Ted Bundy
“I'm the most cold-hearted son of a bitch you'll ever meet”
Ha habido informes contradictorios, hasta cierto punto, sobre la figura del asesinato múltiple.
El FBI aseguró que en los años 80, en alguna época en particular, existieron apenas 35 asesinos en serie en actividad en los Estados Unidos, dando a entender, que los asesinos múltiples en cuestión, habían cometido sus primeros crímenes, pero que aún no habían sido aprehendidos o detenidos por otras causas, por ejemplo, suicidio, parálisis o muerte natural.
Esta cifra ha sido frecuentemente exagerada.
En su libro “Serial Killers: The Growing Menace”, Joel Norris afirma que hubo 500 asesinos en serie en activo en algún momento en Estados Unidos, responsables de 5 mil víctimas al año, lo que sería aproximadamente ¼ de la totalidad de homicidios conocidos en el país.
Theodore “Ted” Robert Cowell Bundy, fue un violador, secuestrador, necrófilo y asesino en serie de mujeres entre las edades de 12 a 25 años, durante los años 70, y posiblemente antes.
Los analistas estiman, que el número de sus víctimas, bien podría rondar las 100 mujeres, muy lejos de los números oficiales de alrededor de 36.
Personalmente, Ted Bundy, era un hombre inteligente y atractivo, un seductor irresistible.
Cada mes recibía cientos de cartas de amor repletas de piropos, proposiciones indecentes, y besos pintados con carmín sobre el papel.
Ese envidiable correo, le era remitido a la prisión de Starke, en Florida, donde permaneció recluido, hasta que el 24 de enero de 1989, fue ejecutado en la silla eléctrica, a la edad de 42 años.
Acaso, el asesino en serie más famoso de la historia, Ted Bundy ejercía sobre el público, una fascinación casi obscena.
La audiencia devoraba con glotonería cada una de sus palabras.
Esperaban resolver el enigma, de por qué un blanco, anglosajón y protestante (WASP) arquetípico, había elegido trazar semejante laberinto de sangre.
Porque Bundy, nacido en 1946 y antiguo boy scout, no encajaba en el perfil macabro del psicópata.
Como licenciado en psicología, se había involucrado en política, y se le consideraba como una joven promesa del Partido Republicano.
Bundy era además un “gentil homme charmant”, un joven guapo y jovial, con facilidad de palabra; pero aquella máscara escondía a un monstruo despiadado.
Hijo biológico de un veterano de La Fuerza Aérea, a quien nunca conoció; y de Louise Cowell, vivió sus primeros 4 años en casa de sus abuelos maternos.
Durante este tiempo, Ted creyó que sus abuelos eran sus padres, y que su madre era su hermana mayor…
En 1950, Ted y su madre, se mudaron a Tacoma, Washington con otros familiares.
Ahí, Louise conoció a Johnnie Culpepper Bundy, un cocinero del ejército, con el que se casó en mayo de 1951, y del que Ted posteriormente adoptó el apellido.
El matrimonio, tuvo 4 hijos, pero Ted nunca creó un lazo afectivo con el marido de su madre.
Fue un estudiante aplicado, y con buenas notas en la Universidad de Washington y en la Universidad de Puget Sound en Tacoma, y obtuvo la licenciatura en psicología; y trabajó en varios lugares sin durar mucho tiempo en ellos.
Durante la primavera de 1967, se enamoró de Stephanie Brooks, una hermosa e inteligente joven de familia acomodada.
Stephanie, fue el sueño hecho realidad de Bundy, pero 2 años después, ella se graduó en Psicología, y finalizó la relación, por considerar que su pareja era indiscreta, y carecía de objetivos claros en la vida.
Bundy, nunca superó la ruptura, y se obsesionó con Stephanie manteniendo contacto a través de cartas para, así, intentar reconquistarla.
Él abandonó los estudios durante un tiempo, y después regresó a la Universidad de Washington, para matricularse en Derecho; siendo considerado un estudiante brillante y estimado entre sus profesores.
Paralelamente, inició una relación de 5 años con Meg Anders, su nombre real era Elizabeth Kloepfer, quien era divorciada, y tenía una hija pequeña.
Sin embargo, Meg desconocía que su novio había estado saliendo con una chica de California, con la que seguía escribiéndose cartas...
Durante 1969 y 1972, todo fue bien:
Ted envió solicitudes de admisión a escuelas de Derecho, y estuvo involucrado en actividades comunitarias.
Incluso obtuvo una condecoración de la policía de Seattle, por salvar a un niño de 3 años de morir ahogado.
También se relacionó con figuras importantes del Partido Republicano de los Estados Unidos, y estuvo muy cerca de Rosalynn Carter, La Primera Dama, y esposa del presidente Jimmy Carter.
Muy curiosamente, en el entorno del Partido Republicano, también nos encontramos con 2 asesinos tan, o más famosos que Bundy:
John Wayne Gacy, “El Payaso Asesino”; y El Reverendo Jim Jones, responsable del suicidio colectivo ocurrido en Jonestown, Guyana.
Todo cambió en 1973, cuando se reencontró con Stephanie, con la que mantuvo una relación que duró entre el verano e invierno de ese mismo año.
Al final, Bundy la abandonó, sin que ella volviera a saber nunca más de él.
Antes de comenzar a asesinar, Ted perpetró una serie de hurtos en casas ajenas y comercios mientras estaba ebrio.
Durante su adolescencia se dedicó a robar autos y objetos de lujo para poder alardear del estilo de la clase media‐alta que tan desesperadamente codiciaba, y en sus primeros años de adulto, inició una compulsiva búsqueda de una doble legitimación social, mediante su matrimonio con una mujer de la alta sociedad, y el estatus de abogado.
La aparición de sus primeros rasgos psicopáticos, se produjo en su juventud.
Le gustaba espiar a las chicas mientras se cambiaban de ropa para verlas desnudas.
También leía revistas de pornografía, y después se sumergió en lecturas donde la violencia era la condicionante de la sexualidad.
La mayoría de las veces, después de sus asesinatos, solía aliviar sus tensiones haciendo largas y emotivas llamadas telefónicas a su amante, Meg Anders, quien vivía en Seattle.
Los expedientes de aquellos casos de asesinatos, evidenciaban escabrosas violaciones, descuartizamientos y prácticas necrófilas.
Cuando todavía vivía en Washington, Bundy se deshacía de los cadáveres en los frondosos bosques a las afueras de Seattle.
Sin embargo, regresaba a la escena del crimen con frecuencia enfermiza.
Pudo comprobarse, que en ocasiones se llevaba a casa cabezas decapitadas para aplicarles maquillaje...
El ímpetu homicida de Bundy, se cobraría víctimas no sólo en Washington, sino también en Oregon, Utah, Idaho, Colorado y Florida.
Desafortunadamente, nadie era capaz de conectar los sucesos entre sí.
En todos sus crímenes, adoptaba un mismo ritual:
Seguía a la joven víctima por las calles, luego la estrangulaba y la golpeaba en su propia casa.
A veces la secuestraba para llevarla a un lugar más seguro.
Una vez muerta, la sodomizaba con el miembro o con el objeto que tenía más a mano, mientras mordía su cuerpo.
Bundy podría considerarse, un ejemplo claro de lo que sería un asesino en serie psicópata.
No sólo por haber sufrido una infancia traumática, sino porque además, su aspecto inspiraba siempre confianza a las víctimas.
Las similitudes entre los cadáveres, no tardaron en aparecer:
Todas eran mujeres solteras, caucásicas y tenían el pelo largo.
Además, las horas en que desaparecieron se correspondían entre sí.
Eso llevó a pensar a los investigadores, que se enfrentaban con un asesino serial más violento y escurridizo, que cualquiera de los que aparece en las leyendas de terror.
Hasta que a Bundy le abandonó la suerte…
Aparentemente, todo empezó el 4 de enero de 1974, cuando Ted Bundy entró en el cuarto de la universitaria, Joni Lenz, de 18 años, la golpeó con una palanca metálica, y la violó con una pata de la cama.
Al día siguiente, la chica fue hallada malherida, y sobrevivió con daño cerebral permanente.
Bundy contaba con 27 años.
Aquel fue el principio de un imperio del terror, que abarcaría un lapso de 5 años, desde 1974 a 1978.
Pasados 27 días del evento con Lenz, Bundy atacó a la estudiante en Psicología de la Universidad de Washington, Lynda Ann Healy, de 21 años.
Bundy entró en su dormitorio, la dejó inconsciente con un golpe, y la sacó de la escuela.
Nadie notó la ausencia de la joven, hasta el día siguiente.
La policía no estableció ninguna conexión entre las 2 agresiones, y tampoco se hicieron mayores pruebas ni estudios de la escena del crimen.
Los restos de Lynda Ann, fueron descubiertos un año después, en una montaña cercana.
Durante la primavera y verano de 1974, desaparecieron varias universitarias y madres jóvenes.
Se calcula que fueron al menos 8 víctimas a las que atacó de noche, hasta que comenzó a hacerlo de día.
La policía había iniciado una investigación, y contaba con descripciones acerca de un hombre que solicitaba ayuda a chicas que jamás volvían a ser vistas.
El individuo, tenía la particularidad de ir cargado con libros, y llevar un brazo enyesado, o en cabestrillo.
También, hubo testigos que observaron a un hombre que solía tener “problemas” para arrancar su Volkswagen, el cual había sido visto rondando el sitio donde desaparecieron 2 de las jóvenes asesinadas.
Bundy, despistaba a la policía, porque sabía cómo alterar su aspecto físico:
Se cambiaba el peinado, se dejaba crecer barba y bigote, o se los afeitaba.
También cambió de residencia, y se mudó a Midvale, Utah; donde el 30 de agosto de 1974, se matriculó como estudiante en la Facultad de Leyes en la Universidad de Utah.
El hallazgo de cuerpos de mujeres jóvenes se acumuló, por lo que la policía inició una investigación, y descubrió similitudes en el “modus operandi” con algunos asesinatos ocurridos en Washington.
Entre ambas comisarías, elaboraron un retrato hablado del posible aspecto que tendría el asesino...
Bundy, cometió su primer error, el 8 de noviembre de 1974, cuando se acercó a Carol DaRonch, en el Fashion Place Mall en Murray, Utah.
Haciéndose pasar por un oficial de policía, le informó que habían intentado robar su coche.
DaRonch subió al auto de Bundy, bajo la creencia errónea de que iban a comisaría para presentar un informe.
Después de detener abruptamente el coche, Bundy sacó una pistola, y le esposó una muñeca.
Ella luchó, y consiguió apartarse, antes de que Bundy pudiera fijar el otro extremo de las esposas.
Ella lo golpeó en la cara, y salió corriendo.
Consiguió que un motorista que pasaba, la llevara a la policía.
En la comisaría, Carol narró lo sucedido, y así se obtuvo la descripción del hombre, del vehículo, y el tipo de sangre del atacante.
El 1 de marzo de 1975, fue descubierto un cráneo en una zona boscosa de las montañas Taylor.
Pertenecía a Brenda Ball...
La policía realizó una amplia búsqueda por los alrededores, y 3 días después, encontraron partes de los cuerpos de Lynda Healy, Susan Rancourt, y Roberta Parks.
Posteriormente, se hallaron otros restos que fueron identificados como pertenecientes a Donna Mason.
El descubrimiento de algunas de las víctimas, no detuvo a Bundy.
Debido al retrato hablado del asesino, una amiga cercana de Meg Anders, lo reconoció como Ted Bundy.
Anders, también llamó de manera anónima a la policía, sugiriendo que su novio podría tener algo que ver con las muertes.
A pesar de que se facilitaron fotos recientes de Bundy a la policía, los testigos fallaron al hacer la correspondiente identificación.
La policía desechó esa pista, para enfocarse en otros informes…
La atención hacia Ted Bundy, se disipó hasta algunos años más tarde.
Años después, Meg Anders narraría sus años al lado de Bundy, en un libro publicado bajo el pseudónimo de Elizabeth Kendall.
Por su parte, Bundy adoptó la estrategia de trasladarse de un estado a otro, para evitar que la policía descubriera sus patrones.
Con el paso del tiempo, sus ataques se volvieron cada vez más erráticos y temerarios; tanto que algunas de sus víctimas, se convirtieron en testigos, lo que más tarde harían posible el enjuiciamiento de Bundy.
El 16 de agosto de 1975, un patrullero detuvo un Volkswagen para comprobar su matrícula.
El sospechoso se dio a la fuga, pero fue detenido poco después.
En el auto, se encontró una palanca de metal, esposas, cinta, y otros objetos que dieron inicio a una investigación a gran escala en torno a un hombre:
Theodore Robert Bundy.
El 23 de febrero de 1976, comenzó el juicio contra Ted Bundy por secuestro agravado.
Tenía 29 años, y entró en la sala con la confianza de que no existían pruebas suficientes contra él.
Sin embargo, Carol DaRonch, lo señaló como el hombre que intentó secuestrarla y amenazó con matarla.
Él negó conocerla, pero carecía de coartada.
El 30 de junio de 1976, fue sentenciado a una condena de 15 años de prisión, con posibilidad de libertad condicional.
En prisión, los médicos le efectuaron pruebas psicológicas y toxicológicas, concluyendo que no era psicótico ni drogadicto o alcohólico, y que tampoco sufría algún tipo de daño cerebral.
Los resultados de las pruebas, permitieron seguir preparando procesos en su contra.
Las pruebas periciales del Volkswagen, determinaron que las muestras de pelo encontradas, eran de Melissa Smith y de Caryn Campbell.
Exámenes posteriores, revelaron que las contusiones cerebrales en ambos cuerpos, podían haber sido ocasionadas por la palanca encontrada en el coche de Bundy.
La policía de Colorado, levantó cargos por asesinato, el 22 de octubre de 1976; y en abril de 1977, fue trasladado a la prisión del condado de Garfield.
Durante los preparativos de su 2° juicio, Bundy despidió a sus abogados, y decidió defenderse él mismo.
Por ese motivo, se le permitió visitar la Biblioteca de la Corte de Aspen, Colorado.
El 7 de junio de 1976, Ted Bundy escapó a saltar desde la ventana de la biblioteca, lesionándose el tobillo.
Aun así, eludió a la policía durante 6 días, y sobrevivió robando y durmiendo en una caravana abandonada.
La policía lo atrapó, cuando trataba de robar otro Volkswagen con las llaves puestas.
Y volvió a escapar de nuevo, en enero de 1977, trepando al techo de una de las estaciones de la cárcel, para desde ahí, acceder a otra parte del techo que desembocaba en el armario de un departamento vacío del penal.
Esperó a que no hubiera nadie cerca, y salió por la puerta delantera de uno de los departamentos de los funcionarios de prisiones.
Hasta la mañana siguiente, pasadas 15 horas, no se dieron cuenta de su desaparición.
Esta vez, huyó a Chicago y Florida, usando el seudónimo de Chris Hagen; pero además usó otros nombres como:
Kenneth Misner, Officer Roseland, Richard Burton, y Rolf Miller.
El 14 de enero de 1977, el edificio de la fraternidad Chi Omega estaba semivacío, cuando Nita Neary volvió en la madrugada…
Le extrañó que la puerta estuviera abierta, y decidió esconderse.
Vio salir del edificio, a un hombre con una gorra azul, y una carpeta envuelta en un trapo.
Creyendo que habían asaltado la fraternidad, fue en busca de su compañera Karen Chandler, a la que encontró tambaleándose por el pasillo, herida gravemente.
Kathy Kleiner, fue hallada con vida, aunque malherida, en su cuarto.
Allí mismo, la policía encontró el cadáver de Lisa Levy, que había sido golpeada en la cabeza, y brutalmente violada.
También estaba el cadáver de Margaret Bowman, estrangulada mientras dormía, con un golpe en la cabeza que le destrozó el cráneo.
El resto de las chicas, no pudieron aportar más pistas, salvo el testimonio de Nita Neary.
No lejos de allí, Bundy atacó a Cheryl Thomas, que sobrevivió a una paliza brutal.
Su cráneo fue fracturado en 5 lugares, tenía la mandíbula rota, y un hombro dislocado.
La joven sufrió pérdida permanente de la audición, y problemas de equilibrio.
En la escena del crimen, se encontraron evidencias corporales, como cabello y sangre del autor.
El 9 de febrero de 1977, secuestró a Kimberly Leach, de 12 años, en Lake City.
Su amiga, Priscila, narró a la policía que la había visto subirse a una camioneta blanca, con un hombre del que no pudo aportar más datos; y 8 semanas después, se encontró en Florida el cuerpo de Kimberly.
Tras el asesinato de Leach, Bundy por alguna razón, regresó a su apartamento de Tallahassee.
Al parecer, se deshizo de la furgoneta blanca, y casi fue detenido cuando intentaba robar otro vehículo.
Escapó cuando el oficial lo dejó solo, mientras revisaba las placas del coche robado.
De regreso a su apartamento, limpió el lugar de huellas, robó un VW, y finalmente dejó Tallahassee.
Después de algunos encontronazos con los empleados del hotel en relación con sus tarjetas de crédito, que eran robadas y habían sido denunciadas; Bundy terminó en Pensacola, Florida, donde las placas del auto robado, fueron reconocidas por un oficial de patrulla, que lo detuvo después de una corta persecución, y de una breve lucha.
El 25 de junio de 1979, en Miami, Florida, se le juzgó por los crímenes de la fraternidad Chi Omega; y fueron nombrados como “los delitos de la década”, y tuvieron tal impacto en la opinión pública, que hicieron que gran parte de los estadounidenses, consideraran a Bundy, como la encarnación del mal.
En esa fraternidad, a Lisa Levy le aplastó el cráneo con la porra, arrancó con los dientes uno de sus pezones, le dio un profundo mordisco en las nalgas antes de violarla, y la sodomizó con un bote de aerosol, que dejó luego insertado en su vagina. Cruzó luego el vestíbulo, y entró en otra habitación, donde se dedicó a destruir los cráneos de las estudiantes que dormían.
Golpeó con tal fuerza a sus víctimas con la porra, que salpicó y manchó de sangre todo el dormitorio; las gotas esparcidas, incluso llegaron al techo.
No consiguió matar a las 2 mujeres de esta habitación, pero en otra, le rompió la mandíbula, el brazo derecho y un dedo a Karen Chandler, y le fracturó el cráneo, la órbita del ojo derecho, y los 2 carrillos, infligiéndole además, profundos cortes en la cara.
Luego se volvió hacia la compañera de habitación de Karen, Kathy Kleiner, que seguía durmiendo, y le golpeó en la mandíbula con tal fuerza, que varios de sus dientes se encontraron después entre las sábanas manchadas de sangre.
Pasó a otra habitación, golpeó y estranguló a Margaret Bowman.
Ésta fue su víctima mortal número 19.
Con las fuerzas asombrosamente enteras, detuvo la carnicería.
Mientras volvía a la seguridad de su habitación, Bundy hizo una parada frente al apartamento de Cheryl Thomas, estudiante de danza de 21 años de edad, que estaba dormida en su cama.
Consiguió entrar, le destrozó la mandíbula de varios porrazos, dejó la media que usaba para cubrirse, y una gran mancha de semen en la cama ensangrentada, y escapó a toda prisa.
Cheryl Thomas no murió, pero perdió permanentemente la audición en un oído, y parcialmente el sentido del equilibrio, lo que puso fin a su carrera de bailarina.
El 9 de febrero de 1978, convenció a Kimberly Leach, una niña de 12 años de edad, para que saliera del patio de su colegio.
El único testigo del acontecimiento, fue una amiga suya de nombre Priscila, quien la vio subirse a la camioneta de un hombre, pero no pudo aportar mayores datos del color o tipo de vehículo.
Bundy, secuestró a la niña, la violó vaginal y analmente, y después la mató, estrangulándola, y luego degollándola.
Cuando se encontró el cadáver, estaba ya en una fase de descomposición muy avanzada para poder certificar la causa definitiva de la muerte.
Bundy arrojó el cuerpo a un tonel abandonado, tras haberlo retenido un período indeterminado.
En definitiva, 2 fueron los juicios que por asesinato enfrentó Ted Bundy:
El primero comenzó el 25 de junio de 1979 en Miami, Florida.
En este caso, la Corte se centró en los crímenes contra la fraternidad Chi Omega.
El segundo juicio se realizó en Orlando, Florida, en enero de 1980, y fue por el homicidio de Kimberly Leach.
Pero fue el juicio de la fraternidad, el que selló el destino fatal de Bundy.
Ted Bundy ejerció como su propio abogado, pero las evidencias contra él fueron aplastantes:
Primero, fue el testimonio de Nita Neary, que lo señaló cómo el hombre al que vio salir con gorra de la fraternidad.
Después subió al estrado el odontólogo Souviron, que determinó que las marcas de dientes encontradas en el cuerpo Levy, coincidían con la dentadura de Bundy.
Testigos de cargo y descargo, fueron llamados por ambos lados, incluyendo a María Luisa Bundy para la defensa.
Bundy lloró durante el testimonio de su madre, una rara muestra de emoción real…
Al jurado, le fue permitido escuchar detalles del secuestro de DaRonch.
Y el 31 de julio de 1979, tras 7 horas de deliberación, el jurado lo declaró culpable.
Él escuchó el veredicto, sin demostrar emoción alguna, a diferencia de su madre, que suplicó piedad.
Ted afirmó ser víctima de una farsa, de un juicio injusto y abusivo, por lo que no tenía que pedir clemencia por algo que no había cometido.
El juez Cowart, lo sentenció a la pena de muerte en la silla eléctrica, por los asesinatos de Lisa Levy y Margaret Bowman.
Aunque Bundy ya se encontraba en el corredor de la muerte, el estado de la Florida, decidió juzgarlo por el asesinato de Kimberly Leach.
El 7 de enero de 1980, comenzó el juicio.
Tras el fracaso de ejercer como su propio abogado, Bundy contrató a Julius Africano y Lynn Thompson.
Con ellos, trazó la idea de apelar por incapacidad mental.
Pero la estrategia legal no funcionó, y fue declarado culpable.
Durante el procedimiento penal del caso Leach, aprovechó una antigua ley de la Florida, que proclamaba que toda declaración de matrimonio en un juzgado, hecha en presencia de funcionarios judiciales, era válida y legalmente vinculante.
Haciendo uso de ese derecho, le propuso matrimonio a su novia, Carol Ann Boone.
En ese momento, Boone se convirtió en la esposa de Bundy.
El fruto de las visitas conyugales, frecuentes hasta su separación en 1986; fue una hija que permanece actualmente en el más estricto anonimato.
Pocas horas más tarde, Ted Bundy sería condenado a muerte por el asesinato de Leach, y enviado a la prisión de Raiford.
Nada fue fácil con Bundy, y su ejecución no sería diferente.
Siguió proclamando su inocencia, y metódicamente agotó sus apelaciones.
Representándose a sí mismo, obtuvo numerosos retrasos a la ejecución, la primera siendo el 4 de marzo de 1986, incluyendo unos 15 minutos antes de la hora programada para morir, el 2 de julio de 1986; y otro, el 18 de noviembre, a tan sólo 7 horas de la ejecución.
Y es que este criminal, usaba y abusaba de su encanto personal, y no dudó en utilizar esta capacidad en su lucha por retrasar su final.
Resaltando tal rasgo, el criminólogo Robert Ressler, estima que Bundy se favoreció, pues la prensa interpretó mal aquel encanto personal.
Señala que, al contrario de la imagen que de él brindaban los medios de difusión, este delincuente no era “el Rodolfo Valentino de los asesinos en serie, sino un hombre brutal, sádico y pervertido”
Buscando aplazar el cumplimiento de su sentencia, Ted Bundy le confesó al doctor Bob Keppel, jefe de investigadores del Departamento de Justicia de Washington, con quien había colaborado tiempo atrás en la búsqueda de Gary Ridgway, el asesino en serie conocido como “The Green River Killer”; algunos de los lugares en donde guardaba los restos de unas cuantas de sus víctimas.
En su casa, por ejemplo, fueron descubiertas algunas de las cabezas de sus víctimas.
La conducta de Bundy, entonces fue catalogada como perversión y compulsión necrofílica.
El 17 de enero de 1989, obtuvo la fecha definitiva:
Iba a ser ejecutado una semana después.
Bundy, no había terminado su lucha para evitar la muerte, y trató de mantener sus confesiones como cebo para, así, obtener más tiempo.
Él y sus abogados, pidieron una prórroga de 3 años para que confesara los demás asesinatos.
También trató de coaccionar a los familiares de sus víctimas, para que solicitaran a la corte que le otorgaran más tiempo para poder confesar.
A pesar de no conocerse el paradero de muchas de las víctimas, todas las familias se negaron.
Mientras permaneció encerrado, Ted Bundy trató de diferir al máximo la fecha de su ejecución, y pretendió haber perpetrado más cantidad de asesinatos, inventando detalles, y proporcionando datos inconexos, para así ganar tiempo con las reconstrucciones y búsquedas.
Llegó al colmo de proponer ayudar a las autoridades a detener a otros asesinos en serie, aprovechando que por aquel entonces, hacía estragos el llamado “caso de los crímenes del río verde”, otra secuencia de muertes violentas que tuvo por objeto a prostitutas.
Considerando esta actitud, aquellos que estudiaron la personalidad delictiva de este homicida serial, destacaron que se trataba de un mentiroso compulsivo, que tuvo la osadía, una vez cercana la hora de su ejecución, de tratar de demorar el momento de la misma intentando engatusar a la policía y al FBI, prometiendo la confesión de todos los crímenes que había cometido.
Bundy, celebró una maratón de entrevistas y confesiones durante sus últimos días, aunque nunca estuvo dispuesto a admitir todo, especialmente los asesinatos de algunas de las víctimas más jóvenes.
En diciembre de 1987, Bundy fue examinado durante 7 horas por Dorothy Otnow Lewis, profesora de la New York University Medical Center.
Lewis lo diagnosticó, como un maníaco depresivo, cuyos delitos ocurrían normalmente durante los episodios depresivos.
Bundy le explicó con detalle su infancia, en especial su relación con sus abuelos maternos, Samuel y Eleanor Cowell.
Según Bundy, su abuelo Samuel Cowell, era un diácono de su iglesia.
La descripción estableció a su abuelo, como un tirano abusador; y Bundy lo describió como un racista que odiaba a los negros, los italianos, los católicos, y los judíos.
Además, declaró que su abuelo torturaba animales, golpeando al perro de la familia, y maltratando los gatos de los vecinos.
También le dijo a Lewis, que su abuelo mantenía una gran colección de pornografía en su invernadero, donde, según sus familiares, Bundy y un primo se colaban a mirar durante horas.
También dijo que Samuel Cowell, montó en rabia violenta, cuando el tema del padre del muchacho era tocado por familiares que solían expresar escepticismo ante la historia que daba.
Bundy, describió a su abuela como una mujer tímida y obediente, que ingresaba de forma esporádica a los hospitales para someterse a tratamiento por depresión.
Hacia el final de su vida, Ted Bundy dijo que se convirtió en agorafóbica.
Julia, la tía de Bundy, recordó un incidente perturbador que tuvo con su joven sobrino:
Después de recostarse para tomar una siesta, Julia se despertó rodeada de cuchillos de cocina de la familia Cowell.
El pequeño Ted, de tan sólo 3 años de edad, estaba al pie de la cama sonriéndole.
Por otra parte, Bundy usó tarjetas de crédito robadas para comprar más de 30 pares de calcetines, mientras se escondió en la Florida; él mismo se consideraba como fetichista de los pies.
En enero de 1989, Bundy fue entrevistado por James Dobson, una tarde antes de su ejecución.
En la entrevista, Bundy dijo que la pornografía violenta, desempeñó un importante papel en sus crímenes sexuales.
Según Bundy, cuando era un niño, encontró “fuera de casa, en el supermercado local, en una farmacia, pornografía suave...
Y de vez en cuando encontraba libros pornográficos con contenido más explícito...”
Bundy dijo:
“Sucedió en etapas, poco a poco, mi experiencia con la pornografía en general, pero con la pornografía que presenta un nivel alto de violencia sexual, una vez que te vuelves adicto a ella, y esto lo veo como una especie de adicción igual que otros tipos de adicción, comienzas a buscar todo tipo de material con cosas más potentes, más explícitas, más gráficas.
Hasta llegar a un punto en el que la pornografía va tan lejos, que comienzas a preguntarte como sería hacerlo en realidad”
Algunos investigadores creen, que la permanente insistencia de Bundy de que la pornografía fue un factor contribuyente en sus crímenes, fue otro intento de manipulación.
Una vana esperanza de impedir su ejecución, diciéndole a Dobson lo que quería oír.
Por otra parte, en una carta escrita poco antes de su fuga de la cárcel de Glenwood Springs, Bundy manifestó:
“He conocido a personas que irradian vulnerabilidad...
Sus expresiones faciales dicen:
“Tengo miedo de ti”
Estas personas invitan al abuso...
Esperando ser lastimadas.
¿Sutilmente lo fomentan?”
En una entrevista de 1980, hablando de la justificación en las acciones de un asesino en serie, Bundy dijo:
“¿Que es uno menos?
¿Qué significa una persona menos en la faz del planeta?”
Por sus acciones, Ted Bundy responsabilizó a su abuelo, a la falta de su padre, a la ocultación de su verdadero parentesco, a la policía, al alcohol, a la sociedad, a la violencia mediática, y a la pornografía.
Sin embargo, tampoco coló la manipulación.
En su último día, llamó a su madre, y rechazó su última comida.
Se filtraron informaciones de que Bundy empezó a tartamudear cuando vio la silla eléctrica.
Él, siempre carismático y petulante, perdió su legendaria compostura cuando llegó su hora.
En aquel instante, ni siquiera las cartas de amor que acumulaban polvo en su celda, eran un consuelo.
Era el momento de saldar deudas con sus viejos fantasmas.
Ted Bundy finalmente fue electrocutado el 24 de enero de 1989, y declarado muerto a las 07:16 de la mañana.
Según se reporta, tuvieron que sacar a Bundy de su celda por la fuerza.
Afuera de la cárcel, numerosas personas esperaban la noticia.
Las pancartas rezaban lemas líricos tan inspirados como:
“Las rosas son rojas/ Las violetas azules/ Buenos días, Ted/ Te vamos a matar”
Muchos vendedores se dedicaban a ofrecer camisetas que decían:
“Arde, Bundy, Arde”, y otros productos relacionados con la ejecución, como las “Bundyburguesas”, hamburguesas asadas a la parrilla, en morbosa alusión a la silla eléctrica donde habían “asado” a Bundy.
Los medios de comunicación, celebraron sin pudor la muerte del asesino.
Algunos incluso cabecearon:
“Murió el Animal”
Y cuando el vocero de la institución declara la muerte de Bundy, se escuchan vítores y aplausos, incluso hasta fuegos artificiales fueron lanzados.
Momentos después, salió una carroza funeraria camino al crematorio.
Al pasar, la multitud aplaudía, la horrible pesadilla había finalizado.
Se desconoce el paradero de las cenizas; pero se sabe que fueron dispersas en un lugar no revelado en la Cordillera Cascada del Estado de Washington, de acuerdo con su voluntad.
“Hi there, my name's Ted.
Nice to meet ya”
Ted Bundy es una película de terror, del año 2002, dirigida por Matthew Bright.
Protagonizada por Michael Reilly Burke, Boti Bliss, Julianna McCarthy, Steffani Brass, Tricia Dickson, Meadow Sisto, Melissa Schmidt, Jennifer Tisdale, Eric DaRe, Deborah Offner, Tom Savini, Annalee Autumn, Diana Kauffman, Tiffany Shepis, Katrina Miller, Alexa Jago, entre otros.
El guión es de Matthew Bright y Stephen Johnston; y nos presenta a un Ted Bundy desde el inicio de su carrera como asesino, aunque había empezado robando en casas, hasta su muerte por ajusticiamiento en la silla eléctrica; por lo que se dramatizan los crímenes, y parte de su relación con Elizabeth Kloepfer, la novia en la vida real de Bundy, durante su periodo de matanza.
Ted Bundy (Michael Reilly Burke), es un joven encantador, que vive en Seattle, EEUU.
Estamos en el año 1974, cuando Ted estudia psicología en la Universidad, y posee una desarmante sonrisa; es un joven guapo, que vive una intermitente relación sentimental con Lee (Boti Bliss) una mujer joven, que tiene una hija de una relación anterior.
Todo el mundo le aprecia, pero lo que nadie sabe, es que se trata de una persona mentalmente destrozada, con una alguna psicopatología que hace que, cuando puede, sea por la noche o por el día, se dedique a secuestrar y asesinar a cuantas jóvenes y bonitas mujeres se le pongan en su camino, si tiene la más mínima oportunidad.
Así, durante 3 años, llegará a asesinar, oficialmente, a unas 40 chicas en diversos estados de Los Estados Unidos.
Ted Bundy, es el primer “psycho killer” moderno, por lo que era una sobrecogedora combinación entre el guapo chico de al lado, y una perversión degenerada.
A la vez que innegablemente encantador, inteligente y lleno de carisma, Bundy tenía un lado oscuro atormentado y motivado por retorcidas fantasías, y una sexualidad necrófila.
Bundy, es el personaje que vemos desde que se hacía pajas espiando a mujeres, hasta que elabora una calculada táctica para regar de cadáveres la geografía del país, sin que la novia supiera, y la policía le eche el guante.
En el film, no se hacen necesarios los exabruptos narrativos, los simplones subrayados, el énfasis en su comedido tono dramático, porque despojado de toda incertidumbre, de las tantas veces huera y torpe profundidad psicológica y el siempre socorrido discurso moralista.
El personaje se hace más descarnado, real y transparente en sus irrefrenables pulsiones criminales, y lejano como una atroz pesadilla; siendo una mezcla de cansancio y fascinación por este tipo de personajes que forman ya, parte del santoral de nuestro loco mundo, quizás porque más allá de la adrenalina que inunda sus historias, nos hacen mirar más allá de las normas, más allá de las apariencias, y preguntarnos:
¿Quién somos, y quien está realmente sentado a nuestro lado?
“Sex is only dirty when you do it right”
Desde que el cine comenzó a hacerse popular, los directores han buscado historias reales, que se puedan transformar fácilmente al celuloide, y que además aporten importantes ganancias.
Uno de los nichos explorados por quienes se dedican a rodar películas de terror, es el de los asesinos seriales.
Como ejemplo, podemos mencionar la vida de Ted Bundy quien, según algunos, sirvió como inspiración para el villano de la cinta oscarizada “The Silence Of The Lambs” dirigida por Jonathan Demme en el año 1991, y que fue protagonizada por Jodie Foster y Anthony Hopkins.
Curiosamente, Ted Bundy, es un asesino realmente poco explotado en la cinematografía, pese a poseer un carisma mediático bastante elevado en la sociedad; por lo que su mayor asiduidad en el audiovisual, se centra en la televisión, en telefilms habitualmente surgidos de adaptaciones literarias, y que ello conlleva, lógicamente, las restricciones típicas en cuanto a censura.
De ese modo, se enmascara un contenido base de carácter violento y agresivo, por otros más de investigación.
Sin ser una gran película, Ted Bundy consigue aterrorizar al espectador ausento de necrofilia, espectadores que buscan emociones fuertes en detrimento de los que desearían ver reflejado un buen retrato psicológico del asesino.
Atribuyéndosele de este modo, un cierto carisma dentro del cine “slasher”, mientras repasamos su carrera psicopática.
¿Criticable?
No estamos ante un documental, hay libertad creativa para desarrollar la historia base, y aunque sea cierto que el retrato psicológico del asesino no sea el más fiel, sí que se ha bordado un personaje puramente cinematográfico, y de género totalmente categórico.
Incluso su final, alberga una escena durísima y cruelmente dilatada de cara al espectador, una muestra de la morbosidad que ha depositado el director Matthew Bright, y que para el espectador amante del género de terror, no será más que una retorcida “delicia sublime”
Técnicamente, con la ambientación setentera destacable, más una buena e interesante recreación de los hechos, juegan a su favor.
Esta terrorífica historia, sobre todo por tratarse de una triste historia real, y que dio origen a lo que ahora se llama “asesino en serie”, hasta la aparición del “bueno” de Ted Bundy, no se había utilizado dicha expresión, pero el reguero de muertes y horrores que dejó tras su paso, hizo que las autoridades y policías crearan dicho término.
A Ted Bundy, se le considera el más dañino “psycho killer” de la historia de Los Estados Unidos.
Y es que asesinó, oficialmente, a unas 40 mujeres, aunque se cree pudieron llegar al centenar.
El director Matthew Bright, nos relata sus horrendos crímenes, sin regocijarse en ellos, mostrándolos como una crónica negra, negrísima, pero sin ninguna explicación psicológica por la que sepamos porqué hizo lo que hizo.
De hecho, todavía se desconoce una respuesta…
Todo comienza cuando empieza a asesinar, sin que sepamos cuál, cómo fue su infancia, y qué demonios le ocurrió para llegar a ser el monstruo que llegó a ser.
Bright no juzga, solo expone, lo que acentúa el horror.
Hay muchas escenas de sus crímenes, sin dar obscenos detalles pormenorizados, pero ofreciéndonos con claridad meridiana su “modus operandi”, con total ausencia de compasión para con sus víctimas.
Al mismo tiempo de sus asesinatos, podemos ver su vida cotidiana, con la enfermiza relación con su novia, que no sabe nada de la otra vida que lleva.
También hay algún momento de humor, un humor negro y atípico, con escenas como la de la primera huida de la cárcel, más bien de un despacho del juzgado de Bundy, o la relación sexual con su abogada delante de todas las visitas en la cárcel, previo pago de unos billetes de dólar al funcionario de prisiones.
Ya al final de la historia, la cinta se convierte casi en un documental; se echa de menos algún análisis de la conducta del asesino, pero el director nunca quiso entrar en ese detalle, simplemente mostrar las crestomatías de lo ocurrido.
Por lo que la última parte, casi parece un alegato en contra de la pena de muerte, si se quiere.
Se echa en falta algo más de interacción con los personajes, o indagación de sus motivaciones, y por momentos, casi se hace aburrida por repetitiva:
Secuestra, mata, viola, y así sucesivamente; pero el conjunto se hace interesante, y también tiene algunos movimientos de cámara y de montaje notables.
Ted Bundy, es una buena película; no obstante, nos deja con las ganas de saber más de ese horrendo personaje que asoló gran parte de Los Estados Unidos.
Por lo que para nada es un “biopic” ya que se nos muestra solo la trayectoria criminal de un personaje real, que por su elevado número de crímenes sexuales, dio nacimiento, al menos eso dice el film, al término criminal “psycho killer”
Y eso es la película, una sucesión de crímenes que llevan a las distintas detenciones, y a su posterior ejecución.
En medio, algún apunte limitadísimo de carácter, y de su problemática vida en pareja, con la que fue su novia, que no supo nada de los crímenes hasta que lo detuvieron, y que podría haber sido uno de los puntos fuertes de esta cinta, de haberle prestado más atención su guionista Stephen Johnston y su director; que poco aportan a la hora de dar luz al misterio de, qué es lo que realmente se nos quiere contar.
Del reparto, excelente composición de Michael Reilly Burke; que se transmuta en un correcto Ted Bundy, siendo su interpretación, uno de los elementos a destacar.
El actor tiene una dilatada carrera en la televisión, y aquí da vida convincentemente, a esta bestia humana, dotando al personaje de un encanto personal, y transmitiendo perfectamente la demencia contenida del “psycho killer” y sus posteriores arrebatos de furia.
Se le puede achacar, que realmente Ted Bundy no era tan relleno como lo recrea Burke, sin embargo, hay escenas, como la del espejo donde hace muecas, que acaban por potenciar un retrato de Bundy de “inadaptado” o “antisocial”, cuando precisamente el misterio y carisma del asesino reside en su frialdad, en ser alguien totalmente opuesto a esa imagen cruda y extraña, enferma, en vez de alguien totalmente socializado, alguien con una vida “normal”
Pero no son más que detalles, que aunque entorpezcan un retrato verídico, sí que acaban por inducir una película correcta en su conjunto, violenta, y sobretodo fiel en cuando a sucesos, a pesar de verse con un formato casi televisivo.
Porqué más allá de esos detalles narrativos impropios del asesino, sí que éste Bundy alberga el monstruo interior que aparecía en ocasiones, algo bien mostrado y con cierta retórica, por ejemplo, en la escena de sexo entre él y su novia Lee, a la que le pide que se haga la muerta, estando amarrada, en que él mismo se da cuenta que desea hacer lo que su mente le pide, es como si poco a poco su psique dejara de ser represiva con él, abriéndole camino a intensificar su doble vida.
Otro actor del reparto, es el cameo del cada vez más activo Tom Savini como inspector de policía, y es el encargado al mismo tiempo del maquillaje, del que se dice, sus escenas fueron cortadas en la edición definitiva.
Sin embargo, Ted Bundy se toma muchas libertades creativas, cambiando o confundiendo los eventos, y el momento en que ocurrieron, como es común en las re-narraciones que hace Hollywood de acontecimientos de la vida real.
Algunos ejemplos son:
En la película, Bundy dijo que fue expulsado de la escuela de derecho, y las clases de psicología.
En la vida real, aunque Bundy era en realidad un estudiante de derecho muy malo, se graduó con honores en Psicología en la Universidad de Washington.
La víctima animadora, no era una porrista en la vida real, Debby Kent, salía de una obra de teatro de la escuela, cuando Bundy la secuestró.
En la primera fuga de la prisión, Ted se ve en la película saliendo de una ventana sobre un techo más bajo.
En realidad, saltó directamente desde la ventana al suelo.
En la película, Bundy dijo que las autoridades de Colorado, estaban “pidiendo la pena de muerte”
En realidad, los fiscales habían decidido no pedir la pena de muerte en su caso.
Durante una escena en la que Bundy tuvo una víctima de su casa, la película muestra a Bundy envolviendo a la víctima en una sábana grande, y llevándola a su coche.
En la película, esto lo hizo frente a testigos en la calle.
Bundy dijo que siempre estaba atento, y era muy cuidadoso para evitar identificación de testigos.
En la película, el Volkswagen de Bundy, es de color amarillo.
En la vida real, era color crema.
El “verdugo” representado en la película, es una oficial de correcciones uniformada, y es visible para los condenados en la cámara de la muerte.
De acuerdo con El Informe de La Comisión Correccional de Florida, el verdugo es un ciudadano privado; y está presente en la cámara de la muerte, pero detrás de una pantalla.
Y de acuerdo con los procedimientos de Florida, la corriente para la ejecución, se aplica 3 veces.
La película, cambia los nombres de las víctimas por respeto.
Sin embargo, al final se reproduce un clip real, que revela el nombre verdadero de una víctima; la última de Bundy, Kimberly Leach, llamada Suzanne en la película.
En la escena en que Ted y su novia Lee están celebrando con sus amigos, en una fiesta, una mujer se acerca a Lee, presentándose como Beverly, y le habla de trabajar con Ted en un centro de crisis.
Su personaje es claramente una referencia a Ann Rule, una autora de un verdadero crimen, que conoció y trabajó con el verdadero Ted Bundy en un centro de crisis en Seattle, Washington, a principios de los años 70.
Además, Rule, de hecho, se reunió y conversó con la verdadera novia de Ted Bundy en una fiesta de navidad.
Rule, escribiría más tarde un libro sobre Bundy y sus asesinatos.
En conclusión, Ted Bundy es una buena película, que en esencia busca y consigue resultar desagradable y molesta, desarrollando un estilo neutro, que evita que el espectador se identifique con el corrosivo “héroe”, sin llegar a penetrar nunca en su maraña interior de traumas y desgarros íntimos.
Todo un tratado de comportamientos criminales, y un poderoso retrato de una mente torturada que gustará, sin duda, a los amantes de las tormentas psíquicas, pero que defraudará a los que busquen en la función escenas “gore”, o deleite sádico.
Tras ver la película, queda todo un agujero negro, preguntas para las que no hay respuestas, tragedia y dolor con el paisaje de una “América convulsa y alienada al fondo”
La vida de Ted Bundy, daba para esto y para mucho más, pero es conforme con el retrato desmaquillado y muy ligero, lleno de sarcasmo y cinismo, con extrañas imágenes reales, y reseña de acontecimientos históricos que no parecen ir de la mano en la narración, sino que son más bien pequeños errores o despistes de montaje.
No obstante, la cinta consigue transmitir las sensaciones que el perturbado necrófilo sintió durante toda su vida, y que formaban parte de su otro yo, pues era un tipo con una doble vida, extraordinariamente desdoblada.
El director, también aprovecha para hacer una sátira de la sociedad de EEUU de finales de los 70:
Y presenta una crítica superficial e indirecta pero inclemente, no se salva nadie; desde la estulticia e inocencia de las víctimas, hasta la corrupción e ineptitud del sistema judicial y penitenciario; así como también, una denuncia evidente de la monstruosidad que supone la silla eléctrica.
“I mean there's so much more to me than this guy that goes around doin' those crazy things...
So much more”
En nuestra imaginación, a veces damos rienda suelta a nuestra parte perversa.
Jugueteamos mentalmente con lo monstruoso.
Esta vena perversa, en mayor o menor grado, está en todas las personas.
Cruzar la línea, y llevar a la realidad nuestras ensoñaciones morbosas, nos convertiría en monstruos, más allá de toda redención posible.
Aunque haya en nosotros algo de ellos, el éxito de las películas “gore” va de eso; el destino de los psicópatas sexuales, deber ser el corredor de la muerte.
Casi es un acto de piedad, como matar a un perro rabioso.
Y respecto a nosotros, no dejar salir nunca al Ted Bundy que tenemos dentro de la imaginación.
A Bundy podríamos considerarle como una mezcla entre asesino organizado y desorganizado.
Tanto podía mostrarse con una personalidad muy inmadura, dejar indicios en el lugar del crimen, o por lo contrario, prepararlo cuidadosamente, seleccionar a las víctimas y dejar pocas huellas.
Él mismo se consideraba un adicto al crimen, y aunque aseguraba que podría dejar de matar en cuanto se lo propusiese, no dejó de hacerlo hasta su detención.
Aseguraba no haber matado a 14 mujeres, y confesó haber asesinado y violado a 28 mujeres en los años 70.
Los múltiples test psiquiátricos realizados, evaluarían una personalidad propia de esquizofrénico, y del trastorno de la personalidad disocial y narcisista con perversiones de empatibilidad cero:
Cambios de humor muy repentinos, impulsivo, sin emociones, afán de protagonismo, ataques de histeria, doble personalidad, inestabilidad emocional, rechazo a la sociedad, ansiedad, depresión, complejo de inferioridad, inmadurez, mentiras que termina por creerse él mismo, obsesivo, egocéntrico, falsa realidad adaptada por él mismo, manía persecutoria…
Así como él, la captura y puesta en prisión de un elevado número de asesinos seriales psicópatas, le ha permitido a los psicólogos y psiquiatras forenses, analizar de primera mano, el desviado comportamiento que éstos exhiben.
Aunque no predomina una opinión uniforme acerca de cómo funciona el mecanismo psíquico que conduce a un individuo común, a transformarse en un homicida en cadena, se han formulado, no obstante, planteos altamente fundamentados y sugerentes.
Por ejemplo, ha sido muy difundido el esquema postulado por el psicólogo e investigador policial de EEUU, Dr. Joel Norris quien, después de entrevistar a muchos homicidas seriales, desarrolló su teoría consistente en que, durante el proceso cerebral por el cual atraviesa esta clase de delincuentes, necesariamente se presentan varias etapas o fases mentales que dirigen sus acciones hasta desembocar en un desenlace fatal.
Al inicial de estos estadios, se lo tilda “fase de aura”, y en el mismo se visualiza un pasmoso grado de confusión en el pensamiento exteriorizado por el individuo, el cual va dejando entrever signos delatores de una psicopatía que llegará rápidamente a convertirse en una auténtica obsesión.
El asesino psicópata, experimenta con tan virulenta lucidez sus fantasías, que éstas se van mezclando de manera crecientemente peligrosa con la realidad, alcanzando un extremo donde el sujeto afectado, no logrará diferenciar entre ambas.
El individuo torna a depender de modo progresivo de estas fantasías, hasta un punto donde aquellas comienzan a gobernarlo por completo.
Lo que inicialmente se traducía en “inofensivos juegos oníricos”, pasa a ocupar un tiempo y un espacio cada vez más esencial dentro de su vida consciente.
La segunda etapa de esta funesta retahíla, mereció el nombre de “fase de búsqueda”
Aquí el maníaco toma la irrevocable decisión de perpetrar el crimen, y comprende que para ello, debe hallar una víctima adecuada a sus particulares necesidades.
Hay psicópatas que al arribar a este grado, se dan por satisfechos con reafirmar sus fantasías, e imaginan que consuman el delito, pero no avanzan más allá.
Pero si la resolución de asesinar para cumplir con su morbo, deviene más poderosa, se entra de plano en la “fase de seducción”, que es aquella en la cual, el futuro asesino establece contacto con posibles objetos de agresión, desplegando su magnetismo individual y su dialéctica.
Comienza a disfrutar con su “actuación”, y busca hacer bajar la guardia a su oponente, preparando el camino para un ataque de improviso.
Algunos perturbados, pueden contenerse al arribar a esta etapa, y se conforman con haber establecido ese contacto con eventuales víctimas, y luego retroceden.
Empero, la mayoría ya no son capaces de reprimirse ni detenerse, y ascienden al siguiente escalón dentro de esta neurosis conocido como “fase de caza”
En la etapa de cacería, se avanza abruptamente de la cautelosa pasividad a una febril actividad.
El victimario ya ha escogido el tipo de presa humana que considera “apropiado”, y se apresta a entrar en contacto decisivo con ella.
Dependiendo de la personalidad del agresor, éste empleará su encanto y atractivo personal, si los tuviere, en pos de inducir a la víctima a caer en una trampa, o bien, llevará a cabo una sucesión de encuentros inspirados en el propósito de ganarse su confianza, previamente a acometerla.
El tiempo que insume este estadio de su proceso mental, puede prolongarse durante semanas o meses, o bien durar apenas unos instantes.
Lo cierto es que esta etapa inevitablemente se cumple siempre antes de entrar en la denominada “fase de captura”
Esta fase, comporta el 5º hito dentro de la anómala conducta psíquica del criminal.
Aquí, es cuando el asesino, literalmente hablando, se despoja de su máscara, y hace uso de la fuerza a fin de retener a su presa, o para conducirla a donde quiere.
Se trata de un punto de no retorno.
La sorprendida víctima, cobra consciencia por primera vez de las intenciones letales que animaban a su contraparte y, debido a ello, ahora el matador ya no podrá echarse atrás.
Seguidamente, se instala la “fase de asesinato”, propiamente dicha, la cual cristaliza, y da culminación a las precedentes imaginerías sádicas o de dominación.
Acá es cuando el ultimador pierde absolutamente cualquier atisbo de percepción de la realidad, y se embarca de lleno en la realización a cualquier precio de sus planes y deseos.
Ha desembocado en la fase que justifica la existencia de todas las etapas anteriores.
Se trata de la razón de ser de la totalidad del proceso mental precedente, y el ejecutor, imbuido de enfermizo éxtasis, no vacila en llevar a término el crimen soñado con todos sus tétricos añadidos.
A la última de las instancias de este patológico impulso cerebral, se la designa “fase de depresión”
A ella, únicamente se ingresa una vez consumada efectivamente la agresión física.
La excitación despertada por el acto de asesinar, ha alcanzado su paroxismo.
Posteriormente, el maníaco queda abrumado bajo una intensa depresión y abulia, lo cual no quiere decir que sea capaz de reconocer la maldad de sus actos y, mucho menos aún, que sienta remordimiento.
Comprende, eso sí, que el placer esperado, no fue tan deleitoso como imaginó, y hasta puede calibrar que los riesgos son demasiado grandes en comparación con el relativamente magro fruto cosechado.
Sin embargo, en caso de que en verdad estemos en presencia de un psicópata homicida, esta fase no dura mucho y, tiempo más tarde, vuelve a transitar de manera sistemática por el antedicho proceso, el que nada más se detiene, si el ultimador se enferma o incapacita, o si es capturado o muere.
El asesino, en definitiva, no hace sino llevar a cabo una fantasía de carácter ritual.
No obstante, una vez sacrificada la persona agredida, se esfuma la identidad que la misma conservaba dentro del imaginario del criminal.
La víctima, ya no representa lo que el victimario suponía al principio, a saber:
La novia que lo rechazó, la voz retumbante de la madre odiada, o la aplastante lejanía provocada por el padre ausente…
Todos estos fantasmas, permanecen grabados de la forma más vívida en la psique del ejecutor, luego de perpetrado del crimen, y éste no ha logrado ahuyentarlos de su interior.
Por el contrario, su intangible presencia, se torna cada vez más opresiva y ominosa y, metafóricamente, lo obliga a repetir el enfermizo ciclo que lo empuja a volver a matar.
El desastre cometido, no borra ni cambia el pasado, porque el asesino serial, termina por odiar más.
De ahí el carácter adictivo de su mecanismo mental, y la imposibilidad de detenerse.
El clímax obtenido instantes atrás, tan sólo resulta un espejismo que no logra compensar esos sentimientos contradictorios, y tampoco llena su hondo vacío ni le sacia la febril ansiedad que lo agobia.
Ted Bundy confesó al menos 30 homicidios, pero el verdadero total permanece desconocido.
Las estimaciones publicadas, han llegado hasta 100 o más, y Bundy ocasionalmente hizo comentarios crípticos, para alentar esa especulación.
Él le dijo a Hugh Aynesworth, en 1980, que por cada asesinato “publicitado”, podría haber uno que no lo fuera.
Cuando los agentes del FBI propusieron un total de 36, Bundy respondió:
“Añade un dígito a eso”
Robert Keppel escribió que “Ted y yo sabíamos, que el total era mucho más alto”
“No creo que ni siquiera él supiera cuántos mató, o por qué los mató”, dijo el reverendo Fred Lawrence, el clérigo metodista que administró los últimos ritos de Bundy.
“Esa fue mi impresión, mi fuerte impresión”, concluyó.
En la noche anterior a su ejecución, Bundy revisó su cuenta de víctimas con Bill Hagmaier, sobre una base de estado por estado:
En Washington, mató a 11 mujeres, incluyendo 3 no identificadas; en Utah, mató a 8, 3 no identificadas; en Colorado y Florida, 3 en cada estado; en Oregon, 2, ambos no identificadas; en Idaho, 2, 1 no identificada; y en California, 1 no identificada.
Hubo 20 víctimas identificadas, y 5 sobrevivientes identificadas.
Las autoridades policiales, jamás pudieron determinar el número exacto de mujeres que sucumbieron a las atrocidades de Bundy en los 70.
Ese secreto, se lo llevó a la tumba, aunque confesó muchos asesinatos, siempre de mujeres con larga melena peinada con raya al medio.
Ese era el “look” de Stephanie Brooks, el primer amor de un Bundy, con el que rompería tras un año de relación.
Las chicas que elegía, solían tener cierto parecido físico a una ex novia de pelo oscuro y largo, pero Bundy aseguró que cuando las mataba, toda su ira iba contra su propia madre.
Ted Bundy supone uno de los asesinos en serie más populares del siglo XX.
Fuera de las fronteras estadounidenses, aún se palpa su resonancia:
Carismático, atractivo, inteligente, y carente de emoción alguna, sigue siendo uno de los anti-héroes fetiche para inspirar a espeluznantes personajes en la ficción.
Como dato, el Volkswagen Beetle de 1968 de Bundy, fue exhibido en el vestíbulo del Museo Nacional del Crimen y Castigo en Washington DC, hasta su cierre en 2015.
Actualmente, se exhibe en el Alcatraz East Crime Museum, en Pigeon Forge, Tennessee.
Hasta la fecha, muchas mujeres hablan de Ted Bundy con admiración y la pulsión sexual que despierta su recuerdo, es muy fuerte.
Entonces:
¿Quién es el monstruo/enfermo?
“You feel the last bit of breath leaving their body.
You're looking into their eyes.
A person in that situation is God!”
Ha habido informes contradictorios, hasta cierto punto, sobre la figura del asesinato múltiple.
El FBI aseguró que en los años 80, en alguna época en particular, existieron apenas 35 asesinos en serie en actividad en los Estados Unidos, dando a entender, que los asesinos múltiples en cuestión, habían cometido sus primeros crímenes, pero que aún no habían sido aprehendidos o detenidos por otras causas, por ejemplo, suicidio, parálisis o muerte natural.
Esta cifra ha sido frecuentemente exagerada.
En su libro “Serial Killers: The Growing Menace”, Joel Norris afirma que hubo 500 asesinos en serie en activo en algún momento en Estados Unidos, responsables de 5 mil víctimas al año, lo que sería aproximadamente ¼ de la totalidad de homicidios conocidos en el país.
Theodore “Ted” Robert Cowell Bundy, fue un violador, secuestrador, necrófilo y asesino en serie de mujeres entre las edades de 12 a 25 años, durante los años 70, y posiblemente antes.
Los analistas estiman, que el número de sus víctimas, bien podría rondar las 100 mujeres, muy lejos de los números oficiales de alrededor de 36.
Personalmente, Ted Bundy, era un hombre inteligente y atractivo, un seductor irresistible.
Cada mes recibía cientos de cartas de amor repletas de piropos, proposiciones indecentes, y besos pintados con carmín sobre el papel.
Ese envidiable correo, le era remitido a la prisión de Starke, en Florida, donde permaneció recluido, hasta que el 24 de enero de 1989, fue ejecutado en la silla eléctrica, a la edad de 42 años.
Acaso, el asesino en serie más famoso de la historia, Ted Bundy ejercía sobre el público, una fascinación casi obscena.
La audiencia devoraba con glotonería cada una de sus palabras.
Esperaban resolver el enigma, de por qué un blanco, anglosajón y protestante (WASP) arquetípico, había elegido trazar semejante laberinto de sangre.
Porque Bundy, nacido en 1946 y antiguo boy scout, no encajaba en el perfil macabro del psicópata.
Como licenciado en psicología, se había involucrado en política, y se le consideraba como una joven promesa del Partido Republicano.
Bundy era además un “gentil homme charmant”, un joven guapo y jovial, con facilidad de palabra; pero aquella máscara escondía a un monstruo despiadado.
Hijo biológico de un veterano de La Fuerza Aérea, a quien nunca conoció; y de Louise Cowell, vivió sus primeros 4 años en casa de sus abuelos maternos.
Durante este tiempo, Ted creyó que sus abuelos eran sus padres, y que su madre era su hermana mayor…
En 1950, Ted y su madre, se mudaron a Tacoma, Washington con otros familiares.
Ahí, Louise conoció a Johnnie Culpepper Bundy, un cocinero del ejército, con el que se casó en mayo de 1951, y del que Ted posteriormente adoptó el apellido.
El matrimonio, tuvo 4 hijos, pero Ted nunca creó un lazo afectivo con el marido de su madre.
Fue un estudiante aplicado, y con buenas notas en la Universidad de Washington y en la Universidad de Puget Sound en Tacoma, y obtuvo la licenciatura en psicología; y trabajó en varios lugares sin durar mucho tiempo en ellos.
Durante la primavera de 1967, se enamoró de Stephanie Brooks, una hermosa e inteligente joven de familia acomodada.
Stephanie, fue el sueño hecho realidad de Bundy, pero 2 años después, ella se graduó en Psicología, y finalizó la relación, por considerar que su pareja era indiscreta, y carecía de objetivos claros en la vida.
Bundy, nunca superó la ruptura, y se obsesionó con Stephanie manteniendo contacto a través de cartas para, así, intentar reconquistarla.
Él abandonó los estudios durante un tiempo, y después regresó a la Universidad de Washington, para matricularse en Derecho; siendo considerado un estudiante brillante y estimado entre sus profesores.
Paralelamente, inició una relación de 5 años con Meg Anders, su nombre real era Elizabeth Kloepfer, quien era divorciada, y tenía una hija pequeña.
Sin embargo, Meg desconocía que su novio había estado saliendo con una chica de California, con la que seguía escribiéndose cartas...
Durante 1969 y 1972, todo fue bien:
Ted envió solicitudes de admisión a escuelas de Derecho, y estuvo involucrado en actividades comunitarias.
Incluso obtuvo una condecoración de la policía de Seattle, por salvar a un niño de 3 años de morir ahogado.
También se relacionó con figuras importantes del Partido Republicano de los Estados Unidos, y estuvo muy cerca de Rosalynn Carter, La Primera Dama, y esposa del presidente Jimmy Carter.
Muy curiosamente, en el entorno del Partido Republicano, también nos encontramos con 2 asesinos tan, o más famosos que Bundy:
John Wayne Gacy, “El Payaso Asesino”; y El Reverendo Jim Jones, responsable del suicidio colectivo ocurrido en Jonestown, Guyana.
Todo cambió en 1973, cuando se reencontró con Stephanie, con la que mantuvo una relación que duró entre el verano e invierno de ese mismo año.
Al final, Bundy la abandonó, sin que ella volviera a saber nunca más de él.
Antes de comenzar a asesinar, Ted perpetró una serie de hurtos en casas ajenas y comercios mientras estaba ebrio.
Durante su adolescencia se dedicó a robar autos y objetos de lujo para poder alardear del estilo de la clase media‐alta que tan desesperadamente codiciaba, y en sus primeros años de adulto, inició una compulsiva búsqueda de una doble legitimación social, mediante su matrimonio con una mujer de la alta sociedad, y el estatus de abogado.
La aparición de sus primeros rasgos psicopáticos, se produjo en su juventud.
Le gustaba espiar a las chicas mientras se cambiaban de ropa para verlas desnudas.
También leía revistas de pornografía, y después se sumergió en lecturas donde la violencia era la condicionante de la sexualidad.
La mayoría de las veces, después de sus asesinatos, solía aliviar sus tensiones haciendo largas y emotivas llamadas telefónicas a su amante, Meg Anders, quien vivía en Seattle.
Los expedientes de aquellos casos de asesinatos, evidenciaban escabrosas violaciones, descuartizamientos y prácticas necrófilas.
Cuando todavía vivía en Washington, Bundy se deshacía de los cadáveres en los frondosos bosques a las afueras de Seattle.
Sin embargo, regresaba a la escena del crimen con frecuencia enfermiza.
Pudo comprobarse, que en ocasiones se llevaba a casa cabezas decapitadas para aplicarles maquillaje...
El ímpetu homicida de Bundy, se cobraría víctimas no sólo en Washington, sino también en Oregon, Utah, Idaho, Colorado y Florida.
Desafortunadamente, nadie era capaz de conectar los sucesos entre sí.
En todos sus crímenes, adoptaba un mismo ritual:
Seguía a la joven víctima por las calles, luego la estrangulaba y la golpeaba en su propia casa.
A veces la secuestraba para llevarla a un lugar más seguro.
Una vez muerta, la sodomizaba con el miembro o con el objeto que tenía más a mano, mientras mordía su cuerpo.
Bundy podría considerarse, un ejemplo claro de lo que sería un asesino en serie psicópata.
No sólo por haber sufrido una infancia traumática, sino porque además, su aspecto inspiraba siempre confianza a las víctimas.
Las similitudes entre los cadáveres, no tardaron en aparecer:
Todas eran mujeres solteras, caucásicas y tenían el pelo largo.
Además, las horas en que desaparecieron se correspondían entre sí.
Eso llevó a pensar a los investigadores, que se enfrentaban con un asesino serial más violento y escurridizo, que cualquiera de los que aparece en las leyendas de terror.
Hasta que a Bundy le abandonó la suerte…
Aparentemente, todo empezó el 4 de enero de 1974, cuando Ted Bundy entró en el cuarto de la universitaria, Joni Lenz, de 18 años, la golpeó con una palanca metálica, y la violó con una pata de la cama.
Al día siguiente, la chica fue hallada malherida, y sobrevivió con daño cerebral permanente.
Bundy contaba con 27 años.
Aquel fue el principio de un imperio del terror, que abarcaría un lapso de 5 años, desde 1974 a 1978.
Pasados 27 días del evento con Lenz, Bundy atacó a la estudiante en Psicología de la Universidad de Washington, Lynda Ann Healy, de 21 años.
Bundy entró en su dormitorio, la dejó inconsciente con un golpe, y la sacó de la escuela.
Nadie notó la ausencia de la joven, hasta el día siguiente.
La policía no estableció ninguna conexión entre las 2 agresiones, y tampoco se hicieron mayores pruebas ni estudios de la escena del crimen.
Los restos de Lynda Ann, fueron descubiertos un año después, en una montaña cercana.
Durante la primavera y verano de 1974, desaparecieron varias universitarias y madres jóvenes.
Se calcula que fueron al menos 8 víctimas a las que atacó de noche, hasta que comenzó a hacerlo de día.
La policía había iniciado una investigación, y contaba con descripciones acerca de un hombre que solicitaba ayuda a chicas que jamás volvían a ser vistas.
El individuo, tenía la particularidad de ir cargado con libros, y llevar un brazo enyesado, o en cabestrillo.
También, hubo testigos que observaron a un hombre que solía tener “problemas” para arrancar su Volkswagen, el cual había sido visto rondando el sitio donde desaparecieron 2 de las jóvenes asesinadas.
Bundy, despistaba a la policía, porque sabía cómo alterar su aspecto físico:
Se cambiaba el peinado, se dejaba crecer barba y bigote, o se los afeitaba.
También cambió de residencia, y se mudó a Midvale, Utah; donde el 30 de agosto de 1974, se matriculó como estudiante en la Facultad de Leyes en la Universidad de Utah.
El hallazgo de cuerpos de mujeres jóvenes se acumuló, por lo que la policía inició una investigación, y descubrió similitudes en el “modus operandi” con algunos asesinatos ocurridos en Washington.
Entre ambas comisarías, elaboraron un retrato hablado del posible aspecto que tendría el asesino...
Bundy, cometió su primer error, el 8 de noviembre de 1974, cuando se acercó a Carol DaRonch, en el Fashion Place Mall en Murray, Utah.
Haciéndose pasar por un oficial de policía, le informó que habían intentado robar su coche.
DaRonch subió al auto de Bundy, bajo la creencia errónea de que iban a comisaría para presentar un informe.
Después de detener abruptamente el coche, Bundy sacó una pistola, y le esposó una muñeca.
Ella luchó, y consiguió apartarse, antes de que Bundy pudiera fijar el otro extremo de las esposas.
Ella lo golpeó en la cara, y salió corriendo.
Consiguió que un motorista que pasaba, la llevara a la policía.
En la comisaría, Carol narró lo sucedido, y así se obtuvo la descripción del hombre, del vehículo, y el tipo de sangre del atacante.
El 1 de marzo de 1975, fue descubierto un cráneo en una zona boscosa de las montañas Taylor.
Pertenecía a Brenda Ball...
La policía realizó una amplia búsqueda por los alrededores, y 3 días después, encontraron partes de los cuerpos de Lynda Healy, Susan Rancourt, y Roberta Parks.
Posteriormente, se hallaron otros restos que fueron identificados como pertenecientes a Donna Mason.
El descubrimiento de algunas de las víctimas, no detuvo a Bundy.
Debido al retrato hablado del asesino, una amiga cercana de Meg Anders, lo reconoció como Ted Bundy.
Anders, también llamó de manera anónima a la policía, sugiriendo que su novio podría tener algo que ver con las muertes.
A pesar de que se facilitaron fotos recientes de Bundy a la policía, los testigos fallaron al hacer la correspondiente identificación.
La policía desechó esa pista, para enfocarse en otros informes…
La atención hacia Ted Bundy, se disipó hasta algunos años más tarde.
Años después, Meg Anders narraría sus años al lado de Bundy, en un libro publicado bajo el pseudónimo de Elizabeth Kendall.
Por su parte, Bundy adoptó la estrategia de trasladarse de un estado a otro, para evitar que la policía descubriera sus patrones.
Con el paso del tiempo, sus ataques se volvieron cada vez más erráticos y temerarios; tanto que algunas de sus víctimas, se convirtieron en testigos, lo que más tarde harían posible el enjuiciamiento de Bundy.
El 16 de agosto de 1975, un patrullero detuvo un Volkswagen para comprobar su matrícula.
El sospechoso se dio a la fuga, pero fue detenido poco después.
En el auto, se encontró una palanca de metal, esposas, cinta, y otros objetos que dieron inicio a una investigación a gran escala en torno a un hombre:
Theodore Robert Bundy.
El 23 de febrero de 1976, comenzó el juicio contra Ted Bundy por secuestro agravado.
Tenía 29 años, y entró en la sala con la confianza de que no existían pruebas suficientes contra él.
Sin embargo, Carol DaRonch, lo señaló como el hombre que intentó secuestrarla y amenazó con matarla.
Él negó conocerla, pero carecía de coartada.
El 30 de junio de 1976, fue sentenciado a una condena de 15 años de prisión, con posibilidad de libertad condicional.
En prisión, los médicos le efectuaron pruebas psicológicas y toxicológicas, concluyendo que no era psicótico ni drogadicto o alcohólico, y que tampoco sufría algún tipo de daño cerebral.
Los resultados de las pruebas, permitieron seguir preparando procesos en su contra.
Las pruebas periciales del Volkswagen, determinaron que las muestras de pelo encontradas, eran de Melissa Smith y de Caryn Campbell.
Exámenes posteriores, revelaron que las contusiones cerebrales en ambos cuerpos, podían haber sido ocasionadas por la palanca encontrada en el coche de Bundy.
La policía de Colorado, levantó cargos por asesinato, el 22 de octubre de 1976; y en abril de 1977, fue trasladado a la prisión del condado de Garfield.
Durante los preparativos de su 2° juicio, Bundy despidió a sus abogados, y decidió defenderse él mismo.
Por ese motivo, se le permitió visitar la Biblioteca de la Corte de Aspen, Colorado.
El 7 de junio de 1976, Ted Bundy escapó a saltar desde la ventana de la biblioteca, lesionándose el tobillo.
Aun así, eludió a la policía durante 6 días, y sobrevivió robando y durmiendo en una caravana abandonada.
La policía lo atrapó, cuando trataba de robar otro Volkswagen con las llaves puestas.
Y volvió a escapar de nuevo, en enero de 1977, trepando al techo de una de las estaciones de la cárcel, para desde ahí, acceder a otra parte del techo que desembocaba en el armario de un departamento vacío del penal.
Esperó a que no hubiera nadie cerca, y salió por la puerta delantera de uno de los departamentos de los funcionarios de prisiones.
Hasta la mañana siguiente, pasadas 15 horas, no se dieron cuenta de su desaparición.
Esta vez, huyó a Chicago y Florida, usando el seudónimo de Chris Hagen; pero además usó otros nombres como:
Kenneth Misner, Officer Roseland, Richard Burton, y Rolf Miller.
El 14 de enero de 1977, el edificio de la fraternidad Chi Omega estaba semivacío, cuando Nita Neary volvió en la madrugada…
Le extrañó que la puerta estuviera abierta, y decidió esconderse.
Vio salir del edificio, a un hombre con una gorra azul, y una carpeta envuelta en un trapo.
Creyendo que habían asaltado la fraternidad, fue en busca de su compañera Karen Chandler, a la que encontró tambaleándose por el pasillo, herida gravemente.
Kathy Kleiner, fue hallada con vida, aunque malherida, en su cuarto.
Allí mismo, la policía encontró el cadáver de Lisa Levy, que había sido golpeada en la cabeza, y brutalmente violada.
También estaba el cadáver de Margaret Bowman, estrangulada mientras dormía, con un golpe en la cabeza que le destrozó el cráneo.
El resto de las chicas, no pudieron aportar más pistas, salvo el testimonio de Nita Neary.
No lejos de allí, Bundy atacó a Cheryl Thomas, que sobrevivió a una paliza brutal.
Su cráneo fue fracturado en 5 lugares, tenía la mandíbula rota, y un hombro dislocado.
La joven sufrió pérdida permanente de la audición, y problemas de equilibrio.
En la escena del crimen, se encontraron evidencias corporales, como cabello y sangre del autor.
El 9 de febrero de 1977, secuestró a Kimberly Leach, de 12 años, en Lake City.
Su amiga, Priscila, narró a la policía que la había visto subirse a una camioneta blanca, con un hombre del que no pudo aportar más datos; y 8 semanas después, se encontró en Florida el cuerpo de Kimberly.
Tras el asesinato de Leach, Bundy por alguna razón, regresó a su apartamento de Tallahassee.
Al parecer, se deshizo de la furgoneta blanca, y casi fue detenido cuando intentaba robar otro vehículo.
Escapó cuando el oficial lo dejó solo, mientras revisaba las placas del coche robado.
De regreso a su apartamento, limpió el lugar de huellas, robó un VW, y finalmente dejó Tallahassee.
Después de algunos encontronazos con los empleados del hotel en relación con sus tarjetas de crédito, que eran robadas y habían sido denunciadas; Bundy terminó en Pensacola, Florida, donde las placas del auto robado, fueron reconocidas por un oficial de patrulla, que lo detuvo después de una corta persecución, y de una breve lucha.
El 25 de junio de 1979, en Miami, Florida, se le juzgó por los crímenes de la fraternidad Chi Omega; y fueron nombrados como “los delitos de la década”, y tuvieron tal impacto en la opinión pública, que hicieron que gran parte de los estadounidenses, consideraran a Bundy, como la encarnación del mal.
En esa fraternidad, a Lisa Levy le aplastó el cráneo con la porra, arrancó con los dientes uno de sus pezones, le dio un profundo mordisco en las nalgas antes de violarla, y la sodomizó con un bote de aerosol, que dejó luego insertado en su vagina. Cruzó luego el vestíbulo, y entró en otra habitación, donde se dedicó a destruir los cráneos de las estudiantes que dormían.
Golpeó con tal fuerza a sus víctimas con la porra, que salpicó y manchó de sangre todo el dormitorio; las gotas esparcidas, incluso llegaron al techo.
No consiguió matar a las 2 mujeres de esta habitación, pero en otra, le rompió la mandíbula, el brazo derecho y un dedo a Karen Chandler, y le fracturó el cráneo, la órbita del ojo derecho, y los 2 carrillos, infligiéndole además, profundos cortes en la cara.
Luego se volvió hacia la compañera de habitación de Karen, Kathy Kleiner, que seguía durmiendo, y le golpeó en la mandíbula con tal fuerza, que varios de sus dientes se encontraron después entre las sábanas manchadas de sangre.
Pasó a otra habitación, golpeó y estranguló a Margaret Bowman.
Ésta fue su víctima mortal número 19.
Con las fuerzas asombrosamente enteras, detuvo la carnicería.
Mientras volvía a la seguridad de su habitación, Bundy hizo una parada frente al apartamento de Cheryl Thomas, estudiante de danza de 21 años de edad, que estaba dormida en su cama.
Consiguió entrar, le destrozó la mandíbula de varios porrazos, dejó la media que usaba para cubrirse, y una gran mancha de semen en la cama ensangrentada, y escapó a toda prisa.
Cheryl Thomas no murió, pero perdió permanentemente la audición en un oído, y parcialmente el sentido del equilibrio, lo que puso fin a su carrera de bailarina.
El 9 de febrero de 1978, convenció a Kimberly Leach, una niña de 12 años de edad, para que saliera del patio de su colegio.
El único testigo del acontecimiento, fue una amiga suya de nombre Priscila, quien la vio subirse a la camioneta de un hombre, pero no pudo aportar mayores datos del color o tipo de vehículo.
Bundy, secuestró a la niña, la violó vaginal y analmente, y después la mató, estrangulándola, y luego degollándola.
Cuando se encontró el cadáver, estaba ya en una fase de descomposición muy avanzada para poder certificar la causa definitiva de la muerte.
Bundy arrojó el cuerpo a un tonel abandonado, tras haberlo retenido un período indeterminado.
En definitiva, 2 fueron los juicios que por asesinato enfrentó Ted Bundy:
El primero comenzó el 25 de junio de 1979 en Miami, Florida.
En este caso, la Corte se centró en los crímenes contra la fraternidad Chi Omega.
El segundo juicio se realizó en Orlando, Florida, en enero de 1980, y fue por el homicidio de Kimberly Leach.
Pero fue el juicio de la fraternidad, el que selló el destino fatal de Bundy.
Ted Bundy ejerció como su propio abogado, pero las evidencias contra él fueron aplastantes:
Primero, fue el testimonio de Nita Neary, que lo señaló cómo el hombre al que vio salir con gorra de la fraternidad.
Después subió al estrado el odontólogo Souviron, que determinó que las marcas de dientes encontradas en el cuerpo Levy, coincidían con la dentadura de Bundy.
Testigos de cargo y descargo, fueron llamados por ambos lados, incluyendo a María Luisa Bundy para la defensa.
Bundy lloró durante el testimonio de su madre, una rara muestra de emoción real…
Al jurado, le fue permitido escuchar detalles del secuestro de DaRonch.
Y el 31 de julio de 1979, tras 7 horas de deliberación, el jurado lo declaró culpable.
Él escuchó el veredicto, sin demostrar emoción alguna, a diferencia de su madre, que suplicó piedad.
Ted afirmó ser víctima de una farsa, de un juicio injusto y abusivo, por lo que no tenía que pedir clemencia por algo que no había cometido.
El juez Cowart, lo sentenció a la pena de muerte en la silla eléctrica, por los asesinatos de Lisa Levy y Margaret Bowman.
Aunque Bundy ya se encontraba en el corredor de la muerte, el estado de la Florida, decidió juzgarlo por el asesinato de Kimberly Leach.
El 7 de enero de 1980, comenzó el juicio.
Tras el fracaso de ejercer como su propio abogado, Bundy contrató a Julius Africano y Lynn Thompson.
Con ellos, trazó la idea de apelar por incapacidad mental.
Pero la estrategia legal no funcionó, y fue declarado culpable.
Durante el procedimiento penal del caso Leach, aprovechó una antigua ley de la Florida, que proclamaba que toda declaración de matrimonio en un juzgado, hecha en presencia de funcionarios judiciales, era válida y legalmente vinculante.
Haciendo uso de ese derecho, le propuso matrimonio a su novia, Carol Ann Boone.
En ese momento, Boone se convirtió en la esposa de Bundy.
El fruto de las visitas conyugales, frecuentes hasta su separación en 1986; fue una hija que permanece actualmente en el más estricto anonimato.
Pocas horas más tarde, Ted Bundy sería condenado a muerte por el asesinato de Leach, y enviado a la prisión de Raiford.
Nada fue fácil con Bundy, y su ejecución no sería diferente.
Siguió proclamando su inocencia, y metódicamente agotó sus apelaciones.
Representándose a sí mismo, obtuvo numerosos retrasos a la ejecución, la primera siendo el 4 de marzo de 1986, incluyendo unos 15 minutos antes de la hora programada para morir, el 2 de julio de 1986; y otro, el 18 de noviembre, a tan sólo 7 horas de la ejecución.
Y es que este criminal, usaba y abusaba de su encanto personal, y no dudó en utilizar esta capacidad en su lucha por retrasar su final.
Resaltando tal rasgo, el criminólogo Robert Ressler, estima que Bundy se favoreció, pues la prensa interpretó mal aquel encanto personal.
Señala que, al contrario de la imagen que de él brindaban los medios de difusión, este delincuente no era “el Rodolfo Valentino de los asesinos en serie, sino un hombre brutal, sádico y pervertido”
Buscando aplazar el cumplimiento de su sentencia, Ted Bundy le confesó al doctor Bob Keppel, jefe de investigadores del Departamento de Justicia de Washington, con quien había colaborado tiempo atrás en la búsqueda de Gary Ridgway, el asesino en serie conocido como “The Green River Killer”; algunos de los lugares en donde guardaba los restos de unas cuantas de sus víctimas.
En su casa, por ejemplo, fueron descubiertas algunas de las cabezas de sus víctimas.
La conducta de Bundy, entonces fue catalogada como perversión y compulsión necrofílica.
El 17 de enero de 1989, obtuvo la fecha definitiva:
Iba a ser ejecutado una semana después.
Bundy, no había terminado su lucha para evitar la muerte, y trató de mantener sus confesiones como cebo para, así, obtener más tiempo.
Él y sus abogados, pidieron una prórroga de 3 años para que confesara los demás asesinatos.
También trató de coaccionar a los familiares de sus víctimas, para que solicitaran a la corte que le otorgaran más tiempo para poder confesar.
A pesar de no conocerse el paradero de muchas de las víctimas, todas las familias se negaron.
Mientras permaneció encerrado, Ted Bundy trató de diferir al máximo la fecha de su ejecución, y pretendió haber perpetrado más cantidad de asesinatos, inventando detalles, y proporcionando datos inconexos, para así ganar tiempo con las reconstrucciones y búsquedas.
Llegó al colmo de proponer ayudar a las autoridades a detener a otros asesinos en serie, aprovechando que por aquel entonces, hacía estragos el llamado “caso de los crímenes del río verde”, otra secuencia de muertes violentas que tuvo por objeto a prostitutas.
Considerando esta actitud, aquellos que estudiaron la personalidad delictiva de este homicida serial, destacaron que se trataba de un mentiroso compulsivo, que tuvo la osadía, una vez cercana la hora de su ejecución, de tratar de demorar el momento de la misma intentando engatusar a la policía y al FBI, prometiendo la confesión de todos los crímenes que había cometido.
Bundy, celebró una maratón de entrevistas y confesiones durante sus últimos días, aunque nunca estuvo dispuesto a admitir todo, especialmente los asesinatos de algunas de las víctimas más jóvenes.
En diciembre de 1987, Bundy fue examinado durante 7 horas por Dorothy Otnow Lewis, profesora de la New York University Medical Center.
Lewis lo diagnosticó, como un maníaco depresivo, cuyos delitos ocurrían normalmente durante los episodios depresivos.
Bundy le explicó con detalle su infancia, en especial su relación con sus abuelos maternos, Samuel y Eleanor Cowell.
Según Bundy, su abuelo Samuel Cowell, era un diácono de su iglesia.
La descripción estableció a su abuelo, como un tirano abusador; y Bundy lo describió como un racista que odiaba a los negros, los italianos, los católicos, y los judíos.
Además, declaró que su abuelo torturaba animales, golpeando al perro de la familia, y maltratando los gatos de los vecinos.
También le dijo a Lewis, que su abuelo mantenía una gran colección de pornografía en su invernadero, donde, según sus familiares, Bundy y un primo se colaban a mirar durante horas.
También dijo que Samuel Cowell, montó en rabia violenta, cuando el tema del padre del muchacho era tocado por familiares que solían expresar escepticismo ante la historia que daba.
Bundy, describió a su abuela como una mujer tímida y obediente, que ingresaba de forma esporádica a los hospitales para someterse a tratamiento por depresión.
Hacia el final de su vida, Ted Bundy dijo que se convirtió en agorafóbica.
Julia, la tía de Bundy, recordó un incidente perturbador que tuvo con su joven sobrino:
Después de recostarse para tomar una siesta, Julia se despertó rodeada de cuchillos de cocina de la familia Cowell.
El pequeño Ted, de tan sólo 3 años de edad, estaba al pie de la cama sonriéndole.
Por otra parte, Bundy usó tarjetas de crédito robadas para comprar más de 30 pares de calcetines, mientras se escondió en la Florida; él mismo se consideraba como fetichista de los pies.
En enero de 1989, Bundy fue entrevistado por James Dobson, una tarde antes de su ejecución.
En la entrevista, Bundy dijo que la pornografía violenta, desempeñó un importante papel en sus crímenes sexuales.
Según Bundy, cuando era un niño, encontró “fuera de casa, en el supermercado local, en una farmacia, pornografía suave...
Y de vez en cuando encontraba libros pornográficos con contenido más explícito...”
Bundy dijo:
“Sucedió en etapas, poco a poco, mi experiencia con la pornografía en general, pero con la pornografía que presenta un nivel alto de violencia sexual, una vez que te vuelves adicto a ella, y esto lo veo como una especie de adicción igual que otros tipos de adicción, comienzas a buscar todo tipo de material con cosas más potentes, más explícitas, más gráficas.
Hasta llegar a un punto en el que la pornografía va tan lejos, que comienzas a preguntarte como sería hacerlo en realidad”
Algunos investigadores creen, que la permanente insistencia de Bundy de que la pornografía fue un factor contribuyente en sus crímenes, fue otro intento de manipulación.
Una vana esperanza de impedir su ejecución, diciéndole a Dobson lo que quería oír.
Por otra parte, en una carta escrita poco antes de su fuga de la cárcel de Glenwood Springs, Bundy manifestó:
“He conocido a personas que irradian vulnerabilidad...
Sus expresiones faciales dicen:
“Tengo miedo de ti”
Estas personas invitan al abuso...
Esperando ser lastimadas.
¿Sutilmente lo fomentan?”
En una entrevista de 1980, hablando de la justificación en las acciones de un asesino en serie, Bundy dijo:
“¿Que es uno menos?
¿Qué significa una persona menos en la faz del planeta?”
Por sus acciones, Ted Bundy responsabilizó a su abuelo, a la falta de su padre, a la ocultación de su verdadero parentesco, a la policía, al alcohol, a la sociedad, a la violencia mediática, y a la pornografía.
Sin embargo, tampoco coló la manipulación.
En su último día, llamó a su madre, y rechazó su última comida.
Se filtraron informaciones de que Bundy empezó a tartamudear cuando vio la silla eléctrica.
Él, siempre carismático y petulante, perdió su legendaria compostura cuando llegó su hora.
En aquel instante, ni siquiera las cartas de amor que acumulaban polvo en su celda, eran un consuelo.
Era el momento de saldar deudas con sus viejos fantasmas.
Ted Bundy finalmente fue electrocutado el 24 de enero de 1989, y declarado muerto a las 07:16 de la mañana.
Según se reporta, tuvieron que sacar a Bundy de su celda por la fuerza.
Afuera de la cárcel, numerosas personas esperaban la noticia.
Las pancartas rezaban lemas líricos tan inspirados como:
“Las rosas son rojas/ Las violetas azules/ Buenos días, Ted/ Te vamos a matar”
Muchos vendedores se dedicaban a ofrecer camisetas que decían:
“Arde, Bundy, Arde”, y otros productos relacionados con la ejecución, como las “Bundyburguesas”, hamburguesas asadas a la parrilla, en morbosa alusión a la silla eléctrica donde habían “asado” a Bundy.
Los medios de comunicación, celebraron sin pudor la muerte del asesino.
Algunos incluso cabecearon:
“Murió el Animal”
Y cuando el vocero de la institución declara la muerte de Bundy, se escuchan vítores y aplausos, incluso hasta fuegos artificiales fueron lanzados.
Momentos después, salió una carroza funeraria camino al crematorio.
Al pasar, la multitud aplaudía, la horrible pesadilla había finalizado.
Se desconoce el paradero de las cenizas; pero se sabe que fueron dispersas en un lugar no revelado en la Cordillera Cascada del Estado de Washington, de acuerdo con su voluntad.
“Hi there, my name's Ted.
Nice to meet ya”
Ted Bundy es una película de terror, del año 2002, dirigida por Matthew Bright.
Protagonizada por Michael Reilly Burke, Boti Bliss, Julianna McCarthy, Steffani Brass, Tricia Dickson, Meadow Sisto, Melissa Schmidt, Jennifer Tisdale, Eric DaRe, Deborah Offner, Tom Savini, Annalee Autumn, Diana Kauffman, Tiffany Shepis, Katrina Miller, Alexa Jago, entre otros.
El guión es de Matthew Bright y Stephen Johnston; y nos presenta a un Ted Bundy desde el inicio de su carrera como asesino, aunque había empezado robando en casas, hasta su muerte por ajusticiamiento en la silla eléctrica; por lo que se dramatizan los crímenes, y parte de su relación con Elizabeth Kloepfer, la novia en la vida real de Bundy, durante su periodo de matanza.
Ted Bundy (Michael Reilly Burke), es un joven encantador, que vive en Seattle, EEUU.
Estamos en el año 1974, cuando Ted estudia psicología en la Universidad, y posee una desarmante sonrisa; es un joven guapo, que vive una intermitente relación sentimental con Lee (Boti Bliss) una mujer joven, que tiene una hija de una relación anterior.
Todo el mundo le aprecia, pero lo que nadie sabe, es que se trata de una persona mentalmente destrozada, con una alguna psicopatología que hace que, cuando puede, sea por la noche o por el día, se dedique a secuestrar y asesinar a cuantas jóvenes y bonitas mujeres se le pongan en su camino, si tiene la más mínima oportunidad.
Así, durante 3 años, llegará a asesinar, oficialmente, a unas 40 chicas en diversos estados de Los Estados Unidos.
Ted Bundy, es el primer “psycho killer” moderno, por lo que era una sobrecogedora combinación entre el guapo chico de al lado, y una perversión degenerada.
A la vez que innegablemente encantador, inteligente y lleno de carisma, Bundy tenía un lado oscuro atormentado y motivado por retorcidas fantasías, y una sexualidad necrófila.
Bundy, es el personaje que vemos desde que se hacía pajas espiando a mujeres, hasta que elabora una calculada táctica para regar de cadáveres la geografía del país, sin que la novia supiera, y la policía le eche el guante.
En el film, no se hacen necesarios los exabruptos narrativos, los simplones subrayados, el énfasis en su comedido tono dramático, porque despojado de toda incertidumbre, de las tantas veces huera y torpe profundidad psicológica y el siempre socorrido discurso moralista.
El personaje se hace más descarnado, real y transparente en sus irrefrenables pulsiones criminales, y lejano como una atroz pesadilla; siendo una mezcla de cansancio y fascinación por este tipo de personajes que forman ya, parte del santoral de nuestro loco mundo, quizás porque más allá de la adrenalina que inunda sus historias, nos hacen mirar más allá de las normas, más allá de las apariencias, y preguntarnos:
¿Quién somos, y quien está realmente sentado a nuestro lado?
“Sex is only dirty when you do it right”
Desde que el cine comenzó a hacerse popular, los directores han buscado historias reales, que se puedan transformar fácilmente al celuloide, y que además aporten importantes ganancias.
Uno de los nichos explorados por quienes se dedican a rodar películas de terror, es el de los asesinos seriales.
Como ejemplo, podemos mencionar la vida de Ted Bundy quien, según algunos, sirvió como inspiración para el villano de la cinta oscarizada “The Silence Of The Lambs” dirigida por Jonathan Demme en el año 1991, y que fue protagonizada por Jodie Foster y Anthony Hopkins.
Curiosamente, Ted Bundy, es un asesino realmente poco explotado en la cinematografía, pese a poseer un carisma mediático bastante elevado en la sociedad; por lo que su mayor asiduidad en el audiovisual, se centra en la televisión, en telefilms habitualmente surgidos de adaptaciones literarias, y que ello conlleva, lógicamente, las restricciones típicas en cuanto a censura.
De ese modo, se enmascara un contenido base de carácter violento y agresivo, por otros más de investigación.
Sin ser una gran película, Ted Bundy consigue aterrorizar al espectador ausento de necrofilia, espectadores que buscan emociones fuertes en detrimento de los que desearían ver reflejado un buen retrato psicológico del asesino.
Atribuyéndosele de este modo, un cierto carisma dentro del cine “slasher”, mientras repasamos su carrera psicopática.
¿Criticable?
No estamos ante un documental, hay libertad creativa para desarrollar la historia base, y aunque sea cierto que el retrato psicológico del asesino no sea el más fiel, sí que se ha bordado un personaje puramente cinematográfico, y de género totalmente categórico.
Incluso su final, alberga una escena durísima y cruelmente dilatada de cara al espectador, una muestra de la morbosidad que ha depositado el director Matthew Bright, y que para el espectador amante del género de terror, no será más que una retorcida “delicia sublime”
Técnicamente, con la ambientación setentera destacable, más una buena e interesante recreación de los hechos, juegan a su favor.
Esta terrorífica historia, sobre todo por tratarse de una triste historia real, y que dio origen a lo que ahora se llama “asesino en serie”, hasta la aparición del “bueno” de Ted Bundy, no se había utilizado dicha expresión, pero el reguero de muertes y horrores que dejó tras su paso, hizo que las autoridades y policías crearan dicho término.
A Ted Bundy, se le considera el más dañino “psycho killer” de la historia de Los Estados Unidos.
Y es que asesinó, oficialmente, a unas 40 mujeres, aunque se cree pudieron llegar al centenar.
El director Matthew Bright, nos relata sus horrendos crímenes, sin regocijarse en ellos, mostrándolos como una crónica negra, negrísima, pero sin ninguna explicación psicológica por la que sepamos porqué hizo lo que hizo.
De hecho, todavía se desconoce una respuesta…
Todo comienza cuando empieza a asesinar, sin que sepamos cuál, cómo fue su infancia, y qué demonios le ocurrió para llegar a ser el monstruo que llegó a ser.
Bright no juzga, solo expone, lo que acentúa el horror.
Hay muchas escenas de sus crímenes, sin dar obscenos detalles pormenorizados, pero ofreciéndonos con claridad meridiana su “modus operandi”, con total ausencia de compasión para con sus víctimas.
Al mismo tiempo de sus asesinatos, podemos ver su vida cotidiana, con la enfermiza relación con su novia, que no sabe nada de la otra vida que lleva.
También hay algún momento de humor, un humor negro y atípico, con escenas como la de la primera huida de la cárcel, más bien de un despacho del juzgado de Bundy, o la relación sexual con su abogada delante de todas las visitas en la cárcel, previo pago de unos billetes de dólar al funcionario de prisiones.
Ya al final de la historia, la cinta se convierte casi en un documental; se echa de menos algún análisis de la conducta del asesino, pero el director nunca quiso entrar en ese detalle, simplemente mostrar las crestomatías de lo ocurrido.
Por lo que la última parte, casi parece un alegato en contra de la pena de muerte, si se quiere.
Se echa en falta algo más de interacción con los personajes, o indagación de sus motivaciones, y por momentos, casi se hace aburrida por repetitiva:
Secuestra, mata, viola, y así sucesivamente; pero el conjunto se hace interesante, y también tiene algunos movimientos de cámara y de montaje notables.
Ted Bundy, es una buena película; no obstante, nos deja con las ganas de saber más de ese horrendo personaje que asoló gran parte de Los Estados Unidos.
Por lo que para nada es un “biopic” ya que se nos muestra solo la trayectoria criminal de un personaje real, que por su elevado número de crímenes sexuales, dio nacimiento, al menos eso dice el film, al término criminal “psycho killer”
Y eso es la película, una sucesión de crímenes que llevan a las distintas detenciones, y a su posterior ejecución.
En medio, algún apunte limitadísimo de carácter, y de su problemática vida en pareja, con la que fue su novia, que no supo nada de los crímenes hasta que lo detuvieron, y que podría haber sido uno de los puntos fuertes de esta cinta, de haberle prestado más atención su guionista Stephen Johnston y su director; que poco aportan a la hora de dar luz al misterio de, qué es lo que realmente se nos quiere contar.
Del reparto, excelente composición de Michael Reilly Burke; que se transmuta en un correcto Ted Bundy, siendo su interpretación, uno de los elementos a destacar.
El actor tiene una dilatada carrera en la televisión, y aquí da vida convincentemente, a esta bestia humana, dotando al personaje de un encanto personal, y transmitiendo perfectamente la demencia contenida del “psycho killer” y sus posteriores arrebatos de furia.
Se le puede achacar, que realmente Ted Bundy no era tan relleno como lo recrea Burke, sin embargo, hay escenas, como la del espejo donde hace muecas, que acaban por potenciar un retrato de Bundy de “inadaptado” o “antisocial”, cuando precisamente el misterio y carisma del asesino reside en su frialdad, en ser alguien totalmente opuesto a esa imagen cruda y extraña, enferma, en vez de alguien totalmente socializado, alguien con una vida “normal”
Pero no son más que detalles, que aunque entorpezcan un retrato verídico, sí que acaban por inducir una película correcta en su conjunto, violenta, y sobretodo fiel en cuando a sucesos, a pesar de verse con un formato casi televisivo.
Porqué más allá de esos detalles narrativos impropios del asesino, sí que éste Bundy alberga el monstruo interior que aparecía en ocasiones, algo bien mostrado y con cierta retórica, por ejemplo, en la escena de sexo entre él y su novia Lee, a la que le pide que se haga la muerta, estando amarrada, en que él mismo se da cuenta que desea hacer lo que su mente le pide, es como si poco a poco su psique dejara de ser represiva con él, abriéndole camino a intensificar su doble vida.
Otro actor del reparto, es el cameo del cada vez más activo Tom Savini como inspector de policía, y es el encargado al mismo tiempo del maquillaje, del que se dice, sus escenas fueron cortadas en la edición definitiva.
Sin embargo, Ted Bundy se toma muchas libertades creativas, cambiando o confundiendo los eventos, y el momento en que ocurrieron, como es común en las re-narraciones que hace Hollywood de acontecimientos de la vida real.
Algunos ejemplos son:
En la película, Bundy dijo que fue expulsado de la escuela de derecho, y las clases de psicología.
En la vida real, aunque Bundy era en realidad un estudiante de derecho muy malo, se graduó con honores en Psicología en la Universidad de Washington.
La víctima animadora, no era una porrista en la vida real, Debby Kent, salía de una obra de teatro de la escuela, cuando Bundy la secuestró.
En la primera fuga de la prisión, Ted se ve en la película saliendo de una ventana sobre un techo más bajo.
En realidad, saltó directamente desde la ventana al suelo.
En la película, Bundy dijo que las autoridades de Colorado, estaban “pidiendo la pena de muerte”
En realidad, los fiscales habían decidido no pedir la pena de muerte en su caso.
Durante una escena en la que Bundy tuvo una víctima de su casa, la película muestra a Bundy envolviendo a la víctima en una sábana grande, y llevándola a su coche.
En la película, esto lo hizo frente a testigos en la calle.
Bundy dijo que siempre estaba atento, y era muy cuidadoso para evitar identificación de testigos.
En la película, el Volkswagen de Bundy, es de color amarillo.
En la vida real, era color crema.
El “verdugo” representado en la película, es una oficial de correcciones uniformada, y es visible para los condenados en la cámara de la muerte.
De acuerdo con El Informe de La Comisión Correccional de Florida, el verdugo es un ciudadano privado; y está presente en la cámara de la muerte, pero detrás de una pantalla.
Y de acuerdo con los procedimientos de Florida, la corriente para la ejecución, se aplica 3 veces.
La película, cambia los nombres de las víctimas por respeto.
Sin embargo, al final se reproduce un clip real, que revela el nombre verdadero de una víctima; la última de Bundy, Kimberly Leach, llamada Suzanne en la película.
En la escena en que Ted y su novia Lee están celebrando con sus amigos, en una fiesta, una mujer se acerca a Lee, presentándose como Beverly, y le habla de trabajar con Ted en un centro de crisis.
Su personaje es claramente una referencia a Ann Rule, una autora de un verdadero crimen, que conoció y trabajó con el verdadero Ted Bundy en un centro de crisis en Seattle, Washington, a principios de los años 70.
Además, Rule, de hecho, se reunió y conversó con la verdadera novia de Ted Bundy en una fiesta de navidad.
Rule, escribiría más tarde un libro sobre Bundy y sus asesinatos.
En conclusión, Ted Bundy es una buena película, que en esencia busca y consigue resultar desagradable y molesta, desarrollando un estilo neutro, que evita que el espectador se identifique con el corrosivo “héroe”, sin llegar a penetrar nunca en su maraña interior de traumas y desgarros íntimos.
Todo un tratado de comportamientos criminales, y un poderoso retrato de una mente torturada que gustará, sin duda, a los amantes de las tormentas psíquicas, pero que defraudará a los que busquen en la función escenas “gore”, o deleite sádico.
Tras ver la película, queda todo un agujero negro, preguntas para las que no hay respuestas, tragedia y dolor con el paisaje de una “América convulsa y alienada al fondo”
La vida de Ted Bundy, daba para esto y para mucho más, pero es conforme con el retrato desmaquillado y muy ligero, lleno de sarcasmo y cinismo, con extrañas imágenes reales, y reseña de acontecimientos históricos que no parecen ir de la mano en la narración, sino que son más bien pequeños errores o despistes de montaje.
No obstante, la cinta consigue transmitir las sensaciones que el perturbado necrófilo sintió durante toda su vida, y que formaban parte de su otro yo, pues era un tipo con una doble vida, extraordinariamente desdoblada.
El director, también aprovecha para hacer una sátira de la sociedad de EEUU de finales de los 70:
Y presenta una crítica superficial e indirecta pero inclemente, no se salva nadie; desde la estulticia e inocencia de las víctimas, hasta la corrupción e ineptitud del sistema judicial y penitenciario; así como también, una denuncia evidente de la monstruosidad que supone la silla eléctrica.
“I mean there's so much more to me than this guy that goes around doin' those crazy things...
So much more”
En nuestra imaginación, a veces damos rienda suelta a nuestra parte perversa.
Jugueteamos mentalmente con lo monstruoso.
Esta vena perversa, en mayor o menor grado, está en todas las personas.
Cruzar la línea, y llevar a la realidad nuestras ensoñaciones morbosas, nos convertiría en monstruos, más allá de toda redención posible.
Aunque haya en nosotros algo de ellos, el éxito de las películas “gore” va de eso; el destino de los psicópatas sexuales, deber ser el corredor de la muerte.
Casi es un acto de piedad, como matar a un perro rabioso.
Y respecto a nosotros, no dejar salir nunca al Ted Bundy que tenemos dentro de la imaginación.
A Bundy podríamos considerarle como una mezcla entre asesino organizado y desorganizado.
Tanto podía mostrarse con una personalidad muy inmadura, dejar indicios en el lugar del crimen, o por lo contrario, prepararlo cuidadosamente, seleccionar a las víctimas y dejar pocas huellas.
Él mismo se consideraba un adicto al crimen, y aunque aseguraba que podría dejar de matar en cuanto se lo propusiese, no dejó de hacerlo hasta su detención.
Aseguraba no haber matado a 14 mujeres, y confesó haber asesinado y violado a 28 mujeres en los años 70.
Los múltiples test psiquiátricos realizados, evaluarían una personalidad propia de esquizofrénico, y del trastorno de la personalidad disocial y narcisista con perversiones de empatibilidad cero:
Cambios de humor muy repentinos, impulsivo, sin emociones, afán de protagonismo, ataques de histeria, doble personalidad, inestabilidad emocional, rechazo a la sociedad, ansiedad, depresión, complejo de inferioridad, inmadurez, mentiras que termina por creerse él mismo, obsesivo, egocéntrico, falsa realidad adaptada por él mismo, manía persecutoria…
Así como él, la captura y puesta en prisión de un elevado número de asesinos seriales psicópatas, le ha permitido a los psicólogos y psiquiatras forenses, analizar de primera mano, el desviado comportamiento que éstos exhiben.
Aunque no predomina una opinión uniforme acerca de cómo funciona el mecanismo psíquico que conduce a un individuo común, a transformarse en un homicida en cadena, se han formulado, no obstante, planteos altamente fundamentados y sugerentes.
Por ejemplo, ha sido muy difundido el esquema postulado por el psicólogo e investigador policial de EEUU, Dr. Joel Norris quien, después de entrevistar a muchos homicidas seriales, desarrolló su teoría consistente en que, durante el proceso cerebral por el cual atraviesa esta clase de delincuentes, necesariamente se presentan varias etapas o fases mentales que dirigen sus acciones hasta desembocar en un desenlace fatal.
Al inicial de estos estadios, se lo tilda “fase de aura”, y en el mismo se visualiza un pasmoso grado de confusión en el pensamiento exteriorizado por el individuo, el cual va dejando entrever signos delatores de una psicopatía que llegará rápidamente a convertirse en una auténtica obsesión.
El asesino psicópata, experimenta con tan virulenta lucidez sus fantasías, que éstas se van mezclando de manera crecientemente peligrosa con la realidad, alcanzando un extremo donde el sujeto afectado, no logrará diferenciar entre ambas.
El individuo torna a depender de modo progresivo de estas fantasías, hasta un punto donde aquellas comienzan a gobernarlo por completo.
Lo que inicialmente se traducía en “inofensivos juegos oníricos”, pasa a ocupar un tiempo y un espacio cada vez más esencial dentro de su vida consciente.
La segunda etapa de esta funesta retahíla, mereció el nombre de “fase de búsqueda”
Aquí el maníaco toma la irrevocable decisión de perpetrar el crimen, y comprende que para ello, debe hallar una víctima adecuada a sus particulares necesidades.
Hay psicópatas que al arribar a este grado, se dan por satisfechos con reafirmar sus fantasías, e imaginan que consuman el delito, pero no avanzan más allá.
Pero si la resolución de asesinar para cumplir con su morbo, deviene más poderosa, se entra de plano en la “fase de seducción”, que es aquella en la cual, el futuro asesino establece contacto con posibles objetos de agresión, desplegando su magnetismo individual y su dialéctica.
Comienza a disfrutar con su “actuación”, y busca hacer bajar la guardia a su oponente, preparando el camino para un ataque de improviso.
Algunos perturbados, pueden contenerse al arribar a esta etapa, y se conforman con haber establecido ese contacto con eventuales víctimas, y luego retroceden.
Empero, la mayoría ya no son capaces de reprimirse ni detenerse, y ascienden al siguiente escalón dentro de esta neurosis conocido como “fase de caza”
En la etapa de cacería, se avanza abruptamente de la cautelosa pasividad a una febril actividad.
El victimario ya ha escogido el tipo de presa humana que considera “apropiado”, y se apresta a entrar en contacto decisivo con ella.
Dependiendo de la personalidad del agresor, éste empleará su encanto y atractivo personal, si los tuviere, en pos de inducir a la víctima a caer en una trampa, o bien, llevará a cabo una sucesión de encuentros inspirados en el propósito de ganarse su confianza, previamente a acometerla.
El tiempo que insume este estadio de su proceso mental, puede prolongarse durante semanas o meses, o bien durar apenas unos instantes.
Lo cierto es que esta etapa inevitablemente se cumple siempre antes de entrar en la denominada “fase de captura”
Esta fase, comporta el 5º hito dentro de la anómala conducta psíquica del criminal.
Aquí, es cuando el asesino, literalmente hablando, se despoja de su máscara, y hace uso de la fuerza a fin de retener a su presa, o para conducirla a donde quiere.
Se trata de un punto de no retorno.
La sorprendida víctima, cobra consciencia por primera vez de las intenciones letales que animaban a su contraparte y, debido a ello, ahora el matador ya no podrá echarse atrás.
Seguidamente, se instala la “fase de asesinato”, propiamente dicha, la cual cristaliza, y da culminación a las precedentes imaginerías sádicas o de dominación.
Acá es cuando el ultimador pierde absolutamente cualquier atisbo de percepción de la realidad, y se embarca de lleno en la realización a cualquier precio de sus planes y deseos.
Ha desembocado en la fase que justifica la existencia de todas las etapas anteriores.
Se trata de la razón de ser de la totalidad del proceso mental precedente, y el ejecutor, imbuido de enfermizo éxtasis, no vacila en llevar a término el crimen soñado con todos sus tétricos añadidos.
A la última de las instancias de este patológico impulso cerebral, se la designa “fase de depresión”
A ella, únicamente se ingresa una vez consumada efectivamente la agresión física.
La excitación despertada por el acto de asesinar, ha alcanzado su paroxismo.
Posteriormente, el maníaco queda abrumado bajo una intensa depresión y abulia, lo cual no quiere decir que sea capaz de reconocer la maldad de sus actos y, mucho menos aún, que sienta remordimiento.
Comprende, eso sí, que el placer esperado, no fue tan deleitoso como imaginó, y hasta puede calibrar que los riesgos son demasiado grandes en comparación con el relativamente magro fruto cosechado.
Sin embargo, en caso de que en verdad estemos en presencia de un psicópata homicida, esta fase no dura mucho y, tiempo más tarde, vuelve a transitar de manera sistemática por el antedicho proceso, el que nada más se detiene, si el ultimador se enferma o incapacita, o si es capturado o muere.
El asesino, en definitiva, no hace sino llevar a cabo una fantasía de carácter ritual.
No obstante, una vez sacrificada la persona agredida, se esfuma la identidad que la misma conservaba dentro del imaginario del criminal.
La víctima, ya no representa lo que el victimario suponía al principio, a saber:
La novia que lo rechazó, la voz retumbante de la madre odiada, o la aplastante lejanía provocada por el padre ausente…
Todos estos fantasmas, permanecen grabados de la forma más vívida en la psique del ejecutor, luego de perpetrado del crimen, y éste no ha logrado ahuyentarlos de su interior.
Por el contrario, su intangible presencia, se torna cada vez más opresiva y ominosa y, metafóricamente, lo obliga a repetir el enfermizo ciclo que lo empuja a volver a matar.
El desastre cometido, no borra ni cambia el pasado, porque el asesino serial, termina por odiar más.
De ahí el carácter adictivo de su mecanismo mental, y la imposibilidad de detenerse.
El clímax obtenido instantes atrás, tan sólo resulta un espejismo que no logra compensar esos sentimientos contradictorios, y tampoco llena su hondo vacío ni le sacia la febril ansiedad que lo agobia.
Ted Bundy confesó al menos 30 homicidios, pero el verdadero total permanece desconocido.
Las estimaciones publicadas, han llegado hasta 100 o más, y Bundy ocasionalmente hizo comentarios crípticos, para alentar esa especulación.
Él le dijo a Hugh Aynesworth, en 1980, que por cada asesinato “publicitado”, podría haber uno que no lo fuera.
Cuando los agentes del FBI propusieron un total de 36, Bundy respondió:
“Añade un dígito a eso”
Robert Keppel escribió que “Ted y yo sabíamos, que el total era mucho más alto”
“No creo que ni siquiera él supiera cuántos mató, o por qué los mató”, dijo el reverendo Fred Lawrence, el clérigo metodista que administró los últimos ritos de Bundy.
“Esa fue mi impresión, mi fuerte impresión”, concluyó.
En la noche anterior a su ejecución, Bundy revisó su cuenta de víctimas con Bill Hagmaier, sobre una base de estado por estado:
En Washington, mató a 11 mujeres, incluyendo 3 no identificadas; en Utah, mató a 8, 3 no identificadas; en Colorado y Florida, 3 en cada estado; en Oregon, 2, ambos no identificadas; en Idaho, 2, 1 no identificada; y en California, 1 no identificada.
Hubo 20 víctimas identificadas, y 5 sobrevivientes identificadas.
Las autoridades policiales, jamás pudieron determinar el número exacto de mujeres que sucumbieron a las atrocidades de Bundy en los 70.
Ese secreto, se lo llevó a la tumba, aunque confesó muchos asesinatos, siempre de mujeres con larga melena peinada con raya al medio.
Ese era el “look” de Stephanie Brooks, el primer amor de un Bundy, con el que rompería tras un año de relación.
Las chicas que elegía, solían tener cierto parecido físico a una ex novia de pelo oscuro y largo, pero Bundy aseguró que cuando las mataba, toda su ira iba contra su propia madre.
Ted Bundy supone uno de los asesinos en serie más populares del siglo XX.
Fuera de las fronteras estadounidenses, aún se palpa su resonancia:
Carismático, atractivo, inteligente, y carente de emoción alguna, sigue siendo uno de los anti-héroes fetiche para inspirar a espeluznantes personajes en la ficción.
Como dato, el Volkswagen Beetle de 1968 de Bundy, fue exhibido en el vestíbulo del Museo Nacional del Crimen y Castigo en Washington DC, hasta su cierre en 2015.
Actualmente, se exhibe en el Alcatraz East Crime Museum, en Pigeon Forge, Tennessee.
Hasta la fecha, muchas mujeres hablan de Ted Bundy con admiración y la pulsión sexual que despierta su recuerdo, es muy fuerte.
Entonces:
¿Quién es el monstruo/enfermo?
“You feel the last bit of breath leaving their body.
You're looking into their eyes.
A person in that situation is God!”
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