Sing Street

“Boy meets girl, girl unimpressed, boy starts band”

La música, no solo crea conexión entre las personas, también compone un vínculo con el mundo.
El arte como expresión máxima de los sentimientos, ya sean de dolor, alegría, tristeza o felicidad suprema, todo aquello que en palabras cotidianas se guarda, y no resuena en oralidad manifiesta, por ser difícil de expresar y comunicar, y que con la música adquiere una dimensión más importante y elevada, pues es fácil volcar tu enamoramiento, perplejidad, agonía o frustración a través de la letra de una sonora canción, que sirve de refugio y manifestación de quién eres en ese preciso momento de su composición y que, una vez creada, y dada al público, pertenece a cada uno de los oyentes para degustarla y hacerla suya, para sentir lo que su corazón y piel, le demanden en ese efusivo instante.
La música no sólo tiene la capacidad de despertar recuerdos, sino también de representar y expresar lo que sucede en el mundo, en una época determinada.
En la década del 80, surgió un medio de comunicación, un canal que cambió radicalmente el rumbo de la música:
MTV.
Así, los músicos comenzaron a salir en televisión, a hacerse más conocidos, a mostrarse, y a contar sus canciones a través de los videoclips.
La música rock evolucionó en los años 80 hacia el New Wave, junto con el Punk, destacando bandas como Richard Hell, Blondie o Talking Heads.
El New Romantic y el Glam Rock, son subgéneros musicales derivados del New Wave, que se pusieron de moda en esta época, siendo Inglaterra su punto de partida.
Destacaba el uso de sintetizadores y la ropa glamurosa.
Grupos de estos subgéneros que triunfaron en los años 80, son el conocido David Bowie y Roxy Music, Sweet, Slade, Kiss, o el mismísimo Queen.
Otra rama que deriva del New Wave, es el Synth Pop o Techno-Pop, desarrollado principalmente en Reino Unido y Alemania, e influenciado por artistas muy conocidos por todos como:
Donna Summer, Kraftwerk, Ultravox o Brian Eno, y dando lugar a la aparición de grupos como:
Aviador Dro, Jean-Michel Jarre, Vangelis, Orchestral Maneuvers in the Dark, y Duran Duran, por citar algunos.
Y es que a mediados de los 80, ya había eclosionado la música de sintetizadores, y la rabia del punk había dado paso al amaneramiento de los “new romantics” y a la estética del “dark wave”, “synthpop” o “technopop” de grupos como Depeche Mode, The Cure, New Order, Pet Shop Boys, Erasure o A-Ha. Hombres maquillados, hombres con chorreras, hombres con falda; ya no había tabú emasculante, y la libertad para explorar y encontrarse a sí mismo, era infinita.
Las chicas eran guerreras, y los chicos con cardado y lentejuelas, podían ser sexis.
Los 80, no son un recuerdo distante que invoca la nostalgia caduca, sino una melodía cambiante, que roza con los dedos el futuro, y que habla de chicas, hermanos y sueños.
En los grisáceos suburbios de Dublín en 1985, muchos irlandeses decidieron buscar un futuro mejor, cruzando hacia tierras inglesas.
La complicada situación de un país, desprendía un decaimiento que impedía que se atisbase ilusión.
Pero los períodos convulsos, suelen ser un hervidero de creatividad, floreciendo la música como vía de escape.
“When you don't know someone, they're more interesting.
They can be anything you want them to be.
But when you know them, there's limits to them”
Sing Street es una comedia musical, del año 2016, escrita y dirigida por John Carney.
Protagonizada por Ferdia Walsh-Peelo, Lucy Boynton, Jack Reynor, Aidan Gillen, Maria Doyle Kennedy, Don Wycherley, Kelly Thornton, Kyle Bradley, Lydia McGuinness, Mark McKenna, Pádraig J. Dunne, Ian Kenny, entre otros.
Basado en una historia de John Carney y Simon Carmody, Sing Street es una representación autobiográfica de la adolescencia de John Carney en Dublín, cuando estudió siendo adolescente, en la católica Synge Street CBS, la Christian Brothers School, cuyo juego de palabras da origen al título Sing Street; y han dado pie a un magnífico guión que mezcla pasajes agridulces, revestidos de fina ironía con tonadas que expresan el estado de ánimo y los anhelos del protagonista.
Sing Street, es un atajo para comprender amenamente en qué consiste ese sentimiento que a menudo da origen a las mejores obras de arte:
Ese estar “feliz/triste”
En una entrevista en julio de 2014, Carney anunció que estaría lanzando actores desconocidos en la producción.
El rodaje comenzó en septiembre de 2014, en Dublín, Irlanda, como una comedia musical, sobre un joven irlandés con mucho talento, que se da a la tarea de formar una banda contra todo pronóstico.
Estamos en el Dublín de 1985.
La capital gris de un país gris asolado por la crisis, de donde la gente emigraba cruzando el canal de San Jorge, para llegar a Inglaterra, y labrarse un futuro.
En plena recesión económica, Conor Lawlor (Ferdia Walsh-Peelo), es un adolescente de 15 años que vive con su familia, cuyos padres están a punto del divorcio:
Su padre, Robert Lawlor (Aidan Gillen) y su madre (Maria Doyle Kennedy), han ido sosteniendo con alfileres un matrimonio que hacía aguas desde el principio, desde que la pareja concibiese demasiado joven a Brendan (Jack Reynor), el hermano mayor de Conor, con el seso y las energías comidas por los porros y la frustración como una losa que le impide levantarse del sofá en todo el día.
De la hermana, Ann (Kelly Thornton), poco sabemos, aparte de que es estudiosa y aspira a llegar a algo en la vida.
Así, Conor debe abandonar la comodidad de la escuela privada en la que estudiaba, viéndose obligado a sobrevivir en la escuela pública del centro de la ciudad; por lo que pasará de estar con los jesuitas, a una administrada por “Los Hermanos Cristianos”, obviamente más barata, donde el clima es mucho más tenso; aunado a unos padres a punto del divorcio.
Al conocer a la misteriosa y “cool” Raphina (Lucy Boynton), Conor encontrará un rayo de esperanza.
Con el objetivo de conquistarla, la invita para que sirva de modelo en los videoclips de la banda que Conor quiere formar.
Así comienza esta banda de “Geeks and Freaks” llamada Sing Street, en referencia a su escuela, la popular Sygne Street, situada en Dublín.
Juntos se sumergen en las vibrantes tendencias de la música rock de los años 80, y Conor, que ahora decide llamarse Cosmo, bautizado por Raphina, se entrega a componer canciones, y a grabar videoclips para su recién formada banda como una forma de lucha.
Es así como Cosmo, su nombre artístico, realiza a través de la música, un viaje único y personal hacia la adultez, y hacia la vida que desea.
Y precisamente, Raphina se convertirá en la causante de que Conor se ponga a crear una banda con sus amigos, con el único objetivo de que ella pueda ser la modelo de su videoclip:
El sueño de formar parte de aquel programa musical en la televisión, que ve Conor con su hermano, se transmuta en una realidad más sencilla, que no por cutre, puede borrar la pasión que pone en el proyecto.
Las imágenes capturadas en cámara casera, no pueden ocultar que nadie tiene la más remota idea de cómo rodar algo decente, pero no importa, porque en aquella tarde maravillosa se viven 2 triunfos:
La sensación de que por fin la banda es algo real, y de que la proximidad con Raphina, podría ser el anticipo de algo mucho más…
Pocas cosas más necesitará un adolescente enamorado, pero la pregunta sería:
¿Necesita nadie, alguna cosa más que entregarse a un sueño, y a un amor?
El director, John Carney, teje un melancólico y emotivo viaje iniciático alrededor de la música de los 80, que en realidad es un eufórico canto a la fraternidad, un conmovedor reconocimiento a los que, de una forma u otra, nos han abierto el camino; y funciona como una exuberante colección de “Greatest Hits” que consigue que el público abandone el cine canturreando.
A través de la evolución del estilo musical del conjunto, Sing Street nos embarca en un viaje en el tiempo, en el que aparecen Duran Duran, Depeche Mode, Joy Division, o David Bowie, hasta que la influencia definitiva surge de los sentimientos que corroen por dentro a su líder, y que hacen avivar melodías con un estilo que inmediatamente remite a The Cure.
Toda esta pequeña obra maestra del cine independiente, es una gozada, la comedia es muy inteligente, sin caer en el chiste fácil.
Una película que sintetiza lo que es el amor y la creatividad en esas décadas, y otros temas como la familia, el divorcio, el amor, la hermandad, la amistad, y la música que nos une, con una banda sonora que resulta obligatoria de conseguir.
Todo el mundo en Sing Street, está buscando el amor o un lugar para pertenecer, pero también está buscando ser.
Los personajes no vienen de buenos lugares, son huérfanos, de hogares rotos, pobres… y sin embargo, son capaces de unirse para formar algo puro, hermoso y divertido.
Esa es la belleza de Sing Street, y yo creo que es la parte vital de, por qué esta es una película tan maravillosa.
En su esencia, es una película sobre la esperanza; que se abre a posibilidades, a los sueños, a la nostalgia, a lo duro y divertido que es crecer.
“Your problem is that you're not happy being sad.
But that's what love is, Cosmo.
Happy sad”
En el cine de John Carney, las melodías han sido siempre protagonistas.
Así ocurría en “Once” (2006) y en “Begin Again” (2014), Carney, además, siempre introduce la música de manera natural:
Sus protagonistas se dedican a la música, aman la música, y por ello, puede meter sus canciones de forma natural, y que la historia fluya.
John Carney se está convirtiendo en todo un estandarte de la cultura irlandesa, que se preocupa mucho más por la construcción realista del retrato introspectivo del dublinés de clase media-baja, que por encauzar la narración dramática de su obra hacia un fin, concreto y pormenorizado, del que extraer conclusiones acerca de la política de aislamiento que sufren los artistas vocacionales y librepensadores que inundan las céntricas calles de la “laguna negra”
El realizador, junto al director de fotografía, Yaron Orbach, no busca la espectacularidad natural de la isla, sino que se queda en el melancólico encanto urbano de la arquitectura georgiana de la capital, donde contrastan armónicos los tonos fríos y grisáceos de los adoquines, las vallas de las casas, y las numerosas estatuas de los ídolos literarios nacionales, con el impactante colorido de las pintorescas puertas de las casas, convertidas hoy en todo un atractivo turístico alegórico de la extrovertida y simpar idiosincrasia del irlandés.
Sing Street, es la nueva fantasía músico/sentimental del director, un “coming of age” en el que Carney, por primera vez pone su vista al completo en un personaje adolescente:
Un chico de una familia trabajadora, con el sueño de convertirse en estrella del pop, que también tendrá que hacer frente a su primer amor; a la dureza del instituto cristiano de Dublín al que asiste; y a la separación de sus padres…
Fiel a su libre estilo, el cineasta irlandés se pone el traje de artesano en la forma; no busquen florituras visuales, sino unas imágenes al servicio, siempre de la palabra escrita.
Mientras que en el contenido, como es habitual, nunca carga las tintas, ni cae en el tremendismo, dando forma a una postal amable y nostálgica de los 80.
Una postal brillante cuando describe lo volátil de las modas musicales de la época.
Personalizado en los cambios de chaqueta del grupo de pop adolescente que dirige el protagonista, lo mejor de la película.
Conor, es el nuevo objetivo de la inquieta lente de Carney, el protagonista de Sing Street, es una víctima más del conservadurismo católico y la intransigencia artística que existían en la isla, allá por 1985.
Azotado por el fantasma de la insolvencia económica, el joven se enfrenta a la desestructuración familiar y social en el Dublín pre “Celtic Tiger”, ese período de incertidumbre, en el que se comenzaba a ver el final de la catástrofe, y los ciudadanos eran aleccionados con prudencia en el correcto comportamiento patriótico para que la economía nacional se convirtiera, en los albores de los años 90, en el referente europeo, y el modelo ideal de sostenibilidad.
Había que hacer circular el dinero de forma interna, y qué mejor manera de conseguirlo, que promoviendo la asiduidad y la colaboración con el producto local:
La cerveza.
Los pubs comenzaban a llenarse de parroquianos dispuestos a dejarse hasta el último céntimo de su jornal, por el rescate patriótico de su amada Irlanda o, parafraseando a Kennedy:
“No pienses en lo que tu país puede hacer por ti, sino en cuántas pintas de Guinness puedes beber por tu país”
El catolicismo, parte como principal responsable de los problemas familiares del protagonista.
Se representa al matrimonio estereotipado irlandés, con una pareja joven, anclada en el hastío y el desprecio mutuo, sus manifiestos y constantes estallidos vehementes de repulsa, han sido asumidos y normalizados por Conor y sus 2 hermanos, Brendan y Ann, como parte de los sonidos ambientales de su modesto apartamento.
Ese desencanto matrimonial inherente, apunta a un culpable:
La iglesia católica:
“Se casaron simplemente porque querían tener sexo”
Brendan, fue el primero de los 3 errores que llegaron, por inercia, como una consecuencia prematura de esa necesidad llevada a la negligencia y a la irresponsabilidad, por culpa de una doctrina implacable e inflexible con las vidas de los miles de niños que surgieron, en iguales circunstancias, desprovistos de amor y fruto de la inconsciente pasión adolescente, no olvidemos que en Irlanda, hasta 1985, se necesitaba receta médica para la compra de preservativos…
Y que muchos niños quedaron en orfanatos, al abandono y al abuso sexual de sus regentes…
Sin embargo, lejos de plantear la escena como el drama que verdaderamente es, el director, buen conocedor de todas estas historias de corazones rotos por culpa de la falta de afecto, relata la historia de manera eufemística, y con el irónico humor que lo caracteriza.
Conor aprovecha todas estas airadas discusiones paternales, para componer las letras de sus canciones.
No obstante, el joven no llegará a tomar consciencia de su condición de artista, hasta que no haya conocido a su musa:
Raphina, una misteriosa joven, un año mayor que el protagonista, que aparece provocando la inspiración para escribir cientos de versos y, al mismo tiempo, sumiéndole en la más oscura e inefable soledad del rechazado.
Al conocer a Conor Lawlor, vemos como el joven de 15 años toca la guitarra, recluido en su habitación, mientras sus padres discuten.
Los problemas económicos, ahogan el bienestar de la familia, y la separación se encuentra acechante detrás de la puerta.
Desde el primer momento, ya se utiliza la música como escudo emocional, iluminando la historia frente a los conflictos de los personajes.
Como consecuencia de estos problemas financieros, se decide cambiar al chico, a un colegio católico.
Allí no logrará encontrar su lugar, al verse rodeado de abusadores, y unas estrictas reglas de comportamiento.
Con esta introducción, John Carney establece unos cimientos sobre que integrar las composiciones.
De manera sencilla y efectiva, se introduce un ambiente opresor y melancólico, que da paso a buscar una inspiración.
De todos los frentes históricos a los que el director hace referencia, cabe destacar la ingeniosa crítica a los colegios donde se empequeñece a los más débiles.
Si esta atmósfera repudia lo nuevo, sólo hace falta una chispa para que empiece a sonar el primer acorde.
En un descanso, Conor se hechiza por la mirada de la misteriosa y magnética chica que se sitúa impasible enfrente de la escuela, en pose rebelde.
Con el propósito de conquistarla, Conor se reúne con otros aparentes perdedores, y deciden montar una banda.
Desde ese momento, la trama se vuelve en un concierto en el que se combinan los referentes musicales de la época como son:
Duran Duran, The Clash o The Cure, con una magnífica banda sonora original.
Porque como se aprecia en su filmografía, el cine de John Carney es sobre todo música.
Emocionando al público con un lenguaje universal que controla perfectamente.
Tras presentar un panorama desolador para el protagonista en el primer acto, pronto se centra en la banda sonora, para insuflar positivismo.
Las melodías sirven como metáfora del sentir de los habitantes de Dublín, y con ellas llega una ilusión sin pretensiones elevadas.
Desde A-ha, Depeche Mode o The Police, el desfile de grupos icónicos que suena, es interminable.
De esta forma, los amantes de la música de los 80, tienen una cita imprescindible.
No se utiliza únicamente como adorno, sino que se van conociendo a los personajes mediante sus gustos musicales.
Esta relación con la música, se concentra en gran medida en el hermano mayor de Conor, que le enseña nuevos géneros musicales, y cómo disfrutar de ellos.
Con las referencias de grupos consagrados, la banda de Conor compone sus propias canciones, imitando a los emblemas antes mencionados.
No cabe duda que las composiciones escitas por John Carney, para este filme, son el punto más fuerte del mismo.
Son muy altas las probabilidades de buscar las canciones tras el visionado, ya que la divertida música, es irresistible; y pocas veces, la mezcla del género musical y dramático, llega con tanta eficacia no solo al gran público, sino también al cinéfilo exigente, y si a eso le añadimos detalles estupendos de comedia, la diversión está servida.
Repleta de un humor sencillo pero notable, es dinámica, y vuelve nostálgicos a todos aquellos que en algún momento de su juventud quisieron tocar algún instrumento para ser partícipes de un grupo musical.
La historia y la dirección, pueden ser algo previsibles, pero es la narración, la forma en cómo se cuenta el relato, que la hace muy singular, la aparente falta de ambición de la película es, efectivamente, solo aparente, porque Sing Street entronca con un pilar transversal a la historia del cine y, en realidad, a la historia del mismo oficio de la narración:
La comedia romántica.
A saber, chico conoce a chica, ambos se gustan un poco, luego mucho y, tras vencer un sinnúmero de adversidades, y simpáticos malentendidos, acaban juntos, son felices, comen perdices, y los espectadores también son felices y comen palomitas en el cine, con una sonrisa de oreja a oreja, y alguna lagrimilla de emoción.
Para narrar la historia, Sing Street se apoya en un guión extraído del manual de los buenos guiones, una puesta en escena ajena a cualquier rimbombancia, casi imperceptible, y unas interpretaciones más que notables, con actores muy carismáticos, toca temas tan reales que nos llegan en forma de canciones, como la vida misma, pues de lo común nacen las más bellas tonadas, melodías y poesía.
Porque así, el dolor podrá transformarse en algo mejor, algo que puede ser compartido, perdiendo su sentido inicial, dejando paso a una melodía que puede recordarnos algo grandioso de nosotros mismos, o hacernos sentir menos solos; y es que la película va de eso, del arte musical que nos inspira, así nos identificaremos todos aquellos que tuvimos como referencia la música de los 80 y 90, que influyeron en nuestro comportamiento, evidente en el vestir, y en el actuar.
La fotografía, inspirada en los videoclips, le va como anillo al dedo, y la hace más disfrutable como el excelente diseño de vestuario de Tiziana Corvisieri.
Suponiendo algunas de las mejores secuencias, la caracterización de la banda de púberes, como sus ídolos, pasando de The Cure a Ziggy Stardust.
Todo ello, narrado con una naturalidad y calidez que acercan la emoción al espectador.
Lo que hace que Sing Street sea una película tan divertida y entretenida, además de por sus canciones, es que representa lo mejor de sus personajes, y les presenta tal y como ellos se ven a sí mismos.
Los inexpertos y jóvenes actores, son un grupo fresco y natural, aunque los miembros de la banda podrían sacar más provecho del desarrollo individual de cada personaje, pero en general fue un gran acierto del “casting”
Sus interpretaciones, de caras no muy conocidas por el gran público, y aún menos la de su protagonista, Ferdia Walsh-Peelo, músico que se estrena como actor con nota, son de lo más convincentes, y destacan por su naturalidad y por el “feeling” que entre ellos surge, razón por la cual llegan al público con más convicción, por no limitarse a intentar captar la atención del espectador a través de falsas situaciones o miradas llenas de cinismo, como ocurre en otros dramas románticos, sino que se dejan llevar por su papel y edad, para aparentar ser unos jóvenes comunes y corrientes, y con defectos visibles que quieren llegar a ser algo a través de la música.
Conor, cuya obsesión, casi neurótica, por no dejar escapar cualquier simpatía por movimiento musical en alza, tiene una actitud ecléctica y camaleónica acerca de orientar su identidad, influida por cualquier grupo, sea Duran Duran o Spandau Ballet.
En última instancia, el elemento liberador del protagonista, no es otro que la música, su particular espacio de rebeldía y emancipación, ante una realidad gris y asfixiante, ante una familia en descomposición y en apuros económicos, ante la doble opresión escolar, la de abusadores, y la de un férreo modelo educativo y disciplinario, y ante el resto de obstáculos para perseguir el sueño de una vida mejor, con la chica de sus sueños.
En su primer papel protagonista, a Walsh-Peelo no le tiembla el pulso en ningún momento, y consigue construir un personaje tierno y sensible, a la vez que determinado.
El problema es que ese carisma, tanto del actor como del personaje, acaba eclipsando a los demás miembros de la banda o secundarios desdibujados y completamente planos, no sólo porque tiene una voz estupenda, sino porque es capaz de llevar una vulnerabilidad infantil a un personaje que está al borde de la edad adulta.
La dinámica entre Conor y su hermano, es presentada como una de maestro y aprendiz, siendo la experiencia de Brendan, en relación a la música y la vida misma, una importante fuente de conocimiento para el protagonista.
Brendan, fantástico Jack Reynor, todo un gurú de la música con un conocimiento enciclopédico del Rock, a quien Conor recurre asiduamente, como si de un oráculo se tratase, para encontrar la armonía necesaria con la que acompañar las odas a Raphina.
Sin embargo, llega un punto en el que Brendan deja de lado el rol de mentor, y podemos ver sus propias frustraciones en una escena de gran sinceridad, lo que le otorga al personaje un peso dramático que no sospechábamos de él.
Incluso lo vemos componiendo canciones…
El actor Jack Reynor, interpreta al hermano mayor de la familia, un apasionado de la vida, que ha pasado de la felicidad de la adolescencia, al hastío de la vida adulta.
Ha fracasado en sus propósitos vitales, por no dar todo de sí mismo, y le pesa la oportunidad pérdida de no seguir su vocación.
Al quedarse a medias, perdió inconscientemente un tren al que Conor todavía puede llegar.
La comunicación entre ellos es fluida, pero los sentimientos no tienen lugar en sus conversaciones.
Es ahí donde entra en juego la música.
Al recomendar una canción, prestar un disco, o comentar el último grupo de moda, se refuerza un vínculo y una enseñanza que parece superficial.
Lo que no se ve a primera vista, es ese deseo de luchar por tus sueños, de seguir a tus emociones.
Si Conor no se atreve a dar un paso adelante, a formar un grupo y perseverar en él, se acabará arrepintiendo toda la vida, en su hermano como reflejo.
Porque al final, el destino de su adolescencia, sigue el ritmo de los álbumes que su hermano un día le dejó; y la manera de focalizar la música alrededor de los conocimientos que le enseña su hermano mayor, hace de Sing Street una película especial.
A destacar el personaje de Eamon (Mark McKenna), un excéntrico joven multi instrumentalista que ama a los conejos; o Maria Doyle Kennedy y Aidan Gillen, como los tumultuosos padres a punto del divorcio.
Con todo, los auténticamente magníficos son los niños, como siempre; acostumbrados a hombres hechos y derechos, interpretando a adolescentes, es una alegría verlos, prácticamente son niños, haciéndolo tan bien.
Empezando por el protagonista, de quien cuesta imaginar que sea su primer filme; pasando por un espléndido robaplanos Mark McKenna, como peculiarísimo amante de los conejos / multi instrumentista / compositor;  y terminando por Lucy Boynton, que sabe alternar lo luminoso y lo complicado en su papel de Raphina, musa no solo artística, sino también vital del filme.
Lucy Boynton, interpreta de manera brillante a la enigmática joven, aparentemente fuerte, que poco a poco va descubriendo su lado más sensible.
La dupla Boynton y Walsh-Peelo, es lo mejor de la cinta, cada escena juntos, sobre pasa la emotividad.
En muchos sentidos, este es el más brillante movimiento de John Carney.
Lamentablemente, no sabemos nada de nada de la mitad de los componentes de la banda...
Como dato curioso, el padre y los tíos de Ferdia Walsh-Peelo, asistieron a la verdadera escuela de Los Hermanos Cristianos de la calle Synge.
Hay muchas escenas memorables:
La presentación de la banda, especialmente del chico que sabe tocar todos los instrumentos; o como cuando cada uno de los miembros de la banda sacan los atuendos que van a usar para la grabación del primer video musical, o cuando se ponen las máscaras del padre del colegio en pleno concierto.
Todas ellas, están dirigidas con mucha naturalidad, y aún con el humor negro de los irlandeses, se siente tan real que conmueve.
Una de las mejores escenas, se produce cuando Conor está actuando en el escenario, e imagina cómo sería su vida si consiguiese a la chica, viese a sus padres juntos de nuevo, su hermano intentase ser alguien, y si existiera un gran público que adorase su música.
Eso es magia.
La escena en la que el sacerdote agrede, humilla y obliga al protagonista a quitar el maquillaje de su cara, que se había aplicado por motivos artísticos, y con sumo cuidado y esmero de no quebrantar ninguna de las estrictas normas de comportamiento de la institución, se convierte en una dura alegoría de los abusos eclesiásticos a menores, donde el cuerpo sin fuerzas del joven que yace en el suelo, deshecho en lágrimas, junto a una pastilla de jabón, se erige como una imagen que ruge de rabia, y desprende una potencia visual tan fuerte como poderosa, sonó la canción War, de Bob Marley, en la versión interpretada por Sinéad O'Connor en protesta por los abusos sexuales de sacerdotes de La Iglesia Católica Romana, donde la cantante cambió la palabra “racismo” por “abuso de menores”, así se puede ver la historia de las lavanderías irlandesas, o el oscuro pasaje de pedofilia en Los Hermanos Cristianos, hechos muy lamentables que no hay que olvidar.
Anacronismos y errores varios:
En el concierto de la banda, el DJ toca “Nothing's Gonna Stop Us Now” de Starship, que no fue lanzado hasta 1987; puesto que la película tiene lugar en 1985.
Durante el video musical que filman en la escuela, Cosmo menciona la película “Back to the Future”
Sin embargo, Sing Street tiene lugar en 1985, y “Back to the Future” no fue lanzado hasta el 20 de diciembre de 1985 en Irlanda.
Raphina dice que “las he visto todas”, entiendo que se refiere a la trilogía, lo cual está mal, porque la segunda y tercera parte, se estrenaron hasta 1989 y 1990 respectivamente.
La sombra de un asistente de producción, puede verse reflejado en Conor en la escena en que Raphina sube al malecón, tras haberse tirado al agua.
Por otro lado, al afrontar el acercamiento al musical, y conociendo el pasado del director, no se presumían muchas sorpresas.
El gusto musical, está más que demostrado, pero innovar y no volver a repetir vías emocionales pasadas, era todo un desafío.
Por consiguiente, la dedicatoria a “todos los hermanos” que se ve en los créditos, es una pista adicional que no esperábamos degustar.
Como toda cinta “coming of age” que se precie, encuentra caminos donde el protagonista crece psicológica y moralmente.
En este caso, como sabrá todo el que tenga hermanos, ellos son una pieza clave en la formación como ser humano.
Pero Carney, también compone una dura crítica interna, retrata a través de los ojos de Conor, una Irlanda desestructurada, de paro, alcoholismo y catolicismo de capón y penitencia, pero también de mirar para otro lado.
Una Irlanda violenta, donde los palos silban de mano de los curas, de los compañeros, y desde dentro de la familia.
Una Irlanda blanca, proletaria y triste, siempre a la sombra del Reino Unido.
En su sarcasmo descarado, y su cómica interpretación del estilo de vida dublinés, Carney no duda en apuntar al sistema de gobierno segregacionista que todavía se aplica en la estructuración de las zonas urbanas, donde las familias problemáticas de “travellers” o nómadas irlandeses, son recluidas en complejos de hacinamiento gratuitos, y reciben una paga, cuya cuantía depende del número de hijos que engendren.
De nuevo, la damnificación del niño por culpa de un sistema incompetente y deficiente, cuyo egoísmo se mantiene fiel a la protección del bienestar del ciudadano de clase alta, a costa de la salud y la educación de familias que no tienen medios ni recursos para escapar de su desafortunado destino.
Algo que puede desagradar, fue el rol de las mujeres, como si ellas fueran las únicas que cometían errores, la madre, la hermana… incluso Raphina, cuando ella dice:
“Me lo merecía” tras haber recibido una golpiza de su novio…
Ninguna mujer merece ser maltratada, haga lo que haga…
Momentos como ese, son poco comunes en una película, la que prefiere un tono más optimista, por lo que el impacto de la escena llega a ser mayor.
Los problemas se encuentran, más bien de forma subterránea, como una especie de incomodidad que se esconde bajo las canciones y el idealismo de sus jóvenes protagonistas; por lo mismo, es adecuado que Sing Street concluya con una nota de incertidumbre, sobre el destino de sus personajes principales.
Sobre el final, el director apuntó:
“Bueno, no lo veo sólo como un feliz final romántico...
Creo que ese es el tono de la historia, pero creo que es más como que están saliendo juntos, eso es cierto, pero no diría que es una relación que vaya a durar para siempre, son niños, espero que la escena al final se parezca a una secuencia de fantasía”
Nuevamente, la mención a la preciosa dedicatoria final:
“A todos los hermanos que hay por ahí”
Esos, supongo que como los protagonistas de las películas de John Carney, se han sentido solos, incomprendidos y tristes en algún momento, pero que encontraron un refugio para la hostilidad, para el miedo, un espacio interno en el que protegerse de este mundo difícil y despiadado en el que el mayor reto es asumir vivir bajo los parámetros propios, y lanzarse a la aventura, al embravecido mar, aunque no sea posible ver con claridad el puerto al que se llegará.
Especialmente recomendada para los días grises, en los que sentimos haber perdido toda esperanza.
Por último, todas las canciones son estupendas, y la forma cómo son mostradas, juegan muy bien con lo narrado, sin resultar pesadas.
Las canciones escritas por Carney, junto a Gary Clark, reflejan de manera fiel el sonido de esa época, creando algunos temas genuinamente buenos como:
“Drive It Like You Stole It”
Y es que en las películas de John Carney, los momentos musicales no son distracciones ni interrumpen la historia narrada, sino que se convierten en una extensión de ella.
Es a través de las canciones, que sus personajes son capaces de expresar lo que sienten.
En este caso, las canciones de Conor están claramente inspiradas por Raphina, y la evolución de sus letras y melodías, coincide con la manera en que él va evolucionando como persona.
Esta es una de las denominadas “historia de maduración”, donde el protagonista experimenta el paso de la niñez a la adultez, adoptando una visión más amplia del mundo, a través de la música, aquella que crea junto a su banda, que es un reflejo de lo que está sintiendo, siendo ese proceso creativo, una muestra de la búsqueda de identidad que llevan a cabo los adolescentes durante esa edad.
El haber incluido canciones propias, como “Drive It Like You Stole It” o “The Riddle of the Model” que encajan perfectamente en la época, y sólo recurrir a fragmentos de clásicos de los 80, es algo que enriquece la historia; pues también se cuenta con música de The Cure, A-ha, Duran Duran, The Clash, Hall & Oates, Motörhead, Joe Jackson, Spandau Ballet y The Jam, entre otros.
Como dato, Sing Street es una de las 2 películas estrenadas en 2016, que usan la canción “Pop Musik” de M; la otra película es “Everybody Wants Some !!”
“This is a period film.
Synge Street School, like much of Ireland, was a very different place in the 1980's [sic] than it is now.
Today Synge Street School is a progressive, multi-cultural school with an excellent academic record and a committed staff of teachers”
La música es vida, y no se podría imaginar la existencia del ser humano sin ella, aunque cada momento es único, bien podría tratarse de una historia que ya alguna vez ha sido contada por una canción.
¿Cuántas veces no suena en nuestra mente un “soundtrack” propio para acompañarnos en ciertos momentos?
¿Cuántos no nos hemos sentido acompañados, tan sólo con un “playlist”?
Pocas veces, uno piensa cómo surgieron estos héroes musicales, o en donde encontraron la inspiración para seguir sus propios sueños, superando adversidades, e ignorando a todos aquellos quienes se burlaron o intentaron impedir que lograran lo que tanto añoraban.
Sing Street, abraza la adolescencia cuando la ilusión fluye por tus venas, y debes tirar para adelante, o te arrepentirás toda tu vida.
La adolescencia, el descubrimiento del amor, los problemas de conexión con la familia, y la adaptación al entorno, los amigos, la búsqueda de una identidad personal, la falta de seguridad en lo que quieres, y al mismo tiempo, el descaro en intentar cualquier cosa que se te ocurra.
Los sueños que empiezan a florecer a medida que desaparece la inocencia.
Esa época única que nos marca tanto.
Es casi inverosímil verlos actuar, hablar, moverse y cantar tan bien, y es lógico, porque en Sing Street, todo es deliciosamente inverosímil.
Es inverosímil que un chico de un entorno difícil, y en una situación difícil, encuentre amigos tan fácilmente en un nuevo colegio; que forme el grupo tan rápido, sin apenas conocimiento de música; que la chica participe, e incluso le ayude…
Es muy improbable que se enfrente a las autoridades escolares, y a los matones juveniles, que se atreva a llevar maquillaje hortera, o que decida vestir como un mamarracho.
Es increíble que las canciones sean tan blandas, tan sobre producidas y, a un tiempo, tan formidables.
Pero es que la adolescencia es un paisaje de lo increíble, lo improbable y lo inverosímil.
Es el lugar para ser hortera y grotesco.
Para ser excesivo y formidable, como lo eran Duran Duran, Morrissey o The Cure.
Es el fragmento de existencia, en el que te atreves a todo ahora, ya, equivocándote, y volviéndote a equivocar más y mejor.
Y da igual la edad; siempre tenemos 15 años, porque la adolescencia es psicológicamente inmortal.
Por eso la recordamos como una fábula, o como el homenaje que Sing Street hace al “baile del encantamiento bajo el mar” de “Back to the Future”
Difuminada, compleja, exagerada, turbulenta…
Narrativamente brillante, y completamente distinta a la realidad.
Porque la realidad no es narrativa; es un agregado de capas difícilmente predecibles, donde los actos no siempre tienen consecuencias, y las cosas suceden a menudo de forma accidental, por suerte o coincidencia.
Por suerte, el lenguaje es la estructura del pensamiento y, por suerte, el lenguaje es narrativo.
Por eso, Sing Street funciona a la perfección.
Porque todo encaja aunque todo apuntase a lo contrario.
Porque los protagonistas se enamoran pese a los 100 obstáculos que se les presentan.
Porque todo sale bien, y los espectadores son felices.
Como sucede en los cuentos, desde que existen los cuentos.
Aceptemos con agrado en nuestra memoria, como una parte más de nuestra experiencia, sin lecciones, simplemente formando parte por un instante, de un momento y un lugar que, en realidad, nos pertenecieron.
Esta historia, recupera ese momento apenas percibido, en que decidimos dejar la seguridad atrás, y nos enfrentamos al mundo, todavía vacilantes, pero seguros de que con nuestro sueño podíamos llegar lejos.
Excelente mensaje:
“Uno que no pretende decirte cómo, por el contrario, solo te dice:
¡Hazlo!”
Larga vida al cine, que nos recuerda estas cosas.

“Maybe you're living in my world.
I'm not living in yours.
You're just material for my songs”



Comentarios

  1. Genial y completo artículo. Es también de mis favoritas del 2016 y de los mejores films sobre los 80. Gran John Carney.

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