Bande à Part

“Quelques indices pour arrivées tardive:
Il ya quelques semaines...
Un tas d'argent...
Une maison anglaise...
Une maison au bord de la rivière...
Une jeune fille romantique...”
(Unas pocas pistas para los recién llegados:
Hace unas semanas...
Un montón de dinero...
Una clase de inglés...
Una casa junto al río...
Una chica romántica...)

El movimiento conocido como Nouvelle Vague, surgió como la respuesta de unos jóvenes cinéfilos a la comercialización del Séptimo Arte en los Estados Unidos.
A partir de esta premisa, nació una oleada de cineastas en Francia, poco después el movimiento se expandiría a muchos otros países como Japón y Checoslovaquia; que deseaban crear un arte más libre y personal, alejado de todo convencionalismo en la estética y las formas.
Pues bien, de entre todos los autores que capitalizaron este movimiento, sin duda, el más representativo y fiel a aquello establecido en sus inicios fue Jean-Luc Godard, un autor controvertido, único y difícil, que todavía hoy genera fuertes discusiones entre fans acérrimos y detractores.
“Une minute de silence peut durer longtemps... toute une éternité”
(Un minuto de silencio puede durar mucho tiempo... toda una eternidad)
Bande à Part es una película francesa de suspense, del año 1964, escrita y dirigida por Jean-Luc Godard.
Protagonizada por Anna Karina, Claude Brasseur, Sami Frey, Louisa Colpeyn, Chantal Darget, Ernest Menzer, entre otros.
El guión adapta la novela pulp estadounidense “Fool's Gold” (1958) de Dolores Hitchens, siendo una mezcla de cine negro, comedia y drama; y estrenada como “Band of Outsiders” en EEUU.
Su título francés, deriva de la frase “faire bande à part”, que significa “hacer algo aparte del grupo”
Los ejecutivos del estudio Anouchka y Orsay Films, optaron por escoger la adaptación de la novela de Hitchens, que Godard había leído por sugerencia de François Truffaut; por lo que volvería al terreno gansteril; pero esta vez con más reflexión y desazón; pues sus personajes ya eran más conscientes del absurdo de sus vidas.
El propio Godard la describió como “el encuentro entre “Alice in Wonderland” y Franz Kafka”, siendo una de las películas más destacadas de la Nouvelle Vague francesa.
Por su parte, la revista The New Republic, la crítica de cine Pauline Kael, mencionó que era una cinta “acerca de una chica y una pistola”, que responde a una cita de D.W. Griffith, sobre lo que quiere el espectador de cine, y que Godard reprodujo en el material promocional de prensa de Bande à Part.
Lo más curioso es que con el tiempo, la frase:
“Todo lo que usted necesita para hacer una película, es una pistola y una chica” quedó atribuida erróneamente a Godard.
Como sea, ambos elementos están acá.
Rodada en solo 25 días en Joinville-le-pont , Val-de-Marne, y Paris, Bande à Part, es narrativamente, una de los largometrajes más accesibles de Godard, y formalmente, uno de los más juguetones, frescos, e imitados.
La acción tiene lugar en Joinville-le-pont, en 1964, a lo largo de 3/4 días.
Odile Monod (Anna Karina) conoce a los ladrones aficionados:
Arthur Rimbaud (Claude Brasseur) y Franz (Sami Frey) en una clase de inglés, y los 2 hombres la convencen, para que les ayude a robar en la casa donde vive ella misma junto a Madame Victoria (Louisa Colpeyn) y Monsieur Stoltz, en el suburbio parisino.
Godard, intenta reflejar la candidez de una adolescente que es seducida por un ladrón, el cual, al enterarse de la fortuna de la tía de la chica, ingenia un plan para robar los bienes.
La pieza clave del proyecto, es hacer que la chica se enamore del ladrón, para que ella misma le abra las puertas, y hurte el dinero junto a un compañero.
Los 3 viven momentos memorables, sin embargo, al final sobresalen las verdaderas intenciones.
De ahí en más, Godard juega con la psicología variopinta de los 3 personajes, concentrándose en describir el triángulo emocional que, inevitablemente, surge entre Franz, Arthur y Odile, y en el cual no aparecen ausentes la codicia y los sueños de realización frustrados; pero que en realidad, nos habla de una juventud sin propósito alguno, sin ganas de crecer.
Piensan que todo es un juego, que matar y morir es solo una representación, una de las tantas que improvisan en la calle.
Puntal del cine de una época, y emblema de su director, Bande à Part concentra todas las virtudes que hicieron de La Nouvelle Vague, un punto de inflexión en el panorama cinematográfico europeo, un movimiento sísmico, cuyas consecuencias siguen reverberando hoy en cineastas de diferente condición.
La fotografía documental, el empleo de la música, las interpretaciones naturalistas, los recursos del montaje, todos los elementos se funcionan a través de la lente de Godard, como un mosaico cerrado, como la suma de un conjunto.
Sin embargo, y ahí es donde se produce el milagro, esos elementos tienen también vida propia y entidad en sí mismos, lo que convierte a Bande à Part, no sólo en un ejercicio de estilo libérrimo y fascinante, sino una vez más, tratándose de Godard, en un homenaje sincero y orgánico al propio cine.
Al cine como arte y como expresión vital; como lenguaje, como medio y como fin en sí mismo.
Bande à Part, es todo un relato concebido por un auténtico cinéfilo, una película que no se puede desentender del fenómeno cinematográfico, constante tensión entre recreación y realidad; un homenaje y una sátira al unísono, entrecruzamiento de los moldes genéricos; una maravilla que sólo podría haber firmado un revolucionario llamado Jean-Luc Godard.
“C'est le moment d'une digression pour décrire les sentiments de nos héros”
(Ahora es el momento de una digresión en la que describir los sentimientos de nuestros héroes)
En Bande à Part, no sólo le rindió un peculiar tributo a la estética del “film noir” por añadidura a Fritz Lang, John Huston y Orson Welles; sino a la mismísima iconografía cinematográfica estadounidense de los años dorados de Hollywood.
Empero, comprometido con las líneas rectoras de La Nouvelle Vague que había puesto en marcha años antes, se permitió en el marco de su experimentación formal, asimismo parodiar el cine de género, deconstruyendo hasta rozar el absurdo la novela de Dolores Hitchens en que dice basarse el guión.
Bande à Part, es una película perfectamente fiel al movimiento:
 Libre, y alejada de convencionalismos, se muestra rompedora desde su inicio, con unos títulos de crédito en los que vemos un collage formado por los protagonistas y el título de la cinta.
A partir de ahí, se desarrolla una trama inspirada libremente en la novela de Dolores Hitchens.
La película, que posee cierto aire cómico y tintes de “cine noir”, funciona como sentido homenaje de un cinéfilo más, Godard, hacia el género policíaco de serie B.
Pero lo más interesante de la misma, son la innovaciones formales que el autor introduce en ella.
Además del peculiar uso del montaje, hay que destacar la introducción y desaparición del narrador, cuya voz “en off” son proporcionadas por el director, Jean-Luc Godard.
Los subargumentos clásicos del género, que no duran más de un minuto, y que sirven únicamente para alejarse temporalmente de la trama, e incluir nuevas ideas o cuestiones en la misma, como la escena en un bar de París, en la que Godard corta todo sonido durante prácticamente un minuto, y en la que los 3 protagonistas bailan al sonido de una música que se ve interrumpida por el anteriormente citado narrador, etc.
Otro elemento notable, son las primeras alusiones políticas dentro de la filmografía de Godard, elemento que años más tarde se convertiría en el eje central de su cine.
Concebida como una personalísima revisión del cine negro, Bande à Part, es seguramente, la película más libre, y la que contiene más momentos de auténtica “felicidad cinematográfica” de toda la filmografía de Godard.
De hecho, pareciera que el director hubiera tenido la necesidad de cambiar radicalmente de registro, después de la magistral “Le Mépris” (1963) al abordar esta historia de policías y ladrones, como un juego cinematográfico repleto de escenas, diálogos e imágenes que discurren en forma de digresiones a la trama policiaca, para centrarse en el triángulo de relaciones que forman sus 3 protagonistas:
La cándida Odile, el oportunista Arthur, y el introvertido Franz.
Unas relaciones cuya evolución, Godard se permite adelantar en el vertiginoso montaje en paralelo de miradas en los títulos de crédito iniciales, algo prácticamente imposible de percibir en un primer visionado, en el primero de los muchos juegos que plantea la película.
Ambientando la acción en los rincones menos fotografiados de París, en aquellas calles decadentes que no suelen aparecer en las postales turísticas, pero que también aportan su inusual encanto a la capital francesa, el pulso narrativo “godardiano”, se centra en la historia de 2 jóvenes “que no se toman la vida demasiado en serio”, y su plan de robar una considerable suma de dinero.
Entre los 3 muchachos, surge un triángulo emocional complejo, cuyos resultados derivarán de sus muy diferentes personalidades:
Franz es un chico correcto, comedido y prudente.
Arthur, por el contrario, es un descarado gamberro, muy seguro de sí mismo.
Y Odile, es una enamoradiza e ingenua soñadora.
Con tal psicología, sólo cabe un tipo de relación, al intentar formar cada pareja posible:
Los chicos están juntos por el plan; la chica deseará al primero que la seduzca; Franz ama a Odile, mientras que Arthur sólo la chuleará por el interés…
Una vez que define con detalle a su trío protagonista, Godard establece su sello de autor, a través de un estrafalario e insólito juego de comunicaciones.
Los personajes se salen por la tangente constantemente, con sorprendentes reacciones, disparatadas y absurdas, cuyo objetivo es el escabullimiento del valor del atraco.
La exagerada cotidianeidad de la historia, presenta la intriga que implica un plan de robo, desde la intrascendentalidad de las relaciones humanas ordinarias, máxime las juveniles, mediante el día a día de una gente vulgar y corriente.
Para comprender mejor este batiburrillo de movimientos repentinos, un narrador omnisciente, contribuye completando los huecos del puzle, pensamientos de los jóvenes, para los que el espectador no tiene piezas.
Aquél, en un primer momento, se somete a los personajes, dejando que las imágenes expliquen los sentimientos, permitiendo que el público fije la atención en las miradas y los gestos de los intérpretes, como sucede en la clase de inglés; más tarde, el cronista de la historia, se limitará a ofrecer un descriptivo recital lírico, tomando ahora el mando, y poniendo a los personajes a su servicio, para esclarecer y demostrar las sensaciones que emanan de cada acción, como en el baile del bar.
Las transiciones entre ellos, son reconocibles por bruscas permutas de tono:
Cuando la pareja de camaradas ocupa la pantalla, el tono es cómico, abandonando la complicidad y las risas al tornarse dramático/romántico en cuanto la chica asoma la cabeza.
Es paradójico que la aparición del personaje más alegre, introduzca la seriedad y la cordura en las escenas, pero responde al incremento de la tensión en el triángulo.
Esta incertidumbre, se sabe aparentar casual, por un extraordinario trabajo actoral, cuyas espontáneas interpretaciones generan desconfianza y duda acerca de un eventual empleo de la que, sin ninguna duda, sería una acertadísima improvisación.
El “thriller”, sólo se atisba en el último tercio del metraje, cuando por fin se lleva a cabo, o al menos se intenta un robo que parecía olvidado, pero debido a la falta de pericia de los asaltantes, todo vuelve a caer en la comedia fortuita.
Si Bande à Part, es particularmente eficaz a la hora de hacernos olvidar que lo que se ve en pantalla, lo cómico, lo ridículo y lo trágico; es algo que “está ocurriendo”, es en parte, porque está narrada por un tercero:
El propio Godard es quien se encarga de ir contando la historia, como quien está escribiendo una novelita decimonónica, con notas aparte, reflexiones sobre el destino de los héroes, y su buena cuota de ironía.
La historia es sencilla, pero laminada de matices, tirando de 3 personalidades contradictorias y difusas, para nada formadas, y que sin embargo, transmiten un gran peso nihilista, desesperanzado, a la par que enérgico.
Ya en la primera escena, en la que Franz conduce a Arthur frente la casa en la que se hospeda Odile, y que ambos planean robar, vemos claramente las distintas motivaciones de los 2 personajes:
Franz, está secretamente enamorado de Odile, su exclamación al mostrársela a su cómplice, desde el coche, le delata desde el primer momento; mientras que Arthur simplemente pretende seducirla para aprovecharse de ella, tanto sexualmente como para el robo que planean.
De hecho, por la conversación entre ambos, no es difícil adivinar que la idea del robo, ha sido de Arthur, mientras que para Franz, es simplemente una excusa, un juego para acercarse a Odile.
Así, cuando Arthur ve que su cómplice responde hastiado a todas sus preguntas para trazar su plan, le “provoca” narrando el episodio del mítico enfrentamiento entra Pat Garrett y Billy The Kid, a lo que Franz reacciona escenificando la acción, como, de nuevo, si de un juego se tratara, y que sería clave al final de la historia.
Mediante la voz “en off”, Godard sigue jugando, aquí con la idea del azar y de la banalidad de la trama argumental, supeditada como hemos dicho, a la historia de la relación entre los 3 personajes.
Arthur, seguro de sí mismo, inicia su estrategia de seducción hacia la “romántica Odile”, ante la impotente mirada de Franz, que comprueba decepcionado, cómo Odile rechaza una y otra vez sus cigarrillos, para inmediatamente después aceptar los de Arthur.
Como nos dice Godard:
“Ahora podríamos hacer una digresión, para hablar de los sentimientos de Odile, Franz y Arthur.
Pero todo está ya suficientemente claro.
Así que dejemos que las imágenes hablen, y cerremos el paréntesis”
Y las imágenes ciertamente hablan, muestran, sugieren, juegan:
Arthur, acariciando la mejilla de Odile…
Odile, poniéndose el sombrero de Franz…
Franz y Arthur, leyendo noticias de robos y crímenes en la prensa…
Los 3 personajes intercambiando sucesivamente su posición, y la relación entre ellos, alrededor de la mesa del café.
Y por supuesto, la ya mítica secuencia con Arthur, Franz y Odile, bailando en sincronizada coreografía, uno de los maravillosos temas musicales de Michel Legrand.
Antes una nueva digresión del director con el minuto de silencio autoimpuesto por los personajes, “un verdadero minuto de silencio puede durar una eternidad”, y que supone toda una provocación, de nuevo, en forma de juego al propio espectador.
Tras la secuencia en el café, Franz y Arthur se juegan con una moneda al aire, quién va a quedarse con Odile:
“Arthur eligió cara.
Odile gritó cara al recoger la moneda que había salido cruz.
Franz cogió el Simca.
Condujo largo tiempo triste y solo, con la mirada febril”, mientras Arthur prosigue su interesado juego de seducción.
En el metro, “Arthur y Odile descendieron al centro de la tierra”, Odile canta “J’entends, j’entends”, un tema de Jean Ferrat a partir de un poema de Louis Aragon, en una de las más bellas secuencias de la película:
Las imágenes del metro y las calles de París, sus viajeros, transeúntes y mendigos, dialogan con el poema de Aragon, hasta llevarnos al plano de Franz, durmiendo solo, que Godard contrapone al plano de Arthur y Odile en la cama.
Una vez que Arthur, impelido por su siniestra familia, con la que trama traicionar a Franz, decide poner su plan en marcha; mientras Franz comienza a sincerarse con Odile:
Le pide que se decida entre él y Franz, para huir después del robo, él se iría al norte, a “la tierra de Jack London:
Nueva digresión, con Franz narrando a cámara el argumento de una de las narraciones del escritor; le regala “la novela que le hace pensar en ella”, y le lee un fragmento de la misma.
En su trayecto hacia la casa, Odile se fija en el edificio del Louvre…
Franz le explica, que una vez leyó que un estadounidense había tardado 9 minutos 45 segundos en visitar el museo.
Así que, mientras esperan al anochecer para cometer el robo, según Arthur, “de acuerdo con la tradición de las malas películas de serie B”, deciden hacer lo mismo.
La breve pero magnífica secuencia de Franz, Arthur y Odile corriendo por las galerías del Louvre, es otro de los momentos lúdicamente mágicos del filme; y será el último momento de juego entre los 3 personajes:
El plan debe ejecutarse y, tras un primer intento fallido, en el que Odile empieza a ser consciente de los verdaderos sentimientos de Franz y Arthur respecto a ella, el robo se consuma, y Arthur lleva finalmente a cabo su traición, pretendiendo esconder la mayor parte del botín.
Cuando Franz y Odile regresan a la casa, “como el héroe de una novela legendaria, Franz tuvo un oscuro presentimiento”, son testigos del tiroteo entre Arthur y su tío, en el que ambos fallecen, “el último pensamiento de Arthur antes de morir, fue la cara de Odile”
El juego ha terminado.
El tímido Franz, ha conseguido por fin el amor de la cándida Odile, y ambos huyen “a los países cálidos”, a bordo de un barco, en un maravilloso plano-homenaje al emigrante de Chaplin, en busca de nuevas aventuras.
Pero éstas, nos promete irónico Godard, las veremos en una próxima película, esta vez en Cinemascope y Tecnicolor; pero esa es otra historia.
El impacto que ocasiona en el público la recreación de la vida diaria en Bande à Part, tal cual es, junto a la humanización de los gánsteres, la caricaturesca representación de la figura del “outsider”, personificada en 2 intrépidos jóvenes que aparentan lo que no son, con su atuendo y complementos de mafioso, y conduciendo un Simca descapotable, que sirvió entonces de alegoría reivindicativa de la política de autor:
El cine comercial, estaba deshumanizado, lleno de repetitivos clichés y estereotipos trillados que volvían artificial cualquier gesto por inusual que fuera, llegando a ser comúnmente aceptado como un símbolo o acto convencional.
El retrato de cómo el trío interactúa en el camino previo al golpe, se convierte en la razón de ser de Bande à Part, dado que al plasmar lo cotidiano y ordinario de las relaciones humanas, el director franco-suizo, aprovecha para establecer su sello personal, imprimiéndole un revolucionario grado de experimentación al montaje, y, en consecuencia, relegando la supuesta intriga del robo, el elemento característico del “thriller”, solamente para la última etapa:
Lo esencial para la novela pulp, transmuta en mera excusa para Godard.
Godard filmó, con una impecable fotografía en blanco y negro de Raoul Coutard, grandilocuentes planos parisinos que saben descubrir la belleza de las calles más decadentes, haciéndolas pasar por un escenario preparado al efecto del rodaje de un “film noir”
Imágenes del noble y apacible cauce del Sena, o de la majestuosa fachada del Louvre, que se publicita gratuitamente en la escena de la visita exprés al museo, se encadenan en un atípico montaje poético que respondía a la incipiente tendencia de la teoría de autor, alternando panorámicas ilustrativas con “travellings” de seguimiento de la acción; combinando los primeros planos de las expresivas miradas, con planos secuencia del malogrado hurto.
Los interiores, también denotan magnificencia, pero desde una cierta austeridad minimalista.
Las estancias de la casa objeto del saqueo, que más que una mansión, es un caserío campestre, son amplias y diáfanas, apenas ornamentadas, pero de una luminosidad y blancura indicadora de que, al igual que la pureza de Odile, van a ser corrompidas.
En toda esta obra, hay varias escenas célebres:
La secuencia del baile Madison, que inspiró a Quentin Tarantino en “Pulp Fiction” (1994), y a filmes como:
“Simple Men” (1992) de Hal Hartley, “The Go-Getter” (2007) de Martin Hynes, y “Le Week-End” (2013) de Roger Michell; es una danza referida como “Madison”, pero que poco se asemeja a la danza real del Madison.
Los principales actores, ensayaron la famosa secuencia de baile en los clubes nocturnos y bares del distrito latino de París.
La misma escena en sí, también contiene como mínimo 3 niveles de lectura de su puesta en escena:
Por una parte, los chicos bailando…
Por otra, la conciencia de que hace referencia a los musicales de Hollywood…
Por otra, la inclusión de la voz “en off”, que añade todavía más significado.
Por su parte, Quentin Tarantino nombró a su compañía de producción, “A Band Apart”, después de esta película.
Luego tenemos una carrera a través del Museo del Louvre, dejando en ridículo a un incrédulo guardia de seguridad, y cumpliendo con el propósito de batir el récord de la visita más rápida a todo el museo:
9 minutos y 43 segundos.
La escena dura menos de 40 segundos, pero se ha convertido en un icono del cine mundial.
En realidad, toda la película está repleta de poesía hecha imagen; y se puede interpretar de diversas formas esa escena.
Habrá algunos quienes comenten que Godard simplemente presenta las tomas, sin establecer ninguna relación lógica con todo el filme.
Otros pueden interpretarla, como una oda a la libertad que vendría a explotar con El Mayo Francés, donde la juventud parisina salió a las calles para protestar contra el gobierno de su país.
Jean Luc Godard, al pertenecer a un grupo de ruptura y vanguardia como lo fue La Nouvelle Vague, plasmó de manera abierta su ideología y la concepción de su época.
En la escena, los amigos corren en sentido contrario a la circulación de los asistentes, y burlan al guardia de seguridad, cuando éste trata de detenerlos en su carrera.
La imagen podría tener toda esa carga de libertad que los jóvenes despedían en esos años, un deseo por la misma, que el mundo no ha presenciado de igual forma.
La carrera por el museo de Louvre, no posee una trascendencia que sobrepase a la película, como ciertas escenas lo han logrado al punto de mejorar por mucho todo el trabajo.
Sin embargo, es innegable la belleza, y el trasfondo que posee, pues como se demostraron, la lectura de una película y sus escenas, debe ir más allá de la mera búsqueda de una conexión lógica; hay que indagar en las entrañas de la imagen, buscar su belleza, y descubrir la poesía que nos quiere recitar.
Esa escena fue homenajeada por Leonardo Bertolucci en su película “The Dreamers” (2003)
En otro momento, los personajes, en un bar concurrido y bullicioso, deciden guardar un minuto de silencio, que en realidad son 36 segundos, tiempo durante el cual, la película se queda completamente sin sonido.
Bande à Part pretende ser un espejo de la realidad, a través de sus abundantes y banales conversaciones que destilan una esencia de autenticidad vital, diálogos de poca profundidad, a veces metafóricos, en los que no es imprescindible, ni tan siquiera importante todo lo que se dice para el avance de la narración, pero sí para una historia que procura antojarse cercana y posible.
La trivialidad de algunas conversaciones es tal, que incluso el director juega con el silencio, en ese minuto recortado en que los personajes deciden callar, apagando toda fuente generadora de ruido en el ambiente.
La canción que entona Odile al regreso de su cita con Arthur, resume este estilo de legitimidad fidedigna que busca el film:
La sociedad es un conjunto de individuos que se conforman con poco; la existencia, en sí misma, es frívola y liviana.
Así son Franz y Arthur, que toman la vida como un juego.
Nada les importa.
Sus continuas bromas, dan una idea de su pasotismo, y dejan entrever una actitud mezquina ante todo aquello que desmerezca su interés.
De pronto, esta estrecha unión, se ve amenazada por la llegada de Odile que, ejerciendo de disolvente, divide y enfrenta las posturas de los 2 amigos:
Franz comienza a amar; y Arthur se vuelve codicioso.
Pero al mismo tiempo, el encuentro entre Odile y los chicos, supone el abandono de la infancia por parte de ésta, que pasa del temor a las regañinas de su ama, a intentar robarla; de montar en bicicleta, a viajar en un deportivo…
Igualmente, es preciso destacar algunas de las referencias literarias que contiene Bande à Part, tan comunes en la filmografía de Godard, como:
T.S. Eliot, Thomas Hardy, Jack London y William Shakespeare.
La historia a la que Franz hace referencia en la escena del café, sobre algo que se esconde mejor en el lugar más obvio, es “The Purloined Letter” de Edgar Allan Poe.
Hay 2 referencias al poeta francés, Arthur Rimbaud:
En primer lugar, Arthur, el personaje, dice que su apellido es “Rimbaud”, aunque esto podría ser un seudónimo.
En segundo lugar, el narrador cita de la obra de Rimbaud, “Les Illuminations”, después de la visita al Louvre:
“Nada se movía todavía en la parte delantera del Palacio.
El agua estaba muerta”
Odile, se refiere a bailar en “Mimi Pinson”
Mimi Pinson, fue un personaje de ficción en un libro de Alfred de Musset:
Mademoiselle Mimi Pinson: Profil de grisette.
Es probable que su nombre se apropiara para el nombre de una sala de baile/café.
Además tiene vínculos con el personaje de Odile, en el sentido de que Mimi Pinson era una “grisette”, un término utilizado para definir a las jóvenes independientes que eran aventureras, y vivían sólo por el momento.
Luego, las innovaciones que encontramos a lo largo del metraje, columpian entre repeticiones de escenas idénticas, pero desde diferentes perspectivas:
Largos planos secuencia y fallos deliberados de la continuidad cinematográfica/raccord.
En los créditos, se dice que “por última vez en la pantalla, la música de Michel Legrand”
La banda sonora jazzística, de poderosa influencia en La Nouvelle Vague de Michel Legrand, contribuye a la creación de una atmósfera delicadamente oscura y de aroma de culto.
La música burlesca desde los títulos de crédito, invita más al juego lúdico que a la reflexión, las desventuras de 3 jóvenes que rechazan las convenciones sociales, reivindicando una libertad mal entendida, desafiando el orden con carreras por el centro del París nocturno, por el museo del Louvre, o bailando al son de un R&B, con una coreografía que combina música, baile y palmas.
Simplemente hermoso.
"Franz avait lu à propos d'un Américain qui avait fait le Louvre en 9 minutes 45 secondes"
(Franz había leído sobre un estadounidense que había recorrido el Louvre en 9 minutos 45 segundos)
Jean Luc Godard se encargó de cultivar un cine espontáneo, alejado de los convencionalismos y técnicas que se presentaban como intocables para los directores de cine:
Saltos de eje, cámara en mano, y rodajes sin iluminación especial, fueron las características que Godard imprimió en el cine que realizaba.
En la misma línea creativa, Godard experimentó al mezclar ficción con partes casi documentales que contienen intertítulos o comentarios de autor.
La trascendencia de su cine, es significativa para la cultura y las artes de nuestro tiempo, prueba de ello son estas 2 expresiones artísticas:
Una que ofrece un homenaje a Bande à Part, y la otra que utiliza la escena para generar una crítica.
Para justificar un final evidente y anticipable desde casi el comienzo, Godard fingió una burla de los “happy ends” hollywoodenses, volviendo a dejar claro el paradigma revolucionario que postulaba La Nueva Ola francesa.
Ésta, como tantas otras películas del grupo de Truffaut, Resnais, Chabrol, Rivette o Rohmer, fue considerada un atrevimiento pretencioso de un grupo de bohemios pedantes.
La influencia que estas filmografías han generado hasta la actualidad, han enmudecido esas bocas, demostrando que se podían contar buenas historias desde la sencillez que comportaba el desprendimiento de los grandes estudios y, lo que es más importante, al mismo tiempo, servir como modelo de originalidad artística.
Séptimo Arte de autor, por excelencia.

“Ils ne se réunissent jamais.
Ils restent séparés.
Chacun suit son chemin, méfiant et tragique”
(Nunca se unen.
Ellos permanecen separados.
Cada uno sigue su propio camino, desconfiado y trágico)



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