Las Edades de Lulú

“Pablo, soy tuya, soy tuya...”

Los investigadores han determinado, que la excitación de las mujeres es compleja, pero no tienen mucho que decir al respecto.
Hasta los años 60, se creía que las mujeres se excitaban sólo con los aspectos femeninos del sexo, como:
Las caricias, los cariños suaves, etc.; pero recientemente, se ha demostrado que las fantasías de las mujeres, pueden ser tan crudas y salvajes, como las de los hombres.
Pese a que existe abundante información acerca de la sexualidad, y los problemas sexuales del hombre, muy poco se ha escrito, acerca de los componentes y posibles disfunciones en la sexualidad femenina.
Aunque se requiere de mucho estudio en ésta área, los conocimientos sobre el complejo mundo de la sexualidad femenina son enormes, por ejemplo:
Una “respuesta sexual normal”, tiene 4 fases o etapas, que son:
1. Deseo.
2. Excitación.
3. Orgasmo.
4. Culminación.
El deseo, también conocido como “libido”, se refiere al interés en el sexo, y con qué frecuencia sientes ganas de tener relaciones sexuales, en lugar de con qué frecuencia en realidad las tienes.
Los pensamientos sexuales o fantasías son manifestaciones de deseo; y el deseo desencadena las demás fases del ciclo.
De hecho, tener relaciones sexuales, cuando en realidad no se tiene deseo, puede afectar de manera adversa, las demás fases de una respuesta sexual normal.
Por la otra parte, un hombre siempre es muy visual, con solo ver una película porno, o ver mujeres desnudas, si es heterosexual, o ver hombres desnudos, si es gay, inmediatamente ya está excitado.
¿Pero las mujeres, exactamente con qué se excitan?
Y no me refiero a una excitación leve, sino a la pura calentura, que las lleve a “mojarse” y a desear hacer el amor, en ese mismo momento.
Cada mujer es un mundo distinto, y su manera de levantar temperatura extrema, tiene que ver con distintos objetos de deseo.
Si a los hombres les atrae las lesbianas:
¿Por qué a las mujeres les gustan los hombres gay?
A estas mujeres les gustan los hombres gay, porque afirman su propia confusión de género y homosexualidad latente en ellas, el lesbianismo.
Ellos son “iguales” y el sexo es ardiente.
En palabras de una mujer:
“La idea de que todos hombres se besen, me hace calentarme por dentro.
Me parece algo tan genuino y atractivo.
Y tan igualitario.
Con las parejas chico/chica, siempre está esa cosa de los roles, y siempre pienso que el tipo podría con facilidad, acabar siendo un hombre tradicional, es decir:
¡Nada aceptable!
Pero con los tipos gay, son tan iguales y adorables.
Muestran sus emociones, lo cual es atractivo en un hombre, pese a que no deseo mares de lágrimas u otra cosa.”
Las mujeres heterosexuales a su vez, no suelen excitarse viendo pornografía heterosexual, ya que no se sienten identificadas, al ver a otras mujeres como objeto sexual.
No, les excita la pornografía gay masculina, y el porno lésbico les despierta curiosidad, pero no al punto de mojarse.
Por supuesto, que siempre hay excepciones a toda regla, y estos estudios son en base a sondeos y encuestas generales.
Al fin y al cabo, la existencia de una persona es un espejismo.
Un pacto metafísico entre realidad, percepción, y sueños.
A lo largo de una vida, se desata una guerra entre estas sub-existencias, para llegar a un cajón de madera sin certezas, sin saber qué es lo que fue realidad de sueño, percepción de verdad:
¿Carne o rollo fotográfico?
¿Sentimiento o amor platónico?
¿Vida o actuación?
Todo ese espejismo, rebota en el inconsciente.
El ser humano no es más que un títere, llevado hacia adelante por un impulso caótico de tristeza y soledad.
Y el amor, viene a ser el antídoto para curarlo.
“Me ha cambiado el olor”
Las Edades de Lulú es una película española erótica-dramática, del año 1990, escrita y dirigida por Bigas Luna.
Protagonizada por Francesca Neri, Óscar Ladoire, Javier Bardem, Fernando Guillén Cuervo, María Barranco, Pilar Bardem, Rosana Pastor, Juan Graell, entre otros.
El guión es de Almudena Grandes y Bigas Luna, basados en la novela homónima de Almudena Grandes.
La obra erótica “Las Edades de Lulú” fue incluida en La Lista de Las 100 Mejores Novelas en Español del Siglo XX, del periódico español “El Mundo” y en general, tuvo un gran éxito, y ha sido traducida, a más de 19 idiomas.
Cabe señalar, que la actriz Ángela Molina, que iba a protagonizar Las Edades de Lulú, se retiró del proyecto, poco tiempo antes del comienzo del rodaje, siendo sustituida por la actriz italiana, Francesca Neri, y por desconocimiento del castellano, doblada por Natalia Dicenta.
Según confesó Neri, Las Edades de Lulú “me permitió el inicio de mi carrera en España y en Italia…
Lo difícil no es desnudarse, sino que desnudar el alma como actor”, comentó respecto a su provocador personaje, en la cinta que fue prohibida en muchos países como Chile, en 1990, cuando existía la censura cinematográfica.
Como curiosidad, en Las Edades de Lulú interviene, brevemente, un joven Javier Bardem, en uno de sus primeros trabajos en cine; su físico musculoso, y el papel que interpretaba como “Jimmy”, contribuyeron a fijar una imagen agresiva del actor, que abandonaría progresivamente, en posteriores trabajos.
En la época, Las Edades de Lulú causó una gran polémica, dadas las escenas de sexo filmadas, pero para mí tiene la importancia mayor, de que fue el proyecto que hizo volver a Luna al set de filmación.
Si Las Edades de Lulú es morbosa o no, ya importa muy poco, debido a lo que se ve comúnmente en el cine de hoy:
Sexo, amor, pérdida de niñez, y por ello la ingenuidad, son algunos de los elementos claves de Las Edades de Lulú, para mentes abiertas, algo cruda, y casi cruel en su contexto.
Las Edades de Lulú se sirve de la erótica, en ocasiones bastante pornográfica, para introducirnos en la historia de la protagonista, una vida marcada por las relaciones sexuales, donde cualquier fantasía tiene cabida.
Para mí lo mejor, es demostrar que una pareja puede alcanzar altas dosis de complicidad, si van unidos, y no existen tabúes en la comunicación.
Lo peor, es que Las Edades de Lulú acaba siendo una película desgarradora.
Se puede ver, desde el descubrimiento del sexo, a alcanzar una gran complicidad, e incluso, las consecuencias que pueden ser destructivas, si no se mide bien.
Más allá del morbo, de las imágenes, de lo vulgar que para algunos resulte, las relaciones de hombre y mujer en el fondo, lo que le llamamos “química” es aquello que puedo ser, y que acepta el otro.
La trama gira en torno a Lulú (Francesca Neri), una “Lolita” de 15 años, que sucumbe a los atractivos de un hombre mayor que ella, Pablo (Óscar Ladoire), un amigo de la familia.
Después de esta experiencia, Lulú alimenta durante años, el deseo por ese hombre que volverá a entrar en su vida un tiempo más tarde, prolongando así, el juego amoroso de la niñez.
Pablo crea para ella un mundo aparte, un universo privado, donde el tiempo carece de valor.
Pero pronto, este mundo idealizado se va a quebrar, cuando una Lulú de 30 años, penetre en el infierno de los deseos prohibidos.
Pero en el transcurso a esa edad clave, la pareja vivirá en un mundo de experimentación, fantasía, y acuerdos privados; hasta que Lulú, ahora mujer, decide buscar nuevas experiencias, fuera de ese entorno seguro, lo que la involucrará en relaciones diversas de sexo de pareja, tríos, travestis, y orgías.
Lulú se deja llevar por su curiosidad, sus ganas de experimentar, y un afán por conocer su propio cuerpo, y su propia sexualidad, que comienza muy pronto, y con una flauta como improvisada sustitutiva fálica.
Sí, Lulú es desinhibida, nunca ha sentido pudor respecto al sexo, sí, frente a la hipocresía social, y trata de saciar su curiosidad, sin que los límites de la religión, el pecado, el castigo, el qué dirán, el autocontrol, o los falsos mitos sobre la sexualidad femenina, frenen su camino.
Pero también es verdad, que Lulú es, al final, un ser sometido, una mujer que ha cambiado la figura autoritaria del padre, ausente en el relato, por el aperturismo sexual de Pablo, amigo de su hermano Marcelo (Fernando Guillén Cuervo), y que es 11 años mayor que ella, marido, y amor absoluto e irremplazable de su vida, al que vive sometida emocionalmente.
Las Edades de Lulú, que podría incluirse en la categoría de obra de aprendizaje sin problemas, cuenta la trayectoria vital y sexual, que Lulú realiza de la mano de Pablo, el único amor que ha tenido, y por lo que parece, tendrá.
Una trayectoria que empieza muy pronto, desde que comienzan a enamorarse realmente, el uno del otro, cuando ella sólo tiene 11 años; y que llevará a Lulú por un camino de búsqueda, de curiosidad, de satisfacción, de adicción al sexo, y de degradación que tiene 2 finales posibles:
El aniquilamiento y la destrucción o, siguiendo un guión más clásico, la aparición estelar de un Príncipe Azul, que salve a La Princesa de todo mal.
O de una combinación de ambos, como creo que es el caso.
Las Edades de Lulú cuenta entonces, la historia de una niña que crece, crece enamorada de una pasión.
Cuenta también, la vida de un hombre “bueno”, absorbido por deseos que habitan en su mente, y se carcome de placer, en instantes perfectos para la niña que ha sabido corromper.
Y con el paso del tiempo, la niña que ha sido mujer de sus antojos, crece en medio del desespero, por no perderle jamás.
A lo largo de 15 años, Pablo se ha marchado tantas veces, como Lulú haya podido extrañarle en el cuerpo de muchos.
Se ha convertido en una mujer de necesidades, dirían algunos, en “una vulgar que se acuesta con todo lo que le gusta” aprendiendo a clasificar.
Pero su corazón fue atado, en el uniforme de colegio viejo, y su vello púbico espeso, afeitado por un hombre mayor.
Las Edades de Lulú es la historia de una mujer que es madre, amante, y amiga.
Donde la homosexualidad, el dolor, la pasión, la perversión, la confusión, el erotismo, y el maltrato, juegan como piezas claves de un rompecabezas, que jamás termina de armarse.
Juegos entre jóvenes, adultos, hombres, y mujeres, puestos en la vida de una Lulú de 15 años, que creció, y a sus 30, guarda pedazos de lo que significó esa intensa pasión.
Creo que Pablo y Lulú representan a 2 seres, que además de amarse, descubren aquello que muchas parejas, por prejuicios, no alcanzan a reconocer de sí mismos, porque nunca se abren, ni se muestran tal como son.
Además, ellos son seres que se muestran, lo que socialmente preferimos ocultar, el placer, el deleite, el deseo, la fantasía, lo que también nos distingue como humanos.
Las Edades de Lulú va más allá de lo racional, y describe que a veces por naturaleza, hay seres humanos un poco más sensibles en el terreno amoroso, que quieren conocer y experimentar.
Muy diferente a lo que se trata de representar al final, cuando uno se pierde en ese deseo, y nos hace reconocer la frontera.
“Nunca tuve la intención de entrar en el incesto”
Más que una película erótica, Las Edades de Lulú es un recorrido muy bien llevado, duro, y realista, del despertar sexual de una mujer, y su continuo y creciente deseo por saber más, ver más, y en definitiva, experimentar más.
Me parece muy interesante y bien contada, como la joven Lulú irrumpe en el mundo del sexo, y como es retrata, con dureza y sin adornos, la realidad de ello, hasta mostrarnos como actúa la naturaleza humana, y como a veces, nos lleva al límite, sin tan siquiera darnos cuenta.
Almudena Grandes, logra con su primera novela, meternos en la piel de Lulú, y hacernos experimentar, sufrir, sentir y, en definitiva, vivir con ella, todos esos sentimientos tan profundos, duros, intensos, y explosivos que la arrastran a lo largo de los años, y de esas etapas por las que va pasando, muchas veces, sin ser casi consciente, sin haberlo decidido, pedido, o deseado antes.
Porque Lulú sólo quiere sentirse querida, protegida, o deseada.
No importa cómo, ni por quién.
Ella sólo quiere seguir siendo esa niña, esa adolescente, esa “Lolita” dulce, entrañable, inocente, tierna, y vulnerable.
Por eso Pablo, con el que descubrió el sexo cuando sólo era una joven solitaria, será siempre el hombre de su vida, el único que dé sentido a su existencia.
Porque Pablo sabe guiarla, protegerla, y cuidarla.
Para Lulú, Pablo y Marcelo son su única familia.
Jamás se ha sentido querida por sus padres.
En su casa, no puede competir con sus hermanos y hermanas, por el cariño de sus padres, y por eso se siente sola, triste, abandonada, y desamparada.
No tiene nada que pueda llamar suyo, sólo suyo.
Ni la ropa, ni el calzado.
Ni siquiera una habitación.
Lulú no encuentra jamás su sitio.
No sabe a dónde, o a quién pertenece.
Por eso, siente una gran dependencia por Pablo, a lo largo de toda su vida, y de todas sus edades y etapas.
Y con él, descubrirá el fascinante, atractivo, desconocido, y seductor mundo del sexo.
Ese mundo en el que sólo hay que dejarse llevar, dejarse hacer, sin preguntas, sin pensar.
Sólo sentir la piel.
La suya, la de Pablo, la de quien sea.
Sólo sentir el deseo, el placer.
Sentir y nada más.
Es la contradicción entre un sentimiento casi impuesto, por el rol social que habían llevado siempre, y las sensaciones físicas que nacen de contactos visuales, ocasionando cierto erotismo premeditado.
Entender cómo la sexualidad puede llegar a convertirse en vicio, y antojo que debe ser saciado, un acto que merece encontrar fines fortuitos y repetidos, para tomar el cuerpo como sustancia adjunta al proceso emocional.
Pablo es la figura clásica del hombre bohemio, inquietante, al punto de hacer con su ego lo que le plazca.
Siempre supo que ella era menor, y casi su media hermana.
Siempre supo que la quería, y que debía protegerla, pero eludía esa conciencia cada vez que ella embriagaba con su aire de inocencia culposa, las ganas de poseerla.
Pero ese era problema de Lulú.
De la niña que crecía, e intentaba mostrarse mujer, para dar placer al hombre que siempre había deseado.
Al hombre que inauguró cada rincón de su cuerpo, e implantó en su cabeza, deseos impuros, deliciosamente impuros.
No era culpa de alguno, cada vez que se pasaba por alto, el significado de sus sentimientos, que en este caso, eran completamente ajenos a su cordura.
Pero la niña Lulú, la colegiala, poco a poco irá creciendo, y descubriendo nuevos placeres por ella misma, sin la ayuda de Pablo.
Y así, conocerá el mundo de los transexuales, el de los homosexuales, y el de la prostitución.
Y lo hará sola.
Sin nadie.
Porque al final comprende que, aunque jamás podrá olvidar a Pablo, el padre de su hija, su primer y único amor, su maestro, su guía, “su cuerpo es sólo suyo”
Por eso, ella sola se adentrará en un mundo sórdido lleno de perdedores, de corderitos indefensos, y desesperados que suplican por sentirse deseados, con o sin amor.
Eso ya no importa.
Paso a paso, Lulú se va introduciendo en ese túnel que le llama, le envuelve, y le atrapa.
Cada vez experimenta más, y piensa menos.
Ya no sabe quién es, cuál es su pasado, qué presente está viviendo o qué futuro le espera.
Ya no le importa su hija Inés, su hermano Marcelo, y ni siquiera, su ex pareja Pablo.
Sólo quiere sentir el placer del sexo, pagando o cobrando, eso tampoco importa.
Lulú es una mujer que disfruta de masturbarse, o de compartir su cama con varios hombres a su gusto, de encontrar placer, en ver películas pornográficas, e incluso, de enamorarse de una pasión, podría verse para algunos, como una mujer vulgar.
Pues Lulú es maravillosa, con todo ello.
Porque está viva y es humana.
Porque ha sabido llevar en su sangre, sin miedo, los deseos que tiene en su corazón.
Su único pecado fue, haber amado cierta pasión más de la cuenta.
Y poco a poco, Lulú se aproxima peligrosamente a esa línea, a esa frontera que cada vez, es más cercana, pero también, más difusa y más frágil.
Una frontera que jamás pensó que cruzaría.
Una frontera que le llevará al límite del placer, pero también, de la legalidad, de la moralidad y, sobre todo, de su propia dignidad.
Porque Lulú ya no puede parar, ya no sabe cómo volver atrás, y cómo escapar de ese túnel, que cada vez está más oscuro, y del que ni siquiera sabe, si tiene o no salida.
No sabe si Pablo o Marcelo podrán encontrarla, y rescatarla, porque ni siquiera ella sabe dónde está.
Como curiosidad, observamos cierto vanguardismo en Las Edades de Lulú, ya que Francesca Neri para contactar con los gays del hotel, utiliza Internet, desde luego, cuando se ve la pantalla, no se ve ninguna aventura gráfica, sino que se ven textos y ventanas.
Como escenas para el recuerdo:
La primera escena de sexo de Lulú, rozando la pedofilia.
El incesto con su hermano, en trío con su mejor amigo, Pablo, y Lulú.
La Ely (ENORME María Barranco)
Las escenas con Bardem, etc.
De la banda sonora, a cargo de Carlos Segarra, resalta la canción temática “Lulú Ya No Tiene Edad” pero es “Walk On The Wild Side” la más emblemática.
“Walk On The Wild Side” es una canción del guitarrista y compositor estadounidense, Lou Reed, de su 2° álbum en solitario, “Transformer” y fue producida por David Bowie, siendo considerada, una de las canciones más famosas de Reed en solitario.
La letra, construida en primera persona, constituye una historia de encuentros sexuales, con diferentes clases de personas:
Transexuales, chaperos, prostitutas, etc.; y a pesar de tocar severos temas tabú para el momento, la canción recibió una amplia cobertura de radio en su estreno.
La letra de la canción cuenta sus diversos viajes a Nueva York, y es una biografía velada, de varias de las estrellas de “The Factory”, el estudio neoyorquino de Andy Warhol, entre las que estaban:
Holly Woodlawn, Candy Darling, Joe Dallesandro, Jackie Curtis, y Joe Campbell.
Durante la reproducción de la canción, se puede apreciar, una interpretación de saxo, llevada a cabo por Ronnie Ross, quien había enseñado a tocar el instrumento a David Bowie, durante su infancia.
El título de la canción, es el mismo de una atrevida película sobre lesbianismo, que había protagonizado, curiosamente, Barbara Stanwyck, en 1962.
El tema ocupa el puesto ducentésimo vigésimo primero, de La Lista de “Las 500 Mejores Canciones de Todos Los Tiempos”, según la revista Rolling Stone.
“Du, du, du, du, du, du, du, du”
Las Edades de Lulú, supuso un gran desafío, por abordar la sexualidad de la mujer en primera persona, y sin tabúes.
Durante la transición, en España, las mujeres empezaron a salir del armario literario, comenzaron a escribir... o quizá mejor, habría que puntualizar:
A escribir y a publicar.
En una literatura dominada por los hombres escritores, y los hombres protagonistas, las autoras comenzaron a abrir un hueco para la literatura femenina, entendida ésta como la literatura escrita por mujeres, y que ahonda en el universo femenino, no estrictamente dirigida a las lectoras, pero que sí las atrapa de un modo especial.
En este proceso, la obra de Almudena Grandes, “Las Edades de Lulú”, supone un paso más allá.
Durante esos años, se convierte en habitual, la novela de introspección que analiza la psique, y las vivencias de la mujer.
Si a eso se le suma que, durante los años finales del Franquismo, el sexo se convierte en una poderosísima arma de lucha, que defiende la libertad del ser humano, frente a la beatería, y la mojigatería de la dictadura, “Las Edades de Lulú” resulta ser, una obra puente, que une 2 de las corrientes más rupturistas de aquellas décadas:
La vivencia, disfrute, y no ocultación de la sexualidad, y la indagación en la construcción de la mujer como persona, como ciudadano, como ser humano.
Además, la fijación de Lulú por los homosexuales, tampoco me parece a mí muy representativa de la sexualidad femenina.
Aunque, claro está, como una novela erótica que pretende dar un paso más allá, echa mano de personajes, estereotipos, y situaciones poco convencionales, si es que lo convencional existe en el ámbito del sexo.
Más allá del erotismo, Las Edades de Lulú reflexiona sobre la infancia, sobre el territorio perdido de la infancia, sobre los adultos, que sólo saben ser niños, y sobre los niños obligados a ser adultos demasiado pronto.
Sobre las Lulús a que los 5 años han de dejar de ser pequeñas, y convertirse en “Lolitas”, capaces de cargar sobre sus hombros, el peso de los hermanos que llegan después.
Además del peso de su propia vida.
Las Edades de Lulú es una obra que deja un sabor amargo en la boca, con pasajes duros, en la que no sobran las escenas de sexo explícito, pero que es mucho más que una obra erótica.

“La antítesis de la risa fácil, incontrolada, que solía trastocar en una mueca, la sonrisa de aquella extravagante golfa inocente que fui una vez”



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