Serpico

“Quis custodiet ipsos custodes”
(¿Quién vigilará a los vigilantes?)

Todos, o casi todos los seres humanos en el mundo, somos víctimas de los corruptos que se manejan contra la voluntad del pueblo y nos hacen creer cosas que no son ciertas.
De hecho la historia del film que nos ocupa transcurre en los Estados Unidos, supuesto ejemplo y máxima potencia universal, y también centro de los grandes desastres del mundo; pero la corrupción sucede, y más estrepitosamente, en el resto del mundo y en los países tercermundistas.
Se conocen los problemas de inseguridad provenientes de la propia policía asesina, corrupta y cuanto menos grave, reprimidora, y no se preocupan por capacitar a sus propios agentes, a educarlos debidamente, a hacerles entender el valor de la honestidad.
¿Entonces que nos queda?
¿A dónde iremos a parar?
La única respuesta que se me ocurre es la de complicidad (¡que mierda!), concepto que hoy en día no está bien difundido, de estarlo no estaría ocurriendo, y Serpico nos lo muestra tal cual es.
La corrupción no viene de abajo, los problemas no surgen debido a la incapacidad de los policías; la corrupción viene de arriba.
Se basa en una suerte de permisividad y protección de los superiores sobre sus agentes corruptos que, a cambio, deben darle una suma importante del dinero "extra", y éstos a su vez compartirlo con gente de aún mayor envergadura, llámese desde Jefes de Policía hasta ministros.
En fin, complicidad de toda una red de mafia que beneficia a unos pocos y perjudica, explota y destruye a toda la sociedad.
Históricamente, la corrupción policial se limitaba normalmente a actividades pasivas y de menor escala, tales como la no aplicación de la Ley, y el soborno.
Típicamente esa corrupción fue calificada por la prensa y por la población en general, como la obra de unos pocos policías corruptos, denostados como “manzanas podridas”.
A comienzo de la década del 70, sin embargo, la corrupción puesta al descubierto era sistémica, y no solamente una característica de algunos miembros de la institución.
En 1973 se estrenó la película Serpico que resultó una advertencia sobre la necesidad de mantener un control civil más eficaz sobre los cuerpos policiales.
Se instituyó un ente independiente para investigar: la comisión Knapp.
La conclusión obtenida de los hallazgos de la comisión era clara: el problema de la corrupción era la consecuencia de una estructura que ponía a los policías en una situación en la que los beneficios de un comportamiento dudoso eran mayores que los de una conducta honrosa.
El hondo sentimiento por parte de los policías de estar aislados de la comunidad ayudó a desarrollar dentro de la institución un sentido exagerado de orgullo de pertenencia, que no toleraba la crítica de los legos.
Esta mezcla de hostilidad y orgullo propio, dijo la comisión, era el impedimento más serio para un ataque racional a la corrupción policial, porque hay un rechazo en todos los niveles a asumir que existe un problema serio.
¿Les resulta conocido este problema?
Ese mismo año, el Presidente de los Estados Unidos Richard Nixon vio tambalear su gobierno por el escándalo de espionaje político conocido como Watergate, y la película Serpico resultó, ni más ni menos, una advertencia sobre la necesidad de mantener un control civil más eficaz sobre los cuerpos policiales en el país del norte, donde las fuerzas de seguridad no eran, en su gran mayoría, de jurisdicción federal.
El tema de Serpico era la corrupción policial en la ciudad financiera y cultural más importante de Norteamérica, Nueva York.
Francesco Vincent Serpico, nacido un 14 de abril de 1936, es un oficial de policía retirado del Departamento de Policía de Nueva York (NYPD) quien ganó fama en 1971 como el primer policía en declarar como testigo en juicio en contra de la corrupción policiaca.
Frank Serpico había entrado al NYPD la década anterior, en un momento en que los sobornos y los “honorarios” pagados ilícitamente a los policías llegaron a ser bochornosos.
Cuando Serpico se rehusó a aceptar el porcentaje de plata sucia que le “correspondía” en las comisarías donde prestó servicio, sus pares empezaron a verlo como un peligro potencial.
Serpico es el prototipo de policía honesto.
Trabaja en los bajos fondos, su conducta es muy recta, sobre todo cuando los criminales intentan sobornarlo.
A causa de ello, ninguno de sus compañeros quiere trabajar con él, ya que se encuentra en un estado de amenaza permanente.
La lucha de Serpico fue la de un policía en servicio que continuamente intentó cambiar el estado de las cosas.
Fijó como enemigo a la corrupción instalada en la institución de la que formaba parte, topándose siempre con aquel silencio de camaradería (Muro azul del silencio) por el cual sus compañeros se cubrían mutuamente para esconder los abusos que ocasionaban siendo parte de una fuerza policial.
El muro azul del silencio es algo similar a la ley de omerta de la mafia: los que rompen el código lo pagan caro.
También como entre los mafiosos, los que se dan vuelta son llamados ratas y al hablar, los ratas saben que tienen contados sus días en el Departamento de Policía de Nueva York.
Serpico es una leyenda viviente, dijo Norman Sieguel, de la organización American Civil Liberties Union, que impulsó nuevamente al ex policía a romper su reclusión para denunciar la corrupción y la cultura de la brutalidad en la fuerza.
Para Serpico hay una solución contra el muro azul del silencio: pagarle mejor a los policías, ordenar evaluaciones psicológicas periódicas y ofrecer todo el apoyo de la fuerza para los que se animan a denunciar a los que quiebran la ley.
Su propia historia es una lección viviente para todos.
“Todavía tengo pesadillas de que me persiguen”, dijo, como tratando de quebrar una maldición.
Serpico se recuperó y viajó a Suiza, acompañado únicamente por un enorme perro.
Años después, volvió a su país, se instaló en la granja que adquirió con su pensión, donde, según dice, “hablo más con los animales que con los hombres, y así me siento mejor”.
Esta es su historia.
“The reality is that we do not wash our own laundry - it just gets dirtier”
La sirena de una ambulancia anuncia cómo se están llevando a un oficial de urgencia al hospital.
Dicen por ahí que han baleado a Serpico, alguien pregunta que quién lo ha baleado, y uno por ahí dice cínicamente que conoce a unos seis oficiales que estarían felices de haberlo hecho...
¿Cómo demonios llegó Serpico a ser tan impopular?
Veamos: un buen oficial, que juró proteger y servir, y que por puro espíritu de superación personal, empieza a tratar de estudiar, mejorar, etcétera, en vez de ir por el lado fácil, o sea, aceptar sobornos.
Este oficial, Frank Serpico, por puro meterse en estudios cada vez más estudiosos, pues bien, acaba metido en la contracultura estudiantil.
Para su desgracia, son los ilusos y utópicos '60s, en que los “preppies” se asqueaban de su propia riqueza y usaban su dinero para mandarse unos porros y cambiar al mundo desde la óptica lisérgica que después maduraron y se transformaron en los impulsores “seniors” del corporativismo ochentero...
Frank Serpico no sólo acaba metido en eso, sino que le toma el gusto a eso de andar desgreñado, y además toma clases extrañas (¿ballet?), aunque por otra parte se mete con alguna chica así es que todo está bien, por ese lado.
Algunos otros se tomaron el asunto de lo hippie para fornicar so excusa de que estaban en el viaje y no se daban cuenta, o estaban abriéndose a las puertas de la percepción, etcétera, otros se lo tomaron un poco más valientemente y fueron a protestar contra Vietnam, escondidos en el anonimato de la multitud, pero la borrachera sesentera coge bien mal parado a Serpico, que se lo toma tremendamente en serio y empieza no sólo a cuestionar el sistema, cosa que siempre es saludable por aquello de la válvula de vapor, sino a... ¡horror! ...tratar de cambiarlo.
Y la emprende con la corrupción policíaca.
Más alto y más alto, y cada vez más alto hasta hacer un escándalo de todo.
Pasa lo que debía pasar: los policías corruptos (o sea, la mayoría), en vez de hacer examen de conciencia y preguntarse con humildad y contrición si deberían abjurar de sus malas vidas y empezar a esforzarse otra vez por hacer un trabajo honesto y bien hecho, deciden que todo está bien como está y los peatones a joderse, y ese maldito Serpico que se le suelta el 33rpm, pues algo habrá que hacer con él, que no van a sacrificar sus, pensiones para la vejez, por cositas tan tontas como evitar que la sociedad civil sufra a manos de la delincuencia y cosas así.
La suerte de Serpico está echada, pero no se irá sin dar pelea.
Dos son los rasgos que, a mi modo de ver, siguen ofreciendo más de tres décadas después de su realización el suficiente interés a Serpico con la que Sidney Lumet proseguiría por un lado con el alcance crítico y discursivo de su cine.
Por otra parte este se integraba en un nuevo contexto dominado por exteriores urbanos mostrados a través de una crónica verista, que en aquellos años sería rasgo habitual en buena parte de los thrillers de la época.
A partir de ese punto de partida, creo que es fácil detectar y apreciar en el título que nos ocupa el acierto en la selección y el protagonismo activo que manifiestan las escenas filmadas en exteriores como aquellas rodadas en interiores, ofreciendo todas ellas una sensación de veracidad y marcando una descripción certera de un modo de vida alienado y dominado por la rutina y la acritud existencial.
También es evidente que nos encontramos con la película que inicia de un modo bastante certero esa corriente crítica que Lumet iría prolongando durante bastantes años en su cine, centrada en el cuestionamiento de los estamentos policiales, etc.
Importantes son los nombres detrás de esta producción:
Dino de Laurentiis como productor; Waldo Salt y Norman como guionistas que adaptan el libro de Peter Maas sobre la vida real del policía neoyorkino Frank Serpico que dimitió del departamento en 1972 y se trasladó a Europa; Al Pacino, recién llegado de The Godfather, en uno de sus míticos roles, por el alcanzó un estatus de estrella.
“You know, you're pretty fuckin' weird for a cop”
Serpico (1973) es una coproducción italo-estadounidense dirigida por Sidney Lumet, protagonizada por Al Pacino, John Randolph, Jack Kehoe, Tony Roberts, Biff McGuire, Cornelia Sharpe, Barbara Eda-Young, John Medici, Allan Rich, Ed Grover, Judd Hirsch y F. Murray Abraham.
Se basa en el libro del mismo título de Peter Maas, basado en la historia real de Frank Serpico.
Obtuvo dos candidaturas a los Premios Óscar: al mejor actor principal (Al Pacino), y al mejor guion adaptado (Waldo Salt y Norman Wexler).
Serpico es el héroe #40 según el American Film Institute's 100 Years... 100 Heroes and Villains.
Serpico arranca con unas imágenes devastadoras, como son el rostro ensangrentado del policía —Al Pacino— destrozado por un disparo en la cara.
Después, Sidney Lumet acude a un flash-back arrancando del tiempo de academia de policía, donde su protagonista se está formando.
Su integridad, su rebeldía no se nos llegan a explicar del todo.
Su tozudez y resistencia a ser cómplice de la corrupción de sus compañeros no alcanza la más perfecta lógica.
Lumet prefiere cantar un himno —eso sí, violento y duro— al héroe que desea redimir a los que están a su alrededor, incluso sacrificando su propio bienestar, seguridad y existencia.
Al final, lo consigue: la sangrienta refriega final, de la que se nos ha mostrado al inicio su resultado, no es tan grave.
Más allá de ello es una cinta que nos regala una actuación memorable de un jovencito Al Pacino en la piel del policía que rechazó al sistema corrupto que dominaba a las estructuras policiales de su tiempo.
Su personaje es intenso y apasionado sin caer en el cliché del héroe justiciero buscando redimir a una sociedad enferma, incluso queda bien en claro que Serpico es un personaje más extraño que héroe, y es falible y capaz de caerse.
Serpico es un joven policía que Lumet retrata, a través de numerosos detalles, como un hombre bien diferenciado de los demás.
Su personalidad sensible, honesta y libre contrasta con las costumbres del corporativismo en el que se envuelve su puesto y la falta de interés de sus propios compañeros por su deber de protección.
Desde que sale de la Academia como joven policía hasta el final, sus métodos pretenden y son más humanos.
Pretensión que le costará muchos disgustos y una experiencia laboral muy negativa.
Construida como un largo flashback, rememorando los comienzos y transformaciones paulatinas de este inteligente agente, Lumet comenzó por el final, los últimos coletazos de Serpico en la policía testificando ante el Gran Jurado con sus melenas y barba, convaleciente, y poco a poco el actor se iba cortando hasta el comienzo del film, con el pelo corto y afeitado de buen chico italiano.
Lumet sabe combinar los momentos dulces con los amargos, para ver la evolución de un personaje en una jaula de fieras corruptas e inapetentes por la vida.
Si, Frank es un tipo "raro" al que le gusta la ópera, se compra un perro lanudo, se muda al Greenwich Village, no se compromete con las mujeres que sale, y cuando se convierte en detective se viste como un hippie cualquiera.
Le tienden trampas sus compañeros, como pretender que es gay, corren avisos sobre él cuando es trasladado, cada departamento peor que el anterior, le miran mal: "resultarías mucho más simpático a todos si cogieras el dinero", le dicen en un momento del film sus compañeros, o le dejan solo ante el peligro.
Sin embargo, este agente se hace querer y sabe hacer amigos fuera de su entorno laboral.
Serpico se atreverá a denunciarlo.
Labor que será harto complicada, pues el mismo departamento no tiene mucha experiencia en lavar sus trapos sucios.
"¡Madre mía que pocilga!"
Exclama en un momento del film el alucinado personaje, que suelta asimismo en otro momento desesperado en su casa:
“Si toda ese tiempo y energía lo emplearan en el cumplimiento del deber, Nueva York quedaría limpia en una semana”.
Serpico gana en su descripción de una ciudad sucia, retratada con poco glamur, filmada en zonas de barrios bajos.
Así se respira verdad y autenticidad en cada fotograma, mientras Lumet esgrime su crítica hacia el cuerpo policial, aunque no siempre lo haga con coherencia o sinceridad.
Baste recordar la escena en la que Serpico queda con sus compañeros en un parque y donde, una vez más, se niega a formar parte de la red de corrupción que baña el cuerpo; el plano en el que se queda solo mientras sus compañeros se marchan en todas direcciones, no deja de ser algo demagógico.
Serpico es un filme con noble mensaje en contra de la corrupción y a favor de la honestidad e integridad de la investidura policial.
Es una cinta con valioso y arriesgado discurso crítico, con el cual el director muestra cuán sórdidos y deshonestos pueden llegar a ser los estamentos que supuestamente deberían estar para servir y proteger a la justicia y al bien común.
Serpico es un exponente del cambio social cuyo signo externo fue la revolución hippie, muy deudoras de aquella época y aquellas preocupaciones.
No sólo en el aspecto del atuendo del policía íntegro que quiere limpiar de chanchullos y corrupciones a su cuerpo de policía, sino también en las preocupaciones de un sueño de pureza y renacimiento que el movimiento hippie creía poseer.
La escena, claro está el comienzo, sin duda.
Sonido de sirenas de coche policial con un Serpico herido de muerte en el rostro.
Planos intercalados de llamadas entre superiores, periodistas, fiscales, todos sospechando que le ha disparado otro policía, o le han dejado solo, pero no cualquier policía...
Todos sin que les suponga sorpresa alguna.
Un comienzo que sitúa al espectador en antecedentes y le mantiene a la expectativa desde el primer minuto.
La partitura de Mikis Theodorakis es melancólica, complementando y enfatizando así, la personalidad del protagonista.
Theodorakis ejecuta 10 cortes, con un grato tema principal, "Serpico Theme", triste y melancólico, así como destacables los cortes "Alone at the apartament", "Flashback" y "End Tittle", que incluye un sobrecogedor solo de violín.
El film, lástima que a pesar de ser un hecho real, a día de hoy, más de treinta años después, la corrupción policial siga existiendo.
El tema del hombre puro que quiere contagiar con su pureza al resto que le rodea y que lucha por realizar el sueño de una sociedad más justa, que viva en cotidianidad con los demás, que se frustra porque choca con los intereses creados de los poderosos, es ahora casi un cliché que utilizan con demasiada frecuencia en estos tiempos de sequía de los guionistas.
Se supone que la policía vigila las calles para que rateros y delincuentes no la emprendan con nosotros, “los ciudadanos decentes”, pero por otra parte...
¿Por qué ellos iban a arriesgar más el pellejo que nosotros mismos por eso?
Se supone que para eso tienen vocación de policías, y también existe eso de, perdonen la redundancia, "vocación de servicio", pero...
¿Quién dice que la gente se hace policía por las razones correctas?
Piénsenlo, se supone que mucha gente se hace médico o abogado porque quiere luchar por la vida o la justicia, pero no pocos lo hacen por los escuálidos ingresos monetarios y muchos se hacen profesores porque el puntaje no les da para más, etc.
Serpico plantea crudamente dicho problema.
No es sólo que los policías corruptos reciban maletines tránsfugas con una sonrisa. Vemos toda la institucionalización de la corrupción, hasta el punto que tienen redes para recolectar el dinero de los sobornos.
Y los policías corruptos no se ven esencialmente malos.
Uno de los policías corruptos se encarga de advertir a Serpico, incluso por su propio bien, sin tenerle inquina especial: no es necesario que te disparen directamente.
Simplemente te enviarán el primero a la línea de fuego, o te comisionarán a los barrios más peliagudos, o estarás en un tiroteo y tus compañeros no te respaldarán, o te apuntarán y ellos mirarán para otro lado, y todo lo que suceda de ahí en adelante será un lamentable accidente.
Quizás es el destino de los grandes: terminar haciendo el trabajo sucio de los demás, para que éstos puedan engordar tranquilamente.
Serpico es poderosa, realista y sin concesiones, sobre un tema que, bien mirado, debería preocuparle a todo el mundo.

“I don't take Money”


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