarse en la redundancia de los gestos, en la figura femenina, que baila ante el paisaje, o los juegos de luces y sombras de una familia en el interior de la casa.
En otros, la erosión del tiempo, y el dolor se alían con los violines de Arvo Pärt, con la sinfonía penumbrosa de “La Isla de Los Muertos, Op. 29” de Sergei Rachmaninoff, antes de llegar a la restauración sentimental que, no por casualidad, se anuncia entre escenarios vacíos.
En esa conciliación, entre poesía reiterativa, y hallazgos íntimos, concentrados en el rostro de una conmovedora Kurylenko, el director ha fraguado una obra extraña, que reflexiona sobre lo inasible del amor humano, a la vez que se pregunta por la correspondencia del divino, por la soledad en el silencio, de uno y otro.
Las conclusiones más poderosas de To The Wonder, no se derivan de ese párroco perdido, en una crisis de fe, sino de la amarga resaca que queda tras la felicidad de haber querido, y creído, el limbo del cariño irrompible, pero también resignado, que se manifiesta en el reencuentro de los amantes.
El final, después del amor:
Fugaz y frágil, frente a la eternidad, en una isla de Francia, “País del Amor...”
Por supuesto, hay que ver To The Wonder, por el encanto visual que nos despierta cada fotograma, por el manejo de las escenas, los recuerdos, los alientos de cada pasión.
Hay que verla también, para preguntarse admirado, cómo logró Malick aquellas escenas con animales…
Y es que el problema inherente a este “cine de la experiencia” es la dificultad, o acaso imposibilidad, de comunicar, y compartir mediante el lenguaje, el pinchazo que a nivel prácticamente fisiológico, se llega a sentir en las fibras.
El cine llamémosle más “convencional”, regido por unos códigos tácitamente aceptados, sí permite un diálogo sobre aspectos de guión, interpretación, fotografía, etc., hasta cierto punto “objetivables”, y uno ofrece sus opiniones, puede que equivocadas, aunque tengo por costumbre estar de acuerdo con ellas, con la esperanza de “convencer” al hipotético lector.
Sin embargo, si ahora digo que en la escena de los bisontes se me erizó el vello, y contuve la respiración, experimentando la plenitud mística de un instante de tiempo detenido en el infinito, me expongo drásticamente al ridículo...
No obstante, así lo dejo escrito, puesto que si Malick arriesga hasta el límite con su obra, jugándose la burla, en justa correspondencia, y como espectador agradecido por su regalo maravilloso, asumo también mi propio riesgo.
Creo que To The Wonder no es una obra para entender, ni para juzgar, es una experiencia, la experiencia de la voz interior.
De ahí que Cannes, y no Hollywood, sea su plataforma de comercialización.
Tal vez lo malo de To The Wonder, es su excesiva dilatación contemplativa, que peca de reiterativa, en un auto plagio probablemente de “The Three Of Life” (2011), su falta de diálogos… pero vamos, es la firma de la casa…
Es, en fin, el mundo de Malick, y otro tipo de cine distinto al que suele llegar a las salas comerciales.
Por eso, para quien busque otra cosa, y no permanecer pasivo en la butaca, ésta es su película, y éste el hermoso baile de unos buscadores de trascendencia, y de amor.
La envoltura musical es exquisita, como no podía ser de otro modo, tratándose de un filme de Malick, con piezas de Hector Berlioz, Richard Wagner, Ottorino Respighi, o Joseph Haydn.
Respecto a la banda sonora original, obra de Hanan Townshend, toma las riendas con efectividad, realizando con hincapié unos temas profundos, llamativos, que no pasan inadvertidos, siendo en fusión con las imágenes que iremos viendo, una delicia.
“Christ with me.
Christ before me.
Christ behind me...”
To The Wonder es un tratado, un tratado sobre el amor, desde una perspectiva cristiana, y romántica.
“El amor de pareja, es volverse 2 personas un solo ser” dicho en el guión.
¿Hay algo más importante para nosotros, los seres humanos, que el amor, que amar, y ser amados en correspondencia?
Si no amas, teniendo capacidad para amar, tu vida pasará como un destello.
Sin amor estamos perdidos.
Amor caritativo, amor desprendido, y compasivo.
En el fin de tus días, serás valorado en el amor, en el amor que hayas sembrado...
No pierdas el tiempo.
¿Crees en el amor, crees en las personas, tienes sensibilidad para reconocer la belleza natural de las cosas?
To eso hace de To The Wonder, una película llamada hacer historia, que en toda su grandeza, trataba de dar respuesta a cuestiones universales, partiendo desde conflictos completamente personales, como resulta la pérdida de un hijo...
¿Qué somos?
¿Quiénes somos?
¿A dónde vamos?
¿Qué hacemos?
Cierto es, puede que a ratos tirara del sermón eclesiástico, puede que a momentos se rigiera por las leyes de la naturaleza, o que simple y llanamente, partiera del contradictorio carácter humano.
¿Divinidad, espiritualidad, o ciencia?

“Love that loves us... thank you”



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