The Breakfast Club

“They only met once, but it changed their lives forever”

Se entiende por disciplina escolar la obligación que tienen los maestros y los alumnos de seguir un código de conducta conocido por lo general como reglamento escolar.
Este reglamento, por ejemplo, define exactamente lo que se espera que sea el modelo de comportamiento, el uniforme, el cumplimiento de un horario, las normas éticas y las maneras en las que se definen las relaciones al interior del centro de estudios.
Dicho reglamento contempla además una normatividad respecto al tipo de sanción que se debe seguir en el caso en que el estudiante incurra en la violación de la norma.
En dicho caso, es posible que algunos centros pongan más el énfasis en la sanción que en la norma misma.
La pérdida del respeto por la norma al interior del aula de clase es conocida como "indisciplina"
Aparte de las concepciones que se tengan sobre la disciplina, ésta depende en gran medida del nivel de relaciones que se establece dentro del aula de clase, del interés que el educador puede motivar en el educando y del nivel de comunicación que se establece.
Se puede hablar también de disciplina dentro de ambientes de trabajo y en general en cualquier conglomerado humano en donde la norma sea necesaria para garantizar el cumplimiento de unos objetivos.
Por su parte, la detención es una forma de castigo utilizada en las escuelas, donde un estudiante se queda tiempo extra en la escuela.
Usualmente durante el recreo, al final de las clases o en la tarde.
Las detenciones se hacen generalmente en un cuarto que ofrece pocas amenidades para que los estudiantes no se distraigan.
Los estudiantes deben permanecer callados en su lugar, hacer tareas, hacer castigos: como hacer preguntas, una redacción, etc.
Es un castigo medio, a un alumno se le pueden dar varias detenciones si la acción fue más grave.
Si el alumno no se corrige con las detenciones vendrán sanciones más severas.
El cine no es más que un fiel reflejo de la sociedad, a veces exagerado, otros demasiado edulcorados, pero casi siempre la base argumental depende de su época.
¿Cuáles son los años más importantes de nuestra vida?
Los estudios dicen que la infancia marca poderosamente al ser humano, que nuestro carácter se forma según hayamos recibido una estricta educación o una formación despreocupada en las edades más tempranas.
Pero evidentemente nadie puede ocultar los poderosos cambios que remueven los cimientos de nuestro carácter durante la adolescencia.
La necesidad de ser admirado, correspondido, no pasar desapercibido, gustar al sexo opuesto, estar a la altura de lo que esperan de ti tus progenitores, etc.
Tantos elementos que se plantean encima de la mesa que es realmente difícil salir airoso de esa etapa de la vida; y tampoco ayudan las etiquetas que mental o públicamente imponemos a los demás:
"El deportista", "El raro", "El problemático", "La reina", "El heavy", "El galán", etc.
Etiquetas que te catalogan en esta difícil etapa de la vida, y de las que son casi imposibles deshacerte.
Cuando acaba el colegio ya nada es igual, ni la amistad, ni las pasiones, ni el idealismo, ni las letras de las canciones...
“Dear Mr. Vernon, we accept the fact that we had to sacrifice a whole Saturday in detention for whatever it was we did wrong.
What we did “was” wrong.
But we think you're crazy to make us write an essay telling you who we think we are.
You see us as you want to see us...
In the simplest terms, in the most convenient definitions.
But what we found out is that each one of us is a brain...
...and an athlete...
...and a basket case...
...a princess...
...and a criminal...
Does that answer your question?
Sincerely yours, The Breakfast Club”
The Breakfast Club es una ENORME película para adolescentes de 1985, denominada por muchos como el trabajo definitivo del género.
Escrita y dirigida por John Hughes, está protagonizada por Emilio Estévez, Judd Nelson, Ally Sheedy, Anthony Michael Hall, Molly Ringwald, Paul Gleason y John Kapelos.
El titulo de la película surgió del colegio del hijo del director John Hughes, donde los estudiantes castigados a la detención de los sábados se habían denominado como “The Breakfast Club”
Al mismo tiempo esos estudiantes probablemente tomaron el nombre de un programa de radio muy popular en Chicago emitido desde 1933 a 1968.
El argumento de The Breakfast Club es sumamente sencillo:
Cinco adolescentes deben reunirse un sábado en la biblioteca de su instituto para cumplir con el castigo de pasar allí el día encerrado como pago a las diversas faltas cometidas por cada uno de ellos.
Estos cinco chicos constituyen el reflejo perfecto de cinco perfiles impuestos socialmente, roles a los que ellos se han acogido sin casi quererlo, llevados por las circunstancias de una situación económica, social y familiar que les ha colocado indefectiblemente la etiqueta que les va a propiciar su valor, reconocimiento o la falta de ambos por parte de la sociedad que ellos mismos construirán en el futuro.
Reunidos en la biblioteca, un profesor, casi un instructor militar, les dicta su "condena":
Los chicos deben reflexionar sobre sí mismos y plasmar las conclusiones de este autoanálisis sobre un papel.
Ninguno de ellos está dispuesto a hacerlo, puesto que todos saben que la verdadera naturaleza de sí mismos, no le importa a nadie, y que lo que en realidad les están pidiendo es que reconozcan y asuman ese papel ficticio que les ha tocado interpretar en la vida.
The Breakfast Club era un verdadero estudio de esos estereotipos juveniles, yendo incluso más allá, a través de esa fachada teatral que esconde la verdadera naturaleza de la persona, sus valores, presiones y anhelos.
A pesar de tratarse de una película americana, los conflictos de sus protagonistas serían perfectamente trasladables a los de cualquier adolescente; de esta manera, John Hughes consigue algo que probablemente ni siquiera perseguía:
Hacer una obra atemporal y global, que reflejara en qué consiste la adolescencia, ese punto de no retorno que define a un ser humano y determina su personalidad para siempre.
Hughes describe a la perfección todos sus miedos, todas sus inquietudes y complejos, lo hace sin burlarse, con una mirada adulta y reflexiva, siendo capaz de pisar terrenos tan escabrosos como el suicidio o el de las familias disfuncionales.
Eso sí, lo hace sin juzgar, sin una mirada de desaprobación, lo realiza desde los ojos del adolescente y por eso también nunca pierde la sonrisa que caracteriza a esa edad, con un tono fresco y jovial.
Las virtudes de Hughes como director de género brillan de especial manera en los diálogos, creíbles y frescos, la naturalidad de actores y actrices, mención especial para Ally Sheedy y Judd Nelson, y su retrato de unos seres tan desvalidos, alocados, depresivos, eufóricos, airados, sinceros, mentirosos, juguetones, hipersensibles y sobre todo, tan desorientados como son todos los adolescentes de este mundo.
Y que nada de ello haya cambiado desde entonces y que The Breakfast Club, con las inquietudes que plantea sobre temas tan universales como la familia, la aceptación, la amistad, el suicidio o el sexo, resulte tan actual ahora como en el pasado.
Este productor, escritor y director, fue un pilar básico para entender la cultura ochentera, ya no sólo cinematográficamente hablando, sino creando a partir de su obra un efecto de "gallina-huevo" donde no se sabía si fue primero adaptar al cine los valores de un determinado extracto social de esa época o al contrario, era esa juventud la que absorbía como una esponja los valores establecidos en las películas de este autor.
The Breakfast Club trata sobre unos adolescentes que se encuentran en un momento vital en que deben decidir si seguir el camino marcado por la inercia de sus vidas o rebelarse contra el destino.
Como consecuencia de un simple castigo por no haber acatado las normas impuestas por unos adultos a quienes no quieren parecerse, los protagonistas toman conciencia de que pueden cambiar el rumbo de sus vidas y romper con el mundo que han heredado.
Otro de los aciertos de The Breakfast Club es, sin duda, su reparto.
Parece que cada actor ha nacido para interpretar su respectivo papel, pero esto no tiene ningún valor por sí mismo, sino que lo cobra enmarcado en una situación y en un contexto determinado.
Los personajes son:
Claire Standish (Molly Ringwald)
Es la princesa, la popular, consentida y millonaria.
Claire es lo que es por ser hija de un matrimonio rico y mal avenido, de unos padres que se odian entre sí y que utilizan a su hija como arma para dañarse mutuamente, haciendo cada uno con su educación lo contrario que hace el otro, sin pararse a pensar en lo que realmente ella necesita.
Claire es una consentida que se avergüenza de serlo, que dice rotundamente que jamás será como sus padres, pero que se sabe inevitablemente condenada a ejercer ese papel de superior condición y superficial conducta en la sociedad.
En realidad no está dispuesta a luchar contra el sistema, y por ello es la más cobarde e hipócrita, aunque pretenda ser la más realista, cuando les afirma a sus compañeros que la amistad nacida entre ellos será vencida por las circunstancias, y que el cariño de ese día se truncará en la indiferencia obligada que sus respectivas posiciones en la pirámide social les ha hecho desempeñar.
Pese a que nunca olvide a esos cuatro jóvenes que fueron realmente sus verdaderos amigos, Claire acabará siendo esa mujer que, como su madre, se conformará con un marido conveniente al que nunca amará realmente, una mujer que jamás renunciará a lo que debe ser pese a que con ello sacrifique su propia felicidad.
Aun así, es afortunada en conquistas, rebelde en actitud y líder de un grupo de chicas que siguen sus pasos a pies juntillas, una adolescente aparentemente frívola que esconde tras esa superficie de adinerada hija de papá una persona en realidad vulnerable e insegura.
Motivo del castigo fue faltar a clases por ir de compras.
Andrew "Andy" Clark (Emilio Estévez)
Es el atleta, el perteneciente al grupo de luchas de la escuela.
Andrew vive frustrado por la necesidad de ser lo que su padre quiere que sea, el fuerte del grupo.
Su padre vuelca en él todos sus fracasos, pretende convertirle en lo que jamás llegó él mismo a ser, disfrazando esto con el falso orgullo de haber sido el más temido y admirado por todos.
El padre de Andrew odia a los débiles, seguramente porque él fue uno de ellos, y por eso pretende que su hijo vengue las ofensas recibidas convirtiéndole en un salvaje que es capaz de humillar a sus compañeros más indefensos con vejaciones que le avergüenzan y le hacen sentirse como un monstruo.
Andy es el "atleta", el deportista estrella de su instituto, en este caso no el capitán del equipo de fútbol, sino el campeón indiscutible de lucha libre, un joven que debe el respeto que los demás le profesan al temor que impone con su fuerza y a la admiración secreta de los que desearían estar en su lugar, en el que la exigente demostración de su valía le hace renunciar a sus verdaderos sueños.
Motivo del castigo: Envolver con cinta adhesiva a un compañero.
John Bender (Judd Nelson)
Es el criminal y el antagonista.
El caso de John es el del típico hijo de familia desestructurada, el que crece entre chillidos y malos tratos, y convierte él mismo la violencia en su propia coraza contra el mundo.
John es aquél chico al que nadie quiere a su lado y al que todos temen, la escoria del instituto, el futuro fracasado que todos ven ya pasando sus días en la cárcel.
Pero él es algo más, una persona tierna e inteligente, un valor en sí mismo injustamente condenado al fracaso y al olvido por parte de todos, el ejemplo perfecto de que el concepto de reinserción social es uno de los problemas más evidentes de una sociedad que no piensa tender la mano a los de abajo.
Es el que pasa más tiempo fuera del instituto que dentro, aquél a quienes todos temen por sus actos de violencia y a quien desearían ver hundido en la miseria y el fracaso que aparentemente merece, aunque tras él se esconda una persona mucho más valiosa que la mayoría.
Motivo del castigo: Un buscapleitos que continuamente causa estragos en la escuela sobre todo por activar la alarma de incendios.
A lo largo de The Breakfast Club se da a entender que es castigado con frecuencia.
Brian Ralph Johnson (Anthony Michael Hall)
Es el cerebrito, el nerd.
Brian vive obligado por su familia a ser el mejor estudiante, el más brillante en resultados de toda la clase.
Es por ello que el fracaso es algo demasiado duro para él, una vergüenza insoportable que le lleva a pensar hasta en el suicidio, Brian será, pese a algunas diferencias de perfil, el símil de esos grupos de adolescentes criminales, raros marginados que van a la suya con sus aficiones y sus fobias, que han protagonizado tantas historias reales de terroríficas matanzas en los institutos americanos en los últimos años.
Es al que las chicas ignoran y cuyo círculo de amigos se reduce a los que son como él, puesto que los demás les consideran como un género a parte, un grupillo de gente rara sólo interesada por los números y la física.
Motivo del castigo: Meter una pistola de bengala en la escuela, que accidentalmente estalló en su casillero, causando daños menores a la propiedad.
Allison Reynolds (Ally Sheedy)
Es la chiflada, una inadaptada y autodenominada "mentirosa compulsiva"
Ella es la "inconformista", esa chica en la que nadie fija nunca los ojos, de apariencia sucia y descuidada e instintos suicidas, considerada por todos como la rara del grupo, aquella a la que nadie presta la más mínima atención o, si lo hacen, como probablemente haría el grupo de Claire, sería para reírse de ella o gastarle bromas pesadas.
Motivo del castigo: No tenía nada mejor que hacer.
Curiosamente, Brian y Allison son los que más se parecen entre sí.
Ambos quieren ser parte del grupo, pero son rechazados por su condición de diferentes y débiles.
Allison también muestra instintos suicidas, aunque al contrario que Brian, cuyo secreto dolor no ve nadie, ella se esfuerza por mostrarle a todo el mundo que es capaz de llegar a lesionarse, intentando solamente con ello llamar la atención de un entorno, familiar y social, que la ignora completamente.
Allison es el personaje más tierno, el más frágil y el que más sufre la realidad que la rodea.
Es ella la que realmente, pese a mostrarse arisca y distante en un principio, entrega rápidamente su corazón a los que le muestran una mínima señal de afecto.
Por todo ello, este personaje será el que realmente se redima, el que al final se quitará el disfraz para convertirse en la chica dulce y cariñosa que en realidad es, y la que consiga, quizás también Andrew, quien acaba por ser su pareja, vencer la imposición de una vida que ellos mismos no desean.
Es lo contrario que les sucederá a Claire y John, ambos enamorados entre sí pero conocedores de que sus destinos deben seguir sus propios cursos, quizás por ser su amor demasiado imposible para sobrevivir en un mundo que acabaría por destruirlo.
Brian seguirá también su camino, pero al menos habrá aprendido a aceptar sus cualidades, aquellas que nadie veía pero que él ha logrado conocer al verse comparado con los demás:
"...eso me hace pensar que Allison y yo somos mejores que ustedes", dice Brian cuando los cinco discuten qué será de ellos al día siguiente y los otros tres ven con escepticismo la conservación de su amistad.
Ellos serán los más valientes, los únicos que conseguirán seguro vencer su destino y erigirse en dueños de sus propias vidas, al aceptarse realmente como son y luchar contra todo aquél que pretenda cambiarlos o ignorarlos.
John Hughes decidió sacar a cada uno de estos arquetipos de su función habitual, reunirlos en un mismo espacio y equipararlos los unos a los otros como a iguales, aislados del grupo que normalmente les da cobijo y soporte.
Esta reunión se convertía así en una especie de terapia de grupo en la que cada uno de ellos mostraba su esencia y el rol que normalmente le tocaba desarrollar, tanto en estas películas en las que sus perfiles quedaban reducidos al mínimo trazo, como en la misma sociedad a la constantemente aludían sus personajes.
Pero algo más se iba gestando a lo largo de The Breakfast Club y el retrato superficial del arquetipo dejaba paso a otro análisis mucho más profundo, el de una juventud desencantada, cargada de problemas y necesitada de atención, unos adolescentes que, al fin y al cabo compartían las mismas inquietudes, carencias afectivas y desilusiones ante una misma sociedad adulta que les desatendía y les culpabilizaba de sus propios errores, fallos todos que no eran más que el reflejo de sus miserias y la causa de la injusta exigencia de hacer de ellos lo que estos padres nunca fueron.
Estos cinco perfiles en los que se ha encasillado a estos jóvenes, los roles sociales que les ha tocado desarrollar y a los que se deben acoger si no quieren tener problemas con los de su misma categoría.
Cada uno de estos perfiles es esbozado en todo lo que rodea a sus personajes:
Los gestos, los comentarios, la manera de hablar o reaccionar, la manera de vestir, los elementos que cada uno lleva en la cartera o en el bolso...
Todo este dibujo arquetípico compone la primera parte de The Breakfast Club y todas las situaciones mostradas, desde los diálogos iniciales hasta el momento del desayuno, por citar sólo dos ejemplos, gira alrededor de este objetivo.
No obstante, el prólogo de The Breakfast Club, el momento en que cada uno de los chicos es dejado por sus padres en la puerta de la biblioteca, funciona de anticipo perfecto a lo que realmente constituirá la esencia del filme:
Cada uno de los papeles que los chicos deben cumplir en sus vidas se explica por la relación que mantienen con sus padres.
The Breakfast Club reflexionaba pues sobre los perfiles sociales de la adolescencia americana, sobre esos personajes hartamente representados en el mismo género de películas que la juventud veneraba por aquel entonces.
Pera The Breakfast Club dirigía esta reflexión no hacia los jóvenes en sí mismos, quienes sabían de sobra que la sociedad los encasilla injustamente en un grupo con el que a menudo no se sienten identificados, sino hacia esos adultos que veían en ellos sus propios errores, que deseaban corregir mediante sus imposiciones aquellos fallos que les hicieron escoger en determinados momentos de sus vidas caminos equivocados.
Es así el personaje del profesor, interpretado a la perfección por Paul Gleason, quitando las breves incursiones de los padres al inicio del filme, el encargado de representar a esa sociedad adulta que pretende modelar a su gusto a sus jóvenes sucesores.
Los mayores ven sólo en sus hijos el reflejo de ellos mismos a su edad, y por ello desean y exigen a toda costa que se conviertan en algo que realmente no son, propiciando con su imposición que cometan las mismas equivocaciones y fracasos que ellos mismos cometieron.
Pero The Breakfast Club dirigía sólo su mensaje hacia una sociedad ni a un contexto determinado.
Si aquellas comedias románticas de adolescentes de instituto que nos hacían forrar las carpetas con rostros perfectos, resultaban para nosotros como un sueño lejano que hubiéramos querido vivir, The Breakfast Club se convertía en este caso en una bofetada que nos devolvía a nuestra propia realidad, quitándole ese disfraz mítico a cada uno de los personajes que adorábamos para convertirlos en miembros de nuestro propio entorno, personas casi reales que podíamos identificar entre nuestros propios compañeros de clase.
El director John Hughes va más allá, y plantea algo más interesante que de costumbre, como abordar temas tan universales como la aceptación en un determinado grupo social, la familia, el sexo, el fracaso académico y sobre todo la doble moral estadounidense.
Esa aula en la que quedan castigados se convierte en un confesionario y un aula sin restricciones, allí dentro se consiguen dejar todos los miedos y saltar todas las ataduras sociales, se consigue que todos sean iguales, durante nueve horas dicen adiós a los prejuicios, y durante hora y media, el espectador más adulto consigue volver a la adolescencia.
A un mundo en que personas pertenecientes a diferentes tribus o estratos sociales no pueden tratarse en público por miedo al “qué dirán”; un mundo en que los hijos, por imposición, persiguen los sueños frustrados de sus padres sin preguntarse si es lo que verdaderamente quieren; un mundo en el que el fracaso no es una opción; un mundo en el que ser diferente es sinónimo de marginado social… en definitiva, un mundo muy parecido, o idéntico, al actual.
A fin de cuentas, The Breakfast Club muestra cómo la sociedad pone etiquetas.
La misma autoridad que pide un cambio, es quien etiqueta y elije el futuro de los chicos aquí plasmados, cómo los padres proyectan sus deseos en sus hijos, cómo los ignoran, los maltratan y presionan, para que a fin de cuentas, se quejen de personas que ellos ayudaron a forjar.
Y a pesar de que The Breakfast Club tiene casi 25 años de antigüedad, es una realidad que aún nos aqueja hasta nuestros días.
The Breakfast Club es una película muy recomendable, bien hecha, nada pesada y que deja buenas moralejas y a pensar, que sí, todos somos diferentes, pero a su vez, esas mismas diferencias, pueden hacernos parecidos.
Curiosamente, la canción “Don’t You (Forget About Me)” fue compuesta específicamente para la película por Keith Forsey.
Simple Minds la convirtió en todo un éxito número uno de ventas, y Billy Idol, Bryan Ferry, Chrisie Hynde y The Pretenders habían rechazado grabarla inicialmente.
“All right, what about your family?”
The Breakfast Club se ha convertido en un clásico y ha tenido una gran influencia sobre las siguientes producciones cinematográficas para jóvenes.
The Breakfast Club es una mirada cálida, profunda, y muy divertida en la vida interna de los adolescentes que se convirtió en la comedia juvenil de culto de los años ochenta por excelencia.
Es altamente improbable que cualquier persona nacida en los años 70 haya visto The Breakfast Club y no se haya sentido identificada, aunque sólo sea parcialmente, con cualquiera de sus protagonistas.
Y es que The Breakfast Club es una de las películas que mejor ha plasmado en la pantalla lo que significa ser adolescente; las inseguridades propias de esa etapa de nuestras vidas, la relación de padres e hijos, la molestas etiquetas sociales… todo ella desprende una naturalidad y credibilidad insuperables.
The Breakfast Club mira el mundo de una manera parcial, desde el punto de vista de unos ojos demasiado jóvenes para conocer cómo o quién se maneja los hilos que mueven su realidad.
A pesar de que las intervenciones de sus dos únicos personajes adultos son casi testimoniales, están magníficamente escritas y revelan que John Hughes no es tan estúpido como para considerar dogmas de fe los pensamientos de sus protagonistas.
El director entiende a sus personajes y actúa como un mero canalizador de su grito de desesperación.
Paradójicamente, hablamos de una generación desorientada, que ahora gobierna el mundo, pero ver The Breakfast Club con ojos adultos es muy diferente a hacerlo cuando eres un joven y te sientas embobado frente a la televisión queriendo imitar los pasos de baile de sus protagonistas; el punto de vista cambia radicalmente, aunque las sensaciones que transmita sean idénticas.
Afortunadamente, la sensación de diversión y la intensidad en las relaciones entre sus personajes permanecen intactas, independientemente de la edad del espectador.
Al verla de nuevo, entiendo perfectamente por qué The Breakfast Club me acompañará toda mi vida y por qué cada vez que escucho el “Don’t You (Forget About Me)” de Simple Minds mi cabeza empieza a reproducir los primeros minutos de esta maravillosa película, logrando estremecerme una vez más.
De vez en cuando viene bien recordar cómo era ser un adolescente, y no sólo para nosotros sino para todos los padres del mundo.
Si alguno tiene un hijo en esta etapa de su vida, aquí tiene parte del manual que siempre ha deseado.
A mí me gustaría saber, por esa curiosidad que despiertan las buenas películas, cuántos de los jóvenes espectadores de esa época, hoy convertidos en padres cuarentones, se quejan habitualmente acerca de lo corrompida que se encuentra la juventud de ahora en contraposición a lo que ellos experimentaron como adolescentes.
Esto es porque pronto se olvidan los mensajes, porque pronto se olvida que los jóvenes actuales no son tan diferentes a los de otras generaciones, porque en realidad son los adultos los que han sufrido los cambios.
“¡Los alumnos ya no son lo que eran!
Ahora son más exigentes, ahora son más egoístas, ahora no se interesan por nada...”
Eso mismo repite el profesor Vernon a Carl (John Kapelos) cuando se queja del esfuerzo cada vez mayor que debe hacer para educar a sus alumnos.
La respuesta de Carl no puede ser más acertada, y pesa como una losa por la verdad que en ella encierra:
“...vamos, los chicos no han cambiado, ¡has cambiado tú!” le dice Carl.
Nada más acertado, no hay duda.
Y digo yo:
¿No se nos morirá realmente el corazón cuando crecemos, como dice Allison?
¿Qué es realmente lo que nos hace considerarnos mejores que cualquiera de estos niños adultos?
Yo creo que en realidad se trata de una cuestión de miedo, de la obsesión que a veces mostramos por ver amenazado nuestro mundo futuro en manos de quienes no merecen nuestra confianza.
Nada más injusto y erróneo.
La experiencia me ha hecho ver que hay mucha belleza en el interior de cada uno de nuestros jóvenes, hasta en el del más aparentemente problemático.
Pese a que haya costumbres diferentes, pese a que los hábitos culturales no sean ya los mismos, pese a que las diferencias superficiales sean cada vez más evidentes entre nuestra (mi) generación y la de los adolescentes y jóvenes que pasan por el duro trance de aprender a ser adultos, estas diferencias no nos convierten en mejores que ellos.
Bien pensado, las etiquetas iniciales que todos ponemos a los alumnos el primer día de clase se van disolviendo a medida que los vamos conociendo, si es que estamos dispuestos a ello, y al final siempre nos sorprende descubrir en cada uno a un ser único e irrepetible, personas que, pese a ser jóvenes, quizás inmaduros, quizás también algo irresponsables o egoístas, pese a aparentar ser Claire, John, Brian, Allison o Andrew, no han perdido aún la ilusión y la inocencia que a todos alguna vez se nos escapa en la edad adulta.
Al fin y al cabo, todos somos en el fondo tan iguales como diferentes, sólo extraños sin nada en común, excepto los demás.

“Why are you here?”


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