Michael Moore in TrumpLand

“A millionaire has the same number of votes as the person without a job”

Si consideras que algo debe cambiar en el país, el modo de aportar tus creencias y de actuar, para pasar a formar parte de ese cambio, es ejerciendo tu derecho al voto.
Ir a votar, no significa pertenecer a un partido político, simplemente es un acto de participación ciudadana, que ejercemos de acuerdo a nuestros ideales.
El término “democracia”, es uno que en apariencia es sencillo de entender y de aplicar pero, que en realidad es más complejo de lo que pensamos.
En general, podemos decir que el sistema democrático de un país, es igual a su proceso electoral.
Así, cuando decimos que un país sigue esta forma de gobierno, es que todos sus habitantes tienen el derecho a participar de manera libre y sin presiones para elegir a sus representantes, de ahí que si esto es cierto, se entienda que la legitimidad del gobierno está representada por el sistema electoral.
Bajo esta perspectiva, el voto se vuelve la pieza clave de todo sistema democrático y, aunque no es el único elemento que debe distinguirlo, porque la democracia es mucho más que el simple ejercicio de votar, la importancia de este acto, es que está directamente relacionado con la capacidad de las instituciones políticas y sociales para, por un lado, articular y agregar intereses y; por otro, regular y resolver los conflictos entre ellos.
Dichas características, hacen que se puedan lograr consensos, y comprender que en una democracia, se hace la voluntad de las mayorías, y no la de intereses individuales.
En este entendido sabemos que las instituciones son un factor fundamental para que las personas ejerzan su derecho a elegir a sus representantes legitimando al mismo tiempo la idea de gobierno que ellos representan.
Así las cosas, cuanto más conozcamos a los candidatos, más podremos analizar las posturas, discutir sin miedo, defender nuestro punto de vista y, lo más importante, elegir a conciencia.
Y es que muchas veces, nos dejamos llevar por lo que escuchamos en la calle o nos cuentan nuestros amigos…
Repetimos la información sin profundizar sobre ella, ni saber si la fuente de la que vino, es creíble.
Por lo que sí es obligación, el tomar el tiempo de leer la hoja de vida de cada candidato, para asegurarse que están profesionalmente calificados para ocupar un cargo público de tal importancia; y tener en cuenta que para ser el máximo representante y sacar adelante un país, hay que estar capacitado, y ser transparente.
Además de la hoja de vida, hay que tomarse el tiempo de conocer las propuestas y los planes de gobierno.
Solo así se podrá realizar un voto consciente por el candidato cuyas propuestas se adecúen más a tus expectativas de futuro.
Cuánto más conozcas sobre ellos, más podrás analizar sus posturas, defender tu punto de vista y, lo más importante, elegir a quien te representará y trabajará para, y por el país.
Pero si has decidido votar en blanco o viciar tu voto, tienes el derecho de hacerlo, pero una cosa es que esta decisión sea consecuencia de tu descontento, y otra cosa es que lo hagas por desinterés.
Es decir, si votas en blanco o viciado, porque ningún candidato te convence, está bien.
Pero si votas de esta manera, solo porque te da flojera leer y averiguar sobre los postulantes, no está siendo tan responsable que digamos.
Mucho se ha debatido sobre anular el voto o no a la hora de las elecciones, y si bien es cierto, que el voto es un derecho que tenemos como ciudadanos del país, anularlo también es una acción ciudadana, un acto de libertad, y rebelión pacífica.
Lamentablemente, en la lógica de nuestro sistema electoral, los votos nulos sólo tienen efectos estadísticos para medir la afluencia de votantes.
Esto se traduce en que, cuando votamos en blanco o anulamos nuestra boleta, nuestro voto no se incluye en el conteo final, que determina entre otras cosas, cuántos escaños de diputaciones plurinominales y presupuesto le tocan a cada partido, y con esto, se hace una especie de “campana” que hace que cada voto que no es en blanco, valga un poco más de 1, beneficiando en primer lugar a los partidos con más votos.
Así, al final, nuestro voto nulo, le suma puntos a los partidos por los que no queríamos votar en un inicio.
Por tanto, si reniegas a votar, entonces, aparte de renunciar a un derecho fundamental, estás también convirtiéndote en un obstáculo para los demás; puesto que aun siendo ciudadano, desde esa postura, no aportas absolutamente nada a la posibilidad de cambio.
Alguien dijo una vez:
“Si tienes el derecho a expresarte libremente, es precisamente porque vives en un país democrático que te ofrece esa libertad; rechazando tu derecho al voto, estas rechazando esa misma democracia que te permite expresarte”
“You are not haters.
This is a generation of none haters”
Michael Moore in TrumpLand es un documental del año 2016, escrito y dirigido por Michael Moore.
Protagonizado por Michael Moore, Hillary Clinton, Donald Trump, entre otros.
Michael Moore, se ha convertido en el documentalista estadounidense más internacional del siglo XXI; y ya extrañaba que no metiera mano en la campaña electoral presidencial de Estados Unidos, que enfrenta a la demócrata Hillary Clinton, con el republicano Donald Trump; como Moore ya había hecho antes, mediante el estreno de “Fahrenheit 9/11” (2004) y “Slacker Uprising” (2008)
Pero no sabíamos que había preparado una actuación como monologuista en el Murphy Theatre de Wilmington, Ohio, para grabarla y montarla después en forma de documental.
Es de ahí, por tanto, de donde ha salido el breve pero efectivo largometraje, cuyo título se debe a que el cineasta tuvo la osadía, algo habitual en él, de ir a una localidad estadounidense con un apoyo aplastante a Trump en las primarias de su partido, y organizar este sarao, a pesar de las amenazas extorsivas de un líder político republicano de la zona.
Y la sorpresa llega cuando el director dedica mucho más tiempo a hablar de Clinton, que a hablar o burlarse de Trump, y se muestra comprensivo con los votantes de este último, hecho francamente inesperado por el carácter socarrón de Moore, y sus antecedentes fílmicos.
Porque no ha sido tanto Donald Trump quien lo llevó a la acción, sino el temor de ver a Hillary Clinton, una candidata sin arraigo popular, no contar con el apoyo necesario en las urnas el día de los comicios.
“Cuanto más veía a los seguidores de Hillary realizar su danza de victoria como si ya todo hubiera terminado, más me decía:
Ustedes están haciendo elegir a Donald Trump”, precisó el realizador.
Este hombre de izquierda, terminó y luego filmó una iniciativa personal que, contra toda previsión, no apunta a demoler a Donald Trump, sino a humanizar a Hillary Clinton, y volcar a su favor, a los electores que aún no ha definido su voto.
“Nadie quiere una película que nos diga que Donald Trump es falso, que es un horrible ser humano”, dice este sexagenario cineasta.
Antes que perder tiempo en darles explicaciones sobre cómo Donald Trump llegó a ser un hombre de negocios, les hablo de adherirse a una sociedad más igualitaria, más justa, donde especialmente se mejore la condición de las mujeres, por ejemplo; y recuerdo con sensibilidad, el largo combate de las mujeres por la emancipación.
¿Qué cosa aseguraría mejor esta evolución, luego de la elección de un presidente negro hace 8 años, que la elección de Hillary Clinton?”, destacó.
Ese es un argumento que busca alcanzar igualmente a quienes constituyen su segundo objetivo, y posiblemente el principal:
Los abstencionistas, especialmente a los seguidores de Bernie Sanders en las primarias demócratas, que aún se resisten a dar su apoyo a Clinton.
“La mitad del país no va a votar”, recordó el cineasta.
Según él, Michael Moore in TrumpLand “está hecha para ir a buscarlos”, y convencerlos de ir a las urnas.
Michael Moore in TrumpLand, es por tanto, uno de los documentales más inusuales del último tiempo, por lo que comprendo que algunos lo hayan evaluado mal.
La única sección del filme que califica como documental, es la breve introducción, donde escuchamos a periodistas relatando las dificultades que ha tenido Moore en hacer un espectáculo en Ohio, mientras vemos áreas del pueblo de Wilmington y las afueras del Murphy Theatre, donde Michael Moore, finalmente montará un show relativo a las próximas elecciones presidenciales de EEUU.
La decisión de Moore de hacer un espectáculo político en Ohio, es que se trata de uno de los estados cuyas preferencias electorales son lideradas por Donald Trump, el máximo odiador de latinos, musulmanes, afroamericanos, homosexuales, indigentes, y mujeres que cargan a sus bebés.
Porque en Wilmington, Ohio, les gusta tener armas...
Apoyan a las tropas, y no les gusta nada Hillary Clinton.
Así, entre risas, risotadas, tonos altisonantes y lágrimas, Michael Moore in TrumpLand es una amarga lección de lo que desde hace rato con elecciones, o sin ella, viene sucediendo.
Por lo que Moore sigue su popular modelo de “one-man show”, para adentrarse en los círculos republicanos de Donald Trump, y analizar la derecha estadounidense en torno a su persona.
El documental, fue grabado durante 2 noches, en el Murphy Theatre de Wilmington, Ohio, ciudad conocida por el nacimiento del Banana Split, luego de que los planes de un show en vivo de Moore en otro lugar del estado se desecharan.
Moore dijo en Facebook, que la junta comunitaria que supervisaba el Midland Theatre en Newark, en Ohio, no le permitió actuar allí por preocupaciones de que podría influir en la elección presidencial.
Con una duración de una hora y 13 minutos, el polémico cineasta estadounidense ha hecho coincidir el lanzamiento de Michael Moore in TrumpLand, con el tercer y último debate presidencial, que tendrá lugar entre el candidato republicano y su homóloga demócrata.
Además, el estreno llega días después de que Trump calificara como “apestosa” la imitación que hizo sobre él, el actor Alec Baldwin en una parodia televisiva.
Y es que Michael Moore filmó su show en secreto, y lo lanzó en la televisión durante el mes previo a la elección presidencial de 2016, en un intento, ahora fallido, de impedir que Donald Trump se convirtiera en el presidente de los Estados Unidos; así se adentra en uno de los estados más republicanos, para intentar abrir los ojos a todos aquellos que se están replanteando votar a Donald Trump; y durante uno de sus monólogos, habla de los peligros de su presidencia.
Moore, intenta explicar, cómo las aspiraciones que tiene Donald Trump son completamente reales, y además, ponen en peligro el futuro de los Estados Unidos; todo ello durante un divertido espectáculo que el mismo protagoniza, intentará que se den cuenta de que Hillary Clinton es mucha mejor opción.
Y si bien es cierto que el magnate de las finanzas devenido político, sale mal parado, las consideraciones sociales, políticas y humanas que del documental emanan, en relación con los Estados Unidos,  son tan significativas como la intención propagandística de hacer que los votantes, aunque la consideren “mala” y la odien, como dice el mismo Michael Moore, se decidan por Hillary Clinton.
Si se tiene en cuenta que meses antes de rodar Michael Moore in TrumpLand, el cineasta había pronosticado con toda la amargura de su alma, que Trump sería elegido presidente, y además exponía las razones, entonces su más reciente entrega, podría interpretarse como un esfuerzo desesperado para que su profecía no se concrete.
La realidad ha demostrado sin embargo, que una mala publicidad, no es tan mala después de todo, y muy lamentablemente.
“They didn't create climate change, they didn't send the troops to Iraq, Millennials didn't cause the Wall Street collapse.
Why is it on them to fix our shitty situation that we handed them?”
Para rodar este documental, Michael Moore planta sus cámaras durante 2 noches en un teatro de Wilmington, Ohio, bastión de republicanos que en las primarias votaron ampliamente por Trump.
Y allí se convierte en un verdadero “show man” de la política:
Serio o sarcástico, incisivo y aplastante, siempre bien informado, establece un largo monólogo con la au¬diencia sin que el interés decaiga.
La puesta en escena, cuenta con un estrado presidencial, donde Moore se convierte en un vocero de la conciencia colectiva electoral.
Moore se despliega en un austero escenario, en el fondo, con unas grandes fotos de juventud de Hillary Clinton.
A su izquierda, hay un escritorio, donde Moore leerá una carta… mientras a su derecha, vemos muebles que emulan un acogedor cuarto para estar más cerca del público.
Y en el balcón, bueno, un muro de cartón cubre al público mexicano, que al final tendrán que pagar para poder salir; y junto a ellos, el público musulmán está sentado con pancartas que dicen “Musulmán”, siendo supervisados por un dron.
Todo ello en tono de burla, Moore decide al inicio, que hará el encuentro más cómodo para los seguidores de Trump.
Y continúa hablando de razas y género, cubriendo todo desde la tendencia de los hombres blancos a votarle al magnate, hasta el porte de armas y la relación que las mujeres tienen con estas, una casi inexistente…
Su discurso llega a uno de tantos picos, cuando compara, con mucha sensatez, lo que ocurrió en el Brexit con estas elecciones.
“Fueron 8 años de un presidente negro.
Bueno, lo superamos.
Ahora vendrían 8 con una mujer.
¿Qué viene después?
Un presidente homosexual.
Y luego uno transgénero… este será el “jódanse” más grande en la historia del país”, dice Moore hablando como si fuese un votante Trump.
Y no falta la comprensión suya hacia los seguidores de Trump que, cansados de las promesas incumplidas del sistema, quieren un cambio, pero les pide que se lo piensen 2 veces antes de votar.
El lugar del rodaje, no fue adrede, es Wilmington, Ohio, un villorrio de 10 mil habitantes, donde Donald Trump, en las elecciones primarias a La Casa Blanca, cuadruplicó el número de votos que obtuvo Hillary Clinton.
Wilmington, es territorio comanche para Michael Moore, el azote de los conservadores, el paladín del socialismo en Estados Unidos; pero él tiene un par de cojones, y una gorra de béisbol que le concede un valor temerario, y para su nuevo discurso, ha traído los bártulos al teatro principal de la ciudad, donde se enfrenta cara a cara con los votantes del empresario extemporáneo.
Las entradas al teatro donde tuvo lugar el evento, eran gratis, y paradójicamente, estando en “TrumpLand”, se nota un público predispuesto a Moore, aunque hay algunos que denotan con su pose de estreñidos con brazos cruzados que poca gracia le hace el orondo y polifacético artista.
Y es que Michael Moore entiende la frustración de la clase media venida a menos; su enfado contra el sistema económico que se ha llevado las fábricas y los empleos a otro lugar.
Él mismo procede de Flint, Michigan, antiguo paraíso de los obreros del automóvil, que ahora es una distopía de industrias vacías, y casas destartaladas; y les grita que, de acuerdo, que muy bien, que den rienda suelta a su indignación, pero que de ahí, a votar a un botarate como Trump, media un abismo de responsabilidad.
Porque además, Hillary Clinton, lejos de ser la mujer “mala”, frente al hombre “peor”, todavía puede darnos una sorpresa agradable.
¿¡Quién sabe!?
En el desarrollo, además de dedicarle buena parte del discurso a las virtudes de Hillary, y de cómo fueron desdeñadas y cayeron en oídos sordos, Moore la compara, tal vez, con El Papa Francisco...
El autoproclamado progresista, encuentra en Francisco una figura que apoya sus izquierdadas, concediendo incluso que Hillary pueda llegar a comportarse como Su Santidad, en tanto ha permanecido callada todo este tiempo, esperando tener una posición de suficiente poder como para clamar sentencias que Moore encuentra casi eróticas, como que el capitalismo es moralmente reprobable, la última del Papa fue decir que los comunistas son los que más se parecen a los cristianos, es tan desconcertante como la estupidez de los que hicieron de Trump, el nuevo presidente de EEUU.
Además, Moore, muy cómodo en el ala izquierda de Bernie Sanders, confiesa no haber votado a Hillary en las elecciones primarias.
Pero aún guarda un buen recuerdo de ella:
Hillary Clinton, en su juventud, antes de que La Casa Blanca le amordazara las intenciones, era una mujer valiente, decidida, que planteó reformas de hondo calado.
Fue ella la que hace 20 años quiso implantar un sistema de seguridad social en Estados Unidos, al estilo europeo.
Y fueron muy pocos los que la secundaron.
Y fueron muchos, en cambio, los que se pitorrearon, y la insultaron, y le llamaron comunista de mierda, y cosas todavía peores.
Un millón de muertes, se podrían haber evitado desde entonces, con un sistema de asistencia gratuita y universal.
¡1 millón!
Desde entonces, Hillary ya no es la misma…
Ya no se mete en berenjenales.
Ya no alza la voz.
Sonríe a sus antiguos enemigos, y les estrecha la mano como una política más del “establishment”; pero quién sabe, grita Michael Moore a su público de Wilmington, Ohio, que no sabía lo del millón de muertos, y ahora le escucha interesado.
Quizás, la Hillary Clinton activista, combativa, comprometida con las causas sociales, sigue ahí, escondida, disimulando las intenciones, esperando su oportunidad.
No sería la primera vez, que alguien toca poder, y el primer día se desnuda ante la audiencia.
“In Hillary we trust”
No queda, además, otro remedio.
El soliloquio de Michael Moore in TrumpLand, es una especie de conversión forzada que utiliza al público como terapia para exorcizar los males que él ha achacado a los Clinton.
En lo personal, Moore se ha pronunciado contra la candidatura presidencial de Donald Trump durante toda la campaña, pero el director de cine, ganador del Oscar, no ha sido un partidario acérrimo de Clinton en los últimos años.
En 2008, Moore dijo que tenía una “prohibición moral” para votar por Clinton, debido a que en el pasado apoyó La Guerra en Irak; por lo que durante las primarias del Partido Demócrata, apoyó a Bernie Sanders.
Pero Moore dijo en mayo, que podría apoyar “absolutamente” a Clinton, si fuera la nominada.
Y durante el primer debate presidencial, Moore les hizo una petición a los candidatos de Sanders:
“Queridos partidarios de Bernie, no hay nada de lo que ella está diciendo con lo que no estemos de acuerdo.
De hecho, ella está adoptando sus posiciones”
A pesar de ello, Moore sabe montar una historia de superación alrededor de ella, esto desarrollado con salpicado de bromas y chascarrillos que hacen llevadero su, por otro lado corto metraje, alternando humor y seriedad, intensidad con banalidad, ello en un desigual discurrir de chistes.
Para ello nos habla de una mujer valiente, adalid del feminismo, como demuestra su discurso, que oímos, de graduación en la Universidad de Wellesley, como demuestra que, a pesar de estar casada, quiso mantener su apellido de soltera, como demuestra su opacada lucha por crear un sistema sanitario universal en EEUU, al estilo europeo, y por el que fue ridiculizada, la llegaron a tildar de comunista, todo por estar en un mundo regido por hombres.
Y Moore alerta con lo que sucede, y al final ocurrió, de que el voto a Trump no es en sí por lo que promete, sino más bien una pataleta del pueblo contra el “establishment”, contra lo que simboliza Washington, pero este grito de ira puede resultar un “boomerang”, pues Trump es una apisonador, un elefante en cacharrería que puede demoler no solo lo malo, sino lo bueno.
Durante su diatriba, Moore hace reflexiones humorísticas, pero en realidad son incisivas sobre las diferencias de carácter entre los republicanos y los demócratas, de cómo los republicanos son decididos, seguros, implacables; y en contra, los demócratas son dubitativos, demasiado reflexivos, meditabundos, y este puede ser solapado por la marcialidad conservadora de los seguidores de Trump.
En general, nos quedan momentos recordables, como cuando cuenta su modo de ver a los votantes de Trump:
Trump está diciendo las cosas que quieren escuchar, a las personas que están sufriendo...
Todo lo que les han dejado a los pobres, es el derecho al voto, y ven a Trump como un cóctel molotov humano, una granada de mano lanzada a un sistema que destruye sus vidas, y como consecuencia, su voto a Donald será el mayor error jamás registrado en la historia humana.
Y va a sentirse bien... por un día.
Posiblemente un mes.
Después de todo, los votantes del Brexit, probablemente se sentían bien, también.
Se utilizan las urnas como una herramienta de manejo de la ira.
O cuando hace un relato sobre cómo las mujeres están tomando el poder, y el momento clave, lo sitúa Michael Moore en el Súper Bowl del 2016, concretamente en su intermedio, cuando primero aparece en una actuación un blando Bruno Mars, y a continuación, barre con todo, una arrolladora y guerrera Beyoncé, con un ejército de mujeres vestidas de negro militar, en una coreografía belicosa, alabando además, que las mujeres no son nunca protagonistas de matanzas:
“Las mujeres por lo general no disparan...
A menos a quien se lo merezca”
Un montaje de video satírico, en que vemos las noticias del supuesto “primer día de Trump como presidente”, con esperpénticas medidas…
O bien, Moore diciendo que tiene algo bueno que decir de Hillary:
“Estoy contento de que ella matara a Vince Foster, un consejero de Bill Clinton que se suicidó en 1993”, esto lo encadena con que si Hillary es una asesina eficaz, sería un gran temor para los enemigos de EEUU.
El muy real clip, en que Trump dice:
“Podría estar en el medio de La 5ª Avenida y disparar a alguien, y aun así, la gente me votaría”
También se muestra un clip real de la década de los 90, con Trump respondiendo a preguntas de un reportero al salir de un edificio, hablando de modo cordial y agradable sobre Hillary Clinton, y también de Michael Moore...
¡Cómo cambian los tiempos!
El gran momento del programa, es cuando cuenta Moore, que durante recopilación de uno de sus documentales, llegó a Estonia, y allí en hospital, vio una foto de Hillary con un bebé…
Ella estaba recabando información para mejorar el sistema sanitario de EEUU, mientras era Primera Dama, y cuando volvió de sus viajes, en Washington se rieron de sus ideas, y la mandaron a “tomar el té”
Entonces, Moore habla más de fe que de realidades, comparando a Hillary con El Papa Francisco, por lo que este supone de revolución para La Iglesia Católica; o cuando sueña con la avalancha de cambios que Hillary promoverá:
“Reemplazará a viejos enemigos Irán y Corea del Norte, por nuevos:
Monsanto y Wells Fargo.
Cuando entusiasmado, Moore proclama que si Hillary no cumple sus expectativas, él mismo se presentará a la presidencia del 2020, diciendo que la primera medida que tomaría, sería que todos los dispositivos electrónicos utilizarán el mismo cable del cargador, o proponer marihuana a todo el mundo, o El Banana Split todas las semanas gratis para todo el mundo…
Moore concluye diciendo:
“Todos somos estadounidenses nos hundimos o nadamos juntos.
Yo prefiero nadar.
Hillary no es el bote salvavidas que deseo, pero ella es lo que tenemos, y no hay suficiente espacio a bordo para todo el mundo”
Queda claro que aunque la critique a ella, y le saque a relucir no pocos errores, en especial durante su etapa como Secretaria de Estado, el recurso del método es el reproche, para después ir al rescate.
O lo que es igual, asumir la teoría del “mal menor” y dejar abierta la posibilidad de que, tras largos años de ser silenciada en Washington, de ser amordazada en La Casa Blanca por su condición de mujer, la candidata venga ahora dispuesta a hacer lo que nunca pudo.
Sin embargo, viendo con lupa Michael Moore in TrumpLand, es un desvergonzado esfuerzo para hacer que Hillary Clinton sea elegida, e impedir que Trump llegue a la presidencia, tal como hizo Moore en 2004 con “Fahrenheit 9/11”, que tuvo como propósito, derrotar a George W. Bush.
La actuación de Moore, como una “rutina de stand-up comedy” a veces suena como un discurso de graduación.
A los pocos minutos del comienzo de su espectáculo verbal sobre las tablas, quien aprecia el humor ácido y algo surrealista de Moore, ya puede descubrirse llorando de la risa.
De ningún modo se trata de referencias incomprensibles, ni de jugarretas intelectuales, sino de unos chistes que cualquier ciudadano estadounidense, y todo ser humano inmerso en la globalización que lidera ese país, puede comprender sin problema alguno.
Chistes relacionados con la situación política de Estados Unidos, con los candidatos de la propia campaña electoral, y con los prototipos de sus votantes, naturalmente.
Y cuando se pone serio, sin resultar forzado después de tantas carcajadas, como en “Sicko” (2007) y “Where to Invade Next” (2015), cuyo asunto repasa aquí, llega a sobrecoger al espectador, y entonces uno sabe que le ha atrapado por completo.
Porque de inicio, se trata del ingenio de quien es capaz de defender una serie de ideas políticas, volviendo accesible y entretenidísimo, un análisis que podría resultar farragoso de otra manera.
Algo tan envidiable, como el sentido del humor y de la narración documental aplicado a tarea semejante.
Ya quisieran muchos poder sostener sus posiciones ideológicas con la misma habilidad de Moore, sobre todo los que lo desprecian superficialmente, aludiendo con vaguedad a su tendencia política, que dicen no compartir sin molestarse en conocer siquiera su discurso, o haber visto sus documentales, a su aspecto informal o descuidado, e incluso a su sobrepeso...
Sin embargo, aparte de algunas consideraciones ingenuas acerca de Jorge Bergoglio, y de una escueta pero inadecuada mención a Monsanto, sólo hay una afirmación realmente discutible entre las que hace durante su actuación:
“Ninguna mujer ha construido nunca una chimenea, ninguna mujer ha inventado una bomba atómica o de hidrógeno, y ninguna mujer ha entrado a una escuela y les ha disparado a todos”
Respecto a lo de la chimenea, que usa como transición entre el tono cómico y los asuntos serios, vete tú a saber, pero hay montones de arquitectas e ingenieras que seguramente las habrán construido.
En cuanto a la bomba atómica y a los tiroteos estudiantiles que sufre Estados Unidos de manera periódica, y de los que Moore se ocupó en el oscarizado “Bowling for Columbine” (2002), ya le respondieron en Twitter, recordándole a:
Anne McKusick, Lilli Hornig, Colleen Black, Leona Woods Marshall, Isabella Karle o La Premio Nobel de Física, Maria Goeppert-Mayer, científicas que participaron en El Proyecto Manhattan; y a las asesinas Brenda Spencer, que se lio a tiros en un centro educativo californiano en enero de 1979; Laurie Dann, Latina Williams y Amy Bishop, que hicieron lo propio en Illinois, Luisiana y Alabama, en mayo de 1988, febrero de 2008, y el mismo mes de 2010, respectivamente.
En el tuit que causó estas merecidas réplicas, también decía que “ninguna mujer ha iniciado un Holocausto, ni derretido los casquetes polares”, así que igualmente tuvieron que señalarle a la gran propagandista nazi, Leni Riefenstahl, y a Hermine Braunsteiner, criminal de guerra que fue asistente de guardia en el campo de exterminio de Majdanek, y guardia supervisora en el de Ravensbrück; y a Gina Rinehart, magnate de la minería del carbón, y la mujer más rica de Australia en la actualidad, una de esas personas a las que el propio Moore querría entrevistar en “Roger and Me” (1989), “The Big One” (1997) y “Capitalism: A Love Story” (2009) si rodase una película de denuncia sobre el cambio climático.
No obstante, pese a que estas afirmaciones del director son incorrectas, lo cierto es que seguidamente indica que la delincuencia femenina es muy inferior en cantidad a la perpetrada por hombres en todo el mundo, una verdad que le sirve como dato optimista, respecto al hecho de que una mujer como Hillary Clinton, pueda ser de nuevo inquilina de La Casa Blanca y, esta vez, sentarse además tras el Escritorio Resolute del Despacho Oval; de donde ahí mismo salieron las decisiones que la inculparon de la tragedia en Waco y Benghazi.
Por desgracia, establecer su optimismo sobre datos generales, no relacionados con la candidata a La Presidencia de Estados Unidos, es una falacia evidente, porque la certeza de esos datos, no implica que Clinton vaya a ser una buena presidenta…
Pero Moore saca a colación, unas cuantas cosas más, que a ella le echan en cara, e incluso toma distancia antes de dedicarse de lleno a resaltar sus virtudes, con algunas anécdotas muy interesantes, en momentos que hasta consigue ponernos la piel de gallina.
Y, al final, la idea que ha de quedarnos, con lo que expone Michael Moore in TrumpLand, es que sea como fuere, siempre será mejor optar por ella, que por alguien a quien el cineasta, como muchos otros ciudadanos, considera tan impresentable como Donald Trump.
En resumidas cuentas, como buen agitador social, Moore peca de lo peor que se le pueda acusar, de ser políticamente correcto, pues a pesar de su título “TrumpLand”, apenas se habla del millonario, ahora presidente electo.
Técnicamente, una de las partes del metraje interesante, es como la cámara ausculta de vez en cuando al público, buscando una reacción emocional a las palabras de Moore, esto sirve para potenciar manipuladoramente, la fuerza de lo que dice el monologuista, llegando a ser reacciones un tanto sospechosas de no ser figurante en connivencia con Moore, y es que en donde se supone un público antagonista de él, vemos a gente que se estremece, lagrimea, llora, e incluso se levanta enfervorecida a aplaudir, ello sin que nadie altere la placidez de la dirección que Moore desea imprimir, lo más es lo estereotípico de gente de mediana edad, blancos con el gesto torcido, y con los brazos cruzados.
En un momento dado, Moore hace una alabanza un tanto discutible, y es que dice que sueña que cuando Hillary sea presidenta, se radicalizaría, y tomaría medidas en modo leyes que a Moore le agradarían, propugnando leyes que ella misma no tiene en su programa.
Esto me es un tanto extravagante, pues muy hipócrita y demagogo pensar esto, emparejándose entonces con el potencial votante de Donald Trump, que espera milagros en cuanto jure la presidencia.
Me sobra el toque narcisista en que sin aportar nada, relata que en una cena, los Clinton le invitaron, y le dijeron lo mucho que le admiraban, se estira mucho en esto, y desvía la atención hacia lo egocéntrico.
¿Acaso Michael Moore debió exponer más estadísticas en su show?
Era comedia, no una ponencia en La ONU, y no por eso menos urgente.
Moore, adora a la Hillary joven, la idealista, y apoya a la Hillary de ahora, en pos de que la historia de su país no acabe hoy, aunque el final del filme es un oráculo tanto provocador como esperanzador.
¿Es esto propaganda?
Sí, pero del pensamiento inteligente.
“They see that the elites who ruined their lives hate Trump.
Corporate America hates Trump.
Wall Street hates Trump.
The career politicians hate Trump.
The media hates Trump, after they loved him and created him, and now hate him.
Thank you media.
The enemy of my enemy is who I’m voting for on November 8”
Michael Moore cuenta, que le preguntan con ansiedad sobre los “millenials”
¿Cómo hacer que esta generación vote, cuando no parece interesada en hacerlo?
Moore respondió, que esa generación no llevó al planeta a la crisis climática, ni invadió Irak, ni muchas otras cosas, por tanto, él no puede pedirles a los “millenials” que arreglen este desastre por ellos.
Pareciese querer decir, que seguirá siendo su generación, es decir, la causante del desastre, la que intentará arreglarlo.
¡Y cómo lo han hecho!
Al principio del periodo electoral estadounidense, todos desestimaban a Donald Trump; y acaba de quedarse con una impresionante victoria, después de una campaña presidencial sin precedentes en la historia de Estados Unidos.
Los resultados dicen que:
Donald Trump, Candidato Republicano de New York, obtuvo 62,662.985 votos, más del 2.8% que Hillary Clinton.
Con votos electorales de 306 / +48.5%; representantes obtenidos 241 / -6; y senadores obtenidos 51 / -3.
En total: 46.2%
Mientras Hillary Clinton, Candidata Demócrata de New York, obtuvo 65,180.245 votos, menos del 1.1% que Donald Trump.
Con votos electorales de 232 / -30.1%; representantes obtenidos 194 / +6; y senadores obtenidos 46 / +2
En Ohio, emplazamiento del documental Michael Moore in TrumpLand:   
Donald Trump obtuvo 2,771.984 votos, un 52.10%; mientras Hillary Clinton obtuvo 2,317.001 votos, un 43.50%
El voto popular general de la contienda dice que Hillary Clinton obtiene la mayoría, con 65,180.245 votos, un 47.90%; mientras Donald Trump, 62,662.985 votos, un 46.40%
La elección dio como resultado que Donald Trump es ahora el presidente electo…
¿Cómo pudo pasar esto?
Trump canalizó la furia de los estadounidenses promedio contra Washington.
Supo explotar su ansiedad sobre el presente, y sus miedos sobre el futuro.
Les habló del dolor que sentían por trabajar muy duro, y haber sido olvidados.
Por otra parte, los expertos pensaron que las payasadas de “reality show” de Trump, su retórica vulgar, sus discursos llenos de falsedades e insultos hacia casi todos los sectores de la sociedad estadounidense, latinos, afroamericanos, veteranos de guerra, mujeres y musulmanes; lo descalificarían para llegar a la presidencia...
¡No lo hicieron!
Trump aseguró, que cambiaría el aspecto del mapa electoral del país, al poner en la columna republicana a los estados demócratas enclavados en un Medio Oeste de decadencia industrial, con su retórica anti comercio.
¡Lo logró!
Dijo que humillaría al sector más talentoso del Partido Republicano en una generación.
¡Lo logró!
Afirmó que podría enseñarles a los republicanos a derrotar su némesis, los Clinton.
¡Lo logró!
La victoria por el empresario de New York, pone a los republicanos firmemente en control del gobierno, con los demócratas incapaces de llevar La Cámara de Representantes o El Senado.
Así, Trump ganó casi todos los estados que necesitaba, se llevó Florida, Carolina del Norte, Ohio, y Wisconsin.
Mientras Trump fue criticado por no tener una óptima maquinaria política sobre el terreno en los estados clave, hizo varias apariciones allí, y su mensaje se escuchó fuerte y claro.
En Wisconsin, que parecía segura en el bolsillo de Clinton, se le fue a Trump después de visitar el estado 6 veces en el período previo a la elección.
Clinton, por su parte, no hizo un solo viaje al estado...
Una participación deprimida en las ciudades del interior, entre las minorías, que muchos dicen fue ayudada por los esfuerzos de supresión de votantes por el partido republicano, combinado con un aumento en el número de votantes blancos rurales, ayudó a Trump asegurar la victoria impactante.
En definitiva, Donald Trump ganó La Presidencia de Estados Unidos, siguiendo una estrategia totalmente heterodoxa, que ha dejado a los expertos en campañas electorales, rascándose la cabeza.
Le habían acusado de tener la peor campaña de la historia reciente, de descuidar aspectos básicos como el gasto en anuncios de televisión, la apertura de oficinas o la contratación de estrategas experimentados.
Pero el candidato republicano a la presidencia, demostró que es posible ganar de otra forma.
Trump, estaba haciendo todo lo que no debía hacerse, si quería tener una operación exitosa, empezando por no tener una estrategia para seducir a las minorías, sobre todo los hispanos, un grupo que tras la derrota de 2012, los republicanos prometieron cortejar.
La campaña misma tuvo problemas de organización y 3 directores en menos de 4 meses, cosa que confabulaba contra la aplicación de una estrategia victoriosa.
Para mayor complicación, durante algún tiempo, se dio el caso de que el nominado, no contaba con el total respaldo del partido, y su maquinaria de movilización de electores; y no contaba con la organización mínima necesaria para llevar adelante una campaña en forma; o al menos eso era todo lo que se decía entre veteranos de esas lides.
Lo de Trump fueron los mítines gigantescos, el altavoz gratuito de Twitter, y una atención mediática desproporcionada que le facilitó promover su mensaje.
En cuanto a los asuntos del dinero, Trump desafió la máxima de que el dinero gana elecciones.
Según estudios, el candidato que gasta más en una campaña, gana en un 91% de las ocasiones.
El republicano, fue aquí uno de esos casos excepciones:
Gastó unos $238.9 millones hasta mediados de octubre, alrededor de la mitad de los $450.6 millones de Clinton.
Eso supone que a Trump le costó cada voto electoral, unos $859,538; frente a los $1.97 millones de su rival.
Así, Trump no invirtió durante buena parte de su campaña en empleados considerados cruciales en un equipo de campaña como los encuestadores, un sector que ahora está siendo severamente cuestionado, por su fallo colectivo para prever la victoria del republicano.
Su déficit en número de oficinas y empleados en los estados clave, eran mayúsculos, y llevó a muchos a augurar que acabaría pasándole factura conforme se iban conociendo en los días previos a la elección, los datos de voto temprano supuestamente favorables a Clinton.
En el estado crucial de Florida, que acabó ganando Trump, solo tenía una oficina a principios de septiembre, frente a las 51 de Clinton…
Trump, emplearía a finales de agosto, a 131 personas; mientras Clinton a más de 800.
Trump, también gastó mucho menos que Clinton en anuncios de televisión.
Sin contar el dinero invertido por los grupos externos como Súper PACs, Trump pagó solo $74 millones por publicidad de este tipo, menos de la mitad de los $154 millones del candidato republicano Mitt Romney en 2012.
Clinton por su parte, gastó $211 millones, cerca de los $241.5 millones de Barack Obama en su campaña por la reelección.
Personalmente, se consideró a Hillary, como una muy mala candidata:
Una abogada exitosa, que ejerce cargos públicos desde 1983, como Primera Dama, Senadora y Secretaria de Estado.
Ella era el “establishment”, la vieja política, una cara gastada y conocida respaldada a su vez por todo el resto del “establishment” y la vieja política.
Que encima, tiene el tupé de estar bien preparada, y saber de lo que habla, en una época, la de la post verdad, en la que el conocimiento puede ser casi una afrenta.
Y sobre todo, con el atuendo y la actitud de una “Señora en Navidad” que protesta porque los chicos tiran pirotecnia, y su marido toma de más…
Mientras Donald Trump, se argumentaría como un gran candidato:
Es un “outsider” y se vende como tal, al menos como todo lo “outsider” que puede ser un empresario en una plutocracia con lobby institucionalizado como la estadounidense.
Trump nunca ejerció un cargo público, por ende, no se lo puede criticar por sus políticas, a diferencia de Hillary... que fue foco, y muy duro de críticas.
Las acusaciones de falta de experiencia, a Trump no lo afectan:
Él promete soluciones que van a funcionar, tautológicamente, porque él va a hacer que funcionen…
No como las soluciones de los políticos tradicionales que, diría él, “no funcionaron”
En ese marco discursivo, que nadie pudo desarmar, Trump puede proponer un muro en la frontera con México, cobrarles a los miembros de La OTAN, o expulsar a los musulmanes a Marte, de cualquier manera, le creyeron.
Así le hizo “bullying”, con apodos denigrantes, a todos sus rivales republicanos…
Y así le ganó los debates a Clinton, aunque la lógica indicara que nunca debería haberlos ganado, aunque los medios hayan asegurado que, de hecho, los perdió.
Párrafo aparte, para el rol de los medios, que en Estados Unidos se dividen en, por un lado:
Un puñado de satélites conservadores nucleados en torno a la cadena Fox; y del otro, grandes conglomerados liberales filodemócratas de las ciudades costeras.
Los 2, pero sobre todo los 2º, son grandes responsables en estas elecciones.
A Trump, se lo tomaron primero como chiste, porque era gracioso; y después como burla/“bullying”, porque daba “rating”
En ese juego, que bordeaba la pulsión fanática reprimida, le regalaron horas al aire, de publicidad gratuita, al mismo candidato al que después llamaron a no votar, poniendo caras de serios y comprometidos.
Todo bajo un manto de supuesta imparcialidad y rigurosidad que nunca fue tal.
Por tanto, se deberán revisar sus modelos, al igual que los encuestadores, en los próximos años.
¿Por qué ganó Trump?
Porque Estados Unidos es un país que ya está polarizado.
No tanto por los medios y la política, aunque jueguen un papel importante, sino en lo social.
Parte del país, vive en ciudades grandes, desarrolladas, laicas, con servicios, tecnología, programas sociales, discursos progresistas, donde el feminismo es cada vez más hegemónico…
Y la otra parte, la mayor parte vive en ese “océano de rojo”, que está en el medio de los mapas que vemos por TV.
Esa es la parte que empezó a desdibujarse con la post industrialización de los 90's, cuando gobernaban los Clinton, y terminó de caerse del mapa en 2008, con la gran crisis de Wall Street; el mismo Wall Street, al que el “establishment” le perdonó todas las deudas…
En toda esa franja, ahora hay desempleo a pesar del rebote de Obama, atraso a pesar de la globalización, pandemias de drogas, anfetaminas y opiáceos, a pesar de la guerra contra las mismas.
En esos pastizales secos:
¿Cómo no va a prender el fósforo del discurso de Trump?
Hillary Clinton va a esos mismos estados, y les dice a los mineros que va a reemplazar sus trabajos, los pocos que quedan, por energías renovables...
Mientras Trump les promete el “American Dream”, les miente pero se los gana.
Ninguno tiene razón, porque saben que la tecnología y la automatización van a hacer que la mayoría de los trabajos sean redundantes en 20, 30, 50 años.
Pero para ese entonces, los 2 van a estar muertos, y en el medio, algo tienen que prometer:
Gana el que promete/miente mejor.
Según cuentan, Hillary perdió, porque no enamora a nadie.
No arrastra a los “millenials” como sí lo hacía Bernie Sanders, que tampoco tenía demasiadas oportunidades.
Ella no tiene el carisma de Obama, y para peor, tiene olor a naftalina.
Todos los que la apoyaron, lo hicieron con peros, desgarrados, mencionando sus defectos antes que sus virtudes.
La votaron, porque era “el mal menor”, y “el mal menor” no siempre te gana una elección.
Trump, puede parecer aberrante, ignorante, violento, misógino, y probablemente lo sea; pero también es inconmensurablemente atractivo para su electorado.
El viejo truco del “tipo común”, aunque no lo sea, algo prepotente, que “dice las cosas como son”, y denuncia las mentiras de los políticos tradicionales…
Trump es nuevo y peligroso, aunque no lo sea, pero eso es lo que vende.
“Nuevo y peligroso”, puede vender cualquier cosa.
Nuevo y peligroso, pueden volver sexy hasta a un colorado andropáusico de 70 años; y a la larga, eso es lo que importa en una elección presidencial, que es un concurso de popularidad televisado con algo de política en el fondo.
Trump, puede decir cualquier barbaridad, como lo de agarrar a las mujeres por sus partes íntimas, y en su mundo va a seguir funcionando, y no tiene que pedir disculpas.
Trump tiene el atractivo del morbo, porque algunos hombres quieren ver el mundo arder, y él ya tiene una antorcha.
Nacido en la TV, Donald Trump es el ejemplo de nuestros tiempos, por duro que parezca; y así, cuando la noticia se haga tolerable, “después de mirar al abismo, y que el abismo nos mire a nosotros”, nos daremos cuenta de que una presidencia de Trump, no sería tan terrible...
¿O sí?
No lo sería para los estadounidenses, por el sistema de balances y contrapesos republicanos; sino miren si no lo que le costó a Obama aprobar su reforma al sistema de salud, o nombrar un juez en La Corte Suprema, o hacer pasar los presupuestos...
Trump estará condicionado por su propio partido, que en muchos casos lo desprecia, controlando ambas cámaras legislativas.
Solo tendrá algo de libertad de acción, en cuanto a política exterior, y no sería raro que el “establishment” republicano, intente limitarlo en ese ámbito también.
Si no lo hiciera, la atención estaría puesta principalmente en Rusia, China y Medio Oriente, además del famoso muro mexicano.
La pregunta sigue siendo:
¿Si Trump realmente sigue con sus propuestas de campaña, desde su primera gran idea, un muro en la frontera entre Estados Unidos y México pagado por México, a su promesa de dejar de acuerdos comerciales malos, y sancionar a las empresas estadounidenses para enviar puestos de trabajo fuera del país?
Él ha amenazado con prohibir todos los musulmanes de emigrar a los Estados Unidos, y ha dicho que va a deportar a los inmigrantes indocumentados...
La reescritura de las reglas de la política que ha hecho Trump, puede abrirle la puerta a un periodo global de turbulencia e incertidumbre, dada la profunda ansiedad con la que ahora miran el futuro los aliados de Estados Unidos, los mercados internacionales y los estadounidenses que se rebelaron por su comportamiento durante la campaña.
La cuestión, repito, es, si cuando se convierta en el hombre más poderoso del mundo, en enero próximo, Trump tratará de reescribir las reglas y convenciones del gobierno de Estados Unidos, y del sistema internacional, tan radicalmente como reescribió las reglas de las elecciones presidenciales.
Si hay algo claro, es que los jóvenes son el futuro, y no son los responsables del pasado; pero llega un momento en el que todos convocados a participar, y es nuestro deber hacerlo, por amor a nuestro país y a la libertad cívica.
Clinton era lo malo conocido, y Trump parece ser lo peor por conocer.

“Goodnight America.
You’ve just elected the last president of the United States”



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