The Lady From Shanghai

“The Chinese say: it is difficult for love to last long.
Therefore, one who loves passionately is cured of love, in the end”

Los años 40s fueron el esplendor del Cine Noir, para un hombre de genio titánico como Orson Welles, el sistema de los estudios, en donde los productores decían todo lo que se tenía que rodar y hacer (Código Hayes) tenía que oprimirlo hasta la anoxia.
Necesitado de dinero, Welles hizo el “Fausto” y pactó con Columbia Pictures para rodar The Lady From Shanghai.
Filmada a desgana por Welles, por cumplir un contrato, con su esposa Rita Hayworth como femme fatale, lo que por supuesto no auguraba nada al matrimonio, que de hecho terminaría disuelto poco después de terminar este rodaje, y reducida drásticamente de dos horas y media a apenas una hora y media por el estudio (recordar que en esa época, los editores trabajaban para el productor, no para el director), The Lady From Shanghai terminaría transformándose en un pequeño clásico del Noir.
Irónico destino, si se considera que nadie en los estudios Columbia Pictures, ni Harry Cohn que lo controlaba, ni Orson Welles que la dirigía, pudieron siquiera descifrar de qué demonios se trataba.
Existe un misterio policial en toda forma.
Tan en toda forma, que nadie ha conseguido descifrarlo jamás.
El diálogo final, supuestamente debería armar todos los elementos de la trama, pero no lo consigue.
Para colmo, el asesinato mismo viene a mitad de película, o sea, como policial no funciona.
Como película con moralina (ya saben, "pobres niños ricos respetables por fuera y podridos por dentro"), no sale del estándar usual del Noir en aquellos años.
En ese sentido, para verla, el espectador moderno debe armarse de paciencia suprema.
No quiero decir que sea mala.
Simplemente, hay que verla con cuidado y tener imaginación para rellenar los huecos de guión.
Orson Welles presentó con The Lady From Shanghai una película de audaz y brillante ejecución, planteada en una época que estilísticamente le quedaba ya muy antigua.
Por esa razón sus compatriotas contemporáneos no supieron apreciarle, provocando en consecuencia un largo peregrinaje del escritor y realizador por tierras europeas en busca de financiación para sus próximos proyectos.
Este “thriller”, concebido para el lucimiento de la insigne Rita Hayworth, pasó a la historia por contener uno de los más famosos finales de la historia del cine, la escena de los espejos, mítica secuencia que ha sido homenajeada por otros cineastas posteriores.
El realizador consigue crear una atmósfera malévola, siniestra y turbia, que se apoya en una magnífica fotografía, una música rotunda e inquietante, unas situaciones impregnadas de misterio, unos personajes oscuros y retorcidos y un protagonista que prodiga comentarios fatalistas y lacerantes.
Imágenes y acompañamiento sonoro se presentan llenos de sugerencias e indicaciones simbólicas.
La tergiversación de la verdad, la ocultación de las intenciones y la manipulación de las personas, se acompañan de imágenes y sonidos distorsionados.
Los sentimientos de amenaza y peligro se potencian con tomas elevadas que producen percepciones inquietantes: presencia de un abismo, un rompiente de mar...
La agitación dependiente del fatalismo y del acecho del mal se ve incrementada por la pulsión del deseo y del interés sexual de los protagonistas, dicho sea de paso, vemos como la actriz juega sexualmente con los hombres (ojo que es 1947) y como su esposo tiene una velada relación sentimental con su socio que a la vez todos están prendados de la mujer.
Elsa juega con las pasiones de tres hombres (su esposo, el socio de éste y el protagonista), con quienes forma un cuarteto amoroso de infaustos augurios.
La trama parece enrevesada y compleja hasta que Michael O’Hara (Welles) descifra sus claves.
The Lady From Shanghai está impregnada de una violencia latente, oculta y solapada, pero irrefrenable y furiosa.
Welles compone una crítica acerada del sueño americano, de la figura mítica del triunfador, del poder del dinero y del sistema judicial.
Muestra a dos abogados (velados homosexuales) de éxito, repulsivos y miserables.
Descubre cómo un letrado de prestigio proyecta burlar la justicia con argucias y artimañas ignominiosas.
Dibuja una sesión judicial en la que luce una inusitada violencia verbal entre letrados y un auto interrogatorio esperpéntico.
Explica cómo el dinero puede colmar de bienes materiales a una persona, pero no le puede garantizar ni la felicidad (conyugal, familiar, personal), ni el amor de los suyos, ni el afecto de los allegados.
The Lady From Shanghai es una reflexión sobre la bondad, la maldad, la riqueza, la pobreza, sobre los buenos y los malos, pero sobre todo, nos habla de:
“Tiburones enloquecidos”
The Lady From Shanghai es una película de cine negro de 1947, dirigida por Orson Welles en la que protagoniza el mismo Welles, su esposa Rita Hayworth, Everett Sloane, Glenn Anders, Ted de Corsia, Erskine Sanford, Gus Schilling, Carl Frank, Louis Merrill, Evelyn Ellis y Harry Shannon.
Está basada en la novela “If I Die Before I Wake” de Sherwood King.
The Lady From Shanghai tiene dos partes diferenciadas, la primera parte mientras están en el barco tiene un gran nivel, bajando paulatinamente a medida que la historia se embrolla, pudiendo ser calificada por momentos la historia de espesa.
El plano final de Welles alejándose en el parque de atracciones con la voz en off hablando de cómo superar la pérdida de la Hayworth es una de las declaraciones de amor, personal, más bonitas llevada al cine.
The Lady From Shanghai es un bizarro misterio criminal acerca de un aventurero irlandés (Welles) que es seducido por una mujer fatal (Hayworth), esposa de un exitoso abogado (Sloane), durante un crucero de placer por el Pacífico (a bordo del Zaca, en la vida real, yate de Errol Flynn).
Interpretaciones inolvidables (como las de Glenn Anders como el degenerado socio de Sloane) y un trabajo excepcional de cámara, hacen de esta una película de antología.
Welles juega continuamente con el espectador invitándole desde el principio a entrar en el juego por medio de la voz en “off” del protagonista, mediante la planificación, o a través de los diálogos: la aparición fugaz de Grisby en la secuencia de introducción del filme, que, como decíamos antes, advierte sobre la importancia de éste en la trama; la pistola que tiene Elsa en su bolso y que en esa misma secuencia aparece como algo secundario, al final servirá a Michael para percatarse de que ella es la asesina; la presentación de Bannister con un plano a ras de suelo que sigue su dificultoso caminar ayudado por dos muletas, y cuya aparición entre las sombras de la barraca de feria, las mostrará en primera instancia; la conversación entre Michael O’Hara y Elsa en relación a las pastillas que toma Bannister durante la travesía y que, posteriormente, servirán al primero para huir improvisadamente del juzgado; la historia que O’Hara cuenta a Bannister, Grisby y Elsa sobre unos tiburones enloquecidos que terminaron comiéndose unos a otros, deviene en un presagio sobre lo que les ocurrirá a tan siniestras y mezquinas personas -y que O’Hara le recuerda a Elsa cuando ésta agoniza en la feria-…
The Lady From Shanghai es una película para verla con ojos muy abiertos, solo así podremos hilvanar y/o amarrar lo que se está desarrollando.
Un universo corrupto en el que O’Hara no pasa de ser un aprendiz, menos inteligente de lo que él imagina, como podrá comprobar en el final de su aventura, y menos duro de lo que sospecha, dudando sobre la posibilidad de olvidar a Elsa en un futuro, pues, al fin y al cabo, ésta es lo mejor y lo peor que le ha pasado y que, probablemente, le pase a lo largo de su vida mortecina.
Formalmente hablando The Lady From Shanghai resulta magnífica, como no podía ser de otra manera en cualquier film del gran Welles.
Imponentes juegos de luces y sombras, como ejemplo, el breve encuentro en el acuario entre Elsa y O´Hara, donde se muestran contraluces propios del mejor “film noir”.
Encuadres y movimientos de cámara que aunque no característicos de Welles, salvo en secuencias aisladas como la célebre sala de los espejos, recrean un sórdido mundo onírico, en el que los personajes se ven abocados a un final trágico, inevitable para ellos, a causa de cumplir su propio destino.
Escenas que vuelven a recordar producciones posteriores de Welles, caso del plano final en el que el protagonista se aleja siendo acompañado por la cámara.
En The Lady From Shanghai, Welles utiliza el montaje de una manera extraordinaria, desplegando hasta límites inabarcables para cualquier otro director, su peculiar estilo, con esos planos contrapicados, viéndose a los personajes desde ángulos surrealistas, en algunas ocasiones las cabezas ocupan todo el plano y alimentan esa atmósfera incómoda y atosigante en la que se encuentra el protagonista y el espectador.
Nada más lejos de la realidad, porque The Lady From Shanghai es una auténtica muestra del buen hacer de este genio del cine.
Y al igual que el personaje de Welles se sentía atraído por la fascinación de Rita Hayworth, el espectador queda atrapado desde el primer minuto al último, por el enorme poder de fascinación que la película posee en absolutamente todos sus aspectos.
Y es que uno de los mayores logros de Welles, fue el de saber combinar todos los elementos de los que disponía para acabar realizando un film casi inclasificable.
Su guión, enormemente conciso, lleno de giros, y cargado de diálogos sublimes dignos de ser enmarcados.
Atención a la conversación final entre Welles y Hayworth, absolutamente impagable, casi como si estuvieran hablando de su relación de la vida real.
Su narración, con una fuerza pocas veces vista, y un enorme gusto por lo extraño, por decirlo de alguna manera.
Ya el inicio es extraño, con una situación aparentemente forzada, pero que engancha rápidamente al espectador, gracias al poder de sugestión que poseen las imágenes de Welles.
Y es que la puesta en escena es de las de quitarse el sombrero.
Jugando maravillosamente con el blanco y negro, más los grises, gracias a la fotografía de Charles Lawton Jr, ayudado por Rudolph Maté y Joseph Walker.
Y usando la cámara de forma impresionantemente única, con movimientos arriesgados, y travellings innovadores.
En tan sólo 83 minutos de duración, en otra lección de cómo contar una historia en poco tiempo, Welles mezcla misterio, drama y sexualidad de forma tan atrayente, que es imposible olvidar este film, enormemente influyente en el cine posterior, y diez millones de veces imitado (CHICAGO – 2002, “escena de los espejos”), pero jamás superado.
A ello contribuye, cómo no, la presencia de la inigualable Rita Hayworth, realmente fascinante.
Si bien The Lady From Shanghai no tuvo mucho éxito comercial porque Welles le cortó el pelo, tiñó de rubio platino, le dio un papel de arpía y la mató al final de la película, cosa que no gustó mucho a su público (recordar Código Hayes); se dice que Orson quería vengarse de Rita con el corte de pelo, ya que de esa forma destruía la imagen de “Gilda”, que tanta fama y éxito le había dado a la actriz y como estaban a punto del divorcio, eso lo tomó como desquite.
A pesar de eso, sigue estando bellísima, la belleza de esta mujer era algo sobrenatural, tiene una sensualidad y un erotismo que te hipnotizan durante toda la película con esos primeros planos de ella magníficos y componiendo un personaje de mujer fatal, que por derecho propio, está en el Olimpo del Cine a la altura de Barbara Stanwyck.
Me quedo con la famosa secuencia final, y el “aftermath”.
Y el diálogo final es simplemente escalofriante, incluso para los estándares actuales.
Este gran final redime mucho de los vicios de The Lady From Shanghai que, como decíamos, hay que armarse de paciencia para ver.
El simbolismo de personajes y situaciones, la fábula de “la rana y el escorpión” se ajusta perfectamente al relato, siendo la primera Michael O’Hara y el segundo Elsa, que a pesar de que posiblemente se haya enamorado del marinero, no vacila cuando cree que debe matarle.
Dicho todo lo expuesto me quedaron dudas…
¿Por qué el juicio parece de broma en lugar de uno propio de una película de cine negro?
Será porque se está burlando de la corrupción del sistema judicial…
¿Por qué Orson Welles llama a Rita Hayworth "Rosalyn" si el nombre de ella es "Elsa"?
Será Elsa el “Rosebud” de Randolph William Hearst…
¿Cómo aparece de pronto un criado chino de la esposa, del cual no teníamos noticias antes?
Será Elsa un “capo” al mejor estilo de la mafia oriental, o será para ligarla al título del film…
¿Por qué Welles juega con el espectador complicando las motivaciones de los protagonistas?...
Son interrogantes que dejan un regusto amargo.
La historia de los tiburones que enloquecen por su propia sangre para que al final no sobreviva ninguno, es la historia del camino hacia la perdición, en la que se preocupan más en casi toda su duración en reflejar las locuras que se cometen por amor o por dinero, que en resaltar la intriga que se cuece, en destapar a los personajes o en la acción de unos asesinatos que se reservan para el final.
Todo buen amante del cine negro y del cine clásico o de aquellos grandes devoradores de thrillers debería dar una oportunidad a The Lady From Shanghai donde resaltan los mejores ingredientes del género como son las maquinaciones, los engaños, las traiciones y las manipulaciones.
Vemos como un hombre que ha mordido el anzuelo es un hombre que ya no tiene ojos para otra cosa, el amor deja ciegas a las personas y en esta cinta queda bien reflejado; lo mismo ocurre con el personaje femenino, en este caso es un misterio, es la única de la que no se da a conocer su pasado, aunque sólo con ver esos increíbles primeros planos ya se sabe qué tipo de mujer es...
El amor, la pasión pueden complicarnos la vida de una forma total, sin posibilidades de retroceder, pero si la vida no nos regalara esos momentos, aunque sean con cuentagotas, valdría la pena vegetar en este mundo.
Los personajes de The Lady From Shanghai no son desde luego conformistas, ni temen al riesgo, van por todas y utilizan sus artimañas, juegan con los sentimientos, sea una sonrisa, una mirada, o una pistola.
Todas armas letales.

“There's more to the proverb:
Human nature is eternal.
Therefore, one who follows his nature keeps his original nature, in the end”



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