Isle of Dogs (犬ヶ島)

“To the North; a long rickety causeway over a noxious sludge marsh, leading to a radioactive landfill polluted by toxic chemical garbage.
That's our destination.
Get ready to jump”

George Gordon Byron, 6º Barón de Byron, y mundialmente conocido como Lord Byron, fue un poeta inglés, y una de las mayores personalidades del movimiento romántico; y debido a su talento poético, personalidad, atractivo físico y escándalos personales, fue en vida una verdadera celebridad de la época; y hoy es considerado uno de los mayores poetas en lengua inglesa, y antecedente de la figura del “poeta maldito”
Y es que Lord Byron tuvo un particular magnetismo personal:
Consiguió la reputación de no ser convencional, de ser excéntrico, polémico, ostentoso y controvertido; y muchos han atribuido sus capacidades extraordinarias a un trastorno bipolar, también conocido como “síndrome maníaco-depresivo”
Siempre fue ácido y cruel; se inclinó por los desheredados, los marginados, los miserables como los corsarios y los cosacos, y todo lo demás era hipocresía:
La nobleza, la sociedad, etc.; pues siempre defendió a los más débiles y a los oprimidos, por lo que apoyó a España frente a La Invasión Napoleónica, a la independencia de las naciones suramericanas; y por supuesto, a la libertad de su querida Grecia.
Fue un gran admirador de Rousseau; y de manera muy particular, tuvo gran afición por la compañía de los animales, como por su perro terranova llamado Boatswain, nacido en Canadá, que se convirtió en su sombra; pues con una ajetreada vida y una prolífica obra poética, Lord Byron era un apasionado de los animales de compañía, y por esto le dedicó un curioso epitafio a su perro cuando murió.
A Boatswain se lo regalaron cuando era un cachorro en 1803, y fue un fiel acompañante del noble durante sus viajes; tanto que en una ocasión, el perro cayó por la borda del barco donde viajaban, exigiendo Byron al Capitán que detuviese la nave para poder recogerlo.
El capitán se negó explicando que ese tipo de sacrificios sólo se hacen en el caso de que sea una persona la que ha caído del barco… y en ese momento, Byron se tiró al agua, y nadó hasta donde estaba el perro; lo sujetó y espero a que El Capitán, obligado ya por las normas e incluso por su propia palabra, detuviera el barco, y mandara rescatar al hombre caído, es decir, al propio Lord Byron; y lógicamente al salvar al humano, salvó también al perro.
Pero en 1808 Boatswain murió a causa de la rabia, y éste recibió un regalo para toda la eternidad en La Abadía de Newstead, propiedad que Lord Byron erigió en su honor, con un epitafio que reza:
“Cerca de este lugar reposan los restos de un ser que poseyó la belleza sin la vanidad, la fuerza sin la insolencia, el valor sin la ferocidad, y todas las virtudes del hombre sin sus vicios.
Este elogio, que constituiría una absurda lisonja si estuviera escrito sobre cenizas humanas, no es más que un justo tributo a la memoria de Boatswain, el perro nacido en Newfoundland en mayo de 1803, y que murió en Newstead el 18 de noviembre de 1808”
Cuando Boatswain murió, Lord Byron ordenó construir en los jardines de su mansión, uno de los monumentos más bellos e impresionantes que una persona haya dedicado jamás a un animal, a su perro noble de compañía; y aunque estaba muy endeudado en ese momento, Byron encargó ese impresionante monumento funerario de mármol para Boatswain, de hecho más grande que el suyo, y el único trabajo de construcción que alguna vez llevó a cabo en su propiedad.
Se dijo que en su testamento de 1811, Byron solicitó que fuera enterrado con él… y el poema de 26 líneas “Epitaph to a Dog”, se ha convertido en una de sus obras más conocidas, pero un borrador de una carta de 1830 de Hobhouse, muestra que él es el autor, y que Byron decidió usar el largo epitafio de Hobhouse en lugar del suyo propio, que decía:
“Para marcar los restos de un amigo, surgen estas piedras; nunca supe otra cosa, y aquí él miente”
Byron tenía un gran amor por los animales, y sin lugar a dudas fue un hombre apasionado que encontró en los perros a sus mejores amigos, aunque ello no evitó que diera su vida por causas que él consideraba nobles y necesarias.
Ama tanto a los animales que Byron, mientras estudiaba en Cambridge, guardó un oso en una institución en donde estaban prohibidos los animales domésticos; y durante su vida, además de numerosos gatos, perros y caballos, Byron mantuvo un zorro, monos, un águila, un cuervo, un halcón, pavos reales, gallinas de Guinea, una grulla egipcia, un tejón, gansos, una garza y un cabra.
A excepción de los caballos, todos residieron en el interior de sus casas en Inglaterra, Suiza, Italia y Grecia.
“You're talking like a bunch of housebroken... pets”
Isle of Dogs (犬ヶ島) es una película animada del año 2018, dirigida por Wes Anderson.
Protagonizada por Koyu Rankin, Kunichi Nomura, Bryan Cranston, Edward Norton, Bill Murray, Jeff Goldblum, Bob Balaban, Greta Gerwig, Frances McDormand, Courtney B. Vance, Fisher Stevens, Harvey Keitel, Liev Schreiber, Scarlett Johansson, Tilda Swinton, F. Murray Abraham, Frank Wood, Yoko Ono, entre otros.
El guión es de Wes Anderson, basado en una historia de Wes Anderson, Roman Coppola, Kunichi Nomura, y Jason Schwartzman; y aunque solo contribuyó a la historia, este fue el 2º guión en el que Schwartzman había colaborado con Wes Anderson; pues anteriormente escribieron “The Darjeeling Limited” (2007) juntos; al tiempo que este es el 9º largometraje del director, y la 2ª película de “stop motion”; que desde su debut con el filme “Bottle Rocket”, Anderson ha definido un estilo artístico muy propio, que lo ha llevado a crear una estética única y auténtica, para brindarnos personajes establecidos e historias divertidas, conmovedoras y originales.
Aquí Anderson sitúa a la película dentro de una visión “retro-futurista” de Japón; no obstante, ésta cuenta con imágenes inspiradas en el cine y cultura de la posguerra de Japón; e introduce con suma cintura problemas políticos universales, como la lucha de clases, la corrupción o el nacionalismos; económicos como los lobbies o El Capitalismo; y sociales como el racismo, la xenofobia, las protestas estudiantiles y el maltrato animal, entre otros.
Pero sobre todo muestra la pureza del niño, la pureza del animal, la incondicionalidad, respeto y lealtad mutuas; todo ello cargado de humor, acción y drama; pero en su recorrido, también le rinde homenaje a la belleza del cine japonés, al heroísmo esperanzador de los pequeños e ignorados, al rechazo de la intolerancia y, sobre todo, al inquebrantable vínculo entre niño-perro que nos ha regalado incontables aventuras.
No es de extrañar que la película haya sido influenciada por el trabajo de Akira Kurosawa y los especiales de navidad en “stop motion” de Raskin/Bass.
Isle of Dogs (犬ヶ島) fue producida en 3 Mills Studio en East London, Inglaterra, que está a 3 millas de distancia de un área realmente llamada “Isle of Dogs” que es una antigua isla al este de Londres, que está rodeado por 3 lados, este, sur y oeste; y al sur con el río Támesis.
El nombre de esa isla puede provenir de la presencia de los ingenieros holandeses que ganaron tierras del río tras una desastrosa inundación; por la presencia de horcas sobre las orillas enfrente a Greenwich; por un agricultor llamado Brache, una vieja palabra para un tipo de perro de caza; y más tarde, por El Rey Henry VIII, cuando mantuvo sus ciervos en el parque de Greenwich, donde se considera que sus perros de caza quizás fueron mantenidos en los edificios abandonados en la isla; no obstante, el origen del nombre de la isla sigue siendo un enigma...
Aquí, el título “Isle of Dogs” es un juego de palabras, que dicho rápida y fluidamente, suena como “I love Dogs”; sin embargo, el juego de palabras solo funciona en inglés, y pierde ese significado en la pronunciación japonesa del kanji, “Inu ga shima”
Así las cosas, esta es una película de animación mediante la técnica de “stop motion”, que sigue a un niño japonés, en la búsqueda de su perro que fue exiliado “por salubridad” a una isla junto a todos los perros del país, en una aventura que proviene de tiempos milenarios, y que él se propone en cambiar; de esa manera la acción se sitúa en un futuro Japón distópico, en el que los perros han sido puestos en cuarentena y reubicados en una de sus islas como consecuencia del contagio masivo de una gripe canina incurable; pero un grupo de perros, el sobrino del autoritario gobernante del país, y una estudiante de intercambio, descubren los distintos niveles las mentiras, la manipulación y la corrupción detrás de unas promesas electorales y decisiones políticas destinadas a oscuros planes y satisfacer turbios intereses.
Todo desde un sentido del humor absurdo, irónico y subversivo, que emerge desde las propias imágenes, atraviesa los diálogos, fluye con el montaje, explota en los gags físicos, y llega a su epítome en la misma composición de sus recargadísimos planos, y el uso de la profundidad de campo.
Filmada en Londres y la Babelsberg de Berlín; para su producción fue necesario un equipo de 27 animadores para realizar el enorme trabajo que requiere cada plano, ya que el movimiento se genera fotografiando objetos inertes entre 12 y 24 veces por segundo; por lo que conseguir unos segundos de película, pueden suponer todo el día de trabajo de un animador, y por ello se han invertido casi 4 años en este proyecto.
En total, se han fabricado más de mil muñecos, y construido 240 decorados; y antes de comenzar el rodaje, la película se dibujó plano a plano sobre el papel como si fuera un comic, reproduciéndose en formato vídeo para que todo el equipo de animadores tuviese la misma visión de conjunto.
De esa manera, la acción sigue a Atari Kobayashi (Koyu Rankin), un chico de 12 años, pupilo del corrupto Alcalde Kobayashi (Kunichi Nomura)
Cuando, por decreto ejecutivo, todas las mascotas caninas de Megasaki City son exiliadas a un gran basurero, Atari parte solo en una pequeña avioneta Junior-Turbo Prop, y vuela a la isla de basura en busca de su perro guardián, Spots (Liev Schreiber)
Ahí, con la ayuda de una jauría de perros callejeros, que se convierten en sus nuevos amigos, comienza un viaje épico que decidirá el destino y futuro de toda la provincia.
Hablada parcialmente en japonés, y muchas veces sin subtítulos, lo que nos pone del lado de los perros, cuyos ladridos son traducidos en inglés; el relato toma códigos de la sociedad y cine japonés para narrar la odisea del pequeño piloto en busca del amigo perdido.
Herido, pero no derrotado, Atari tiene el coraje y la perseverancia que solo el sufrimiento trae consigo:
Es huérfano debido a un accidente de tren, y ahora debe vivir bajo la inmensa sombra de su tío lejano, un político capaz de cualquier cosa para ser reelecto y quedarse en el poder; pero contra todo pronóstico y opinión, el niño va contra el mundo establecido, pues quiere recuperar a su perro.
Y dentro de la fauna de la isla, Atari va a ir conociendo a otros moradores cuyos estereotipos juegan un rol importante dentro del enclave social, como:
Gondo (Harvey Keitel), Jupiter (F. Murray Abraham) y Oracle (Tilda Swinton)
Isle of Dogs (犬ヶ島) es una hermosa y delicada historia de amor, una ampliamente diferente, fértil en exclamaciones visibles y veladas sobre la libertad, la prensa, la política, los principios, el temor, la transformación, la amistad y la vida, tanto humana como canina, que se nutre de un elenco vocal de primera línea, y un apartado visual y técnico tan excéntrico y prolijo como cada una de las ambiciones narrativas de un cineasta que no solamente construye una compleja adición a su primorosa filmografía y crecimiento artístico, sino que imbuye con cierta complacencia, una alegoría afilada e inteligente dentro un filme de alto concepto que va claramente dirigido a las mentes mayores, aquellas que se resisten a pensar el arte como una canal de pensamientos intrasmisibles, no como un mecanismo de ineludible contacto y avance.
La película es impresionante desde el punto de vista técnico, donde también se hayan algunos de los temas comunes en la filmografía de Anderson, como el gran elenco, los planos grupales, el tono de comic, los elevadores, la música “infantil” pero pegadiza, y uno personajes “con alma”, basta ver la pandilla de perros con cada una de sus personalidades para tomarles cariño y empatía, así como “el bueno se deja querer, el malo se deja odiar”, aunque siempre hay momentos para el perdón y la redención; y de nuestra capacidad para cambiar; y nunca hay que perder la esperanza, de cómo lo orgánico seguirá valiendo muchísimo más que la tecnología, o de cómo los políticos mienten repetidamente, con iconografía fascista mediante, y el pueblo no hace más que asentir sin hacer nada para detenerlo.
Todo ello, claro, con forma de metáfora hiperbólica a modo de cuento infantil capaz de mezclar a George Orwell, Roald Dahl, Yukio Mishima, Philip K. Dick, “El Mago de Oz”, “Edward Scissorhands”, “The Goonies”... sin dejar de ser Wes Anderson en ningún momento; y en el fondo, la película en más humana de lo que parece, y zambulléndose en la trama descubriremos la importancia de los valores reflejados en los perros, lástima que los gatos no son tan explorados… pero si hacen ver que los animales en general son el equilibrio perfecto para los humanos, llenos de tradiciones y convencionalismos retrógradas, donde podemos ver en la aventura, miles de espejos en donde reflejarnos como sociedad, desde la política actual, las migraciones, las diferencias, el choque generacional...
La técnica, nuevamente eleva la propuesta en una película que hasta este momento se puede decir que es la mejor de lo que va del 2018.
Son 90 minutos que se hacen cortos, y que entra de lleno en la categoría de Obra Maestra.
Del doblaje… las animaciones lo son todo, y vale tanto que el japonés no se traduzca para hacerlo sentir innecesario para la audiencia, porque el idioma que se habla aquí es universal; y de una forma muy audaz, Isle of Dogs (犬ヶ島) es una profunda reflexión sobre varios temas importantes, principalmente el de los perros callejeros, y el como suelen verse como un problema de una ciudad, y no como una responsabilidad social; pero al mismo tiempo, esta cinta es una mordaz critica a la sociedad, las personas, los sistemas de gobierno totalitarios, y el cómo solemos creer las cosas sin cuestionarlas; una película llena de moralejas, reflexiones y cuestionamientos, que llegan a lo más profundo, y concientiza a las personas sobre la tenencia responsable de animales de compañía.
“Because he's a twelve year old boy, dogs love those”
No cabe duda, y si hay un nombre que sea sinónimo de buen cine o una especie de garantía de que verás una buena película, ese nombre es Wes Anderson, un ingenioso “storyteller” que ha encontrado la voz, el tono y la forma perfecta para transmitirnos a todos mensajes poderosos, e ideas profundas a través de sus películas; porque Isle of Dogs (犬ヶ島) es un largometraje preciso, técnicamente sobresaliente, que utiliza la técnica del “stop motion” para sumergir al espectador en un relato que habla sobre la amistad, lealtad, familia y, por sobre todo, de los desenfrenados y poderosos sentimientos que marcan el inicio de la adolescencia.
Con personajes entrañables y una historia marcada por la ironía de su autor, el largometraje es una invitación perfecta hacia un rebelde viaje de autodescubrimiento y comprensión; y al tiempo es una de las muestras más puras del toque distintivo de Anderson como cineasta, donde evidencia contundentemente que el cine de autor se sigue manifestando en El Séptimo Arte moderno; esto significa que aunque la trama suceda en un Japón futurista donde se ha prohibido que los perros puedan ser mascotas, y parte de la cotidianidad de los humanos; el filme cuenta con los cambios de ritmos distintivos del director, pausado para exaltar las peculiaridades de sus personajes, y frenético cuando hay que acentuar los virajes más absurdos; y más que nada con su sentido del humor sagaz e irreverente.
Lo que sí resulta distintivo, es que en esta ocasión, el director no muestra interés en darle un subtexto a la trama principal; eso resulta en que todo el filme se sienta como un experimento, y que el desarrollo de la trama sea el equivalente a una travesía por un laberinto que tiene todos los géneros cinematográficos que despiertan la pasión de Anderson.
El que el humor de este director sea inteligente, siempre es apreciado, pero que en esta ocasión su filme sea totalmente impredecible, es una de sus mejores cualidades, y emociona genuinamente.
Dividida en 4 capítulos y un Prólogo llamado “El Niño Samurai y El Antepasado Sin Cabeza”, se explica la leyenda de una guerra entre 3 clanes... donde 2 de ellos adoraban a los perros, mientras que el clan Kobayashi eran amantes de los gatos.
Los clanes lucharon en una batalla hasta que un niño guerrero salió y decapitó al jefe del Clan Kobayashi.
Siglos más tarde, La Familia Kobayashi no ha perdonado su mayor derrota... y saltamos de aquí a 20 años en el futuro, a partir de ahora en la ciudad japonesa de Megasaki, donde los 4 capítulos serán:
“El pequeño piloto en la isla de la basura”, “La búsqueda de Spots”, “El Rendez-Vous”, y “La Linterna de Atari”
Todo se trata de una distopía ambientada en la ficticia ciudad costera de Megasaki, en Japón; donde surgió un grave brote de gripe canina que fue aumentando de tal modo hasta alcanzar proporciones epidémicas.
Ante tal suceso, El Alcalde de la ciudad, Mayor Kobayashi, decidió tomar medidas extraordinarias, y exiliar a todos los perros a una isla ficticia, figurando que es una de las numerosas islas que forman parte de la prefectura de Nagasaki, la cual está totalmente deshabitada, y únicamente se usaba como vertedero de basura.
La historia sigue en paralelo la vida de un grupo de 5 perros que han sido exiliados allí:
Rex (Edward Norton), King (Bob Balaban), Duke (Jeff Goldblum), Boss (Bill Murray), y el líder Chief (Bryan Cranston)
También ellos siguen al niño, Atari Kobayashi, pariente lejano del Alcalde, quien durante esa drástica operación del gobierno local, perdió a su mejor amigo, su perro Spots; al ser enviado a su suerte al vertedero.
Posteriormente, Atari se escapa de su hogar con el fin de poder recuperar a su amigo, secuestrando para tal fin, un destartalado aparatado volador tipo Junior-Turbo Prop XJ750, con el que pudo sobrevolar la distancia que separaba su hogar de la isla, burlando así la prohibición de acercarse y la cuarentena establecida en dicho lugar, hecho que tras ser detectado, provoca la actuación del Alcalde que pretende, por todos los medios, llevárselo de vuelta, y sin el perro.
Mientras en la ciudad se empieza a alzar un movimiento en favor de los perros llamado “Pro Dog” cuyo símbolo es el kanji “犬” o en romaji es “inu”, que significa “perro” y que es liderado por una estudiante de intercambio llamada Tracy Walker (Greta Gerwig)
De esa manera, en “la alegre cháchara” que comparten Rex y los demás por tener por fin un amo a quien ayudar, contrasta con Chief y su naturaleza de perro callejero, ya que siempre recordada a la mínima oportunidad, elemento diferenciador que marca una distancia emocional y, de alguna manera, le roba eso que todo perro desea:
Permanecer vigilante, acompañar, sentarse, coger el palo… son diversiones en las que él nunca se ha imaginado, por mucho que pueda imaginarse con facilidad las de todos los demás, sobre todo de la perrita Nutmeg (Scarlett Johansson), por muy increíbles que sus trucos puedan sonar.
Y aquí es cuando el control de Wes Anderson demuestra ser tan eficaz para resaltar, sin apenas palabras, de manera “plana” pero tremendamente emotiva, la sensación de calidez, afecto y gratitud que inunda a un perro cuando su amo le considera alguien imprescindible, o casi un igual.
Son momentos así, los que vertebran la progresiva metamorfosis de Chief, y a la postre, los que hacen de Isle of Dogs (犬ヶ島) una aventura de esas que da gusto contemplar, y vale repetirlo una vez más, aún a pesar de los maravillosos diseños, las simetrías imposibles, y las temibles fisonomías con las que sus villanos se expresan; pues todos los personajes son Chief, a su manera.
Y muestra cómo los niños no se dan por vencidos por mucho que toque andar, jovencitas en un país extranjero que quieren revolucionar, y perros que quizás han hecho mal pero, maldita sea, no lo podían evitar… como todos en la vida.
Seres vivos e inquietos, que escapan a la tiránica simetría imperante, y dicen que sí, que merece la pena dejar de ser un solitario y preocuparse por los demás, aunque a veces eso mismo se tenga que luchar.
Desde la primera secuencia, el filme establece su propia mitología.
Esta empuja la trama a iniciar en el momento en que todos los perros de Japón son trasladados a una isla donde la nación acumula sus escombros y desechos.
Un tiempo más tarde, ésta “isla basura” se convierte en el espacio titular del filme.
De primera instancia, Anderson aparenta no tener mucho interés en explorar la sociedad que se ha formado entre los perros; sin embargo, el cineasta lo que hace es acomodar con rapidez el detonante que empujará el desarrollo de la trama en diferentes direcciones.
Esto es la llegada a la isla de un niño de 12 años que quiere reclamar a su perro guardián, y mientras esto sucede en la isla, un grupo de jóvenes activistas trata de exponer la corrupción del gobierno opresivo, que eliminó todos los perros de la sociedad, y un grupo de científicos trata de encontrar una fórmula que permita curar el virus que supuestamente causó el destierro de los canes.
Estableciendo una línea de tiempo que salta entre pasado y presente; y dividiendo la acción en capítulos, Isle of Dogs (犬ヶ島) logra entretener, comprometer y emocionar en sus casi 100 minutos de duración, con algunos personajes hablando casi directamente a cámara y encuadres precisos, narrativos y equilibrados, el director brinda una aventura dinámica que se disfruta de principio a fin, utilizando las virtudes del confucionismo como base para moldear a sus personajes principales, y retratando a un grupo de perros que hace todo mediante una democrática votación, aunque siempre hay un disidente:
Chief, un perro callejero que nunca sintió el amor de una familia como los otros, y que solo se mueve bajo la ley de la supervivencia del más fuerte.
Con marcadas cicatrices y sin ánimo de ser domado, Chief comprende gracias a Atari, que la perfecta relación entre un perro y su humano, no es de amo y sirviente, sino que más bien se cimienta en el amor incondicional, la lealtad y la bondad; y es que a veces no se necesita tener la misma sangre, ni ser de la misma especie para ser realmente una familia.
Paralelamente a la acción que se desarrolla en el gran basurero con Atari y los perros, la película muestra la lucha de la incansable Tracy Walker, una extranjera que no teme hablar fuerte cuando se trata de proteger a los canes y las causas justas.
Siempre combatiente y líder del grupo de prensa de su colegio, busca la verdad dentro de una ciudad que parece subordinada ante el linaje y apellido de su gobernante.
Siendo quizás el único personaje femenino que incide y trasciende en la historia, Tracy es la contraparte de Atari:
El pequeño piloto es práctico, y no duda en actuar para salvar a su perro; mientras que la niña es idealista, y se enfrenta hasta al más poderoso con tal de salvar a todos los perros de un cruel destino, y no solo a uno.
Siendo un perro callejero al igual que Chief, Atari aprende a soñar en grande, y termina por comprender no solo su propia naturaleza, sino también la verdadera raíz de los vínculos que lo unen con sus seres queridos; porque los niños poseen esa rebeldía que no conoce de amos ni pertenencia; y al reflejarse en otros, solo pueden ver a un igual.
Esa es la magia de Isle of Dogs (犬ヶ島), con un líder que no es dueño de sus votantes, así como la lealtad de un perro no lo convierte en el sirviente de la casa.
Todo se trata de dar y recibir, en un equilibrio donde el concepto de familia y hogar, también se podría replicar en la política y en la comunidad; y se da a entender que la película es una alegoría de la mundo real, donde conflictos en política terminan creando el mismo tipo de divisiones basadas en miedos injustificados.
Pero los cuestionamientos a lo nuevo de Anderson no van por ahí...
¿En qué se diferencia la apropiación cultural de la apreciación?
La apropiación consiste en tomar aspectos de una cultura ajena, y por lo general subyugada en comparación a la cultura occidental dominante, y justamente apropiárselos.
Puede sonar como algo positivo, pero el problema con esto es que el origen y el valor de esa cultura como tal, son aspectos ignorados por parte de quien los apropia; o como si esos elementos vinieran a tomar valor sólo en manos de la cultura dominante, y no cuando forman parte de su entorno original.
Greg Tate, un escritor estadounidense, define esta situación con la siguiente frase:
“Todo menos una carga”
Es hacer dinero, o imagen, a partir de elementos que no son propios sin reconocer su entorno original como válido de por sí.
Por otro lado, la apreciación cultural implica reconocer e utilizar esos signos pero desde un lugar más respetuoso, reconociendo su origen, el significado de los mismos, y evidenciando el hecho de que son objetos ajenos a la persona que los utiliza.
Creo que la diferencia está ahí:
Anderson habla, desde ese gesto, de su propia lectura y traducción de los signos culturales japoneses.
Si el japonés estuviese subtitulado, quizás nos apropiaríamos de esos signos como nuestros, o ignoraríamos el origen complejo de los mismos.
En la misma línea, está la decisión de que haya una estudiante de intercambio de origen estadounidense que es prácticamente la líder del grupo “pro-dogs”, que vendría a ser la resistencia al régimen totalitario.
Esta decisión me parece aún más polémica, porque uno de los lugares de mayor peso, que termina siendo determinante para el futuro de esa nación, lo ocupa una extranjera, y no la propia gente del lugar.
¿Por qué tiene que ser una norteamericana la que les “muestre” a los habitantes las injusticias que están viviendo?
¿Por qué ella tiene más ímpetu que los demás?
¿Qué la hace mejor líder?
Ahí creo que sí, Anderson responde a un impulso dominante, un orientalismo latente; y por otro lado, esta imagen de la yanqui líder, con más fuerza que el resto, se rompe al final de la película:
Tracy, luego de protestar constantemente acerca de las mentiras conspirativas del régimen, es deportada a Estados Unidos.
En ese momento es cuando el espectador vuelve a caer que, claro, para Tracy, y quizás para nosotros también, todo esto es un juego.
Porque siempre existe la opción que te devuelvan a casa, de apagar la tele o de bloquear las publicaciones que nos molestan de las redes sociales.
Ese momento evidencia la ilusión, y la burbuja, en la que vive Tracy y con ella el resto del mundo occidental.
De esa manera, Isle of Dogs (犬ヶ島) no lo parece, pero es una película compleja.
Narrativamente, el mensaje político de Anderson es patente en la burda manipulación informativa del equipo de gobierno, la censura en la libertad de expresión, la corrupción electoral, en la persecución de las minorías, obtención de privilegios de las clases dirigentes, y el uso del desarrollo tecnológico en beneficio propio, con el fin de perpetuar su poder.
También, el director envía un mensaje claramente ecológico, mostrando la degradación de la isla convertida en un vertedero de basura tóxica, que no se degradará ni en mil años.
Toda está desoladora crítica social, se combina con su característico humor absurdo y surrealista, su inconfundible sarcasmo, y la caricatura casi grotesca de una sociedad pasiva e insensible.
Sin duda, una influencia de su admirado director sueco Roy Anderson, pero también pone el foco en valores como la amistad, la lealtad, la solidaridad y la entereza.
Visual y temáticamente, el diseño de producción es espléndido:
Todos los escenarios saben reflejar la ambientación de cada entorno, como si el propio espectador estuviera allí mismo, diferenciando 2 lugares bien marcados:
La Isla Basura putrefacta, contaminada e infecciosa; en contraste a la ciudad de Megasaki, colorida, iluminada y recargada.
Esto se logra, en gran parte también, gracias a la paleta de colores, meticulosamente escogida, con ondulantes mares brillantes, una línea de sombras alargadas que avanzan a lo largo de una pared de basura, o una guarida multicolor hecha de botellas de sake recicladas…
Pero también Isle of Dogs (犬ヶ島) está impregnada de la cultura pop japonesa contemporánea, y la iconografía futurista, pero también se inspira en influencias tradicionales, sobre todo en sus ingeniosas alusiones a Hokusai, artista japonés del siglo XIX, cuyos temas incluyen paisajes, flora y fauna, la vida cotidiana y lo sobrenatural, y otras obras de arte clásico.
La película sugiere una inmersión real en la cultura y el cine japonés, inspirado en  las películas épicas de Akira Kurosawa; incluso El Alcalde Kobayashi es una caricatura del gran actor, Toshiro Mifune, fetiche de Kurosawa.
La técnica empleada fue filmarla en “stop motion” con un equipo de 670 personas que hicieron 130,000 fotografías fijas.
La mayor parte de este equipo, trabajó previamente con Wes Anderson en “Fantastic Mr. Fox” (2009); y según Anderson:
“No hay nada en toda la película que se pueda clasificar como efectos visuales puros, todo está basado en miniaturas, grandes y pequeñas”
Y se nota en los ojos expresivos de los títeres que pueden en ocasiones llorar…
Anderson y sus colaboradores en la elaboración del guión, Roman Coppola y Jason Schwartzman, querían que la película no fuese empalagosa, y para ello han evitado firmemente el culto japonés al “kawaii” o la ternura, que en ocasiones puede resultar un poco cargante para el espectador occidental.
Por el contrario, el diseño favorece los bordes ásperos, con abundantes costras, orejas rotas y pieles rasgadas; donde cada humano y cada perro están diseñados cuidadosamente, pues se ensamblan en planos pulcros y simétricos expresados en una paleta de colores cálidos que nos sitúa perfectamente en Japón; y cada uno de ellos desprende carisma y personalidad.
La narrativa se centra en lo visual, pero el uso de distintos idiomas, inglés, japonés y “canino” hacen que las escenas sean incluso más ricas y especiales, fomentando la imagen de Wes, como “un bicho raro en Hollywood”
Las composiciones simétricas del siempre perfeccionista artista que se rehúsa a someter su obra bajo a los fenómenos de La Era Digital son, sin ambages, impresionantes; con la aguda puntería por soslayar las más conocidas superficialidades, y sumergirse de lleno dentro de la complicada, visualmente hablando, cultura japonesa donde sitúa a este filme en un nivel superior en términos artísticos, aun desplegando la mayoría de la acción en una isla limítrofe.
Y el detalle trasmuta en obsesión ante cuan mínimo manifiesto de suntuosidad; la naturalidad de los movimientos encandilan nuestras percepciones que intentan dar con una secuencia que luzca entrecortada, un malicioso deseo que obviamente jamás se hará realidad con Anderson al timón.
Son pocos los seres humanos que caminan por la historia, ya que los protagonistas caninos son quienes adquieren la mayoría de la atención de los departamentos de arte; las acciones y actividades de los perros, potencian el avanzar de la trama gracias a la veracidad de sus comportamientos, se observa verdaderamente al animal domesticado por excelencia, más allá del comportamiento casi humano que se le da.
En un sentido más completo, lo que adereza con personalidad el festín de fotogramas, es la increíble y merecidamente premiable cinematografía de Tristan Oliver, opima en matices y recovecos que dotan a las imágenes de una fuerza incontenible, la cual crece incontrolablemente conforme corre la película, cada cuadro es una auténtica escultura finamente moldeada y perfilada que pasa por las manos de cientos de exquisitos artistas que con su talento, literal y figuradamente, plasman las obsesiones de un maestro de la animación; una experiencia deslumbrante.
La aportación de su sonoridad al sonido diegético, y la grafía del lenguaje nipón a la dirección artística en los textos y carteles en pantalla, dejan claro la razón de ser de su ambientación.
Una ambientación que se traslada a los elementos de su banda sonora en una obra que evoca a Akira Kurosawa en su planteamiento de aventura épica, estructura, jerarquía de personajes, y hasta en los movimientos de cámara.
La descripción y utilización del espacio en el que existe el mundo dentro de la película, está diseñado con gran precisión.
En los mismos diálogos y encuadres, la coherencia se hace extrema y acaba por configurar en su edición un relato que se desarrolla con ritmo musical, donde la repetición sirve de preparación para ser subvertida constantemente en todos los aspectos de este largometraje.
Como dato, todas las tomas desde la perspectiva de los perros, no muestran el color rojo ni verde, ya que los perros son parcialmente daltónicos, y no pueden ver esos colores.
El pelo de los perros está hecho de lana de alpaca; y los 5 perros principales, Chief, Rex, King, Duke y Boss, todos tienen nombres que significan algún tipo de “líder”; mientras cuando los perros comen en una viga de metal, se parecen a la famosa foto “Lunch Atop A Skyscraper”, que muestra a los trabajadores de la construcción que tienen su almuerzo en una viga de metal sobre Manhattan.
Del elenco, el escritor y director Wes Anderson, organizó una competencia para que alguien sea un miembro del reparto de voz para esta película.
El único requisito era que donaran $10 o más a Film Foundation, una organización sin fines de lucro fundada por Martin Scorsese, que se especializa en la preservación y restauración de películas en todo el mundo.
Se dijo que Jeff Goldblum grabó sus líneas por teléfono en California, pues debido a conflictos de programación, no pudo ir a Inglaterra para grabar sus líneas con el resto del elenco.
El lugar de residencia de Tracy, se llama Residencia Kikuchiyo, en honor a Kikuchiyo del filme de Kurosawa “七人の侍” (Seven Samurai – 1954)
El elenco de doblaje está lleno de grandes actores, y hasta Yoko Ono participa dándole voz a la asistente llama Yoko Ono, pero lo más relevante no es la gran cantidad de estrellas de cine prestando su voz, sino que cada voz que se escucha transmite emociones y sentimientos que los personajes que vemos en pantalla sienten; ya sean adolescentes heridos, padres perdidos, zorros pícaros o perros exiliados, los personajes de Anderson logran conectar con el espectador de forma directa; y es imposible no sentirse atrapado en ese microcosmos que teje, siempre en defensa del más débil, por excéntrico que sea, y siempre con una sonrisa triste cruzada en el rostro.
Al final de la película, aparece el nombre Angelica Huston que fue colaboradora por mucho tiempo de Wes Anderson, y es acreditada como “Mute Poodle”; en unos curiosos créditos en inglés y japonés.
No obstante, el hecho de ser una película ambientada en un país asiático, como en este caso Japón, y solamente contar con 2 voces japonesas, aunque hablen en inglés, representando personajes principales como la del niño Koyu Rankin y el veterano Ken Watanabe, motivó nuevamente críticas a Hollywood por usar voces de actores estadounidenses para representar personajes principales que figuran ser asiáticos, fenómeno que se conoce como “whitewashing” o “blanqueamiento” en las películas; y algunos críticos han argumentado que la película es un ejemplo de estereotipos raciales y apropiación cultural, y que uno de sus personajes se alinea con el tropo del “salvador blanco”, más si es mujer, y una de las pocas con diálogo y tiempo en pantalla.
Mientras los caracteres japoneses hablan japonés sin subtítulos, en su lugar, el diálogo se traduce por un intérprete o una máquina; y se dijo que ese es el manejo por parte del director del factor humano de la historia, cuando su sensibilidad se tambalea, y la debilidad por los estereotipos raciales que a veces ha estropeado su trabajo pasa a primer plano.
De ahí que gran parte del diálogo japonés ha sido reducido a declaraciones simples que los que no hablan pueden entender en función del contexto y las expresiones faciales.
Llama la atención la estudiante de intercambio estadounidense, Tracy como un ejemplo clásico del arquetipo del héroe blanco bien intencionado que llega a un país extranjero, y salva a su gente de sí misma.
Otra perspectiva japonés americana que estas preocupaciones se habían visto antes en los debates sobre la cultura asiática como lo refleja la cultura occidental:
Las perspectivas pueden variar ampliamente entre los asiáticos-americanos y los asiáticos inmigrantes, y se siente como un tributo que algunos sienten como oportunismo para los demás…
Pero no tiene intención maliciosa abierta para el turismo cultural de Isle of Dogs (犬ヶ島), pero está marcada por un batiburrillo de referencias que un estadounidense como Anderson podría emitir si se le presiona para asociarse libremente sobre Japón como:
Baterías de taiko, anime, Hokusai, sumo, kabuki, haiku, flores de cerezo y una nube de hongo….
Todo esto tiene más que ver con el interior del cerebro de Anderson que con cualquier lugar real.
Es Japón puramente como una estética, y otra obra de arte que trata a Oriente no como una mitad viviente y respirando del planeta, sino como un espejo para la imaginación occidental; donde la descripción de la película de los japoneses y su cultura, señala que el idioma es el tema clave de la película; por lo que la decisión de Anderson de no subtitular a los hablantes de japonés me pareció una opción artística cuidadosamente considerada.
Isle of Dogs (犬ヶ島) está profundamente interesada en el humor y la falibilidad de la traducción... ese es el corazón palpitante de la película:
No existe la traducción “verdadera”
Todo es interpretado, la traducción es maleable e implicada siempre por sistemas de poder, y la película muestra las costuras de la traducción, y demarca un espacio que es accesible y de paso divertido solo para los espectadores japoneses.
También Anderson deconstruyó las críticas al personaje de Tracy Walker como un “salvador blanco”, y cómo esto se relaciona con el tema del lenguaje de la película, la escritura.
El director explicó que esa decisión estuvo influenciada por sus propios gustos, y para dar un énfasis a la interpretación de los actores:
“No me gusta ver películas japonesas que están dobladas al inglés.
Me gustan las interpretaciones de los actores en japonés.
Es interesante para mí, es un lenguaje muy bello y complejo”, explicó Anderson.
En un momento culminante, la película rechaza la noción de legibilidad universal, colocando la responsabilidad de la interpretación únicamente en la audiencia estadounidense, y esta es una subversión astuta en la que los japoneses muestran una agencia independiente de la validación extranjera.
De hecho, decir que la escena deshumaniza a los japoneses, es asumir la primacía de un público de habla inglesa.
Tal lógica reproduce la tiranía del lenguaje que Isle of Dogs (犬ヶ島) intenta erosionar.
El filme siempre encuentra la manera de traducir, literalmente, la mayoría de los diálogos foráneos, sin embargo, es aquí en donde entra el peculiar talante del cineasta al subrayar de sobremanera que quienes más importan son sus protagonistas, los caninos, a quienes brinda toda su atención y esfuerzo.
A pesar de ese esmero, hay un fallo y ocurre cuando el maestro comienza a hablar en inglés al estudiante de intercambio extranjero, Tracy, y todos los demás niños vuelven la cabeza entre frases como si pudieran seguir y comprender la conversación.
En general, los japoneses entienden muy poco inglés, incluso adultos, así que las posibilidades son casi nulas, y los niños de la escuela pueden entender cualquier cosa que se hable en inglés.
Además, esta no es la primera vez que el director enfrenta este tipo de acusaciones.
En oportunidades anteriores se había puntualizado que sus producciones generalmente han sido protagonizadas por hombres blancos, y que hay una escasa representación de personas de color.
Isle of Dogs (犬ヶ島) no busca abordar temáticamente estos problemas, tan actuales y relevantes son la comedia y el amor por el arte de contar historias con el cine y sus posibilidades para ello.
Sin embargo, para los tiempos feministas que corren, todos los protagonistas perrunos son machos, con la sola aparición muy de pasada de 2 hembras…
Y se dice que muchos se multiplicaron…
¿Cómo fue eso?
De las 2 perras, una de ellas que hace monerías y existe para que el protagonista se enamore de ella, sin más.
La presencia de la otra es todavía más anecdótica, solo pare y cría, y creo que no dice ni una palabra...
Menos mal que en el lado humano, la líder de la revuelta tiene narices que sea estudiante americana de intercambio en una historia desarrollada en Japón, es una chica... pero ella misma explica que lo hace porque está colada por el niño al que hay que rescatar... y que le gusta…
Pero resalto en lo que Isle of Dogs (犬ヶ島) destaca:
Por su original mixtura, calculada narrativa y milimétrica puesta en escena.
Los guiños cinéfilos del director van desde Akira Kurosawa, con el tema principal de la banda sonora que Fumio Hayasaka compuso para el filme de 1954, integrado aquí por Alexandre Desplat en su excelente partitura; hasta Sergio Leone, pasando por Orson Welles y su “Citizen Kane” (1941)
Cabe reprocharle, en cambio, como a casi toda la filmografía del autor, cierta gratuidad en su estructura en capítulos, la celeridad en la verborrea de determinados pasajes, y un punto estrambótico con el que no siempre resulta fácil comulgar.
Por último decir que Wes Anderson confió la banda musical de la película de animación a manos del francés Alexandre Desplat, un reputado compositor conocido por sus múltiples composiciones para películas, y con quien ya había trabajado anteriormente en películas como:
“Fantastic Mr. Fox” (2009), “Moonrise Kingdom” (2012) y “The Grand Budapest Hotel” (2014) del que ganó un Oscar a La Mejor Banda Sonora.
La partitura minimalista de Desplat, es muy adecuada y de gran deleite, ya que mezcla tambores taiko, un lacónico bajo de jazz y un toque ocasional de Prokofiev; y se puede escuchar la canción “Midnight Sleigh Ride” original de una banda de los años 50 llamada Sauter-Finegan.
También la banda sonora mezcla instrumentos tradicionales japoneses, como los sonidos que producen el koto, taiko y el shakuhachi, con instrumentos de orquesta filarmónica; y para completar ese homenaje a Kurosawa, hay 2 canciones de esta película que forman parte de las bandas sonoras de cintas del maestro japonés:
“Kosame no oka” de “酔いどれ天使” (Drunken Angel – 1948) y “Kanbei & Katsushiro – Kikuchiyo’s Mambo” de “七人の侍” (Seven Samurai – 1954)
“I suppose if it worked, we'd be dead already”
Los perros, esos seres vivos capaces de darte todo su amor a cambio de nada, han acompañado al ser humano desde tiempos inmemoriales, consiguiendo que su vida sea mucho más amena y entretenida; siendo la compañía perfecta ante los problemas, y los compañeros perfectos para el entretenimiento.
Las personas que comparten parte de su vida con un perro, están convencidas de la singularidad de esta relación fundada en una lealtad incondicional.
Pero, tal como ocurre con la comunicación entre el gato y las personas, también existe una explicación científica para la misteriosa alquimia entre el perro y su dueño, donde juega un papel fundamental a la oxitocina.
Los gestos de cariño y las miradas llenas de significado, son sólo algunos de los acontecimientos que estarían regulados por la hormona humana de la oxitocina.
También conocida, de manera popular, como la “hormona del amor”, y ésta tiene el mérito de fomentar la sociabilidad entre individuos de la misma especie, y más allá, asegurando tanto una sensación inmediata de satisfacción personal como el cuidado eficiente de los bebés para contribuir a la supervivencia de las especies.
Conociendo esta función esencial, los investigadores de un equipo japonés liderado por Miho Nagasawa, enfocaron su estudio en la relación entre humanos y perros para entender al detalle cómo podría verse afectada.
Ningún otro animal ha contado con el nivel de afecto y compañerismo humanos como el perro, ni ha sido sometido a una influencia sistemática y deliberada en su biología a través de la cría.
La propia diversidad canina sugiere un nivel notable de plasticidad en el genoma canino.
No es causal entonces que Lord Byron haya dicho:
“Cuanto más conozco a los hombres, más quiero a mi perro”
Pues la manipulación del animal como entretenimiento y compañía, puede violar el deseo animal… aun cuando la oxitocina sea un componente 100% humano.
De esa manera, la codependencia entre el mundo canino y el humano es esencial, los perros necesitan a alguien que los cuide y los acaricie; y las personas necesitan un perro que les de compañía.
Nosotros requerimos de perros que para vivir en nuestras casas y que se adapten a la cultura humana moderna, incluyendo nuestros planes cotidianos, mientras la domesticación ha incrementado la adaptabilidad de los perros, nuestros requerimientos en muchas coacciones exuden la tolerancia de estos, un comportamiento objetable puede originarse simplemente por una situación de vida específica.
Por ejemplo, un perro que ladra en exceso en un departamento pequeño, podría no hacerlo si viviera en una granja pequeña, no es adecuado referirse a estos problemas de comportamiento como algo anormal.
Es mejor reservarse el término “anormal” para patrones de comportamiento de mala adaptación que no tienen ningún propósito, incluso en animales de fauna silvestre.
El comportamiento de los perros incluye muchos patrones de comportamiento que fueron vitales para sus ancestros, y los ayudaron a sobrevivir, este aspecto es muy importante para poder entender los problemas de comportamiento.
Algunas predisposiciones de comportamiento innatas pueden causar problemas cuando se presentan en el marco doméstico, como las marcas de orina, el comportamiento de cazador y el comportamiento agresivo.
En el medio ambiente doméstico, estos patrones de comportamiento no son adaptativos, de hecho pueden ser indeseables.
Otros patrones de comportamiento innato, pueden ser altamente deseables e incluso vitales para la supervivencia del propio perro, por lo que debemos estar alertas si es que algunos patrones de comportamiento se debilitan a través de nuestras prácticas de cruzamiento de nuestros animales domésticos, estos patrones no incluyen la presión de selección natural.
Un comportamiento descuidado de parte del perro, no siempre termina por ejemplo en una infección por parásitos, debido a que nosotros medicamos a nuestros perros para evitar parásitos gastroentéricos.
La selección natural también se anula cuando provéenos de cuidados maternales artificiales a los cachorros  que son hijos de malas madres, ya que esto tendrá como resultado la procreación de una línea débil en el comportamiento maternal, ningún tipo de estímulo harán que esa cachorra sea una buena madre.
Así, algunos aspectos que conciernen a los perros son:
Calidad del medio ambiente; un relativo aislamiento por largo periodo de tiempo en un medio ambiente sin cambios y monótono con una ausencia de experiencias geográficas y sociales, da como resultado un comportamiento sumiso y tímido.
Este fenómeno es llamado “Síndrome de Privación” o “neurosis de la perrera”, como se ha demostrado los cachorros que crecen en un medio ambiente lleno de estímulos, con muchos cambios y un lugar adecuado para jugar desarrollan mejores capacidades para aprender y una mejor preparación.
Sin embargo, la regla no es “entre más, mejor”, si se da el extremo de la intensidad de estímulos y su frecuencia puede no ser tolerada por el joven perro y traer efectos negativos como un perro temeroso o inseguro.
El cachorro de perro, como otros animales jóvenes, no debe crecer en un extremo mínimo o máximo de estímulos, sino en una cantidad media óptima.
Concluyo cuestionando entonces:
¿Cómo somos cuando estamos felices?
Somos positivos, amables con los demás, sonreímos más…
¿Sabes que sonreír alarga la vida?, y nuestro estado de ánimo general y de salud mejora enormemente.
Por tanto, mirar e interactuar con nuestro perro, puede ayudarnos a mejorar nuestro carácter y también nuestra salud; eso sí, tratándolo como animales, sin humanizarlos.

“I wish somebody spoke his language”



Comentarios

Entradas populares