Elephant Song

“Elephants are endangered”

El profesor húngaro emérito de psiquiatría en La Universidad de Siracusa en New York, Thomas Istvan Szasz, decía:
“Etiquetar a un niño de enfermo mental, es estigmatización, no un diagnóstico.
Darle a un niño una droga psiquiátrica, es envenenamiento, no un tratamiento”
Las personas con enfermedades mentales graves o crónicas, han sufrido una larga historia de marginación, y han sido víctimas de una actitud general de incomprensión que se ha manifestado de diferentes formas:
Con la tortura cuando se les consideraba “seres endemoniados”; el olvido, no prestándoles la protección necesaria, y formando parte de los grupos sociales más desfavorecidos; la reclusión con la finalidad de control; y segregación para mantener el orden social, y proteger a la sociedad de estas personas “peligrosas”; y el abandono, social e institucional, haciendo de la familia, prácticamente el único mecanismo de ayuda y protección del enfermo.
La locura por su parte, como faceta del ánimo humano, existía mucho antes de que existiera la psiquiatría; y aún sigue expresándose en el arte, sino véase a Van Gogh... en la literatura con Don Quijote; y los personajes de Dostoievski o de Gogol; como en la vida misma.
La locura puede considerarse, como el aspecto misterioso del ser humano, a la vez incomprensible, imprevisible, amedrentador, o divino.
O más bien, como callejón sin salida de la razón, o como otra cara de la normalidad.
Todos los seres humanos, alimentan unos componentes de locura, que les protegen “homeopáticamente”, es decir, impidiendo que uno acabe siendo víctima de ésta, convirtiéndose en un enfermo psíquico.
Hasta hace pocas décadas, el principal modelo de atención a las necesidades y problemática psiquiátricas, y psicosociales de esta población, se organizaba en torno al internamiento durante largos períodos de tiempo, e incluso de por vida, en estas instituciones psiquiátricas.
Pese a que muchos de los psiquiatras consideraban, que estos centros no desarrollaban una actividad terapéutica, y que cada vez tenían menor capacidad para atender la creciente demanda, se mantienen hasta mediados del siglo XX, cumpliendo en muchos casos, una función fundamentalmente de asilar y custodiar.
En la acera de enfrente, voces de oposición a la psiquiatría, han existido desde sus orígenes, mientras se establecía como especialidad médica.
Emil Kraepelin, introdujo nuevas categorías médicas de enfermedad mental, que finalmente se aceptaron en la profesión, a pesar de basarse más bien en la observación de la conducta, que en la patología, o la etiología.
Las primeras controversias, giraron alrededor de los derechos de los llamados “locos” en los hospitales psiquiátricos.
El punto básico del enfoque antipsiquiátrico, es el cuestionamiento de los diagnósticos, y de las evaluaciones realizadas por los médicos y psiquiatras.
Se plantea, que el establecer un diagnóstico psiquiátrico, implica etiquetar no solo un comportamiento determinado, sino a la persona en su conjunto, asignándole en la sociedad, el papel de la etiqueta, por lo que todos quienes la rodean, se comportan de acuerdo al papel que el médico le asignó.
Por este motivo, la antipsiquiatría rechaza la postura del modelo médico, y las teorías psiquiátricas enfocadas hacia las enfermedades mentales, ya que estas verían a la persona, como una mente enferma, antes de verla como persona.
La novela “One Flew Over the Cuckoo's Nest” (1962) de Ken Kesey, se convirtió en un “best seller”, resonando en la preocupación pública sobre los procedimientos de medicación forzada, la lobotomía, y el electroshock, usados para controlar a los pacientes.
La antipsiquiatría, cuestionó el pesimismo psiquiátrico sobre los catalogados de enfermos mentales.
Los pacientes de salud mental, demandaban que podían curarse completamente, y anhelaban empoderamiento en la propia vida.
Se idearon esquemas para combatir el estigma y la discriminación; para ayudar a la gente con problemas mentales, a actuar en la sociedad, y a involucrarse en servicios de pacientes de salud mental.
No obstante, aquellos que activa y abiertamente discutieron la práctica tradicional de la psiquiatría, permanecieron marginados en la psiquiatría, y en un menor grado, dentro de la más amplia comunidad de salud mental.
“You've never met Michael, have you?”
Elephant Song es un drama de suspenso del año 2014, dirigido por Charles Binamé.
Protagonizado por Bruce Greenwood, Xavier Dolan, Catherine Keener, Carrie-Anne Moss, Gianna Corbisiero, Larry Day, Mark Donker, Colm Feore, Melody Godin-Cormier, Matt Holland, Alison Louder, Guy Nadon, entre otros.
El guión es de Nicolas Billon, basado en su propia obra de teatro “La Chanson de l’Éléphant” (2004), y perfectamente ambientada en los años 60's.
Tras la desaparición del psiquiatra Dr. Lawrence (Colm Feore), el Dr. Toby Green (Bruce Green¬wood), un colega suyo, intenta encontrarlo.
Al mismo tiempo, este médico tiene que hacer frente a un problemático paciente:
Michael Aleen (Dolan) que resulta ser la última persona que vio al psiquiatra desaparecido; pero éste juega “al gato y el ratón” con el Dr. Greene, y con La Jefe Enfermera, Susan Peterson (Catherine Keener), pues Green y Peterson, solían estar casados, hasta que ocurrió la pérdida de su hija Raquel.
Mientras Dr. Greene enfrenta su vida familiar, tensa con Olivia (Carrie-Anne Moss), y su sobrina Amy (Melody Godin-Cormier) con Síndrome de Down; la redención del Dr. Greene, pagará un gran precio…
Elephant Song se desarrolla, casi exclusivamente en la consulta del psiquiatra, y se basa en el juego psicológico entre médico y paciente, en una larga conversación, esporádicamente interrumpida por actores secundarios, que poco o nada de profundidad aportan a la trama, o al conocimiento de los 2 personajes principales; en la que se van aportando a cuentagotas, datos de la intriga sobre la desaparición del psiquiatra.
Así se titubea con el pasado, con el rencor, la culpa, y las heridas que acechan y aprisionan, merodea la sospecha de la muerte, de la desaparición, y enterramiento de la existencia, tanto física como emocional, en agonía de un mundo del que no se desea participar, a pesar de que te obligan a ello, en un suplicio representado con “la canción del elefante”, quien llora lágrimas de dolor cuando pierde a un compañero; siendo la base para representar esa agonía desfalleciente, donde “un dolor jamás dormido, una gloria nunca cierta, una llaga siempre abierta es amar sin ser querido”
“And I'm here to talk about elephants”
La poetisa, Carol Batton dijo en su momento:
“Preferiría estar solo / con un esquizofrénico / que con un psiquiatra”
Uno de los habituales del cine de Atom Egoyan, Bruce Greenwood; y uno de los cineastas del momento, Xavier Dolan; encabezan el duelo psicológico que nos presenta Charles Binamé; director con algo más de media docena de títulos a sus espaldas, pero prominentemente televisivo; en una adaptación de la obra teatral homónima, escrita por Nicolas Billon.
Aunque el director, Charles Binamé, no ha podido evitar la estructura teatral que anima a este drama psicológico, ese factor no disminuye la intriga que sustenta a este interesante relato, que se introduce en la compleja mente de un problemático paciente.
La acción transcurre en un hospital psiquiátrico de Canadá, donde El Dr. Greene, director del establecimiento, se encuentra preocupado por la misteriosa desaparición del Dr. Lawrence, uno de sus principales psiquiatras.
Como Michael ha sido el último de los pacientes internados que estuvo con Lawrence, y podría tener alguna información que permitiese echar cierta luz sobre el extraño suceso; Green decide interrogarlo en el despacho del psiquiatra.
A todo ello, la enfermera Susan Peterson, que ha seguido de cerca a Michael, advierte a Green, que está tratando con un enfermo bastante perturbado, y que por ese motivo, debería mantenerse alerta sobre lo que pueda informarle.
Si bien el relato concentra la atención sobre la relación de fuerzas que se desarrolla entre Green y Michael, donde a través de un juego de “gato y ratón”, la excepcional inteligencia del paciente, va dominando mentalmente a su interlocutor; y hay varias razones que contribuyen a realzar el interés del mismo.
Más allá del misterio sobre el paradero del psiquiatra ausente, interesa el modo en que los personajes se van vinculando, y los aspectos relevantes que influyen en el comportamiento de los mismos.
Lo más importante es que, a medida que la trama se densifica, y va revelando nuevos y sutiles detalles, el espectador se ve obligado a cambiar de actitud frente a las vueltas de giro del relato, que lo tornan más cautivante.
“Nunca conoció a Michael, ¿verdad?”, tampoco es que lo permite mucho Elephant Song, realmente.
Ofrece retazos aislados de su vida y persona, para poder disponer de una plausible estructura de los hechos, proporcionados a cuentagotas, en el momento que estima oportuno, para captar tu interés, y mantener la atención en el paciente protagonista; con la cabeza pensante del médico a la cola, que espera y desespera ante la información con la que juega y se divierte el susodicho, pues la maneja a su antojo, llevando la delantera, y negándose a entregarla hasta que se llegue a meta, preciso lugar elegido donde rematar el calculado espectáculo exhibido hasta el momento.
“La ignorancia es la dicha”, y en esas estamos y jugamos, aún después de iniciada la partida, ya que puedes configurar un cuadro abstracto de la situación, pero no delinearlo con precisión, esquiva exactitud como parte de su encanto que no satisface plenamente.
Oyes y sigues la conversación, el monólogo más bien dicho, pues un jugador sobresale por encima del otro.
Hay que dejar claro desde el principio, que Elephant Song no es una versión actualizada de “One Flew Over the Cuckoo’s Nest” (1975); y no vamos a ver un montón de escapadas felices, para ignorar la opresión del manicomio, ni mil intentos iconoclastas por sacar de quicio al personal hospitalario.
Pero en el fondo, ambas tienen una cosa en común:
Lo más importante para el ser humano, es la libertad.
Y Elephant Song, sin sacar a nadie de su zona de confort, es un ejercicio de libertad creativa, una defensa descarada, del derecho que tiene cada cual, a vivir su vida como estime conveniente, y a disponer de ella cuando quiera.
Tratándose fundamentalmente de una pieza de cámara, que se desarrolla en un espacio limitado, el desempeño de los actores tiene especial importancia; en tal sentido, Binamé logra un resultado altamente satisfactorio, por parte de su elenco donde sus protagonistas se sumergen plenamente en la psicología de sus personajes.
Con buenos primeros planos, con montaje más al estilo teatral, pues el propio argumento y guión proceden de las tablas de un escenario, y el proceso de adentrarse y descubrir los pormenores, las turbulencias, los daños y errores con los que ambos apostantes compiten pues, el resto es hallar el triunfo de la verdad subjetiva de cada uno, y que la evidencia objetiva y lograda al final, ponga a cada cual en su sitio.
Específicamente Xavier Dolan, está enorme, y la cámara lo sabe y lo quiere, transmite sólidamente el drama de un joven con un pasado triste, motivado por una carencia de amor maternal, y la ausencia de un padre al que solo llegó a conocer en una única ocasión.
A modo de un sutil Dr. Hannibal Lecter, Dolan como Michael Aleen, es brillante en la creación de este personaje, que es tan convincente y engañoso, que engaña Dr. Greene, y la enfermera Peterson; y al mismo espectador, haciéndole creer que tiene la información que están buscando en El Dr. Lawrence.
Lo que El Dr. Greene, la enfermera, y el espectador no se dan cuenta, es que Michael tiene un objetivo en esta víspera de Navidad, y gracias a un descuido por El Dr. Greene, Michael lo logra.
Y es que cuando nos enteramos de por qué está en este hospital mental, por qué sus regalos no son nunca claramente definidos, o los chocolates están bajo llave… de eso se trata toda esta historia.
Nótese que es imperativo para Michael suicidarse, debido a que él es el más “cuerdo” de todos los pacientes que se encuentran en la sala, véase que la mayoría está lobotomizada, y la historia se da en los años 60, cuando esa práctica era la solución fácil para todos los problemáticos mentales…
Michael no quería vivir esa vida, y juega con Dr. Greene, a la espera de que unos simples chocolates le detengan su vida, porque es alérgico a ellos.
Solo necesita el tiempo suficiente, para poder lograr su objetivo.
No menos destacable, es la caracterización que logra Greenwood, como un indivi-duo que no ha podido cicatrizar el dolor de un pasado trágico; así como Keener, es ampliamente convincente en un personaje, que también sobrelleva la carga emocional del cruel incidente que afecta a Green.
Todo ellos la hace brillante, absoluta y retorcidamente manipuladora, en una lucha encarnizada por salir del pozo en el que Michael está inmerso, en busca de un “salvoconducto”, sumergiéndose uno por uno, según les da alcance... y al final, la salida, es la entrada...
“My name is Michael, and I have a problem”
El historiador de las ideas, psicólogo, teórico social, y filósofo francés, Michel Foucault dijo en su momento:
“Las definiciones de enfermedad y de demencia, y la clasificación de las demencias, fueron realizadas de modo tal de excluir de nuestra sociedad a ciertas personas.
Si nuestra sociedad se calificara a sí misma de “demente”, se excluiría a sí misma.
Pretende hacerlo por motivos de reforma interna.
Nadie es más conservador, que aquellas personas que afirman que el mundo moderno, está afectado por la ansiedad nerviosa, o la esquizofrenia.
De hecho, es un modo astuto de excluir a ciertas personas, o ciertos patrones de comportamiento.
De modo que no creo que se pueda, excepto como una metáfora o un juego, afirmar de manera válida, que nuestra sociedad sea esquizofrénica o paranoide, a menos que uno otorgue a estas palabras, un significado no psiquiátrico.
Pero en el caso de que me presionaran, diría que nuestra sociedad ha estado aquejada por una enfermedad, una enfermedad muy paradójica y extraña, para la cual, aún no hemos encontrado un nombre; y esta enfermedad mental, tiene un síntoma muy curioso, y es que el síntoma mismo produjo la enfermedad mental”
Se dice que el tratamiento de electroshock, también conocido como Terapia Electro convulsiva (ECT), y los “tratamientos” de psicocirugía, se están preparando para regresar.
Sin embargo, desde sus comienzos, estos procedimientos han sido asediados por conflictos entre los psiquiatras de ECT, que los apoyan incondicionalmente, y la multitud de víctimas y sus familias, cuyas vidas han arruinado por completo.
¿Entonces, quién está diciendo la verdad?
Cualquiera que haya visto, y se haya sentido enfermo, al ver una grabación de una ECT, o del procedimiento de una psicocirugía, sabe muy bien la respuesta.
Estos procedimientos, tienen todas las características de la tortura física, la cual quedaría bien en el arsenal de un interrogador de La KGB, aquella Policía
Secreta de la antigua Unión Soviética; y no entre los instrumentos de un “practicante de la medicina”
Sin embargo, muy pocas personas han visto tales grabaciones, en especial quienes por medio de leyes, aprueban su uso obligatorio, y son mucho menos, quienes los han presenciado.
Los psiquiatras, en forma engañosa, cubren estos procedimientos con legitimidad médica:
El escenario del hospital, asistentes vestidos de blanco, anestésicos, drogas que paralizan los músculos, y equipo de apariencia sofisticada…
Los efectos del tratamiento con electroshock, son terribles, pero a los pacientes o a sus familias, no se les explican todas sus ramificaciones.
Peor aún, si ponen objeciones, estas se rechazan.
En conversaciones para convencer al renuente o al ingenuo, no se menciona que ambos procedimientos, son extremadamente lucrativos para los psiquiatras y los hospitales, pues su resultado es un prolongado “cuidado” psiquiátrico posterior, largo y costoso, que garantiza un negocio, y un ingreso futuro y fijo para el psiquiatra.
Y si todo lo demás falla, los psiquiatras rápidamente recurren a la coerción, o al miedo, con el objeto de lograr que se “acceda” al tratamiento.
Con, literalmente cientos de millones en ganancias, provenientes del ECT y la psicocirugía, hoy en día, hay una cantidad asombrosa de información falsa acerca de estas terapias, la mayor parte, difundida por los psiquiatras.
También, hay muchos detractores científicos...
El Dr. John Friedberg, un neurólogo que investigó los efectos del ECT, durante más de 30 años, afirmó:
“Es muy difícil poner en palabras, lo que el tratamiento de electroshock le hace a la gente… destruye su ambición y… su vitalidad.
Hace a la gente más bien pasiva y apática...
Además, la amnesia, la apatía, y la falta de energía, son desde mi punto de vista, la razón por la que… los psiquiatras se salen con la suya”
En la actualidad, la industria psiquiátrica en los Estados Unidos, por sí sola tiene un ingreso anual estimado de $5 mil millones por concepto del ECT.
En los Estados Unidos, las personas de 65 años de edad, reciben 60% más tratamiento con electroshock, que las de 64; pues Medicare, el seguro de salud del gobierno, entra en vigor a los 65 años, lo cual es una evidencia de que el uso del ECT se guía, no por la piedad de los médicos, sino por lucro y ambición.
Aunque la psicocirugía es menos común hoy en día, en los Estados Unidos todavía se llevan a cabo, hasta 300 operaciones al año, incluyendo la lobotomía prefrontal, que tiene tan mala reputación.
A pesar de las trampas sofisticadas de la ciencia, la brutalidad del ECT, y la psicocirugía, confirma que la psiquiatría no ha avanzado más allá de la crueldad y el barbarismo de sus más antiguos tratamientos.
¡Qué mentiroso vivir!
¡Qué puro morir!
Que la mentira descanse, y la paz, por fin, otorgue calma y respiro.

“Rise and shine, Michael!”



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