9/11: The Falling Man

"The Falling Man is perhaps the most powerful image of despair at the beginning of the twenty-first century is not found in art, or literature, or even popular music.
It is found in a single photograph"

¿Por qué me ha impactado tanto el 9/11?
¿Por qué me siento hoy, 11 de setiembre, 2010, más sensible que nunca?
¿Qué representa el 9/11 para personas como yo, de mi generación y que puede deparar para la próxima “humanidad”?
Si bien es cierto, todo acontecimiento tuvo su momento y todos de alguna manera, en su tiempo respectivo, cambiaron el mundo.
El descubrimiento del fuego por el homo erectus hacia el 1.600.000 a.C. cambió el mundo.
Jesucristo cambió el mundo.
El Emperador Nero Claudius Cæsar Augustus Germanicus 37 – 68 d.C. cambió el mundo.
La imprenta cambió el mundo.
El vil Concilio de Nicea liderado por el Emperador Flavio Valerio Aurelio Constantino 272 – 337 d.C. cambió el mundo.
Cristoforo Colombo y el descubrimiento de América cambió el mundo.
La teoría de la evolución y el origen de las especies de Charles Darwin cambiaron el mundo.
La Revolución Francesa e la Industrial cambiaron el mundo.
Adolfo Hitler y la Segunda Guerra Mundial cambiaron el mundo, etc.
Pero que sucede con respecto al 9/11 y a los otros, muchos otros acontecimientos que sucedieron años, milenios atrás y sobre todo, los que vinieron después?
Qué diferencia hace el 9/11?
El 9/11 yo lo viví, lo vi por TV hasta el hartazgo, me instruí, me informé, si bien estaba muy lejos de los Estados Unidos, el infame ataque fundamentalista fue un duro golpe a la humanidad de este planeta y yo lo presencié, yo estaba vivo cuando sucedió.
Esa sensibilidad que me aflora hoy es porque hace 10 años, yo regresaba de hacer mi rutina de ejercicios y una vez llegado a mi hogar, solo mi padre se encontraba en la casa, mi mamá estaba trabajando y fue con mi padre con quien vi todos los horripilantes acontecimientos.
Quien iba a pensar que 10 años después, hoy justamente, mi padre tendría 1 año y 2 semanas de haber fallecido.
Él y yo nos apoyamos ante el horror de lo que es capaz el ser humano.
Algo que lamento muchísimo hoy, que el apoyo que tuve este fatídico día hace 10 años, ya no está conmigo.
Y por eso me solidarizo con las personas que perdieron a sus seres queridos, su familia, hoy hace 10 años, que en algún momento de sus trágicos días se sintieron apoyadas ante la sombra del terror, y que hoy no están con nosotros.
Todos recuerdan que estaban haciendo un 11 de setiembre, 2001; yo estaba con mi padre y 10 años después, es como si también hubiere sido una víctima del 9/11 porque estuve con él ese día y ya no está más.
Que puedo esperar en años venideros: el colapso del ser humano, su insensibilidad, su falta de valores, y ausencia de amor propio hará que las nubes del cielo se tornen más oscuras, las aguas más turbias y el aire más espeso, mí visión de la humanidad para nada es halagüeña, no es esperanzador, no es un futuro optimista y positivo.
Si tuviéramos que buscar un adjetivo que calificara la primera década del siglo XXI, se podría decir que fue una época negra en muchos aspectos: el derrumbe de las Torres Gemelas, el 11-M, la Guerra de Irak, la catástrofe de Haití, los sucesivos Tsunamis, entre otros eventos… y algunas fotografías quedan para siempre en la historia visual de la humanidad.
Es que, al fin y al cabo, ese es el fin máximo de los fotógrafos: crear pruebas fotográficas, evidencias para el porvenir.
Uno de estos historiadores es Richard Drew.
Seguramente su nombre no nos indique nada, pero una de sus fotografías se ha hecho más que popular: se trata de una imagen de un hombre cayendo al vacío, durante los atentados del 11 de Septiembre de 2001 en las Torres Gemelas.
Este año se celebra el décimo aniversario del día en que el fotógrafo Richard Drew, tomó la famosa imagen de un hombre que cae de una de las torres, y que fue publicada a nivel mundial.
Ese día del 2001 cambió el orden global, luego de que dos aviones atravesaron las Torres Gemelas.
Hechos como éste contradicen el dicho, “la memoria es frágil” y en este aniversario, la televisión, el séptimo arte y la literatura hacen patente el suceso.
Para Richard Drew, la segunda semana de septiembre siempre significaba lo mismo: la Semana Otoñal de la Moda pero Drew, que compartió el Premio Pulitzer de 1993, sabía que no había asignaciones rutinarias.
Resulta que el 5 de junio de 1968, siendo un fotógrafo novato de 21 años del Independent-Star News de Pasadena, estaba en el Hotel Ambassador en Los Angeles donde Robert Kennedy fue asesinado.
Drew fue uno de los apenas cuatro fotógrafos que capturó los últimos momentos de Kennedy.
Por tanto, el 11 de septiembre estaba al final de la pasarela, esperando el comienzo del desfile de modas, cuando sonó su celular.
"Un avión embistió el Centro Mundial de Comercio", le dijo la editora de fotos Barbara Woike.
Drew corrió para tomar el metro 2 hasta Chambers Street, donde vio el humo que salía de las dos torres.
Tomó posición cerca de una fila de ambulancias cuando una paramédica llamó la atención de todos cuando dijo a gritos que salía gente de la torre, pero no miraba hacia abajo sino hacia arriba!!!!
"Yo me puse en piloto automático y empecé a tomar fotos de la gente que caía del edificio al vacío", recordó Drew.
Sacó su cámara y comenzó a fotografiar todo cuanto pudo.
Estaba acostumbrado a tomar instantáneas en todo tipo de conflictos, pero aquello le estaba superando; no obstante, continuó apretando el disparador, haciendo alarde de su profesionalidad.
La potente lente óptica que portaba en la cámara Kodak DCS620, basada en la Nikon F5, le permitía realizar fotografías a larga distancia, por lo que se centró en la parte más alta de los edificios para inmortalizar todo cuanto allí ocurría.
Le llamó la atención ver cómo algunas personas se asomaban a las ventanas y, al verse impotentes, saltaban al vacio o eran empujadas por otras personas que buscaban un bocado de aire puro que respirar.
Siguió disparando cuando, a las 9:41 horas, fijó su objetivo en la Torre Norte y tomó una de las fotografías más representativas de los atentados.
A pesar de toda la esta polémica, la fotografía, titulada "The Falling Man" ganó el prestigioso World Press Photo del 2001.
Producto de su notoriedad y del galardón, el gremio y la opinión pública comenzaron a investigar rápidamente quién era el hombre inmortalizado en la instantánea.
Se barajaron varios nombres pero, a pesar de que no todas las partes estaban conformes, se llegó a la conclusión de que muy posiblemente se tratase de Jonathan Briley, de 43 años, empleado en uno de los restaurantes situados en las plantas superiores del edificio, dicho dato nunca ha podido ser confirmado.
Otras investigaciones, como la del reportero del diario canadiense Globe and Mail, Peter Cheney, dieron con otro nombre, también del lujoso restaurante de las plantas 106 y 107 del edificio.
En este caso el nombre fue el de Norberto Hernández.
Su familia lo identificó en un primer momento y después se retractó.
La identidad del hombre de la fotografía sigue todavía sin conocerse.
The Falling Man es el título de esa fotografía tomada por Richard Drew durante los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra las torres gemelas del World Trade Center, a las 9:41:15 de la mañana.
En la imagen se puede ver a un hombre caer desde la Torre Norte del World Trade Center, que seguramente eligió saltar al vacío para evitar morir abrasado por las llamas.
Este hecho se convirtió en un “icono” del atentado, cerca de 50 personas que saltaron han sido documentadas pero se calcula que lo hicieron en torno a 200.
No cabe duda que es una de las imágenes más impactantes de la historia del periodismo.
“En una época de engaño universal, decir la verdad es un acto revolucionario”
La fotografía ha servido de inicio o quizás de nexo para la última novela de Don Delillo, no la he leído acerca de ese día en el que América despertó y para la elaboración de un documental sobre la foto y sus circunstancias: 9/11: The Falling Man.
El 16 de marzo de 2006, la cadena de televisión Channel 4 de Reino Unido emitió el documental “9/11: The Falling Man” sobre la fotografía de Drew y su historia.
9/11: The Falling Man está dirigido por Henry Singer y filmado por Richard Numeroff.
Se lanzó la hipótesis de que el hombre de la fotografía fuera Jonathan Briley, un técnico de sonido de Windows on the World, un restaurante en los pisos superiores de la Torre Norte.
Windows on the World fue un restaurante de 4600 m² de lujo situado en los pisos 106 y 107 de la Torre Norte del World Trade Center, en Nueva York, Estados Unidos.
El WTC fue inaugurado en 1973, y el 26 de febrero de 1993 sufre un ataque terrorista con coche bomba que obligó a efectuar reparaciones por un valor de 25 millones de dólares estadounidenses.
En el año 2000, los ingresos del Windows on the World alcanzaron los 37,5 millones de dólares, convirtiéndolo en el restaurante más próspero de los Estados Unidos.
El Chef Michael Lomonaco fue el ultimo chef del Windows on the World.
El restaurante fue destruido durante los atentados del 11 de septiembre de 2001. Antes del ataque, el restaurante acogía el Waters Financial Technology Congress, cuyos 16 empleados y 71 invitados murieron, además de 73 trabajadores del restaurante.
Se cree que el hombre representado en la fotografía de The Falling Man era el empleado del restaurante Jonathan Briley.
El 4 de enero de 2006, los empleados del restaurante que sobrevivieron, inauguraron un restaurante cooperativo llamado Colors en homenaje a sus compañeros que perecieron durante el ataque.
El menú pretende reflejar la diversidad de los miembros del antiguo equipo.
La publicación del documento fotográfico poco después de los atentados encolerizó a ciertos sectores de la opinión pública en su mayoría estadounidense.
Sólo fue publicada una vez en bastantes periódicos estadounidenses, ya que recibió numerosas críticas que consideraban que amenazaba la privacidad de la persona retratada al momento de su muerte.
Acto seguido, la mayoría de los medios de comunicación se auto-censuraron, prefiriendo mostrar fotografías de actos de heroísmo y sacrificio, en su mayoría de bomberos, policías y ciudadanos corrientes arrimando el hombro “como un solo hombre” para salir del atolladero.
La fotografía tuvo su parte de controversia, primero porque es una foto elegida de una serie donde aparecía el supuesto Jonathan Briley en diferentes posturas y luego porque se le dio un tratamiento algo voyerista que desembocó en una autocensura posterior en las escenas referentes a las víctimas del atentado que por supuesto han acabado apareciendo para los amigos enfermizos de la crónica de sucesos más negra.
Hubo, evidentemente otro sector de los medios de comunicación que tomaron el camino opuesto y mostraron lo peor de aquel día, escudándose en el derecho a la información mediante el cual los ciudadanos debían ser testigos de lo que realmente ocurrió.
Richard Drew, el fotógrafo, respondió a varias opiniones diciendo:
«Esta fotografía muestra cómo afectaron los atentados a las vidas de la gente en esos momentos, y creo que eso explica por qué es una imagen importante.
No fotografié la muerte de esa persona.
Fotografié una parte de su vida.
Eso es lo que decidió hacer, y creo que conseguí inmortalizarlo»
En la fotografía, él parte de esta tierra como una flecha.
Aunque no ha escogido su destino, parece como si en los últimos instantes de su vida se hubiera abrazado a él.
Si no estuviese cayendo, bien podría estar volando.
Parece relajado, precipitándose por los aires.
Parece cómodo en garras del inimaginable movimiento.
No parece intimidado por la succión divina de la gravedad o por lo que le espera más abajo.
Sus brazos están a los costados, sólo ligeramente abiertos.
Su pierna izquierda está doblada en la rodilla, casi de manera casual.
Su camisa blanca –o casaquilla o sotana– se ondula libremente fuera de sus pantalones negros.
Todavía tiene sus zapatillas de bota alta en sus pies.
En todas las demás fotografías, la gente que hizo lo mismo que él –es decir, saltar– resulta insignificante ante el telón de fondo de las torres, que asoman como colosos, y ante los sucesos propiamente dichos.
Algunos están sin camisa.
Sus zapatos salen volando mientras ellos se agitan y caen.
Parecen confundidos, como si estuvieran tratando de nadar por el costado de una montaña, colina abajo…
El hombre de la fotografía, en cambio, está en perfecta posición vertical, y también lo está de acuerdo con las líneas de los edificios detrás de él.
Él los separa, simbólicamente los divide en dos.
Todo lo que queda a la izquierda de la foto es la Torre Norte del World Trade Center.
Todo lo que está a la derecha es la Torre Sur.
Aunque no es consciente del balance geométrico que ha logrado, él es el elemento esencial en la creación de una nueva bandera, un estandarte compuesto sólo por barras de acero que brillan al sol.
Algunas personas que miran la foto ven en ella estoicismo, fuerza de voluntad, un retrato de la resignación.
Otras ven algo más, algo discordante y, por lo tanto, terrible: libertad.
Hay algo casi subversivo en la posición del hombre, como si una vez frente a lo inevitable de la muerte hubiera decidido seguirle el paso.
Como si él fuera un misil, una lanza, decidido a alcanzar su propio fin.
Quince minutos después de las 9:41 a.m. EST, en el momento en que se tomó la foto, él está, en términos de física pura, acelerando a una velocidad de novecientos ochenta centímetros por segundo elevado al cuadrado.
Pronto estará viajando por encima de los doscientos cuarenta kilómetros por hora, y aparece de cabeza.
En la foto está congelado.
En su vida fuera del encuadre está cayendo y seguirá cayendo hasta desaparecer.
El fotógrafo no es ajeno a la historia.
Él sabe que se trata de algo que sucederá después.
En el momento real en que la historia se va creando lo hace en medio del terror y la confusión, de modo que depende de gente como él, testigo pagado, tener la serenidad de asistir a su creación.
Este fotógrafo posee esa serenidad y la tuvo siempre, desde que era joven.
A los 21 años estuvo parado justo detrás de Bobby Kennedy en el momento en que le dispararon en la cabeza, por Dios, pudo ser él la baja.
Su casaca se manchó con la sangre de Kennedy, pero él saltó sobre una mesa y tomó fotos de los ojos abiertos y abatidos de Kennedy, y luego de Ethel Kennedy agachándose sobre su marido y rogando a los fotógrafos –rogándole a él– que no tomaran fotos.
La foto The Falling Man es excelente, y la postura del hombre que cae, esperando la muerte, digna como sirena de mascarón de proa, como inmerso en la lógica mondrianiana de una muerte que no estaba llamado dos horas antes.
Refleja lo que luego sería la respuesta de una ciudad ante un atentado y ataque terrible y asesino: tranquilidad incluso en lo terrible, incluso en la desesperación de un hecho sin salida, incluso en la muerte en la torre de Babel que tocó el cielo y el infierno.
Richard Drew nunca ha hecho algo así.
Aunque ha conservado su casaca manchada con la sangre de Kennedy, nunca ha dejado de tomar una fotografía, nunca ha desviado su mirada.
Continua trabajando para la agencia de noticias Associated Press, sigue siendo periodista.
No depende de él rechazar las imágenes que aparecen dentro de su encuadre porque uno nunca sabe cuándo se hace la historia hasta que uno la hace.
Ni siquiera depende de él distinguir si un cuerpo está vivo o muerto, porque la cámara no se ocupa de tales distinciones y su negocio es fotografiar cuerpos, como todos los fotógrafos.
De hecho, él estaba fotografiando cuerpos aquella mañana del 11 de setiembre de 2001.
Recordemos que por encargo de AP, Drew fotografiaba un desfile de modas de ropa de maternidad en Bryant Park, notable, según él:
«Porque desfilaban modelos realmente embarazadas»
Tenía cincuenta y cuatro años, usaba anteojos, es de escasa cabellera, continua manteniendo su barba canosa y cabeza dura.
Se estima que 200 personas se lanzaron al vacío ese día, muchas de ellas desde la Torre Norte, y no hubo tiempo para recuperar o identificar los restos de aquellos que se vieron forzados a saltar antes de la caída de las torres.
El avión se había estrellado entre las plantas 93 y 99 atrapando sin salida a todos los que se encontraban en los pisos superiores.
Muchos decidieron saltar.
Las imágenes que la televisión mostraba resultaban terroríficas, apenas una mota de polvo cayendo entre el humo y el fuego.
Hombres, mujeres, gente que cualquiera podía reconocer como uno más de nosotros tomando una decisión final ante la ausencia de esperanza.
En una escena estremecedora del documental “9/11”, filmado por los hermanos Jules and Gedeon Naudet, se ve a los bomberos llegar al lobby de la torre norte cargados con sus equipos de rescate.
En ese momento se oye un golpe, después otro.
Alguien pregunta por el origen del ruido.
Alguien contesta que son personas que están saltando desde la torre…
Oficialmente, todas las muertes de los ataques fueron clasificadas como homicidios, excepto por las de los secuestradores de los aviones que impactaron contra las torres, consideradas como suicidios, y la oficina del médico legista en jefe de Nueva York ha afirmado que no clasifica a la gente que saltó al vacío el 11 de septiembre como suicida, asegurando que "un suicida es alguien que va a la oficina en la mañana sabiendo que se quitará la vida... estas personas se vieron obligadas [a saltar] por las llamas”
The Falling Man, un hombre, en un salto acrobático, está cayendo.
Parece muy tranquilo yendo de cabeza hacia la muerte.
¿Qué pasaría por su mente?
Drew afirma:
“No he contado cuánta gente fotografié ese día tirándose del edificio.
Creo que hay unas 7 u 8 fotos de la secuencia de The Falling Man.
Vestía una cazadora blanca y se puede ver una camiseta naranja debajo.
No tengo la necesidad de saber quién era.
Si hay gente que quiera averiguar quién era, me parece bien, pero para mí nunca fue una prioridad.
Creo que la gente siente atracción y, al mismo tiempo, repulsión porque se imaginan a sí mismos en esa situación.
Para mí es un momento muy tranquilo.
No es una foto violenta en ningún aspecto.
Creo que alguna gente siente rechazo por ella porque podría ser su destino.
Pero esta fotografía no forma parte de la muerte de ese hombre, sino parte de su vida.
No me obsesiona.
Sólo me llama la atención que la gente aún quiera hablar de ella.
A lo mejor en estos diez años han salido otras imágenes que no siguen impactando tanto después de una década.
Me abruma que haya gente que la considere una imagen tan icónica y que formará parte de mi legado fotográfico.
Nunca la había considerado una fotografía emblemática.
Siempre la he visto como un “soldado desconocido” que espero que represente a toda la gente que corrió la misma suerte ese día”
Lo cierto es que las imágenes de personas saltando al vacío desde las Torres Gemelas han sido las que menor difusión han tenido en los medios de comunicación tradicionales a lo largo de los años.
¿Exceso de morbo?
El británico The Sunday Times se preguntaba el pasado domingo en su portada si Estados Unidos está hoy preparado, una década después, para hablar de “los caídos”, para abordar qué pasó con aquellas personas que “tomaron una decisión imposible”.
El periodista David James Smith se cuestiona en su artículo “por qué han sido borrados de la historia” y las imágenes de los fatídicos últimos instantes de vida de algunas de las víctimas del 9/11 son todavía “un tabú” para la sociedad estadounidense.
“Oficialmente, no existen”, relata el artículo.
Y es que poco se sabe de aquellas personas que tomaron una decisión irreversible aquella fatídica mañana de septiembre en Manhattan.
Los cuerpos no pudieron ser recuperados tras el derrumbe de las torres.
En relación al número de fallecidos, según el diario The New York Times, fueron medio centenar, basándose únicamente en lo que vieron sus reporteros aquel día.
Según otro periódico, en este caso el USA Today, la cifra, tomando como fuentes a sus periodistas, testigos y cintas de vídeo, fueron cerca de 200, un dato que oficialmente nunca han desmentido por las autoridades.
Tomando esta última cifra como cierta, podría decirse que entre un 7 y un 8 por ciento de las 2.602 personas que murieron por los atentados, sin contar las que fallecieron en los aviones, saltaron al vacío desde el World Trade Center.
La Oficina Forense de Nueva York se niega a considerar el “vocablo” de que aquellas personas “saltaron” del edificio, en su mayoría en la Torre Norte.
Más bien afirman que “fueron forzadas a hacerlo”, repiten hasta la saciedad las autoridades cuando son preguntados por este capítulo.
Por esta razón sus muertes son consideradas oficialmente un homicidio y no un suicidio.
Las imágenes de personas saltando por última vez en su vida desde lo alto de dos de los edificios más altos del mundo han sido durante años las únicas que los estadounidenses han preferido evitar mirar.
Se convirtieron en “carne de Internet”
Las fotografías existían pero los medios no las mostraban.
Quizá los tiempos han cambiado y hoy publicaciones de prestigio como la centenaria revista bostoniana The Atlantic decide publicar galerías en las que muestra este atroz y crudo capítulo de una historia que estos días se recuerda.
Fueron más de tres mil las víctimas fatales de este ataque, aparte de todos los heridos y los que sufrieron severos traumas psicológicos.
Fueron millones de dólares en pérdidas, puestos de trabajo, negocios, oficinas, seguros, etc.
Se fue al suelo la seguridad en USA, sino también en el mundo entero.
Todos aprendimos ese día que a las organizaciones terroristas no les importa nadie ni nada, para sus miembros no existe ni moral, ni principios, su concepto sobre justicia es el de dominación por la fuerza, de la sin razón y la violencia.
El 11 de Septiembre del 2001, toda la humanidad supo que el mundo había visto la declaración abierta de guerra de la infamia contra el mundo libre, hemos visto como las piezas del tablero político mundial se han reacomodado, se definen unas nuevas alianzas que a primera vista lucen inverosímiles, pero que tienen como explicación el logro de un objetivo común que no es otro que la suplantación de la libertad por la opresión, utilizando el discurso de la contradicción como forma de comunicación y base de su relación.
Para quienes la defensa de nuestros principios es un punto de honor tenemos por delante una larga y contundente lucha para preservar no solo nuestra libertad y democracia, sino también la de aquellos que se empecinan en forma inconsciente en su destrucción, sin aparentemente darse cuenta que la propuesta de los terroristas sería el fin del respeto a los derechos y la justicia.

“La tarea de los fotógrafos es retratar historia, no imágenes”


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