9½ Weeks
“They Broke Every Rule”
El amor, es una suerte de “locura”, y muchas personas han arruinado sus vidas, y las de otros, mientras estaban inmersos en el enajenamiento de tal pasión.
Pero aun así, vale mil veces más amar locamente, con el consentimiento de una pareja tan loca, aunque sólo sea durante 2 o 3 meses, que llevar una vida mustia y patética, absteniéndose de esa “gozada biológica”, que la vida nos otorga como un baño de felicidad, entre tanto desierto de hijoputadas.
Como el fetichismo, del latín, “facticius”, o “artificial”, “manía”; del francés “fetiche”, es una parafilia que consiste en la excitación erótica, o la facilitación y el logro del orgasmo, a través de un objeto fetiche, como una prenda de vestir, o una parte del cuerpo en particular.
El fetichismo sexual, se considera una práctica inofensiva, salvo en el caso de que provoque malestar, clínicamente significativo, o problemas a la persona que lo padece, o a terceros, pudiendo en este caso, llegar a considerarse un trastorno patológico, propiamente dicho.
Cabe señalar que los aparatos fabricados con el objetivo de la estimulación, o para el juego sexual, no se consideran fetiches.
El DSM IV, lo clasifica como enfermedad, siempre y cuando sea una conducta recurrente, durante al menos 6 meses, necesaria para la excitación sexual, y que afecte la vida social, o laboral del sujeto.
En el caso de que ésta no afecte la vida social o laboral del paciente, se considera simplemente, como una manifestación de su sexualidad.
¿Qué características tiene un adicto, o es quizá la adicción?
El enamoramiento funciona como droga…
¿Es el amor, una parafilia?
“How did you know?
How did you know I'd respond to you the way I have?”
9½ Weeks es una película erótica del año 1986, dirigida por Adrian Lyne.
Protagonizada por Kim Basinger, Mickey Rourke, Margaret Whitton, Christine Baranski, Karen Young, Dan Lauria, entre otros.
El guión es de Patricia Knop, Zalman King, y Sarah Kernochan, sobre una novela de Elizabeth McNeil.
En 1978, Elisabeth McNeill, escribió una breve novela, supuestamente autobiográfica, en la que un encuentro casual, da comienzo a una relación que dura 9 semanas y media, y que será tremendamente apasionada.
Pero no es sólo una novela erótico/pornográfica, aunque se sucedan las escenas de sexo explícito, es también una historia de amor y, sobre todo, es una historia de deseo, en la que su protagonista se ve inmersa, casi sin poderlo evitar, planteándose cuestiones que nunca antes se había planteado.
No es un alegato, ni una crítica hacia esa forma de ver el sexo, sino más bien, una reflexión de cómo la protagonista lo vive, y lo asimila.
Como dato, en el libro de McNeill, no se menciona ni el nombre de los protagonistas, y no aparecen personajes secundarios.
La cuestión es que al director, tras dirigir 2 filmes, se le ocurrió realizar una tercera cinta taquillera, explotando la historia concebida por Sarah Kernochan y Zalman King, que consistía básicamente en contar la historia de pasión apasionada, con toques de desenfreno, y una pizca de sadomasoquismo, de 2 treintañeros:
Una galerista de arte, la bella y sexy; y un “bróker” de Wall Street, atractivo y cínico, todo ello en Manhattan, claro está.
Como resultado:
Kim Basinger llegó al estrellato, pasando a ser el mito erótico de los 80, al igual que Mickey Rourke; siendo un taquillazo para aquellos años, que encumbró a su pareja protagonista, y alimentó las fantasías de muchas parejas, que descubrieron el morbo, en inusitados placeres.
9½ Weeks sigue a Elizabeth McGraw (Kim Basinger), una mujer divorciada, que trabaja junto con su amiga, Molly (Margaret Whitton), en una galería de arte en Manhattan, EEUU.
Un día, Elizabeth conoce a John Gray (Mickey Rourke), y comienzan una relación de sexo desenfrenado, donde se pondrá a prueba, el concepto de lo que significa una relación, totalmente apasionada, tanto para la pareja vista como unidad, como para Elizabeth, arrastrada por una serie de cambios personales, y sentimientos encontrados, por culpa de su vertiginosa, y hasta cierto punto “peligrosa” relación.
John, inicia pues un juego sexual de dominación, en el que él marca las reglas, y Elizabeth se somete con placer a él, hasta que empieza a buscar amor donde no lo hay.
Al final, ella lo deja, porque se siente utilizada...
9½ Weeks, no hace más que mostrar una realidad, una categoría de personas que existe realmente, y que busca en sus parejas, el límite, saber hasta dónde las pueden llevar.
“Every time I see you, you're smiling at me”
9½ Weeks, supuso un verdadero bombazo a mediados de los años 80, ya que Adrian Lyne, utilizó su estética y estilo de videoclip, que por otro lado, en ese momento estaba en plena efervescencia, para presentar un producto erótico “soft”
En este caso, los elementos que propiciaron el enorme éxito de taquilla, y el fenómeno sociológico en el que se convirtió 9½ Weeks, fueron el haber sido uno de los pocos títulos comerciales, que ofreció el género durante una época en la que el cine, estaba replegándose hacia el público infantil, y el entretenimiento familiar y, por otra parte, el romper con los clichés victorianos, o decadentistas, asociados al erotismo, situando la acción en un marco moderno:
Una gran ciudad, personajes urbanos de clase media, y escenarios cotidianos, tratados además, con una puesta en escena un tanto sensacionalista, heredada de la publicidad, y el videoclip, muy a la moda en la época.
9½ Weeks, ofrecía un erotismo al gusto de la juventud de los 80, una generación que, a diferencia de la anterior, disfrutaba ya, de un acceso bastante normal a la pornografía, a través de los videoclubs, y por tanto, veía como algo trasnochado el “softcore” o “cine en la barrera del porno”, y la coartada intelectual o pseudointelectual del género erótico de la década anterior.
El argumento de 9½ Weeks, es asimismo, digno de todos los elogios posibles:
Elizabeth, es una hermosa divorciada, empleada de una galería de arte, que un día conoce a John, un atractivo “bróker” de Wall Street, multimillonario, con quien inicia una apasionada relación, que dura 9 semanas y media.
Los 2, llenan el vacío de sus vidas, con un fogoso romance.
Elizabeth, es la parte débil, y John no se anda por las ramas, desde el inicio, deja claro que tiene sus propias reglas, y que ella debe seguirlas al pie de la letra, en un primer instante, le cuesta aceptarlo, pero no tarda en caer rendida a los encantos del Mickey Rourke de los 80, convirtiéndola en una pareja sumisa, que en cada nuevo encuentro, satisface diferentes demandas eróticas, y sexuales.
Se supone que John arrastra a Elizabeth, por una espiral degradante, durante la breve relación que mantienen, el clímax es algo cobarde, la idea no está mal, pero no da el último paso, al mismo tiempo que le descubre placeres ocultos, pero esto solo es válido en algunas tramos del relato, hay otros en las que los personajes rompen esa coherencia, y se comportan como una pareja normal, que disfruta del sexo sin absurdas ataduras.
Por otra parte, el erotismo de 9½ Weeks, varía de uno muy sutil y delicado, a uno perverso, y casi violento, poco excitante, torpe, y asqueroso.
Hay cosas que son divertidas y agradables de hacer uno mismo con la pareja, pero que esto sea divertido de hacer, no quiere decir que sea agradable de ver, me refiero a la escena de cuando comienzan a jugar con la comida, sentados a los pies del refrigerador, escena que no tiene nada de romántica, excitante, ni es bella estéticamente, tal vez cumple con el objetivo de satisfacer visualmente, el fetiche de combinar sexo y comida…
En realidad, los juegos con los que van a experimentar, son de naturaleza sadomasoquista:
John siempre lleva la voz cantante en ellos, y Elizabeth le obedece, y se deja hacer, muchas veces atada, o con los ojos vendados.
Pero el director juega hábilmente con la difusa estructura narrativa, para enmascarar el trasfondo de la historia, y ofrecer sólo el lado más estético de la sumisión, por ejemplo:
Vemos a John comprar, y probar en el aire una fusta, pero no sabemos si llega a usarla, o no.
De esta forma, 9½ Weeks se queda en una calculada ambigüedad:
Él habla en una escena, de que ella sea su niña, de bañarla, vestirla, y alimentarla…
¿Se refiere sólo a cuidarla con ternura, o está proponiendo una relación fetichista de dominación, en la que cada uno tiene un rol muy determinado?
Que en otra ocasión, John amenace con azotarla con un cinturón, parece indicar que lo que él desea, es un juego de infantilización, o de sadomasoquismo, en el que se alternan los mimos, y los castigos, una propuesta ante la cual, la postura de ella es tan ambivalente como la propia película:
Se muestra ofendida cuando John hace más explícito el componente de humillación, pero acepta sin problemas, someterse a sus fantasías durante el resto del tiempo.
Esta confusión, no deja de perpetuar un esquema muy sexista, en el que siempre que no se sobrepasen ciertos límites, se ve la sumisión sexual de la mujer, como algo morboso, y como el tipo de fantasías que es normal explorar.
Lo preocupante, no es que Elizabeth sea masoquista, sino que no sea consciente de que lo es, y se someta a los caprichos sexuales de su pareja, no porque tenga claro que los comparta, sino porque lo ve como lo normal, que una mujer hace por amor, y que 9½ Weeks lo presente de esta manera.
En lo técnico, algunos han definido a Lyne, como un fotógrafo, al que le habían dado la oportunidad de hacer muchas otras cosas.
Exactamente lo que hace en 9½ Weeks, es conjugar 3 factores:
La tensión erótica que se establece entre los actores; una iluminación maestra, que le permite convertir lo puramente visual, en algo asible; y una fantástica banda sonora, a cuyo ritmo, la historia se convierte inexorablemente en un videoclip.
Quizás, si el proyecto se hubiera llevado a cabo, tal y como estaba planteado desde el principio, 9½ Weeks no habría tenido tanto éxito.
9½ Weeks, costó $17 millones, y aunque tropezó en la taquilla estadounidense, ¿con tanto sexo?, qué raro, ¿no?; fue un éxito en el resto del mundo, y alcanzó los $100 millones de recaudación.
Cuando se estrenó, los críticos, hombres en su mayoría; la pusieron por los suelos, mientras que su éxito se debió, en buena parte al público femenino…
Curioso pues una de las cosas que disgustó, fue la agresiva actitud machista de Mickey Rourke…
Lo cierto es que era el primer film del Hollywood más comercial, producido para el gran público, que hablaba de una pasión destructora y sadomasoquista; o al menos así figuraba en el guión.
Lo que más gustó al público femenino, y que aún se desarrolla más en la novela, es el análisis de la otra cara de la relación:
La protagonista, tiene la opción de decidir por sí misma, cuándo quiere poner fin a esa loca pasión.
No está condenada a ser la víctima del despotismo masculino durante toda la eternidad.
En EEUU, por ello, 9½ Weeks sufrió una censura brutal, hasta el punto de que el espectador, casi no pudiera seguir el guión.
En Europa, algunas escenas fueron censuradas también, aunque en menor cantidad que en la versión de EEUU.
En la versión del DVD, se puede ver íntegramente, sin censuras.
En principio, 9½ Weeks duraba 3 horas, pero la censura la redujo sustancialmente, eliminándose incluso, algunas escenas de sadomasoquismo.
Sus puntos fuertes, provienen de los planos de Kim Basinger, obvio, que realzan su figura, y diferentes partes del cuerpo.
Claro que, por otro lado, deja la sensación final, de que te has tragado el “making-of” de una sesión de fotos de la actriz…
Otro punto a favor, es el juego de luces y sombras, que se trae casi en todo momento, que unido a la ambientación, que solo se conseguía en los 80, le da al conjunto, una estética interesante.
Por ejemplo:
En la escena en la que Elizabeth entra a la casa de campo de un anciano pintor, al que busca, destaca entre los libros de la biblioteca del anciano, uno llamado “Impresionism”
Inmediatamente ella sale a la parte posterior de la casa, donde halla al anciano, admirando un pescado que acaba de pescar…
La cámara, se aleja con ambos personajes en el centro y, entre las luces y la vegetación, se simula un maravilloso cuadro impresionista.
Y en cierto modo, 9½ Weeks es una sucesión de videoclips, con temas populares como:
“Slave to Love” de Bryan Ferry, o “You Can Leave Your Hat On” de Joe Cocker y Randy Newman, donde se luce a los 2 actores.
Pero el éxito de 9½ Weeks, no se debió tanto a la intriga, ni al planteamiento, ni a la fotografía, ni a la música…
9½ Weeks, se mitificó por la química en pantalla, de una pareja guapa de actores, que echaron la carne, no toda, en el asador:
Kim Basinger, más que Rourke.
La interpretación de Basinger, con 33 años entonces, fue monumental para la época; pero que curiosamente, utilizó una doble de cuerpo para algunas de las escenas de desnudo, o subidas de tono.
No obstante, la actriz se convirtió en el “sex symbol” por excelencia de esa época, trono que sólo Sharon Stone conseguiría arrebatarle, años más tarde, con “Basic Instinct” (1992)
Por su parte, Mickey Rourke con 34 años entonces, antes de desfigurarse el rostro con el boxeo, y con el bótox; estaba llamado a ser un continuador de la saga de los galanes malotes, esto es, un “rebelde sin causa” “encore une fois”
En el momento del rodaje, el actor ya se había moldeado en manos de directores reconocidos, de la talla de Michael Cimino y, sobre todo, de Francis Ford Coppola, es decir, no estaba tan mal.
Lo curioso es que, si bien ambos sacaron chispas en 9½ Weeks, en sus tórridas escenas, Mickey Rourke y Kim Basinger, ocultaban una pésima relación personal, la que culminó en un distanciamiento que se alargó por décadas.
Basinger, no aguantaba a Mickey Rourke, al que consideraba grosero, y para nada atractivo, por lo que para entrar en escena, bebía litros de alcohol.
Fue cuando Mickey Rourke resurgió del infierno hollywoodense, y obtuvo una sorpresiva, y merecida candidatura al Oscar, por su papel en “The Wrestler” (2008), recibió una sorpresiva carta de aliento, de la rubia actriz:
“He recibido una carta de Kim.
No sabía nada de ella, desde hace más de 20 años, y me ha hecho llorar”, anunció Rourke, en esa oportunidad a la prensa.
Por su parte, Kim Basinger no sólo sonríe con complicidad, cuando le recuerdan las escenas en que se auto estimulaba sexualmente, con la proyección de unas diapositivas con fotografías, o cuando excitaba a Rourke, con un “striptease”, iluminada por unas persianas venecianas, al ritmo del “You can leave your hat on”, sino que también, se manifiesta orgullosa de haber participado en 9½ Weeks, pues según ella:
“9½ Weeks, les enseñó a masturbarse a las mujeres de EEUU, de los años 80”
Un logro, a su juicio, nada desdeñable.
Y es que ambos actores, tienen escenas que suben el termómetro:
La nevera; y lo que se puede hacer con comida, e imaginación.
En esa bella escena, se utiliza la luz de la nevera abierta, para recortar el primer plano de perfil de Basinger, y oponer a la luz blanca, los colores cálidos de la piel, y una lengua que sale y entra...
Es bastante hipnotizante ver, cómo le resbala el champagne, la saliva, y la leche...
El director de fotografía, Peter Bizio, juega con los planos detalles:
El huevo que se ralla, con la lata que se abre, con el “bruitage” y por supuesto, con la luz.
El Striptease:
Bizio también juega con la luz, en el famoso “striptease” de Kim Basinger, en el que de nuevo, ella se mueve, actúa… y él observa, y controla.
“You can leave your hat on” de Joe Cocker de fondo, como música intradiegética, porque se ve cómo encienden el equipo, y un Mickey Rourke en albornoz negro, fumando un cigarrillo, de “voyeur”, complacido por el espectáculo de una Kim Basinger, que comienza a desnudarse tras una veneciana, haciendo un guiño a la iluminación, propia del género negro, y acaba desnuda en la terraza con la ciudad de colores a sus pies.
Una escena que muy probablemente inspirara a Madonna para su video “Express Yourself” como el gateo de Basinger, casi al final, más allá de la inspiración que La Reina del Pop uso de “Metropolis” (1927)
Y la escena del polvazo en el callejón, con el agua que corre sobre ellos, de una improbable cañería rota.
Creo que a pesar de su disfraz de película erótica, 9½ Weeks, se mete con el tema de las fantasías sexuales, y esa conducta ambigua del ser humano, que lo hace oscilar mentalmente, entre llevarlas a cabo o no.
Un verdadero dilema para la mayoría de las personas.
Se le agrega otro elemento perturbador, que es el personaje de Rourke, un perverso, que no experimenta el menor conflicto, ante los que sí se le presentan a su partenaire, y que desde el comienzo, él sabe que van a sucederle, ya que es un manipulador consumado.
Asusta y se nota, con el primer encuentro a solas, donde Elizabeth le da pavor de lo que pueda llegar a hacerle, y es que se estaba apenas conociendo, y ya para la cama…
9½ Weeks, muestra que todos tenemos algo de esto, y algo de aquello, eso es lo que le permite a ella seguirlo en la mayoría de sus propuestas, a la vez descubriendo en sí misma, cosas que quizás ni conocía.
También, el espectador asiste al enfrentamiento con sus propios límites, esto va en el doble sentido, los límites de la protagonista, y los del espectador.
Es interesante analizar, el arquetipo de la mujer emocionalmente estúpida, que idolatra a un tipo guapo y millonario, y más allá de las posibles explicaciones biológicas o genéticas, que se le quiera dar a la búsqueda del “macho alfa”, estos supuestos sociales, contribuyen a retroalimentar las creencias, de cómo deben ser las relaciones.
En principio, todos formamos parte de la cultura, y todos contribuimos a transmitir una serie de valores, normalmente, los que nos parecen más socialmente aceptables, otras veces, los que más nos convienen.
Pienso en el machismo que imperaba en gran parte de las producciones del Hollywood de entonces, era un sexismo definido, anclado a un contexto sociocultural, que ahora resulta ciertamente obsoleto; pues ahora se ve cama, y al menos tetas en toda película de adolescentes.
El trato hacia la mujer, podía resultar un tanto brusco, humillante, o hasta despreciativo.
Pero mirado con cierta perspectiva, el resultado final, en muchas ocasiones continua siendo bastante digno.
Puede que la mujer estuviese cosificada, pero el hombre, concretamente la figura del héroe de turno, pecaba de una ridícula galantería, que lo convertía en una caricatura involuntaria de sí mismo.
Por otra parte, la discutible temática erótica de 9½ Weeks...
No creo que fomente ideas liberales, sino más bien todo lo contrario, se forjan preconceptos, sobre cómo deben ser los romances apasionados y tortuosos entre gente “cool” y heterosexual.
Se trata de crear supuestos ficticios sobre la realidad, que muchas veces acaban calando.
Con el paso del tiempo, las personas adoptan como suyos, algunos de esos supuestos, y varían su comportamiento, para integrar esos nuevos elementos, creyendo que lo que hacen, o lo que piensan, es “lo normal”
Por tanto, se ha producido un aprendizaje…
Es ridículo, no ser consciente de cuanto nos influye la cultura, lo deberíamos tener presente a diario, para saber discernir mejor, cual es nuestro propio yo, y cuál es la figuración, o proyección que queremos aparentar ante otras personas.
Además:
¿Será que cada cual, no tiene su propia capacidad para abstraerse, e imaginar sus propias fantasías sexuales?
El aspecto psicológico de la relación entre John y Elizabeth, quedó perdido a instancias de los productores, pero queda insinuado.
Más que las escenas en el callejón, a contraluz, o en la cocina, impacta la posibilidad de la humillación, de la pérdida de identidad, al atravesar los límites del juego.
Y todo eso, sin perder de vista que la estética que se había diseñado para la historia, era tan importante como el tema.
La casa de John, funcional, fría, parece despersonalizada, pero no es cierto…
No hay nada cálido en ella, que hable de algo íntimo del personaje, lo que se corresponde exactamente con su carácter.
Prueba de ello es que, para el primer encuentro amoroso, no lleva a Elizabeth a su apartamento, sino a un lugar más acogedor.
La composición minuciosa de los escenarios, habla del modo en que Lyne se sirve de estos, para contar la historia.
De algún modo, lo que rodea a los personajes, sustituye a ciertos aspectos narrativos.
Si el hilo argumental se centra en los personajes, el espectador es invitado a deducir todo lo demás del entorno, de los objetos, e incluso de los otros personajes, que funcionan igualmente como pistas.
Así, la compañera de Elizabeth, no existe como persona, sino como mero indicador, de que Elizabeth ha perdido definitivamente su pasado.
La mujer que John paga, para hacer un número erótico con Elizabeth, no es más que un elemento representativo, del tipo de relación que existe entre ellos 2.
Al final, queda el aliciente de la elucubración…
La experimentación en la que se embarcan los protagonistas, describe una carambola, y va golpeando sucesivamente en la homosexualidad/Lesbianismo, el sadomasoquismo, la prostitución, y poco más, pero estimula la imaginación del espectador.
Otro punto a favor, es su banda sonora, en la que destaca sobre todo, la ya archifamosa canción de Joe Cocker, “You Can Leave Your Hat On”, que actualmente, todos relacionamos con un “striptease”, ya que sirvió de base para uno de los más famosos de la historia del cine.
El soundtrack, de Jack Nitzsche, también incorpora canciones de Luba, Bryan Ferry, Dalbello, Corey Hart, Joe Cocker, Devo, Eurythmics, Stewart Copeland, y Jean Michel Jarre.
“What...
what are you going to do with them?”
El caso de 9½ Weeks, es perfecto para explicar el cine como fenómeno de masas, o mejor dicho, el sexo en el cine, como espectáculo de masas.
También, justifica el temor de actores y directores, ante la posibilidad de que el montaje definitivo del material, tenga muy poco que ver con el trabajo que ellos realizaron, y que los actores se sientan engañados.
En esta ocasión, todas las normas éticas, parecieron transgredirse, pero 9½ Weeks, aún sirve para ilustrar otra relación natural, que anima al cine, a poner frente a los ojos, aquello que la imaginación leyó.
Por ello, 9½ Weeks, figura con toda justicia, entre las películas más famosas del cine erótico, de la historia del cine mundial.
Las razones son variadas:
Si bien no contaba una historia memorable, lo cierto es que, con una cuidada estética publicitaria, emparentada con el videoclip, abordaba diversos temas que eran algo escabrosos de tocar en la década de los 80, como la experimentación sexual, el sadomasoquismo, y la ausencia de amor, pese a la recurrencia de sexo, con un personaje femenino, que encarnaba el papel sumiso, ante el don de mando del varón, a quien debía satisfacer en cada encuentro, mediante diferentes demandas sexuales y eróticas.
Cine erótico, cine sexualizado, cine de amor carnal entre un hombre y una mujer.
Se describe bastante bien el encuentro, el chispazo de enamoramiento inesperado; el apasionamiento amoroso de la atracción contraria, la vivencia a tope del “Carpe Diem” mientras sucede; y el desinfle del “amor-locura-droga-espejismo”, por ser una vaina sin contenido consistente que lo haga perdurar.
Como ocurre muy a menudo en la vida de numerosos seres humanos, en la tuya y en la mía.
“I saw myself in you”
El amor, es una suerte de “locura”, y muchas personas han arruinado sus vidas, y las de otros, mientras estaban inmersos en el enajenamiento de tal pasión.
Pero aun así, vale mil veces más amar locamente, con el consentimiento de una pareja tan loca, aunque sólo sea durante 2 o 3 meses, que llevar una vida mustia y patética, absteniéndose de esa “gozada biológica”, que la vida nos otorga como un baño de felicidad, entre tanto desierto de hijoputadas.
Como el fetichismo, del latín, “facticius”, o “artificial”, “manía”; del francés “fetiche”, es una parafilia que consiste en la excitación erótica, o la facilitación y el logro del orgasmo, a través de un objeto fetiche, como una prenda de vestir, o una parte del cuerpo en particular.
El fetichismo sexual, se considera una práctica inofensiva, salvo en el caso de que provoque malestar, clínicamente significativo, o problemas a la persona que lo padece, o a terceros, pudiendo en este caso, llegar a considerarse un trastorno patológico, propiamente dicho.
Cabe señalar que los aparatos fabricados con el objetivo de la estimulación, o para el juego sexual, no se consideran fetiches.
El DSM IV, lo clasifica como enfermedad, siempre y cuando sea una conducta recurrente, durante al menos 6 meses, necesaria para la excitación sexual, y que afecte la vida social, o laboral del sujeto.
En el caso de que ésta no afecte la vida social o laboral del paciente, se considera simplemente, como una manifestación de su sexualidad.
¿Qué características tiene un adicto, o es quizá la adicción?
El enamoramiento funciona como droga…
¿Es el amor, una parafilia?
“How did you know?
How did you know I'd respond to you the way I have?”
9½ Weeks es una película erótica del año 1986, dirigida por Adrian Lyne.
Protagonizada por Kim Basinger, Mickey Rourke, Margaret Whitton, Christine Baranski, Karen Young, Dan Lauria, entre otros.
El guión es de Patricia Knop, Zalman King, y Sarah Kernochan, sobre una novela de Elizabeth McNeil.
En 1978, Elisabeth McNeill, escribió una breve novela, supuestamente autobiográfica, en la que un encuentro casual, da comienzo a una relación que dura 9 semanas y media, y que será tremendamente apasionada.
Pero no es sólo una novela erótico/pornográfica, aunque se sucedan las escenas de sexo explícito, es también una historia de amor y, sobre todo, es una historia de deseo, en la que su protagonista se ve inmersa, casi sin poderlo evitar, planteándose cuestiones que nunca antes se había planteado.
No es un alegato, ni una crítica hacia esa forma de ver el sexo, sino más bien, una reflexión de cómo la protagonista lo vive, y lo asimila.
Como dato, en el libro de McNeill, no se menciona ni el nombre de los protagonistas, y no aparecen personajes secundarios.
La cuestión es que al director, tras dirigir 2 filmes, se le ocurrió realizar una tercera cinta taquillera, explotando la historia concebida por Sarah Kernochan y Zalman King, que consistía básicamente en contar la historia de pasión apasionada, con toques de desenfreno, y una pizca de sadomasoquismo, de 2 treintañeros:
Una galerista de arte, la bella y sexy; y un “bróker” de Wall Street, atractivo y cínico, todo ello en Manhattan, claro está.
Como resultado:
Kim Basinger llegó al estrellato, pasando a ser el mito erótico de los 80, al igual que Mickey Rourke; siendo un taquillazo para aquellos años, que encumbró a su pareja protagonista, y alimentó las fantasías de muchas parejas, que descubrieron el morbo, en inusitados placeres.
9½ Weeks sigue a Elizabeth McGraw (Kim Basinger), una mujer divorciada, que trabaja junto con su amiga, Molly (Margaret Whitton), en una galería de arte en Manhattan, EEUU.
Un día, Elizabeth conoce a John Gray (Mickey Rourke), y comienzan una relación de sexo desenfrenado, donde se pondrá a prueba, el concepto de lo que significa una relación, totalmente apasionada, tanto para la pareja vista como unidad, como para Elizabeth, arrastrada por una serie de cambios personales, y sentimientos encontrados, por culpa de su vertiginosa, y hasta cierto punto “peligrosa” relación.
John, inicia pues un juego sexual de dominación, en el que él marca las reglas, y Elizabeth se somete con placer a él, hasta que empieza a buscar amor donde no lo hay.
Al final, ella lo deja, porque se siente utilizada...
9½ Weeks, no hace más que mostrar una realidad, una categoría de personas que existe realmente, y que busca en sus parejas, el límite, saber hasta dónde las pueden llevar.
“Every time I see you, you're smiling at me”
9½ Weeks, supuso un verdadero bombazo a mediados de los años 80, ya que Adrian Lyne, utilizó su estética y estilo de videoclip, que por otro lado, en ese momento estaba en plena efervescencia, para presentar un producto erótico “soft”
En este caso, los elementos que propiciaron el enorme éxito de taquilla, y el fenómeno sociológico en el que se convirtió 9½ Weeks, fueron el haber sido uno de los pocos títulos comerciales, que ofreció el género durante una época en la que el cine, estaba replegándose hacia el público infantil, y el entretenimiento familiar y, por otra parte, el romper con los clichés victorianos, o decadentistas, asociados al erotismo, situando la acción en un marco moderno:
Una gran ciudad, personajes urbanos de clase media, y escenarios cotidianos, tratados además, con una puesta en escena un tanto sensacionalista, heredada de la publicidad, y el videoclip, muy a la moda en la época.
9½ Weeks, ofrecía un erotismo al gusto de la juventud de los 80, una generación que, a diferencia de la anterior, disfrutaba ya, de un acceso bastante normal a la pornografía, a través de los videoclubs, y por tanto, veía como algo trasnochado el “softcore” o “cine en la barrera del porno”, y la coartada intelectual o pseudointelectual del género erótico de la década anterior.
El argumento de 9½ Weeks, es asimismo, digno de todos los elogios posibles:
Elizabeth, es una hermosa divorciada, empleada de una galería de arte, que un día conoce a John, un atractivo “bróker” de Wall Street, multimillonario, con quien inicia una apasionada relación, que dura 9 semanas y media.
Los 2, llenan el vacío de sus vidas, con un fogoso romance.
Elizabeth, es la parte débil, y John no se anda por las ramas, desde el inicio, deja claro que tiene sus propias reglas, y que ella debe seguirlas al pie de la letra, en un primer instante, le cuesta aceptarlo, pero no tarda en caer rendida a los encantos del Mickey Rourke de los 80, convirtiéndola en una pareja sumisa, que en cada nuevo encuentro, satisface diferentes demandas eróticas, y sexuales.
Se supone que John arrastra a Elizabeth, por una espiral degradante, durante la breve relación que mantienen, el clímax es algo cobarde, la idea no está mal, pero no da el último paso, al mismo tiempo que le descubre placeres ocultos, pero esto solo es válido en algunas tramos del relato, hay otros en las que los personajes rompen esa coherencia, y se comportan como una pareja normal, que disfruta del sexo sin absurdas ataduras.
Por otra parte, el erotismo de 9½ Weeks, varía de uno muy sutil y delicado, a uno perverso, y casi violento, poco excitante, torpe, y asqueroso.
Hay cosas que son divertidas y agradables de hacer uno mismo con la pareja, pero que esto sea divertido de hacer, no quiere decir que sea agradable de ver, me refiero a la escena de cuando comienzan a jugar con la comida, sentados a los pies del refrigerador, escena que no tiene nada de romántica, excitante, ni es bella estéticamente, tal vez cumple con el objetivo de satisfacer visualmente, el fetiche de combinar sexo y comida…
En realidad, los juegos con los que van a experimentar, son de naturaleza sadomasoquista:
John siempre lleva la voz cantante en ellos, y Elizabeth le obedece, y se deja hacer, muchas veces atada, o con los ojos vendados.
Pero el director juega hábilmente con la difusa estructura narrativa, para enmascarar el trasfondo de la historia, y ofrecer sólo el lado más estético de la sumisión, por ejemplo:
Vemos a John comprar, y probar en el aire una fusta, pero no sabemos si llega a usarla, o no.
De esta forma, 9½ Weeks se queda en una calculada ambigüedad:
Él habla en una escena, de que ella sea su niña, de bañarla, vestirla, y alimentarla…
¿Se refiere sólo a cuidarla con ternura, o está proponiendo una relación fetichista de dominación, en la que cada uno tiene un rol muy determinado?
Que en otra ocasión, John amenace con azotarla con un cinturón, parece indicar que lo que él desea, es un juego de infantilización, o de sadomasoquismo, en el que se alternan los mimos, y los castigos, una propuesta ante la cual, la postura de ella es tan ambivalente como la propia película:
Se muestra ofendida cuando John hace más explícito el componente de humillación, pero acepta sin problemas, someterse a sus fantasías durante el resto del tiempo.
Esta confusión, no deja de perpetuar un esquema muy sexista, en el que siempre que no se sobrepasen ciertos límites, se ve la sumisión sexual de la mujer, como algo morboso, y como el tipo de fantasías que es normal explorar.
Lo preocupante, no es que Elizabeth sea masoquista, sino que no sea consciente de que lo es, y se someta a los caprichos sexuales de su pareja, no porque tenga claro que los comparta, sino porque lo ve como lo normal, que una mujer hace por amor, y que 9½ Weeks lo presente de esta manera.
En lo técnico, algunos han definido a Lyne, como un fotógrafo, al que le habían dado la oportunidad de hacer muchas otras cosas.
Exactamente lo que hace en 9½ Weeks, es conjugar 3 factores:
La tensión erótica que se establece entre los actores; una iluminación maestra, que le permite convertir lo puramente visual, en algo asible; y una fantástica banda sonora, a cuyo ritmo, la historia se convierte inexorablemente en un videoclip.
Quizás, si el proyecto se hubiera llevado a cabo, tal y como estaba planteado desde el principio, 9½ Weeks no habría tenido tanto éxito.
9½ Weeks, costó $17 millones, y aunque tropezó en la taquilla estadounidense, ¿con tanto sexo?, qué raro, ¿no?; fue un éxito en el resto del mundo, y alcanzó los $100 millones de recaudación.
Cuando se estrenó, los críticos, hombres en su mayoría; la pusieron por los suelos, mientras que su éxito se debió, en buena parte al público femenino…
Curioso pues una de las cosas que disgustó, fue la agresiva actitud machista de Mickey Rourke…
Lo cierto es que era el primer film del Hollywood más comercial, producido para el gran público, que hablaba de una pasión destructora y sadomasoquista; o al menos así figuraba en el guión.
Lo que más gustó al público femenino, y que aún se desarrolla más en la novela, es el análisis de la otra cara de la relación:
La protagonista, tiene la opción de decidir por sí misma, cuándo quiere poner fin a esa loca pasión.
No está condenada a ser la víctima del despotismo masculino durante toda la eternidad.
En EEUU, por ello, 9½ Weeks sufrió una censura brutal, hasta el punto de que el espectador, casi no pudiera seguir el guión.
En Europa, algunas escenas fueron censuradas también, aunque en menor cantidad que en la versión de EEUU.
En la versión del DVD, se puede ver íntegramente, sin censuras.
En principio, 9½ Weeks duraba 3 horas, pero la censura la redujo sustancialmente, eliminándose incluso, algunas escenas de sadomasoquismo.
Sus puntos fuertes, provienen de los planos de Kim Basinger, obvio, que realzan su figura, y diferentes partes del cuerpo.
Claro que, por otro lado, deja la sensación final, de que te has tragado el “making-of” de una sesión de fotos de la actriz…
Otro punto a favor, es el juego de luces y sombras, que se trae casi en todo momento, que unido a la ambientación, que solo se conseguía en los 80, le da al conjunto, una estética interesante.
Por ejemplo:
En la escena en la que Elizabeth entra a la casa de campo de un anciano pintor, al que busca, destaca entre los libros de la biblioteca del anciano, uno llamado “Impresionism”
Inmediatamente ella sale a la parte posterior de la casa, donde halla al anciano, admirando un pescado que acaba de pescar…
La cámara, se aleja con ambos personajes en el centro y, entre las luces y la vegetación, se simula un maravilloso cuadro impresionista.
Y en cierto modo, 9½ Weeks es una sucesión de videoclips, con temas populares como:
“Slave to Love” de Bryan Ferry, o “You Can Leave Your Hat On” de Joe Cocker y Randy Newman, donde se luce a los 2 actores.
Pero el éxito de 9½ Weeks, no se debió tanto a la intriga, ni al planteamiento, ni a la fotografía, ni a la música…
9½ Weeks, se mitificó por la química en pantalla, de una pareja guapa de actores, que echaron la carne, no toda, en el asador:
Kim Basinger, más que Rourke.
La interpretación de Basinger, con 33 años entonces, fue monumental para la época; pero que curiosamente, utilizó una doble de cuerpo para algunas de las escenas de desnudo, o subidas de tono.
No obstante, la actriz se convirtió en el “sex symbol” por excelencia de esa época, trono que sólo Sharon Stone conseguiría arrebatarle, años más tarde, con “Basic Instinct” (1992)
Por su parte, Mickey Rourke con 34 años entonces, antes de desfigurarse el rostro con el boxeo, y con el bótox; estaba llamado a ser un continuador de la saga de los galanes malotes, esto es, un “rebelde sin causa” “encore une fois”
En el momento del rodaje, el actor ya se había moldeado en manos de directores reconocidos, de la talla de Michael Cimino y, sobre todo, de Francis Ford Coppola, es decir, no estaba tan mal.
Lo curioso es que, si bien ambos sacaron chispas en 9½ Weeks, en sus tórridas escenas, Mickey Rourke y Kim Basinger, ocultaban una pésima relación personal, la que culminó en un distanciamiento que se alargó por décadas.
Basinger, no aguantaba a Mickey Rourke, al que consideraba grosero, y para nada atractivo, por lo que para entrar en escena, bebía litros de alcohol.
Fue cuando Mickey Rourke resurgió del infierno hollywoodense, y obtuvo una sorpresiva, y merecida candidatura al Oscar, por su papel en “The Wrestler” (2008), recibió una sorpresiva carta de aliento, de la rubia actriz:
“He recibido una carta de Kim.
No sabía nada de ella, desde hace más de 20 años, y me ha hecho llorar”, anunció Rourke, en esa oportunidad a la prensa.
Por su parte, Kim Basinger no sólo sonríe con complicidad, cuando le recuerdan las escenas en que se auto estimulaba sexualmente, con la proyección de unas diapositivas con fotografías, o cuando excitaba a Rourke, con un “striptease”, iluminada por unas persianas venecianas, al ritmo del “You can leave your hat on”, sino que también, se manifiesta orgullosa de haber participado en 9½ Weeks, pues según ella:
“9½ Weeks, les enseñó a masturbarse a las mujeres de EEUU, de los años 80”
Un logro, a su juicio, nada desdeñable.
Y es que ambos actores, tienen escenas que suben el termómetro:
La nevera; y lo que se puede hacer con comida, e imaginación.
En esa bella escena, se utiliza la luz de la nevera abierta, para recortar el primer plano de perfil de Basinger, y oponer a la luz blanca, los colores cálidos de la piel, y una lengua que sale y entra...
Es bastante hipnotizante ver, cómo le resbala el champagne, la saliva, y la leche...
El director de fotografía, Peter Bizio, juega con los planos detalles:
El huevo que se ralla, con la lata que se abre, con el “bruitage” y por supuesto, con la luz.
El Striptease:
Bizio también juega con la luz, en el famoso “striptease” de Kim Basinger, en el que de nuevo, ella se mueve, actúa… y él observa, y controla.
“You can leave your hat on” de Joe Cocker de fondo, como música intradiegética, porque se ve cómo encienden el equipo, y un Mickey Rourke en albornoz negro, fumando un cigarrillo, de “voyeur”, complacido por el espectáculo de una Kim Basinger, que comienza a desnudarse tras una veneciana, haciendo un guiño a la iluminación, propia del género negro, y acaba desnuda en la terraza con la ciudad de colores a sus pies.
Una escena que muy probablemente inspirara a Madonna para su video “Express Yourself” como el gateo de Basinger, casi al final, más allá de la inspiración que La Reina del Pop uso de “Metropolis” (1927)
Y la escena del polvazo en el callejón, con el agua que corre sobre ellos, de una improbable cañería rota.
Creo que a pesar de su disfraz de película erótica, 9½ Weeks, se mete con el tema de las fantasías sexuales, y esa conducta ambigua del ser humano, que lo hace oscilar mentalmente, entre llevarlas a cabo o no.
Un verdadero dilema para la mayoría de las personas.
Se le agrega otro elemento perturbador, que es el personaje de Rourke, un perverso, que no experimenta el menor conflicto, ante los que sí se le presentan a su partenaire, y que desde el comienzo, él sabe que van a sucederle, ya que es un manipulador consumado.
Asusta y se nota, con el primer encuentro a solas, donde Elizabeth le da pavor de lo que pueda llegar a hacerle, y es que se estaba apenas conociendo, y ya para la cama…
9½ Weeks, muestra que todos tenemos algo de esto, y algo de aquello, eso es lo que le permite a ella seguirlo en la mayoría de sus propuestas, a la vez descubriendo en sí misma, cosas que quizás ni conocía.
También, el espectador asiste al enfrentamiento con sus propios límites, esto va en el doble sentido, los límites de la protagonista, y los del espectador.
Es interesante analizar, el arquetipo de la mujer emocionalmente estúpida, que idolatra a un tipo guapo y millonario, y más allá de las posibles explicaciones biológicas o genéticas, que se le quiera dar a la búsqueda del “macho alfa”, estos supuestos sociales, contribuyen a retroalimentar las creencias, de cómo deben ser las relaciones.
En principio, todos formamos parte de la cultura, y todos contribuimos a transmitir una serie de valores, normalmente, los que nos parecen más socialmente aceptables, otras veces, los que más nos convienen.
Pienso en el machismo que imperaba en gran parte de las producciones del Hollywood de entonces, era un sexismo definido, anclado a un contexto sociocultural, que ahora resulta ciertamente obsoleto; pues ahora se ve cama, y al menos tetas en toda película de adolescentes.
El trato hacia la mujer, podía resultar un tanto brusco, humillante, o hasta despreciativo.
Pero mirado con cierta perspectiva, el resultado final, en muchas ocasiones continua siendo bastante digno.
Puede que la mujer estuviese cosificada, pero el hombre, concretamente la figura del héroe de turno, pecaba de una ridícula galantería, que lo convertía en una caricatura involuntaria de sí mismo.
Por otra parte, la discutible temática erótica de 9½ Weeks...
No creo que fomente ideas liberales, sino más bien todo lo contrario, se forjan preconceptos, sobre cómo deben ser los romances apasionados y tortuosos entre gente “cool” y heterosexual.
Se trata de crear supuestos ficticios sobre la realidad, que muchas veces acaban calando.
Con el paso del tiempo, las personas adoptan como suyos, algunos de esos supuestos, y varían su comportamiento, para integrar esos nuevos elementos, creyendo que lo que hacen, o lo que piensan, es “lo normal”
Por tanto, se ha producido un aprendizaje…
Es ridículo, no ser consciente de cuanto nos influye la cultura, lo deberíamos tener presente a diario, para saber discernir mejor, cual es nuestro propio yo, y cuál es la figuración, o proyección que queremos aparentar ante otras personas.
Además:
¿Será que cada cual, no tiene su propia capacidad para abstraerse, e imaginar sus propias fantasías sexuales?
El aspecto psicológico de la relación entre John y Elizabeth, quedó perdido a instancias de los productores, pero queda insinuado.
Más que las escenas en el callejón, a contraluz, o en la cocina, impacta la posibilidad de la humillación, de la pérdida de identidad, al atravesar los límites del juego.
Y todo eso, sin perder de vista que la estética que se había diseñado para la historia, era tan importante como el tema.
La casa de John, funcional, fría, parece despersonalizada, pero no es cierto…
No hay nada cálido en ella, que hable de algo íntimo del personaje, lo que se corresponde exactamente con su carácter.
Prueba de ello es que, para el primer encuentro amoroso, no lleva a Elizabeth a su apartamento, sino a un lugar más acogedor.
La composición minuciosa de los escenarios, habla del modo en que Lyne se sirve de estos, para contar la historia.
De algún modo, lo que rodea a los personajes, sustituye a ciertos aspectos narrativos.
Si el hilo argumental se centra en los personajes, el espectador es invitado a deducir todo lo demás del entorno, de los objetos, e incluso de los otros personajes, que funcionan igualmente como pistas.
Así, la compañera de Elizabeth, no existe como persona, sino como mero indicador, de que Elizabeth ha perdido definitivamente su pasado.
La mujer que John paga, para hacer un número erótico con Elizabeth, no es más que un elemento representativo, del tipo de relación que existe entre ellos 2.
Al final, queda el aliciente de la elucubración…
La experimentación en la que se embarcan los protagonistas, describe una carambola, y va golpeando sucesivamente en la homosexualidad/Lesbianismo, el sadomasoquismo, la prostitución, y poco más, pero estimula la imaginación del espectador.
Otro punto a favor, es su banda sonora, en la que destaca sobre todo, la ya archifamosa canción de Joe Cocker, “You Can Leave Your Hat On”, que actualmente, todos relacionamos con un “striptease”, ya que sirvió de base para uno de los más famosos de la historia del cine.
El soundtrack, de Jack Nitzsche, también incorpora canciones de Luba, Bryan Ferry, Dalbello, Corey Hart, Joe Cocker, Devo, Eurythmics, Stewart Copeland, y Jean Michel Jarre.
“What...
what are you going to do with them?”
El caso de 9½ Weeks, es perfecto para explicar el cine como fenómeno de masas, o mejor dicho, el sexo en el cine, como espectáculo de masas.
También, justifica el temor de actores y directores, ante la posibilidad de que el montaje definitivo del material, tenga muy poco que ver con el trabajo que ellos realizaron, y que los actores se sientan engañados.
En esta ocasión, todas las normas éticas, parecieron transgredirse, pero 9½ Weeks, aún sirve para ilustrar otra relación natural, que anima al cine, a poner frente a los ojos, aquello que la imaginación leyó.
Por ello, 9½ Weeks, figura con toda justicia, entre las películas más famosas del cine erótico, de la historia del cine mundial.
Las razones son variadas:
Si bien no contaba una historia memorable, lo cierto es que, con una cuidada estética publicitaria, emparentada con el videoclip, abordaba diversos temas que eran algo escabrosos de tocar en la década de los 80, como la experimentación sexual, el sadomasoquismo, y la ausencia de amor, pese a la recurrencia de sexo, con un personaje femenino, que encarnaba el papel sumiso, ante el don de mando del varón, a quien debía satisfacer en cada encuentro, mediante diferentes demandas sexuales y eróticas.
Cine erótico, cine sexualizado, cine de amor carnal entre un hombre y una mujer.
Se describe bastante bien el encuentro, el chispazo de enamoramiento inesperado; el apasionamiento amoroso de la atracción contraria, la vivencia a tope del “Carpe Diem” mientras sucede; y el desinfle del “amor-locura-droga-espejismo”, por ser una vaina sin contenido consistente que lo haga perdurar.
Como ocurre muy a menudo en la vida de numerosos seres humanos, en la tuya y en la mía.
“I saw myself in you”
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