La Isla Mínima
“Sé los muertos que tienes, y que te están esperando”
Las Marismas del Guadalquivir, se sitúan en el antiguo estuario del río, terreno de 3 provincias:
Sevilla, Huelva y Cádiz, en Andalucía, al suroeste de España; y tienen una extensión aproximada de 2,000 km², que coincidirían con lo que era el antiguo Lacus Ligustinus.
Conforman una antigua ensenada litoral, colmatada por depósitos marinos y fluviales de aluvión.
De hecho, gran parte de estas tierras, siguen siendo actualmente inundables.
En la provincia de Sevilla, comprende los siguientes municipios:
Aznalcázar, Las Cabezas de San Juan, Dos Hermanas, Lebrija, Isla Mayor, Los Palacios y Villafranca, La Puebla del Río y Utrera.
Durante las épocas de lluvia, la marisma se convierte en una inmensa zona lacustre, debido a su forma plana, su proximidad al nivel del mar, y la naturaleza impermeable de los materiales de su subsuelo, que da como resultado, una especie de balsa prácticamente sellada por su superficie, cuyo interior se rellena de agua.
Los arenales que la rodean, funcionan como zonas de recarga del acuífero, por las que se infiltra hacia las capas subterráneas.
La marisma, se caracteriza por su horizontalidad, donde se localizan zonas más deprimidas, que retienen el agua durante un periodo mayor de tiempo, como los caños, y otras más elevadas, que permanecen secas casi todo el año, salvo períodos de grandes inundaciones.
Otra de sus características principales, es la acusada estacionalidad, propia del clima mediterráneo, en la que se suceden estaciones muy lluviosas, con otras muy secas.
En esta sucesión, destaca la primavera, en la que los humedales son el escenario de una explosión de vida.
Los sedimentos arrastrados por el Guadalquivir hacia el mar, durante siglos colmataron el golfo atlántico que llegaba hasta Sevilla, y crearon 2 mil kilómetros cuadrados de marisma, penetrada por el Guadalquivir, y sus 2 brazos más importantes:
El Brazo del Este, y el Brazo de la Torre.
Entre estos 3 cauces, se conformaron las denominadas:
Islas Mayor, y Menor, y ésta última, fue seccionada por la Corta de los Jerónimos, una de las ejecutadas desde el siglo XVIII entre meandros del Guadalquivir, para facilitar la navegación, creando la ínsula conocida desde entonces, como:
La Isla Mínima
“Tú no sabes cómo funcionan las cosas aquí”
La Isla Mínima es una película española de suspenso, del año 2014, dirigida por Alberto Rodríguez.
Protagonizada por Raúl Arévalo, Javier Gutiérrez, Nerea Barros, Antonio de la Torre, Jesús Castro, Mercedes León, Manolo Solo, Jesús Carroza, Cecilia Villanueva, Salvador Reina, Juan Carlos Villanueva, entre otros.
El guión es de Alberto Rodríguez y Rafael Cobos
Como proyecto, el director cuenta:
“La Isla Mínima comenzó hace unos cuantos años, en una exposición de fotos a la que acudí con Alex Catalán, director de fotografía, y buen amigo.
El fotógrafo sevillano, Atín Aya, se había dedicado a captar los últimos vestigios de una forma de vida que se desarrolló en Las Marismas del Guadalquivir, durante medio siglo.
Muchas de las fotografías, eran retratos de lugareños, y desprendían una especie de resignación, desconfianza, y dureza que acompañaba a aquellos rostros anclados en el pasado, y que con la mecanización del campo, quizás no tendrían sitio en un futuro inmediato.
La exposición, era el reflejo del fin de un tiempo, de una época.
Éste fue mi primer contacto con La Isla, un paisaje crepuscular, el decorado de un western de fin de ciclo.
Sumado a eso, todo lo que nos evocaban las marismas, un lugar mágico y misterioso, donde la riqueza y el poder, convivían con el dolor y la miseria de unos personajes, fruto del pasado político y social del país, y comenzamos a escribir una historia.
Decidimos ambientarla en 1980, año de gran tensión entre las 2 Españas; esa tensión, que como un rechinar de dientes, tenía que oírse por debajo.
La marisma se nos aparecía desde el principio, como un territorio inmenso, muy duro; magnético, pero realmente inhóspito y cruel.
Y lo fue” acotó.
La Isla Mínima, ha sido calificada como un asfixiante “thriller” policíaco, con una sutil subtrama sociopolítica, siendo considerada por la crítica, como una de las mejores películas españolas del año.
Tanto que fue la gran triunfadora de La XXIX Edición de Los Premios Goya, en la que obtuvo 10 galardones, incluido el correspondiente a La Mejor Película.
Con ocasión del éxito de La Isla Mínima, en la que destacan sus paisajes; la Diputación de Sevilla, junto con la Andalucía Film Comission (AFC), y la Junta de Andalucía, han presentado una ruta turística que recorre los escenarios del rodaje, que comprende distintas localizaciones como:
Puebla del Río, Isla Mayor, Finca Veta la Palma, Vetaherrado, el Poblado Cotemsa, Playa de los Morenos, el Brazo de los Jerónimos, y la Isla Mínima.
Y es que históricamente, fue El General Gonzalo Queipo de Llano, quien a partir de 1937, impulsó definitivamente el cultivo del arroz en esta zona, estratégico para abastecer al bando franquista, pues los otros arrozales españoles, la Albufera de Valencia, y el delta del Ebro, permanecían bajo soberanía republicana.
Las condiciones en las que miles de braceros, muchos de ellos republicanos, huidos de las matanzas de la Baja Andalucía y Extremadura, domeñaron la marisma, para transformarla en un límpido arrozal, se asemejaron a las penurias de los campos de trabajo forzado.
Numerosos presos de guerra y políticos, también fueron empleados en la construcción de las obras para el riego de estos cultivos.
El aislamiento geográfico de estas marismas, y el silencio forzado de miles de braceros que las transformaron, la marisma, en condiciones de semi-esclavitud, envolvieron a estas tierras, en un halo de misterio desvelado en parte en la película de Alberto Rodríguez.
Violencia machista, lucha sindical, droga, y proxenetismo, son detalles que aparecen de soslayo.
No hay disonancias, ni dramas intimistas, ni circunloquios adolescentes para el lucimiento de los actores.
En La Isla Mínima todo fluye, te atrapa, te mantiene en vilo.
Los detalles están para situarte, son el territorio…
Alberto Rodríguez, nos retrata pues, una sociedad rural, sobreviviente, sometida, y conformista con su desilusionante destino, al que hacen frente los jóvenes del lugar, que se rebelan pagando, a veces, un alto precio.
Bienvenidos a los recién estrenados años de 1980, en una pequeña localidad sureña, donde la indefensión que genera la pobreza y la ignorancia, es el mejor caldo de cultivo para sembrar miedos, abusos, y desconfianzas entre la población de una manera impune.
Allí, en un pequeño pueblo andaluz de Las Marismas del Guadalquivir, son asesinadas 2 adolescentes.
Para intentar resolver el caso, envían desde Madrid, a 2 detectives de homicidios:
Juan (Javier Gutiérrez) y Pedro (Raúl Arévalo)
El primero es un policía ya muy quemado, que busca realizar un trabajo bueno, eficaz, que les guste a sus superiores, y pueda volver con un mejor puesto a Madrid.
El otro, un joven padre, primerizo en la policía, con nuevas energías
Ideológicamente, ambos policías están en las antípodas:
Uno es rebelde, protestón, sentimental, y más liberal.
El otro es conservador, cerrado, violento, y oscuro por momentos… y no se llevan delicadamente bien.
Una huelga de los trabajadores del campo, pone en riesgo la cosecha del arroz, principal riqueza de la región, y dificulta las tareas de investigación de los 2 policías, que reciben presiones para solucionar el caso cuanto antes.
Sin embargo, la investigación policial, pone en evidencia que en los últimos años, han desaparecido varias jóvenes más, y que aparte del arroz, existe otra fuente de riqueza:
El tráfico de drogas.
Nada es lo que parece, en una comunidad aislada, opaca, y plegada sobre sí misma.
Las pesquisas de los detectives, parecen no llevar a ningún lado…
Así pues, La Isla Mínima, es un clásico del cine policíaco, en el que una pareja de inspectores contrapuestos en su forma de actuar y pensar, se enfrenta a un asesino en serie.
En una comunidad anclada en el pasado, tendrán que enfrentarse no sólo a un cruel asesino, sino también a sus propios fantasmas.
Las sobrecogedoras marismas andaluzas, son retratadas a base de amplios planos cenitales, en los que se transmite una aparente belleza, que al profundizar, tanto en la forma como en el fondo, se descubre engañosa.
Latente, escondido, en estos parajes, se esconde un gran mal, el de una España hundida en el horror, esa España profunda, sumida en los estertores del Franquismo, que queda plasmada en la barbarie que domina la dinámica de este pequeño pueblo.
El logro de Alberto Rodríguez, es conseguir que en todo momento tengamos la sensación de que hay algo turbio, ya sea porque le vaya a pasar a alguno de los personajes, o por las propias motivaciones de los mismos.
“Voces de muerte sonaron cerca del Guadalquivir”
Lo mejor de La Isla Mínima, es la atmósfera que consigue crear, gracias especialmente al trabajo de dirección, fotografía, y montaje, además de las interpretaciones de sus protagonistas principales, 2 actores a los que estábamos acostumbrados a ver en papeles de comedia.
También, apuesta muy fuerte por la ambigüedad, un profesional de la abyección puede albergar también al compañero que te protege en una situación límite, que te salva la vida, el demonio tiene anverso y reverso.
Se trata de un film hipnótico, fascinante, bien dirigido, y sobre todo, con un gran equilibrio.
Un equilibrio que comienza con la pareja protagonista:
Un policía joven y honesto, interpretado por Raúl Arévalo; y su compañero, un personaje más oscuro, que viene del régimen franquista, y que interpreta magistralmente, Javier Gutiérrez.
Ambos bordan su papel, sin estridencias.
Y es que en la España del postfranquismo, todavía no se habían cerrado las heridas, y nos encontrábamos con unas grandes diferencias ideológicas.
La Isla Mínima, es una ficción de principio a fin, pero se adentra en la investigación de la desaparición de 2 niñas.
Encontrar personas desaparecidas, sigue siendo una de las principales tareas de los investigadores de homicidios.
Aún hoy en día, sigue siendo esa una de sus principales tareas:
Tratar de encontrar seres humanos que se han desvanecido, perseguir el rastro de fantasmas…
Se trataba de crear los acontecimientos, en base a la rutina de unos policías de hace casi 40 años de edad.
El director cuenta:
“Gracias al contacto con 2 policías en activo, conseguimos mucha documentación de primera mano, que nos sirvió para armar la trama.
Así, comprobamos que los métodos policiales han cambiado enormemente; antes todo era mucho menos científico, había pocos medios, o casi ninguno, varios policías nos dijeron al leer el guión que era raro, que cada policía tuviese una habitación propia en la pensión, que eso era un derroche…
Al final, teníamos una trama muy fuerte, que arrastraba la historia con potencia, y necesitábamos integrar más a los personajes, por lo que decidimos inspirarnos en algunos acontecimientos reales, sucedidos en aquellos años.
En el caso del personaje de Pedro, usamos la historia real de un policía que fue expedientado y apartado de su puesto, por expresar su repulsa hacia militares pro-golpistas, no olvidemos que la historia se desarrolla en 1980”
La interesante trama del policía, y su carácter va paralela.
Por un lado nos ejemplifican las 2 Españas:
El policía joven, con ganas de cambio, contra el régimen en un país que se resiste a ello.
Como contrapunto, el trabajado personaje de Javier Gutiérrez, un torturador del franquismo, que incluso mató en una manifestación, y que se libra del castigo, y se adapta a su nuevo puesto, manteniendo el perfil bajo.
No quiere ser un héroe, ni salir en los periódicos, deja todos los méritos a su joven compañero, al que aunque parezca mentira, admira.
Admira su espíritu inocente, su alma sin mancha.
Desea que no cambie, que recuerde lo que hizo en ese pueblo, y se lo cuente y enseñe a su hijo, mientras él en su vida, poco tiene de que sentirse orgulloso, y tampoco nadie a quien enseñárselo…
Prefiere pasar sus días bebiendo, y con mujeres.
Y el equilibrio sigue con la trama, plagada de elementos contextuales, que sitúan al espectador, en un tiempo, años 80; y un espacio, una aldea de las marismas del bajo Guadalquivir.
El estilo de La Isla Mínima es comparable al “thriller” del Hollywood clásico:
Suciedad, decadencia, y corrupción; el elemento que la distingue, es el marco en el que está ambientada, una España en transición, donde tanto la nueva democracia, como las personas, no están limpias de culpa, un pueblo andaluz, dónde todos callan la culpa del otro, y se encubren mutuamente, pero sin embargo, todos tienen cierta idea de la verdad, lo que podría ser llamado, un símil con las películas de terror.
La fotografía, merece un capítulo aparte, donde destacan los cenitales del entorno del Parque de Doñana, y la ribera del bajo Guadalquivir, que parecen sacados de un documental de National Geographic.
El paisaje, a veces sereno, a veces asfixiante, permite al director, Alberto Rodríguez, desarrollar la trama con las dosis justas de suspense.
La escena de la mujer caminando de noche, que se torna roja, es bestial; o la escena alegórica de animales apareciendo, y otorgando, tan sencilla y tan genial, el uso del color, y del encuadre todo el rato.
De manera similar a lo que ocurre en “Twin Peaks”, en el pueblo, todos tienen algo que ocultar; poco a poco irán aportando la información necesaria para desvelar el misterio.
A pesar de ser una comunidad pequeña, no sabemos quién es el asesino, no lo intuimos hasta el final, y sin embargo, todo encaja.
Es difícil destacar a alguien entre el reparto, porque casi todos están muy bien.
Pero el que lleva el peso, es Javier Gutiérrez, interpretando a Juan, que comienza de manera contenida, y con un gran sentido del humor, para terminar siendo un personaje muy duro.
Hay un gran contraste entre Pedro y Juan.
Ambos tienen un cambio en su actitud, según va avanzando la investigación.
La sinceridad de Arévalo, se pone de manifiesto en la parte final, e intenta imponerse a su compañero de investigación, que tiene una actitud mucho más dictatorial.
También destacaría el trabajo de Nerea Barros, como esa mujer misteriosa, enmudecida, y que dosifica la información que tiene velando siempre más de lo que enuncia.
Incluso, Jesús Castro, que en esta ocasión está mucho mejor que en la reciente “El Niño”, en un par de escenas, en las que cumple con mucha convicción.
Pero Juan, es una marisma humana, obligada a calmar el hedor de fondo...
El paisaje acuático, seco, luminoso, inhóspito, difícil, lleno de canales, y cañizos, de terrenos áridos sin cultivar, que brinda el enclave elegido, añade tensión, brumas, calenturas, y falsas luminosidades a las acciones en él escenificadas, haciéndolo un personaje más, que se mira inclusive desde el aire.
La geografía lugareña, tiene calidad de personaje omnipresente, sabedor, y malicioso.
Del contraste habido entre las bellísimas e inquietantes imágenes aéreas, que lo puntúan elevadamente, y la soberbia fisicidad aportada por las carreteras, caminos, canales, viviendas, y cortijos, La Isla Mínima impone la jaula irrespirable dentro de la que personajes y acontecimientos, revolotean su prisión a libertad lenta, baldía, y encarnizada.
La cámara del realizador, se apresta con brío a convertirse en instrumento que apremia a lo investigado, y acucia al investigador.
Como esclarecimiento del caso, entiendo que Quini (Jesús Castro), era el encargado de hacer de “gancho” con las chicas, siempre que no hubiera una ruptura de por medio, como ocurrió con Adela.
Vemos cómo esto ocurre en el caso de Marina (Ana Tomeno), la chica que sobrevive, que colgada de él, que confía ciegamente cuando se la lleva a la casa que utilizan para las fotografías y las torturas.
También, había salido con el resto de las chicas, qué raro los guardias del pueblo, que no se dan cuenta de que el mismo chico, casualmente ha salido con 3 de las desaparecidas, siendo la 4ª, la hermana de una de sus novias; así que ese era su “modus operandi” habitual.
El “hombre del sombrero” es el que las viola, y las tortura.
Primero porque su reloj se ve en una de las fotografías y, sobre todo, por lo que dice Marina, de que “tenía las manos finas, y olía bien”
Sus declaraciones, huelen totalmente a post-violación, o al menos, a que ha habido algunos inicios de tocamientos, tal vez interrumpidos cuando Sebastián (Manuel Salas) alertó a sus compañeros de la presencia del policía en el exterior de la casa.
Sebastián, sería por una parte, un contacto que le dan a las chicas:
La persona que trabaja en el hotel, y que les garantiza una salida del pueblo, una esperanza a todas esas jóvenes, que se sienten encerradas y oprimidas.
Yo creo que los asesinos utilizan esto como coartada, pues todas ellas tienen folletos, y distintos objetos del hotel, y llevaban meses comentando a todos sus allegados, sus deseos de irse a trabajar fuera.
Así, cuando se marchan, sus familiares piensan que finalmente, han hecho lo que llevaban tiempo deseando hacer, aunque se trata de una coartada algo débil, por lo fácil que es llamar al hotel, y comprobar que no están allí.
En realidad, los cuerpos los tiraba el mismo Sebastián, a la especie de turbina de las marismas, donde irónicamente, acabará su propio cadáver.
Encuentro, además, una ironía en la parte final, está muy bien que hasta este momento no tengamos claro, que el policía con el que nos hemos encariñado, era efectivamente un torturador:
El policía triunfador, que ha resuelto el caso, y se ha cargado a uno de los culpables, era un torturador, arropado eso sí, por la legalidad franquista.
Él no es asesinado por ningún agente de la ley, aunque cuando se le ve meando sangre, se anuncia algún desenlace turbio, la sangre de su pasado le persigue, convertida en enfermedad.
También, me ha gustado mucho que se arriesguen, a dejar bien cerrada la historia de Sebastián y la de Quini, pero sin embargo, nos dejen sin saber, qué pasa exactamente con el principal torturador-violador.
Es posible, no sabemos, que la violencia no se acabe por mucho que los casos queden cerrados, y además, no siempre “los malos” son castigados.
La inclusión de la subtrama sobre el pasado del personaje de Javier Gutiérrez, me parece una opción completamente lógica e interesante, además del conflicto de metodologías entre la pareja de detectives, e incluso de ideología; especialmente la conclusión que es posible sacar de esta:
La redención y el perdón; aunque ésta, realmente no sea compartida por muchos.
Al final vemos, porque el personaje de Javier Gutiérrez no puede dormir, exceptuando la escena donde queda inconsciente, digamos que fue un títere de Franco, y debido a las matanzas realizadas, los muertos le perseguirán hasta su muerte, de ahí el comentario de la mujer que puede hablar con los muertos, en esa secuencia ella le dice:
“Los muertos te están esperando”
La Isla Mínima acaba con un final oscuro, deja abierta una posibilidad muy macabra:
La de que ese policía, brazo ejecutor de la represión franquista, por complicidad ideológica, resignación, o dudo mucho más de esta última posibilidad, simplemente pragmática indiferencia por haber ya resuelto el caso, renunciara a llegar más lejos.
No creo que sea ninguna de las 3 cosas, al menos sólo una de ellas, y ahí reside la grandeza del personaje:
En el cóctel de elementos que contiene, y que hasta el último segundo, no revela su cara más oscura.
Lo que pasa es que el crimen es lo de menos.
Lo que importa es lo que hay detrás:
Quien encubre a quien, porque han escogido a ellos para el caso, y lo que logran cada uno de ellos.
El crimen, es simplemente un “macguffin” para lo que realmente se quiere contar:
La investigación, en el fondo es un “macguffin”, ya que lo que le interesa al director, es exponer esas diferencias entre gente que viven en el mismo país, y que tienen que convivir a diario.
Es mucho más importante lo que esconden, que lo que dicen, y para ello, las miradas y gestos de Gutiérrez y Arévalo, ponen de manifiesto su posición, a nivel personal.
Esas diferencias, todavía existen en la España actual de 2014, pero no de forma tan marcada, como a principios de la década de los 80.
La Isla Mínima entera, es una metáfora de lo que ocurrió durante el proceso de la transición, un espíritu aún no superado por todos los españoles, por desgracia:
Todos ellos son conscientes de lo que ha ocurrido, pero para convivir en paz, mejor miran hacia otro lado; en la que todos ocultan algo:
Unos torturan y violan a jóvenes, otros trafican con drogas, otros miran hacia otro lado, mientras alquilan su casa a hombres sospechosos…
“Este país no es democrático, no está acostumbrado”
La Isla Mínima nos susurra la fatalidad de una España Profunda, encantada de lavarse la cara con barro.
El señoritismo, la ley del más fuerte, y del que más dinero posee en su caja de antiquísimos caudales, la injusticia impuesta sin sancionar, el silencio obediente del de abajo, y la búsqueda de cualquier resorte, incluso el ilegal, como el tráfico de drogas; para tratar de escapar a ese orden de clase establecido, pululan de verdad, rabia y lobreguez, en este film sobresaliente.
La grandeza de esta obra total, estriba en su exquisita apropiación de los códigos del “thriller” policiaco, como vía para profundizar en un universo atávico y cruel, donde la maldad emana de la propia tierra, anidando en los corazones de sus moradores, determinando comportamientos, y actitudes.
Toda una metáfora, al fin y al cabo, de la España que aún no había despertado plenamente de la pesadilla de la dictadura, cuyos lejanos ecos se perciben, de fondo, donde acaba la naturaleza, y comienza la civilización.
Como lejana es la mirada del demiurgo imperturbable que, en panorámicas aéreas de pictórica belleza, se diría que observa indolente, el devenir de los acontecimientos.
Es un thriller ambientado en La Transición Española, donde la impunidad envuelve un entorno de crímenes, secretos, y corrupción que, opino, podría estar sucediendo ahora.
“Es curioso, dice Rodríguez en una entrevista con Efe, pero lo que pasaba entonces, seguía pasando en 2013, y sigue pasando ahora.
Había problemas de definición del tipo de país que estábamos creando, e incluso, qué gracia, con la ley del aborto, lamentablemente lo mismo que ahora”, resume el director.
“A toro pasado se ve que ni la luz que creíamos ver era tanta luz, ni el cambio fue tan radical, ni tan limpio, sino que todo fue muy confuso, y cada uno salió como pudo”, añade Raúl Arévalo.
“Pedro, mi personaje, en teoría tiene las cosas muy claras, pero al final ve que, en la práctica, no son tan fáciles de llevar a cabo”
El actor madrileño, también considera, como Rodríguez, que los tiempos no han cambiado tanto, salvo que “antes, un juez o un político implicado en un caso de corrupción, se preocupaba más de taparse, pero ahora los imputados siguen estando en el poder, siguen saliendo en la televisión, y haciendo chistes, si viene al caso.
Si la hubiéramos ambientado ahora, se habría fastidiado el suspense”, ironiza el de Móstoles.
Una época de cambios, en un entorno que se resiste a cambiar.
Una sociedad sometida al terror, y resignada a él.
Como dije antes, ese asomarse a lo cotidiano, con una visión que hasta ahora no habíamos reparado, es uno de los elementos que marcan la filmografía de este director, que ahora ha amplificado y subrayado esta manera de contar cosas que, aunque resuenen en la memoria histórica, es inevitable pensar en el sangriento crimen de las niñas de Alcasser, cobran un nuevo significado, tanto real como histórico, o social.
Y es obvio que La Isla Mínima, se basa en el atroz caso de las niñas de Alcasser, acontecido una noche de viernes 13 de noviembre de 1992, que convulsionó a toda España.
Noche de torturas, terror, y muerte, para 3 niñas de la localidad valenciana de Alcasser, que lo único que quisieron aquél día, fue ir a bailar a una discoteca.
Caía la tarde, y Miriam García Iborra, de 14 años; María Deseada Hernández Folch (Desirée), de la misma edad; y Antonia Gómez Rodríguez (Toñi), de 15 años, fueron violadas, anal y vaginalmente, torturadas y vejadas con un ensañamiento tal, que ni los investigadores más duros pudieron soportar, y asesinadas finalmente, de un tiro en la cabeza.
El único condenado que hubo por el crimen, fue Miguel Ricart como cómplice:
Con 170 años de cárcel, por violar 4 veces a una de las chicas, y sujetar a las otras 2, mientras Antonio Anglés, al que siempre se consideró el autor material, las violaba.
Una de ellas incluso, recibió dos cuchilladas en la espalda.
Y 2 de ellas, presentaban la cabeza separada del resto del cuerpo.
Un tiro en la nuca para cada una, acabó con sus vidas, muy maltrechas ya por todas las agresiones previas.
Las violaciones, a juzgar por los informes de las autopsias, fueron brutales, utilizando incluso, objetos con filos cortantes, y palos de grandes dimensiones.
Una de las pequeñas, fue abusada sexualmente, después de haber muerto...
A otra, le arrancaron el pezón con un cuchillo, o con un objeto de tracción, en su día, se habló de alicates...
Los tiros en la nuca, fueron hechos a espaldas de ellas.
Fueron la causa directa de la muerte, pero una de las niñas, ya estaba agonizando, antes de recibir el disparo.
Las habían estado golpeando hasta la saciedad, con piedras y palos.
La brutalidad de los crímenes, indicaba que podía haber más implicados, incluso que Ricart y Anglés, de 23 y 26 años, respectivamente, considerados como psicópatas por los informes forenses, podían haber sido los señuelos de una organización más amplia, que habría usado a las niñas para satisfacer sus más oscuros, y asesinos instintos.
Se habló de gente con nombre público detrás del crimen, de películas “snuff”, de una trama orquestada por una red de pederastas...
El tribunal que juzgó el crimen, cerró todas esas posibilidades, pero lo cierto es que el misterio aún continúa, sobre todo después de que Antonio Anglés desapareciera misteriosamente.
La versión más extendida, es que se fugó como polizón en un buque, y que se ahogó en aguas de Irlanda...
Lo que pasó en Alcasser, lo contaron los cadáveres de Miriam, Toñi, y Desirée.
Los que realmente estuvieron detrás de los brutales crímenes, es el misterio que sigue sin resolver.
Por su parte, el padre de Miriam, Fernando García; y el periodista y criminólogo, Juan Ignacio Blanco, sostienen la teoría de que Anglés y Ricart, no fueron los únicos participantes en el crimen, sino que éstos seguían las órdenes de una banda organizada de asesinos, entre los que podrían encontrarse, productores de vídeos “snuff”, o personajes relevantes.
Desde su punto de vista, Ricart sólo se habría encargado de enterrar los cadáveres de las niñas, a las que se les habría dado muerte en otro lugar, no determinado, mientras que Anglés, habría sido asesinado para evitar que delatase a los verdaderos culpables.
Esta teoría es apoyada también por la familia de Toñi, pero no por la de Desirée.
García y Blanco, además, acusan a La Guardia Civil, y al juez, de manipular y destruir las pruebas para proteger a los verdaderos criminales.
Estas acusaciones, provocaron desmentidos oficiales, varias querellas, y la ruptura del padre de Miriam, con La Asociación Clara Campoamor, que se presentaba como acusación popular.
Todo ello fue un suceso y paradigma de esa España oscura e inquisitorial, donde cualquier degenerado, puede perpetrar crímenes atroces, y a la vez, jactarse de la usura proporcionada por las cloacas del “Estado de Derecho”
Por supuesto, cualquiera con 2 dedos de frente sabe, que el hermanísimo de un conocido exdirector de la OTAN, estaba pringado hasta las cejas, con la sangre de las chicas…
Con todo, el 29 de noviembre de 2013, fue puesto en libertad, Miguel Ricart, el único condenado por el crimen de Alcasser, tras permanecer 20 años en la cárcel de Herrera de la Mancha, Ciudad Real, donde ha estado recluido desde que fue detenido en 1993.
“¿Todo bien, no?”
Las Marismas del Guadalquivir, se sitúan en el antiguo estuario del río, terreno de 3 provincias:
Sevilla, Huelva y Cádiz, en Andalucía, al suroeste de España; y tienen una extensión aproximada de 2,000 km², que coincidirían con lo que era el antiguo Lacus Ligustinus.
Conforman una antigua ensenada litoral, colmatada por depósitos marinos y fluviales de aluvión.
De hecho, gran parte de estas tierras, siguen siendo actualmente inundables.
En la provincia de Sevilla, comprende los siguientes municipios:
Aznalcázar, Las Cabezas de San Juan, Dos Hermanas, Lebrija, Isla Mayor, Los Palacios y Villafranca, La Puebla del Río y Utrera.
Durante las épocas de lluvia, la marisma se convierte en una inmensa zona lacustre, debido a su forma plana, su proximidad al nivel del mar, y la naturaleza impermeable de los materiales de su subsuelo, que da como resultado, una especie de balsa prácticamente sellada por su superficie, cuyo interior se rellena de agua.
Los arenales que la rodean, funcionan como zonas de recarga del acuífero, por las que se infiltra hacia las capas subterráneas.
La marisma, se caracteriza por su horizontalidad, donde se localizan zonas más deprimidas, que retienen el agua durante un periodo mayor de tiempo, como los caños, y otras más elevadas, que permanecen secas casi todo el año, salvo períodos de grandes inundaciones.
Otra de sus características principales, es la acusada estacionalidad, propia del clima mediterráneo, en la que se suceden estaciones muy lluviosas, con otras muy secas.
En esta sucesión, destaca la primavera, en la que los humedales son el escenario de una explosión de vida.
Los sedimentos arrastrados por el Guadalquivir hacia el mar, durante siglos colmataron el golfo atlántico que llegaba hasta Sevilla, y crearon 2 mil kilómetros cuadrados de marisma, penetrada por el Guadalquivir, y sus 2 brazos más importantes:
El Brazo del Este, y el Brazo de la Torre.
Entre estos 3 cauces, se conformaron las denominadas:
Islas Mayor, y Menor, y ésta última, fue seccionada por la Corta de los Jerónimos, una de las ejecutadas desde el siglo XVIII entre meandros del Guadalquivir, para facilitar la navegación, creando la ínsula conocida desde entonces, como:
La Isla Mínima
“Tú no sabes cómo funcionan las cosas aquí”
La Isla Mínima es una película española de suspenso, del año 2014, dirigida por Alberto Rodríguez.
Protagonizada por Raúl Arévalo, Javier Gutiérrez, Nerea Barros, Antonio de la Torre, Jesús Castro, Mercedes León, Manolo Solo, Jesús Carroza, Cecilia Villanueva, Salvador Reina, Juan Carlos Villanueva, entre otros.
El guión es de Alberto Rodríguez y Rafael Cobos
Como proyecto, el director cuenta:
“La Isla Mínima comenzó hace unos cuantos años, en una exposición de fotos a la que acudí con Alex Catalán, director de fotografía, y buen amigo.
El fotógrafo sevillano, Atín Aya, se había dedicado a captar los últimos vestigios de una forma de vida que se desarrolló en Las Marismas del Guadalquivir, durante medio siglo.
Muchas de las fotografías, eran retratos de lugareños, y desprendían una especie de resignación, desconfianza, y dureza que acompañaba a aquellos rostros anclados en el pasado, y que con la mecanización del campo, quizás no tendrían sitio en un futuro inmediato.
La exposición, era el reflejo del fin de un tiempo, de una época.
Éste fue mi primer contacto con La Isla, un paisaje crepuscular, el decorado de un western de fin de ciclo.
Sumado a eso, todo lo que nos evocaban las marismas, un lugar mágico y misterioso, donde la riqueza y el poder, convivían con el dolor y la miseria de unos personajes, fruto del pasado político y social del país, y comenzamos a escribir una historia.
Decidimos ambientarla en 1980, año de gran tensión entre las 2 Españas; esa tensión, que como un rechinar de dientes, tenía que oírse por debajo.
La marisma se nos aparecía desde el principio, como un territorio inmenso, muy duro; magnético, pero realmente inhóspito y cruel.
Y lo fue” acotó.
La Isla Mínima, ha sido calificada como un asfixiante “thriller” policíaco, con una sutil subtrama sociopolítica, siendo considerada por la crítica, como una de las mejores películas españolas del año.
Tanto que fue la gran triunfadora de La XXIX Edición de Los Premios Goya, en la que obtuvo 10 galardones, incluido el correspondiente a La Mejor Película.
Con ocasión del éxito de La Isla Mínima, en la que destacan sus paisajes; la Diputación de Sevilla, junto con la Andalucía Film Comission (AFC), y la Junta de Andalucía, han presentado una ruta turística que recorre los escenarios del rodaje, que comprende distintas localizaciones como:
Puebla del Río, Isla Mayor, Finca Veta la Palma, Vetaherrado, el Poblado Cotemsa, Playa de los Morenos, el Brazo de los Jerónimos, y la Isla Mínima.
Y es que históricamente, fue El General Gonzalo Queipo de Llano, quien a partir de 1937, impulsó definitivamente el cultivo del arroz en esta zona, estratégico para abastecer al bando franquista, pues los otros arrozales españoles, la Albufera de Valencia, y el delta del Ebro, permanecían bajo soberanía republicana.
Las condiciones en las que miles de braceros, muchos de ellos republicanos, huidos de las matanzas de la Baja Andalucía y Extremadura, domeñaron la marisma, para transformarla en un límpido arrozal, se asemejaron a las penurias de los campos de trabajo forzado.
Numerosos presos de guerra y políticos, también fueron empleados en la construcción de las obras para el riego de estos cultivos.
El aislamiento geográfico de estas marismas, y el silencio forzado de miles de braceros que las transformaron, la marisma, en condiciones de semi-esclavitud, envolvieron a estas tierras, en un halo de misterio desvelado en parte en la película de Alberto Rodríguez.
Violencia machista, lucha sindical, droga, y proxenetismo, son detalles que aparecen de soslayo.
No hay disonancias, ni dramas intimistas, ni circunloquios adolescentes para el lucimiento de los actores.
En La Isla Mínima todo fluye, te atrapa, te mantiene en vilo.
Los detalles están para situarte, son el territorio…
Alberto Rodríguez, nos retrata pues, una sociedad rural, sobreviviente, sometida, y conformista con su desilusionante destino, al que hacen frente los jóvenes del lugar, que se rebelan pagando, a veces, un alto precio.
Bienvenidos a los recién estrenados años de 1980, en una pequeña localidad sureña, donde la indefensión que genera la pobreza y la ignorancia, es el mejor caldo de cultivo para sembrar miedos, abusos, y desconfianzas entre la población de una manera impune.
Allí, en un pequeño pueblo andaluz de Las Marismas del Guadalquivir, son asesinadas 2 adolescentes.
Para intentar resolver el caso, envían desde Madrid, a 2 detectives de homicidios:
Juan (Javier Gutiérrez) y Pedro (Raúl Arévalo)
El primero es un policía ya muy quemado, que busca realizar un trabajo bueno, eficaz, que les guste a sus superiores, y pueda volver con un mejor puesto a Madrid.
El otro, un joven padre, primerizo en la policía, con nuevas energías
Ideológicamente, ambos policías están en las antípodas:
Uno es rebelde, protestón, sentimental, y más liberal.
El otro es conservador, cerrado, violento, y oscuro por momentos… y no se llevan delicadamente bien.
Una huelga de los trabajadores del campo, pone en riesgo la cosecha del arroz, principal riqueza de la región, y dificulta las tareas de investigación de los 2 policías, que reciben presiones para solucionar el caso cuanto antes.
Sin embargo, la investigación policial, pone en evidencia que en los últimos años, han desaparecido varias jóvenes más, y que aparte del arroz, existe otra fuente de riqueza:
El tráfico de drogas.
Nada es lo que parece, en una comunidad aislada, opaca, y plegada sobre sí misma.
Las pesquisas de los detectives, parecen no llevar a ningún lado…
Así pues, La Isla Mínima, es un clásico del cine policíaco, en el que una pareja de inspectores contrapuestos en su forma de actuar y pensar, se enfrenta a un asesino en serie.
En una comunidad anclada en el pasado, tendrán que enfrentarse no sólo a un cruel asesino, sino también a sus propios fantasmas.
Las sobrecogedoras marismas andaluzas, son retratadas a base de amplios planos cenitales, en los que se transmite una aparente belleza, que al profundizar, tanto en la forma como en el fondo, se descubre engañosa.
Latente, escondido, en estos parajes, se esconde un gran mal, el de una España hundida en el horror, esa España profunda, sumida en los estertores del Franquismo, que queda plasmada en la barbarie que domina la dinámica de este pequeño pueblo.
El logro de Alberto Rodríguez, es conseguir que en todo momento tengamos la sensación de que hay algo turbio, ya sea porque le vaya a pasar a alguno de los personajes, o por las propias motivaciones de los mismos.
“Voces de muerte sonaron cerca del Guadalquivir”
Lo mejor de La Isla Mínima, es la atmósfera que consigue crear, gracias especialmente al trabajo de dirección, fotografía, y montaje, además de las interpretaciones de sus protagonistas principales, 2 actores a los que estábamos acostumbrados a ver en papeles de comedia.
También, apuesta muy fuerte por la ambigüedad, un profesional de la abyección puede albergar también al compañero que te protege en una situación límite, que te salva la vida, el demonio tiene anverso y reverso.
Se trata de un film hipnótico, fascinante, bien dirigido, y sobre todo, con un gran equilibrio.
Un equilibrio que comienza con la pareja protagonista:
Un policía joven y honesto, interpretado por Raúl Arévalo; y su compañero, un personaje más oscuro, que viene del régimen franquista, y que interpreta magistralmente, Javier Gutiérrez.
Ambos bordan su papel, sin estridencias.
Y es que en la España del postfranquismo, todavía no se habían cerrado las heridas, y nos encontrábamos con unas grandes diferencias ideológicas.
La Isla Mínima, es una ficción de principio a fin, pero se adentra en la investigación de la desaparición de 2 niñas.
Encontrar personas desaparecidas, sigue siendo una de las principales tareas de los investigadores de homicidios.
Aún hoy en día, sigue siendo esa una de sus principales tareas:
Tratar de encontrar seres humanos que se han desvanecido, perseguir el rastro de fantasmas…
Se trataba de crear los acontecimientos, en base a la rutina de unos policías de hace casi 40 años de edad.
El director cuenta:
“Gracias al contacto con 2 policías en activo, conseguimos mucha documentación de primera mano, que nos sirvió para armar la trama.
Así, comprobamos que los métodos policiales han cambiado enormemente; antes todo era mucho menos científico, había pocos medios, o casi ninguno, varios policías nos dijeron al leer el guión que era raro, que cada policía tuviese una habitación propia en la pensión, que eso era un derroche…
Al final, teníamos una trama muy fuerte, que arrastraba la historia con potencia, y necesitábamos integrar más a los personajes, por lo que decidimos inspirarnos en algunos acontecimientos reales, sucedidos en aquellos años.
En el caso del personaje de Pedro, usamos la historia real de un policía que fue expedientado y apartado de su puesto, por expresar su repulsa hacia militares pro-golpistas, no olvidemos que la historia se desarrolla en 1980”
La interesante trama del policía, y su carácter va paralela.
Por un lado nos ejemplifican las 2 Españas:
El policía joven, con ganas de cambio, contra el régimen en un país que se resiste a ello.
Como contrapunto, el trabajado personaje de Javier Gutiérrez, un torturador del franquismo, que incluso mató en una manifestación, y que se libra del castigo, y se adapta a su nuevo puesto, manteniendo el perfil bajo.
No quiere ser un héroe, ni salir en los periódicos, deja todos los méritos a su joven compañero, al que aunque parezca mentira, admira.
Admira su espíritu inocente, su alma sin mancha.
Desea que no cambie, que recuerde lo que hizo en ese pueblo, y se lo cuente y enseñe a su hijo, mientras él en su vida, poco tiene de que sentirse orgulloso, y tampoco nadie a quien enseñárselo…
Prefiere pasar sus días bebiendo, y con mujeres.
Y el equilibrio sigue con la trama, plagada de elementos contextuales, que sitúan al espectador, en un tiempo, años 80; y un espacio, una aldea de las marismas del bajo Guadalquivir.
El estilo de La Isla Mínima es comparable al “thriller” del Hollywood clásico:
Suciedad, decadencia, y corrupción; el elemento que la distingue, es el marco en el que está ambientada, una España en transición, donde tanto la nueva democracia, como las personas, no están limpias de culpa, un pueblo andaluz, dónde todos callan la culpa del otro, y se encubren mutuamente, pero sin embargo, todos tienen cierta idea de la verdad, lo que podría ser llamado, un símil con las películas de terror.
La fotografía, merece un capítulo aparte, donde destacan los cenitales del entorno del Parque de Doñana, y la ribera del bajo Guadalquivir, que parecen sacados de un documental de National Geographic.
El paisaje, a veces sereno, a veces asfixiante, permite al director, Alberto Rodríguez, desarrollar la trama con las dosis justas de suspense.
La escena de la mujer caminando de noche, que se torna roja, es bestial; o la escena alegórica de animales apareciendo, y otorgando, tan sencilla y tan genial, el uso del color, y del encuadre todo el rato.
De manera similar a lo que ocurre en “Twin Peaks”, en el pueblo, todos tienen algo que ocultar; poco a poco irán aportando la información necesaria para desvelar el misterio.
A pesar de ser una comunidad pequeña, no sabemos quién es el asesino, no lo intuimos hasta el final, y sin embargo, todo encaja.
Es difícil destacar a alguien entre el reparto, porque casi todos están muy bien.
Pero el que lleva el peso, es Javier Gutiérrez, interpretando a Juan, que comienza de manera contenida, y con un gran sentido del humor, para terminar siendo un personaje muy duro.
Hay un gran contraste entre Pedro y Juan.
Ambos tienen un cambio en su actitud, según va avanzando la investigación.
La sinceridad de Arévalo, se pone de manifiesto en la parte final, e intenta imponerse a su compañero de investigación, que tiene una actitud mucho más dictatorial.
También destacaría el trabajo de Nerea Barros, como esa mujer misteriosa, enmudecida, y que dosifica la información que tiene velando siempre más de lo que enuncia.
Incluso, Jesús Castro, que en esta ocasión está mucho mejor que en la reciente “El Niño”, en un par de escenas, en las que cumple con mucha convicción.
Pero Juan, es una marisma humana, obligada a calmar el hedor de fondo...
El paisaje acuático, seco, luminoso, inhóspito, difícil, lleno de canales, y cañizos, de terrenos áridos sin cultivar, que brinda el enclave elegido, añade tensión, brumas, calenturas, y falsas luminosidades a las acciones en él escenificadas, haciéndolo un personaje más, que se mira inclusive desde el aire.
La geografía lugareña, tiene calidad de personaje omnipresente, sabedor, y malicioso.
Del contraste habido entre las bellísimas e inquietantes imágenes aéreas, que lo puntúan elevadamente, y la soberbia fisicidad aportada por las carreteras, caminos, canales, viviendas, y cortijos, La Isla Mínima impone la jaula irrespirable dentro de la que personajes y acontecimientos, revolotean su prisión a libertad lenta, baldía, y encarnizada.
La cámara del realizador, se apresta con brío a convertirse en instrumento que apremia a lo investigado, y acucia al investigador.
Como esclarecimiento del caso, entiendo que Quini (Jesús Castro), era el encargado de hacer de “gancho” con las chicas, siempre que no hubiera una ruptura de por medio, como ocurrió con Adela.
Vemos cómo esto ocurre en el caso de Marina (Ana Tomeno), la chica que sobrevive, que colgada de él, que confía ciegamente cuando se la lleva a la casa que utilizan para las fotografías y las torturas.
También, había salido con el resto de las chicas, qué raro los guardias del pueblo, que no se dan cuenta de que el mismo chico, casualmente ha salido con 3 de las desaparecidas, siendo la 4ª, la hermana de una de sus novias; así que ese era su “modus operandi” habitual.
El “hombre del sombrero” es el que las viola, y las tortura.
Primero porque su reloj se ve en una de las fotografías y, sobre todo, por lo que dice Marina, de que “tenía las manos finas, y olía bien”
Sus declaraciones, huelen totalmente a post-violación, o al menos, a que ha habido algunos inicios de tocamientos, tal vez interrumpidos cuando Sebastián (Manuel Salas) alertó a sus compañeros de la presencia del policía en el exterior de la casa.
Sebastián, sería por una parte, un contacto que le dan a las chicas:
La persona que trabaja en el hotel, y que les garantiza una salida del pueblo, una esperanza a todas esas jóvenes, que se sienten encerradas y oprimidas.
Yo creo que los asesinos utilizan esto como coartada, pues todas ellas tienen folletos, y distintos objetos del hotel, y llevaban meses comentando a todos sus allegados, sus deseos de irse a trabajar fuera.
Así, cuando se marchan, sus familiares piensan que finalmente, han hecho lo que llevaban tiempo deseando hacer, aunque se trata de una coartada algo débil, por lo fácil que es llamar al hotel, y comprobar que no están allí.
En realidad, los cuerpos los tiraba el mismo Sebastián, a la especie de turbina de las marismas, donde irónicamente, acabará su propio cadáver.
Encuentro, además, una ironía en la parte final, está muy bien que hasta este momento no tengamos claro, que el policía con el que nos hemos encariñado, era efectivamente un torturador:
El policía triunfador, que ha resuelto el caso, y se ha cargado a uno de los culpables, era un torturador, arropado eso sí, por la legalidad franquista.
Él no es asesinado por ningún agente de la ley, aunque cuando se le ve meando sangre, se anuncia algún desenlace turbio, la sangre de su pasado le persigue, convertida en enfermedad.
También, me ha gustado mucho que se arriesguen, a dejar bien cerrada la historia de Sebastián y la de Quini, pero sin embargo, nos dejen sin saber, qué pasa exactamente con el principal torturador-violador.
Es posible, no sabemos, que la violencia no se acabe por mucho que los casos queden cerrados, y además, no siempre “los malos” son castigados.
La inclusión de la subtrama sobre el pasado del personaje de Javier Gutiérrez, me parece una opción completamente lógica e interesante, además del conflicto de metodologías entre la pareja de detectives, e incluso de ideología; especialmente la conclusión que es posible sacar de esta:
La redención y el perdón; aunque ésta, realmente no sea compartida por muchos.
Al final vemos, porque el personaje de Javier Gutiérrez no puede dormir, exceptuando la escena donde queda inconsciente, digamos que fue un títere de Franco, y debido a las matanzas realizadas, los muertos le perseguirán hasta su muerte, de ahí el comentario de la mujer que puede hablar con los muertos, en esa secuencia ella le dice:
“Los muertos te están esperando”
La Isla Mínima acaba con un final oscuro, deja abierta una posibilidad muy macabra:
La de que ese policía, brazo ejecutor de la represión franquista, por complicidad ideológica, resignación, o dudo mucho más de esta última posibilidad, simplemente pragmática indiferencia por haber ya resuelto el caso, renunciara a llegar más lejos.
No creo que sea ninguna de las 3 cosas, al menos sólo una de ellas, y ahí reside la grandeza del personaje:
En el cóctel de elementos que contiene, y que hasta el último segundo, no revela su cara más oscura.
Lo que pasa es que el crimen es lo de menos.
Lo que importa es lo que hay detrás:
Quien encubre a quien, porque han escogido a ellos para el caso, y lo que logran cada uno de ellos.
El crimen, es simplemente un “macguffin” para lo que realmente se quiere contar:
La investigación, en el fondo es un “macguffin”, ya que lo que le interesa al director, es exponer esas diferencias entre gente que viven en el mismo país, y que tienen que convivir a diario.
Es mucho más importante lo que esconden, que lo que dicen, y para ello, las miradas y gestos de Gutiérrez y Arévalo, ponen de manifiesto su posición, a nivel personal.
Esas diferencias, todavía existen en la España actual de 2014, pero no de forma tan marcada, como a principios de la década de los 80.
La Isla Mínima entera, es una metáfora de lo que ocurrió durante el proceso de la transición, un espíritu aún no superado por todos los españoles, por desgracia:
Todos ellos son conscientes de lo que ha ocurrido, pero para convivir en paz, mejor miran hacia otro lado; en la que todos ocultan algo:
Unos torturan y violan a jóvenes, otros trafican con drogas, otros miran hacia otro lado, mientras alquilan su casa a hombres sospechosos…
“Este país no es democrático, no está acostumbrado”
La Isla Mínima nos susurra la fatalidad de una España Profunda, encantada de lavarse la cara con barro.
El señoritismo, la ley del más fuerte, y del que más dinero posee en su caja de antiquísimos caudales, la injusticia impuesta sin sancionar, el silencio obediente del de abajo, y la búsqueda de cualquier resorte, incluso el ilegal, como el tráfico de drogas; para tratar de escapar a ese orden de clase establecido, pululan de verdad, rabia y lobreguez, en este film sobresaliente.
La grandeza de esta obra total, estriba en su exquisita apropiación de los códigos del “thriller” policiaco, como vía para profundizar en un universo atávico y cruel, donde la maldad emana de la propia tierra, anidando en los corazones de sus moradores, determinando comportamientos, y actitudes.
Toda una metáfora, al fin y al cabo, de la España que aún no había despertado plenamente de la pesadilla de la dictadura, cuyos lejanos ecos se perciben, de fondo, donde acaba la naturaleza, y comienza la civilización.
Como lejana es la mirada del demiurgo imperturbable que, en panorámicas aéreas de pictórica belleza, se diría que observa indolente, el devenir de los acontecimientos.
Es un thriller ambientado en La Transición Española, donde la impunidad envuelve un entorno de crímenes, secretos, y corrupción que, opino, podría estar sucediendo ahora.
“Es curioso, dice Rodríguez en una entrevista con Efe, pero lo que pasaba entonces, seguía pasando en 2013, y sigue pasando ahora.
Había problemas de definición del tipo de país que estábamos creando, e incluso, qué gracia, con la ley del aborto, lamentablemente lo mismo que ahora”, resume el director.
“A toro pasado se ve que ni la luz que creíamos ver era tanta luz, ni el cambio fue tan radical, ni tan limpio, sino que todo fue muy confuso, y cada uno salió como pudo”, añade Raúl Arévalo.
“Pedro, mi personaje, en teoría tiene las cosas muy claras, pero al final ve que, en la práctica, no son tan fáciles de llevar a cabo”
El actor madrileño, también considera, como Rodríguez, que los tiempos no han cambiado tanto, salvo que “antes, un juez o un político implicado en un caso de corrupción, se preocupaba más de taparse, pero ahora los imputados siguen estando en el poder, siguen saliendo en la televisión, y haciendo chistes, si viene al caso.
Si la hubiéramos ambientado ahora, se habría fastidiado el suspense”, ironiza el de Móstoles.
Una época de cambios, en un entorno que se resiste a cambiar.
Una sociedad sometida al terror, y resignada a él.
Como dije antes, ese asomarse a lo cotidiano, con una visión que hasta ahora no habíamos reparado, es uno de los elementos que marcan la filmografía de este director, que ahora ha amplificado y subrayado esta manera de contar cosas que, aunque resuenen en la memoria histórica, es inevitable pensar en el sangriento crimen de las niñas de Alcasser, cobran un nuevo significado, tanto real como histórico, o social.
Y es obvio que La Isla Mínima, se basa en el atroz caso de las niñas de Alcasser, acontecido una noche de viernes 13 de noviembre de 1992, que convulsionó a toda España.
Noche de torturas, terror, y muerte, para 3 niñas de la localidad valenciana de Alcasser, que lo único que quisieron aquél día, fue ir a bailar a una discoteca.
Caía la tarde, y Miriam García Iborra, de 14 años; María Deseada Hernández Folch (Desirée), de la misma edad; y Antonia Gómez Rodríguez (Toñi), de 15 años, fueron violadas, anal y vaginalmente, torturadas y vejadas con un ensañamiento tal, que ni los investigadores más duros pudieron soportar, y asesinadas finalmente, de un tiro en la cabeza.
El único condenado que hubo por el crimen, fue Miguel Ricart como cómplice:
Con 170 años de cárcel, por violar 4 veces a una de las chicas, y sujetar a las otras 2, mientras Antonio Anglés, al que siempre se consideró el autor material, las violaba.
Una de ellas incluso, recibió dos cuchilladas en la espalda.
Y 2 de ellas, presentaban la cabeza separada del resto del cuerpo.
Un tiro en la nuca para cada una, acabó con sus vidas, muy maltrechas ya por todas las agresiones previas.
Las violaciones, a juzgar por los informes de las autopsias, fueron brutales, utilizando incluso, objetos con filos cortantes, y palos de grandes dimensiones.
Una de las pequeñas, fue abusada sexualmente, después de haber muerto...
A otra, le arrancaron el pezón con un cuchillo, o con un objeto de tracción, en su día, se habló de alicates...
Los tiros en la nuca, fueron hechos a espaldas de ellas.
Fueron la causa directa de la muerte, pero una de las niñas, ya estaba agonizando, antes de recibir el disparo.
Las habían estado golpeando hasta la saciedad, con piedras y palos.
La brutalidad de los crímenes, indicaba que podía haber más implicados, incluso que Ricart y Anglés, de 23 y 26 años, respectivamente, considerados como psicópatas por los informes forenses, podían haber sido los señuelos de una organización más amplia, que habría usado a las niñas para satisfacer sus más oscuros, y asesinos instintos.
Se habló de gente con nombre público detrás del crimen, de películas “snuff”, de una trama orquestada por una red de pederastas...
El tribunal que juzgó el crimen, cerró todas esas posibilidades, pero lo cierto es que el misterio aún continúa, sobre todo después de que Antonio Anglés desapareciera misteriosamente.
La versión más extendida, es que se fugó como polizón en un buque, y que se ahogó en aguas de Irlanda...
Lo que pasó en Alcasser, lo contaron los cadáveres de Miriam, Toñi, y Desirée.
Los que realmente estuvieron detrás de los brutales crímenes, es el misterio que sigue sin resolver.
Por su parte, el padre de Miriam, Fernando García; y el periodista y criminólogo, Juan Ignacio Blanco, sostienen la teoría de que Anglés y Ricart, no fueron los únicos participantes en el crimen, sino que éstos seguían las órdenes de una banda organizada de asesinos, entre los que podrían encontrarse, productores de vídeos “snuff”, o personajes relevantes.
Desde su punto de vista, Ricart sólo se habría encargado de enterrar los cadáveres de las niñas, a las que se les habría dado muerte en otro lugar, no determinado, mientras que Anglés, habría sido asesinado para evitar que delatase a los verdaderos culpables.
Esta teoría es apoyada también por la familia de Toñi, pero no por la de Desirée.
García y Blanco, además, acusan a La Guardia Civil, y al juez, de manipular y destruir las pruebas para proteger a los verdaderos criminales.
Estas acusaciones, provocaron desmentidos oficiales, varias querellas, y la ruptura del padre de Miriam, con La Asociación Clara Campoamor, que se presentaba como acusación popular.
Todo ello fue un suceso y paradigma de esa España oscura e inquisitorial, donde cualquier degenerado, puede perpetrar crímenes atroces, y a la vez, jactarse de la usura proporcionada por las cloacas del “Estado de Derecho”
Por supuesto, cualquiera con 2 dedos de frente sabe, que el hermanísimo de un conocido exdirector de la OTAN, estaba pringado hasta las cejas, con la sangre de las chicas…
Con todo, el 29 de noviembre de 2013, fue puesto en libertad, Miguel Ricart, el único condenado por el crimen de Alcasser, tras permanecer 20 años en la cárcel de Herrera de la Mancha, Ciudad Real, donde ha estado recluido desde que fue detenido en 1993.
“¿Todo bien, no?”
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