Fiddler On The Roof

“To Life!”

Detrás de cada expresión de la vida, existen tantas apreciaciones y valoraciones, como seres humanos existimos.
La visión de cada una de las personas, depende de su cultura, experiencia, de su sensibilidad, de sus predisposiciones y tendencias, de su sabiduría, y de tantas cosas más.
O simplemente de un momento particular, de un instante en el que directamente, vemos las cosas con los ojos del alma.
Las sociedades son basadas sobre muchos aspectos culturales, pero unos de los más importantes, son las tradiciones y costumbres.
Los judíos, un pueblo que tiene miles de años de existencia, se han creado basado en sus creencias las santas escrituras, y en la tradición oral, El Talmud, una forma de vida, que según estas firmes convicciones, lo importante son las tradiciones, para mantener el equilibrio en sus vidas, “donde cada uno, es un violinista en el tejado”
En relación a esto último, es imposible hablar de violines en el arte, como en la pintura, sin hacer referencia a Marc Chagall (1887- 1985), y a su obra, en la que están muy presentes como elementos intrínsecos a la cultura judía, de la que él forma parte.
Chagall fue un pintor francés de origen bielorruso; cuyo nombre natal fue:
Moishe Segal o Movsha Jatskelevich Shagalov.
En La Rusia de aquella época, y durante décadas, la población judía había soportado numerosos ataques, o pogromos, instigados por el gobierno.
Este término, se hizo común, tras una serie de altercados violentos antijudíos, que asolaron el sur de La Rusia Imperial, en la moderna Polonia, Ucrania, y Moldavia, en el período 1881-1884, después de que se acusara sin evidencia alguna a los judíos, como culpables del asesinato del zar Aleksandr II Nikolaevich.
Se calcula que, como consecuencia del pogromo, cerca de 2 millones de judíos rusos, emigraron hacia los Estados Unidos y Argentina, en el periodo comprendido entre 1880 y 1920.
Sin embargo, ese no fue el único brote antisemita ocurrido en Rusia.
Son numerosos los pogromos documentados durante La Revolución Rusa de 1917, y la posterior Guerra Civil Rusa, de 1918 a 1921; así, durante La Revolución Bolchevique, los judíos acaudalados fueron, como el resto de las clases acomodadas, duramente perseguidos.
Y, por su lado, la participación de colectivos judíos menos favorecidos, en favor de La Revolución, motivó su posterior represión por parte del Ejército Blanco.
Cabe aclarar, que el gobierno bolchevique, al menos oficialmente, no tenía una política antisemita, de hecho, los pogromos zaristas, se dirigían contra los intelectuales y activistas políticos, ligados al movimiento revolucionario.
Existían, por eso, muchos prejuicios, segregación, y discriminación contra los judíos.
Como resultado, éstos se vieron obligados a crear sus propias instituciones:
Escuelas, hospitales, cementerios, incluso manufacturaban ropa, que vendían a otros pueblos de Rusia.
Esas situaciones, se ven reflejadas en los cuadros de Chagall, de los que se han llegado a vender, por más de $6 millones, y también sus litografías, alcanzan un considerable valor.
Marc Chagall, se inspiró en las costumbres de la vida en Bielorrusia, e interpretó muchos temas bíblicos, reflejando así, su herencia judía.
En los años 1960 y 1970, se involucró en grandes proyectos, destinados en espacios públicos, o en importantes edificios civiles, y religiosos.
Cuenta Marc en su biografía  de 1960; que su padre tenía un trabajo muy duro,  como esclavo de galeras, cargando barriles, pero ganando solo 20 rublos al mes.
Todos los días, en invierno y verano, iba a La Sinagoga a las 6 de la mañana.
Allí decía su rezo acostumbrado por uno que otro hombre recientemente fallecido, luego regresaba a la casa, preparaba su samovar, tomaba algo de té, y se iba a trabajar.
Pero el padre, jamás se quejó de su trabajo, como jamás faltó en la casa pan, queso, y manteca; símbolos eternos en la infancia de Marc.
Por lo que sus obras, comunican la felicidad y el optimismo a aquellos que las observan, mediante intensos y vívidos colores.
Chagall gustaba de colocarse a sí mismo, a veces junto con su mujer, como observador del mundo, un mundo de colores, visto a través de un vitral.
Muchos consideran que “La Crucifixión Blanca”, por ejemplo, con sus ricos e intrigantes detalles, es una denuncia del régimen de Stalin, del holocausto nazi, y de toda la opresión contra los judíos.
Chagall cultivó durante más de 80 años, un arte inspirado en el amor, los recuerdos, las tradiciones rusas y judías, los acontecimientos históricos, o los hitos artísticos de los que fue testigo y, en muchas ocasiones, protagonista.
La pintura de Chagall, está unida al color, y llena de símbolos relacionados con su Rusia natal, entre ellos, el violín que aparece en muchos de sus cuadros, y está el célebre violinista.
El violín, es el símbolo de la alegría, y es el instrumento musical utilizado en las fiestas, por los  rusos de origen judío.
Así pues, para Chagall, la realidad es más hermosa de lo que pensamos.
En estos días, en los que solo vemos y oímos noticias poco agradables, la mirada de Chagall, nos puede ayudar a encontrarnos con la realidad, una realidad donde el color y la poesía predominan, porque son la base profunda del ser humano.
¿Que seríamos sin la tradición?
¿Seríamos como un violinista en el tejado?
“Where does the book say that?”
Fiddler On The Roof es una película musical, dirigida por Norman Jewison, en el año 1971.
Protagonizada por Chaim Topol, Norma Crane, Leonard Frey, Molly Picon, Paul Mann, Rosalind Harris, Michele Marsh, Neva Small, Paul Michael Glaser, Ray Lovelock, entre otros.
El guión es de Joseph Stein, que cuenta la historia de una aldea ucraniana, apegada a las tradiciones, y de los hijos por despegarse... más las cuestiones sociales, y políticas.
Es el declive de la época de los zares:
El reinado de Nikolai Alexandrovich Romanov, famoso entre otros motivos, por los pogromos  antisemitas que se produjeron durante su gobierno, y que acabó en 1917, cuando él, y toda su familia fueron asesinados; con La Revolución Rusa.
Y es que durante más de 20 años, la práctica totalidad de la comunidad internacional, estaba unánimemente de acuerdo, en que era necesaria y justa, la fundación del estado de Israel.
Con La Guerra de Los Seis Días en 1967, la situación empieza a cambiar.
A partir de ese momento, se empieza a percibir, con la toma de Jerusalén, y el establecimiento de colonos judíos en áreas muy alejadas de lo que eran los acuerdos de 1947, que los palestinos también existían, y eran seres humanos.
En mayo del 68, y varios gobiernos en Europa, deciden que hay que tomar cartas en el asunto por primera vez, e incluso La ONU, muy pasiva hasta entonces, comienza a presionar de verdad.
Ante esta situación, el lobby judío se organiza, y comienza el lavado de imagen y las justificaciones; y Hollywood se pone en marcha también.
Fiddler On The Roof está basada en una novela del escritor ruso, Sholem Aleijem, titulada “Tevye and His Daughters” y se estrenó en su versión teatral en Broadway, en el año 1964, con Zero Mostel como protagonista.
En la versión cinematográfica, el sonido del violín que toca el violinista, usado como metáfora de la vida inestable de las comunidades judías en La Rusia Zarista, fue doblado por Isaac Stern.
El cineasta Norman Jewison, vio la oportunidad, y se lanzó a producir y dirigir esa traslación, que tomaría el nombre de “Fiddler On The Roof” y tuvo como productor, el gran acierto y suerte de contar con todos aquellos que intervinieron en el éxito teatral.
La historia, contada con profusión de piezas musicales, canciones, y bailes coreografiados por el gran Jerome Robbins, adaptados para el cine por Tommy Abbott, nos muestra los avatares de la comunidad judía, que vive en el poblado de Anatevka, en Ucrania, Rusia; a principios del siglo antepasado, durante las postrimerías del imperio del Zar.
Fiddler On The Roof es una historia universal de esperanza, amor, y aceptación de la vida.
Una obra maestra, y un musical sensacional, alegre, e inolvidable.
El argumento, está plagado de metáforas, pero también de temas universales:
Amor, fe, destino, orgullo, valor, familia... pero también, hay opresión y grandes dificultades, propiciadas en gran parte, por lo que les ha tocado vivir, la época, y el lugar.
Fiddler On The Roof, sólo la podía hacer Norman Jewison, que se empeñó en ello, contra la opinión generalizada, que no creía que fuese a recaudar lo que obtuvo en todo el mundo; con un presupuesto de $9 millones, sólo en la taquilla estadounidense, recaudó casi $99 millones; haciéndola merecidamente, de 3 Premios Oscar:
Mejor Banda Sonora, Mejor Sonido, y Mejor Fotografía.
Y obtuvo otras 5 nominaciones:
Mejor película, director, actor (Topol), actor de reparto (Leonard Frey), y dirección artística.
Rodada en los pueblos de Lekenik y Mala Garica, y en la ciudad de Zagred, todos ellos de la antigua Yugoslavia, los cuales son mencionados con agradecimiento, al final del metraje.
La acción se desarrolla en la aldea ucraniana de Anatevka, en el año 1905.
Es una comunidad, en la que convive una población judía y ortodoxa, de manera más o menos cordial.
Tevye (Topol), es el lechero del pueblo, que intenta mantener su vida tradicional, con su esposa Golde (Norma Crane), y 5 hijas, ningún varón.
Su esposa, se afana en buscar un marido para las 3 mayores:
Tzeitel (Rosalind Harris), Hodel (Michele Marsh), y Chava (Neva Small), en un momento en que los tiempos están cambiando.
La mayor preocupación que tienen tanto él como su mujer, es casarlas a todas, con un hombre acaudalado, o bien, que tenga una buena herencia, para así terminar con su línea de pobreza, y para ello acude a la casamentera Yente (Molly Picon)
Por tradición, es al padre a quien pertenece el derecho de elección, y de cerrar el trato para el casamiento; pero los tiempos están cambiando, y una tras otra, le van rompiendo los esquemas:
Tevye conoce un día, a Perchik (Paul Michael Glaser), un estudiante de Kiev, al que la gente de la aldea, considera un radical.
Y Tevye le invita a su casa, a cenar, para el Shabbat, y después de la cena, le ofrece trabajar como tutor para sus hijas más pequeñas, a cambio de manutención.
Durante el tiempo de su estancia en la casa de Tevye, Perchik se enamora de Hodel, e incluso, ve cómo ella sigue ciegamente el modelo de vida familiar judío, que tanto le molesta a él, e intenta cambiarlo…
Tzeitel, que es la hija mayor, se casa con Motel (Leonard Frey), que es un sastre, amigo de su infancia, que aunque es un poco cobarde, es un “buen tipo”, honrado pero pobre, así que Tevye decide celebrar la boda de su hija con el sastre…
Chava, que es la hija que sigue en el orden de casamiento, conoce a Fyedka (Raymond Lovelock), quien resulta ser un amante de la literatura, que se enamora de Chava.
Esta última unión, no será permitida por Tevye, ya que Fyedka no es judío, y ya en los 2 anteriores compromisos, había desafiado su tradición.
Por lo que Chava termina casándose con Fyedka, lo que significa para Tevye, que su hija ha muerto...
Pero que al momento de ser exiliados de Anatevka, ambos se reconcilian.
Al final de Fiddler On The Roof, se ven los problemas de la diáspora judía en La Rusia Zarista, hecho por el cual, son obligados a abandonar sus tierras, y a establecerse en New York.
En Fiddler On The Roof, se retrata a su vez, el descontento general por las decisiones del Zar, y la influencia del marxismo, en los grupos de emancipación emergentes, que posteriormente darían origen a La Revolución Rusa.
Y entre canción y canción, Jewison aprovecha para colar, los inevitables pogromos y la sempiterna diáspora judía, sucesos tristemente relacionados con “el pueblo elegido”, cada vez que sale en pantalla.
Nos recuerda que, los judíos, siempre se han visto obligados al exilio, y al castigo de los poderosos, en este caso del Zar, en medio de unos conflictos emergentes, que hicieron tambalear su mundo ortodoxo, para crear los cimientos de un cambio de ciclo, en las formas de pensamiento, lo que vino a ser el germen de La Revolución Rusa.
La introducción en Fiddler On The Roof, de ese inconformismo general, se hace más notoria en el 2º acto, precisamente, donde se pierde algo del excelente ritmo que se disfrutaba en el 1°.
A pesar de los inevitables problemas étnicos, que el pueblo judío padece en casi todas las películas de temática similar, el mensaje de Fiddler On The Roof, no pretende ser triste, ni provocar la lágrima fácil, ni la pena.
Fiddler On The Roof, no es recordada por eso, sino por sus excelentes interpretaciones y, sobre todo, por su cuidada banda sonora.
En fin, es una gran película, muy recomendable, con la que uno soltará más de una carcajada, a la par que se lamentará por la situación tan dramática y extrema, que vivirá la familia protagonista, y todo el pueblo, debido a la situación política que se vive en la historia.
“Money is the world's curse”
Norman Jewison, cineasta todo terreno, consiguió con Fiddler On The Roof, un éxito clamoroso; aún dado su origen teatral, con buenos diálogos, y excelentes piezas musicales, y coreografías, más la decisión de conservar todas las piezas, causando una duración de 3 horas, donde el tratamiento cinematográfico es excelente, sin lastre teatral alguno.
Resulta curioso saber, que el director, fue contratado por los productores, convencidos por su apellido, de que era judío y que, por tanto, era el hombre ideal para adaptar la historia del musical, al cine.
Se trata pues, de una de esas meteduras de pata, que hay que agradecer, porque quién sabe lo que hubiese pasado, si el proyecto hubiese caído en otras manos...
Y Jewison supo mantener al equipo escénico, y gastarse una verdadera fortuna en la producción, y acertó de pleno:
En ese año, nadie lo hubiera hecho como él, o no se hubiera atrevido nadie.
Fiddler On The Roof es un musical de otra época, difícil de repetir hoy en día, en el que la acción se toma su debido tiempo, para que podamos entender a la perfección, las motivaciones de los personajes, incluso de aquellos, más alejados de nuestra mentalidad.
De hecho, llega hasta el punto de marcar tan claramente, la separación entre actos que, en un momento determinado, incluye un fundido en negro, de más de un minuto de duración.
La técnica empleada por Jewison, adecuadísima, nos permite disfrutar de la parte musical del conjunto, al tiempo que nos transmite una forma de vivir, que sabemos caduca, retazos antropológicos de una comunidad errante, aferrada a sus tradiciones, en un mundo convulso, al que intentan permanecer ajenos, sin conseguirlo, compelidos por las circunstancias de su entorno, a aceptar y modificar un estilo de vida, que choca continuamente con sus vecinos; confrontación en la que llevan las de perder; modo de vida que deberá cambiar, deviniendo algunas de las tradiciones que dejarán en su camino, por una nueva vida.
La acción se desarrollará, de forma inexorable, contra esa tradición a la que apela Tevye, forzándole a aceptar cambios inesperados:
Como hilo conductor, tenemos las conversaciones con Dios del protagonista, Tevye, interpretado magistralmente por Topol; padre de familia y lechero, que habla con Dios sobre sus dudas existenciales, sobre los matrimonios de sus 3 hijas, que se le presentan inesperados, y extraños.
Él dialoga con su Dios; alza la mirada, y suplica ayuda; no se queja, pero pide mejor fortuna; su caballo se lastima, empeorando su día, y sueña con ser un hombre rico, entonando una canción:
“If I were a rich man”, que alcanzó gran popularidad en su tiempo, siendo versionada por miles de artistas.
Así, las tradiciones van cambiando, poco a poco con cada nuevo casamiento.
¿Pero hasta qué punto?
La tradición se rompe para Tevye, que movido por el amor a su hija mayor, le permite contraer matrimonio por su gusto, algo inaudito para los judíos de entonces, y todos en la comunidad, están invitados a la boda.
En la ceremonia, un huésped de Tevye, el joven estudiante Perchik, osa bailar con las mujeres, y de nuevo, la tradición se rompe…
El pobre Tevye, no hace más que alzar la vista al cielo, cuando todo su mundo se le viene abajo:
Y también, su hija Hodel, decidirá irse con Perchik, que está deportado a Siberia por agitador político; y su hija le promete que se casarán en cuanto puedan.
Y es que… poniéndonos en el lugar de su hija, la oveja negra del medio, reconvertida en devota ortodoxa por amor, repudiada por su estirpe, flaco favor se le hace al gran patriarcado, puede ser estereotipado, de una religión cuyo signo de identidad, es la cerrazón absoluta.
Al menos, eso dejan ver bien claro en Fiddler On The Roof, aunque sea entre alegre canción, y canción.
Es cierto que… con escuchar a Topol, mascullar entre dientes, o cantar “te perdono, sé feliz”, nos hacemos cargo del dolor del hombre, arrastrando a su familia al sempiterno éxodo; a la huida de los pogromos zaristas...
Y toda su amada tradición, hecha añicos.
¿Del todo?
No, del todo no; aún queda Chava, que rematará el desmorone de la vida sencilla de Tevye, al casarse con un gentil.
Así, el modo de vida de Tevye, cambia constantemente, de mal en peor; y a los males familiares, se añadirá la diáspora; que fue la dispersión de los judíos, que han abandonado su lugar de procedencia originaria, y que se encuentran repartidos por el mundo, viviendo entre personas que no son de su mismo origen, o condición.
Usualmente, el término “diáspora” fue empleado para referirse al exilio judío, fuera de La Tierra de Israel, y la posterior dispersión del pueblo judío por el mundo…
Tevye, al final, bendecirá la unión de su hija con el gentil, resumiendo con su gesto, musitado, la aceptación que el tiempo pasado ha finiquitado, y se abren nuevas perspectivas, más modernas, quizás en otro lugar, quizás en otro país… Pero siempre en contra de su voluntad.
Un final algo triste, pero necesario, y dotado de cierto optimismo.
Filmada en el sistema de Panavisión, y rodada en Tecnicolor, podremos contemplar una estupenda historia, vitalista, colorista y amena, con grandes dosis de inteligente humor en sus diálogos, sobre todo, a cargo de la gran piedra angular de la obra, Topol, que ejerce de narrador, y nos hace partícipes de sus charlas con Dios, y sus pensamientos, sopesando sus decisiones, y que nos regalará quejas como:
“Ya sé que somos el pueblo elegido, Señor, pero de vez en cuando:
¿No podrías elegir a otro?”
Visualmente, Fiddler On The Roof es perfecta en su ambientación, en los decorados, en los vestuarios, con una música realmente maravillosa, que soporta y alberga estupendos y alegres números musicales.
Con una gran fotografía de exteriores, que es impresionantemente buena en los interiores.
Cabe destacar además, la complejidad de Fiddler On The Roof, no solo por lo bien que retrata históricamente a la comunidad, sino por cómo realiza cambios completos de registro, en apenas unos minutos.
La mayor parte, se vierte en la comedia, especialmente llevada por Topol, aunque a medida que se acerca el final, y se ve el conflicto de la nueva sociedad, todo va tomando un tinte más trágico, empiezan a predominar los tonos fríos, y el drama señorea la trama, sin dejar por ello de tener un mensaje optimista.
Las interpretaciones, todas están a un nivel extraordinario, en especial la de Topol, que está increíble.
Su mirada, mezcla de socarronería y nostalgia, su voz, la expresividad de cada una de sus palabras, sin duda, hicieron callar muchas voces en su día, ya que su elección para el papel protagonista, fue bastante polémica...
En efecto, en el teatro, el papel principal había corrido a cargo de Zero Mostel, 56 años, con bastante éxito, y la decisión de darle el papel de patriarca familiar a Topol, de 36 años, resultó extraña.
De hecho, para hacerle parecer mayor, se dice que le fueron añadidas canas en las cejas, extraídas de la barba del propio director...
Y es que Tevye, se toma la vida con seriedad, y al tiempo, con una alegría contagiosa, copando con sus problemas diarios, mientras recurre a metáforas:
El violinista en el tejado, es de hecho, la gran metáfora de la vida diaria; y a la ayuda divina para solventarlos; y claro está, cantando siempre.
La metáfora del violinista, se revela al comienzo de Fiddler On The Roof:
“Parece cosa de locos:
¿Verdad?
Pero aquí, en nuestro pueblo de Anatevka, cada uno de nosotros, es como un violinista en el tejado, que intenta ejecutar una melodía grave y sencilla, sin romperse la cabeza.
No es fácil.
¿Verdad?
Tal vez nos preguntan ustedes, que por qué nos subimos ahí, si es tan peligroso… pues si subimos, es porque Anatevka es nuestro hogar…
¿Y cómo guardamos el equilibrio?
Puedo decirlo con una palabra:
¡Tradición!
La Tradición es lo que nos ha permitido guardar el equilibrio durante muchos, muchos años…
Sin todas estas tradiciones, nuestra vida sería como un violinista en el tejado”
Así, el misterioso personaje del violinista, que sólo parece estar en el pensamiento de Tevye, y es el único que parece, puede verle; es tanto metáfora de la inestabilidad de la historia de los judíos, que tan condenados a la vida nómada han sido a lo largo de los siglos; como de las tradiciones mismas que, o las tomas, o las dejas… o haces equilibrio, e intentas hacerlas compatibles con aspectos de la vida que sí tienen que, o pueden cambiar.
Y también, se pueden como actualizar, que es lo que pasa en la fantástica historia de amor de la canción:
“Do you love me?”
Lo más interesante de Fiddler On The Roof es la importancia que se da a Dios.
Me hace mucha gracia, el diálogo continuo que tiene el protagonista con Él, que aunque me parece que es una relación fraternal con el Altísimo, más propia del cristianismo que del judaísmo; está llena de ternura.
Y Topol, consigue hacer presente a un Dios muy amigable, a quien se puede dirigir, para pedir aunque sea, un poco de riqueza:
“a small fortune”, o una máquina de coser, siendo muy consciente, de que suficientes problemas tiene con las guerras en el mundo, o cuidar de que siempre tenga abrigo su hija, que se va a Siberia por amor…
Efectivamente, no creo que haga falta ser muy creyente, para darse cuenta de que es esta fe en un Dios cercano, el diálogo que es oración constante, el que hace que estas familias, acabarán siendo echadas de su querida Anatevka, y lo vivan todo con optimismo.
Sobre el tema principal:
“If I Were A Rich Man”
El título está inspirado en un monólogo de 1902, de Sholem Aleijem en yiddish, “Ven ikh bin Rothschild” que significa “Si yo fuera un Rothschild”, una referencia a la riqueza de La Familia Rothschild, aunque el contenido es muy diferente.
La letra se basa en parte, en pasajes de 1899, del cuento de Sholem Aleijem:
“The Bubble Bursts”
Ambas historias, aparecieron en la colección de historias de 1949, en inglés, llamada “Tevye's Daughters”
Una frase que se repite a lo largo de la canción:
“Durante todo el día me gustaría Bidi-bidi-bum”, es a menudo mal entendida, para referirse al deseo de Tevye, de no tener que trabajar…
Sin embargo, en una entrevista con Terry Gross, Sheldon Harnick dijo “que compone básicamente sílabas que pensaba, daría el efecto del canto jasídico.
La primera persona en interpretar a Tevye, fue Zero Mostel, que reemplazó las sílabas que Harnick había escrito, con los que Mostel pensaba, que serían más auténticos.
En una segunda lectura, tomando la canción y la ambientación donde se desarrolla, me da la idea que habla del capitalismo judío, del poder de la industrialización, en un momento de buena ventura, que es “si fuera rico”
Por otro lado, la coreografía, inspirada en los bailes del enorme Jerome Robbins, irradia carácter y dificultad, como el impresionante baile de la botella, que sella la unión de la hija mayor de Tevye.
Destacar la espectacular fotografía de Oswald Morris, sobre todo, en la escena del estupendo y divertidísimo número musical “Tevye’s Dream” virado al sepia, en lugar de con color normal.
Una demostración de que la puesta en escena, puede y debe aumentar el poder de la banda sonora.
Magnífica la figura de la viuda del carnicero, sobrevolando el escenario con su largo y andrajoso vestido de muerta...
A-lu-ci-nan-te.
Y la escena de la celebración del compromiso de Tzeitel, en la taberna, nunca tan poco espacio físico, fue aprovechado con tanto talento, la que antaño fue denostada y flagelada escena clave del musical en este título, en realidad, se muestra como ejemplo de perfección, y de buenas maneras rodando, estupendo montaje y brío en la dirección del número.
Como anécdota triste, decir que a Norma Crane, le diagnosticaron un cáncer de mama, justo antes de empezar a rodar Fiddler On The Roof, pero lo mantuvo en secreto, salvo a Jewison, Topol, y un productor asociado.
No puedo más que admirar la entereza de alguien, capaz de filmar en una situación así, y hacerlo como ella lo hizo, pues murió 2 años después.
Como curiosidad, hay que decir que el título “Fiddler On The Roof” está inspirado en el cuadro “The Dead Man” del pintor Marc Chagall, en el que se ve un funeral, y un violinista en un tejado.
Si hay algo que debo confesar como punto negativo, quizás es que Fiddler On The Roof es excesivamente larga, aunque no se haga para nada pesada, y hay algunas canciones más flojas, en comparación con los temas centrales...
Pero después de más de 40 años de su estreno, siguen emocionando las diversas escenas, asombrando su esplendoroso sonido, y entreteniendo al cinéfilo amante de los musicales, ofreciendo el conjunto de elementos, bajo la dirección de Norman Jewison, una pieza indispensable a disfrutar, una muestra de cine musical, ya intemporal; no en vano, la comedia dramática musical sigue triunfando, después de tantos años.
Por último, las excelentes composiciones de Jerry Bock, arregladas y orquestadas por John Williams, todavía sorprenden y encantan, así como los solos de violín, ejecutados para el cine, por Isaac Stern.
Y de hecho, Fiddler On The Roof supuso el primer Oscar de John Williams; en esta ocasión, en la categoría de adaptación musical.
Las canciones, con música de Jerry Bock y letras de Sheldon Harnick, son una auténtica delicia, y es difícil quedarse con alguna, pero más allá de la famosísima “If I Were A Richman” esta:
“Tradition”, “To life”, “Matchmaker”, “Do you love me?” que cantan Tevye y su esposa Golde, y que está tan lleno de ternura, como toda la obra en su conjunto.
“We don't bother them, and so far, they don't bother us”
Tradiciones, tradiciones, siempre tradiciones.
Son esas costumbres, que nos han dictado nuestros antepasados, y que imponen un ritual repetido con cierta asiduidad.
Sin ellas, el pueblo judío se vería notablemente alterado en su identidad, perdería parte de su esencia y, desde luego:
¿Quién sabe?
Tal vez Dios permitiría que el cielo se desplomara sobre nuestros pecados, y entonces, ya no quedaría nada de nosotros.
Quizá por castigo, quizá por venganza.
Eso no le corresponde decidirlo al hombre.
Luego está esa otra tradición, que interfiere en todas las demás:
El amor.
Esa cosa prescindible, que solo aparece cuando el roce se hace costumbre y, por tanto, se convierte en tradición.
Los jóvenes de ahora, quieren casarse por amor.
¿Lo han leído bien?
Qué tontería.
El impulso juvenil, les impide ver con claridad que nuestra vida, sin tradición, sería tan difícil, como “el equilibrio de un violinista en el tejado”
A Dios solo le interesan las peticiones humildes:
El trabajo, el esfuerzo, la salud… todo eso son cosas que él escucha.
No le interesan los deseos de convertirse en hombres ricos, que a todos nos atenaza, queriendo ser respetados por nuestro dinero, ensalzados por nuestra palabra sostenida por una posición de privilegio…
Él quiere que la madre se encargue de las cosas propias de las madres, que los padres traigan el fruto de su sudor a casa, que los hijos ayuden en las tareas, y aprendan lo que les aguarda en la vida adulta.
Dios, desde luego, no juega a los dados.
Y el amor, perdónenme que les diga, es una partida de dados continua.
Y luego, por supuesto, está la vida:
Esa vida cicatera, que nunca regala nada aunque, en ocasiones, pensemos que sí.
La vida, de hecho, solo se preocupa de quitarte lo que te has ganado a pulso.
Los políticos persiguen a los que les conviene…
La gente vitorea, porque les dicen que lo hagan.
El destierro es la pena del corazón, que obliga a dejar atrás, todo por lo que se ha luchado.
Pero, eso sí, siempre llevaremos con nosotros, las tradiciones.
Esas no nos abandonan por mucho que lleguemos a sufrir.
Incluso en el destierro, “el violinista bajará del tejado”, pondrá su instrumento debajo del brazo, y nos seguirá a donde quiera que vayamos.
Y que la vida se vaya a hacer… perdón, perdón…
Cada uno de nosotros, es un violinista en el tejado, que intenta ejecutar una tonada grata y sencilla, sin romperse la cabeza.

“Daidle deedle daidle daidle daidle deedle daidle dum”



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