Ladri Di Biciclette
“Vives y sufres”
En el cine, la transformación que lleva una tendencia hacia el realismo que surge a comienzos de los ’40, es una evolución que está determinada por el nacimiento del Neorrealismo Italiano, o sea cine realizado después de la segunda guerra mundial.
Esta corriente vanguardista fue un movimiento al que la crítica cinematográfica emergente de aquellos años dedico un estudio analítico de gran relevancia, es un movimiento de breve duración, pero de gran impacto que incluyo a directores como Roberto Rossellini o Luchino Visconti.
También, posteriormente a su desaparición, las comedias de Pier Paolo Pasolini o Federico Fellini tomarían como ingredientes variados elementos de este neorrealismo que influyo estética y narrativamente a las nuevas olas de los ’60 en el cine de autor.
Como movimiento surge en Italia durante la segunda posguerra y eso se refleja en la pobreza, los escombros, gente hambrienta y desidia son retazos de la barbarie de la guerra, que aun en cada esquina da coletazos habiendo ya llegado a su fin.
Este es el primer movimiento fuerte de cine con implicancia social, cercano a la realidad del momento y por esto tiene un aspecto de registro documental que marca su estética de forma determinante.
Los neorrealistas van a tener la intención de representar ese momento y también el mismo será una limitación dadas las condiciones de producción, puesto que por su precariedad estas no permitían no había lugar físico donde filmar ni había dinero para hacerlo.
Los neorrealistas están centrados en temáticas cotidianas, con escenarios naturales, actores no profesionales y problemáticas sociales como la miseria, modelan un estilo que como forma cinematográfica construyen la estructura narrativa a manera de encontrar una forma novedosa para contar una historia simple.
“Hay cura para todo, excepto para la muerte”
Ladri Di Biciclette es una película italiana dirigida por Vittorio de Sica en 1948 y está protagonizada por Lamberto Maggiorani, Enzo Staiola, Lianella Carell, Gino Saltamerenda, Giulio Chiari, Vittorio Antonucci, entre otros.
A Ladri Di Biciclette se le considera una de las películas emblemáticas del neorrealismo italiano y en 1970 fue votada una de las 10 mejores películas de la historia del cine.
El guion es de Cesare Zavattini, Vittorio De Sica, Suso Cecchi d'Amico & otros, basado en la novela homónima del pintor y escritor italiano Luigi Bartolini de 1945.
Ladri Di Biciclette estuvo nominada al Oscar como mejor guión y recibió el Premio Honorífico a la Mejor Película Extranjera.
Ladri Di Biciclette es romanticismo y tristeza, amor y odio, injusticia, melancolía y muchas cosas más, sobre todo es cruda, real y hermosa, en donde seres anónimos y carentes serán los protagonistas de esta auténtica historia sencilla, de como por perder algo tan simple para algunos como una bicicleta puede significar perder todo para otros, como en este caso.
Curiosamente, la bicicleta tenía en la Italia de 1948 resonancias de libertad singulares, dada la prohibición de su uso durante los años de la ocupación alemana.
La bicicleta significa la movilidad, el salir de un mundo a la deriva para entrar en la estabilidad, pasar de la incertidumbre a una realidad de esfuerzo sostenido, pero donde la vida es posible, era una herramienta laboral.
En Ladri Di Biciclette, con el pretexto de la búsqueda de la bicicleta, elemento fundamental para mantener su empleo, Vittorio De Sica nos va introduciendo en una especie de paseo por distintos lugares que sirven como testimonio sobre el estado en que se encontraba el país en este período de postguerra y nos va mostrando lo dura e insensible que la sociedad del momento se encontraba.
Luego del robo de la bicicleta, todo se transforma en una aventura en pos de la recuperación de la misma, donde el personaje nos va introduciendo en distintos lugares tan propios de la época que sin dudas nos brindan un testimonio muy verídico de la situación social de entonces.
Las idas y vueltas de este buen hombre; Antonio Ricci interpretado por Lamberto Maggiorani, actor desconocido y seleccionado a propósito para darle mayor realismo a las actuaciones y de esa manera apartarse de lo artificioso; nos van dando un panorama al mejor estilo documental de cómo eran los patrones de comportamiento de la gente del momento.
La misma era fría, insensible, indiferente, desconfiada que poco ayudan a nuestro antihéroe en su desesperada y errática búsqueda de su bicicleta.
La pérdida nos lleva a la búsqueda, la búsqueda desesperada a la persecución y, fracasada la persecución, nos queda solo una cosa:
La trasgresión, ir más allá de nuestros límites, romper nuestros esquemas.
En el clímax de Ladri Di Biciclette vemos a un Antonio, siempre junto a la inocente compañía de Bruno (Enzo Staiola ), diminuto Sancho Panza que acompaña a su padre, Quijote, mientras se adentra en la irracionalidad, decimos, vemos a Antonio, a este San Antonio, en su última tentación, el robo.
Está allí, al alcance, la solución a todos los dramas.
Una bicicleta disponible, fácil, ahora la multiplicidad puede jugar a su favor.
Allí está la multitud que sale del partido que puede camuflar su ruptura con los valores que conocía.
Pero, es atrapado en plena acción y el perseguidor se transforma en perseguido y, una vez cazado este “ladrón de bicicletas”, solo lo salva del castigo la mirada del hijo frente a los otros.
“Debería darle vergüenza darle este ejemplo a su hijo”, le dicen a Antonio los captores y, acto seguido, lo liberan.
¿Qué queda finalmente?
¿Qué rescata De Sica del mundo?
Sólo eso, la relación humana, la inagotable búsqueda de los hombres por su subsistencia en una realidad hostil.
De este pesimismo brutal, sustancial a toda vida humana, queda eso, la misma vida humana, las relaciones con nuestros seres queridos y la lucha por mantenernos juntos.
De la inclemencia metafísica, no podemos conocer, de la pérdida del valor en la trasgresión, no podemos mantenernos ontológicamente inocentes; de la fe convertida en superstición o en administración burocrática de las creencias, tal como hace la Iglesia; de la convivencia humana, convertida en enajenación en la masa, véase los fanáticos del fútbol, sólo nos queda la compañía cercana, el lazo padre-hijo, un mito que se repite, Ulises y Telémaco, un hombre y un niño que van lentamente, caminando de la mano hacia un crepúsculo en una ciudad que, irónicamente, está atestada de bicicletas y, mientras todo va oscureciendo, en la pantalla aparece lentamente la palabra “Fine”
Cabe destacar que Ladri Di Biciclette es una auténtica oda a la verosimilitud y al realismo más acérrimo envueltos en la sentimental música de Alessandro Cicognini.
Es una obra que sirve de referencia a lo trágico, a la desesperación, a la indiferencia de la sociedad que no se preocupa por el otro, con final triste, auténtico y sin superficialidad.
El mensaje simbólico es evidente:
No hay salvación, sólo una esperanza infundada, aquello que solemos llamar fe, en que todo en algún momento, por obra de no sabemos quién y por intermediación de tampoco sabemos quién, aparecerá una esperanza.
En Ladri Di Biciclette descansan planos y secuencias inolvidables:
El niño que camina junto al padre, uno alto y desgarbado, el otro pequeño, de entrañable gracejo al caminar y verbo al mirar.
La terrorífica escena de las sábanas apiladas en la casa de empeños como un eterno caudal de pena que pende sin llorar.
El niño sentado a lo alto de unas escaleras mientras el padre, aterrado, teme por su vida.
La sublime escena del restaurante, triste y bella, cruda y real, el pedante niño rico relamiéndose ante Bruno, nuestro niño pobre.
La escena de máxima tensión, a mi entender se produce cuando Antonio agota todos los caminos legales, incluida la captura del ladrón, otro desgraciado y encima enfermo, y se da cuenta de no hay nada que hacer y decide robar el otra bicicleta.
La alternancia de los planos de la bici semi abandonada y los paseos indecisos de él nos producen identificación y nos trasmiten la duda y la tensión que causa el conflicto moral en que se encuentra el protagonista.
A mi juicio todas las escenas, por relevantes que parezcan, sirven al mismo objetivo:
Configurar un escenario en el que hay un niño que observa, participa, trata de entender y, de paso, forja su personalidad.
“Yo he sido maldito desde el día en que nací”
Vittorio De Sica utiliza una puesta en escena minimalista, donde la cámara parece limitarse a solo registrar los acontecimientos respetando la ambigüedad propia de lo real.
Ladri Di Biciclette es una película de estructura narrativa clásica melodramática, aunque lejos del naturalismo hollywoodense y con mucho de espíritu vanguardista, que utilizará como recursos paradigmáticos, la gramática de planos más reconocible al cine de denuncia social apelando a la complicidad y la emotividad del espectador.
Un rasgo característico de Ladri Di Biciclette, y del neorrealismo, es la desaparición de la noción de actor y de la puesta en escena.
Los actores que intervienen no son profesionales, aunque la búsqueda de las personas que interpretarían los personajes fue dura.
Un detalle gracioso de la búsqueda del niño, fue que De Sica, tras haber visto cantidad de niños, se decantó por éste debido a su forma de andar.
Cuenta que el pequeño de 6 años, le había ganado el corazón con su naturalidad y desparpajo, es más, la prueba de selección de los niños se reducía a verlos caminar.
El niño protagonista se encuentra de frente y sin avisar, con la realidad de una figura paterna que hasta el momento era considerada como un referente heroico.
Las miserias propias de las necesidades vitales y de la persona descubren a un padre no tan infalible como el niño creía, pero que se esfuerza en ofrecer a su hijo lo mejor en un mundo no tan bueno.
El niño aprende a admirar las virtudes de su padre siendo consciente también de sus imperfecciones, en muchos casos consecuencia del decadente ambiente de postguerra.
El niño aprende también que la gente desesperada se aferra a lo que puede:
Puede ser la iglesia, que visitan al perseguir al anciano.
Una vidente, que visitan también o el fútbol que se cruza un par de veces en la historia.
¿Cómo podría ese niño superar las circunstancias que rodearon su desarrollo y convertirse en una persona de bien?
Creo que la clave de Ladri Di Biciclette reside en el personaje del niño, definitivamente, es el verdadero protagonista y simboliza a toda la generación nacida en la posguerra italiana.
En un segundo nivel narrativo, se explican las relaciones padre/hijo, puestas a prueba en la empresa de buscar la bicicleta sustraída.
La dinámica de los hechos hace que las actitudes de ambos evolucionan, maduren y se transformen.
La figura de Bruno (Staiola), de 6 años, listo, tierno y afectuoso, compone uno de los personajes infantiles más atractivos del cine.
Curiosamente, la obra incorpora momentos de emotividad chaplinesca:
La comida de niño rico y del pobre en el restaurante, la ternura de Bruno evoca la de “The Kid” de Chaplin de 1921, y el emocionante plano final.
De Sica contagia los reproches, el temor, la tácita comprensión, el amor y el envejecimiento prematuro en la mirada de un niño que aprende precozmente que su padre es un pobre diablo, y que él seguramente seguirá el mismo sendero.
Como era costumbre en la vanguardia, De Sica filma los acontecimientos sin trastocarlos o subrayarlos explícitamente.
La cámara parece limitarse a mostrarnos el mundo con una planificación que busca restaurar esta sensación conscientemente en el espectador de no restaurar un sentido único o un significado unilateral, propia de la percepción de la realidad y dejando un margen de libertad para que el espectador saque sus conclusiones sobre las necesidades de este hijo y sobre los deberes morales de este padre.
Ladri Di Biciclette provoca una sensación de neutralidad y objetividad al retratar una de las historias más bellas y conmovedoras que se hayan filmado sobre la singular relación entre un padre y un hijo.
Una anécdota:
En la escena en que se guarecen de la lluvia en el mercado y se les unen un grupo de jóvenes curas, pues uno de esos curas era un joven Sergio Leone, haciendo de extra.
Ladri Di Biciclette plantea cuestiones intemporales, de interés actual, como el trabajo por cuenta ajena de menores como Bruno en la gasolinera como recadero, la escolarización no obligatoria, los desastres perdurables de la guerra, las deficiencias de la administración y de las instituciones públicas, el derecho al trabajo, el drama del paro de larga duración, la insuficiencia de los servicios públicos como el transporte, la seguridad, la policía, etc.
“Me ocupo de lo mío, nadie me molesta, y que obtengo?
Problemas”
En Ladri Di Biciclette se evidencia el nacimiento de un movimiento independiente donde los realizadores de este estilo buscaban dar cuenta de lo que pasaba en Italia en ese momento con la mayor realidad posible, filmando en la calle y seleccionando para las historias conflictos del hombre común de ese entonces, en un intento casi documentalista de mostrar al mundo a un pueblo italiano sufrido por la guerra y sus consecuencias.
Así se vislumbra el paño social que muestra De Sica en Ladri Di Biciclette, donde en los rincones de Roma se palpa de manera sensible la debacle de aquellos tiempos.
Uno de los pilares del neorrealismo que, curiosamente, provenía de terrenos cinematográficos opuestos este movimiento en tiempos de Mussolini y pese a sus influencias pasadas ha caracterizado al guionista Cesare Zavattini, otra figura preponderante de la vanguardia.
La lucha de un hombre por sobrevivir y proveer lo necesario a su familia, De Sica nos muestra la desesperación que se experimenta al ser víctima de una injusticia , la impotencia y la falta de moralidad y amabilidad en las sociedad que muchas veces tolera y protege a los malhechores pero humilla y maltrata a las personas honradas que recurren al robo como medio de vida no para enriquecerse si no para alimentar a sus familias, Ladri Di Biciclette ejemplifica la desigualdad e indiferencia de las personas no solo en los años de la post-guerra sino la apatía que perdura hasta nuestros días.
“Por qué me muero preocupándome cuando al final todos vamos a morir”
En el cine, la transformación que lleva una tendencia hacia el realismo que surge a comienzos de los ’40, es una evolución que está determinada por el nacimiento del Neorrealismo Italiano, o sea cine realizado después de la segunda guerra mundial.
Esta corriente vanguardista fue un movimiento al que la crítica cinematográfica emergente de aquellos años dedico un estudio analítico de gran relevancia, es un movimiento de breve duración, pero de gran impacto que incluyo a directores como Roberto Rossellini o Luchino Visconti.
También, posteriormente a su desaparición, las comedias de Pier Paolo Pasolini o Federico Fellini tomarían como ingredientes variados elementos de este neorrealismo que influyo estética y narrativamente a las nuevas olas de los ’60 en el cine de autor.
Como movimiento surge en Italia durante la segunda posguerra y eso se refleja en la pobreza, los escombros, gente hambrienta y desidia son retazos de la barbarie de la guerra, que aun en cada esquina da coletazos habiendo ya llegado a su fin.
Este es el primer movimiento fuerte de cine con implicancia social, cercano a la realidad del momento y por esto tiene un aspecto de registro documental que marca su estética de forma determinante.
Los neorrealistas van a tener la intención de representar ese momento y también el mismo será una limitación dadas las condiciones de producción, puesto que por su precariedad estas no permitían no había lugar físico donde filmar ni había dinero para hacerlo.
Los neorrealistas están centrados en temáticas cotidianas, con escenarios naturales, actores no profesionales y problemáticas sociales como la miseria, modelan un estilo que como forma cinematográfica construyen la estructura narrativa a manera de encontrar una forma novedosa para contar una historia simple.
“Hay cura para todo, excepto para la muerte”
Ladri Di Biciclette es una película italiana dirigida por Vittorio de Sica en 1948 y está protagonizada por Lamberto Maggiorani, Enzo Staiola, Lianella Carell, Gino Saltamerenda, Giulio Chiari, Vittorio Antonucci, entre otros.
A Ladri Di Biciclette se le considera una de las películas emblemáticas del neorrealismo italiano y en 1970 fue votada una de las 10 mejores películas de la historia del cine.
El guion es de Cesare Zavattini, Vittorio De Sica, Suso Cecchi d'Amico & otros, basado en la novela homónima del pintor y escritor italiano Luigi Bartolini de 1945.
Ladri Di Biciclette estuvo nominada al Oscar como mejor guión y recibió el Premio Honorífico a la Mejor Película Extranjera.
Ladri Di Biciclette es romanticismo y tristeza, amor y odio, injusticia, melancolía y muchas cosas más, sobre todo es cruda, real y hermosa, en donde seres anónimos y carentes serán los protagonistas de esta auténtica historia sencilla, de como por perder algo tan simple para algunos como una bicicleta puede significar perder todo para otros, como en este caso.
Curiosamente, la bicicleta tenía en la Italia de 1948 resonancias de libertad singulares, dada la prohibición de su uso durante los años de la ocupación alemana.
La bicicleta significa la movilidad, el salir de un mundo a la deriva para entrar en la estabilidad, pasar de la incertidumbre a una realidad de esfuerzo sostenido, pero donde la vida es posible, era una herramienta laboral.
En Ladri Di Biciclette, con el pretexto de la búsqueda de la bicicleta, elemento fundamental para mantener su empleo, Vittorio De Sica nos va introduciendo en una especie de paseo por distintos lugares que sirven como testimonio sobre el estado en que se encontraba el país en este período de postguerra y nos va mostrando lo dura e insensible que la sociedad del momento se encontraba.
Luego del robo de la bicicleta, todo se transforma en una aventura en pos de la recuperación de la misma, donde el personaje nos va introduciendo en distintos lugares tan propios de la época que sin dudas nos brindan un testimonio muy verídico de la situación social de entonces.
Las idas y vueltas de este buen hombre; Antonio Ricci interpretado por Lamberto Maggiorani, actor desconocido y seleccionado a propósito para darle mayor realismo a las actuaciones y de esa manera apartarse de lo artificioso; nos van dando un panorama al mejor estilo documental de cómo eran los patrones de comportamiento de la gente del momento.
La misma era fría, insensible, indiferente, desconfiada que poco ayudan a nuestro antihéroe en su desesperada y errática búsqueda de su bicicleta.
La pérdida nos lleva a la búsqueda, la búsqueda desesperada a la persecución y, fracasada la persecución, nos queda solo una cosa:
La trasgresión, ir más allá de nuestros límites, romper nuestros esquemas.
En el clímax de Ladri Di Biciclette vemos a un Antonio, siempre junto a la inocente compañía de Bruno (Enzo Staiola ), diminuto Sancho Panza que acompaña a su padre, Quijote, mientras se adentra en la irracionalidad, decimos, vemos a Antonio, a este San Antonio, en su última tentación, el robo.
Está allí, al alcance, la solución a todos los dramas.
Una bicicleta disponible, fácil, ahora la multiplicidad puede jugar a su favor.
Allí está la multitud que sale del partido que puede camuflar su ruptura con los valores que conocía.
Pero, es atrapado en plena acción y el perseguidor se transforma en perseguido y, una vez cazado este “ladrón de bicicletas”, solo lo salva del castigo la mirada del hijo frente a los otros.
“Debería darle vergüenza darle este ejemplo a su hijo”, le dicen a Antonio los captores y, acto seguido, lo liberan.
¿Qué queda finalmente?
¿Qué rescata De Sica del mundo?
Sólo eso, la relación humana, la inagotable búsqueda de los hombres por su subsistencia en una realidad hostil.
De este pesimismo brutal, sustancial a toda vida humana, queda eso, la misma vida humana, las relaciones con nuestros seres queridos y la lucha por mantenernos juntos.
De la inclemencia metafísica, no podemos conocer, de la pérdida del valor en la trasgresión, no podemos mantenernos ontológicamente inocentes; de la fe convertida en superstición o en administración burocrática de las creencias, tal como hace la Iglesia; de la convivencia humana, convertida en enajenación en la masa, véase los fanáticos del fútbol, sólo nos queda la compañía cercana, el lazo padre-hijo, un mito que se repite, Ulises y Telémaco, un hombre y un niño que van lentamente, caminando de la mano hacia un crepúsculo en una ciudad que, irónicamente, está atestada de bicicletas y, mientras todo va oscureciendo, en la pantalla aparece lentamente la palabra “Fine”
Cabe destacar que Ladri Di Biciclette es una auténtica oda a la verosimilitud y al realismo más acérrimo envueltos en la sentimental música de Alessandro Cicognini.
Es una obra que sirve de referencia a lo trágico, a la desesperación, a la indiferencia de la sociedad que no se preocupa por el otro, con final triste, auténtico y sin superficialidad.
El mensaje simbólico es evidente:
No hay salvación, sólo una esperanza infundada, aquello que solemos llamar fe, en que todo en algún momento, por obra de no sabemos quién y por intermediación de tampoco sabemos quién, aparecerá una esperanza.
En Ladri Di Biciclette descansan planos y secuencias inolvidables:
El niño que camina junto al padre, uno alto y desgarbado, el otro pequeño, de entrañable gracejo al caminar y verbo al mirar.
La terrorífica escena de las sábanas apiladas en la casa de empeños como un eterno caudal de pena que pende sin llorar.
El niño sentado a lo alto de unas escaleras mientras el padre, aterrado, teme por su vida.
La sublime escena del restaurante, triste y bella, cruda y real, el pedante niño rico relamiéndose ante Bruno, nuestro niño pobre.
La escena de máxima tensión, a mi entender se produce cuando Antonio agota todos los caminos legales, incluida la captura del ladrón, otro desgraciado y encima enfermo, y se da cuenta de no hay nada que hacer y decide robar el otra bicicleta.
La alternancia de los planos de la bici semi abandonada y los paseos indecisos de él nos producen identificación y nos trasmiten la duda y la tensión que causa el conflicto moral en que se encuentra el protagonista.
A mi juicio todas las escenas, por relevantes que parezcan, sirven al mismo objetivo:
Configurar un escenario en el que hay un niño que observa, participa, trata de entender y, de paso, forja su personalidad.
“Yo he sido maldito desde el día en que nací”
Vittorio De Sica utiliza una puesta en escena minimalista, donde la cámara parece limitarse a solo registrar los acontecimientos respetando la ambigüedad propia de lo real.
Ladri Di Biciclette es una película de estructura narrativa clásica melodramática, aunque lejos del naturalismo hollywoodense y con mucho de espíritu vanguardista, que utilizará como recursos paradigmáticos, la gramática de planos más reconocible al cine de denuncia social apelando a la complicidad y la emotividad del espectador.
Un rasgo característico de Ladri Di Biciclette, y del neorrealismo, es la desaparición de la noción de actor y de la puesta en escena.
Los actores que intervienen no son profesionales, aunque la búsqueda de las personas que interpretarían los personajes fue dura.
Un detalle gracioso de la búsqueda del niño, fue que De Sica, tras haber visto cantidad de niños, se decantó por éste debido a su forma de andar.
Cuenta que el pequeño de 6 años, le había ganado el corazón con su naturalidad y desparpajo, es más, la prueba de selección de los niños se reducía a verlos caminar.
El niño protagonista se encuentra de frente y sin avisar, con la realidad de una figura paterna que hasta el momento era considerada como un referente heroico.
Las miserias propias de las necesidades vitales y de la persona descubren a un padre no tan infalible como el niño creía, pero que se esfuerza en ofrecer a su hijo lo mejor en un mundo no tan bueno.
El niño aprende a admirar las virtudes de su padre siendo consciente también de sus imperfecciones, en muchos casos consecuencia del decadente ambiente de postguerra.
El niño aprende también que la gente desesperada se aferra a lo que puede:
Puede ser la iglesia, que visitan al perseguir al anciano.
Una vidente, que visitan también o el fútbol que se cruza un par de veces en la historia.
¿Cómo podría ese niño superar las circunstancias que rodearon su desarrollo y convertirse en una persona de bien?
Creo que la clave de Ladri Di Biciclette reside en el personaje del niño, definitivamente, es el verdadero protagonista y simboliza a toda la generación nacida en la posguerra italiana.
En un segundo nivel narrativo, se explican las relaciones padre/hijo, puestas a prueba en la empresa de buscar la bicicleta sustraída.
La dinámica de los hechos hace que las actitudes de ambos evolucionan, maduren y se transformen.
La figura de Bruno (Staiola), de 6 años, listo, tierno y afectuoso, compone uno de los personajes infantiles más atractivos del cine.
Curiosamente, la obra incorpora momentos de emotividad chaplinesca:
La comida de niño rico y del pobre en el restaurante, la ternura de Bruno evoca la de “The Kid” de Chaplin de 1921, y el emocionante plano final.
De Sica contagia los reproches, el temor, la tácita comprensión, el amor y el envejecimiento prematuro en la mirada de un niño que aprende precozmente que su padre es un pobre diablo, y que él seguramente seguirá el mismo sendero.
Como era costumbre en la vanguardia, De Sica filma los acontecimientos sin trastocarlos o subrayarlos explícitamente.
La cámara parece limitarse a mostrarnos el mundo con una planificación que busca restaurar esta sensación conscientemente en el espectador de no restaurar un sentido único o un significado unilateral, propia de la percepción de la realidad y dejando un margen de libertad para que el espectador saque sus conclusiones sobre las necesidades de este hijo y sobre los deberes morales de este padre.
Ladri Di Biciclette provoca una sensación de neutralidad y objetividad al retratar una de las historias más bellas y conmovedoras que se hayan filmado sobre la singular relación entre un padre y un hijo.
Una anécdota:
En la escena en que se guarecen de la lluvia en el mercado y se les unen un grupo de jóvenes curas, pues uno de esos curas era un joven Sergio Leone, haciendo de extra.
Ladri Di Biciclette plantea cuestiones intemporales, de interés actual, como el trabajo por cuenta ajena de menores como Bruno en la gasolinera como recadero, la escolarización no obligatoria, los desastres perdurables de la guerra, las deficiencias de la administración y de las instituciones públicas, el derecho al trabajo, el drama del paro de larga duración, la insuficiencia de los servicios públicos como el transporte, la seguridad, la policía, etc.
“Me ocupo de lo mío, nadie me molesta, y que obtengo?
Problemas”
En Ladri Di Biciclette se evidencia el nacimiento de un movimiento independiente donde los realizadores de este estilo buscaban dar cuenta de lo que pasaba en Italia en ese momento con la mayor realidad posible, filmando en la calle y seleccionando para las historias conflictos del hombre común de ese entonces, en un intento casi documentalista de mostrar al mundo a un pueblo italiano sufrido por la guerra y sus consecuencias.
Así se vislumbra el paño social que muestra De Sica en Ladri Di Biciclette, donde en los rincones de Roma se palpa de manera sensible la debacle de aquellos tiempos.
Uno de los pilares del neorrealismo que, curiosamente, provenía de terrenos cinematográficos opuestos este movimiento en tiempos de Mussolini y pese a sus influencias pasadas ha caracterizado al guionista Cesare Zavattini, otra figura preponderante de la vanguardia.
La lucha de un hombre por sobrevivir y proveer lo necesario a su familia, De Sica nos muestra la desesperación que se experimenta al ser víctima de una injusticia , la impotencia y la falta de moralidad y amabilidad en las sociedad que muchas veces tolera y protege a los malhechores pero humilla y maltrata a las personas honradas que recurren al robo como medio de vida no para enriquecerse si no para alimentar a sus familias, Ladri Di Biciclette ejemplifica la desigualdad e indiferencia de las personas no solo en los años de la post-guerra sino la apatía que perdura hasta nuestros días.
“Por qué me muero preocupándome cuando al final todos vamos a morir”
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