Beasts Of No Nation

“Bullet is just eating everything, leaves, trees, ground, person.
Eating them.
Just making person to bleed everywhere.
We are just like wild animals now, with no place to be going”

Durante el transcurso de los últimos 10 años, se estima que más de 1 millón de niños, han fallecido en conflictos armados.
Las guerras afectan gravemente a los niños, debido a su vulnerabilidad, de muchas maneras distintas.
Ante el caos de un conflicto armado, los niños son los más perjudicados.
Son todavía demasiado jóvenes para comprender lo que está ocurriendo, o no tienen ninguna forma de defenderse contra el peligro.
Son vulnerables, y se convierten en un objetivo fácil, que las fuerzas armadas no tienen reparos en explotar; por tanto, los derechos fundamentales de estos niños, son descaradamente ignorados, en beneficio de actos bárbaros y crueles.
Si no son asesinados, mutilados, encarcelados, o violados como resultado de barbaries, son sexualmente explotados o esclavizados.
Además, la violación es, en ocasiones, utilizada como táctica de guerra contra niños y mujeres, para torturar, herir, obtener información, intimidar, o castigar.
En muchos casos, las guerras rompen familias, separando a los niños de sus progenitores.
Abandonados a su suerte, se encuentran solos, asustados, perdidos, y necesitados, ya que son incapaces de cuidar de sí mismos.
Para sobrevivir, a menudo se ven forzados a huir de su país.
Estos “niños soldado”, han sido secuestrados en la calle, o sacados de las aulas, campos de refugiados, o campos de desplazados internos.
Otros muchos, son forzados a salir de sus casas a punta de pistola, mientras unos padres angustiados, los ven partir sin poder hacer nada.
Otros son reclutados, mientras juegan cerca de casa, o caminan por la carretera.
Existen también algunos niños, que se han unido a las fuerzas del ejército, o la milicia de forma “voluntaria”, ante la desintegración de las familias a causa del conflicto, las condiciones de pobreza, y el desplome de servicios sociales básicos, como los centros educativos y de salud.
Los reclutadores, suelen enviar a estos niños a campos de entrenamiento, junto a los adultos, para que reciban formación y adoctrinamiento militar.
Reciben un trato violento y, en algunos campos, han muerto debido a las deplorables condiciones en que vivían.
Tras varias semanas de entrenamiento, son utilizados en primera línea de fuego, como carne de cañón.
A menudo, se les administran drogas y alcohol, para hacerlos insensibles a las emociones cuando cometen estos crímenes.
Se recluta a niños, porque se los considera “baratos y prescindibles”, y porque resulta fácil embrutecerlos para que cometan homicidios sin temor, y muestren una obediencia incondicional.
Y la principal razón, por la que las fuerzas armadas eligen niños frente a los adultos, se explica por la facilidad en convencerles a unirse a estos grupos, y en manipularles más tarde.
Los niños son inocentes, inconscientes del peligro, y “mucho más baratos”
Además tienden a obedecer, y no desafían a la autoridad.
En una difícil situación, los jóvenes ven este reclutamiento, como una forma de resolver sus problemas.
El uso militar de niños, toma 3 formas distintas:
Los niños pueden tomar la parte directa en las hostilidades, “soldados del niño”, o pueden ser utilizados en papeles de ayuda, tales como porteros, espías, mensajeros, patrullaje, y esclavos sexuales; o pueden ser utilizados para la ventaja política, como escudos humanos, o en propaganda.
Estas heridas emocionales, son difíciles de cicatrizar, y tienen serias repercusiones en su vida futura.
En África, el uso de “niños soldado” en guerras civiles y conflictos tribales, es hábito común.
Se acusa habitualmente también, a distintos movimientos guerrilleros, de reclutar o forzar a niños a campañas militares.
El problema de los niños soldados es, junto a las minas, una carga para toda África, en forma de personas que no han conocido otra vida que la guerra, muchos de ellos, drogodependientes, desprovistos de cariño, y con una obsesión fría por la muerte, se convierten en fuente de conflictos; pero muy útiles para los dictadores de cada bando, quienes los utilizan masivamente por su lealtad, y pocas reflexiones sobre lo correcto de sus conductas.
Estos niños, incapaces de crecer en una atmósfera de confianza, y habiendo tenido que hacer frente a atrocidades desde muy jóvenes, desarrollan la convicción de que la violencia es una forma como cualquier otra de resolver disputas, y por ello es difícil enviar un mensaje de paz y de seguridad internacional, a futuras generaciones.
El incremento del número de conflictos en el mundo y, especialmente, en El África Subsahariana, ha contribuido a la deconstrucción de la noción tradicional, de que los niños son sólo víctimas de las guerras, y la violencia.
Debido a su aspecto inocente y su edad, son considerados pacíficos e inofensivos; sin embargo, los niños se han convertido en las personas más trastornadas por su participación en conflictos armados.
Así, en lugar de ser los protegidos, los niños se han erigido en protectores de Estados-nación, familias, y recursos; y también en perpetradores de violencia.
Esta situación, es peor en regiones donde la guerra es un proceso continuo, como en:
Sudán, Uganda, Liberia, Sierra Leona, Somalia, y La República Democrática del Congo.
Las situaciones de estos países, han creado guerras interminables, a raíz de la participación de niños en las mismas, haciéndose un problema generacional.
Los efectos de la guerra sobre el sector de la educación, también han jugado un papel fundamental en la marcha de los niños hacia la línea de fuego.
Cuando las escuelas cierran, los niños no tienen acceso a la educación.
Como consecuencia, se convierten en objetivo de los grupos rebeldes, a la vez que generadores de violencia “disponibles”, por si surge una oportunidad de ese tipo en las zonas en conflicto.
Además de esta negación del derecho a la educación, los niños se hacen parte de una sociedad, en la que se desarrolla una guerra fundamentada en la lucha continua.
Por tanto, la posibilidad de que los niños terminen en el campo de batalla, aumenta conforme la guerra se exacerba.
Hay que subrayar que, aparte del hecho de pertenecer a una sociedad, en donde la violencia ha persistido durante mucho tiempo, como en Sudán, el Norte de Uganda, Somalia, y Angola, también la inseguridad ordena a los niños, a hacerse soldados.
En una sociedad donde el sentido de la seguridad y la tranquilidad es frágil, los niños se convierten en soldados por su propia protección, en medio de la violencia y el caos.
Ante una inseguridad que se expande, se sienten más seguros con armas en sus manos.
La reinserción de estos niños en la sociedad es difícil, muchos de ellos temen volver a sus casas, porque sus vecinos han presenciado su participación en los crímenes.
Además, quedan traumatizados e insensibilizados, los recuerdos de las guerras, siempre quedan en ellos.
La inocencia de la infancia como protagonista en el cine bélico, siempre ha sido propósito de reflexión.
A través de la pantalla grande, se han observado contextos en plena guerra y, en medio, a niños comportándose o reaccionando de distintas maneras.
En la mayoría de casos, su inocencia ha sido de alguna forma ultrajada, obligada a cruzar la orilla de la precocidad, sobre el conocimiento trágico de la humanidad.
Muy a pesar, la inocencia no deja de palpitar de forma natural, se resiste abandonar su lugar, o simplemente no termina de comprender, el porqué de la violencia, o la muerte prematura.
Es de esta forma que se abre la reflexión.
¿Cómo volver a ser sólo un niño, después de tantas atrocidades?
“I saw terrible things... and I did terrible things”
Beasts Of No Nation es una película bélica, del año 2015, escrita y dirigida por Cary Joji Fukunaga.
Protagonizada por Abraham Attah, Idris Elba, Emmanuel Nii Adom Quaye, Richard Pepple, Teibu Owusu Achcampong, Opeyemi Fagbohungbe, Ama K. Abebrese, Grace Nortey, David Dontoh, entre otros.
Fue producida por Participant Media y Red Crown Productions, y distribuida mundialmente por el servicio de “streaming online”, Netflix.
El acceso de los usuarios a contenidos a través de métodos como el “streaming”, está causando un importante cambio en las formas de creación, distribución, y consumo, debido a su fácil difusión por las plataformas en línea que existen en la actualidad.
Netflix, la empresa de “streaming” de películas, distribuye legalmente a través de la red; películas, documentales, cortometrajes, series, miniseries, tv-movies, y videojuegos cedidos por productoras, televisiones, y grupos empresariales.
El 16 de enero de 2014, el nombramiento del documental, “The Square” (2013) para un Premio de La Academia, se convirtió en la primera nominación a la historia, para una producción original de Netflix.
Y con Beasts Of No Nation la convierte en la primera película producida por el servicio online, continuando su expansión de contenido audiovisual.
Esto será una constante a partir de ahora, ya que tanto sus series como películas de producción propia, estarán disponibles en todo el mundo, el mismo día de su lanzamiento, tanto en versión original, como doblada.
Netflix, es sinónimo de calidad, sus series originales lo demuestran; y con Beasts Of No Nation, inicia un camino realmente prometedor en el universo cinematográfico.
No optaron por lo comercial, es decir los “blockbuster”, y se decidieron irse por lo controversial, temáticas que influyen directamente en nuestra sociedad, un mundo lleno de contrastes, con una película que pone nuevamente en el foco mundial, al continente africano, y su triste e inhumana realidad.
Aunque la crudeza del argumento, invoca de forma casi automática, la autoridad de un hecho real, lo cierto es que Beasts Of No Nation es una obra de ficción.
Está basada en la novela debut del ghanés, Uzodinma Iweala, publicada en 2005, a sus 23 años.
Hijo de una ministra de finanzas de Nigeria, y educado como médico en Harvard, Iweala tampoco se inspiró en una historia en particular.
La idea le vino en sus días colegiales, tras leer un reportaje de Newsweek, sobre los niños soldado de Sierra Leona, y después de conocer en persona, a China Keitetsi, quien a los 8 años fue reclutada por el ejército de resistencia ugandés, y luego se convirtió en guardaespaldas de los jerarcas del régimen.
Violada rutinariamente por sus superiores, más tarde fue torturada, y consiguió escaparse a los 19 años, rumbo a Sudáfrica, y luego a Europa, con una vida de horrores a sus espaldas.
Actualmente, Keitetsi es una activista de derechos humanos, residente en Dinamarca, y autora de un escalofriante libro de memorias:
“Child Soldier: Fighting For My Life”
Su novela, en cambio, convirtió a Iweala en un pequeño fenómeno literario, pero algo en toda la experiencia, debe haberle dejado mal sabor de boca:
No ha vuelto a publicar otro relato ficticio.
Como dato, el reparto de Beasts Of No Nation, está formado por actores no profesionales, salvo Idris Elba.
Y fue en Ghana, donde se seleccionó al joven protagonista, Abraham Attah, que en aquel momento contaba con 14 años, que sorprendió al director de casting mientras jugaba al fútbol.
El rodaje tuvo lugar en la región oriental de Ghana.
“El hombre de presente, lo definieron los eventos del pasado”
En este contexto, la niñez; y Beasts Of No Nation nos muestra la realidad, la crudeza, la pobreza, y el terror que el continente africano vive en la actualidad; bajo la perspectiva de un niño que se convierte en nuestro “guía turístico” de uno de los destinos más desoladores y peligrosos del mundo.
Ambientada en un país del África subsahariana, que nunca se llega a concretar cuál es, pero que podría ser cualquiera que tenga conflicto bélico, Beasts Of No Nation cuenta la historia de un niño llamado Agu (Abraham Attah), que tras presenciar el asesinato de su abuelo, padre, y hermano, a manos del ejército, se sumerge en la selva, donde es reclutado por una milicia liderada por un “Comandante” (Idris Elba), al cual nunca conoceremos su nombre, que actúa como si fuese un semi dios, y Agu es forzado a formar parte de las filas de una fuerza de defensa rebelde.
Beasts Of No Nation no es más que la triste, cruel, y real historia de los niños que deben aprender a ser hombres en cuestión de horas.
Unos pasos agigantados, enfocados en el dolor y el odio, ayudados por un constante lavado de cerebro, al que deben sumirse si quieren permanecer vivos.
“Everything is always dark and nobody's ever having to see all the terrible things that are happening here”
Beasts Of No Nation, es la primera producción cinematográfica, que sale desde la máquina de dominio mundial en entretenimiento, “via streaming”, Netflix.
Para ello, decidió utilizar un tema polémico, como la actualidad inhumana del continente africano.
Quizás como estrategia para generar controversia, pero lo más importante, comentarios, bien sean positivos o negativos; en una película muy potente, y realizada con mano firme, que realmente hace pasar un mal rato al espectador, que rehúsa cualquier gesto paliativo final, y con unas imponentes interpretaciones.
Un drama crudo y bellamente filmado, y lo más importante, que merece ser visto.
Es una historia que el director, Cary Joji Fukunaga escribió hace 7 años, y como lleva demostrando en sus anteriores trabajos, ejerce de guionista, productor, director, y se encarga de la fotografía.
Todo un genio que nos brinda ahora, una historia incómoda, de esas que nos hacen tragar saliva por lo que estamos viendo, por su maldita realidad.
El primer nivel, es el objetivo, el más crudo y realista:
Es el que permite al realizador, mostrar el horror de una guerra desde dentro, desde que se forma a las máquinas de matar, y cuáles son sus consecuencias, tanto para los que participan directamente, como para una sociedad que va destruyéndose poco a poco.
Cómo afecta el combate a los individuos, y cuáles son los intereses políticos a nivel casi mundial, para que las guerrillas sigan realizando su “trabajo”
El segundo, el subjetivo, el personal:
El que nos hace sentir de primera mano las emociones de los que se han visto envuelto en ese horror, en un sistema militar, del que no comprenden nada.
Ni los niños, ni tan siquiera Los Comandantes.
A pesar de ser claros los causantes, o el eje responsable de esta guerra, Beasts Of No Nation no tiene el más mínimo interés en analizar dicho asunto, sobre qué es lo que está funcionando mal dentro de esa nación, o cuáles serían las posibles enmiendas para llegar a un consenso.
Ni de los grandes capitales, las grandes multinacionales, son las que provocan el conflicto, y financian a ambos grupos para que se maten entre sí, y provoquen el caos.
Mientras éste dure, ellos pueden hacer y deshacer a su antojo, explotar los recursos naturales sin que nadie se preocupe por lo que están haciendo, y explotar a la población.
En su lugar, la historia apunta estrictamente, a cómo la inocencia de un niño es fracturada, y no solo la de Agu, sino también la de otros tantos, que son sus compañeros de guerra.
Así que se juega a 2 niveles, que veremos diferenciados en imágenes.
Crudas, directas, y en busca del asco, cuando quiere mostrar la verdad que evitamos conocer y mirar de frente; y subjetivas, casi oníricas, cuando se sitúa completamente el foco desde la perspectiva narrativa del niño.
El objetivo se hace pronto evidente:
El director busca la denuncia, llegar primero al corazón, para que nos duela después a nivel personal, todo lo que se desarrollará ante nuestros ojos.
Y nos atrapa con la voz “en off” de un niño que habla a Dios, preguntándole por qué ha caído en sus redes, o con su madre perdida, una vez se da cuenta que Dios le ha abandonado…
Sobre una pantalla en la que relucen las palabras:
“A Netflix original film”, se escuchan los cantos de unos niños que juegan, y experimentan el dulce sabor de la infancia.
Un periodo de inocencia y felicidad, retratado como un edulcorado paraíso artificial que durará muy poco.
La Guerra Civil, en su dimensión más cruda y brutal, será el escenario principal de Beasts Of No Nation, una película que utiliza el azote estético de la violencia, para articular su denuncia de la miseria que golpea a los niños soldados de numerosos países africanos.
Sin miedo a herir sensibilidades, convencido de que la mejor manera de abordar el dolor, es hacerlo explícito, Fukunaga sumerge al espectador, en la experiencia subjetiva del horror vivida por el pequeño Agu.
La incursión en la selva, momento en que irrumpe en la pantalla la pesadillesca figura del Comandante, que merodea a sus víctimas y a sus “hijos”, cual pantera sigilosa y rabiosa, conduce la trama hacia el territorio del horror.
Sin sostén moral al que agarrarse, solo puede entregarse a la furia, y la perversión:
Al asesinato indiscriminado de seres humanos, hay que sumarle el consumo de drogas, los abusos sexuales, y la corrupción política, esta última sólo punteada en el trasfondo; e invierte buena parte de sus energías, en hacerse cargo de la perversa relación de paternidad, que el líder ejerce para con sus tropas, y sobre todo con los niños, a quienes somete a toda clase de abuso físico y mental.
Nada se escapa a la larga mano de este Comandante/padre/shaman/orador motivacional, que no duda en explotar las lealtades tribales en su favor, para dividir facciones, y sembrar aún más caos.
Traducido como “El Comandante”, será un personaje que quedara grabado en la mente, gracias a la fantástica actuación de Idris Elba.
El actor inglés resulta magnético en pantalla, bajo esta analogía, me refiero a la atención que genera desde el momento que se le presenta.
Cada aparición en escena, le da un plus agregado a la obra.
Elba, con una apariencia mucho más “salvaje” a sus personajes anteriormente interpretados, desborda carisma, adueñándose de las escenas con su lenguaje corporal tremendo
“The Commandant” es el líder de un “ejército” de rebeldes, que lucha contra la opresión de su tierra.
Juntando a cientos de niños “abandonados”, ofreciéndoles refugio, e invitándolos a unirse a su particular cruzada; convirtiéndolos en bestias.
Podrá parecer un personaje agradable, pero The Commandant sabe ser despiadado y decidido cuando el momento lo requiere, y un padre cuando sus hijos lo necesitan.
Además, tiene un particular filosofía de vida, que se resume en una frase:
“A boy is very dangerous”
(Un niño es realmente peligroso)
Como buen encantador de serpientes, a modo de un Fagin de Dickens, pero de la guerra, que se aprovecha de criaturas que apenas entienden lo que sucede a su alrededor, para organizar su propio escuadrón de asesinos, prometiéndoles, a cambio de su sumisión, la venganza por los suyos, y la llegada a un mundo nuevo, creado a su salvaje y psicopática medida.
En muchos aspectos, El Comandante no es sólo un jefe militar; es también el líder de una auténtica secta, con sus ritos de iniciación, sus mantras, y sus creencias; de una horda de fanáticos que vaga por la jungla africana, dispuesta a cualquier cosa, con tal de congraciarse con él.
Y Elba equilibra la supuesta enajenación mental que años de combate le ha producido, con el personaje que debe interpretar ante unos guerreros que trata como a hijos… a no ser que vaya en contra de sus intereses personales, faceta que también se mostrará, cuando esté con Agu, o con “El Comandante Supremo”:
“¿Cuándo cobraré?”
Es una de las frases que hielan la sangre por la frialdad con la que es pronunciada, sabiendo todo lo que esconde el “trabajo” remunerado.
Sumergido en el rol, Idris Elba refleja sus veleidades de forma admirable, perfilando a un sujeto que, más que combatiente, es un sociópata; pero la verdadera ancla, de Beasts Of No Nation, es el pequeño Abraham Attah.
Cada vez que se trata de estafarnos con demagogia visual, efectismo, y simplificación, el chico consigue aterrizarla a un nivel humano.
Abu, es quien ejerce de narrador, y nos cuenta lo que sus ojos ven, con una carga emocional que impresiona.
Sus gestos de nobleza, esa mirada de inocencia que pide a gritos “auxilio”, ante el desconcierto de los actos barbáricos que presencia; convierten a Beasts Of No Nation, es una experiencia mucho más realista y emotiva.
Attah recuerda que, por muy ficcionada que sea, esta historia de niños, tiene su verdadero reflejo, fuera de la pantalla:
Un reflejo de inocencia, masacre, y horror.
El trabajo del jovencísimo actor debutante, es modélico en ese sentido:
Su transformación de niño juguetón de las calles, simpático, y algo gamberro; en una carcasa humana que se mueve por pura inercia, al tiempo que mata y se droga, no sólo resulta escalofriante en su verosimilitud, sino que es, lisa y llanamente, una de las mejores interpretaciones de este año.
Y no podría dejar pasar a  uno de sus entrañables compañeros de viaje, como el inolvidable “Strika” (Emmanuel Nii Adom Quaye)
Así como si nos estuviese pasando a nosotros mismos, y ese viaje hacia el abismo nos arrastrase con ellos.
De cómo la patología de ese mismo Strika, que se ha quedado sin habla, cobra todo el sentido al sufrir en sus carnes, el atropello a su vida.
Pero que a pesar de todo, aún mantiene la ternura necesaria para consolar a su compañero, tras todas las atrocidades y durísimos momentos.
Pero también es un canto a la amistad.
Duele ver como 2 niños soldados, se aferran el uno al otro, sin familia, en medio de un mundo violento, como única forma de no perder los restos de su humanidad.
Así, Beasts Of No Nation, nos presenta un contraste con matices brutales, que aumentan a medida que el metraje avanza.
De cómo niños cambian sus “juguetes”, y me refiero a piezas de televisor que encuentran en la calle, que la convierten en su entretenimiento; por machetes, fusiles, granadas, pistolas, y demás armamento; transformándose en despiadadas máquinas de guerras.
Seguramente, la frase que mejor resume el final, es la pronunciada por el joven Agu, cuando reconoce ser consciente, de que su guerra nunca terminará, hasta que ellos mueran.
Da igual lo que pase, porque todo resultado les será insatisfactorio.
En el momento en que cometen el primer asesinato, llevados por el odio y la venganza, a los que anteriormente masacraron a sus familias, no hay retorno posible.
Y resulta entristecedora la realidad que tienen que vivir algunos niños en ciertos rincones del mundo, mientras uno, preocupándose por banalidades…
El tema central, podría ser el de “los señores de la guerra” y “los niños soldados”, pero va mucho más allá, Beasts Of No Nation es una mordaz crítica, a la pasividad de La ONU, pues cuesta ver como los cascos azules se retiran siempre ante el avance de las guerrillas; y también una crítica a las potencias extranjeras que venden armas, a cambio de esquilmar la riqueza mineral de África, ojo a la presencia del ejecutivo chino de las gafas, que no tiene frase de diálogo, pero con su sola presencia lo dice todo.
Beasts Of No Nation es la historia de un niño, que es el manifiesto de millones.
Agu era una excepción.
Tenía suerte porque se crio en una buena familia, pero es solo una gota en medio del mar.
La gran mayoría de los que caen ahí, acaban perdidos, como sus compañeros, que sienten la “necesidad” de combatir, porque no han aprendido nada en sus vidas, porque no tienen otra cosa.
Sin embargo, siempre hay esperanza, tal y como lo reflejan las últimas palabras del pequeño Agu, palabras que nos harán llorar a lágrima viva, cuando vivamos su contexto, cuando nos metamos en su piel, en su sufrimiento, en ese niño que habla como un hombre, un hombre que tuvo que aprender a dejar de ser un niño, para abandonar las televisiones imaginarias, y coger un arma para matar.
En el extremo opuesto a la contención realista, Beasts Of No Nation surca las turbias aguas de la experiencia alucinada, en ocasiones, tocada por un cierto exotismo.
Una opción que, a nivel estético, alcanza su cenit en el uso de filtros de colores que conectan al espectador con los viajes lisérgicos de Agu.
Mientras, a nivel narrativo, el subjetivismo se canaliza a través de la voz “en off” del niño protagonista, cuya elemental e ingenua observación de la realidad:
“Nada es seguro, y todo cambia continuamente”, o “No puedo volver a hacer cosas de niños”, hace pensar en el cine poético de Terrence Malick, hasta en su música y fotografía, digámoslo todo.
Y no hay duda del compromiso de Fukunaga, con la trágica injusticia que viven los niños soldados africanos.
Lo que es más cuestionable, es que la anestesia sensorial provocada por el festival sangriento de Beasts Of No Nation, sea el mejor camino hacia una verdadera toma de consciencia, ante la gravedad global del problema.
Convenciéndonos del terror, la rabia, y la frustración de un niño, al que Fukunaga nos ha ido introduciendo desde su niñez, y lentamente le hemos visto madurar por culpa de un entorno, que ningún infante debería conocer.
Es así, como el director regula la emoción en el espectador, pasando de las primeras imágenes, de la risa, de su carácter más infantil, a las de un “hombre” que fuma y se droga, para evadirse mínimamente de sus propios actos.
Hasta que diga basta, en un largo primer plano, en el que mirará directamente al espectador, a nuestros corazones, y que servirá a Fukunaga, para hacer su última denuncia, a través de la esperanza:
Es posible reconducir la situación.
Ayudemos a estos niños, y no miremos hacia otro lado.
Aprovechemos que Fukunaga nos ha obligado a mirar de frente.
Algunas escenas, son simplemente horribles, pero son ciertas; un verdadero baño de sangre:
En la obligada escena de la iniciación, Fukunaga no se contenta con filmar el machete del niño, encastado en el cráneo de la víctima, sino que el momento se decora, a cámara lenta, con un chorro de sangre proyectado sobre la lente de la cámara.
“Dios, he matado a un hombre.
Es el peor pecado, pero también he mentido.
Es lo que debemos hacer”, nos dice Agu.
Es lo que deben hacer éstos niños adiestrados, como guerreros sin nación.
La enorme la secuencia en la que Agu está atacando bajo los efectos de la droga, es imponente, cuando ya no le importa nada, con la sustitución del verde de los bosques, por el rojo de la sangre.
O cuando el niño, confundiendo a un rehén con su madre, o el mismo Agu aislado en sus pensamientos, dialogando con lo intangible, cuestionando sus acciones, o invocando a sus familiares, y anterior vida, o el mismo silencio acompañado con la reacción posterior…
Habrá quien critique el final, dirán que es poco épico; con el personaje del “Predicador” (Teibu Owusu Achcampong), huyendo a la selva, es el cierre perfecto, porque muestra el nacimiento de otro “señor de la guerra”, en un niño soldado que no sabe adaptarse al final de la misma.
Cary Joji Fukunaga sin embargo, es consciente de que la inocencia nunca es extinguida.
Siempre permanece ahí, batallando hasta el final.
Comparar el Agu del inicio, con el Agu a mitad de la trama, es conmovedor al ser situaciones contrarias.
Lo que parecía ser una historia de humor y candidez, se vuelve una historia de terror.
Pero al final, todo llega a cerrar el descenso y ascenso de los infiernos.
Por otra parte, en manos del “gran Hollywood”, Beasts Of No Nation, hubiese sido algo muy distinto, si es que hubiese llegado a ser en absoluto.
Por desgracia, el horror de los niños soldado, es algo que no vende cinematográficamente, a no ser que sea para poner al héroe estadounidense de turno, a ejercer de “salvador del mundo”
El que Beasts Of No Nation haya nacido de Netflix, nos ahorra todo eso; y permite que Fukunaga la haya hecho como quería, y abre las puertas a una nueva forma de hacer cine, donde los creadores no tengan que encontrarse con absurdas restricciones a su trabajo, en función de obtener una calificación por edades, que permita al estudio de turno, reventar las taquillas a costa de lanzar productos infumables.
Como dato, más allá de que gane o no en Los Premios de la Academia, Beasts Of No Nation, tiene asegurado un lugar en la historia del Oscar:
Eso, porque su estreno simultáneo en cines de EEUU, y en la plataforma global de Netflix, “violó” el acuerdo tácito entre estudios y exhibidores, que exige una ventana de al menos 90 días, entre el paso de un filme por las salas, y su posterior distribución a nivel casero.
Anteriormente, se había producido esta clase de lanzamientos simultáneos, pero en general, se trataba de comedias y productos clase B.
El que se haga con un filme de este perfil, y más encima “oscarizable”, equivale a una revolución similar, a cuando Netflix decidió romper la frecuencia semanal de las series de TV, y lanzaron las temporadas completas de “House Of Cards” y “Arrested Development”
A nivel televisivo, hoy ya nadie se escandaliza por dicha estrategia, pero al parecer, las cadenas de cine serán un hueso duro de roer:
AMC, Regal, Carmike, y Cinemark, los 4 exhibidores más importantes de Estados Unidos, se negaron a promocionar y programar Beasts Of No Nation, condenándola a salas del circuito independiente, y a una magra recaudación de taquilla.
Pero eso a Netflix no podría importarle menos:
Sus enormes espaldas bastan por ahora, para amortizar los $12 millones pagados por el derecho a distribución.
La revolución del “streaming” apenas comienza.
Por último destaco la labor de Dan Romer, compositor de la banda sonora, con una partitura totalmente ecléctica, sintetizada, y tremendamente reflexiva, que aviva aún más la narrativa del joven Agu, y su sentir.
Una maravilla que cuadra a la perfección, con cada dolorosa escena.
En atención a la pequeña y maravillosa canción del final…
“If I'm telling this to you... you will think that... I am some sort of Beasts... or devil.
I am all of these things... but I also having mother... father... brother and sister once.
They loved me”
La guerra, que todo lo destruye, termina también con la humanidad, en el sentido más amplio de la palabra.
Una cantidad estimada de 300.000 menores de edad, están participando actualmente en conflictos armados, en más de 30 países, en casi cada continente.
Aunque la mayoría de los niños soldado son adolescentes, los hay desde 7 años de edad.
Sólo en Sierra Leona, unos 5 o 10 mil niños, fueron convertidos en combatientes armados por los rebeldes del Frente Revolucionario Unido, grupo político de Sierra Leona, dirigido por Foday Sankoh, que en 1991 se sublevó contra el gobierno, y unas mil niñas, fueron convertidas en esclavas sexuales.
Mientras que Mozambique, en 1994, tuvo un mejor resultado para los niños soldado, que fueron secuestrados por La Resistência Nacional Moçambicana (RENAMO), y apartados de sus familias, para usarlos en la guerra apoyada también por Sudáfrica.
La RENAMO, ha secuestrado hasta 100,000 niños, conocidos como “las máquinas asesinas”, por su falta de miedo, y por sus actitudes despiadadas.
El rescate de estos niños, ha puesto muy serios problemas de readaptación a la sociedad.
A pesar de los convenios internacionales, se siguen utilizando niños soldados en Colombia, Ruanda, Uganda, Afganistán, Filipinas, y Sri Lanka.
Numerosas organizaciones, como Amnistía Internacional, han advertido del peligro que suponen estas prácticas, para conseguir el fin de los conflictos y, al mismo tiempo, denuncian la crueldad que se comete con estos niños, privados de su infancia, y del cariño de una familia, a la que a veces deben matar ellos mismos, para culminar su integración, y que ellos cometen carentes de un código ético, y unos mandos ecuánimes, propio de una sociedad en paz.
Y me resulta contradictorio, que la misma ONU opte por protocolos facultativos, que exhorta a los gobiernos a que tomen las medidas posibles, a fin de velar que ningún niño participe en hostilidades beligerantes, y no evita de una vez por todas, el fin de cualquier hostilidad.

“I just want to be happy in this life”



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