Lady Sings The Blues

“I'm always making a comeback but nobody ever tells me where I've been”

La exaltación cinematográfica de una biografía ofrece, por lo general, un tentador viaje, muchas veces recargado y enfático, hacia la comprensión de gran parte de las tragedias que asolan esa frontera misteriosa, capaz de imponer de modo definitivo, su inesperado ocaso a las celebridades, o al efímero valor del éxito que una vez gozara de su gran momento histórico.
Apodada “Lady Day”, Eleanora Fagan Gough, fue una cantante estadounidense de jazz, que junto con Sarah Vaughan y Ella Fitzgerald, está considerada entre las más importantes e influyentes voces femeninas del jazz.
Su pseudónimo profesional provenía de Billie Dove, popular actriz del cine mudo, por la que la joven Eleonora sentía una profunda admiración, y de Clarence Holiday, probable padre de la joven, bajista y guitarrista de jazz.
Y su segundo apodo, “Lady Day”, se lo puso el gran amor de su vida, mal correspondido, el saxofonista Lester Young, con el que compartió tantos escenarios y tantas grabaciones.
Confesaba Billie Holiday, que no podía cantar nada que no sintiera.
Si no era así, no cantaba y punto.
De nuevo, la imposibilidad de disociar el arte y la vida:
Era en las emociones donde Billie Holiday encontraba una verdad profunda que manifestar y compartir, y eso es precisamente lo que la diferencia de muchos otros cantantes, músicos y artistas del siglo XX:
Billie Holiday no era actriz.
El valor artístico de Billie Holiday, reside en su capacidad interpretativa, en su dominio del “swing”, la improvisación, y en la adaptación de sus cualidades vocales al contenido de la canción; ella transmite a sus canciones una intensidad inigualable que, en muchos casos, es fruto de una traslación de sus vivencias personales, a las letras cantadas.
Aunque en los últimos años se ha hecho un gran avance en la investigación biográfica sobre Holiday, su vida sigue teniendo numerosos episodios en la sombra, y numerosos aspectos permeados de elementos míticos, legendarios, incentivados por ella misma en su autobiografía.
Los éxitos de Holiday, fueron estropeados por la creciente dependencia a las drogas y el alcohol, así como las relaciones abusivas.
Esto afectó a su voz, como también sus posteriores grabaciones:
Su espíritu joven, fue reemplazado por un matiz de remordimiento, pero a pesar de todo, su impacto en otros artistas es indudable.
Es así como la inconfundible voz de Billie Holiday cambió con el tiempo.
Su primera grabación a mediados de 1930, mostró una voz infantil y llena de vitalidad.
A inicios de 1940, su forma de cantar comenzó a ser más sugerente por su habilidad a la hora de interpretar.
Fue por este tiempo, cuando ella grabó su personal “Strange Fruit”, tema que fue considerado como la mejor canción del Siglo XX, por la revista Time en 1999.
Varias de sus canciones, como:
“God Bless The Child”, “I Love You Porgy”, o “Fine And Mellow”, se han convertido en clásicos del jazz, y nunca han vuelto a hacer interpretadas con la paradójica dulzura de ella.
Muchos describieron su voz como cariñosa, dulce, desgastada, experimentada, triste, y sofisticada.
A medida que creció, los efectos de su abuso continuo a las drogas cambiaron considerablemente el registro de su voz, convirtiéndola en algo más ronca.
Su última gran grabación fue “Lady In Satin”, lanzada en 1958, donde revelaba a una mujer con un registro limitado, pero con un fraseo y una emotividad maravillosa.
Comprometida socialmente, y una militante activa en contra del racismo, Billie Holiday dejó como legado mucho más que una hermosa voz.
A partir de la década del 50, su carrera fue en caída, sus espectáculos fuera del escenario, eran tan impactantes como cuando cantaba, sumado a su bisexualidad, que para la época, era todo un escándalo.
Billie Holiday fue arrestada por posesión de heroína, y estuvo 8 meses en prisión.
Su New York City Cabaret Card, fue revocada, lo que imposibilitó que trabajara en clubes durante los últimos 12 años de su vida.
Posteriormente, fue víctima de una estafa sobre sus ganancias, y murió con tan solo $0.70 en el banco, y $750 en efectivo.
Al final de mayo de 1959, Billie Holiday fue hospitalizada por dolor en el hígado y problemas de corazón.
Fue condenada a arresto domiciliario, el 12 de julio por posesión de narcóticos; en ese mismo año, ya que la adicción a los narcóticos era considerada un crimen.
Billie Holiday permaneció bajo la custodia policial hasta su muerte por cirrosis hepática, el 17 de julio de1959, a la edad de 44 años, y está enterrada en el cementerio Saint Raymond en el Bronx de New York.
En 1987, Billie Holiday recibió de forma póstuma, El Premio Grammy a la carrera artística, y en 2000, fue incluida en El Salón de La Fama del Rock, trascendiendo de forma definitiva en la música universal.
“Ain't it a shame how some of God's children have it so easy, while others have it so hard?”
Lady Sings The Blues es un drama musical del año 1972, dirigido por Sidney J. Furie.
Protagonizado por Diana Ross, Billy Dee Williams, Richard Pryor, James T. Callahan, Paul Hampton, Sid Melton, Virginia Capers, Yvonne Fair, Scatman Crothers, Robert L. Gordy, Harry Caesar, entre otros.
El guión es de Chris Clark, Suzanne De Passe y Terence McCloy; basados en la biografía, ascenso y caída de ese fenómeno impresionante que fue Billie Holiday; al tiempo que se basa en su autobiografía, “Lady Sings The Blues”, publicada en 1956, donde ella bosqueja someramente su desgraciada infancia, y ofrece imágenes descoloridas de su adolescencia:
Desde los miserables inicios en Baltimore, los primeros trabajos como criada, el intento de violación a los 10 años, la prostitución, la discriminación racial, la drogadicción, los múltiples pleitos y estancias en la cárcel, el engaño por parte de casi todos los hombres que la trataron, su vida aparece jalonada por una serie de episodios que fraguaron su leyenda.
Billie Holiday nos lo cuenta con conmovedora sinceridad en estas memorias, escritas en colaboración con su amigo y pianista, William Dufty; en las que también se revive la más esplendorosa época del jazz en los clubes de Harlem, la radio y los estudios de grabación, las giras maratonianas, y las “jam-sessions” al lado de músicos legendarios como, entre otros:
Duke Ellington, Louis Armstrong, Benny Goodman, Count Basie, Lester Young o Artie Shaw.
Y es que hay 2 maneras de contar una autobiografía:
Relatar la historia como un bloque cerrado y finito, completo, pensando que el espectador podrá encontrar algo enriquecedor, por cualquier motivo en ella.
Es un modo de justificarse ante la muerte, que solamente sirve para darse valor a sí mismo, intentando convertir la experiencia en mitología; o recuperar/actualizar el pasado, buscando claves que ayuden a encontrar algo verdadero en el presente, sabiendo que el pasado cambia a cada instante, y que sus sombras serán diferentes bajo la luz del futuro.
Este el modo en el que lo entendían Marcel Proust, Henry Miller o Anaïs Nin, y también como Billie Holiday accede a su historia.
Este es el modo valioso, y el que tiene interés cinematográfico; siendo Lady Sings The Blues, producido por Motown Productions, para Paramount Pictures.
Se supo que Dorothy Dandridge debía protagonizar el papel de Billie Holiday en una versión anterior propuesta de la autobiografía del cantante, pero murió antes de que la película se hiciera…
Siendo este, el primer “biopic” afroamericano en ser nominado para los premios de La Academia, ganando 5 nominaciones:
Mejor actriz (Diana Ross), guión original, dirección artística, vestuario, y banda sonora.
La acción sigue a Billie Holiday (Diana Ross), la cantante más definitiva de toda la historia del jazz, no fue un juguete roto, sino una chica con una sombra permanente de mala suerte, tanto por la época y la sociedad en la que hubo de sobrevivir, como los amores errados a los que se abrazó.
Tras los anhelos, corren las sombras de un hastío torturante.
La sola idea de convertirse en un autómata esclavizada por el uniforme de la servidumbre a la que se ve relegada la raza negra por la superioridad blanca, dicta a la joven Eleonora, una serie de tentativas para librarse de ella.
Prostitución, tan repugnante como el sentimiento de inferioridad racial a que sigue sometida.
Un tiempo y una dimensión que no tiene por qué convertirse en su única realidad.
Hay que perforar el caparazón insensible del mundo; y siempre queda la libertad de soñar.
Eleonora posee una fuente de emociones en su voz.
La noche y los “night clubs” neoyorkinos, conmueven su imaginación.
La dotan de la suficiente fuerza para retenerla.
Garitos musicales que trazan siluetas de cantantes femeninas, las nuevas “hetairae” o prostituta refinada que se aplican en recuperar, a través del “swing” o del blues, viejas sustancias míticas del jazz.
La noche suele disculpar el más vulgar de los dones.
La recompensa que justifica aquellos rincones crepusculares en los que los hombres prefieren la ronca o estridente evocación con que fluye el canto ávido de la febril cabaretera, a la ramera auténtica, no es más que la magra y decepcionante recompensa del sucio dólar prensado entre sus muslos.
La voz desgarrada, fascinante, de Eleonora, la criatura bifurcada, ahora como Billie Holiday, crece en la oscuridad del antro.
Posee un irresistible desarrollo de diosa; y quienes la escuchan saben que su voz no puede ser juzgada con los mismos cánones aplicados hasta aquel momento a las restantes cantantes del “night club”
De pronto, una mano que penetra en el foco luminoso que invade a la nueva cantante, sostiene el primer billete de dólar que la noche le ofrenda:
“¡Cógelo!”, exclaman voces decepcionadas.
Billie se resiste a la rutina remuneradora empleada por las vulgares profesionales, y tan ignominiosamente recompensadas por los hombres.
Pero la mano que esgrime el billete, se alza generosa, con una veneración inesperada.
Un hombre atractivo, Louis McKay (Billy Dee Williams), sonríe.
Y con voz profunda exclama:
“¿Quiere que se me caiga el brazo?”
Observa a Billie largamente… un suspiro de plenitud, de triunfo, de felicidad vuela hacia el “piano man” (Richard Pryor), su descubridor, que la conforta con su risa de satisfacción.
Una solicitud desbordante envuelve a la nueva cantante.
Billie Holiday aparece, finalmente, modelada en el instante glorioso de su primer gran triunfo.
Espléndido florecer de una voz; irresistible calidad de belleza de una mujer ahora dichosa.
Expectación y éxito.
Una nueva diosa con su carne triunfal a cuestas.
Más, ¿cómo gobernar nuestros pensamientos y obras, mientras exista la inquietud siempre a merced de la divinidad; la tiniebla blanda de la gracia concedida que se desborda en el cansancio y el desencanto?
Billie Holiday surge como una aurora de colores gozosos, frente a los temporales segregacionistas.
Su aura se enrosca en ráfagas raciales.
Sus triunfos, aunque vitoreados por la calentura colectiva que la admira, la convierten en simple mercancía de feria.
El escarnio de la segregación, la ahoga en la congoja.
Su canto es un gemido, sus pasiones cicatrices, su existencia, una quemadura dolorosa que la desespera.
Las estrellas que tejen túnicas de gloria, desnudan amargas leyendas de dioses.
Demandar milagros a las pasiones humanas, es amortajar de antemano el tiempo y la conciencia que la vida nos concede.
El miedo repentino a la existencia, quiebra el encanto de las emociones que ofrendan una primera luminosidad.
Y Billie Holiday vivirá como poseída, por una espada infinita que la atraviesa.
El éxito posee ojos de lágrimas.
El canto final de la estrella es descarnado, su palabra es fiebre que mendiga tras la reja de su drogadicción.
Su voz, rota de cansancio, no quiso seguir más, pero impuso su voluntad:
Todavía queremos que nos cuenten:
¿Quién era Billie Holiday?
Ella debía de ser una buena persona, y su necesidad de trasmitir en su música una emoción experimentada, solo era la exigencia de encontrar y manifestar/compartir la verdad, lo que la describe como alguien con un criterio artístico sofisticado y profundo.
Por este motivo, todo lo que ella cuenta en esta biografía, lo que ella ha decidido contar, es real y verdadero.
Verdad en mayúsculas aunque, de hecho, no todo lo que se cuenta sea cierto...
Lady Sings The Blues se inscribe de esa manera, por su inmenso esfuerzo de inventiva visual, en la que música y canciones se integran de un modo coherente y lógico en la acción, como una obra potente y barroca, imprescindible.
“Good morning heartache, what's new?
Stop haunting me now.
Can't shake you nohow.
Just leave me alone.
I've got those monday blues.
Straight to sunday blues.
Good morning heartache.
Sit down!”
Lo que no se atrevieron a hacer los artífices de muchos “biopic” sobre artistas que cayeron en desgracia por el alcohol, el sexo o las drogas, lo hizo Sidney J. Furie en los 70, cuando decidió abordar la biografía de la cantante Billie Holiday desde las tripas, mostrando toda su terrible adicción a las drogas, y los estragos que en ella y en su carrera acabaron por causar, sin tapujos y sin florituras, ni envoltorios de pacotilla; aunque se cambiaron ciertos pasajes y se agregaron otros como licencias dramáticas, así como el cambio de algunos nombres de los personajes.
Quizás, lo que más ha sorprendido, es la crudeza de las escenas en las que Holiday tiene sus crisis de ansiedad, la escena del psiquiátrico, con la que se inicia la película, es sobrecogedora; además de abordar otros temas como la violación o la prostitución en los que se vio envuelta la artista, y aún más ha sorprendido la impresionante interpretación de Diana Ross, memorable la escena del lavabo o la de KKKK, que se come la pantalla.
Se dice que “el dolor agudiza la creatividad”, por lo que no extraña que su vida fuera una obra de arte constante y entera.
Y que más que en el dolor, Billie Holiday vivió en una herida abierta que supuró talento, crueldad y humillaciones a borbotones.
Desde adolescente, Eleonora recibirá las compasivas atenciones que le prodigan algunas manos desconocidas, alejada la criatura de esos otros recuerdos y devociones que concilian en nuestra existencia, la ternura bienhechora y la urdimbre familiar que se inscribe en el amor de los padres.
Sobre la futura Lady Day, se teje una felicidad buena y triste, cuando apenas con 12 años, se traslada junto a su madre a New Jersey y, finalmente, a Brooklyn.
A pesar de ello, rehuir el negro refugio de su reciente y amargo pasado:
A los 10 años, había ingresado en colegios católicos después de admitir que había sido violada por entre aquel abominable laberinto de parentescos dudosos que ejercieran pervertida autoridad protectora sobre su niñez, y no significa siempre, poder avivar esperanzas a costa del presente.
Eleonora, que no logra acomodarse a tanta resignación como la que le exige ayudar a su madre en sus trabajos de doméstica, ejerce la prostitución.
Entre 1930 y 1931, consigue trabajo en algunos clubs neoyorkinos.
John Hammond, productor musical y crítico, la descubre y resalta en sus columnas periodísticas, la intensidad inigualable con que la desconocida joven de color ofrenda una nueva y sutil expresión interpretativa al “swing” y al blues.
Contratada por Benny Goodman y su orquesta, formada por un pequeño grupo de músicos, su debut comercial se produce el 27 de noviembre de 1933, con sus canciones:
“Your Mother's son-in-law” y “Riffin' the Scotch”
Su fama se consolida en 1934, en Apollo Theatre, junto al pianista y posterior amante, Bobby Henderson.
Sobre el escenario, Billie Holiday era toda luminosidad, volviendo a la cruda realidad cuando se bajaba de él.
No se la permitía ningún contacto en el público blanco, tenía que acceder a los locales por la puerta de atrás, cobraba menos que sus compañeros...
A ello se le sumaba su adicción a la heroína, que la granjeó numerosos problemas, y un paseo por la cárcel de cruel recuerdo, por no hablar de las parejas que tuvo, maltratadores de profesión, tipos mafiosos, crueles, a los que retrató en canciones como:
“My Man” o “Ain't Nobodys Business”
Llegado ese momento, Billie Holiday ya había hecho de su voz, un lamento vocal con una hondura emocional mágica, con una sensibilidad en el fraseo realmente única e irrepetible.
Se dice que nadie como ella, pronunciaba con tanta emoción desgarrada las palabras “love” o “baby”
Trato de improvisar como Louis Armstrong o Lester Young.
“Lo que sale, es lo que siento.
Odio las canciones en línea recta.
Tengo que cambiar los tonos y ajustarlos a mi propia forma de entender la música.
Esto es todo lo que sé”, dijo.
A finales de la década, Billie graba para Columbia la memorable “Strange Fruit”, una canción basada en un poema sobre “los linchamientos que sufre calladamente el hombre de color... los árboles sureños dan extrañas frutas”, escrito por Abel Meeropol, profesor judío del Bronx.
Así como:
“Don't Explain”, “Big Stuff”, “What Is This Thing Called Love?”, “God Bless The Child” y “Good Morning Heartache”, se convertirán en algunos de sus más prestigiosos e inolvidables éxitos.
Sin embargo, el 16 de mayo de 1947, Billie es arrestada por posesión de heroína.
Enjuiciada el 27 de mayo, en el “The United States of América versus Billie Holiday”, fue puesta en libertad 8 meses después.
Casada con el trombonista, Jimmy Monroe en 1940, se divorcian en 1941, tras un “affaire” con el trompetista Joe Guy, consumidor habitual de drogas.
El 28 de marzo de 1952, contrae nuevo matrimonio con el llamado “justiciero” mafioso, Louis McKay, gánster violento, que, aunque no menos siniestro que otros de los muchos hombres que desfilaron por la vida de Billie Holiday, intentó apartarla de su adicción a las drogas.
McKay trató a lo largo de su matrimonio con la cantante, de incentivar el estilo vocal de su esposa, creando una cadena de “studios”, que habría empezado en la Arthur Murray Dance School.
En 1956, Billie Holiday ofrece 2 inolvidables recitales en el Carnegie Hall, el mayor logro jamás alcanzado por un artista de color en aquel nefasto período segregacionista de la historia de EEUU.
El 31 de mayo de 1956, ingresa en el Metropolitan Hospital de New York.
Se le diagnostica graves problemas de hígado y corazón.
Había sido hallada inconsciente por la policía en estado de shock, por consumo de drogas; y permanece bajo vigilancia policial, y fallece por cirrosis de hígado, el 17 de julio de 1959.
En sus últimos años, sus ingresos monetarios habían alcanzado tan progresivo derroche, que a su muerte, su cuenta bancaria arrojaba un saldo de $0,70 centavos; y en su bolsillo se hallaron $750 dólares, y una nota:
Sus últimos honorarios percibidos.
Su funeral, masivo y estremecedor, fue celebrado en St. Paul The Apostol Catholic Church, de New York City.
Técnicamente, la dirección de Lady Sings The Blues es muy acertada en una cuidada ambientación, y una excelente puesta en escena, siendo muy sutil en el drama que involucra alcohol, sexo y drogas.
Cuando la producción de la película sugirió por primera vez a finales de los años 60, Abbey Lincoln fue el “casting” inicial para el papel de Billie Holiday, con Diana Sands como segunda opción.
El proyecto se revivió unos años más tarde, con Diahann Carroll como sugerida protagónica, pero después de las discusiones entre Jay Weston y el director Sidney J. Furie, el papel se ofreció a Diana Ross.
Diana, que se incorpora brillantemente al arte de la interpretación cinematográfica, se convierte en un auténtico fenómeno osmótico con la cantante biografiada.
Al cantar como la inmortal Lady Day, abre una nueva dimensión imaginativa, insólita, subjetivista, y una no menos inspiración realista a su grandiosa interpretación.
Miss Diana Ross, esta enorme aquí, nunca mejor, aunque por momentos deja de ser Billie Holiday, y se muestra como Diana Ross, pero siempre regresando al papel.
Según Diana Ross, Richard Pryor la instruyó personalmente en cómo comportarse durante las escenas del uso de la droga…
Como dato, Diana Ross estaba embarazada de su hija Rhonda Ross Kendrick, mientras se preparaba para su papel en esta película.
Billy Dee Williams, está guapísimo, con esa mirada que dice muchas palabras y sentimientos, está a la altura; y el agradable Richard Pryor, en escenas del amigo que siempre quiere agradar, y por ello paga su precio.
El vestuario, la iluminación, toda la producción vale la pena, no solo como un registro de la gran cantante y actriz que es Diana Ross, sino como el eterno legado de la irrepetible Billie Holiday.
Además de tener un final espléndido, ya que en vez de introducir el típico rótulo explicando el final de Holiday, lo que vemos es a Ross/Holiday dando su último recital, a la vez que van apareciendo extractos de titulares de periódicos reales, que relatan lo que le ocurrió después con su vida...
¿Acaso Amy Winehouse era una Miss Day, pero sin terciopelo?
Los paralelos están...
Es cierto que Lady Sings The Blues está incompleto, sesgado, y resulta muy teatral, en cuanto a su género, pero no es más que una adaptación de lo que la propia Billie Holiday, abiertamente bisexual, quiso dar a conocer de ella misma:
Infancia terrible en unos EEUU racista, con una violación de por medio cuando tenía 10 años, y la búsqueda de la evasión en las drogas.
Con 12 años, marihuana; más adelante heroína...
La válvula de escape de esas vivencias, fue durante un tiempo, la interpretación de las canciones.
Las drogas irían tomando peso; hasta que murió a los 44 años, sola, y después de haber pasado por la cárcel.
En Lady Sings The Blues se recrea, entre otras cosas, la escena de su vida que dio lugar a su mítica canción “Strange Fruit”, y esa áspera metáfora que dice:
“Southern trees bear strange fruit”, “los árboles sureños dan extrañas frutas”
Las extrañas frutas, eran negros ahorcados en árboles a las afueras de los pueblos del sur, por donde pasaba en sus austeras, agotadoras y opiáceas giras.
En ese tiempo postrero, las penurias no dejaron de abrazarla, y las humillaciones racistas y persecuciones policiales tuvieron lugar incluso hasta cuando daba su último aliento en el Metropolitan Hospital de New York, un 17 de julio de 1959, donde recibía una denuncia a los pies de su cama.
Pero dejó a sus viudos, registradas cerca de 300 canciones inmortales, hoy interpretaciones con muchos futuros, como:
“Night and Day”, “Lover Man”, “Satin Doll”, “Blue Moon”, “All Of Me”, “Body and Soul” o “Embraceable you”, así como composiciones propias, como:
“I Love You Porgy”, “Fine and Mellow”, “God Bless The Child” o “Everything Happens For The Best”
Toda Lady Sings The Blues está bañada de las hermosas canciones de Holiday, siendo 2 las que destacan sobremanera:
“Strange Fruit”, una canción interpretada por Billie Holiday, que la cantó y grabó por primera vez en 1939.
Escrita por el maestro Abel Meeropol, como poema, y publicado en 1937, era una protesta contra el racismo estadounidense, en particular el linchamiento de afroamericanos.
Estos linchamientos, habían alcanzado un pico en el Sur, a principios de siglo, pero continuaron allí y en otras regiones de los Estados Unidos.
Según el Instituto Tuskegee, 1.953 estadounidenses fueron asesinados por linchamiento, aproximadamente ¾ de ellos eran negros.
La letra es una metáfora extendida que liga la fruta de un árbol con las víctimas de linchamiento.
Meeropol le puso música y, con su esposa y la cantante Laura Duncan, la realizó como una canción protesta, en los lugares de la ciudad de New York, en los últimos años 30, incluyendo Madison Square Garden.
La canción fue versionada por numerosos artistas, incluyendo:
Nina Simone, UB40, y Annie Lennox; y ha inspirado novelas, otros poemas, y otras obras creativas.
En 1978, la versión de Holiday de la canción, fue introducida en El Salón de La Fama del Grammy; también fue incluida en la lista de canciones del siglo, por la industria de la grabación de América, y la dotación nacional para las artes.
El letrista E.Y. Harburg, se refirió a la canción como un “documento histórico”
También fue declarada como “una declaración de guerra... en el comienzo del movimiento de derechos civiles”, por el productor discográfico, Ahmet Ertegun.
La canción estuvo en el cancionero de Holiday desde entonces.
Aunque en esos años, ya era la más famosa cantante de jazz, fue “Strange Fruit” la canción que le reportó fama mundial.
La imagen pública de Billie Holiday, y la canción, se fundieron:
Ella ya no era sólo una mujer que seducía al público, era capaz de convulsionarlo.
Y “Strange Fruit” era la canción con la que cerraba su actuación en vivo.
Se apagaban todas las luces, excepto por un foco dirigido a la cantante, que iniciaba la actuación con los ojos cerrados.
Inmediatamente, tras finalizar la actuación, desaparecía del escenario.
Después llegaba la calma, sin música, para dejar claro que la actuación había acabado…
Holiday, sólo cantaba la canción en los bises de clausura; de la misma forma que se la cantaba a un público con el que simpatizaba, como para provocar a otro público cuyas ideas rechazaba.
Escribió en su autobiografía:
“Esta canción consigue que la gente que está en orden, se separe de los cretinos y los idiotas”
En los estados del sur, donde de por sí actuaba poco, cantó la canción aún más raramente, pues sabía que causaba irritación.
En Mobile, Alabama, Billie fue perseguida hasta salir del estadio, sólo porque intentó cantar la canción.
Y la otra canción es “God Bless The Child”
En su autobiografía, “Lady Sings The Blues”, Holiday indicó una discusión con su madre sobre el dinero adquirido por la canción…
Ella afirma, que durante el argumento, su madre dijo:
“Dios bendiga al niño que se tiene a sí mismo”
La ira por el incidente, la llevó a convertir esa línea en un punto de partida para una canción, que ella trabajó en conjunto con Arthur Herzog, Jr.
La versión de Holiday de la canción, fue honrada con el Grammy Hall of Fame Award, en 1976; y también fue incluido en la lista de canciones del siglo, por La Asociación de La Industria de La Grabación de América, y La Dotación Nacional para Las Artes.
Las canciones que aquí se cantan, incluyendo la poderosa, “Good Morning Heartache” toman una relevancia asombrosa, donde la letra y las imágenes generan un poder nunca antes visto o sentido.
Tanto que Motown lanzó un disco doble de gran éxito de la banda sonora de las grabaciones de Ross, de las canciones de Billie Holiday de la película, también titulada “Lady Sings The Blues”
El álbum pasó a ser el #1 en las Billboard Hot 200 Album Charts, para las fechas de fin de semana, del 7 y 14 de abril de 1973; y el álbum pasó a ser el 4º álbum #1 de Ross, vendiendo más de 2,000.000 copias estadounidenses; y el 4º álbum R&B más vendido, y el 5º álbum más vendido de Pop, de 1973; siendo aclamado por la crítica por Ross, emulando la voz de Billie Holiday, conservando su propio sonido individual.
La banda sonora, también se destaca por ser el único álbum de Motown, que tiene una etiqueta diseñada especialmente para emparejar la cubierta del álbum en el lanzamiento del vinilo.
Este diseño de la etiqueta, también aparecería en los lanzamientos individuales de la banda sonora.
“You want my arm to fall off”
Cuando murió Billie Holiday, adicta a la heroína, estaba detenida, y tenía tan solo unos dólares pegados con cinta adhesiva a un muslo, sin poder imaginar que en el centenario de su nacimiento, en 2015, sería homenajeada como una pionera, por generaciones de músicos.
La cantante, había quedado afectada por su consumo de heroína, el hostigamiento por parte de la policía, y un marido que la golpeaba tan fuerte, que rodeaba sus costillas con adhesivo, para dar conciertos, y no sentir tanto dolor.
Ella era un rostro de color, en el que predominaron unos ojos agónicos.
Una voz que convirtió el Blues en una jerarquía de latidos descarnados, dotándole de una magnitud cristalizada, de una precisión y una estabilidad que parecía derretirse entre pulsaciones temblorosas, como besos sollozantes, y que surgía recóndita desde su garganta, como un hormigueo estremecedor de sangre huida.
El tapizado eco de su vocalización irrepetible poseía, no obstante, una transparencia de plegaria, una tonada corta de avecilla ahogada, que parecía trenzar su ritmo en invisibles y mágicas lejanías que acogían cada frase, cada palabra en una guirnalda perennemente melodiosa.
En cada canción de Billie, se labra un gemido, se entrama un suspiro, un quiebro que se le deshoja en el corazón.
El cántico de Billie, es una imploración, es un incendio pausado del más extraordinario de los tempos, un ornamento vocal terebrante que oscila entre la sonrisa y el sufrimiento.
John Bush, crítico musical, afirmó:
“Billie changed the art of American pop vocals forever”
Su nombre, es sinónimo de cantante de jazz, si hablamos del estereotipo:
Artistas de existencia turbulenta, criaturas desdichadas, pero con una rara capacidad para conmover al oyente sensible.
Como modelo expresivo, Billie Holiday bien pudo inspirar a Amy Winehouse, y no solo desde el plano artístico, sino inconscientemente.
Y hay mucho material para estudiar a Billie:
Aparte de sus numerosos discos, abundan los libros que analizan su arte y, sobre todo, su vida.
Billie, incluso dictó en 1956, una autobiografía, “Lady Sings The Blues”, popularizando ese subgénero tan estadounidense de los relatos confesionales, donde el pecador exhibe sus vicios, y pide perdón.
Todo lo que sabíamos, o imaginábamos sobre Billie Holiday, parece un pálido reflejo de la realidad:
Criada en la calle, se dedicó a la prostitución, y quedó marcada por las leyes de aquel negocio; solía casarse o emparejarse con proxenetas violentos y ladrones...
La grabación clandestina de una conversación telefónica con su último marido, Louis McKay, revela que era considerada como una caja registradora:
“Todas las mujeres que he tenido, eran grandes personas, buena gente.
Y ella va por ahí, regalándole el coño a cualquiera... yo no trabajo así.
¡Yo me dedico a vender!”
Pasma pensar que McKay quedó como “héroe” en el filme, Lady Sings The Blues.
Porque para los hombres de Billie, el problema era su dificultad para generar dinero.
Al ser encarcelada por drogas, perdió la tarjeta necesaria para actuar en los lucrativos locales nocturnos neoyorquinos, lo que la empujó a viajar a ciudades donde tocaba con inexperimentados músicos locales, y a realizar giras tan desastrosas, como la que la llevó al Sur de los Estados Unidos, cantando ante paletos que no apreciaban su arte.
Cuando había dólares, reinaba el derroche... y las amistades…
Aparentemente, McKay compraba hasta un kilo de heroína, y allí chupaban todos.
Billie era una yonqui atípica:
Tras grandes festines, podía pasar temporadas sin consumir.
Desdichadamente, se había convertido en la adicta más famosa del país, y eso la hacía objetivo fácil para los policías, a veces conchabados con los traficantes, o con sus propios amantes.
Las humillaciones fueron constantes, que las autoridades exigían que se declarara como “delincuente”, cada vez que entraba o salía del país.
Con Billie, se ofrecen mil detalles sórdidos.
Ella podía seducir a ambos sexos, pero llegó un momento en que su agujereada figura, solía andar desnuda por los camerinos, espantaba incluso a quien acudía con ansias carnales.
El milagro se repetía cuando salía al escenario, con su voz espesa y lánguida, hasta la canción más tonta rebosaba sensualidad, sabiduría, y emoción.
Se podía decir que mientras más drogada, cantaba mejor y daba un buen espectáculo; era, una vez más, Lady Day.
A pesar de esa parte oscura, ¿quién no la tiene? Billie Holiday tocó con toda la nobleza de músicos, en la época más dorada del jazz, la de mediado el siglo pasado.
Muchos de ellos, acudieron a su funeral, junto a 3.000 personas más.
Y en el cielo, toda la admiración de una familia, la del jazz, que quizás se sentía culpable por no haber hecho más por una de los suyos.
Hoy nos queda su legado discográfico, y sus apariciones televisivas.
También, documentales como “Lady Day: The Many Faces Of Billie Holiday” (1990), del realizador Matthew Seig; o este imprescindible “biopic”, Lady Sings The Blues, de Sidney J. Furie, y con Diana Ross en el papel de la cantante.
El título, resulta evidente, tomaba su nombre de la autobiografía que Billie Holiday había escrito en 1956, con la ayuda de William Dufty, hoy de obligada lectura.
La cantante, también realizó sus pinitos en el cine, aunque con desiguales resultados, o hirientes, como aquella incursión cinematográfica de mediados los años 40, New Orleans, junto a Louis Armstrong, en la que, adivinen sus papeles... Sí, efectivamente, haciendo de criados...
Y en Hollywood, los papeles de los afroamericanos como de los latinos, no han cambiado desde tiempos de Billie Holiday.

“Them that's got shall have
Them that's not shall lose
So the Bible says and it still is news
Mama may have, Papa may have
But God bless the child that's got his own, that's got his own”



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